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Resumen
La toponimia mundial parece encerrar las pistas para descubrir el origen del
lenguaje. Es decir, permitiría develar el enigma que no ha sido posible
desentrañar a través de las propias lenguas.
A partir de la recurrencia de la voz / ua / (representada como "gua", "wa",
etc., en más de 71 mil topónimos de 166 países del mundo, en los cinco
continentes), plantea-mos la hipótesis de que ésa habría sido la primera voz,
que a su vez dio origen a otras 34 que habrían constituido el léxico inicial del
primer protolenguaje con el que uno de 13 clanes de África pobló el mundo
entero. Ese protolenguaje habría sido el que a la postre dio origen a todas las
lenguas del planeta.
Esta ponencia constituye la Síntesis introductoria del texto homónimo.
Palabras clave
Protolenguaje – Lenguaje – Toponimia – Gua – Wa – Homínidos – Nigeria
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/ Ua / habría sido la primera palabra que se pronunció sobre la faz de la
Tierra. Deliberada y voluntariamente la habrían emitido ya los homínidos
predecesores del hombre hace tanto como 2 millones de años. Tan extraordinario
privilegio habría correspondido a los Homo habilis, Homo ergaster y Homo erectus.
O cuando menos a los dos últimos y más recientes.
En el período anterior, durante muchísimo tiempo, quizá desde la aparición misma
del Australopitecus, hace 4 millones de años, fue el sonido natural,
genéticamente condicionado e involuntario de los primeros homínidos, equivalente
a los sonidos instintivos que emitían las otras especies del extenso bosque
africano.
Como sugieren muchas investigaciones científicas, que relacionan los grandes
cambios climáticos con las mutaciones genéticas, el drástico enfriamiento que se
inició hace 1,7 millones de años, que convirtió gran parte del bosque africano
en sabana, desertificando además el Sahara, habría sido el principal
condicionante de las últimas mutaciones que, dando origen a la facultad del
habla en los homínidos, dieron también origen al lenguaje.
/ Ua / habría sido la voz con la que los primeros seres parlantes se
identificaron a sí mismos. O, lo que es lo mismo, la voz con la que los
múltiples conjuntos familiares de primeros hablantes que alternaban en el
espacio africano se reconocían como iguales entre sí y, al propio tiempo,
distintos a los animales que con ellos habitaban África.
Esa voz original está hoy representada en muy distintas lenguas como "gua", "hua",
"gwa", "ua", "wa" y "wha". Es hoy el nombre de 24 centros poblados en 15 países
del mundo. Y el nombre de 11 lenguas en 7 países. Como raíz, / ua / forma parte
del nombre de más de 71 mil poblados y accidentes geográficos en todo el planeta
(Anexo Nº 1). Y del nombre de casi 2 500 etnias y lenguas (Anexo Nº 12).
Muy posiblemente solo después de mucho tiempo habría aparecido la segunda voz: /
wawa /. Y ésta, por instinto de supervivencia, habría sido utilizada para
identificar a las crías, las más vulnerables a las fieras en el hostil ambiente
reinante. Hoy / wawa / forma parte del nombre de 241 poblados y de 5 lenguas.
Más tarde habría aparecido la voz / awa /, con la que se identificó al preciado
líquido natural que en aquellas circunstancias de drástica sequía fue haciéndose
cada vez más escaso y difícil de encontrar. Hoy forma parte del nombre de más de
15 mil topónimos de la Tierra.
A partir de allí, por reiteración y traslape, fue terminando de componerse el
primer léxico de sustantivos y primeros verbos que dieron forma al primer
protolenguaje homínido: / waba /, / waka /, / wada /, ....., / wata /. Y sus
correspondientes voces inversas: / bawa /, / kawa /, / dawa /, …, / tawa /.
Todas éstas, a las que hemos denominado raíces secundarias, forman parte de más
de 18 mil topónimos en los cinco continentes. Y del nombre de muchas lenguas y
etnias.
/ Ua / habría sido pues la primera y más antigua de todas las voces. De allí
que, como mostramos en el trabajo, además de estar presente en topónimos y
etnónimos, también su presencia en antropónimos, ornitónimos y voces del léxico
común en muchas lenguas, rebasa largamente la proporción que podría esperarse
para cualquier sonido silábico.
La "topoguanimia" –nombre que nos hemos permitido acuñar–, es la relación de los
71 137 topónimos mayores del mundo que contienen la voz / ua /. Está conformada
en más del 99 % por nombres de pequeños poblados de los que nunca ha oído hablar
la mayor parte de los habitantes del globo. Y muchos de los que por su parte en
este trabajo estamos denominando "etnoguánimos", pertenecen a lenguas que en un
alto porcentaje corren el riesgo de desaparecer.
Es decir, los nombres que constituirían el más valioso testimonio superviviente
del que habría sido el primer protolenguaje homínido, forman parte de ese mundo
marginal en el que nunca ha puesto sus ojos la Historia, porque tampoco nunca
puso en él sus ojos el poder. Quizá tendríamos una conciencia distinta de cuánto
significa / ua / para gran parte de los pueblos del mundo, si la lengua oficial
de China fuera Wa, la de Estados Unidos Gwa, la de Alemania Hua y la de Iraq Gua.
Pero no es en ellos sino en pequeños, aislados y no protagónicos espacios del
mundo donde hoy todavía se hablan esas lenguas.
Tampoco pueblo alguno del Suroeste del Sahara ha sido alguna vez protagonista en
la historia del mundo. Mas, como planteamos como parte de la tesis central de
este trabajo, todo indica que el surgimiento y desarrollo del protolenguaje se
habría dado en ese espacio del planeta. Y, más específicamente todavía, en
Nigeria.
Por su parte, ni las islas Kuriles ni las Aleutianas han sido tampoco escenario
de ningún gran acontecimiento registrado en la Historia. No obstante, la
presencia de topoguánimos en ellas, y su ausencia en Siberia y Bering, nos
permiten postular como tesis complementaria que la ocupación de América se hizo
siguiendo la ruta China →Corea → Japón → I. Kuriles → I. Aleutianas → Sur de
Alaska.
En fin, diremos que los nombres de miles de aislados y desconocidos poblados del
mundo resultan los protagonistas centrales de esta investigación. Son los que
dan sustento a las principales tesis que acá planteamos.
Todos son nombres remotos. Algunos remotísimos. Es decir, como indica Joan Tort
, por su antigüedad han corrido mayor riesgo de transformación que otros mucho
más recientes. Y más aún, como 250 que presentamos en los Anexos Nº 8 y 9,
corrieron el riesgo de verse sustituidos e incluso desaparecer. Pero,
felizmente, aún disponemos de ellos.
Han sido compuestos en las casi 7 mil lenguas que hoy se habla en el mundo . O
incluso en las casi 15 mil que según Carlos Prieto se habló hasta el siglo XVI .
Es decir, la voz / ua / no solo ha sido común a todas ellas, sino que, dando
nombre a etnias, lenguas y miles de poblados, evidencia que ha tenido siempre
una gran significación en las mismas, en todo el orbe. ¡Qué mejor indicio de que
fue la primera!
Los 71 mil topoguánimos mayores subsistentes han resistido el embate
transformador o mimetizador de las grandes lenguas que, como bien indica Samuel
Huntington , han impuesto a lo largo de la historia los poderes imperiales. Es
decir, en las áreas marginales, esto es, en la mayor parte del espacio del
globo, sobre el imperio del poder, ha prevalecido a este respecto el imperio de
la antigüedad.
Pasaron desapercibidos en muchas investigaciones. En Europa, no solo porque es
donde menos presencia tienen, y todo indica que como resultado de un prolongado
proceso de reemplazo. Ya en el célebre mapa que elaboró el geógrafo y matemático
griego Eratóstenes, en el siglo III aC, no aparecía ningún topoguánimo.
Destacaban en cambio los que poseían el sufijo "–ia", como en Libya (nombre que
durante mucho tiempo se dio a África), Arabia, Persia, Bretania e India, que más
tarde crecerían grandemente en número.
Gráfico A / Mapa de Eratóstenes
Sino además pasaron desapercibidos en el Viejo Mundo porque para la
interpretación etimológica la mayoría de las veces se ha recurrido al latín, en
el que la presencia de / ua / es insignificante. Y esto a su vez porque ya en el
indoeuropeo había dejado de tener importancia. Baste decir que, sobre 533 raíces
rastreadas en esta lengua, solo una la contiene: "wail–" (= lobo) . Puede sin
embargo además indicarse que, como sostiene Julio Loras Zaera , ya en el antiguo
indoeuropeo menudeaban las vocales / e / y / o /, en tanto que en el
protolenguaje primitivo solo habrían estado presentes / a / e / i /.
En América, siendo muy frecuentes las voces / ua / y / ue /, tanto en la
toponimia, como en la zoonimia, fitonimia, antroponimia, y en el léxico común de
muchos pueblos (véase los Anexos Nº 1 a 9), no fueron sin embargo objeto de
atención especial alguna. Pero también pasaron desapercibidos por graves y
lamentables errores de perspectiva. Quizá el ejemplo paradigmático sea aquel en
el que ante la presencia de las voces gualiche y gualacate, el investigador
concluyó que ambas conservan "el comienzo gu" .
En la literatura en cambio, aunque poco conocido, correspondió al escritor
venezolano José Joaquín Salazar Franco (1926–2000) –Cheguaco –, llamar la
atención, en Gua, gua, gua de los guaicos, sobre la exuberante presencia de esa
voz en la isla Margarita. Y a la pintora y escultora colombiana Gilda Mora, la
incluso desafiante propuesta de un Imperio Gua en la Amazonía Sudamericana .
Si ante la presencia de nombres como Benicássim, Benicarló, Benidorm, Benifallet,
expertos como Josep Maria Albaigès concluyen que no puede ser casual la
repetición de ese prefijo ; y que otro tanto se concluye ante la raíz / ard / (=
oveja), presente en Ardu y Ardifen (Marruecos), Val Ardo (España) y Ardoisières
(Alpes) ; o cuando se encuentra 35 ríos en Europa con la raíz "–sal" ; igual
pues tenemos derecho a concluir lo mismo ante más de 71 mil topónimos mayores
con la raíz / ua /, máxime si, como parece, desde su origen hacía referencia a
"gente".
Pero además, en rastreos parciales hemos encontrado la raíz / ua / en casi 1 700
topónimos menores del Perú y 199 de España (Anexo Nº 2). Ello insinúa pues una
presencia aún más abundante en todo el planeta (que puede llegar incluso a
millones de nombres), no obstante que, agregándose a la sustitución de nombres y
desaparición de topónimos, en la evolución lingüística, muchas lenguas, como el
gallego y el francés , han tendido a eliminar dicha voz. Y no obstante que, por
su "arcaísmo", en el léxico moderno de las grandes lenguas del mundo, desde Roma
hasta nuestros días, su uso es cada vez menos frecuente. En ese sentido,
"software" y "hardware" resultan paradójicos e insospechados rescates de la más
remota de las voces.
Aún cuando resulta claro que en algunas lenguas / ua / significa "gente", como
en el caso de "gua", en el idioma guaraní; y que en otras significa "lugar",
como en "hua" = "hue", en la lengua mapuche; en la revisión etimológica que
aparece en el trabajo queda también claro que la inmensa mayoría de los
topoguánimos puede considerarse topónimos fósiles o no transparentes, usando la
clasificación de Enric Moreu–Rey . Resultan nombres virtualmente indescifrables.
En el caso de América, en general no corresponden a palabras del léxico común ni
siquiera en los pueblos de origen prehispánico. Y es probable que en el resto de
los continentes ocurra otro tanto.
Ello no hace sino acrecentar la fundada sospecha de su muy remota creación. Su
pervivencia, en cada caso, resulta el único vestigio de la población que
originalmente creó el nombre . Pero es también una prueba de que, en posta, fue
adoptado sucesivamente por los distintos pueblos que ocuparon cada territorio.
Mas esto asimismo supone una ocupación continua del mismo. Y, en razón de ello,
hay lugar a pensar que muchos pasajes de la historia deban quizá revisarse.
Pudiendo además esperarse que muchos topoguánimos deparen a la arqueología y
otras ciencias insospechadas sorpresas.
Más duraderos que la piedra, como por analogía dice Albaigès , los topoguánimos
–más que el resto de los topónimos–, han sido mudos testigos de la desaparición
de antropoguánimos, zooguánimos, fitoguánimos, etc. Y de la cada vez mayor
disminución de guánimos en el léxico de los pueblos. Presentes en los cinco
continentes, en 166 países, construidos en miles de lenguas, sin imperio alguno
que impusiera por doquier el / ua / que los caracteriza, solo formando parte del
protolenguaje del primitivo pueblo que pobló la Tierra, puede entenderse su
globalizada presencia.
Francisco–Pablo de Luca postula que «la toponimia y la antroponimia pueden
ayudar a rescatar el lenguaje que hablaban los primeros canarios» . Y por su
parte, un equipo internacional de investigadores que viene estudiando la
toponimia prehistórica de los países del Mediterráneo occidental (Marruecos,
Túnez, España, Italia y Francia), postula que aislando morfemas y buscando su
recurrencia geográfica es posible dar con una lengua prehistórica europea de
origen preindoeuropeo y sahariano .
En esa línea de razonamiento, puede entonces también postularse que la toponimia
y la antroponimia mundial pueden permitirnos dar con el lenguaje o el
protolenguaje que utilizaron los habitantes de África que a la postre poblaron
el mundo. Este trabajo es precisamente una tesis de primera aproximación en ese
sentido.
Con cargo a que los especialistas aprueben (o rechacen) nuestra tesis, en la
eventualidad de que se dé la primera de esas alternativas, posteriormente deberá
asumirse la tarea de reconstrucción de esa lengua, tal como se hizo en su
momento con el protoindoeuropeo y con el pre–protoindoeuropeo .
Entre tanto, desde hace dos décadas la biología molecular viene realizando
sensacionales descubrimientos que confirman la hipótesis del origen africano del
hombre. Según indican Juan Luis Arsuaga e Ignacio Martínez, del equipo que
estudia el yacimiento de Atapuerca, el investigador James Wainscoat, en 1986,
habría sido el primero en postular, a partir de estudios del ADN, que todas las
poblaciones humanas modernas derivan de una población ancestral africana de hace
100 mil años. Por su parte, el genetista ítalo–norteamericano Luigi–Luca Cavalli–Sforza
corroboró ese hallazgo en 1988. Y éste mismo, y Judith y Kenneth Kidd volvieron
a ratificarlo en 1991 .
El Proyecto Genográfico, iniciado el 2005, financiado por National Geographic
Society, IBM y la Waitt Family Foundation, contaba a febrero del 2006 con más de
115 mil muestras de ADN analizadas. Para ese momento, el resultado más
espectacular era la confirmación contundente de la hipótesis del origen africano
del hombre .
Según el genetista Bryan Sykes, de la Universidad de Oxford, la ciencia ha
logrado determinar adicionalmente que hace 150 000 años en África solo existían
13 grupos o clanes familiares genéticamente diferenciados. Y que de ellos, solo
uno, el "clan de Lara" –como ha sido denominado –, migró fuera de ese continente
ocupando tras miles de años todo el planeta.
Es decir, si apareciendo el Homo sapiens sapiens en África, y de los primeros
individuos de la especie apenas un clan familiar fue el que migró fuera de ella,
con la todavía escasa población de entonces, ¿es posible imaginar a ese clan
familiar portando más de una lengua? No. Como indica el profesor Xaviero
Ballester, todo apunta al reforzamiento de la hipótesis monoglotogenética :
todas las lenguas surgieron a partir de una.
En realidad la propuesta de que todas las lenguas que han surgido en la
humanidad –tanto como 15 mil, como se ha visto–, surgieron a partir de solo una,
es la que más vigencia ha tenido. Pero su sustento original era de carácter
religioso, precientífico. Estuvo fundada en la versión bíblica: «Toda la Tierra
tenía una misma lengua y usaba las mismas palabras» (Génesis 11:1).
Con el tiempo, sin embargo, esa versión, e incluso la oligogenética, que
postulaba el origen de todas las lenguas a partir de unas pocas, fueron objeto
de la condena oficial de los lingüistas. Como recuerda Ballester , Holger
Pedersen, Aron Dolgoposky y Joseph H. Greenberg, entre otros, fueron tenaces
defensores de tesis oligogenéticas sobre el surgimiento de las lenguas. Pero,
sobre todo en las últimas décadas, los lingüistas en su mayoría han estado
inclinados a creer en las propuestas sobre el origen múltiple de todas las
lenguas.
Mas, contra todo cuanto podía imaginarse en los siglos precedentes, la genética
ha entrado a terciar en el áspero y largo debate. En efecto, correspondió al ya
citado genetista Cavalli–Sforza, de la Universidad de Stanford, postular que hay
una correlación entre la distribución de genes y de lenguas. Y en 1995 los
estudios de la doctora Johanna Nicols, de la Universidad de California (Berkeley),
mostraron también una clara superposición de los parentescos lingüístico y
genético entre las diversas poblaciones humanas actuales .
Como expresa el filólogo español Angel López García–Molins, «los paralelismos
entre la Genética y la Lingüística empiezan a verse como algo más que como meros
recursos expositivosۛ» . Y en su argumentación recoge el siguiente texto de
Cavalli–Sforza:
Dos poblaciones aisladas entre sí se distinguen desde el punto de vista tanto
genético como lingüístico. El aislamiento, debido a las barreras geográficas,
ecológicas y sociales, impide (o hace menos probables) los matrimonios entre las
dos poblaciones, y por lo tanto también el intercambio genético. Entonces, las
poblaciones evolucionarán independientemente y se volverán distintas. La
diferenciación genética aumentará regularmente con el paso del tiempo. Podemos
esperar exactamente lo mismo desde el punto de vista lingüístico: el aislamiento
reduce o anula los intercambios culturales, y las dos lenguas también se
diferencian… Por lo tanto, tiene que haber una correspondencia básica entre el
árbol lingüístico y el árbol genético, pues reflejan la misma historia de
separaciones y aislamientos evolutivos.
Así las cosas, asumimos acá que, desde África, un solo clan familiar fue pues no
solo el origen de todos los pueblos, sino que su lengua fue a su vez la que dio
origen a todas las que surgieron luego en el planeta. Resultaría sin embargo
necio y mezquino desconocer que quien primero hizo tal proyección fue Charles
Darwin cuando en El origen de las especies, en 1859, expresó :
Si pusiéramos un árbol genealógico perfecto de la humanidad, una ordenación
genealógica de las razas del hombre permitiría una clasificación de las lenguas
que hoy se hablan en el mundo; y si todas las lenguas existentes, y los
dialectos intermedios y los que cambian lentamente pudieran ser incluidos, esta
ordenación sería perfecta.
Sin embargo, en relación con el origen del lenguaje, el científico canario
Sergio Toledo Prats nos recuerda que los paleontólogos estiman que la evolución
del aparato fonador de los homínidos se habría iniciado hace 400 mil años . Y
esa fecha es razonablemente consistente con la que reporta que los restos
conocidos más antiguos de viviendas datan de hace unos 450 mil a 300 mil años, y
pertenecen a yacimientos como Bilzingsleben en Alemania, Verteszöllös en Hungría
o Zhoukoudian en China . Esto es, a especies predecesoras del Homo sapiens. O,
si se prefiere, a especies que éste terminó por desplazar, pero que difícilmente
habrían alcanzado tal organización social sin lenguaje.
Cavalli–Sforza no duda en afirmar que el Homo sapiens sapiens «acabó
reemplazando en buena medida a la población presente» en los lugares que fue
ocupando en su diáspora por el globo. Es decir, el Homo sapiens sapiens, como
antes había ocurrido entre diversas especies de homínidos, compartió el mundo
con por lo menos otra especie, en su caso, con el Homo sapiens neandertalensis,
o simplemente Neandertal. Esto es, hizo posta con él, en Asia y Europa por lo
menos.
Si como afirma Baruch Arensburg , hoy se tiene la certeza de que los
Neandertales podían hablar, ¿no es razonable asumir entonces que éstos
terminaron transmitiendo información a los primeros seres humanos con los que
alternaron?
Y si como sostienen Martínez y Arsuaga, también preneandertales como el Homo
antecessor podían hablar, aunque solo con una «conversación básica» , ¿no es
además lícito asumir que éste proveyó de información a los Neandertales?
Así, es posible todavía alargar aún más la cadena. Porque en torno al Homo
erectus, de tanto como 1,7 millones de años, Glynn Isaac ha propuesto que puso
en práctica, entre otras, la innovación de la división del trabajo . Y Roger
Lewin sostiene que «sería sorprendente que (...) no hubiera [desarrollado] un
lenguaje hablado» de complejidad equivalente a la de sus actividades y logros .
Lúcidamente acertó pues en 1966 el lingüista sueco Bertil Malmberg cuando afirmó
que «el enigma del origen de la lengua es asimismo el enigma de la hominización»
. No obstante, nos asiste la fundada sospecha de que el primer protolenguaje
habría sido creado por el Homo habilis, el Homo ergaster y el Homo erectus que
compartieron el espacio durante gran parte de su existencia. O por lo menos los
dos últimos, hace más de un millón de años, en el contexto de la drástica
glaciación que reunió a gran parte de la población africana al suroeste del
Sahara. Y afirmamos nuestra sospecha a pesar incluso de que en ese bosque húmedo
tropical no han sido encontrados hasta hoy restos de ninguna de esas especies.
Ante la interrogante de si es posible remontarnos hasta las primeras palabras de
la humanidad, el profesor Xaviero Ballester dio el 2002 un sí confiado: «las
afinidades entre las lenguas son suficientes para defender tal hipótesis» . En
ese sentido, con la tesis principal que presentamos en el libro, pero a partir
de la topoguanimia, hemos ido más allá. Porque en efecto, y como está dicho,
postulamos que específicamente la primera palabra fue / ua /. Y que a ella
siguieron / wawa /, / awa / y por lo menos las otras 16 voces bisílabas a las
que estamos denominando "raíces secundarias", y sus correspondientes 16 "raíces
secundarias derivadas".
Fue sin duda un lenguaje muy primitivo. Con apenas unos cuantos sustantivos y
quizá los primeros verbos. Pero habría sido suficiente para marcar una drástica
diferencia entre los homínidos y el resto de los habitantes de África. Habría
afianzado la evolución filogenética que a la postre condujo a la aparición del
hombre. Y habría sido el sustrato a partir del cual, mediando grandes accidentes
geográficos de por medio, se desarrollaron con independencia todas las grandes
familias de lenguas que ha conocido la humanidad.
Si con Cavalli–Sforza puede hoy sostenerse con gran seguridad que no hay en los
genes nada que haga mejores a unos pueblos que otros ; y con él y muchos
lingüistas, que tampoco hay lenguas mejores o peores; mal haríamos en dejar de
reconocer que, aunque involuntario, el mérito de esa valiosísima unidad debe ser
atribuido a nuestros más lejanos ancestros y a nuestros primeros padres que
migraron de África.
Cavalli–Sforza y otros especialistas en genética, como el doctor Jaume
Bertranpetit, por ejemplo, insisten con fundamento en que «las diferencias que
vemos entre los grupos humanos obedecen a adaptaciones evolutivas relacionadas
con los ambientes en que viven» . Y las autorizadas voces de muchos lingüistas
aseguran por su parte que las diferencias entre las lenguas son un reflejo del
entorno geográfico en que se desarrollaron.
A esas conclusiones sin embargo se resisten quienes apelan a trasnochados
prejuicios racistas precientíficos. Todavía están a flor de labios, en muchos
hombres y mujeres del mundo, cualquiera que fuese el color de su tez,
expresiones de superioridad racial (y de ambiciones hegemónicas) como las que en
su gobierno (1909–13), tuvo el presidente norteamericano William H. Taft, según
nos recuerda Noam Chomsky (ver nota ).
El camino no está pues del todo despejado. Así, habrá de ser todavía larga y
costosa la lucha del hombre por el generalizado reconocimiento de que todos
somos básica e intrínsecamente iguales, genética y lingüísticamente con un
origen común, y que en mérito a ello por igual nos debemos respeto y aprecio.
Esa lucha, en la que no debemos cejar, será –en el esquema de pensamiento de
Pierre Teilhard de Chardin–, parte del «proceso mediante el cual el hombre se
hace más verdadero y plenamente humano» .
Declaración personal
En mis doce libros anteriores y en éste he redactado los textos en primera
persona del plural. En verdad, la motivación no ha sido otra que una sincera
humildad intelectual. Pero ésta a su vez está fundada en el hecho de que en los
libros he incursionado en esferas intelectuales distintas a la de mi formación
académica. Permítame sin embargo el lector redactar acá algunos párrafos en
primera persona del singular.
Conociendo bastante la geografía del Perú, y suficientemente bien la de
Sudamérica, pero además con muchos topónimos de Centroamérica, el Caribe y
Norteamérica en mente, desde por lo menos dos décadas atrás tenía la sospecha de
que la partícula "gua", "hua" o "wa" no era de origen quechua ni aymara, las dos
más grandes lenguas nativas todavía habladas en el Perú.
Una reciente estadía de dos años y medio en la Amazonía peruana, me permitió
recopilar más de mil voces, entre topónimos, etnónimos, zoónimos y fitónimos,
que, conteniendo todas la partícula "gua" - "hua", incrementaron aún más mi
sospecha, dado que el Imperio Inka, y su lengua, el quechua, no tuvieron mayor
ingerencia en tan vasto espacio. ¿Pero entonces, a qué lengua podía atribuirse
la empecinada diseminación de esa partícula, y cuál podría ser su significado?,
me fui preguntando todavía a tientas.
Inmediatamente después, en la costeña ciudad de Lambayeque, la revisión
exhaustiva del atlas de Encarta 2005 me permitió recopilar, más allá de cuanto
había podido imaginar, 71 mil topoguánimos mayores, de prácticamente todos los
espacios del globo. A mitad de ese camino, sin embargo, la que venía siendo una
recopilación curiosa e intuitiva, tras formularme explícitamente la primera
hipótesis general, ya había pasado a tener el carácter de una investigación
científica. ¿Cómo explicar la universalidad de la voz / ua / en la toponimia?,
fue pues la primera hipótesis que me planteé.
Pero inmediatamente surgió otra: ¿es realmente / ua / una voz cuya presencia en
la toponimia es mayor de la que estadísticamente puede esperarse para cualquier
sonido silábico? Y si es así, ¿por qué tiene tal mayor frecuencia?
A partir de allí, como en abanico, fueron abriéndose otras interrogantes: ¿es
cuantitativamente distinta la presencia de la voz / ua / entre las lenguas
"vivas", las "fosilizadas" y las "muertas"? ¿Es distinta la presencia de la voz
/ ua / entre los topónimos, los etnónimos y los antropónimos? ¿Y entre los
topónimos y el léxico común en las lenguas más habladas? Y si así fuera, ¿qué
razones pueden explicar esas diferencias?
Sin embargo, la digitación de los casi 150 mil nombres que se presenta en los
anexos, me permitió reparar además que, en miles de esos guánimos, aparecían
repetidamente, y también en todo el planeta, voces más complejas, tanto con la
estructura bisilábica "wa_a", como sus inversas con la estructura bisilábica "_awa".
Tratándose pues de un conjunto de voces que habrían podido constituir un léxico
primigenio, fue entonces que surgieron las que a la postre pasarían a ser las
hipótesis más importantes de este trabajo: ¿nos remite la topoguanimia mundial a
la que habría sido la primera lengua –o protolengua– hablada por el hombre o,
eventualmente incluso, por los homínidos que lo precedieron?, y, ¿fue quizá
portando una sola lengua que el hombre pobló la Tierra?
En fin, este trabajo pone de manifiesto que la toponimia mundial parece encerrar
esos y todavía muchos otros secretos. Porque, como se verá, además de la ya
advertida hipótesis de que el poblamiento de América no se habría dado por el
estrecho de Bering, sino por la que he denominado "la ruta del gua"; también la
toponimia me ha permitido postular la hipótesis de que el español, y otras
lenguas romances, no serían hijas del latín, sino lenguas prerrománicas a las
que esa lengua impactó fuertemente con su léxico.
Asimismo, ha sido la toponimia la que me ha permitido formular una hipótesis
explicativa de por qué diversos espacios del globo tienen hoy densidades
poblacionales más altas que las de su entorno, y, sobre todo, mayores que las
que debería esperarse en razón de la pobreza de los respectivos territorios. Y,
por ejemplo, ha sido también la toponimia la que me ha permitido formular la
propuesta, reiteradamente planteada, de que la Academia Española debe revisar el
origen lingüístico y espacial que viene atribuyendo a muchas voces del léxico
que ha incorporado desde América y otras latitudes.
De otro lado, si como todo indica, de una surgieron miles de lenguas a lo largo
de miles de años, en los últimos siglos el mundo viene experimentando una
drástica reducción de las lenguas en uso. En efecto, sobre las 6 912 lenguas que
probablemente todavía eran habladas al inicio de este siglo, apenas 8 reúnen al
40 % de los habitantes del planeta, según reporta SIL International en
Ethnologue: Languages of the world .
De acuerdo a esa misma fuente, en lo que va del siglo pueden haberse extinguido
ya 460 de ese total de lenguas, pues solo contaban con 50 o menos personas
hablándolas. Entre ellas, habrían pasado entonces a condición de extintos 82
etnoguánimos. Ese sería el caso, por ejemplo, de: Awa, de Camerún; Wari, de
Brasil; Wapato y Tawakoni, de Estados Unidos; Laua, de Papúa – Nueva Guinea;
Wanai, de Venezuela; y Wagaya, Yalgawarra, Nawagi, Waray y Wakawaka, de
Australia.
Según indicó en 2005 el filólogo español Arsenio Escolar, en La utopía de la
lengua universal, «casi todos los expertos en lingüística coinciden en que en un
siglo habrán desaparecido tres cuartas partes de las lenguas que hoy se hablan
en el mundo» . Esa desgarradora proyección, y el previsible acrecentamiento de
la globalización, Internet incluida, «nos lleva inevitablemente a que en muy
pocas generaciones habrá un idioma universal en el que se entenderán todos
nuestros bisnietos o tataranietos, vivan donde vivan», afirma el mismo autor.
Sin embargo, en 1973, advirtiendo ya la tendencia que se venía observando, el
etnohistoriador venezolano Miguel Acosta Saignes, en Sobre la lengua universal,
previó que la mayor parte de los pueblos «no desearán perpetuar como idioma
universal a ninguno que recuerde las conquistas cruentas, las guerras, los
genocidios, los tiempos del gemir colonial» .
Comparto sin reservas esa previsión. Pero, como largamente he desarrollado en
¿Leyes de la historia? (2003), no ha sido la voluntad de los hombres, o de la
mayoría de los pueblos, la que ha prevalecido en los grandes cambios que se han
experimentado en la historia de la humanidad. Siempre han prevalecido los
grandes intereses de las potencias hegemónicas, o, más precisamente, de sus
élites. Y propagar su propia lengua, que por lo demás siempre fue la única que
masivamente conocían bien, no ha sido una excepción.
Como ayer Grecia y Roma, y hoy Estados Unidos, mañana habrá de ponerlo en
evidencia China, cuya lengua, repentinamente, pero por razones objetivas, han
empezado a estudiar ya millones de personas en todo el mundo. Como mostré en el
indicado texto –pero también en Descentralización: Sí o Sí (2000)–, todo indica
que el gigante asiático pasará a convertirse en el centro de la Novena Ola de la
historia.
En 1887 Lejzer Ludwik Zamenhof hizo su muy meritoria y encomiable propuesta del
Esperanto (Esperanza) como lengua universal. Sin embargo, a más de un siglo del
Primer Congreso Mundial de Esperanto, realizado en París en 1905 , solo dos
millones de personas lo hablan como segunda lengua . Es decir, solo 3 de cada 10
000 habitantes del planeta. No obstante, forma ya parte del privilegiado grupo
de las 347 lenguas más habladas del mundo.
Es muy difícil prever el futuro del Esperanto. Y más aún imaginarlo realmente
como lengua franca universal. Con buena parte de los topoguánimos y etnoguánimos
del mundo en mente, resulta asombroso que el alfabeto de esa lengua no incluya
el grafema "w" , tan frecuente en aquéllos. Por lo pronto, solo entre los
primeros, más de 45 mil nombres tendrían que sufrir cambio, y otro tanto en 2
500 nombres de étnias y lenguas. Solo pues con el ánimo de respetar valores tan
preciados por cada pueblo, como su propio nombre y el de su lengua, el Esperanto
debería incluir el grafema "w" en su alfabeto.
Sin embargo, siendo que la lengua es la más alta, estimada y caracterizada
expresión de la cultura de cada pueblo, cualquier lengua que aspire a
constituirse en la lengua franca universal, incluso dentro del más largo de los
largos plazos, no debe pretender sino ser segunda lengua entre los pueblos del
planeta. Al fin y al cabo, también es previsible que el poliglotismo de todos
los habitantes de la Tierra será una de las características del mundo del
futuro.
En el contexto de los esfuerzos de integración que se viene haciendo en el
mundo, entre los que el de la Unión Europea resulta paradigmático, quizá la
Organización de Naciones Unidas puede auspiciar que un equipo internacional de
lingüistas haga una propuesta en la que por fin se concrete, bajo el espíritu
del que habría sido el primer y único lenguaje del planeta, la lengua que a la
postre comunique e identifique a todos los seres humanos.
Lima, 10 de abril de 2007
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