Tercer Encuentro Académico
Internacional sobre POBREZA, DESIGUALDAD Y CONVERGENCIA
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Introducción
La presente ponencia recoge de manera sintética algunos de los resultados
alcanzador a través de una investigación realizada durante el año 2006 por la
Unidad de Investigación de la Escuela Latinoamericana de Cooperación y
Desarrollo, correspondiente a su línea de Financiamiento del Desarrollo.
Dentro del financiamiento del desarrollo se consideran, en primer lugar, los
recursos domésticos que puede obtener un país a través de su crecimiento
económico, y de los cuales dependerán los ingresos fiscales con los que cuente
el gobierno. Cuando esos recursos son insuficientes, como es el caso de los
países latinoamericanos, se recurre a los flujos externos que pueden ser
fundamentalmente de dos tipos: generadores y no generadores de deuda. Dentro de
los primeros se encuentran los préstamos que ofrecen los organismos
multilaterales como, por ejemplo, el Fondo Monetario Internacional (FMI), el
Banco Mundial (BM) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID); también los
ofrecidos por otros países (bilaterales), así como los provenientes de agentes
privados como la banca comercial y otros inversionistas que actúan en calidad de
acreedores de bonos. Dentro de los flujos no generadores de deuda se encuentran
aquellos provenientes de la Inversión Extranjera Directa (IED), de las
inversiones de portafolio y de la Ayuda Oficial para el Desarrollo (AOD).
Para América Latina la Deuda Externa ha constituido desde finales de la década
de los 70 la principal fuente de financiamiento externo, a pesar de los
esfuerzos que se han realizado por mejorar los ingresos fiscales de sus países y
para diversificar la entrada de capitales a la región. No obstante, después de
la famosa Crisis de la Deuda registrada a lo largo de la década de los 80, y de
su supuesta solución a través del Plan Brady, la preocupación respecto al tema
del endeudamiento externo latinoamericano ha prácticamente desaparecido tanto de
la literatura académica, como de la agenda política, pues se considera que el
juicioso cumplimiento por parte de los países de la Región de sus obligaciones
internacionales es la prueba contundente acerca de su sostenibilidad.
Sin embargo se trata de una sostenibilidad definida sólo a partir de los
intereses de los acreedores, en la que no ha quedado ningún espacio para la
valoración del impacto que está teniendo el oneroso servicio de la deuda sobre
el crecimiento de estos países, y sobre sus posibilidades reales de desarrollo.
En este sentido esta investigación buscó avanzar en una valoración de la
sostenibilidad que fuera más sensible a la realidad latinoamericana,
considerando particularmente las dificultades que está enfrentando la región
para alcanzar en el 2015 las metas establecidas por los denominados Objetivos de
Desarrollo del Milenio.
Para poder entender por qué la Deuda Externa sigue siendo un obstáculo para las
economías latinoamericanas es necesario brindar algunas luces sobre dos
cuestiones cruciales e interconectadas. La primera, tiene que ver con la
evolución durante los últimos 30 años del ambiente económico internacional;
mientras que la segunda se refiere directamente a la noción misma de la "sostenibilidad",
y busca identificar las razones por las cuales la deuda externa, que es
normalmente un mecanismo económico bastante utilizado y que generalmente tiene
efectos positivos, puede convertirse en todo un "problema".
América Latina y la globalización financiera
A partir de la década de los 70 se expande por todo el mundo una nueva ola
globalizadora, fundamentalmente caracterizada por la liberalización y el
vertiginoso crecimiento de los mercados de capital, y fuertemente favorecida por
el revolucionario desarrollo reciente de las telecomunicaciones: es la
globalización financiera. Este escenario se ha caracterizado por una creciente
volatilidad, teniendo repercusiones contundentes sobre la estabilidad mundial,
particularmente fuertes durante los últimos 15 años. De esta manera, ha sugerido
un profundo cuestionamiento acerca de la contradicción que parece existir entre
el desarrollo económico y el desarrollo humano; cuya solución constituye sin
lugar a dudas uno de los desafíos principales que deberá enfrentar el Sistema
Internacional en este nuevo siglo.
En el origen de esta contradicción parece estar el desarrollo más acelerado del
sector financiero de la economía respecto a la globalización de la producción y
del comercio mundiales , así como la ausencia de sistemas de regulación y
supervisión tanto a nivel internacional, como en el ámbito nacional, donde el
Estado debe enfrentar una pérdida considerable de su poder soberano, justamente
como consecuencia de la globalización
De este modo, pareciera que durante los últimos 30 años se ha venido abonando el
camino para que la especulación se convierta en el escenario privilegiado del
crecimiento, dejando de lado variables que se consideraban esenciales, como la
inversión o el mejoramiento de la capacidad productiva, a través de la
incorporación de nuevas tecnologías. Es en este sentido que se avanza en definir
la actual como una globalización virtual (Ferrer, 1999), en contraste con una
globalización real cuyo desarrollo, si bien ha sido considerable, no ha logrado
traducirse en un mejoramiento igualmente significativo de los niveles de vida de
la población mundial. En las tablas que se presentan a continuación puede
apreciarse el contraste entre el estancamiento de la economía mundial y el
rápido crecimiento de los flujos de capital, evidenciando además el ritmo
moderado que paralelamente caracteriza a la expansión del comercio.
Tabla 1: Tasas de crecimiento del PIB real 1966-2015
1966-1973 (a) 1971-1980 1981-1990 1991-
2000 2001-2005 (b) 2006-2015*
Mundo 5.1 3.7 3.0 2.6 2.5 3.2
Economías de ingreso alto 4.9 3.5 3.1 2.5 1.9 2.7
Economías de ingreso medio y bajo 6.4 5.0 2.6 3.3 4.8 4.6
América Latina y el Caribe 6.6 5.9 1.1 3.4 2.3 3.8
Fuente: World Bank. Global Economic Prospects for Developing Countries, 2004
(a) Fuente: World Bank. Global Economic Prospects for Developing Countries, 1999
(b) Cálculo de los autores basado en World Bank. Global Economic Prospects for
Developing Countries, 2006
* Proyectado
Tabla 2: Indicadores de la globalización reciente
Comercio de bienes como % de bienes en el PIB Flujos privados de capital brutos
como % del PIB en ppp
1989 1999 1989 1999
Países de bajo ingreso 41.3 60 0.8 1.2
Países de ingreso medio 69 81.5 1.9 4.9
Países de alto ingreso 93.5 123.5 2.1 4.9
América Latina y el Caribe 49.8 74.6 2.2 7.3
Fuente: World Development Indicators 2001, World Bank (Basu, 2003).
Ante la ausencia de mecanismos que permitan alcanzar niveles aceptables de
“gobernabilidad” del sistema financiero internacional (Ffrench-Davis y Ocampo,
2001:33), las crisis parecen haberse convertido en las protagonista de las
globalización financiera , definiendo una dinámica económica global cíclica de
auges vertiginosos y dramáticas caídas, mucho más extrema que la prevista
teóricamente, lo que ha planteado un agudo interrogante acerca de las
posibilidades reales que tendrían las economías llamadas emergentes de
consolidar sus procesos de desarrollo, en medio de tanta inestabilidad.
La característica fundamental de las crisis contemporáneas es el rol crucial que
juegan los mercados de capital como generadores de la inestabilidad. Al menos
dos consideraciones deben hacerse al respecto: la primera, la desproporción
existente entre la dimensión enorme de los mercados de capital internacionales y
el modesto tamaño de las economías emergentes; y, la segunda, el desarrollo
reciente de los mercados de capital cada vez más caracterizado por flujos
especulativos de corto plazo, que agudizan la inestabilidad.
De este modo aspectos propios del comportamiento de las economías nacionales,
que fueron claves en crisis anteriores, como el déficit fiscal y las
fluctuaciones en los tipos de cambio, han pasado a un plano más bien secundario
en las crisis actuales, sin que el sistema financiero internacional, encabezado
por el FMI, haya modificado sus recomendaciones, y por el contrario siga
promoviendo como mecanismos de prevención la liberalización de los mercados de
capital y el anclaje de la inflación, a pesar de la experiencia de la década de
los 90 que demostró que son sumamente insuficientes y, en este mismo sentido,
altamente ineficientes.
Sin instrumentos para contrarrestar su impacto, las crisis siguen sucediendo,
sin que sus consecuencias sobre el desarrollo humano, particularmente en las
economías emergentes, haya sido realmente dimensionado. Por el contrario, muchas
veces tiende a considerarlas “normales”, como si se tratara casi del precio
justo a pagar por entrar en el juego de los mercados de capital. Nada más lejano
de la realidad, donde los efectos de la crisis se prolongan en el largo plazo.
Esto resulta apenas obvio si se considera que la primera en verse afectada por
la crisis es la inversión, lo que tiene un impacto directo sobre la capacidad
productiva de un país, que también se ve seriamente afectada por el cierre de
empresas, acosadas por la iliquidez en la que se traduce el impacto de la crisis
en el sistema financiero interno (Ffrench-Davis y Ocampo, 2003:33). Es por esta
razón que no se puede considerar la recuperación de una crisis sólo a partir del
mejoramiento en el desempeño del PIB o del restablecimiento del acceso a los
mercados de capital, pues sus efectos más devastadores se traducen socialmente
en el aumento del desempleo y subempleo, y en el incremento de la pobreza; dos
fenómenos que son difíciles de contrarrestar, y que pesan significativamente a
la hora de plantearse la cuestión del desarrollo sostenible en una economía
emergente.
Generalmente se consideran como peligrosos solamente los shocks externos
negativos, es decir, aquellos que significan para un país una restricción
importante en la oferta de capitales externos. Sin embargo, analizando las
crisis más recientes, pareciera ser necesario reconocer que una buena política
de prevención de crisis debe partir de un manejo adecuado de los shocks externos
positivos, aquellos en los que la gran oferta de financiamiento externo y sus
bajos costos constituyen en un incentivo para aumentar el endeudamiento, incluso
más allá de niveles que puedan considerarse sostenibles.
Las crisis financieras contemporáneas se desarrollan en escenarios que se han
visto favorecidos recientemente por una gran afluencia de capitales, lo que
estaría demostrando que ésta es una condición necesaria más no suficiente para
garantizar el desarrollo, pues no abona la generación de otros requerimientos
claves como, por ejemplo, alcanzar niveles sostenidos y suficientes de
inversión, y consolidar instituciones sólidas, con una fuerte gobernabilidad y
capaces de implementar políticas adecuadas que permitan la buena absorción de
los crecientes flujos de capital (Sagasti, Bezanson y Prada, 2005) y su
distribución. En ausencia de estas otras condiciones, un auge de los flujos
externos de capital puede terminar siendo más peligroso que una restricción,
particularmente si se desarrolla como una burbuja especulativa que puede crecer
vertiginosamente hasta que simplemente explota.
América Latina históricamente parece ser el mejor ejemplo para entender cómo las
actuales dinámicas de la globalización financiera pueden afectar las economías
emergentes, teniendo un impacto negativo significativo sobre sus procesos de
desarrollo, pues la famosa “Crisis de la Deuda” corresponde a la primera crisis
financiera del nuevo tipo, donde el endeudamiento externo claramente tuvo un rol
determinante como mecanismo generador y propagador de las crisis. Es más, de
alguna manera las crisis que han vivido algunos países de la región más
recientemente tienen sus raíces más profundas en los problemas que quedaron sin
resolver a través de la aplicación del Plan Brady que se considera como la
solución a esta crisis.
En palabras del Nóbel de Economía, Joseph Stiglitz (2004), “el fin de la década
perdida estuvo más relacionado con la solución del problema de la deuda
pendiente que con las estrategias de reforma, del mismo modo que el
estancamiento de la región comenzó a raíz del peso agobiante de la deuda”. Este
hecho tendrá profundas implicaciones en la evolución posterior de América
Latina, pues es a partir de entonces que sus naciones asumieron una condición de
deudores netos que las llevaría a convertirse en la década siguiente en
protagonistas de una gigantesca transferencia neta de recursos hacia los países
industrializados, principalmente los Estados Unidos –que no logra reducir su
déficit comercial con la región–, por concepto del servicio de la deuda, en lo
que sin lugar a dudas constituye una de las primeras evidencias de lo que se ha
llamado “el malestar de la globalización”.
¿Qué pasó después de la década perdida?
Los años 90 serán recordados en América Latina como la década de implementación
de los Programas de Ajuste Estructural –PAE–, cuyo principal objetivo era
estabilizar los fundamentos macroeconómicos en la región, con el fin de evitar a
futuro repetir la historia de la década perdida, por el estrangulamiento de la
deuda externa. Bajo el paradigma neoliberal, que se materializa en los 10 puntos
del denominado Consenso de Washington, se promovió a través de estos programas
la liberalización comercial y de los flujos de capital, la desregulación del
mercado del trabajo y la reducción del tamaño y las competencias del Estado,
cuya “interferencia” en el libre funcionamiento del mercado se consideraba una
de las principales causas de los desequilibrios. Así mismo se buscó reducir los
elevados niveles de déficit fiscal que se veían como determinantes clave a la
hora de explicar el sobreendeudamiento de los países de la región.
Si bien estas reformas acarrearon un alto costo social, en aquél momento fueron
justificadas apelando a los supuestos mayores beneficios que a través de ellas
se conseguirían, al favorecer el control de la inflación, la reducción del
déficit fiscal y el crecimiento económico a partir de un incremento en las
exportaciones, lo que permitiría, por una parte, controlar el endeudamiento
externo y, por la otra, garantizar el cumplimiento de las obligaciones ya
contraídas.
Fue en este ambiente de optimismo que la mayoría de los gobiernos
latinoamericanos implementaron los PAE, obteniendo un reconocido éxito en el
control de la inflación y en la reducción del déficit público. Sin embargo, el
crecimiento no fue el esperado, y registraría durante la década de los 90 una
modesta tasa promedio anual del 3.2%, que se ubica muy por debajo de las
registradas con anterioridad a la crisis de la deuda, que rodearon el 6%.
A pesar de la implementación de los PAE, de los efectos positivos que estos
tuvieron y de los altos costos pagados por las sociedades que los implementaron,
la deuda externa latinoamericana durante los siguientes 15 años siguió en
aumento: entre 1990 y 2004 tuvo un incremento del 70.23%, al pasar de 439.747
millones de dólares a 748.575 millones, registrando una tasa de crecimiento
promedio anual del 4% y ubicándose por encima de la tasa de crecimiento promedio
anual del conjunto de la economía regional. Este incremento resulta aún más
significativo si se le considera en relación con el PIB regional, dentro del
cual el endeudamiento externo latinoamericano pasó de representar el 41.34% en
1990 al 47.64% en el 2004. Durante el mismo período el servicio de la deuda
creció a un mayor ritmo, con una tasa de crecimiento promedio anual de 9.92%, lo
que representa más del doble de la tasa de crecimiento promedio anual de los
desembolsos por concepto de la deuda externa y cerca de tres veces la tasa de
crecimiento promedio anual de la economía regional.
De hecho, si se suman los montos pagados por el conjunto de países de América
Latina por concepto del servicio de la deuda durante estos 15 años, el resultado
es 1’586.443,6 millones de dólares, cifra que resulta casi equivalente al entero
PIB regional para el 2004 y que representa más del doble del total de la deuda
desembolsada para el año 2004, en la que además se incluye la deuda contraída
con anterioridad a 1990. Esto quiere decir, que el conjunto de países de América
Latina ha desembolsado por concepto del servicio de la deuda 837.868,6 millones
de dólares más de los 748.575 millones de dólares que le han sido prestados,
demostrando el peso de los intereses respecto a la amortización de capital en el
servicio total.
Al respecto vale la pena subrayar el saldo de los Flujos Netos de Deuda para
América Latina presentado en el Global Development Finance 2004, preparado por
el Banco Mundial, según el cual para el año 2002 la región tuvo un resultado
negativo de -7.883 millones de dólares, mientras que para el conjunto de los
países en desarrollo los flujos netos de deuda representaron 7.341 millones de
dólares. Estas cifras muestran, una vez más, cómo la transferencia directa de
recursos desde los países deudores de la región por concepto del pago del
servicio, incluyendo los intereses, es mayor a los montos recibidos por nuevos
desembolsos. Si se considera el dato correspondiente a las transferencias netas
sobre la deuda, que es equivalente a -47.547 millones de dólares, se puede
deducir que para ese mismo año el pago de intereses corresponde a 39.664
millones de dólares.
De esta forma se demuestra que en gran medida es el oneroso peso del servicio la
determinante clave para explicar por qué durante el período 1990-2004 –a pesar
del incremento de la IED en la región y de otras formas de entradas de flujos de
capital–, la transferencia neta de recursos hacia América Latina representa sólo
15.831,8 millones de dólares, menos de una centésima parte de los pagado durante
el mismo período por concepto de servicio de la deuda.
Estos datos permiten claramente rebatir la idea que se viene posicionando acerca
de la mínima importancia que está teniendo para las economías latinoamericanas
el problema de la deuda externa desde la adopción del Plan Brady. Por el
contrario, muestran cómo esta alternativa de “solución”, al igual que las demás
iniciativas presentadas por la comunidad financiera internacional con el
objetivo de superar o prevenir situaciones de incumplimiento de obligaciones ya
contraídas, han sido formuladas a partir de los intereses de los países
acreedores, con el propósito fundamental de resolver el problema de los
inversionistas en deuda pública (Jiménez, 2004:2). Así lo han evidenciado tanto
los programas de reestructuración de deuda dirigidos a los países de ingresos
medios (la mayoría de la región), como aquellas iniciativas de alivio y
condonación focalizados en las economías más pobres y severamente endeudadas.
Uno de los mayores problemas que opaca la implementación de este tipo de
iniciativas, y que se traduce en su imposibilidad de representar soluciones
reales al sobreendeudamiento que aqueja a los países deudores, es partir de un
diagnóstico limitado de la cuestión, concentrado escasamente en el tema de la
política fiscal con miras a garantizar el cumplimiento futuro de las
obligaciones, sin que se aborde la compleja dinámica que determina la
incapacidad de pago, y dentro de la cual juega una amplia gama de factores,
tanto domésticos como externos. Incluso, se podría afirmar que a medida que
avanza la globalización financiera los segundos tienden a primar sobre los
primeros. En consecuencia, no parece haberse avanzado mucho durante los últimos
15 años en la consecución del objetivo de garantizar la sostenibilidad del
endeudamiento externo de los países latinoamericanos, así como tampoco en las
reformas que ésta implicaría respecto a la entera arquitectura financiera
internacional.
Si se considera que durante estos 15 años los recursos pagados por el servicio
de la deuda –que, como se vio anteriormente, duplican con creces los desembolsos
recibidos–, se hubiesen podido invertir de manera más productiva para la región,
por ejemplo, aumentando el gasto social, puede afirmarse, sin lugar a dudas, que
este tipo de iniciativas han promovido que el servicio de la deuda se mantenga
como un claro obstáculo para mejorar los desempeños de estas economías y, de
esta manera, para abonar los caminos del desarrollo humano y avanzar en la
reducción de la pobreza.
También es importante reconocer que la implementación de las reformas contenidas
en los PAE tiende a agudizar la fragilidad de las economías latinoamericanas
respecto a la extrema volatilidad que caracteriza actualmente los flujos
externos de capital, al limitar aún más la ya minúscula capacidad de los
gobiernos de la región de aplicar medidas para la prevención y el manejo de las
crisis, al despojar al Estado de los mecanismos de las políticas monetaria y
cambiaria utilizadas tradicionalmente para enfrentar este tipo de situaciones, a
través de la liberalización y desregulación impuestas.
En este sentido parece identificarse una especie de paradoja en las
condicionalidades que la comunidad financiera internacional viene exigiendo a
las economías de la región desde la década de los 90 con el fin de mantenerse en
el juego de los mercados internacionales de capital, pues al promover la
liberalización comercial y la de los flujos de capital se aumenta la
vulnerabilidad de estas economías en dos sentidos: por una parte, la
liberalización comercial genera un patrón de desarrollo siempre más concentrado
en la producción de bienes intensivos en recursos naturales y mano de obra
barata, que conduce a un deterioro tendencial de la balanza comercial cuyo
déficit tiene que seguir siendo financiado contrayendo nueva deuda. Por la otra,
la liberalización de las cuentas de capital agudiza la volatilidad de los flujos
de capital, particularmente de aquellos de corto plazo.
Tal vez una parte importante del problema radica en la necesidad de ampliar y
actualizar el diagnóstico que se mantiene hasta el momento acerca de las razones
que determinan el surgimiento de la crisis en los pagos, y en el cual toda la
responsabilidad de la situación recae sobre las economías emergentes y sus
manejos supuestamente imprudentes que, al derivarse en episodios de iliquidez,
son considerados como la causa principal del incumplimiento en las obligaciones.
Ampliarlo, porque se trata de una aproximación parcializada, que parece liberar
a los acreedores y a sus gobiernos de asumir esa considerable porción de la
responsabilidad que les corresponde, así como una mayor parte de los costos que
implican las soluciones y que, hasta ahora, a través de los procesos de ajuste,
son pagados principalmente por las sociedades de los países deudores. Y
actualizarlo, porque cada vez hay más indicios para pensar que a medida que se
intensifica la globalización financiera, la cuestión de la estabilidad
internacional no va a depender de los esfuerzos fiscales realizados
individualmente por los gobiernos de las economías medias y pequeñas, o incluso
grandes, sino más bien de la capacidad del sistema financiero internacional de
lograr una mayor gobernabilidad sobre los volátiles flujos de capital.
En este sentido parece necesario reconocer que, a pesar de la insistencia de la
comunidad financiera internacional por garantizar una absoluta liberalización de
este tipo de flujos, uno de los mayores problemas que caracteriza la fase actual
de la globalización es, justamente, la ausencia de reglas de juego con las que
operan los mercados internacionales de capital, cuyos movimientos trasnacionales
se hacen cada vez más volátiles, no sólo a causa de la revolución tecnológica
–que sin lugar a dudas es importante–, sino también, y sobre todo, por los
intereses especulativos que en general inspira a los inversionistas.
Cuando se hace referencia a las reglas de juego, se piensa en la construcción de
un andamiaje institucional que sea capaz de ejercer un control, de imponer
algunas restricciones, que pueda prevenir, manejar y solucionar las crisis, que
sea accountable y, sobre todo, que sea capaz de cumplir esa función de
estabilización mundial que las instituciones heredadas de Bretton Woods son
incapaces de cumplir desde los años 70. Ante esta ausencia, el funcionamiento
del sistema financiero internacional asume una extraña dinámica en virtud de la
cual los países pobres terminan por financiar los ostentosos modelos de consumo
de las sociedades de los países industrializados, y no al revés, como lo
presupone la teoría económica.
Las cifras revelan que las economías emergentes de la región, que mantienen una
fuerte necesidad del financiamiento externo para consolidar sus procesos de
desarrollo, han aumentado su vulnerabilidad, a unos costos sociales altísimos,
sin que esto se haya visto medianamente compensado por un incremento
considerable en las entradas netas de capitales, por un crecimiento de las
exportaciones netas y por una disminución en las primas de riesgo que siguen
siendo elevadas para la mayoría de las economías latinoamericanas: la
liberalización no significa una mejor inserción de la región a la globalización
financiera.
Así lo indican las dificultades que tiene América Latina para recuperarse de los
efectos negativos que tuvo para el conjunto de la región la crisis asiática que
contagió a Brasil en 1998, y que demuestra que no es tan cierta la idea
predominante hasta finales de los 90, según la cual el proceso de integración
financiera se desarrollaba de manera cíclica, por lo que se podía esperar con
optimismo un nuevo período de expansión que, sin embargo, no llegó, dando origen
a una nueva media década perdida.
Y aún cuando durante los últimos dos años la economía latinoamericana parece
haber recuperado una tendencia al crecimiento, con una tasa promedio anual del
4%, es necesario reconocer que esta tasa sigue estando muy por debajo de las
requeridas para recuperar el tiempo perdido y para empezar finalmente a avanzar
con pasos firmes en las vías de un desarrollo que, a partir de un consenso
entorno a la reducción de la pobreza, pueda adquirir un verdadero sentido
humano.
América Latina y las Iniciativas Recientes de Alivio de Deuda
La llamada crisis de la deuda demostró la insuficiencia de los mecanismos de
reestructuración de deuda con los que tradicionalmente había contado la
comunidad financiera internacional para hacer frente a una situación
generalizada de incumplimiento, como la registrada durante los primeros años de
la década de los 80. Dichos mecanismos se habían canalizado principalmente a
través del Club de París, en la medida en que los organismos multilaterales
mantuvieron, hasta entonces, un estatus especial de acreedores preferenciales
para los que no había ningún tipo de renegociación posible, argumentando la
naturaleza de los fondos disponibles y las particulares funciones de
estabilización internacional que debían cumplir este tipo de instituciones.
De esta manera sólo a partir de la década del 90 a los mecanismos de
rescheduling se les agregan distintas propuestas de alivio o cancelación de
deuda (debt relief), cuyo objetivo fundamental es garantizar la sostenibilidad
financiera de las deudas contraídas por los países en desarrollo,
particularmente de los países más pobres del mundo, de modo que se pueda evitar
a toda costa incurrir en nuevos episodios de default.
Usualmente se considera que las operaciones de cancelación de deuda implican
simplemente que los acreedores borran de sus balances los montos
correspondientes y, que en esa medida, no acarrean mayores costos. Nada más
lejos de la realidad pues, la mayoría de estas acciones son definidas
fundamentalmente a partir de los intereses de los acreedores para quienes, ante
la perspectiva de perder el entero monto prestado por la condición de
insolvencia de los deudores, una devolución así sea parcial constituye en sí
misma una ganancia. En este sentido, resulta particularmente importante
considerar que existe un mercado secundario donde se comercializan los títulos
de deuda determinándose su verdadero valor actual, porque cuando el deudor se ve
en dificultades para cumplir con las obligaciones contraídas, es allí donde su
precio será inferior al nominal (Missaglia, 2006:84).
En consecuencia, la puesta en marcha de operaciones de alivio de deuda implican
la intervención de terceros actores, que pueden ser de muy diversa naturaleza ,
quienes asumen la responsabilidad de devolver la parte acordada de la deuda al
acreedor, generalmente a partir del valor de la deuda en el mercado secundario,
asumiendo de todas maneras unos altísimos costos que, de hecho, se reflejan en
la participación creciente de las operaciones de alivio de deuda en los
presupuestos destinados a la ayuda oficial al desarrollo.
Si bien este tipo de operaciones de cancelación de deuda buscan aliviar la carga
del servicio para los países deudores, la manera como se han desarrollado
termina por beneficiar adicionalmente a los acreedores, porque la compra, así
sea parcial, de los títulos de deuda por parte de un tercer actor puede ser
interpretada con optimismo por los demás agentes del mercado secundario y
reflejarse consecuentemente en un aumento del valor que se fija, a partir de
entonces, a los títulos restantes del mismo deudor, beneficiando al acreedor
original, cuyas posibilidades de recuperar ese dinero parecían mínimas ante la
insolvencia del deudor.
Después del Plan Brady, los países deudores de la región se han beneficiado de
distintas renegociaciones con el Club de París, que a partir de la década del 90
ha modificado en varias ocasiones los términos o condiciones bajo las cuales se
realizan este tipo de operaciones, tratando de aumentar su concesionalidad.
Adicionalmente, algunos de los países de la región con mayores dificultades han
participado de la iniciativas formuladas por las IFI para los países más pobres
severamente endeudados, conocidas como HIPC I y II (por sus siglas en inglés
Heavily Indebted Poor Countries) y, más recientemente, en la Iniciativa
Multilateral de Alivio de Deuda (MDRI, por sus siglas en inglés). No obstante la
sostenibilidad del endeudamiento externo latinoamericano no ha tendido a mejorar
acaso porque no logran romper el círculo vicioso que describe la dinámica misma
del endeudamiento externo donde, ante la acumulación de atrasos, los países
deudores se ven obligados a contraer nuevos créditos cada vez en condiciones más
desfavorables para ellos, constituyéndose en un claro obstáculo para el take-off
de su desarrollo económico.
Respecto a la iniciativa Hipc es importante resaltar el poco impacto que ha
tenido en América Latina, ya que solamente tres países de la región resultaron
elegibles para beneficiarse de su implementación: Bolivia y Nicaragua dentro de
la propuesta Original; y Honduras, elegido tras la ampliación de 1999 . Esta
mínima participación latinoamericana demuestra que en el origen de la Hipc se
encuentra la creciente preocupación de la Comunidad Internacional respecto a la
“inviabilidad” que amenaza a las naciones africanas, de modo que los indicadores
para valorar la sostenibilidad de la deuda en el marco de este mecanismo
responde a las necesidades de abarcar estos contextos extremadamente críticos y,
en esa medida, pueden no reflejar los problemas que enfrentan economías de
ingresos medios y medio-bajos como las latinoamericanas en relación con la deuda
externa.
Así mismo llama la atención corroborar cómo los países que alcanzaron un mayor
número de acuerdos de renegociación con el Club de Parías durante el período de
estudio (1990-2004), son los mismos que, por su bajísimo nivel de ingresos y
endeudamiento desmedido, resultaron elegibles dentro de la Iniciativa Hipc,
lanzada en 1996 por el FMI y el Banco Mundial. Tal es el caso de Bolivia con 6
acuerdos con el Club de París, Honduras también con 6 y Nicaragua con 5. De
alguna manera este hecho evidencia la insuficiencia de estas iniciativas para
modificar el perfil crónico de estos deudores, que no logran alcanzar un nivel
endeudamiento que sea sostenible para su propia economía.
Ante la insuficiencia de las distintas ofertas de alivio de deuda implementadas
durante la década de los 90, se abre un importante cuestionamiento acerca de la
necesidad de promover otro tipo de propuestas que, concentradas en las economías
de ingresos medio y medio-bajo, sean diseñadas como alternativas de solución a
los problemas relacionados con la sostenibilidad del endeudamiento externo y que
mantengan esa misma intención de proveer un tratamiento más integral a los
países deudores, contribuyendo a avanzar en al lucha por la reducción de la
pobreza.
El problema de la mayoría de las economías emergentes de América Latina en
relación con su endeudamiento externo tiene que ver con el impacto negativo que
éste representa anualmente a través de su servicio sobre el crecimiento de la
región, en la medida en que se están sacrificando recursos vitales para mejorar
los niveles de ahorro doméstico y posibilitar un incremento en las tasas de
inversión.
Este asunto resulta particularmente grave si se analiza el rol de detonador que
juega este tipo de economías en el surgimiento de las crisis financieras
internacionales que se generan a partir de la década del 90, cuyos epicentros
son, por lo general, economías emergentes consideradas “exitosas” (Ffrench-Davis,
2001), que logran constituirse en mercados atractivos para los inversionistas
internacionales. Las grandes deudas contraídas por estos países pueden generar,
en caso de incumplimiento en las obligaciones, impactos inesperados sobre el
entero sistema financiero internacional.
Acerca de los indicadores utilizados para la valoración de la sostenibilidad del
endeudamiento externo
A partir de la Crisis de la Deuda valorar la sostenibilidad del endeudamiento
externo de un país se convirtió en una necesidad importante con el fin de evitar
la repetición de episodios de inestabilidad semejantes, y se hizo objeto de
reflexión y análisis, desde distintas perspectivas. Sin embargo, el tratamiento
de este tema se hizo predominante considerando únicamente las condiciones de
solvencia que debía tener un país para responder regularmente a sus obligaciones
internacionales, priorizando el mantener una buena calificación por parte de los
acreedores internacionales, garantizando una buena disponibilidad crediticia.
Esta concepción de hecho ha fundamentado la aproximación del Fondo Monetario
Internacional y el Banco Mundial que tradicionalmente han definido con fines
analíticos la sostenibilidad del endeudamiento externo de un país como “su
habilidad para cumplir a cabalidad con el servicio de sus obligaciones de la
deuda, presentes y futuras, sin tener que recurrir a renegociaciones o a la
acumulación de moratorias, y sin comprometer el crecimiento” (IMF – WB, 2001:4).
Sin embargo, esta última parte de la definición ha sido más bien descuidada,
mientras se ha privilegiado una aproximación que es en apariencia más técnica, y
que se concentra en la cuestión de la estabilidad financiera.
Es fundamental reconocer que el tema del financiamiento del desarrollo no es un
asunto de corto plazo, de modo que se entienda que la cuestión de la
sostenibilidad de la deuda externa es un problema de largo plazo, en la medida
en la que depende de la consolidación de procesos de desarrollo. De allí que la
noción de sostenibilidad del endeudamiento externo deba involucrar por lo menos
los siguientes tres criterios (Vaggi, 2002):
- Que de manera realista se pueda esperar el repago de la deuda de acuerdo con
las condiciones del contrato financiero.
- Que la sostenibilidad permita unas tasas de crecimiento del PIB decentes en el
largo plazo.
- Que la sostenibilidad sea compatible con mejoras en el desarrollo humano
incluso en el corto plazo.
Desde esta perspectiva el debate del pago de todas las obligaciones
internacionales por parte de un país, solamente parece adquirir sentido si se
cumplen los dos últimos puntos, pues no sería posible si los países deudores no
encuentran un camino de desarrollo sostenible, que resulta improbable ante la
exclusión económica y social que pueden generar las crisis en el corto plazo.
Conceptualmente, los problemas con los indicadores de sostenibilidad del
endeudamiento público se originan en el análisis que realizan respecto a la
dinámica de la deuda, y que se basa en un supuesto horizonte infinito de
solvencia. Por este motivo, en general, el análisis tiene una mínima
aplicabilidad práctica, haciendo prevalecer una mirada financiera sobre la
cuestión, sin permitir valorarla en concordancia con el desarrollo en su
dimensión más compleja: la del desarrollo humano.
No obstante, es importante reconocer el esfuerzo realizado durante los últimos
decenios por construir distintos tipos de indicadores que tienen la pretensión
de tener un alcance más práctico en la valoración de la sostenibilidad del
endeudamiento externo de un país. En este sentido se pueden identificar los
siguientes tipos de indicadores (Unctad, 2004:43):
- Indicadores del Stock nominal de la deuda: que son los más utilizados para
valorar la situación de los países industrializados. En este sentido vale la
pena señalar que dentro de las condicionalidades establecidas por la Unión
Europea a los países que pertenecen a la Unión monetaria, se ha definido el
umbral de sostenibilidad en el 60% del PIB.
- Indicadores en Valor Neto Presente: se considera que son los más apropiados
para la valoración de la sostenibilidad del endeudamiento de las economías
emergentes, en la medida en que permiten tener en cuenta todas las obligaciones
futuras por el servicio de la deuda, así como los distintos niveles de
concesionalidad de los préstamos obtenidos.
- Indicadores de Servicio de la Deuda: que son los más utilizados para valorar
la sostenibilidad de la deuda en el corto plazo, por lo que avalúan también los
niveles de vulnerabilidad respecto al endeudamiento externo.
Adicionalmente, a la hora de considerar la cuestión de la sostenibilidad
resultan útiles, aunque no suficientes, indicadores que buscan caracterizar, más
que valorar, la deuda externa de un país, como por ejemplo el porcentaje de
participación de la deuda pública y de la privada en la deuda total, o el peso
del endeudamiento a corto plazo, respecto al de mediano y largo plazo. La
información en que se traducen ayuda a complementar el análisis.
Las IFI utilizan una serie de ratios construidas a partir de los distintos tipos
de indicadores en relación con el PIB, o las exportaciones de bienes y
servicios, o de los ingresos fiscales, con la intensión de avanzar más
fácilmente en la comparación de los datos, que muchas veces se toman a partir de
metodologías distintas. Sin embargo, más que de la sostenibilidad del
endeudamiento, éstos son indicadores de la capacidad de pago de los países, de
las garantías que ofrecen para el reembolso de los créditos obtenidos, ya sea a
partir de la riqueza que generan, o de la parte de esa riqueza que se obtiene en
divisas transferibles. De esta manera resulta obvio que estos indicadores han
sido diseñados por y para los acreedores y “sólo permiten conocer en qué medida
la riqueza disponible por un país le permitirá garantizar el cumplimiento de sus
‘deberes’ como país deudor” (Combarnous, 2005).
No es sencillo en todo caso hacer esta valoración. En este sentido es importante
reconocer que una de las mayores dificultades para analizar la sostenibilidad
del endeudamiento público en el largo plazo radica en la imposibilidad de
considerar en los modelos de análisis la inestabilidad de los precios
internacionales de las materias primas, por lo que resulta verdaderamente
difícil hacer una estimación de las entradas correspondientes a las
exportaciones.
Más recientemente el panorama parece haberse hecho más complejo en la medida en
que aparece también la cuestión acerca de la extrema volatilidad de los flujos
de capital que actualmente dominan la economía, lo que hace aún más imprevisible
su comportamiento, dificultando en consecuencia el desarrollo de un análisis
respecto la sostenibilidad del endeudamiento externo.
En todo caso parece ser claro que durante los próximos años las economías
emergentes van a seguir recurriendo al endeudamiento externo como fuente de
recursos para financiar sus procesos de desarrollo. Sin embargo, frente a la
ausencia de indicadores apropiados para valorar la sostenibilidad de la deuda
externa en el largo plazo, parece difícil saber si se podrán evitar en el futuro
nuevas crisis de la deuda, o si en realidad puede existir una deuda externa que
no esté minando la senda del crecimiento económico y del desarrollo humano, en
vez de promoverlo.
Acerca del desarrollo humano
En la historia reciente de los estudios del desarrollo empezó a utilizarse el
concepto de Desarrollo Humano producto del reconocimiento de la insuficiencia
del crecimiento económico como garantía del bienestar, y de la necesidad de
entenderlo desde una perspectiva más amplia e integral, más social y, en ese
sentido, más humana.
Según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo –Pnud– (2006) el
“desarrollo humano es el proceso de ampliación de las opciones de la gente,
aumentando las funciones y capacidades humanas. De esta manera el desarrollo
humano refleja además los resultados de esas funciones y capacidades en cuanto
se relacionan con los seres humanos. Representa un proceso a la vez que un fin.
En todos los niveles del desarrollo las tres capacidades esenciales consisten en
que la gente viva una vida larga y saludable, tenga conocimientos y acceso a
recursos necesarios para un nivel de vida decente. Pero el ámbito del desarrollo
humano va mucho más allá: Otras esferas de opciones que la gente considera en
alta medida incluyen la participación, la seguridad, la sostenibilidad, las
garantías de los derechos humanos, todas necesarias para gozar de respeto por sí
mismo, potenciación y una sensación de pertenecer a una comunidad. En
definitiva, el desarrollo humano es el desarrollo de la gente, para la gente y
por la gente” (Pnud, 2006).
Esto significa que para valorar el nivel de desarrollo de un país no basta con
considerar el nivel de ingreso de sus habitantes, sino que es necesario incluir
otras variables tratando de capturar lo que sería el bienestar del que goza una
sociedad. En respuesta a esa necesidad a partir del año 2000 el Pnud desarrolló
el denominado Índice de Desarrollo Humano –IDH– con el objetivo de generar un
instrumento útil para los analistas y formuladores de políticas a la hora de
valorar dicho bienestar, tratando de ser sensibles a otras preocupaciones que
además de la productividad resultan cruciales a la hora de pensar el desarrollo,
como la equidad, la sostenibilidad y la ampliación de los medios de acción con
los que cuentan los ciudadanos.
Se trata de un “indicador compuesto que mide los avances promedio de un país en
función de tres dimensiones básicas del desarrollo humano: Una vida larga y
saludable medida según la esperanza de vida al nacer; la educación, medida por
la tasa de alfabetización de adultos y la tasa bruta combinada de matriculación
en educación primaria, secundaria y terciaria; y un nivel de vida digno medido
por el PIB per cápita” (Undp, 2004).
Si bien se puede pensar que el ser el desarrollo humano es un concepto sumamente
amplio para ser relacionado con un indicador compuesto, el IDH se ha convertido
en un gran aporte en la medida en que ofrece una alternativa a la utilización
escueta del ingreso como indicador de bienestar, de fácil y posible medición a
través de la utilización de información estadística básica disponible para a
gran mayoría de países.
El presente estudio se alimenta de estos avances conceptuales recientes,
reconociendo la necesidad de ampliar su campo de acción sobre aspectos tan
importantes para el desarrollo como la sostenibilidad del endeudamiento externo,
que es un tema crucial para varias economías emergentes, particularmente las
latinoamericanas que históricamente se han visto afectadas por la cuestión,
considerando que el servicio de la deuda tiene un impacto negativo sobre el
desempeño presente y futuro de los países deudores, en la medida en que implican
un sacrificio en consumo o en inversión.
Sostenibilidad social (humana) de la deuda
En términos generales se puede considerar que la cuestión de la sostenibilidad
de la deuda externa se encuentra ligada al crecimiento, en la medida que depende
claramente de la relación que exista entre el ritmo de crecimiento de la
economía y las tasas reales de interés.
En este sentido la condición tradicional de la sostenibilidad financiera del
endeudamiento externo es:
g > i (1)
Donde g es la tasa de crecimiento del PIB e i es la tasa de interés real pagado
sobre la deuda.
Cuando se verifica esta condición el país endeudado genera en el tiempo una
cantidad de recursos más que suficientes para repagar el crédito, incluyendo los
intereses. De esta manera el crecimiento de las exportaciones se constituye en
un factor determinante, junto con el análisis de la propensión marginal tanto de
las exportaciones como de las importaciones.
Sin embargo, es importante considerar que esos mismos recursos que se destinan
al cumplimiento de las obligaciones internacionales también hubieran podido
servir para a hacer más digna la vida de muchas personas, por ejemplo bajo la
forma de gastos destinados a salud y educación, que se consideran claves a la
hora de pensar en términos de desarrollo humano.
Surge entonces la inquietud de pensar en una condición de sostenibilidad social
(humana) de la deuda externa, según la cual el servicio no implique unos costos
económicos, sociales, políticos y culturales demasiado altos para los países
deudores, que puedan comprometer su desarrollo humano.
Se parte pues de la idea que el crecimiento total de los recursos debe permitir,
antes que nada, el mejoramiento promedio de las condiciones de vida, es decir,
un mejoramiento del desarrollo humano antes que el pago efectivo de la deuda.
Pensando de aquí en adelante en términos de PNB (y ya no en términos de PIB) e
indicando con g la tasa de crecimiento del PNB, la condición de sostenibilidad
se puede escribir como:
g > p + k (2)
Donde p es la tasa de crecimiento de la población y k es la tasa de crecimiento
del PNB per capita que se considera necesario para garantizar el logro de unas
condiciones de desarrollo humano decentes.
Con el fin de verificar si se cumple o no la condición de sostenibilidad social
de la deuda en América Latina, en el marco del presente estudio se han
seleccionado cuatro casos de estudio de los que se ocupa la segunda parte,
definiéndose como horizonte temporal de referencia el año 2015, fecha estimada
para el presunto cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio –ODM–
Considerando que para cada país se puede obtener p a través de las proyecciones
demográficas y g de las previsiones que distintos institutos de investigación y
organizaciones internacionales (Banco Mundial, FMI, UNCTAD, UNDP, entre otros)
elaboran, queda abierta la pregunta acerca de cómo calcular k.
Para entenderlo se parte de considerar que cada país está caracterizado por un
IDH efectivo, denominado IDHe, y que en consecuencia asumirá un valor particular
para cada país. De tal modo que este IDHe puede estar más o menos cerca a un
nivel de desarrollo humano considerado decente, que se entiende como un IDH
objetivo y se define como IDHo, que corresponde entonces a un valor general
frente al cual confrontar la situación de todos y cada uno de los países
analizados en la segunda parte..
Naturalmente k tendrá que ser un valor aún más elevado en la medida en que sea
mayor la distancia del país analizado respecto al IDHo
En este punto la tasa de crecimiento del PNB per capita considerado como
objetivo o meta para el país A (kA) con el fin de garantizar la sostenibilidad
social del endeudamiento externo se puede calcular como:
(1- ) kg= kA (3)
Donde kg es un valor “general” para k, la tasa de crecimiento del PNB per capita
que los países muy distantes de una condición decente de desarrollo humano
tienen que alcanzar obligatoriamente con el fin de lograr un nivel de vida
decente para sus ciudadanos. Puede definirse en particular como IDHSM
correspondiente al valor umbral del IDH bajo el cual un país es valorado como
evidentemente muy pobre, pudiéndose introducir las siguientes reglas:
• Si IDHe < IDHSM entonces kA = kg
• En cada caso tendrá que ser kA > 1%
Una vez identificado k, se puede avanzar en caracterizar el factor humano para
la valoración de la sostenibilidad del endeudamiento externo como:
h = k + p (4)
¿Cómo valorar la sostenibilidad social de la deuda externa?
Con el fin de avanzar en la valoración de la sostenibilidad del endeudamiento
externo latinoamericano bajo la clave del “factor humano” se desarrollaron en la
investigación cuatro (4) casos de estudio. La selección de estos casos se basa
en la necesidad de identificar diferentes escenarios regionales que pudieran ser
útiles a la hora de analizar la compleja dinámica de la deuda externa que en
América Latina es un problema histórico; de modo que a través del análisis se
pueda contribuir a determinar el impacto que el problema de la deuda sigue
teniendo en los procesos de desarrollo de estas economías emergentes, en
particular, bajo la perspectiva del cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo
del Milenio –ODM– en el 2015. Adicionalmente se espera contribuir a enriquecer
la reflexión acerca de la efectividad que pueden tener las iniciativas de alivio
implementadas hasta el momento por parte de la Comunidad Financiera
Internacional en un mejoramiento real de los niveles de sostenibilidad del
endeudamiento externo de estas economías, con el fin de brindar algunas luces
sobre las la definición a futuro de estrategias de condonación que puedan
resultar más idóneas para el contexto latinoamericano. Para ello, se considera
importante que los cuatro casos compartan, como rasgo común, el ser clasificados
como economías severamente endeudadas en 1990, y pueden ser de medio o bajo
ingreso.
Los 4 casos son categorizados en dos grupos, utilizando como criterio el haber
sido, o no, elegible en el marco de la iniciativa Hipc que, a pesar de todas las
limitaciones, se considera quizás el más importante de los esfuerzos recientes
realizados por parte de la comunidad financiera internacional para plantear una
respuesta al dramático problema de las economías más pobres del mundo totalmente
estranguladas por desbordados niveles de endeudamiento externo. Dentro de la
categoría “Países No-Hipc” fueron seleccionados Brasil y Perú, mientras que a la
categoría “Países Hipc” corresponden Nicaragua y Bolivia.
Para cada uno de los casos se desarrolló, en primer lugar, un breve recuento
histórico de la evolución en el comportamiento de la deuda externa a partir de
1990, buscando conocer la evolución pos crisis de la deuda, identificando fases
de expansión y de contracción de acuerdo con los movimientos de capital en
relación con los resultados del Balance de la Cuenta de Capital y Financiera,
dentro de las cuales se inscribe el análisis del endeudamiento externo.
En segundo lugar, en cada caso se avanzó en una valoración de la sostenibilidad
social del endeudamiento externo retomando algunas contribuciones teóricas
planteadas por los economistas Gianni Vaggi (1993) y Marco Missaglia (2006) .
Para ello se siguieron en cada país los siguientes tres pasos:
1. Valoración del comportamiento de las tasas de variación del Consumo y la
Inversión en relación con el Servicio de la Deuda durante el período 1990-2004.
(Missaglia, 2006)
El objetivo de este análisis es evaluar si los países seleccionados como caso de
estudio vienen sacrificando el consumo y la inversión para poder cumplir con el
pago de sus obligaciones internacionales durante el período estudiado, de modo
que se pueda demostrar como “la deuda en sí misma crea condiciones negativas
para la reactivación del proceso de crecimiento” (Gianni Vaggi, 1993:123).
Al respecto se deben tener en cuenta dos consideraciones. La primera, es que el
servicio de la deuda puede constituirse en un factor desestimulante para que los
agentes tanto públicos como privados mejoren su desempeño. De hecho, el servicio
puede llegar a funcionar “en un 100% como un impuesto marginal en los ingresos
exteriores” (Edwards, 1989:268); estamos en el lado declinante de la curva. La
segunda, tiene que ver con el impacto negativo que puede acarrear el servicio
sobre el ahorro nacional y las inversiones, en detrimento del crecimiento
económico futuro.
Esta relación es importante por dos razones: Primero porque permite tener una
aproximación a las condiciones de vida de las que goza la población de un
determinado país a partir de la valoración del comportamiento del consumo, en el
cual se reflejan las posibilidades de tener acceso, o no, a los bienes y
servicios necesarios para alcanzar un nivel de vida digno. Segundo, porque
contar con una valoración respecto al desempeño de la inversión significa tener
una aproximación a las posibilidades con las que cuenta una economía para
mejorar su capacidad productiva a lo largo del tiempo, de lo que dependerá a
futuro un mejoramiento en el nivel de vida de la población.
2. Análisis de la elasticidad de las variables consumo, inversión y servicio de
la deuda respecto al PIB para el mismo período
El análisis de la anterior relación para los casos de estudio se complementa con
la estimación de las elasticidades del servicio de la deuda, el consumo y la
inversión con respecto al producto, de modo que se pueda evaluar cuál es el
impacto en el crecimiento del servicio de la deuda, el consumo y la inversión,
dado un cambio porcentual en el crecimiento de la economía.
Para ello se propone un análisis de regresión simple con un modelo logarítmico
que permita estimar la elasticidad de las distintas variables
3. Cálculo del indicador de sostenibilidad social propuesto en relación con el
cumplimiento de los ODM
Luego del análisis anterior resulta pertinente avanzar en la valoración de la
sostenibilidad del endeudamiento externo de los cuatro casos de estudio
utilizando el indicador propuesto en el presente estudio, donde se ha retomado
las consideraciones respecto al desarrollo humano, o del enfoque del “factor
humano” respecto a la sostenibilidad de la deuda (Vaggi, 2002).
Para el desarrollo del análisis se escoge como horizonte temporal de referencia
el período 2005- 2015, año definido para la presunta realización de los ODM.
Sostenibilidad de la Deuda y ODM
Para poder relacionar el tema de la sostenibilidad social de la deuda externa
con los ODM se consideran, en primer lugar, los 7 primeros Objetivos, que son
aquellos cuyos avances se pueden leer en clave nacional, a saberse: 1. Erradicar
la pobreza extrema y el hambre; 2. Lograr la enseñanza primaria universal; 3.
Promover la igualdad entre los sexos y la autonomía de la mujer; 4. Reducir la
mortalidad en los niños menores de 5 años; 5. Mejorar la salud materna; 6.
Combatir el VIH/SIDA, el paludismo y otras enfermedade; 7. Garantizar la
sostenibilidad del medio ambiente.
Para permitir su seguimiento, las Naciones Unidas ha traducido cada objetivo en
ciertas metas, cada una de las cuales cuenta con uno o más indicadores
específicos que permiten su valoración (http://mdgs.un.org/unsd/mdg/Home.aspx,
2006). De este modo los primeros 7 ODM a los que se ha hecho referencia se han
traducido en 16 metas de las cuales América Latina sólo ha alcanzado 2, la
primera de las cuales se refiere al acceso equitativo entre niños y niñas a la
educación básica primaria ubicado dentro del Objetivo 3; mientras que la segunda
a la vacunación contra el sarampión, que hace parte del Objetivo 4.
Adicionalmente, según el informe de progreso del 2005, solamente 6 de estas
metras se cumplirán en el 2015 si se mantienen las tendencias actuales, por lo
que 8, es decir la mitad, serían inalcanzables si se mantienen los patrones de
comportamiento existentes.
Al respecto dos cuestiones que vale la pena subrayar: la primera es la falta de
compromiso de los países de la región para mejorar la distribución del ingreso y
promover la erradicación de la pobreza. La segunda, es el retroceso que viene
registrando la región respecto a su sostenibilidad medioambiental, en gran
medida derivada del modelo de especialización de la producción en bienes
intensivos en recursos naturales.
Ahora bien, respecto al Objetivo 8, fomentar una asociación mundial para el
desarrollo, es preciso señalar que si bien se ha avanzado al incluir como una de
sus metas “Encarar de manera general los problemas de los países en desarrollo
con medidas nacionales e internacionales a fin de hacer la deuda sostenible a
largo plazo”, es lamentable que se haga utilizando simplemente como indicadores
de esto el número de países beneficiados por la Iniciativa HIPC, los montos de
alivio otorgados por esta iniciativa, y la tasa del servicio de la deuda como
porcentaje de las exportaciones de bienes y servicios. De este modo parece
perpetuarse también sobre los ODM una visión demasiado parcializada del problema
de la sostenibilidad del endeudamiento latinoamericano, sin que se avance en una
perspectiva más integral que la relacione verdaderamente con el desarrollo
humano.
CONCLUSIONES
En el marco de este análisis, que un país como Brasil, a pesar de destinar al
pago del servicio de la deuda una porción importante del crecimiento del PIB, no
incurra en la insostenibilidad social del endeudamiento externo, está
relacionado con el hecho de que ya este país al inicio del período analizado
tenía un nivel de desarrollo humano relativamente cerca al IDH definido como
objetivo. Esto implica, a causa del funcionamiento de las economías de escala,
que el sacrificio hecho por el pago de la deuda no tenga un impacto negativo
determinante sobre la acumulación de capital, en especial humano, condicionando
marginalmente las tasas de crecimiento a futuro.
Sin embargo es importante señalar que no se trata de una condición de
sostenibilidad social plenamente garantizada, en la medida en que los resultados
se encuentran demasiado cerca del límite de la insostenibilidad. De esta manera,
dada la alta vulnerabilidad estructural de esta economía, tal condición es
totalmente susceptible a variar, ubicando el crecimiento del PIB brasileño por
debajo del umbral de sostenibilidad social.
Esta cuestión resulta aún más preocupante si se considera que el actual
crecimiento del Brasil está relacionado con una estructura productiva basada en
la utilización intensiva de los recursos naturales, lo que plantea mayores
interrogantes acerca de la sostenibilidad, primero financiera, pero luego
también social y ambiental, de su desarrollo
En lo que concierne a la sostenibilidad financiera este tipo de especialización
productiva, donde se reserva al resto del mundo la producción de bienes con alta
elasticidad-ingreso de la demanda, conlleva irremediablemente, tarde o temprano,
a un déficit persistente de la balanza comercial que, si bien puede financiarse
temporalmente contrayendo nueva deuda, termina por frenar el crecimiento, que
resulta en este sentido claramente insostenible.
Esta fragilidad en el crecimiento que determina apenas la sostenibilidad social
del endeudamiento externo, dificulta además la implementación de políticas
redistributivas que, en un país como Brasil, acosado por elevados niveles de
desigualdad en la distribución de la riqueza y las oportunidades, serían
fundamentales.
De los cuatro casos analizados, el Perú es el que arroja mejores resultados
respecto a la valoración de la sostenibilidad social de su endeudamiento
externo, a pesar de presentar la más alta relación Deuda/PIB. Esto se debe al
buen desempeño que tiene la economía peruana durante los últimos años cuando, a
pesar de la especialización en la producción de bienes de más baja
elasticidad-ingreso de la demanda , la productividad del trabajo registra un
aumento muy importante. En este caso, el de una pequeña economía. No es
sorprendente ver como, en comparación con Brasil, la inserción de la economía
peruana a la economía mundial se ha acompañado por un aumento significativo de
la eficiencia, donde la especialización puede tener rasgos positivos, ante las
dificultad de producir todos los bienes y servicios de manera aceptable.
Es importante subrayar la participación de Perú en distintas alternativas de
alivio de deuda relacionadas con el gasto social, que pueden ofrecer pistas en
la reflexión acerca del debt relief y la sostenibilidad social.
Respecto a los países Hipc sorprende constatar cómo a pesar de las operaciones
de alivio de las que se han beneficiado y de las reformas estructurales que han
implementado para ello, aún no están cerca de alcanzar un nivel de
sostenibilidad financiera de su endeudamiento público, y mucho menos desde la
perspectiva del factor humano.
Para el caso de Bolivia es importante señalar que, si bien durante los primeros
años después de la liberalización se da un mejoramiento en los niveles de
productividad, lo que se traduce en un desempeño económico modesto, pero mejor
al registrado durante el período previo; éste no impidió que durante toda la
década del 90 la desigualdad fuera creciente. Esto evidencia la debilidad de la
política social del gobierno boliviano durante estos años, que en gran parte se
relaciona con la falta de recursos suficientes para destinar con este fin.
Las dos únicas fuentes de recursos para cubrir el gasto social son el
crecimiento económico y la liberación de recursos a través de las propuestas de
alivio de la deuda, que en este sentido resultan insuficientes para alcanzar la
sostenibilidad social del endeudamiento externo.
Los resultados que arroja el análisis de la sostenibilidad social evidencian el
fracaso en la implementación de la Hipc, sobre todo, si se considera que los
indicadores del punto de partida de Bolivia no eran tan dramáticos como la
mayoría de los países que resultaron elegibles, en su gran mayoría del África
Subsahariana. De hecho, la inclusión de Bolivia dentro de la más reciente
iniciativa de alivio para los países más pobres (Mdri) pareciera ser el
autorreconocimiento por parte de los organismos multilaterales de este fracaso;
llamando en todo caso la atención en que el país andino no aparezca ubicado
según la clasificación del Banco Mundial para el 2005 ni dentro del grupo de
países pobres, ni dentro de los severamente endeudados.
El caso de Nicaragua es, sin lugar a dudas, el más dramático de los cuatro (4)
analizados, no sólo por su severo endeudamiento externo sino, sobre todo, por
las profundas limitaciones de su sistema productivo. Para este tipo de economías
se hace más agudo el interrogante acerca de la efectividad que puedan tener las
iniciativas de alivio de deuda, pues aunque puedan llegar incluso al 100%,
resultaran insuficientes para romper la dinámica de la reiterada necesidad de
recurrir al endeudamiento externo. En este sentido se podría afirmar que
Nicaragua es un caso típico de un país sumergido en una “trampa de pobreza”, que
para salir de ella sería necesario un programa masivo, integral y coordinado, lo
que hace que una simple propuesta de alivio de deuda resulte claramente
insuficiente.
Adicionalmente se debe señalar que el alivio recibido por este país en el marco
de la Hipc no ha sido generoso, no sólo en términos del monto otorgado, sino
también de los procedimientos y tiempos que la implementación implica, problema
que es transversal en esta iniciativa y no se limita al caso nicaragüense. Estas
deberían ser dos lecciones aprendidas para la implementación de futuras
propuestas.
La deuda externa sigue siendo un obstáculo para el desarrollo de América Latina
por varias razones:
La primera, porque algunos países aún no alcanzan aun un nivel de sostenibilidad
social a pesar de las iniciativas de alivio que se han implementado en estos 15
años
La segunda, porque aún en aquellos países donde se verifica la sostenibilidad
social, se trata de una condición frágil.
La tercera, porque durante los últimos 15 años ninguna otra región del mundo ha
pagado tanto por concepto del servicio de la deuda como América Latina.
La cuarta, porque, como en el caso del Brasil, gran parte del crecimiento se
destina al pago de las obligaciones internacionales.
La quinta, porque la deuda externa sigue representando una porción importante
del PIB, particularmente en relación con el gasto social, que es el gran
sacrificado.
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