M. Pilar Flores Asenjo: PFlores@pdi.ucam.edu
M. Concepci�n Parra Mero�o: MCParra@pdi.ucam.edu
RESUMEN:
El objetivo actual de las pol�ticas de desarrollo rural consiste en
compatibilizar una agricultura competitiva en el mercado internacional y
respetuosa, a su vez, con el medioambiente y con el mantenimiento de las �reas
rurales. La reorientaci�n de los mecanismos de apoyo a la agricultura de la PAC
debe tener en cuenta este objetivo, as� como los resultados de las negociaciones
comerciales en la OMC y la necesidad de cohesi�n econ�mica de los nuevos pa�ses.
Las distintas revisiones de las pol�ticas medioambientales europeas reflejan la
necesidad de acelerar el ritmo de aplicaci�n de la legislaci�n ambiental, crear
indicadores efectivos de las presiones sobre el medioambiente, buscar la
coherencia pol�tica y analizar las causas de la dificultad de aplicaci�n de las
mismas, para cumplir los compromisos.
PALABRAS CLAVE: Participaci�n en programas agroambientales, pol�ticas
medioambientales europeas, �reas rurales.
Desarrollo sostenible y
poblaci�n
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La p�rdida de importancia relativa de la agricultura en el contexto de las
econom�as nacionales y, por tanto, en las decisiones pol�ticas, la dificultad
para organizar y defender adecuadamente los intereses de los agricultores
contribuyen a reducir el atractivo de las �reas rurales m�s agrarias causando su
envejecimiento y despoblamiento. El resurgimiento del concepto de desarrollo
sostenible y el creciente movimiento ambientalista, a trav�s de la idea de la
multifuncionalidad de la agricultura, pueden contribuir a cambiar esta
tendencia.
El objetivo actual de las pol�ticas de desarrollo rural consiste en
compatibilizar una agricultura competitiva en el mercado internacional y
respetuosa, a su vez, con el medioambiente y con el mantenimiento de las �reas
rurales (cada vez m�s despobladas y marginadas). La reorientaci�n de los
mecanismos de apoyo a la agricultura de la PAC (pol�tica Agraria Com�n) debe
tener en cuenta este objetivo, as� como los resultados de las negociaciones
comerciales en la OMC (Organizaci�n Mundial de Comercio) y la necesidad de
cohesi�n econ�mica de los nuevos pa�ses. La gesti�n de los impactos ambientales
de la agricultura y su sostenibilidad adquieren especial relevancia debido a la
globalizaci�n de los mercados y de los problemas ambientales, la concienciaci�n
de los consumidores y aumento de las posibilidades de mercado de los productos
ecol�gicos, y el incremento de la demanda de actividades de ocio relacionadas
con el medioambiente y el paisaje agrario.
El futuro de la PAC, por tanto, se encuentra condicionado por las nuevas
prioridades de las pol�ticas econ�micas comunes (la agricultura se integra en la
r�brica de Desarrollo Sostenible y Protecci�n de los recursos naturales, al lado
de la pol�tica de medio ambiente y la pesquera), la progresiva extensi�n del
espacio comunitario (posiblemente 29 estados en el 2010) , la presi�n del
creciente proceso de globalizaci�n (recogido en acuerdos unilaterales,
bilaterales y multilaterales), la apertura de los mercados agrarios y las
exigencias de la sociedad europea sobre seguridad alimentaria y medioambiente.
Bryden (2002) y Savills (2001) identifican como fuerzas de cambio: la extensi�n
del espacio de la UE, los acuerdos de comercio OMC, la creciente
multifuncionalidad de las actividades agrarias, el incremento de la demanda
ambiental y de ocio, la idea de sostenibilidad y desarrollo sostenible, las
exigencias de seguridad alimentaria, la necesidad de cohesi�n econ�mico-social
de las regiones y la liberalizaci�n de los mercados. Adem�s, Savills (2001)
establece como factores espec�ficamente relacionados con la agricultura y el
cambio en el uso del suelo: las mejoras tecnol�gicas (que reemplazan la fuerza
de trabajo humana por maquinaria acentuando los beneficios de la habilidad de
gesti�n en la producci�n), los cambios en los sistemas normativos y
reglamentaciones y de los mercados (alimentario y de inputs), el nivel de renta
relativo del sector, la edad de los agricultores y el sistema de herencia de las
explotaciones, el coste de inversi�n en nuevas tecnolog�as y la aparici�n de
eventos inesperados (como determinadas enfermedades: gripe aviar, vacas locas,
etc.)
Las pol�ticas medioambientales y agr�colas deben de implementarse de forma
adecuada para lograr los objetivos que persiguen . La dificultad en el dise�o de
estrategias es mayor en el sector agrario debido a que, por ejemplo, las
emisiones contaminantes son de origen no localizado o difusas (non-point source
pollution) y, por tanto, su control y evaluaci�n es dif�cil y costosa. Otros
problemas en el dise�o de pol�ticas de control de da�os ambientales en el sector
son:
� La dificultad para evaluar los beneficios de las reducciones en los da�os
ambientales en comparaci�n con los costes sociales que suponen las estrategias,
ha llevado a establecer niveles m�ximos de emisi�n/contaminaci�n aceptables, y
buscar mecanismos para alcanzarlos al menor coste.
� La utilizaci�n de nuevas tecnolog�as podr�a incrementar, bajo determinadas
condiciones, el rendimiento de las explotaciones a la vez que reducir la
utilizaci�n de determinados inputs y contaminaci�n. Pero su implantaci�n
requiere un esfuerzo del productor en inversi�n en capital/trabajo que deber�a
ser compensado.
� Como los productores buscan el incremento y la estabilidad de sus rentas, los
(des)incentivos representan un importante instrumento para modificar su
comportamiento. La implementaci�n de instrumentos como imposiciones y grav�menes
o permisos negociables de emisi�n, requieren un control adecuado y costoso,
debido a que la contaminaci�n predominante en la agricultura no es de origen
localizable. La soluci�n a este problema estar�a en la combinaci�n de alguna de
las siguientes estrategias: asignaci�n colectiva de la responsabilidad de
conseguir un determinado nivel objetivo medioambiental, utilizaci�n de
incentivos financieros basados en el control de determinadas actividades en
�reas localizadas, restringir el uso y aplicaci�n de determinados inputs a
profesionales, crear y zonificar ciertas �reas sensibles de conservaci�n (como
periferias urbanas o bosques de ribera), control de �ndices y niveles de calidad
medioambiental e incremento de la educaci�n/investigaci�n ambiental.
� El dise�o de las pol�ticas deber�a tener en cuenta los cambios en las
regulaciones y reglamentaciones, que se producen como consecuencia de la
adquisici�n de nuevos conocimientos, y el coste del establecimiento de dichos
cambios (entre los que se encuentra la p�rdida de los beneficios que los
consumidores y agricultores obtienen de una regulaci�n normativa estable).
Esta visi�n es compartida por la mayor�a de los pa�ses desarrollados. Bajo el
Conservation Title (C.T.) de la Farm Bill 2002 (Programas de Conservaci�n del
Presupuesto de Pol�tica Agraria 2002), los Estados Unidos han establecido sus
programas medioambientales referidos a la pol�tica agr�cola. La mayor parte de
los presupuestos de los programas de conservaci�n del medio ambiente son
empleados para reducir el n�mero de hect�reas dedicadas a la explotaci�n agraria
(CRP y WRP) , como medida para reducir las externalidades negativas que �stas
provocan. Esta visi�n difiere de la pol�tica llevada por la UE, que pone mayor
�nfasis en las externalidades positivas de la agricultura (paisaje, cultura,
ocio, etc.) e incentiva la extensificaci�n de las explotaciones y la agricultura
ecol�gica.
El objetivo principal de los programas del C.T. es reducir la contaminaci�n
agraria utilizando como criterio de pago el grado de reducci�n obtenido medido a
trav�s de �ndices o ratios (EQIP y WHIP) y las reglas de eco-condicionalidad. En
la pol�tica agraria europea, en cambio, las externalidades negativas se combaten
a trav�s de incentivos para �mejorar� la utilizaci�n de determinados inputs
(agua, fertilizantes y herbicidas), pero tambi�n se tienen en consideraci�n las
externalidades positivas al apoyar la �multifuncionalidad� agraria y evitar el
abandono de las tierras cultivadas (y las tierras marginales). Estas diferencias
entre pol�ticas pueden deberse tanto a factores geogr�ficos (y demogr�ficos)
como al marco pol�tico del proceso de decisi�n : participantes en la negociaci�n
(grupos de decisi�n y su poder), factores de presi�n externos, importancia
percibida del tema a tratar, objetivos, etc. (Baylis et al., 2003), y pueden ser
una pista para deducir la futura evoluci�n de los programas.
As�, por ejemplo, cada vez parece m�s importante la necesidad de preservar las
�reas rurales pr�ximas a las urbanas (control de desarrollo suburbano) para
proteger los h�bitats salvajes y proporcionar recargas a los acu�feros (Duke y
Aull-Hyde, 2002; Kline y Wicholns, 1998). Adem�s, se plantea la efectividad de
las compras de derechos de propiedad y explotaci�n, las transferencias e
incentivos fiscales para lograr la reducci�n del ritmo de conversi�n de
explotaciones agrarias en urbanas (Gadner, 1994; Lynch y Carpenter, 2003;
Blewett y Lane, 1988; Parks y Quimio, 1996; Heimlich y Anderson, 2001) y se
considera que son insuficientes (Adaleja y Schilling, 1999), por lo que han de
buscarse nuevas t�cnicas (Parks y Schorr, 1997; D�az y Green, 2001) o utilizar
combinaciones adecuadas de las mismas (Beesley, 1999; Feitshans, 2003; Brabec y
Smith, 2002). Adem�s, los esfuerzos realizados para obtener esta conservaci�n de
los espacios agrarios pueden generar efectos positivos para los habitantes
vecinos a las explotaciones e incrementar la demanda de edificaciones cerca de
�stas, lo que crea una gran dificultad al objetivo de preservaci�n (Roe, Irwin y
Morrow-Jones, 2004), con lo que se hace m�s necesaria la innovaci�n de los
instrumentos a utilizar.
Las distintas revisiones de las pol�ticas medioambientales europeas reflejan la
necesidad de acelerar el ritmo de aplicaci�n de la legislaci�n ambiental, crear
indicadores efectivos de las presiones sobre el medioambiente, buscar la
coherencia pol�tica y analizar las causas de la dificultad de aplicaci�n de las
mismas , para cumplir los compromisos. Las amenazas al desarrollo sostenible: el
cambio clim�tico, los productos qu�micos y las amenazas a la seguridad
alimentaria, la pobreza y exclusi�n social, el envejecimiento de la poblaci�n,
la p�rdida de biodiversidad, el volumen excesivo de residuos, erosi�n y declive
de la fertilidad de los suelos, degradaci�n de las �reas urbanas y
desequilibrios regionales, etc. requieren un compromiso real para cambiar los
modelos no sostenibles de producci�n y consumo apoyado por estrategias de
integraci�n como las propuestas en la Cumbre de Cardiff.
Algo que parece innegable es la afirmaci�n de que los impactos ambientales
(positivos y negativos) han aumentado como consecuencia de las actividades
agrarias [Bromley (1996), Claassen et al. (2001) y Colyer (2004)] . A esto hay
que a�adir los efectos que determinadas pol�ticas pueden tener sobre el
medioambiente (tal y como han se�alado numerosos autores); sin embargo, la
informaci�n emp�rica disponible sobre los efectos de las medidas agrarias de la
PAC son limitados, particularmente si se pretende aislar este efecto de otros
factores condicionantes . En muchas ocasiones, cuando parece que una pol�tica
puede contribuir al impacto medioambiental en un sentido o forma determinado,
esta relaci�n (pol�tica-impacto) no es consistente porque los diferentes
sistemas agrarios responden de formas diferentes ante los instrumentos de la
pol�tica com�n. A esto hay que a�adir la dificultad de las mediciones en tan
corto espacio de tiempo, pues son pocos los trabajos de evaluaci�n y control que
se han podido llevar a cabo (Baldock, Dwyer y Sumpsi, 2002).
La mayor parte de las externalidades negativas agr�colas pueden ser reducidas o
eliminadas si se reforman las pol�ticas y programas que crean los (des)
incentivos financieros a los comportamientos (no) deseables de los agricultores
(Zilberman et al., 1999). El deseo de los consumidores de pagar o demandar
productos agr�colas es uno de los mayores determinantes de la cantidad final
producida; cuando aumentan las rentas de los consumidores, el incremento de la
demanda aumenta menos que proporcionalmente, sin embargo, ocurre lo contrario
con los productos medioambientales. Otro determinante es la capacidad de la
oferta; los agricultores incrementan la producci�n en respuesta a las subidas de
precio de los productos agr�colas y la disminuyen cuando se incrementan los
precios de los inputs (costes laborales, fertilizantes, etc.). Estos precios
est�n determinados por los mercados interregionales e internacionales, pero los
programas y pol�ticas agr�colas y ambientales influyen sobre ellos, modificando
la cantidad producida y la forma de producci�n final.
Pero, a su vez, diferentes estudios han encontrado significativo el deseo de
pagar por preservar o conservar el territorio (Beasley, Workman y Williams,
1986; Browker y Didychuk, 1994; Bergstrom, Dillman y Stoll, 1985; Duke e Ilvento,
2004; Johnston et al., 2001 y 2003), sobre todo, en aquellos que viven cerca de
las explotaciones agrarias y m�s se benefician de sus externalidades positivas (Furuseth,
1987).
Todo esto nos indica la necesidad de revisar cu�les son los instrumentos de
programaci�n pol�tica m�s efectivos y, por tanto, cu�les son los factores de
�xito de los mismos. La literatura confirma que las caracter�sticas de negocio y
gesti�n, la estructura de explotaci�n, las caracter�sticas del productor, su
actitud y los factores situacionales son los responsables de la decisi�n de (no)
adopci�n de las medidas agroambientales voluntarias. Wilson y Hart (2000)
llegaron a la conclusi�n de que los imperativos financieros y la adecuaci�n del
programa son los factores m�s importantes de decisi�n , y Battershill y Gilg
(1997) encontraron que las actitudes influyen en mayor medida que los factores
estructurales . Adem�s, la mayor�a de los trabajos orientados hacia el
comportamiento del productor (Potter y Lobley, 1992; Morris y Potter, 1995;
Battershill y Gilg, 1997; Lobley y Potter, 1998; Wilson 1996 y 1997; Wilson y
Hart, 2000 y 2001) indican que la participaci�n previa (experiencia) en
pol�ticas o medidas similares incrementa la posibilidad de participaci�n futura,
as�, por ejemplo, Paudel et al. (2006) llegan a la conclusi�n de que es hasta 6
veces m�s probable la participaci�n de un productor con experiencia en programas
anteriores.
Los diferentes determinantes de la decisi�n de participar en programas
agroambientales voluntarios han sido clasificados de distintas formas: Wilson
(1996) distingue entre los factores externos (nivel de subvenci�n, contexto
social, grado de adecuaci�n con la gesti�n productiva, etc.) e internos
(caracter�sticas del agricultor, nivel de formaci�n, estructura de la
explotaci�n, etc.); de forma semejante, Vaslembrouck et al. (2002) los
clasifican como caracter�sticas del objeto de decisi�n (producto y mercado, por
ejemplo) y caracter�sticas del decisor (edad, educaci�n, experiencia, etc.); y,
en una clasificaci�n m�s exhaustiva, Wynn et al. (2001) analizan factores
f�sicos de la explotaci�n, caracter�sticas del productor, caracter�sticas de
negocio y factores situacionales.
Los factores determinantes en la participaci�n son, por tanto:
� Las caracter�sticas o factores que afectan directamente al productor, como la
educaci�n y el conocimiento tanto ambiental como del propio programa (por la
informaci�n recibida o por la experiencia anterior), la edad (negativamente) y
la implicaci�n por el tipo de tenencia en la producci�n.
� Las caracter�sticas de la explotaci�n y factores econ�micos de la producci�n,
como el tama�o y tipo de explotaci�n, la cercan�a a zonas naturales o centros
urbanos y la relaci�n del programa con la explotaci�n por la proporci�n de �rea
dedicada al objetivo ambiental o el coste de transacci�n y gesti�n de
implantaci�n (negativamente).
Los autores que se centran en las actitudes del productor hacia la protecci�n
medioambiental proponen clasificaciones de los agricultores en funci�n de las
razones de participaci�n y no participaci�n. Morris y Potter (1995) clasificaron
a los participantes como activos y pasivos, y a los no participantes como
condicionales y resistentes. La distinci�n entre las categor�as de participantes
se corresponde con los que Lobley y Potter (1998) llamaron �implicados� (stewards)
y �acatadores� (compliers); Los �implicados� se identifican con los objetivos de
conservaci�n del programa que adoptan (Lobley y Potter, 1998, 426), mientras que
los �acatadores� enfatizan los aspectos financieros (tal y como confirmaron
Wilson y Hart, 2001). Los no adoptantes condicionales plantean como principales
motivos de no adopci�n el reducido nivel de pagos y el aumento de las tareas de
gesti�n que suponen las medidas, mientras que los resistentes no establecen unos
motivos claros de no adopci�n.
Viladomiu et al. (1996) distinguen 4 tipos de agricultores seg�n sus diferentes
actitudes hacia el uso del agua en las explotaciones: los �regantes por
excelencia� consideran que no han de tener ninguna limitaci�n en su uso y el
deber de la administraci�n es facilitar todo el agua que necesiten; �los
reformistas sociales� consideran que el agua s�lo debe facilitarse a las
peque�as y medianas explotaciones; �los posibilistas� aceptan la posible
restricci�n en el uso del agua siempre que se compense al agricultor por sus
posibles p�rdidas; por �ltimo, �los estrictos� consideran que las
confederaciones hidrogr�ficas deben actuar de forma r�pida y contundente contra
los pozos ilegales y el abuso en el consumo de agua de algunas explotaciones.
Morris et al. (2000) y Edwards-Jones (2006) utilizan la teor�a de difusi�n y
adopci�n de la innovaci�n para explicar la evoluci�n de la actitud del productor
hacia su participaci�n en los programas agroambientales voluntarios, y destacan
la importancia de los agentes de cambio y los canales de comunicaci�n en el
proceso de decisi�n. Tambi�n, Tutkun et al. (2006) hacen uso de la Teor�a del
Comportamiento Planificado y la Teor�a de la Difusi�n para explicar los motivos
de la participaci�n en los programas de pagos directos para la transformaci�n de
explotaciones a agricultura org�nica en Suiza, y llegan a la conclusi�n de que
existe evidencia emp�rica para confirmar que la comunicaci�n a trav�s de canales
personales tiene un gran impacto en el resultado o decisi�n. Las fuentes m�s
importantes de informaci�n son amistades, vecinos o colegas y tienen un peso
relevante en la adopci�n final de la decisi�n al influir directamente sobre los
elementos que determinan la intenci�n: las expectativas sobre lo que se va a
obtener y el coste que conlleva (beneficio neto), las consecuencias de la
decisi�n sobre los dem�s (resultados esperados sobre el medioambiente y la
propia explotaci�n) y la capacidad para llevar a cabo la decisi�n tomada
(requisitos de gesti�n, formativos, etc.).
Arovuori y Kola (2006) al aplicar un Modelo de Utilidad Aleatorio (MUA), en
concreto un modelo logit multinomial, para determinar las medidas de apoyo a la
multifuncionalidad agraria mejor aceptadas por los productores finlandeses,
utilizando datos sobre la frecuencia de elecci�n de una determinada opci�n, (por
parte de cada participante) sobre un conjunto propuesto, concluyen que:
� Los agricultores prefieren medidas desacopladas a la producci�n, como
contratos de compensaci�n por la implementaci�n de medidas de conservaci�n o de
inversi�n en tecnolog�as m�s ecol�gicas.
� Los productores prefieren medidas ajustadas al �mbito local o regional.
� La variable que describe la actitud hacia el medio ambiente explica casi
perfectamente la elecci�n del agricultor y est� altamente correlacionada con la
variable que describe la implementaci�n de medidas especiales.
� La elecci�n del productor se ve afectada positivamente por el nivel de apoyo o
subvenci�n a recibir, prefiriendo obtener m�s subvenci�n a�n a cambio de
introducir medidas m�s restrictivas de pr�ctica agr�cola.
Esto corrobora como factores determinantes de la participaci�n el nivel de
informaci�n/concienciaci�n ambiental y los costes de implementaci�n
subvencionados , principalmente; y apoya el especial �nfasis dado por la OCDE
(2003c, 79) a las iniciativas de educaci�n y formaci�n en la obtenci�n de
externalidades positivas de la agricultura. De aqu� deriva la importancia que
recientemente se est� dando al desarrollo de pol�ticas �bottom-up� , que
favorecen la transmisi�n de conocimientos e informaci�n entre los distintos
grupos de trabajo y el establecimiento de redes de consenso nacional e
internacional (H�ring et al., 2006), como las creadas por el programa LEADER.
Otro elemento importante a tener en cuenta en el dise�o de los programas
voluntarios de conservaci�n es la duraci�n del contrato medioambiental con el
productor. Son pocos los estudios realizados a este respecto, sin embargo, Chen
y Ando (2006) han determinado que la duraci�n �ptima es mayor cuanto m�s tiempo
sea necesario para alcanzar los objetivos ambientales o mayores sean los
beneficios ambientales obtenidos por el programa, y m�s corta cuanto mayor sea
la productividad agraria de los cultivos (ya que son necesarios incentivos m�s
altos para hacer atractiva la participaci�n) o m�s f�cil sea conseguir los
objetivos ambientales del programa. Adem�s, aquellas pol�ticas que no tienen en
cuenta las variaciones ambientales que producir� su aplicaci�n sobre las
explotaciones con el tiempo tienen menos probabilidades de participaci�n (Morris,
Mills y Crawford 2000, 249), por tanto, es importante orientar los programas de
conservaci�n como un proceso din�mico de interacciones en el que la compensaci�n
financiera y los incentivos son un factor necesario pero no suficiente del mismo
(Siebert et al., 2006).
Por �ltimo, quedar�a estudiar cu�l es el nivel �ptimo de desagregaci�n de dichas
pol�ticas. Las ventajas y desventajas de la descentralizaci�n han sido
largamente debatidas en la literatura. Se argumenta que si existe heterogeneidad
en las jurisdicciones, la centralizaci�n es sub�ptima (Oates y Schawab, 1996),
debido a que las fuertes diferencias en las preferencias pueden llevar a
importantes p�rdidas de eficiencia en las peque�as jurisdicciones (Burtraw y
Porter, 1991; Dinan et al., 1999). Pero, por el contrario, otros autores
argumentan que la descentralizaci�n puede llevar a una severa reducci�n de la
calidad ambiental como consecuencia de la �competencia interjurisdiccional
destructiva� (Cumberland, 1979 y 1981) que lleva a un excesivo relajamiento de
los est�ndares ambientales o �race to the bottom�.
Desde el punto de vista emp�rico, algunos estudios que han analizado las
consecuencias de la descentralizaci�n en el contexto ambiental (Dinan et al.,
1999; Millimet, 2003; Fomby y Lin, 2003) apoyan su uso debido a que la
centralizaci�n causa p�rdidas de bienestar elevadas en algunas jurisdicciones y
no se observa, en cambio, una relajaci�n en los est�ndares ambientales con la
descentralizaci�n (Millimet y List, 2003). Por otra parte, Garc�a-Vali�as (2005)
al realizar un estudio emp�rico sobre el cambio de bienestar debido a la
centralizaci�n o descentralizaci�n llega a la conclusi�n de que, si los costes
administrativos de la centralizaci�n no son importantes y no existe demasiada
heterogeneidad en las preferencias, la centralizaci�n es la mejor alternativa en
t�rminos de bienestar . Tambi�n J�nickeklaus (2006) demuestra que, en t�rminos
de difusi�n de tecnolog�a �ecol�gica�, es a nivel nacional (y no regional) donde
se producen los mejores logros.
Fredriksson y Millimet (2002) argumentan que los estados/regiones tienen en
cuenta la regulaci�n o normativa de sus vecinos a la hora de determinar sus
propios esfuerzos en materia de protecci�n ambiental. Existe una
interdependencia en la regulaci�n ambiental de los estados/regiones (Konisky,
2005) que puede traducirse en una competici�n por la atracci�n de capital a
trav�s de la regulaci�n de las pol�ticas, con el consecuente peligro de
reducci�n de est�ndares de protecci�n (�race to the bottom�).
La clave est�, por tanto, en las hip�tesis empleadas en cada caso. Si no es
posible utilizar todos los instrumentos fiscales por parte de los gobiernos
locales y las preferencias no son demasiado heterog�neas, la descentralizaci�n
puede provocar una relajaci�n excesiva de los est�ndares ambientales y provocar
una p�rdida de bienestar. Si, en cambio, no existe limitaci�n en la utilizaci�n
de instrumentos por las distintas jurisdicciones y las preferencias son
heterog�neas, no se observa relajaci�n de los est�ndares y s� p�rdidas de
bienestar en algunas jurisdicciones si se centralizan las medidas.
Parece que la mayor dificultad a la hora de fomentar el desarrollo sostenible
agr�cola y favorecer, al mismo tiempo, la conservaci�n de las �reas agr�colas en
peligro por despoblamiento o cercanas a las �reas urbanas, es buscar las medidas
adecuadas que tengan en cuenta tanto los factores internacionales de comercio,
como los determinantes de participaci�n en los programas ambientales, la
duraci�n de las medidas y el grado de (des)centralizaci�n de las mismas. Es
decir, es necesaria o bien una innovaci�n en las t�cnicas a aplicar o buscar la
combinaci�n m�s adecuada de instrumentos y medidas pol�ticas agroambientales y
de estructura econ�mica.
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