M. Pilar Flores Asenjo: PFlores@pdi.ucam.edu
M. Concepción Parra Meroño: MCParra@pdi.ucam.edu
RESUMEN:
El objetivo actual de las políticas de desarrollo rural consiste en
compatibilizar una agricultura competitiva en el mercado internacional y
respetuosa, a su vez, con el medioambiente y con el mantenimiento de las áreas
rurales. La reorientación de los mecanismos de apoyo a la agricultura de la PAC
debe tener en cuenta este objetivo, así como los resultados de las negociaciones
comerciales en la OMC y la necesidad de cohesión económica de los nuevos países.
Las distintas revisiones de las políticas medioambientales europeas reflejan la
necesidad de acelerar el ritmo de aplicación de la legislación ambiental, crear
indicadores efectivos de las presiones sobre el medioambiente, buscar la
coherencia política y analizar las causas de la dificultad de aplicación de las
mismas, para cumplir los compromisos.
PALABRAS CLAVE: Participación en programas agroambientales, políticas
medioambientales europeas, áreas rurales.
Desarrollo sostenible y
población
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La pérdida de importancia relativa de la agricultura en el contexto de las
economías nacionales y, por tanto, en las decisiones políticas, la dificultad
para organizar y defender adecuadamente los intereses de los agricultores
contribuyen a reducir el atractivo de las áreas rurales más agrarias causando su
envejecimiento y despoblamiento. El resurgimiento del concepto de desarrollo
sostenible y el creciente movimiento ambientalista, a través de la idea de la
multifuncionalidad de la agricultura, pueden contribuir a cambiar esta
tendencia.
El objetivo actual de las políticas de desarrollo rural consiste en
compatibilizar una agricultura competitiva en el mercado internacional y
respetuosa, a su vez, con el medioambiente y con el mantenimiento de las áreas
rurales (cada vez más despobladas y marginadas). La reorientación de los
mecanismos de apoyo a la agricultura de la PAC (política Agraria Común) debe
tener en cuenta este objetivo, así como los resultados de las negociaciones
comerciales en la OMC (Organización Mundial de Comercio) y la necesidad de
cohesión económica de los nuevos países. La gestión de los impactos ambientales
de la agricultura y su sostenibilidad adquieren especial relevancia debido a la
globalización de los mercados y de los problemas ambientales, la concienciación
de los consumidores y aumento de las posibilidades de mercado de los productos
ecológicos, y el incremento de la demanda de actividades de ocio relacionadas
con el medioambiente y el paisaje agrario.
El futuro de la PAC, por tanto, se encuentra condicionado por las nuevas
prioridades de las políticas económicas comunes (la agricultura se integra en la
rúbrica de Desarrollo Sostenible y Protección de los recursos naturales, al lado
de la política de medio ambiente y la pesquera), la progresiva extensión del
espacio comunitario (posiblemente 29 estados en el 2010) , la presión del
creciente proceso de globalización (recogido en acuerdos unilaterales,
bilaterales y multilaterales), la apertura de los mercados agrarios y las
exigencias de la sociedad europea sobre seguridad alimentaria y medioambiente.
Bryden (2002) y Savills (2001) identifican como fuerzas de cambio: la extensión
del espacio de la UE, los acuerdos de comercio OMC, la creciente
multifuncionalidad de las actividades agrarias, el incremento de la demanda
ambiental y de ocio, la idea de sostenibilidad y desarrollo sostenible, las
exigencias de seguridad alimentaria, la necesidad de cohesión económico-social
de las regiones y la liberalización de los mercados. Además, Savills (2001)
establece como factores específicamente relacionados con la agricultura y el
cambio en el uso del suelo: las mejoras tecnológicas (que reemplazan la fuerza
de trabajo humana por maquinaria acentuando los beneficios de la habilidad de
gestión en la producción), los cambios en los sistemas normativos y
reglamentaciones y de los mercados (alimentario y de inputs), el nivel de renta
relativo del sector, la edad de los agricultores y el sistema de herencia de las
explotaciones, el coste de inversión en nuevas tecnologías y la aparición de
eventos inesperados (como determinadas enfermedades: gripe aviar, vacas locas,
etc.)
Las políticas medioambientales y agrícolas deben de implementarse de forma
adecuada para lograr los objetivos que persiguen . La dificultad en el diseño de
estrategias es mayor en el sector agrario debido a que, por ejemplo, las
emisiones contaminantes son de origen no localizado o difusas (non-point source
pollution) y, por tanto, su control y evaluación es difícil y costosa. Otros
problemas en el diseño de políticas de control de daños ambientales en el sector
son:
• La dificultad para evaluar los beneficios de las reducciones en los daños
ambientales en comparación con los costes sociales que suponen las estrategias,
ha llevado a establecer niveles máximos de emisión/contaminación aceptables, y
buscar mecanismos para alcanzarlos al menor coste.
• La utilización de nuevas tecnologías podría incrementar, bajo determinadas
condiciones, el rendimiento de las explotaciones a la vez que reducir la
utilización de determinados inputs y contaminación. Pero su implantación
requiere un esfuerzo del productor en inversión en capital/trabajo que debería
ser compensado.
• Como los productores buscan el incremento y la estabilidad de sus rentas, los
(des)incentivos representan un importante instrumento para modificar su
comportamiento. La implementación de instrumentos como imposiciones y gravámenes
o permisos negociables de emisión, requieren un control adecuado y costoso,
debido a que la contaminación predominante en la agricultura no es de origen
localizable. La solución a este problema estaría en la combinación de alguna de
las siguientes estrategias: asignación colectiva de la responsabilidad de
conseguir un determinado nivel objetivo medioambiental, utilización de
incentivos financieros basados en el control de determinadas actividades en
áreas localizadas, restringir el uso y aplicación de determinados inputs a
profesionales, crear y zonificar ciertas áreas sensibles de conservación (como
periferias urbanas o bosques de ribera), control de índices y niveles de calidad
medioambiental e incremento de la educación/investigación ambiental.
• El diseño de las políticas debería tener en cuenta los cambios en las
regulaciones y reglamentaciones, que se producen como consecuencia de la
adquisición de nuevos conocimientos, y el coste del establecimiento de dichos
cambios (entre los que se encuentra la pérdida de los beneficios que los
consumidores y agricultores obtienen de una regulación normativa estable).
Esta visión es compartida por la mayoría de los países desarrollados. Bajo el
Conservation Title (C.T.) de la Farm Bill 2002 (Programas de Conservación del
Presupuesto de Política Agraria 2002), los Estados Unidos han establecido sus
programas medioambientales referidos a la política agrícola. La mayor parte de
los presupuestos de los programas de conservación del medio ambiente son
empleados para reducir el número de hectáreas dedicadas a la explotación agraria
(CRP y WRP) , como medida para reducir las externalidades negativas que éstas
provocan. Esta visión difiere de la política llevada por la UE, que pone mayor
énfasis en las externalidades positivas de la agricultura (paisaje, cultura,
ocio, etc.) e incentiva la extensificación de las explotaciones y la agricultura
ecológica.
El objetivo principal de los programas del C.T. es reducir la contaminación
agraria utilizando como criterio de pago el grado de reducción obtenido medido a
través de índices o ratios (EQIP y WHIP) y las reglas de eco-condicionalidad. En
la política agraria europea, en cambio, las externalidades negativas se combaten
a través de incentivos para “mejorar” la utilización de determinados inputs
(agua, fertilizantes y herbicidas), pero también se tienen en consideración las
externalidades positivas al apoyar la “multifuncionalidad” agraria y evitar el
abandono de las tierras cultivadas (y las tierras marginales). Estas diferencias
entre políticas pueden deberse tanto a factores geográficos (y demográficos)
como al marco político del proceso de decisión : participantes en la negociación
(grupos de decisión y su poder), factores de presión externos, importancia
percibida del tema a tratar, objetivos, etc. (Baylis et al., 2003), y pueden ser
una pista para deducir la futura evolución de los programas.
Así, por ejemplo, cada vez parece más importante la necesidad de preservar las
áreas rurales próximas a las urbanas (control de desarrollo suburbano) para
proteger los hábitats salvajes y proporcionar recargas a los acuíferos (Duke y
Aull-Hyde, 2002; Kline y Wicholns, 1998). Además, se plantea la efectividad de
las compras de derechos de propiedad y explotación, las transferencias e
incentivos fiscales para lograr la reducción del ritmo de conversión de
explotaciones agrarias en urbanas (Gadner, 1994; Lynch y Carpenter, 2003;
Blewett y Lane, 1988; Parks y Quimio, 1996; Heimlich y Anderson, 2001) y se
considera que son insuficientes (Adaleja y Schilling, 1999), por lo que han de
buscarse nuevas técnicas (Parks y Schorr, 1997; Díaz y Green, 2001) o utilizar
combinaciones adecuadas de las mismas (Beesley, 1999; Feitshans, 2003; Brabec y
Smith, 2002). Además, los esfuerzos realizados para obtener esta conservación de
los espacios agrarios pueden generar efectos positivos para los habitantes
vecinos a las explotaciones e incrementar la demanda de edificaciones cerca de
éstas, lo que crea una gran dificultad al objetivo de preservación (Roe, Irwin y
Morrow-Jones, 2004), con lo que se hace más necesaria la innovación de los
instrumentos a utilizar.
Las distintas revisiones de las políticas medioambientales europeas reflejan la
necesidad de acelerar el ritmo de aplicación de la legislación ambiental, crear
indicadores efectivos de las presiones sobre el medioambiente, buscar la
coherencia política y analizar las causas de la dificultad de aplicación de las
mismas , para cumplir los compromisos. Las amenazas al desarrollo sostenible: el
cambio climático, los productos químicos y las amenazas a la seguridad
alimentaria, la pobreza y exclusión social, el envejecimiento de la población,
la pérdida de biodiversidad, el volumen excesivo de residuos, erosión y declive
de la fertilidad de los suelos, degradación de las áreas urbanas y
desequilibrios regionales, etc. requieren un compromiso real para cambiar los
modelos no sostenibles de producción y consumo apoyado por estrategias de
integración como las propuestas en la Cumbre de Cardiff.
Algo que parece innegable es la afirmación de que los impactos ambientales
(positivos y negativos) han aumentado como consecuencia de las actividades
agrarias [Bromley (1996), Claassen et al. (2001) y Colyer (2004)] . A esto hay
que añadir los efectos que determinadas políticas pueden tener sobre el
medioambiente (tal y como han señalado numerosos autores); sin embargo, la
información empírica disponible sobre los efectos de las medidas agrarias de la
PAC son limitados, particularmente si se pretende aislar este efecto de otros
factores condicionantes . En muchas ocasiones, cuando parece que una política
puede contribuir al impacto medioambiental en un sentido o forma determinado,
esta relación (política-impacto) no es consistente porque los diferentes
sistemas agrarios responden de formas diferentes ante los instrumentos de la
política común. A esto hay que añadir la dificultad de las mediciones en tan
corto espacio de tiempo, pues son pocos los trabajos de evaluación y control que
se han podido llevar a cabo (Baldock, Dwyer y Sumpsi, 2002).
La mayor parte de las externalidades negativas agrícolas pueden ser reducidas o
eliminadas si se reforman las políticas y programas que crean los (des)
incentivos financieros a los comportamientos (no) deseables de los agricultores
(Zilberman et al., 1999). El deseo de los consumidores de pagar o demandar
productos agrícolas es uno de los mayores determinantes de la cantidad final
producida; cuando aumentan las rentas de los consumidores, el incremento de la
demanda aumenta menos que proporcionalmente, sin embargo, ocurre lo contrario
con los productos medioambientales. Otro determinante es la capacidad de la
oferta; los agricultores incrementan la producción en respuesta a las subidas de
precio de los productos agrícolas y la disminuyen cuando se incrementan los
precios de los inputs (costes laborales, fertilizantes, etc.). Estos precios
están determinados por los mercados interregionales e internacionales, pero los
programas y políticas agrícolas y ambientales influyen sobre ellos, modificando
la cantidad producida y la forma de producción final.
Pero, a su vez, diferentes estudios han encontrado significativo el deseo de
pagar por preservar o conservar el territorio (Beasley, Workman y Williams,
1986; Browker y Didychuk, 1994; Bergstrom, Dillman y Stoll, 1985; Duke e Ilvento,
2004; Johnston et al., 2001 y 2003), sobre todo, en aquellos que viven cerca de
las explotaciones agrarias y más se benefician de sus externalidades positivas (Furuseth,
1987).
Todo esto nos indica la necesidad de revisar cuáles son los instrumentos de
programación política más efectivos y, por tanto, cuáles son los factores de
éxito de los mismos. La literatura confirma que las características de negocio y
gestión, la estructura de explotación, las características del productor, su
actitud y los factores situacionales son los responsables de la decisión de (no)
adopción de las medidas agroambientales voluntarias. Wilson y Hart (2000)
llegaron a la conclusión de que los imperativos financieros y la adecuación del
programa son los factores más importantes de decisión , y Battershill y Gilg
(1997) encontraron que las actitudes influyen en mayor medida que los factores
estructurales . Además, la mayoría de los trabajos orientados hacia el
comportamiento del productor (Potter y Lobley, 1992; Morris y Potter, 1995;
Battershill y Gilg, 1997; Lobley y Potter, 1998; Wilson 1996 y 1997; Wilson y
Hart, 2000 y 2001) indican que la participación previa (experiencia) en
políticas o medidas similares incrementa la posibilidad de participación futura,
así, por ejemplo, Paudel et al. (2006) llegan a la conclusión de que es hasta 6
veces más probable la participación de un productor con experiencia en programas
anteriores.
Los diferentes determinantes de la decisión de participar en programas
agroambientales voluntarios han sido clasificados de distintas formas: Wilson
(1996) distingue entre los factores externos (nivel de subvención, contexto
social, grado de adecuación con la gestión productiva, etc.) e internos
(características del agricultor, nivel de formación, estructura de la
explotación, etc.); de forma semejante, Vaslembrouck et al. (2002) los
clasifican como características del objeto de decisión (producto y mercado, por
ejemplo) y características del decisor (edad, educación, experiencia, etc.); y,
en una clasificación más exhaustiva, Wynn et al. (2001) analizan factores
físicos de la explotación, características del productor, características de
negocio y factores situacionales.
Los factores determinantes en la participación son, por tanto:
• Las características o factores que afectan directamente al productor, como la
educación y el conocimiento tanto ambiental como del propio programa (por la
información recibida o por la experiencia anterior), la edad (negativamente) y
la implicación por el tipo de tenencia en la producción.
• Las características de la explotación y factores económicos de la producción,
como el tamaño y tipo de explotación, la cercanía a zonas naturales o centros
urbanos y la relación del programa con la explotación por la proporción de área
dedicada al objetivo ambiental o el coste de transacción y gestión de
implantación (negativamente).
Los autores que se centran en las actitudes del productor hacia la protección
medioambiental proponen clasificaciones de los agricultores en función de las
razones de participación y no participación. Morris y Potter (1995) clasificaron
a los participantes como activos y pasivos, y a los no participantes como
condicionales y resistentes. La distinción entre las categorías de participantes
se corresponde con los que Lobley y Potter (1998) llamaron “implicados” (stewards)
y “acatadores” (compliers); Los “implicados” se identifican con los objetivos de
conservación del programa que adoptan (Lobley y Potter, 1998, 426), mientras que
los “acatadores” enfatizan los aspectos financieros (tal y como confirmaron
Wilson y Hart, 2001). Los no adoptantes condicionales plantean como principales
motivos de no adopción el reducido nivel de pagos y el aumento de las tareas de
gestión que suponen las medidas, mientras que los resistentes no establecen unos
motivos claros de no adopción.
Viladomiu et al. (1996) distinguen 4 tipos de agricultores según sus diferentes
actitudes hacia el uso del agua en las explotaciones: los “regantes por
excelencia” consideran que no han de tener ninguna limitación en su uso y el
deber de la administración es facilitar todo el agua que necesiten; “los
reformistas sociales” consideran que el agua sólo debe facilitarse a las
pequeñas y medianas explotaciones; “los posibilistas” aceptan la posible
restricción en el uso del agua siempre que se compense al agricultor por sus
posibles pérdidas; por último, “los estrictos” consideran que las
confederaciones hidrográficas deben actuar de forma rápida y contundente contra
los pozos ilegales y el abuso en el consumo de agua de algunas explotaciones.
Morris et al. (2000) y Edwards-Jones (2006) utilizan la teoría de difusión y
adopción de la innovación para explicar la evolución de la actitud del productor
hacia su participación en los programas agroambientales voluntarios, y destacan
la importancia de los agentes de cambio y los canales de comunicación en el
proceso de decisión. También, Tutkun et al. (2006) hacen uso de la Teoría del
Comportamiento Planificado y la Teoría de la Difusión para explicar los motivos
de la participación en los programas de pagos directos para la transformación de
explotaciones a agricultura orgánica en Suiza, y llegan a la conclusión de que
existe evidencia empírica para confirmar que la comunicación a través de canales
personales tiene un gran impacto en el resultado o decisión. Las fuentes más
importantes de información son amistades, vecinos o colegas y tienen un peso
relevante en la adopción final de la decisión al influir directamente sobre los
elementos que determinan la intención: las expectativas sobre lo que se va a
obtener y el coste que conlleva (beneficio neto), las consecuencias de la
decisión sobre los demás (resultados esperados sobre el medioambiente y la
propia explotación) y la capacidad para llevar a cabo la decisión tomada
(requisitos de gestión, formativos, etc.).
Arovuori y Kola (2006) al aplicar un Modelo de Utilidad Aleatorio (MUA), en
concreto un modelo logit multinomial, para determinar las medidas de apoyo a la
multifuncionalidad agraria mejor aceptadas por los productores finlandeses,
utilizando datos sobre la frecuencia de elección de una determinada opción, (por
parte de cada participante) sobre un conjunto propuesto, concluyen que:
• Los agricultores prefieren medidas desacopladas a la producción, como
contratos de compensación por la implementación de medidas de conservación o de
inversión en tecnologías más ecológicas.
• Los productores prefieren medidas ajustadas al ámbito local o regional.
• La variable que describe la actitud hacia el medio ambiente explica casi
perfectamente la elección del agricultor y está altamente correlacionada con la
variable que describe la implementación de medidas especiales.
• La elección del productor se ve afectada positivamente por el nivel de apoyo o
subvención a recibir, prefiriendo obtener más subvención aún a cambio de
introducir medidas más restrictivas de práctica agrícola.
Esto corrobora como factores determinantes de la participación el nivel de
información/concienciación ambiental y los costes de implementación
subvencionados , principalmente; y apoya el especial énfasis dado por la OCDE
(2003c, 79) a las iniciativas de educación y formación en la obtención de
externalidades positivas de la agricultura. De aquí deriva la importancia que
recientemente se está dando al desarrollo de políticas “bottom-up” , que
favorecen la transmisión de conocimientos e información entre los distintos
grupos de trabajo y el establecimiento de redes de consenso nacional e
internacional (Häring et al., 2006), como las creadas por el programa LEADER.
Otro elemento importante a tener en cuenta en el diseño de los programas
voluntarios de conservación es la duración del contrato medioambiental con el
productor. Son pocos los estudios realizados a este respecto, sin embargo, Chen
y Ando (2006) han determinado que la duración óptima es mayor cuanto más tiempo
sea necesario para alcanzar los objetivos ambientales o mayores sean los
beneficios ambientales obtenidos por el programa, y más corta cuanto mayor sea
la productividad agraria de los cultivos (ya que son necesarios incentivos más
altos para hacer atractiva la participación) o más fácil sea conseguir los
objetivos ambientales del programa. Además, aquellas políticas que no tienen en
cuenta las variaciones ambientales que producirá su aplicación sobre las
explotaciones con el tiempo tienen menos probabilidades de participación (Morris,
Mills y Crawford 2000, 249), por tanto, es importante orientar los programas de
conservación como un proceso dinámico de interacciones en el que la compensación
financiera y los incentivos son un factor necesario pero no suficiente del mismo
(Siebert et al., 2006).
Por último, quedaría estudiar cuál es el nivel óptimo de desagregación de dichas
políticas. Las ventajas y desventajas de la descentralización han sido
largamente debatidas en la literatura. Se argumenta que si existe heterogeneidad
en las jurisdicciones, la centralización es subóptima (Oates y Schawab, 1996),
debido a que las fuertes diferencias en las preferencias pueden llevar a
importantes pérdidas de eficiencia en las pequeñas jurisdicciones (Burtraw y
Porter, 1991; Dinan et al., 1999). Pero, por el contrario, otros autores
argumentan que la descentralización puede llevar a una severa reducción de la
calidad ambiental como consecuencia de la “competencia interjurisdiccional
destructiva” (Cumberland, 1979 y 1981) que lleva a un excesivo relajamiento de
los estándares ambientales o “race to the bottom”.
Desde el punto de vista empírico, algunos estudios que han analizado las
consecuencias de la descentralización en el contexto ambiental (Dinan et al.,
1999; Millimet, 2003; Fomby y Lin, 2003) apoyan su uso debido a que la
centralización causa pérdidas de bienestar elevadas en algunas jurisdicciones y
no se observa, en cambio, una relajación en los estándares ambientales con la
descentralización (Millimet y List, 2003). Por otra parte, García-Valiñas (2005)
al realizar un estudio empírico sobre el cambio de bienestar debido a la
centralización o descentralización llega a la conclusión de que, si los costes
administrativos de la centralización no son importantes y no existe demasiada
heterogeneidad en las preferencias, la centralización es la mejor alternativa en
términos de bienestar . También Jänickeklaus (2006) demuestra que, en términos
de difusión de tecnología “ecológica”, es a nivel nacional (y no regional) donde
se producen los mejores logros.
Fredriksson y Millimet (2002) argumentan que los estados/regiones tienen en
cuenta la regulación o normativa de sus vecinos a la hora de determinar sus
propios esfuerzos en materia de protección ambiental. Existe una
interdependencia en la regulación ambiental de los estados/regiones (Konisky,
2005) que puede traducirse en una competición por la atracción de capital a
través de la regulación de las políticas, con el consecuente peligro de
reducción de estándares de protección (“race to the bottom”).
La clave está, por tanto, en las hipótesis empleadas en cada caso. Si no es
posible utilizar todos los instrumentos fiscales por parte de los gobiernos
locales y las preferencias no son demasiado heterogéneas, la descentralización
puede provocar una relajación excesiva de los estándares ambientales y provocar
una pérdida de bienestar. Si, en cambio, no existe limitación en la utilización
de instrumentos por las distintas jurisdicciones y las preferencias son
heterogéneas, no se observa relajación de los estándares y sí pérdidas de
bienestar en algunas jurisdicciones si se centralizan las medidas.
Parece que la mayor dificultad a la hora de fomentar el desarrollo sostenible
agrícola y favorecer, al mismo tiempo, la conservación de las áreas agrícolas en
peligro por despoblamiento o cercanas a las áreas urbanas, es buscar las medidas
adecuadas que tengan en cuenta tanto los factores internacionales de comercio,
como los determinantes de participación en los programas ambientales, la
duración de las medidas y el grado de (des)centralización de las mismas. Es
decir, es necesaria o bien una innovación en las técnicas a aplicar o buscar la
combinación más adecuada de instrumentos y medidas políticas agroambientales y
de estructura económica.
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