ÉTICA, GOBERNANZA Y DESARROLLO
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A doscientos años de las luchas independentistas, nuestro Sur (que es nuestro
norte... apud Torres García) debería asumir dos cosas: que siempre habrá un
“después” (más específicamente, habrá un después tras todo paredón), y que ya no
podemos seguir recostados en la vidriera y esperando utopías... O sea que el sur
es ya, al fin, ahora, también, “cielo perdido” .
Que no está mal, eso. Que cuando Reina Reyes pregunta “¿para qué futuro
educamos?” habría que contestar también, que para todos, para cualquiera. Que
luchamos y (nos) preparamos para lo que venga. Que si no, es como el cuento de
Vaz Ferreira de que el Diablo inventó el tiempo.
“El tiempo sólo es tardanza de lo que está por venir”. De lo que vendrá, del
porvenir, no de “el que vendrá”...
Todo presente es ensayo... Y reconforta si los niños “van a ver cada noche a la
murga ensayando el futuro... (el futuro... el futuro...) el futuro carnaval”.
1.
Me parece importante reflexionar sobre los "futuros pasados". Es decir, cómo se
visualizaba, se imaginaba y se preparaba el futuro en el pasado, para comparar
esos sueños pasados (utopías, predicciones, prospectivas, proyectos...) con lo
que realmente pasó, con su futuro real, ése que hoy ya está presente o ha
pasado.
Me parece un ejercicio ubicador y fecundo, por ejemplo, pararse a mirar una
caricatura de fines del siglo XIX sobre cómo sería la ciudad del futuro y
compararla con las ciudades de hoy. O leer la profecía de Don Bosco y estudiar
la planificación "en el vacío" de Brasilia, pensada hasta en sus detalles, y
compararla con la realidad actual de esa ciudad.
Esto podría complementarse con otras diversiones, como releer las páginas de
Rodó en que nos dice:
“El porvenir que vemos alborear en nuestro ocaso tendrá, como el presente, su
resplandor de almas pensadoras; su fragancia de almas capaces de engendrar
belleza; su magnetismo de almas destinadas a la autoridad, al apostolado y a la
acción. De entre las nuevas, oscuras muchedumbres, surgirán los infaltables
electos; y con ellos vendrán al mundo nueva verdad y hermosura, nuevo heroísmo,
nueva fe. (...) Al lado de la humanidad que lucha y se esfuerza, y sabe del
dolor, y ha doblegado su pensamiento a la voluntad, a la culpa, y mira acaso el
día de mañana con la melancólica idea de la sombra final y la decepción
definitiva, hay otra humanidad graciosa y dulce, que ignora todo eso, cuya alma
está toda tejida de esperanza, de contento, de amor (...) A nuestro lado, y al
propio tiempo lejos de nosotros, juegan y ríen los niños. (...) Y en esas
frentes serenas, en esos inmaculados corazones, en esos débiles brazos, duerme y
espera el provenir; el desconocido porvenir que ha de trocarse, año tras año, en
realidad, ensombreciendo esas frentes, afanando esos brazos, exprimiendo esos
corazones. (...)
Todas las energías del futuro saldrán de tan preciada debilidad. En esas
encarnaciones transitorias están los que han de levantar y agitar desconocidas
banderas a la luz de auroras que no hemos de ver; los que han de resolver las
dudas sobre las cuales en vano hemos torturado nuestro pensamiento; (...) los
que han de pronunciar el fallo definitivo sobre nuestra obra y decidir del
olvido o la consagración de nuestros nombres; los que han de ver, acaso, lo que
nosotros tenemos por sueño (...).
Iluminado de esta suerte, un pensamiento, de otra manera, exánime por su
indeterminación y vaguedad: el de un porvenir que no veremos, adquiere forma y
color de cosa viva (...). Es el reinado del Delfín de la humanidad presente: es
el reinado que el viejo rey, a quien abruma ya el peso de su manto, se complace
en imaginar como el resultado glorioso de sus batallas, fructificando en la
apoteosis de su estirpe alrededor de una altiva figura juvenil.
Pero si el futuro misterioso vive y avanza en esa humanidad toda contento y amor
¿adónde están, dentro de ella, los que en su día han de señalar a los demás el
rumbo (...) ... adónde están, para levantarlos sobre nuestras cabezas, y honrar,
unánimes, la elección de los dioses, antes que se le crucen al paso
contradicción, recelo y envidia?”.
Y repensarlas desde una respuesta actual: Están, presumiblemente, en el
cementerio, de nuevo sumidos (como debe ser) los “infaltables electos” en las
“oscuras muchedumbres”. O desde esa célebre foto del niño africano cuyo único
futuro está en el vientre del buitre que lo espera. A ver si podemos seguir
hablando “de la belleza de aquellos seres frágiles, cuya sola y noble utilidad
actual consiste en mantener vivas en nosotros las más benéficas fuentes del
sentimiento”; o si tendríamos que ocuparnos más bien de su realidad actual que
de sus efectos en nosotros.
Nosotros, los futuros de Rodó, hijos, nietos, bisnietos de aquellos niños de
entonces. Nosotros, que seguramente decepcionamos sus expectativas y con ello
las refutamos. Somos nuestra realidad, no la realización de los (miopes) sueños
de otros, que nos atan a sus problemas, sus ilusiones, sus ideologías. Así que,
si algo aprendimos, es a no esperar de los niños de hoy, de los futuros, nuestra
propia continuidad y superación sino, por un lado, la realización de su vida
propia, ojalá que en su máxima potencia; y, por otro lado, a no ver en los niños
presentes meras promesas a ser cumplidas o incumplidas, sino a valorarlos por sí
mismos en su realidad actual. Es decir, valorar lo presente como distinto de
nosotros (lo que incluye lo positivo y lo negativo) y liberar lo porvenir (que,
de todos modos, es libre...)
También sería interesante practicar la mirada inversa: reflexionar sobre aquello
que efectivamente ocurrió, pero que no fue previsto por nadie, porque era
imprevisible para las generaciones anteriores al acontecimiento.
En este contexto sería interesante tomar en cuenta que un hombre como Zygmunt
Bauman pueda considerar que “(...) sólo durante mi estancia en el Reino Unido he
vivido en cuatro sociedades completamente distintas y eso sin moverme del mismo
lugar: eran las cosas a mi alrededor las que cambiaban.” Y extraer de ello,
inmediatamente, la siguiente osada conclusión que acorta el futuro al de su
cuerpo anciano: “Así, pues, yo soy el elemento más imperecedero de mi biografía.
A este fenómeno lo denomino la crisis del largo plazo: el único largo plazo es
uno mismo, el resto es el corto plazo”.
Todo esto, para ejercitar nuestra capacidad de pensar el tiempo, de pensar
nuestras teorías y prácticas actuales en vistas al porvenir, teniendo en cuenta
la experiencia pasada.
2.
Conviene reflexionar sobre las expectativas, proyectos e ilusiones con que hemos
sido forjados y que quizás nos aherrojan y nos inducen a encadenar futuros.
Porque, si queremos seguir siendo pensadores y actores de, en, para la
liberación, deberíamos liberarnos de nuestras ansias de dominar el futuro; y
liberar al futuro de nuestras ansias.
Las “utopías” que impregnan nuestra América que, según una feliz imagen de
Galeano, se alejan como el horizonte a medida que nos movemos hacia ellas y que
sirven para caminar. ¿Nos ponen en un rumbo o nos desurientan? Con la mirada
fija allá lejos, quizás pisoteemos algunas flores y semillas; y sólo traslademos
al futuro nuestras angustias y esperanzas, nuestra necesidad de acción y
protagonismo, nuestra incapacidad de comprender y transformar el presente que
sacrificamos a nuestras ilusiones de futuro.
Se trata de fijar rumbos. No de decidir el futuro de otros. Sí de decidirse por
liberar futuros, por la apertura al porvenir. Al modo del Quijote, decidido a
“desfacer entuertos” sea cual sea el camino. Y hacerlo con toda la lucidez de su
locura; con todas las fuerzas de sus flaquezas; sin “ventura”, pero con todo “el
esfuerzo y el ánimo” que es imposible quitarle.
Mirar mal las utopías -no como faros que puedan iluminar, sino como lugares
soñados a donde correr enceguecidos- puede hacernos perder también la referencia
a las “topías” eutópicas, ésas que felizmente han tenido y tienen lugar, y son
buenas: no exentas de conflicto, ni perfectas.
3.
No me convence preguntarnos “¿Para qué futuro educamos?”. Porque no está en
nuestras manos el futuro; porque educamos para cualquier futuro, y porque
también forjamos ese futuro con nuestras acciones.
Es un modo inadecuado de relacionarnos con el futuro que es también una forma
perjudicial de vivir el presente en función del futuro.. El modo de querer
someterlo a nuestra actual voluntad. No es más que la antigua tentación de las
viejas generaciones de querer con-formar a las nuevas a su imagen y semejanza,
para cumplirse en ellas. Ilusorio y criminal modo de querer descansar en paz
deteniendo la novedad histórica, imaginando un mundo sin después.
Somos los futuros de Reina Reyes. Nuestro hoy es el futuro que los pasados
contribuyeron a hacer. Para este futuro educaron, lucharon, reflexionaron y
escribieron en sus presentes. Somos los lejanos futuros de Platón, que no podría
habernos imaginado siquiera, pero que, al escribir, había decidido dialogar con
nosotros, con cualquiera de sus futuros impensables.
Nos guste o no, educamos "para" todos los futuros que lleguen a ser reales, aun
los contrarios a nuestros deseos y sueños. Educamos para futuros nunca finales,
que tendrán a su vez porvenir. Del mismo modo que educamos en y para nuestro
presente, para nuestros jóvenes de hoy, que serán futuros.
Las palabras y acciones de quienes nos precedieron adquieren sentido cuando las
recordamos, cuando las actualizamos. Los maestros del pasado han dicho su
palabra y han señalado rumbos abiertos para este presente nuestro y para todos
sus futuros cuando se hagan presentes. Aprendimos que hay que educar para
cualquier porvenir. La cuestión es cómo.
La educación no debería pensarse en la modalidad de un sujeto que se pone a sí
mismo como agente para actuar sobre otros y moldear el futuro. Hay que tomarse
en serio la libertad del alumno. Habría que pensar la educación como liberación
de éste, como apertura a futuros imprevisibles e incontrolables para el docente.
Y por eso queridos. Quiero a mis discípulos y futuros. Los quiero libres y
distintos que yo. Quiero ayudarlos a liberarse y trazar sus propios caminos en
las situaciones que les toque vivir. Quiero que hagan su aprendizaje, no que
sigan mi enseñanza.
Reina Reyes dice que, si entendemos por revolucionario “no al rebelde en el
campo político sino al que es capaz de independizarse de las formas de vida que
le ofrece el medio en que nació para poder juzgarlas, creemos que la educación
puede ser revolucionaria antes de toda revolución política”. Sí, si la educación
llega a ser capaz de proveer elementos liberadores para que los jóvenes puedan
aprender a ser revolucionarios, si, en vez de educar para un futuro determinado,
educa para que sea posible “independizarse” en y del “medio”, en cualquier
futuro contingente.
4.
Esta idea de que “la educación puede ser revolucionaria antes de toda revolución
política” choca con la que ve a todo pensamiento, como totalmente alienado y a
toda educación como mera “reproductora” de un statu quo. Para Salazar Bondy:
“Nuestra vida alienada como naciones y como comunidad hispanoamericana produce
un pensamiento alienado y, en consecuencia, “la constitución de un pensamiento
genuino y original y su normal desenvolvimiento no podrán alcanzarse sin que se
produzca una decisiva transformación de nuestra sociedad mediante la cancelación
del subdesarrollo y la dominación”, y “Nuestra filosofía genuina y original será
el pensamiento de una sociedad auténtica y creadora, tanto más valiosa cuanto
más altos niveles de plenitud alcance la comunidad hispanoamericana”. La
cancelación del estado de cosas caracterizado como “subdesarrollo” y
“dominación”, impediría recaer en el statu quo ante bellum. Y, como “premio de
nuestra acción”, según palabras de Leopoldo Zea, el nuevo status post bellum
gozaría de los “más altos niveles de plenitud”, inalienables...
Es decir, un después demasiado parecido a la realización de un final de la
historia donde en lo sustantivo ya no habría cambio, pues se habría realizado el
cambio. Un después sin después... Un mientras tanto meramente expectante de
sucesos en otros campos (en última instancia, guerreros), sin pensar ni educar
revolucionarios.
Sin embargo nuestra América había conocido ya la experiencia de la revolución
independentista y de la revolucionaria cubana. Ya se sabía de “mientras tantos”
muy prolongados. Ya se sabía que había “después” de cualquier “paredón”. La
revolución en nuestra América ya no era un sueño, sino una realidad, ya no era
una utopía, sino una topía, ya había entrado en el tiempo y el espacio, en el
“barro de la historia”.
Entonces: ¿Cómo podría ser apropiado seguirla pensando al modo escatológico,
como si fuera la instauración de una realidad terminante, como si fuera el final
de la historia, la cancelación de los tiempos conflictivos en el espacio de
nuestra América y su sustitución por una sempiterna y festiva beatitud?
Es que nuestra educación no había formado al revolucionario. No se había dado
por enterada de que “puede ser revolucionaria antes de toda revolución
política”. No había advertido que ese poder es su deber, pues es condición para
que siga habiendo después...
Ahora, tanto tiempo después, va siendo importante transformar nuestro modo de
plantarnos ante lo porvenir. Ya no como planificadores de ciudades perfectas en
el vacío, ya no como expectantes esperadores, ni nostálgicos lloradores del
“cielo perdido” y “del sueño que murió”. Ni se trata de seguir esperando
“recostado en la vidriera”.
5.
Hacia 1895 el joven Vaz Ferreira escribía un “cuento para niños futuros”, que
decidió no publicar:
Un viejo filósofo pidió a sus tres discípulos escribir “sobre el origen del
mundo... o sobre el origen de los males y de los absurdos. (...) La explicación
del tercer discípulo era ésta: Dios hizo el espacio y el diablo hizo el tiempo.
Dios creó el Universo, con los seres felices y sanos; los astros brillando...
Entonces el Diablo hizo el tiempo, y los seres empezaron a envejecer, los astros
a apagarse, y vinieron la desarmonía, el dolor y la muerte”.
El tiempo es producto diabólico. Lo bueno sería una eternidad inmutable de
salud, felicidad, brillo. Imagen que conserva la concepción “antigua” de la
historia: un origen “paradisíaco” y luego la “caída”; hay más “perfección” en la
causa (antes) que en el efecto (después); hay entropía. Imagen que sigue
prevaleciendo aun después de las teorías de la evolución y las ideologías del
progreso: cabalgará el “espíritu absoluto”, habrá un “final de la historia”,
vendrá el “punto omega”. Porque el después imprevisible, la novedad histórica,
la continuación de la película después del “final feliz”, sigue siendo invención
diabólica. Lo “divino” es una posthistoria sin novedades, un postiempo detenido.
Pero el cuento no sólo valora; también describe la experiencia de la realidad:
que hay tiempo, que todo tendrá un después...
Vaz Ferreira incluye el juicio del maestro sobre el cuento del discípulo:
“Hay algo que me impediría premiarte:
Has sido injusto con el tiempo. Repara que el tiempo es el que podría darnos un
recurso (...) para evitar la creencia en la mortalidad del alma (...): que el
tiempo estuviera en distintos momentos para las distintas personas.”
El Vaz Ferreira de 1920 comentó este cuento en una conferencia. Dijo que era un
recurso literario para colocar “ciertas teorías que se nos ocurren y que pueden
ser originales y que podrían ser profundas o en todo caso difíciles de pensar,
pero que sin embargo no son nuestras, como esas teorías de la posibilidad de
escapar a la muerte del espíritu por la posibilidad de que el tiempo pudiera
estar en distintos momentos para las distintas personas”. Idea que “no es mía;
es mía en el sentido de que la inventé, pero no es mía en este otro sentido: que
no la siento, que no le presto adhesión”.
Al “autocriticarse” la teoría, queda en pie el cuento del discípulo. Se pierde
el juicio del “maestro”: que el relato es “injusto” con el tiempo... que se
queda sin respuesta ante el hecho del tiempo, ante el no contingente futuro de
que siempre habrá un después...
Sin necesidad de rebuscadas teorías es posible pensar nuestra contemporaneidad
con los pasados (Platón y Reina Reyes, por ejemplo) y, por tanto, nuestra
contemporaneidad con los futuros que vendrán después de nosotros. No para
“evitar la creencia en la mortalidad del alma”, sino para asumir la creencia en
el porvenir.
No es lo que sostiene Vaz Ferreira en esa conferencia. Se ha dicho que él, pese
a la enorme fecundidad de su obra, “ha inhibido mucho”. Hay en esta conferencia
una fundamentación expresa y voluntaria de ese inhibir:
“El proceso por el cual yo he inhibido /los ‘cuentos intelectuales’/ en una
época, a una edad en que ello tenía algún mérito es interesante de notar aunque
no sea sino porque podría prevenir contra parecidas tentaciones.”
Está muy seguro el dubitativo Vaz Ferreira de que se trata de tentaciones que es
un mérito inhibir. Pero, el hecho de que se sienta en la necesidad de exponer
esa seguridad y argumentarla con uso de cierta retórica, pone de manifiesto
también la fuerza de su duda. Se notará que, con el condicional (“podría
prevenir”), Vaz Ferreira prevé que algunos de sus futuros cederemos a la
“tentación” de no inhibirnos. Aquí me esfuerzo por caer en ella.
En la mencionada conferencia Vaz Ferreira califica de “pseudoingenioso” el
título del “cuento para niños futuros”. Pero es la voluntad que no quiere un
porvenir im-pre-decible y necesita inhibir a “niños futuros” la que hace
diabólico al después....
Nosotros, los uruguayos futuros de esos maestros admirables que no somos sus
“vencedores” como esperaban en sus sueños, deberíamos asumimos como lo que
somos: sus interlocutores actuales. Lo que nos permitiría discutir con esos
viejos que nos ataron tanto y con los demás contemporáneos sobre el porvenir que
queremos liberar.
6.
“Nostalgia de las cosas que han pasado,
arena que la vida se llevó,
pesadumbre del barrio que ha cambiado
y amargura del sueño que murió”.
Zygmunt Bauman describe la concepción del futuro y del cambio modernizador de la
sociedad que nos conformó: “Lo que llamo la modernidad sólida, ya desaparecida,
mantenía la ilusión de que este cambio modernizador acarrearía una solución
permanente, estable y definitiva de los problemas, la ausencia de cambios. Hay
que entender el cambio como el paso de un estado imperfecto a uno perfecto, y el
estado perfecto se define desde el Renacimiento como la situación en que
cualquier cambio sólo puede ser para peor. Así, la modernización en la
modernidad sólida transcurría con la finalidad de lograr un estadio en el que
fuera prescindible cualquier modernización ulterior”. En cambio, en la
“modernidad líquida” (que es "el rasgo de la modernidad entendida como la
modernización obsesiva y compulsiva” ya que “una modernidad sin modernización es
como un río que no fluye” y “lo fluido es una sustancia que no puede mantener su
forma a lo largo del tiempo”) “seguimos modernizando, aunque todo lo hacemos
hasta nuevo aviso. Ya no existe la idea de una sociedad perfecta en la que no
sea necesario mantener una atención y reforma constantes. Nos limitamos a
resolver un problema acuciante del momento, pero no creemos que con ello
desaparezcan los futuros problemas. Cualquier gestión de una crisis crea nuevos
momentos críticos, y así en un proceso sin fin. En pocas palabras: la modernidad
sólida fundía los sólidos para moldearlos de nuevo y así crear sólidos mejores,
mientras que ahora fundimos sin solidificar después”.
Alternativa terrible.
Por un lado, una sociedad tiránica donde “ordenar significa hacer la realidad
distinta de como es, librándose de aquellos de sus ingredientes que se
consideran los responsables de la ‘impureza’, la ‘opacidad’ o la ‘contingencia’
de la condición humana. Una vez que uno se ha adentrado en este camino, tarde o
temprano tiene que llegar a la conclusión de que se debe negar la ayuda a
algunas gentes, expulsándolas o destruyéndolas en nombre de un ‘bien mayor’ y de
una ‘mayor felicidad’ para el resto".
Por otro lado, una sociedad de Liquid fears (miedos líquidos), que “nos
espeluznan por el sentimiento de impotencia que nos despiertan”, pues “los
peligros que tememos sobrepasan con mucho nuestra capacidad de reacción”, de
modo que “vivimos aterrados”. “Cada vez vemos más maldad y podemos hacer menos
para detenerla”: con una excusa que “se apoya en la impotencia: ‘haga lo que
haga no servirá de nada’. Es una débil excusa, pero convincente incluso para
nosotros mismos.” En una sociedad que ya no trata de controlar la situación se
despliega una lógica de atender a nuevos “acontecimientos” puntuales, (so)corriendo
de un tsunami a otro.
Pero no hay alternativa porque la “modernidad sólida” ha desaparecido y sólo nos
queda la “modernidad líquida”. En ella boquean apocalipsis y consuelos;
acompañados de tímidas sugerencias conscientes de su impotencia.
Miguel Siguán relata viejas decepciones: “Los seres humanos de hace un siglo
(...) veían el futuro con un optimismo que hoy no sentimos. (...) Quienes eran
jóvenes hace un siglo tenían donde elegir y donde volcar sus energías”, pero “ha
pasado un siglo desde entonces y ninguna de estas esperanzas se ha cumplido.
(...) El mundo que dejamos a nuestros hijos o a nuestros nietos no es
precisamente algo de lo que nos podamos sentir orgullosos”.
Y transfigura sus desencantos en un optimismo voluntarista: “nunca los retos han
sido tan fuertes, (...) pero nunca también las posibilidades han sido tan
abiertas. Nunca como hoy han tenido los jóvenes tantas posibilidades para
labrarse un futuro estrictamente individual al servicio del propio éxito, pero
también nunca como hoy han tenido tantas posibilidades para intervenir de
distintas maneras en el destino del mundo y de intentar mejorarlo. Para decirlo
con el poeta, nada está escrito y todo es posible. Sólo hace falta ponerse a la
tarea”.
Juan Goytisolo, en cambio, nos pone ante un panorama apocalíptico “con nuevos
elementos probatorios: cambio climático, erosión del ecosistema, progreso
insostenible, terrorismo y proliferación nuclear. El engranaje parece imparable
y, previsiblemente, no se parará”. Y se pregunta por el futuro: “¿Qué hacemos de
nuestras vidas y de las que tomarán el relevo? (...) ¿Estamos ciegos o no
queremos encarar el futuro, un futuro cada vez más problemático y sujeto a un
conjunto de factores que ya no controlamos?” Sólo para responder protestando por
el diabólico futuro con impotente y mordaz patetismo:
“Pensé entonces en la absurda celebración de Año Nuevo y me identifiqué con los
manifestantes que en la ciudad francesa de Nantes expresaban su repulsa a 2007,
al cómputo del tiempo que nos aproxima al desastre ecológico de nuestro perdido
e insignificante planeta: una cuenta atrás inexorable, como la del reloj de
arena.
Dada la imposibilidad de sumarme a aquel grupo de ciudadanos lúcidos, imaginé
(...) una solitaria y risible manifestación mía en el patio de mi casa, en
presencia de mis dos sabias tortugas (...). Las tortugas asentían a mi protesta
contra el maldito 2007 y creí adivinar una sonrisa irónica en las cabecitas que
emergían de su recio y tierno caparazón”.
Bauman, por su parte, sostiene una esperanza sin optimismo. Recurre a solideces
éticas “de las de antes”: razón, conciencia, decencia, Dios, verdad, justicia,
responsabilidad social, compromiso...
“Yo no soy optimista pero tengo esperanza (...) Tengo esperanza en la razón y la
conciencia humanas, en la decencia. La humanidad ha estado muchas veces en
crisis. Y siempre hemos resuelto los problemas. Estoy bastante seguro de que se
resolverá, antes o después. La única verdadera preocupación es cuántas víctimas
caerán antes. No hay razones sólidas para ser optimista. Pero Dios nos libre de
perder la esperanza”.
Algunas de esas solideces, se ejercen hacia futuros abiertos:
“ ‘Marx (...) alentó mi disgusto ante cualquier forma de injusticia socialmente
producida, la necesidad de desenmascarar las mentiras que suelen envolver y
ocultar la responsabilidad social por la miseria humana’ (p. 43). De manera que
deberíamos entender la ‘elección coordinada’ como una cuestión de
responsabilidad. Las cosas son como son porque hay responsables de que así lo
sean. Que puedan ser diferentes de lo que son significa, a su vez, que debemos
asumir el compromiso de cambiarlas. Eso último caracterizaría a una sociedad
justa. Ésta, dice Bauman, ‘siempre piensa que no es suficiente, (...) cuestiona
la suficiencia de todo nivel de justicia alcanzado y (...) considera que la
justicia siempre está un paso más adelante’ (p. 91)”.
Otras, prevén caminos mensurables hacia solidificaciones últimas:
“Es demasiado pronto para prever la forma final de la cohabitación humana
planetaria. Hay una cosa que sí puede postularse: la perspectiva de una
comunidad global es un horizonte último en el que debemos medir la pertinencia
de cada paso que demos hacia su consecución”.
7.
“Moreno, voy a decir,
Sigún mi saber alcanza:
El tiempo sólo es tardanza
De lo que está por venir”.
Martín Fierro ordena el tiempo desde el futuro. El presente y el pasado pensados
desde lo que no está. No desde una subjetividad presente que espera, imagina,
desea, teme o planifica futuros determinados, desde optimismos o pesimismos,
esperanzas o desesperanzas, sino descrito como mera “tardanza”. El tiempo
definido como apertura indefinida a un porvenir imprevisible, indominable,
incontrolable; como apertura a lo diferente, a lo otro, a los demás, a lo nuevo.
Descripción que tiene también un contenido ético y comporta exigencias de
reorientación (o resureación) de la razón. Una función utópica que no se ejerce
proyectando un futuro disciplinado y controlado, definitivo, terminal, sino un
porvenir im-pre-visible e im-pre-decible. En cada presente, Sólo visible de modo
finito, limitado, acotado; y sólo decible en balbuceos, a través de logos
diversos e “im-pre-pensables”.
8
Hemos recorrido caminos demasiado expectantes. Demasiado atentos a predecir
futuros y poco alertas a lo que está, a lo que está viniendo y a lo que está por
venir. Buscadores de débiles eternidades en la continuidad de la vida del
maestro en la del discípulo. Modos dominadores e inmobilizantes de encarar el
futuro más allá de la propia muerte. Modos que se consuelan con ilusorias
potencialidades futuras y modos que demonizan el porvenir.
Se trata de pensar de otros modos el porvenir, y de pensar de otros modos el
accionar actual. En estilos, menos altaneros. Apuntando a duras penas vías
posibles y no fáciles.
Una educación que genere, libere y ayude a desarrollar el poder de todos y cada
uno en el presente; que posibilite la acción libre y responsable personal y
colectiva en la actualidad y en cada porvenir que se haga presente.
Una educación que no se preocupe tanto de dar recetas para el futuro, sino de
poner a cada uno ante sus responsabilidades concretas en cada momento. Cosa de
no reproducir nuevas generaciones incapaces de participar en discusiones
actuales y dependientes en sus decisiones futuras:
"Critón: - '¿Cómo quieres que te sepultemos?'
Sócrates: - 'Como quieran, si es que pueden atraparme y no me les escapo'. Y
sonriendo dulcemente al mismo tiempo que nos dirigía la mirada, añadió: 'No
llego, mis amigos, a convencer a Critón que soy el Sócrates que conversa con
ustedes y que pone en orden cada uno de sus argumentos; él se imagina que soy
aquel que verá muerto dentro de un rato y me pregunta cómo me enterrará'."
Cosa de sí reproducir maestros como don Arturo Ardao, que se negó a contestar la
pregunta de Fornet: “¿Qué tareas indicaría como prioritarias para la reflexión
filosófica en el comienzo del siglo XXI?”, porque ¿cómo podría él señalar a sus
futuros tareas y prioridades? Ésa será responsabilidad de ellos.
Esto podría dar base a un modo general de prevenir el porvenir incontrolable,
abierto y novedoso, como una construcción conflictiva y azarosa, parcialmente
humana, individual y colectiva, ante la cual vale procurar la formación de
espacios que habiliten al máximo la mejor participación de todos y cada uno.
Hegel, dicta que “el filósofo no hace profecías”; y rompiendo varias que acababa
de esbozar, nos insta a construir espacios y tiempos propios de un Nuevo Mundo.
Dejar de una buena vez de profetizar parece ser condición para poder pensar
acciones en la tardanza de porvenires indeterminados.
Forjando esos espacios que reconfortan, donde los botijas se inserten a su modo
en sus tradiciones vivas, “aunque los quieran parar”. Probando, tanteando. Y
aprendiendo de los veteranos que, en todos los presentes, siempre estamos
ensayando
Iluminando el pasado
Desafiando al futuro
Denunciando el presente
Con un simple ritual
Los futuros murguistas
Van a ver cada noche
A la murga ensayando
El futuro carnaval.
MLC 09-03-07
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Bauman, Z. “Vivimos aterrados, ojalá al final de este siglo la gente se sienta
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Bauman, Z.: “Cada vez vemos más maldad y podemos hacer menos para detenerla,
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Vaz Ferreira, C., “Cuento para niños futuros”. Obras de Carlos Vaz Ferreira. T.
XX, Montevideo, Homenaje de la Cámara de Representantes, 1963.
Vaz Ferreira, C., “Sobre la sinceridad literaria” (1920), Obras de Carlos Vaz
Ferreira, Montevideo, Homenaje de la Cámara de Representantes, 1963, Tomo XX,
pp. 377-437.
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