ÉTICA, GOBERNANZA Y DESARROLLO
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El objetivo de este texto es provocar reflexiones sobre nuevos desafíos y
antiguos dilemas presentes en el mundo del trabajo, y criticar, en especial, lo
que hoy se denomina “exclusión social”. Para esto, serán utilizados datos
secundarios, investigaciones sobre el tema y materiales publicados en
periódicos. En la década de 1970, intelectuales brasileros entendían que la
“exclusión social” constituía, en realidad, un gran ejército de reserva
funcional al proceso de acumulación del capital mundial. Francisco de Oliveira
(1975) y Lúcio Kowarick (1975), por ejemplo, comprendían la “marginalidad” como
una forma peculiar de inserción de la población desempleada en la división
social del trabajo. Pero para Mike Davis (2006), el 57% de los trabajadores de
América Latina, el 40% de Asia y el 90% de África que están excluidos, en la
informalidad, componen un vasto “proletariado informal”, lo que no puede ser
llamado de lumpesinato ni mucho menos de ejército de reserva, pues ya no son
reservas de nada y no hay un sistema económico capaz de absorber esa magnitud de
desempleados. Para Robert Castel (1998), esos seres humanos son “inútiles para
el mundo”. Sin embargo, para los trabajadores y trabajadoras que salieron a las
calles de Caracas en defensa de la Revolución Bolivariana, “globalización” y
“exclusión” significan, en verdad, exigencias del imperialismo estadounidense e
imposiciones de la burguesía local. Esos seres humanos, como afirma Castel
(1998), ¿son, de hecho, “inútiles para el mundo” y excluidos del proceso
histórico?
INTRODUCCIÓN: LOS MISERABLES DE AYER Y LOS DE HOY: ¿QUIÉNES SON?
El objetivo de este texto es provocar reflexiones sobre viejos dilemas y nuevos
desafíos presentes en el mundo del trabajo. Creo que una mejor comprensión de lo
que se llama crisis del trabajo, exige reflexión crítica sobre varios conceptos,
como “mercado informal”, “exclusión social” y “globalización” .
Una pregunta orienta la presente investigación ¿hay un posible diálogo entre el
“espectáculo de la miseria” del siglo XIX y la creciente indigencia del siglo
XXI?. ¿Quiénes son los miserables de ayer y los de hoy? ¿Cuál es el papel
político de los seres humanos que viven en el “mercado informal”, en el límite
de la indigencia y en el pauperismo?
Delante del contexto de desempleo y miseria en el que vive gran parte de la
población brasilera y de América Latina, las nociones “exclusión social” y
“poblaciones carentes que viven en situación de riesgo”, de un tiempo a esta
parte, ganaron, tanto en la academia cuanto en la prensa, gran visibilidad.
Frente al enorme crecimiento de la población estancada, de los que viven en el
límite de la indigencia, dedicaré este estudio, fundamentalmente, a la cuestión
del desempleo y de la “exclusión social”, fenómenos que están íntimamente
relacionados al proceso de internacionalización del capital, o sea, al proceso
de sumisión del trabajo al capital mundial.
Como es conocido, las históricas luchas por la ciudadanía plena tuvieron como
eje fundamental el derecho al trabajo, derecho negado, sistemáticamente, por el
orden capitalista global, actualmente, apoyada por la ideología (neo)liberal/global.
Para el intelectual Florestan Fernandes (1979), K. Marx había demostrado que los
clásicos no habían superado la distancia que separaba la ideología de la
ciencia. Los sucesores de hoy no lograron siquiera saltar la distancia que
separa una ideología “viva de una ideología ‘muerta’”. La ideología liberal
burguesa no llegó al fin, se agotó en el contexto de enfrentamiento entre
capitalismo monopolista y las grandes revoluciones proletarias.
En la conferencia realizada en Araraquara, en la década de 1960, al reflexionar
sobre la necesidad de la transición del “reino de la necesidad para el reino de
la libertad”, Jean-Paul Sartre (1986) llamó la atención a la posibilidad del
empobrecimiento del marxismo como doctrina filosófica. En esa ocasión, afirmó
que, con la anemia del marxismo, surgirían filosofías retardatarias del tipo
liberal, pseudo liberal o fascista.
Es evidente que el denominado Estado Mínimo, defendido por la contra-reforma (pseudo)
liberal/mundial, en realidad, es un ataque al Estado Social protector del
derecho al trabajo y al de ciudadanía. El modo de producción capitalista exige
la presencia de un Estado cada vez más fuerte, centrado en el proceso de
acumulación y en la represión de los sindicatos, de los movimientos sociales y
de las poblaciones “marginales” que habitan tanto las ciudades del centro cuanto
la periferia del mundo, y esa nueva fase de la internalización del capital es
denominada “globalización”.
En Brasil, el presidente Fernando Henrique Cardoso (1995-2002) fue quien llevó
más lejos la estrategia de ajuste estructural/globalizado (Programa de Ajuste
Estructural) de la economía a la lógica imperialista, o sea, de abrir espacio
para el avance del capital internacional y, al mismo tiempo, generar mecanismos
que faciliten el “repatriamiento” de ese capital.
El slogan utilizado en la época por el presidente fue: “vamos a acabar con la
era Vargas”. El Estado nacional fue profundamente debilitado por la llamada
“privatización”, que significó, en verdad, la entrega de gran parte del
patrimonio público al capital internacional/extranjero. La deuda del sector
público fue multiplicada varias veces y la empresa nacional fue expuesta a la
concurrencia predatoria, favoreciendo su absorción por capitales
internacionales. Esto perjudicó las principales fuerzas sociales, retirando
importantes derechos laborales y de previdencia de los trabajadores brasileros
(SOUZA, 2005).
La llamada “globalización” continua en el gobierno del presidente Luiz Inácio
Lula da Silva. Entre enero de 2003 y octubre de 2006, las empresas extranjeras,
localizadas en Brasil, “repatriaron” nada menos que US$ 18,9 billones – 112% más
que los US$ 8,95 billones de la era Fernando H. Cardoso (1998-2002). (TREVISAN,
Folha de São Paulo, 4/12/2006).
Para los trabajadores y trabajadoras que salieron a las calles de Caracas en
defensa de la Revolución Bolivariana, “neoliberalismo y globalización”
significan, en realidad, la presencia del imperialismo estadounidense que tiene
apoyo directo de la burguesía local. Los Programas de Ajuste Estructural (PAEs)
, “aconsejados” por brillantes cientistas sociales, economistas y
administradores que trabajan en el Fondo Monetario Internacional (FMI) y en el
Banco Mundial, son verdaderos ciclones sociales devastadores.
Mientras los PAEs provocan verdaderos ciclones sociales, desempleo, “favelização
” y precarización del trabajo, avanza la ideología del desarrollo local como
forma de “moderar” el sufrimiento de las poblaciones. Muchos de los programas
locales desarrollados, casi siempre, con el apoyo de “organizaciones dichas
no-gubernamentales”, recuerdan los filántropos, “los caza-mendigos” y las
workhouses londinenses del siglo XIX, verdaderas acciones de control social de
las multitudes de pobres.
La “chispa eléctrica” que puede prender fuego en las multitudes miserables era
una metáfora utilizada por Victor Hugo en “Los miserables”, que denotaba el
temor y la ansiedad social de las elites francesas delante de la multitud
amotinada (BRESCIANI, 1982).
En la década de 1880, en Londres y Manchester, los grandes movimientos de
desempleados provocan también miedo y espanto. En Hyde Park, en 1884, 120.000
personas reunidas apoyaron las medidas del gobierno, considerándose, en la
época, el mayor movimiento reformista. Los disturbios de los años 1886 y 1887
confirman, una vez más, el miedo del “residuo social” en Inglaterra. En 1885, el
filántropo Samuel Smith defiende la educación del proletariado como forma de
enseñar las virtudes y evitar el “estrangulamiento de las elites”. El descrédito
de la posibilidad de incorporación total y permanente del proletariado a la
sociedad burguesa estaba claro para muchos de los filántropos y reformadores (BRESCIANI,
2004).
El hambre, la miseria y la enfermedad mataban cerca de la mitad de la población
de Paris, o sea, casi el total de los operarios. En 1848, 25.000 religiosos
administraban 1.800 instituciones de caridad (en 1789 eran 27.000), la
asistencia pública se resumía a las situaciones de indigencia, que frente a su
magnitud, tornaban las acciones locales insuficientes e insustentables. En
Francia, el decreto de 5/7/1808, sobre la extirpación de la mendicidad, produce
verdaderos depósitos de indigentes (CASTEL, 1998).
En Londres, en el siglo XIX, las innumeras instituciones locales de caridad y de
asistencia atraían los miserables y los pobres. Esas instituciones eran
responsables por intervenciones para acomodar los “perezosos”, los “turbulentos”
y los “desperdiciadores de dinero”. La posibilidad de conseguir empleos casuales
e intermitentes, o formas no honestas de ganar la vida hacen de la caridad de
Londres el símbolo del “residuo social”. La Charity Organization Society, en
1881, ya había advertido que sus acciones locales eran muy limitadas ante la
crónica y universal queja de falta de empleo. El empleo intermitente,
fluctuante, y la superexplotación de los operarios se trasformaron en norma
general (BRESCIANI, 2004).
De acuerdo con I. Mészáros (2006), es obvio que las personas estimuladas por el
superficial slogan “pensar globalmente y actuar localmente”, privadas de poder
para interferir en decisiones de mayor escala, consideren viables las
intervenciones estrictamente “locales”. Pero es preciso considerar que lo
“local” no puede ser entendido como divorciado de lo mundial (lo local miope) y,
principalmente, libre de la presencia de las empresas transnacionales. Lo
“local” no está aislado y recibe influencias de las decisiones globales. Es
necesario entender críticamente que el Banco Mundial y otras instituciones
totalmente dominadas por los Estados Unidos invierten recursos financieros en
varios países con el objetivo de perfeccionar lo “local” a costas de lo
nacional. Infelizmente, las agencias de desarrollo consiguen, por medio de
financiamiento de congresos, simposios, investigaciones y proyectos sociales,
apoyo y legitimidad de intelectuales y elites académicas para sus políticas y
programas. En realidad, estamos delante del “Gobierno Mundial”, en otras
palabras, de la tercera fase del imperialismo, el “Imperialismo Global
Hegemónico” de los Estados Unidos. El imperialismo no se mantiene solamente por
medio del dólar como moneda mundial privilegiada, hay también una dominación que
se impone por intermedio del “intercambio” económico, del FMI, del Banco Mundial
y de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Un buen ejemplo de
“intercambio” económico es el desarrollado por la Microsoft, que, con su código
secreto incrustado en los programas, disfruta de una posición de casi absoluto
monopolio mundial.
De esta forma, se evidencia como “globalización/imperialismo” – PAEs, OMC, Banco
Mundial, FMI – y desempleo estructural están íntimamente relacionados. Por
ejemplo, el intelectual Mike Davis (2006), en el artículo “Planeta de favelas: a
involução urbana e o proletariado informal”, demuestra como el Programa de
Ajuste Estructural del Fondo Monetario Internacional, brazo del imperialismo
estadounidense introducido en países del Tercer Mundo, corresponde a una
verdadera catástrofe económica y social. En Lagos, Nigeria, la clase media
desapareció, la basura producida, por los pocos y cada vez más ricos, compone la
cesta de alimentos que frecuenta la mesa de trabajadores pobres. Para este
autor, la previsión para el Tercer Mundo de dos billones de favelados en 2040 es
una monstruosidad difícil de comprender. Y las investigaciones del Observatorio
Urbano de las Naciones Unidas (ONU) alertan que en el 2020 la pobreza en el
mundo alcanzará aproximadamente el 45% del total de los habitantes de las
ciudades.
Por consiguiente, aquí está la raíz de la crisis del mundo del trabajo y del
Estado Social: el desempleo estructural, que es agravado por las políticas
“neoliberales”; el retroceso de los derechos sociales en los países centrales; y
el desarrollo de los PAEs en el Tercer Mundo. De este modo, cuando la regulación
de la “mano izquierda del estado” encoje, las actividades humanas pasan a ser
directamente subordinadas a la coerción del mercado. La educación, la salud, la
protección social y la habitación se transforman en simples mercaderías
altamente rentables para el capital. Es obvio que en la actual democracia
solamente los ciudadanos-clientes tienen acceso a los caros planes de salud, a
la educación privada y al mercado de inmuebles.
La actual urbanización acelerada de América Latina, de África subsahariana, de
Oriente Medio y en partes de Asia tiene causas complejas – no está relacionada
al crecimiento y al proceso de industrialización. La urbanización, acompañada de
los altos niveles de desempleo, resulta más de una coyuntura política global –
la crisis de la deuda externa de la década del 70 y la reestructuración de las
economías del Tercer Mundo por el FMI en los años 80 – que de los avances en el
progreso técnico.
Mientras en algunas ciudades de la Costa de Marfil, de Tanzania, de Gabón y de
otros países, la economía se contraía del 2% a 5% al año, la población crecía
entre el 5% y 8% anualmente. ¿Cómo explicar esta paradoja? Ese enorme
crecimiento poblacional deriva de las políticas de “desregulamentación” agrícola
impuestas por el FMI y por la OMC que provocaron la “desaparición del campo” y
aceleraron el éxodo rural de la mano-de-obra excedente para las villas urbanas;
y el futuro de esa población será la indigencia, el pauperismo casi absoluto. La
expectativa es que en el 2050 la población urbana sea de 10 billones de
habitantes, siendo que el 95% de ese crecimiento mundial ocurrirá en los países
en desarrollo (DAVIS 2006).
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) revela que, más allá que en la
Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 las Naciones Unidas
afirmen que todos los miembros de la sociedad tienen derecho a la protección
social, solamente el 20% de la población mundial tiene acceso a la protección
social adecuada (Organización Internacional del Trabajo – Novedades – 9/11/06)
Así, cuando la reestructuración de la producción, los PAEs recomendados por el
FMI, el Banco Mundial, la automatización y los progresos en biotecnología
arrojan la mayoría de la fuerza de trabajo mundial en el desempleo (mercado
informal), crece el ejército de reserva y aumenta, asustadoramente, la población
estancada que, como diría K. Marx (1980), son seres humanos que vegetan en el
infierno de la indigencia. El pauperismo constituye el asilo de los inválidos de
la población activa y el peso muerto del ejército industrial de reserva. La
superpoblación relativa forma parte de la condición de existencia de la
producción capitalista y del desarrollo de la riqueza social.
En 1948, en Francia, delante del alto nivel de desempleo, la versión de los
derechos humanos publicada por el Manifeste des societés secrètes declaraba que
el remedio para los males de los trabajadores se encontraba en la afirmación del
derecho de vivir. Pero, como menciona Castel (1998), la única forma social que
el derecho a la vida puede asumir para los que venden la única mercadería que
poseen, la fuerza de trabajo, es, verdaderamente, el derecho al trabajo.
No demoró mucho para que los proletarios en lucha entendiesen que el decreto que
defendía el derecho al trabajo solo sería efectivo con la abolición de las
relaciones sociales de producción capitalista y, como efecto, la abolición del
proletariado.
Consecuentemente, como revela el proceso histórico, la radical solución de la
cuestión social del desempleo/pauperismo pasa para la clandestinidad, es decir,
la subversión del orden republicano. Siendo así, surgen como ultrapasadas y
obsoletas las posibilidades y la esperanza de solucionar el problema, o sea, de
asegurar el derecho al trabajo por la lucha política promovida por el sufragio
universal.
Es importante recordar la dinámica de la acumulación del capital en Europa y su
impacto sobre la población excedente – entre 1812 y 1914 más de 20 millones de
personas emigraron de las Islas Británicas. De 1850 hasta la Primera Guerra
Mundial, más de 40 millones de personas “salieron” de Europa, lo que en la época
equivalió a una “exportación” de más de ¼ de la fuerza de trabajo. (KOWARICK,
1975)
En resumen, la historia del desarrollo económico demostró, hace mucho tiempo,
que no hay solución real para el desempleo en el interior del orden capitalista.
Actualmente, cerca de 180 millones de personas están en evidente situación de
desempleo abierto, es decir, buscando y no encontrando trabajo seguro. Más de
1/3 de los jóvenes entre 14 y 24 años no tiene esperanzas ni perspectivas de
encontrar trabajo seguro, estable. En verdad, el crecimiento de la llamada
economía informal significa aumento del subempleo y desempleo de trabajadores
pobres y miserables (Organización Internacional del Trabajo – Empleo, 9/11/06)
DESARROLLO, “EXCLUSIÓN SOCIAL” Y CIUDADANIA PLENA
Si el desarrollo fuese entendido como ciudadanía plena, empleo estable con
derechos sociales y laborales asegurados para todos los trabajadores, de cierta
forma, los datos expuestos en el texto responderían a esta cuestión: no hay
posibilidades de superación del ejército de reserva mundial en el modo de
producción capitalista. Como se evidencia, con la mencionada
“globalización/neoliberal” y los cambios en la naturaleza del trabajo, crece, de
forma avasalladora, la población estancada, los restos del proletariado y los
indigentes.
J. Rifkin (1997) afirma que la cuestión del desempleo es mundial y estructural.
Actualmente, en los Estados Unidos, menos del 2% de los trabajadores están
empleados en el sector agrícola. En la década del 60, 1/3 de la fuerzas de
trabajo estadounidense se encontraba en la industria; actualmente son menos del
17% de los empleados. La previsión realizada por el autor es drástica: en torno
del 2020, como consecuencia del aumento de la composición técnica del capital,
menos del 2% de la fuerza de trabajo del planeta estará ocupada en actividades
industriales.
Cuando hablamos de aumento de la composición técnica del capital no estamos
haciendo referencia solamente al proceso de automatización de base
microelectrónica. Un ejemplo mencionado por J. Rifkin (1997) demuestra la
potencialidad de los avances de la biotecnología: la vainilla puede ser
producida sin grano, sin planta, sin tierra y así dispensará cien mil
agricultores de África Oriental. Probablemente, esos agricultores compondrán, en
poco tiempo, el ejército de reserva mundial, aumentarán la población estancada,
o sea, el ejército de los que viven en el infierno de la indigencia.
De acuerdo con Mészáros (2006), cerca de la mitad de la población mundial es
obligada a reproducir sus condiciones de vida bajo formas que están muy
distantes y que hasta contrastan con lo idealizado regulador absoluto del
metabolismo social, el “mecanismo de mercado”.
El denominado Estado de Bien-Estar Social había creado, para gran parte de los
intelectuales de izquierda, la falsa expectativa de que sería posible domesticar
o, al menos, civilizar el modo de producción capitalista (DEMO, 1998). Con la
crisis estructural del capital, el Estado no puede “ofrecer” nada de
significativo y retoma hasta las “concesiones” anteriores, atacando las
“garantías legales de defensa y protección del trabajo”. (MÉSZÁROS, 2006).
En Brasil, lejos de los derechos conquistados por la sociedad de bien-estar
social, durante la década del 70, los trabajadores consiguieron ampliar los
derechos sociales, el seguro de desempleo, la protección social, licencia por
maternidad y paternidad, aguinaldo, adicional nocturno, adicional para horas
extras, multas para las empresas que despidan sin justa causa etc. La denominada
Constitución Ciudadana de 1988, que traduce, de cierta forma, los resultados de
las luchas de los trabajadores formales está amenazada por el
“neoliberalismo/globalizado”.
Para muchos estudiosos, la “marginalidad social”, el desempleo y el pauperismo
serían superados por un “capitalismo con rostro humano”. Predominaba la idea de
que los países desarrollados recorrerían la trayectoria económica de los países
centrales y alcanzarían un grado de desarrollo semejante al alcanzado por los
países de Europa Occidental y/o por los Estados Unidos. Había un modelo de
desarrollo económico que sería alcanzado después de recorridas las “etapas
evolutivas” naturalmente necesarias. Pero todo indica que la crisis de la
sociedad asalariada, expresión de la crisis estructural del capitalismo, y el
alto nivel de desempleo en los países centrales colocan en jaque esa imaginaria
posibilidad del “despegue” económico, pues, en realidad, hay en esos países un
proceso de recomposición del ejército industrial de reserva.
El economista M. Kalecki (1971) ya había revelado los aspectos políticos del
pleno empleo. Las políticas de pleno empleo contribuyen para la emergencia de
trabajadores no domesticados, y el desempleo (el ejército de reserva) tiene
función política de disciplinar y reducir el nivel de reivindicaciones de la
clase operaria. Esto significa que el desempleo, mecanismo social de control,
tiende, cuando atenúan las luchas operarias, a empeorar las condiciones de
reproducción de la fuerza de trabajo, o sea, a abaratar el costo de la
mano-de-obra y contribuir para la elevación de la rentabilidad de las empresas.
Haciendo una retrospectiva histórica, en la década del 70, intelectuales que
estudiaban el mundo del trabajo, o sea, la marginalidad social en América
latina, entendían que la población “excluida” constituía un gran ejército de
reserva funcional al proceso de acumulación del capital mundial, es decir, para
esos pensadores, el pauperismo existente era inherente a la estructura social y
económica.
En el caso de América Latina, la industrialización es introducida de forma
abrupta y, desde el inicio, tiene carácter eminentemente monopolístico y
estructuralmente dependiente. La producción industrial no emerge como resultado
de un desenvolvimiento orgánico, ella llega al continente de forma fragmentaria
e integralmente no estructurada. El tipo de dominación existente en la fase de
la economía agro-exportadora no generó, en lo que refiere a la “marginalidad
social”, problemas tan graves y profundos como la industrialización y la
urbanización. (KOWARICK, 1975).
Francisco de Oliveira (1976) y Lúcio Kowarick (1975), por ejemplo, comprendían
la “marginalidad” como una forma particular de inserción del ser humano en la
división social del trabajo en países más o menos industrializados y
estructuralmente dependientes.
Según Oliveira (1976), la denominada “exclusión social”, que fue arraigada en la
economía brasilera después de 1964, se tornó elemento vital de su dinamismo.
De este modo, los “marginales” presentes en el “mercado informal” e integrados
al proceso de explotación capitalista, no eran vistos como “excluidos” de la
sociedad capitalista; eran entendidos, en realidad, como funcionales al proceso
de explotación, siendo necesarios y vitales al proceso de acumulación de
capital.
Los grupos sociales marginales no serán conceptuados como “excluidos sociales”,
pero sí como grupos que participan en el proceso de acumulación, como ya se
dijo, insertos, de forma particular, en la división social del trabajo.
Siendo así, la composición del ejército industrial de reserva y el costo de la
reproducción de la fuerza de trabajo eran y son cuestiones cruciales para
comprender la presencia de la marginalidad urbana en América Latina. La dinámica
del ejército de reserva es fundamental para entender el fenómeno de
“marginalidad social”, que resulta importante para la comprensión de la dinámica
de la población latente, fluctuante y estancada.
Las llamadas poblaciones marginales se articulan al conjunto de la sociedad
global, siendo un error considerar que los habitantes de los “barrios
marginales” tienen una situación de vida homogénea y diferente de los demás
segmentos sociales.
Mientras la teoría sociológica funcionalista de la “marginalidad” adopta el
individuo como unidad de análisis y privilegia la integración social, las
interpretaciones del pensamiento marxista enfatizan las contradicciones
inherentes al proceso histórico y consideran el conflicto y la dominación en el
interior de las relaciones de clase.
De acuerdo con el autor analizado, la problemática quedaba restricta a la noción
de carencia de consumo de bienes materiales, educativos y culturales. Siendo
así, la solución para el problema de las carencias era la participación, el
desarrollo de programas educativos, animación social, acción comunitaria,
autogestión de cooperativas y educación de base. La génesis de la marginalidad
se encontraba en la existencia de un cuadro sociocultural marcado por la anomia,
aislamiento, depresión y fatalismo, en resumen, en la presencia de valores,
conductas y aspiraciones no adecuadas a la sociedad moderna, compleja,
diversificada y competitiva.
Este tipo de diagnóstico hacía que el tratamiento de la “secuela social” –
pauperismo y “marginalidad social” – fuese pautado, simplemente, por
intervenciones socioeducativas que pretendían transformar personas y no la
estructura social de dominación. Como la unidad de análisis sociológica era el
individuo – marco teórico claramente funcionalista-, la solución pasaba por la
inclusión e integración de todos los que sufrían de carencias materiales y
educativas.
Los programas educativos son fundamentales y necesarios, sin embargo, no son
suficientes, pues no abordan las raíces del problema, que tienen origen
histórico y estructural; la génesis de la “marginalidad social” está inscripta
en el tipo de dominación y de relaciones de clase. Más que nunca es necesario
adoptar un universo explicativo más amplio, que supere la caracterización de la
marginalidad social en el nivel de la mera expresión fenomenológica, la cual no
ultrapasa el nivel de la apariencia.
El fenómeno revela su esencia y, al mismo tiempo, la esconde. Esto sucede porque
la esencia se manifiesta parcialmente en el fenómeno, indica algo que no es él
mismo y existe gracias a su contrario.
Infelizmente, la “marginalidad social”, en Brasil, no se resolvió con el proceso
de modernización. La industrialización, estructuralmente dependiente, no
incorporó la masa de desempleados al proceso de producción, y la adopción de las
políticas neoliberales (PAEs) agravaron la situación, es así que crece el número
de indigentes sociales.
Las estadísticas del IBGE (2005) no niegan la afirmación anterior, apuntando que
más del 51% de los trabajadores están dentro del denominado “mercado informal” o
en la “marginalidad social”, es decir, integran la dinámica económica.
Por lo tanto, delante del fenómeno del desempleo mundial, R. Castel (1998)
pregunta: ¿estaría repitiéndose la historia, o peor, tartamudeando?
Con la mirada puesta en la cuestión del desempleo en el mundo, Mike Davis (2006)
revela que el 57% de los trabajadores/as de América Latina, el 40% de Asia y el
90% de África que están actualmente en el mercado informal y en las villas
urbanas componen un vasto “proletariado informal”.
Mike Davis (2006) afirma que ese “proletariado informal” no puede ser llamado de
lumpesinato y mucho menos de ejército de reserva como desea el marxismo clásico;
los excluidos ya no son reservas de nada, no hay un sistema industrial para
absorberlos en el pico de los ciclos económicos.
De acuerdo con Robert Castel (1998), en la Francia de 1988, solamente uno de
cuatro pasantes y uno de tres trabajadores precarios encontraron trabajo estable
al final de un año.
Para Castel (1998), el término “exclusión” en su amplitud, no explica las causas
del fenómeno, y los seres humanos que sobran son los “inútiles para el mundo”,
los “inempleables”, o sea, los “supernumerarios”. Con la crisis del Estado
Social, avanza el “individualismo negativo” que no se apoya en protecciones
colectivas. La Renta Mínima de Inserción Social (RMI), en realidad, no insertó
los trabajadores en empleos regulares y estables, y los que tienen acceso a ese
tipo de renta pagan “con su persona”, con el desvanecimiento de su biografía.
Quien solicita la RMI tiene apenas el relato de su vida, con sus fracasos y
carencias, como una forma de identificar la posibilidad de “recuperación” y de
construcción de un proyecto, o sea, un contrato de inserción.
Según Luciano Vasapollo (2005), Italia tiene un alto índice de ocupación
temporaria, en relación a los otros países europeos: Italia 10,1%; Dinamarca
10,2%; Reino Unido 6,7%; Irlanda 4,7%; Austria 7,9%; Bélgica 9%. En Italia -
convertida en el país más flexible de Europa - hay cerca de dos millones de
trabajadores subcontratados y casi cinco millones en situación irregular.
Vasapollo (2005) afirma que en los últimos 20 años hubo un progresivo deterioro
de la protección social. En los países de la Unión Europea, las reformas están
alcanzando los antiguos sistemas de protección social. Así, se desarrolla un
nuevo ciclo del capitalismo, con el desempleo estructural, el desempleo
invisible, el trabajo ilegal y mal remunerado. Se propaga el mito del ‘hacerlo
solo’, de volverse emprendedor, que de hecho no pasa de una nueva forma de
trabajo asalariado.
Este es el contexto económico, social y político pautado por el régimen de
acumulación del capital mundial predominantemente financiero, en el cual la
circulación financiera abarca más de un trillón de dólares por día (1995), 40
veces más de lo necesario para la base real de cambios (DOWBOR, 1998).
El economista Peter Gowan resumió las relaciones entre producción y la esfera
financiera en la economías de mercado: el sector productivo es el determinante
porque solo él es capaz de generar nuevo valor que va a ser acumulado por los
propietarios del capital; y el sector financiero es el dominante porque él va a
decidir el valor de la riqueza acumulada y el destino de los nuevos flujos de
crédito (GOWAN, apud BELLUZZO, 2000).
Delante de ese régimen de acumulación, cabe al Estado promover políticas
asistenciales y filantrópicas para moderar y aliviar el sufrimiento de millones
de personas, sin embargo, muchas veces, esas políticas hieren la dignidad humana
y no resuelven los problemas, pues no atacan, de hecho, las causas
estructurales. Así, el Estado asistencialista, con apoyo de acciones locales, se
vuelve gerente de los desempleados, de la pobreza y de la miseria humana.
En Brasil, por ejemplo, se gastan R$ 7 billones con 11,1 millones de familias
integradas en el denominado “Programa Bolsa Família” , mientras R$ 110 billones
remuneran a los poderosos propietarios de los títulos de la deuda pública. Esos
trabajadores y trabajadoras sin empleo tienen sus biografías investigadas y
desvanecidas. Teniendo sus vidas humilladas, la única forma de tener acceso al
derecho de comer para subsistir es vivir de la “caridad legal”.
Varios ejemplos pueden ilustrar el significado de la “exclusión” y de la
“globalización” del trabajo en Brasil. Los grandes medios de comunicación
revelaron, con cierta frecuencia, la realidad de los pobres y miserables. En el
nordeste brasilero, muchos trabajadores y trabajadoras son incorporados al
proceso productivo de empresas transnacionales, atraídas por la localización
geográfica y por la fuerza de trabajo barata, dócil y disciplinada por el
desempleo – el reino de la extrema necesidad material. En la periferia de
Fortaleza, hay fábricas que producen ropas y calzados de marcas lujosas, como la
marca italiana Diesel, para abastecer el mercado mundial. Esos productos son
vendidos por US$ 13 a la lujosa marca y revendidos en tiendas distribuidas por
el mundo, hasta por US$ 600 (LIMA, 2005).
En realidad, hay una unidad estructural: la “marginalidad social” y la
explotación del trabajo (cara de la misma moneda) están integradas al proceso de
acumulación del capital mundial, pues el abaratamiento de la fuerza de trabajo
es funcional a la lógica económica, ya que aumenta la competitividad y la
rentabilidad de las modernas empresas.
El mercado – la compra y venta de mercadería fuerza de trabajo – no es neutro,
en los cañaverales de la prospera región de Ribeirão Preto, en São Paulo,
operarios que podan caña y trabajan con dolores y calambres (falta de reposición
de potasio en el organismo) mueren por agotamiento físico, ya que la
producción-padrón de 10 toneladas diarias exige 9.700 golpes de machete. La
contratación de trabajo por tarea o por cosecha es una de las formas más
antiguas de extracción de sobre-trabajo, es decir, extracción de plusvalía
absoluta. El ejército de reserva ha actuado como gran motivador, pues se
facilita la sumisión de la clase proletaria a las destructivas tasas de
productividad. En la década de 1990, la producción-padrón diaria era de 3
toneladas de caña.
Para María Aparecida M. y Silva, el propio “ómnibus” precario que transporta a
las personas que trabajan en los cañaverales, impone la docilidad, la aceptación
de las pésimas condiciones de trabajo. El contrato por cosecha o por tarea, en
verdad, oculta la relación de trabajo permanente, esta es otra forma utilizada
para no garantizar la estabilidad del empleo. Los empresarios usan ese
expediente como instrumento de gestión de fuerza de trabajo – en los períodos
entre cosechas los operarios son despedidos. Esa relación de trabajo sucede con
los denominados “bóias-frias” y con los que vienen ‘de afuera’, el contingente
del ejercito de reserva que llega de otras regiones del país: mineros, baianos,
paranaenses etc. (SILVA, 1999)
Como fue notificado por los medios, el “bóia fría” Celso Gonzaga, de 41 años,
murió mientras trabajaba en una plantación de caña en el pequeño municipio de
Taiaçu, perteneciente a la Usina Nardini. Se encuentra bajo investigación otra
muerte, la de una trabajadora, ocurrida en Ariranha. Así, en el 2005, subió a
tres el total de muertes por sospecha de agotamiento físico. Son, en total, 5
casos bajo investigación desde abril del 2004, cuando la Pastoral de Emigrantes
pasa a registrar los casos y a derivarlos al Ministerio Público de Trabajo y a
la Plataforma DHESC Brasil, entidad ligada a la Organización de las Naciones
Unidas. La pastoral también denuncia la muerte de Maria Neusa Borges, 54, que
vivía en Monte Alto (Folha de São Paulo, 28/7/2006, C1.). Integrados y
funcionales al proceso de producción capitalista, hay 110 mil bolivianos
viviendo, de forma clandestina, en São Paulo. María Díaz, por ejemplo, encerrada
en una sala, con el hijo que juega en el piso, produce piezas de ropa, en una
jornada de 16 horas, sin registro laboral, equipamiento de protección ni
asistencia social. Cobra por pieza producida R$ 0,20. Esas piezas son vendidas
para la multinacional C&A, que tiene 113 sucursales en Brasil y lucró 500
millones de euros en el 2005. (LIMA, 2005)
No hay muchas novedades en esos caminos recorridos por la economía brasilera,
teniendo en cuenta que investigaciones realizadas por el BNDES , a fines de
1987, revelaron que en Brasil, 25 mil trabajadores urbanos vivían de la tarea de
recolectar basura.
Aparentemente, esos trabajadores podrían ser considerados excluidos de la
economía capitalista, pero, de hecho, están presos a una cadena de producción,
conectados y subordinados a 120 intermediarios que venden los productos para 30
industrias. El valor pago por esas industrias a los empresarios intermediarios,
en algunos casos, llega a 1.000 por ciento de valorización. (OLIVEIRA, 1997)
Existe una gran dificultad para realizar un levantamiento estadístico nacional
preciso, del número de personas que ejercen, actualmente, ese tipo de trabajo:
recolección informal de residuos sólidos. En junio del 2001, 1.600 recolectores,
de 17 provincias brasileras, se reunieron en un congreso en Brasilia y
reivindicaron la independencia en relación a los municipios y a las empresas
privadas de reciclado de materiales y de reconocimiento profesional de la
actividad. En diciembre del 2002, el Ministerio de Trabajo incluyó la actividad
de recolección en la nueva Clasificación Brasilera de Ocupaciones de la Relación
Anual de Indicadores Sociales (RAIS).
En enero de 2003, se realizó el I Congreso Latino- Americano de Recolectores y
Recolectoras de Materiales Reciclables de América Latina, en Caxias do Sul,
provincia de Río Grande do Sol. En la “Carta de Caxias do Sul”, los
participantes asumieron el compromiso de construir redes de cooperativas,
asociaciones y crear un Movimiento Latino-Americano de Recolectores de
Materiales Reciclables.
El 5 de octubre de 2003, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva, al determinar
la creación del Comité Interministerial de Inclusión Social de los Recolectores
de Basura, lanza un desafío a sus ministros: la inclusión social de 500 mil
recolectores de residuos sólidos. Brasil produjo por día, en el 2002, más de 125
toneladas de basura, y cerca del 70% fueron colocados en basureros a cielo
abierto, campo de trabajo de los indigentes (OLIVEIRA, 2006)
Componiendo la superpoblación latente, hay en la región amazónica cerca de 400
mil mujeres que sobreviven de la economía extractiva, son trabajadoras que
quiebran el coco babaçu y producen varios artículos de las cáscaras y almendras,
desde aceite, jabones hasta harina del mesocarpio que sirve de alimento para sus
familias.
La actividad extractiva del babaçu ocurre en situaciones distintas: hay
“quebradeiras” sin-tierra, que no tienen acceso directo a los recursos naturales
y viven en las llamadas “puntas de la calle” de las ciudades, en pueblos o en
las banquinas de las rutas; y las trabajadoras que tienen acceso garantizado a
la tierra, de modo general, ocupan áreas desapropiadas por el Instituto Nacional
de Colonización y Reforma Agraria (INCRA) o adquiridas por los órganos agrarios
provinciales.
Como en la región de Medio Mearim, provincia de Maranhão, la mayoría de las
áreas de babaçu se encuentran bajo el control privado, los procesos de
cercamiento de las tierras y de expulsión de las quebradeiras de coco babaçu se
acentuaron desde la promulgación de la antigua Ley número 2.979/1969, conocida
como la Ley de las Tierras del Sarney.
De las luchas de las trabajadoras, a mediados de la década del 80, contra el
cercamiento y la expulsión de las tierras donde surge el babaçu, emerge la
Asociación en Áreas de Asentamiento en la provincia de Maranhão (ASSEMA) en
1989; la Asociación de Mujeres Trabajadoras Rurales de Lago del Junco (AMTR) en
1990; y la Cooperativa de Pequeños Productores Agro-extractiva del Lago del
Junco en 1991. Y, con la articulación de varios movimientos, surge, finalmente,
el Movimiento Interprovincial de las Quebradeiras de Coco Babaçu (MIQCB)
La aprobación de la Ley del Babaçu Libre , en 1997, beneficia apenas 10 mil
quebradeiras de coco, y, a pesar de ya haberse realizado en 2005 el V Encuentro
del Movimiento Interprovincial de Quebradeiras de Coco Babaçu, con la presencia
de castañeras de Perú y de Bolivia, esas 400 mil trabajadoras, que componen el
ejército de reserva latente, no están libres de ser transformadas en población
indigente, pues viven en la frontera del pauperismo.
CONSIDERACIONES FINALES: ¿HAY UN NUEVO PAUPERISMO O UNA NUEVA EXPRESIÓN DE UNA
MISMA CUESTIÓN?
De esta forma, quedan las preguntas: ¿para dónde va el derecho al trabajo con
protección social? ¿Se puede hablar de “neopauperismo” como una nueva cuestión
social en el siglo XXI? (CASTEL, 1998)
¿El fenómeno del empleo informal precarizado y flexible (neopauperismo) no será
una expresión de la misma cuestión social, la superpoblación relativa como
condición vital para la existencia del proceso de acumulación del capital?
Datos del 2004, de una investigación del Instituto de Pesquisa Económica
Aplicada (IPEA) sobre la pobreza en Brasil, revelan una situación bastante
particular: el 69% de los adultos que recibían los programas de transferencia de
ingresos estaban trabajando. Y además, el 15% del total de los trabajadores
estaban en el mercado informal.
¿Qué significan estos datos? El nivel salarial del proletariado brasilero es tan
bajo (fruto de la presión ejercida por el ejército de reserva) que lo certifica
como beneficiario de los programas sociales, por lo tanto, una mejor
remuneración sería la puerta de entrada para la denominada “ciudadanía” de los
vendedores de la mercadería fuerza de trabajo.
Como dijo Marx (1980), el pauperismo forma parte de la producción capitalista,
cuanto mayor la riqueza social, mayor el ejército de reserva, pues las mismas
causa que aumentan la fuerza expansiva del capital amplían la fuerza de trabajo
disponible, esta es la ley general y absoluta de la acumulación capitalista.
Como es evidente, el progreso técnico (elevación de la composición técnica del
capital) y la ideología de la empresa flexible (precarización y tarea
multifuncional) avanzan en el momento en que el proceso de (des)construcción del
Estado Social se coloca como un inevitable histórico y concurre, de manera
acelerada, para la redefinición de la forma de explotación del trabajo.
Emerge, al final del siglo XX, un nuevo fenómeno conocido como
“flex-explotación” – explotación del trabajo precario, inestable y flexible – es
decir, la gestión de la fuerza de trabajo por medio de la inseguridad, del miedo
de perder el empleo y de pasar a componer el gran ejército de reserva. Las
investigaciones evidencian que esa ideología gerencial – terciarización y
precarización del trabajo “polivalente/multifuncional” – trasciende el ámbito
original de la fábrica e invade otros espacios sociales: las escuelas, las
universidades y los hospitales públicos y privados (SILVA, 2004)
Estamos delante de una guerra económica, y el equipamiento fundamental no es,
necesariamente, el militar, más bien el desarrollo de la competitividad
exacerbada. En esta guerra, se acepta el atropello de los principios humanos
relacionados a la justicia social. Todo vale por la salud de la empresa: “podar
empleados, tirar el exceso de gordura, arreglar la casa, pasar la aspiradora,
combatir la esclerosis” etc., esos son los principios de la administración
científica contemporánea. La banalización de la injusticia social necesita ser
entendida, no solo en el sistema totalitario nazista, sino también en el sistema
contemporáneo de la sociedad neoliberal, en cuyo centro está la poderosa empresa
privada (DEJOURS, 1999).
En resumen, el trabajo precario y el pauperismo son inherentes al proceso de
desarrollo capitalista, fruto de la expansión de la riqueza mundial. La fuerza
del capital, libre de las amarras de la política de protección social, explota
el Estado Social y con él, los derechos humanos.
La prueba de esto es que el capital, delante de la crisis estructural, recoloca
en pauta la explotación del trabajo por medio del aumento de plusvalía absoluta,
para recomponer su tasa de lucro, hasta en países desarrollados como Alemania.
Según R. Kurz (2005), para que los salarios reales puedan bajar en absoluto,
debe caer el “nivel histórico-moral” (Marx) alcanzado de los costos de la
reproducción de la fuerza de trabajo: bienes culturales, cuidados médicos que
son poco a poco “declarados inaccesibles” al nivel medio del costo de vida.
En los países donde la presencia de la “marginalidad social” – ejército de
reserva – siempre forma parte de su historia, se amplia, de forma brutal, la
población estancada. La gran novedad de este siglo es el crecimiento asustador
del número de seres humanos que habitan el “infierno de la indigencia”.
En Brasil, en 2003, el 27,26% de la población vivía como miserable lo que
corresponde a 47 millones de personas. Ese número se obtiene a partir de la
línea de pobreza que es de R$ 108,00 mensuales. Ese valor garantizaba, en la
época, el consumo diario de 2.288 calorías. El décimo más rico se apropiaba de
casi la mitad de la renta per cápita (precisamente el 45,7%), mientras la mitad
más pobre se apoderaba del 13,5% de renta nacional, y los 40% intermediarios
prácticamente coincidían con los 40,8% de la renta. Eso significa que el ingreso
individual del grupo más rico era 16 veces superior al del grupo más pobre
(Centro de Políticas Sociales – IBRE/FGV, 2006).
En resumen, el capital, con el deseo incesante de ampliar su valorización,
revoluciona permanentemente los instrumentos de producción y, de esa forma,
realiza su carácter progresivo. Así, la creación de riqueza efectiva se vuelve
cada vez menos dependiente del tiempo de trabajo y del quantum de trabajo vivo
utilizado en el proceso productivo de mercaderías, generando, al mismo tiempo,
riqueza, desempleo y miseria. En este movimiento histórico está presente la
contradicción de base del modo de producción capitalista, la contradicción entre
su fundamento – trabajo como medida de valor – y su propio desarrollo.
Se acrecienta a la contradicción de base del modo de producir y vivir en el
capitalismo, el desarrollo de las fuerzas destructivas de la naturaleza,
avanzando la crisis ambiental provocada por el “obsoletismo” planificado de los
valores de uso y por el “consumismo” exacerbado derivado de la alienación humana
y del fetiche de la mercadería. Solo los Estados Unidos, por ejemplo, que poseen
el 4% de la población mundial, se apropian del 25% de los recursos de energía y
de materias primas (MÉSZÁROS, 2006).
Acuerdo plenamente con R. Kurz (1997) cuando dice que ya es tiempo, después 200
años de era moderna, que el aumento de la productividad sirva para trabajar
menos y vivir mejor. Para que eso suceda es preciso, de una vez, superar las
contradicciones del capitalismo en dirección a la emancipación humana (SARTRE,
1980)
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