José Díaz Diego
Doctorando en Antropología Social
Universidad de Sevilla
protezilao@yahoo.es
Resumen.
Propongo un breve recorrido que pueda enlazar simples entramados de diversidad
teórica y práctica en lo que refiere al nacimiento de una conciencia ecológica
laica y racionalista, de base positivista y experimental, y su ampliación hacia
un movimiento fuertemente ético y moral en el que cada vez se puede observar con
mayor claridad la aparición de un nuevo capital, el religioso, que pugna por
ocupar un locus de sentido en el paradigma ecológico, en definitiva, por “ser”
en nuevas formas de comprender el mundo.
Palabras clave: ecología, religión, campo, capital, secularización.
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Introducción.
El presente texto quiere hacer una breve exposición sobre el “encantamiento de
la ecología”. Si nos planteamos un breve recorrido por la historia más
contemporánea de la preocupación por el estado de deterioro ambiental, la
explotación de los recursos naturales más allá de lo previsiblemente sustentable
y la más reciente conciencia de crisis ecológica podremos rastrear un serio
posicionamiento social de respuesta nacido en estas últimas décadas y
contextualizado en lo que muchos autores de las disciplinas sociales y
humanísticas han venido a llamar secularización.
En este contexto de encuentro entre la preocupación por la naturaleza y los
efectos nocivos que sobre el medio tiene nuestro modelo occidental de desarrollo
y la postmoderna deriva saculirizadora – al menos de iglesia – podemos observar
que en la consolidación de la conciencia ecologista aparecen con una inusual
prestancia referentes de base religiosa en forma de conceptos, discursos y
representaciones religiosas en torno a los aspectos ambientales, en tanto
idealización.
“Necesitamos una ética ecológica, una actitud hacia la naturaleza que sobrepase
el mero concepto de utilidad. De lo contrario, la conservación será causa
perdida. Aquí la iglesia puede hacer algo tremendamente significativo” .
El proceso de “encantamiento de la ecología” se puede analizar aplicando el
concepto de campo de Bourdieu. La génesis de nuevos capitales en contextos de
relativa temprana aparición, como el ecologismo, es un fenómeno de por sí
atractivo para los científicos sociales, aunque más aun lo son cuando los
capitales que comienzan a representarse en el campo son aparentemente opuestos a
las lógicas del propio campo, caso del humanismo judeocristiano en la ecología.
Así, las reformulaciones y argumentaciones teológicas, pero muy marcadamente los
mismos cambios que el proceso de secularización ejerce sobre los campos y en
éstos, sobre los capitales religiosos que interaccionan en su interior, hace
interesante el análisis antropológico de sus producciones materiales y
simbólicas. Se trata de observar cómo se producen los cambios en esferas que
percibimos rígidas y de horizontes agotados. En último caso, observar procesos
sociorreligiosos a través de la ecología, al ecologismo a través de la religión
y a la dinámica constructivista a través de ambos dos.
Del mito de origen.
En la publicación electrónica utopía, Miguel Ángel Corral viene a resumir en
tres etapas fundamentales la historia ecológica: época del equilibrio natural,
época del desequilibrio y actualidad.
Al hablar de la época del equilibrio natural, Corral hace referencia a la etapa
prehistórica anterior a la revolución neolítica, donde la baja presión
demográfica y la articulación de los sistemas productivos “primitivos”, menos
depredatorios con los recursos naturales, permitían un equilibrio de fuerzas
extractivas-trasformadoras-consumidoras de los grupos de cazadores-recolectores
y su medio, un desarrollo social que no alteraba poco el orden natural de los
ecosistemas. Tras la aparición de la agricultura y la transformación que supuso
para el manejo de los ecosistemas, aparece la etapa de desequilibrio. Dos serían
los puntos de inflexión de esta etapa, por un lado la revolución neolítica, con
la domesticación de las plantas y el manejo del ciclo productivo, que en impacto
medioambiental se mantendría con una baja huella ecológica hasta el segundo
momento, la revolución industrial. El siglo XIX significó un cambio radical en
el modo de relacionarse la sociedad occidental con el medio que le rodeaba. La
consolidación del paradigma científico y la difusión de la tecnología, basada en
su mayor parte en el consumo de energías provenientes de recursos minerales no
renovables, hicieron fortalecer un cambio en la concepción de economía, del
principio de la gestión de la escasez al del arte de la producción ilimitada.
Aunque es una división quizás excesivamente somera, el esquema de M. Ángel
Corral nos permite localizar a simple vista los dos puntos de inflexión que
marcan la relación del hombre occidental con su medio, el comienzo de la
producción agraria y la revolución industrial, con su curva exponencial de
consumo y transformación.
Es en este mismo siglo XIX, en 1866, cuando el zoólogo alemán Ernst Haeckel
acuña el término ecología en su obra Generelle Morphologia der Organism, cuyo
estudio tuvo un lentísimo desarrollo hasta bien comenzado el siglo XX, época en
la que sólo cobró una cierta importancia en países como Estados Unidos, Canadá y
la antigua Unión Soviética . A partir de estos años nos podemos encontrar una
espiral de grupos de investigación y departamentos universitarios que comienzan
a enfocar sus análisis bajo el prisma ecológico, esto es, mediante el análisis
integral de intercambios de materia y energía entre todos los seres vivos y de
éstos con su ecosistema.
La actualidad, según Corral, que supondría un incremento sin parangón en la
degeneración del medio ambiente a escala global, vendría marcada por el
nacimiento de una conciencia ecologista a la luz de la crisis energética y
ambiental, primero en los países norteamericanos y europeos y paulatinamente
después en los países del cono sur.
Ahora sí, dónde encontrar los indicadores ideológicos que condicionaron algunas
de las acciones prácticas sobre el uso y manejo del medio. Si gran parte de
nuestro sustrato cultural es judeocristiano, judeocristianas pueden ser algunas
de las respuestas.
“En principio creó Dios el cielo y la tierra, y la tierra estaba desordenada y
vacía, (…), y Dios dijo: produzca la tierra hierba verde, (…), produzcan los
mares peces y aves que vuele frente a la bóveda del cielo, (…), e hizo Dios
animales de la tierra según su género, (…) y creó Dios al hombre a su imagen y
semejanza, varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios y les dijo: creced y
multiplicaos, llenad la tierra, dominadla, vuestros son los peces del mar, las
aves del cielo y todas las bestias que viven en la tierra. Y vio Dios que
aquello era bueno. Y fue la tarde y la mañana, el día sexto”.
Génesis, 1, 1-31.
Hombres y mujeres hechos a semejanza de dios son radicalmente distintos al resto
de seres y realidades del medio que les roda. Nada es igual al hombre y a la
mujer pues nada fue creado con tan alta distinción ontológica. Ser seres creados
a Su imagen y semejanza abre una brecha epistemológica en la concepción del uso
y manejo de los recursos, del fin del medio.
“Si ustedes colocan a Dios fuera del universo, en aras de su creación, y su
ustedes cuentan que han sido creados a su imagen, entonces ustedes se
considerarán, de un modo totalmente lógico, como exteriores a las cosas que les
rodean, e incluso opuestos a ellas. Y como ustedes se apropian de todo lo que
pertenece al espíritu para ustedes solos, pensarán que el mundo que les rodea se
encuentra totalmente privado de este espíritu, y que, por tanto, no tiene
derecho a ninguna consideración moral o ética. El medio ambiente parecerá que
les pertenece para el único objetivo de ser explotado por ustedes. Así, pensarán
que la unidad de supervivencia estará compuestas por ustedes mismos, por sus
semejantes y por sus prójimos”.
Se muestra evidente así que un mito de origen que sitúa al hombre y su rol en la
creación en una posición no sólo central sino superior condiciona y da base
argumentada a las críticas que muchos autores, como el citado Bateson, elevan
contra la concepción absolutista que el Génesis guarda para la representación de
la primera Historia del hombre con su Dios y con su medio. Parece razonable
pensar que siglos de educación sobre la base de esta idea de propiedad de la
naturaleza haya podido ayudar a la construcción de una red de significaciones
que a su vez hayan guiado las relaciones de apropiación del hombre occidental
con su medio ambiente. Esta denuncia, amplia y consolidada en el mundo
científico, señala a la religión como una de los principales causantes de la
consolidación de la moderna reflexión hombre-naturaleza y de los consiguientes
pilares ideológicos de nuestro modelo occidental de desarrollo.
Poco a poco, el interés de teólogos, pensadores de la religión y miembros
destacados de la Iglesia comienzan a hacer públicas reflexiones en torno al
preocupante estado ambiental. El propio papa Pablo VI hace varias alusiones a
las declaraciones del Vaticano II (1962-1965) Gaudium et Spes y Apostolicam
Actuositatem, que intentan redimensionar la baja consideración metafísica del
medio en relación con la del hombre. También se dirige el prelado a la FAO
(Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) en
1970 expresando su preocupación por la conducta de la humanidad en relación con
su débil compromiso ambiental, al igual que hace al año siguiente en Roma en el
Congreso de Juristas Católicos Italianos.
En la misma línea podemos ver cómo los documentos finales de la III Conferencia
General del Episcopado Latinoamericano, celebrado en Puebla, en 1979, expresa un
comprometida preocupación por la incipiente crisis ecológica, que constatan así:
“Si no cambian las tendencias actuales, se seguirá deteriorando la relación del
hombre con la naturaleza por la explotación irracional de sus recursos y la
contaminación ambiental, con el aumento de graves daños al hombre y al
equilibrio ecológico, (…) de modo que el dominio, uso y transformación de los
bienes de la tierra; de la cultura de la ciencia y de la técnica, vayan
realizándose en su justo y fraternal señorío del hombre sobre el mundo, teniendo
en cuenta el respeto de la ecología. El agotamiento de los recursos naturales y
la contaminación del ambiente constituirán un problema dramático”.
Después de pronunciaciones de tal calibre, el papa Juan Pablo II titula “Paz con
Dios Creador, paz con toda la creación” su mensaje para la Jornada Mundial de la
Paz de primero de enero de 1990 en el que apunta la imposibilidad de seguir
usando los bines de la tierra como en el pasado, la necesidad de alentar la
conciencia ecológica, la importancia de recordar la narración bíblica de la
creación para retomar una unidad perdida y superar la profunda crisis moral de
la que el deterioro ambiental es uno de los aspectos más preocupantes (Juan
Pablo II, 1990). Tales llamamientos no impiden que algunos años más tarde
continúe apareciendo en su producción teológica y doctrinal posicionamientos más
cercanos a la superioridad antropocéntrica ampliamente criticada por los
científicos, que a posiciones de igualdad ética y responsabilidad como inter
pares:
“El hombre, llamado a cultivar y custodiar el jardín del mundo (Gn. 2,15), tiene
una responsabilidad específica sobre el ambiente de vida, o sea, sobre la
creación que Dios puso al servicio de su dignidad personal, (...)”.
Hambre de religión.
La crisis ecológica significa una quiebra en la concepción del mundo. Lo que en
la conciencia colectiva era evidente, ahora es sometido a discusión. Nuestro
modelo de desarrollo se sustenta sobre la concepción de dos infinitos, la teoría
económica del crecimiento ilimitado en contraposición a las tradiciones
económicas del manejo de la precariedad, y el infinito del futuro lineal en
detrimento de las cosmovisiones históricas de un todo sincrónico y circular. La
conciencia de crisis reconoce que los recursos tienen límites, puesto que no
todos son renovables y que el crecimiento indefinido es imposible porque posee
la vocación de la expansión universal globalizadora en la que no hay cabida a la
diversificación en las lógicas del sistema.
En esta práctica cultural, la agencia se entiende a sí misma como una realidad
sobre las cosas, disponiendo de ellas, y nunca junto a las cosas, como parte
integrante de una comunidad mayor. La conciencia de esta crisis, que toma cada
vez mayor difusión, se enmarca en el conjunto de otros cambios o
transfiguraciones sociales como la de la secularización de la sociedad
posmoderna. En este sentido, Joan Estruch apunta cuatro mitos de secularización
:
1. La secularización expresa la creciente decadencia de la religión y apunta a
su próxima desaparición.
2. La secularización refleja el proceso de progresiva mundanización de lo
religioso.
3. La secularización es un proceso de autonomización y de independización de la
sociedad frente a lo religioso.
4. La secularización es una desacralización del mundo.
La simple inclusión de la dimensión moral en el “omnipresente” debate ecológico
inhabilita el proceso radical de secularización, al menos, en lo literal de sus
bordes conceptuales, y da la razón a Joan Estruch cuando habla de la necesidad
de entender nuestro mundo de una forma desacralizada (una de las funciones
ideológicas de la secularización). Esta categoría de pensamiento permite
justificar el desarrollo de nuestro modelo sin entrar en contradicción con sus
propias raíces reflexivas y positivistas, al tiempo que posibilita una nueva
maraña de relaciones entre posiciones antagónicamente enfrentadas (ciencia –
religión) y que ahora entran a formar parte del juego en el mismo tablero. Las
grandes dimensiones de la ecología como campo postmoderno debilita las fronteras
del propio campo haciendo más fácil la entrada de nuevos discursos, como el
religioso – velado tras el moral –. Estas entradas dan pié a nuevos debates en
pos de establecer nuevos límites de mimetización primero y de diferenciación
después.
La comprensión casi milimétrica de la realidad y de sus procesos se enfrentan
duramente a la dimensión más pragmática de la fe en lo inmaterial, es decir, a
la esperanza y al descanso en lo resoluble. El desencantamiento del mundo
vendría marcado por la desaparición de espacios no explicables a través de la
lógica raciona, por la desaparición de cualquier tipo de símbolo no científico
en el sistema de interpretación de la realidad. Este hastío por el desencanto
del mundo desemboca en lo que Ferrarotti define como “hambre por lo sagrado” ,
por la necesidad de campos de acción y percepción que incrustados en las lógicas
racionales, que den legitimidad a sus disposiciones, permitan albergar espacios
maleables por lo sagrado y sus hierofanías y, en consonancia con la dinámica
social, posibilite dimensiones de salvación personal a través de la acción
individual y colectiva. La jaula de hierro, que vendría definida por la
estructura positiva de comprensión de comprensión del mundo y su aparataje
institucional es transfigurada en una jaula de goma que, como sistema, en la
propias palabras de E. Gellner, sería más “personal, cálido, humano, intangible”
. Habida cuenta de ello, un reajuste en las fronteras y contenidos de lo
religioso permite el aggiornamento de lo sagrado y por tanto una solución a la
búsqueda constante por satisfacer algunas de nuestras necesidades más profundas.
Figura 1.
La necesidad de un discurso que vele la realidad y la transmute en encanto abre
las puertas a la presencia religiosa; la existencia de una ética ambiental, como
fundamentadora de la acción ecologista, hace lo propio con la moral; y la
presencia cada vez más multitudinaria de almas postmodernas invita a la pastoral
de Iglesia. La ecología se convierte así en un campo donde confluyen múltiples
intereses religiosos. La Iglesia entra en el campo ecológico demostrando la
flexibilidad en las fronteras de campos que parecía finitos y agotados. Nuevos
discursos y nuevos referentes se hacen presentes para articular, a través de
cambios poco perceptibles, las transformaciones en una ecología académica y
política para llegar a una ecología que es académica, política, ética y
religiosa.
Figura 2.
Figura 3.
Figura 4.
Figura 5.
Figuras.
Figura 1. “La Vera. Retiro Imperial”. Portada del material publicitario de la
Comarca de la Vera.
Figura 2. “Comarcas de Extremadura. Muestrario de Sensaciones”. Portada del
material publicitario de la Red Extremeña de Desarrollo Rural y la Dirección
General de Turismo de la Junta de Extremadura.
Figura 3. “Natura 2000. Espacios para la biodiversidad, espacios para la
humanidad”. Portada del material publicitario del Organismo Autónomo de Parques
Nacionales del Ministerio de Medio Ambiente.
Figura 4. “Comarca Sierra Suroeste. Provincia de Badajoz. El Bosque Sagrado”.
Portada de la colección del material publicitarios de las comarca de Badajoz.
Diputación de Badajoz.
Figura 5. Interior de la Guía de Senderos Turísticos de la Dirección General de
Turismo de la Junta de Extremadura.
Valiendo como ejemplos estas figuras, podemos comprobar cómo tanto las imágenes
de portada de los dípticos de promoción turística como muchas de las del
interior de los capítulos de las guías temáticas de senderismo, ecoturismo,
paisajismo, caza y pesca y un largo etcétera de ellas entremezclan referentes de
naturaleza con referentes religiosos. Imantada queda ya la configuración mental
del disfrute y de la experiencia natural con la del contacto con lo superior a
la condición humana, con el misterio, lo sagrado, lo religioso. Incluso en las
figuras 2 y 3 en las que no queda tan clara la relación directa, la idealización
del contacto con el paisaje natural trasciende la mera idea de naturaleza
elevando su consideración simbólica más allá de los límites físicos-geográficos
que ha imperado en nuestra cosmovisión occidental durante cientos de años. De
forma mucho más diáfana, tanto la figura 1, haciendo alusión al retiro del
Emperador Carlos V en el Monasterio de Yuste como la figura 2, en la que
naturaleza asilvestrada – por el verde intenso – y patrimonio etnológico –
bujarda y cestas de mimbre – comparten espacio visual con fachadas de iglesias y
la figura 5, sacralizando en su texto el espacio natural muestran claros
ejemplos de la porosidad de los límites de los campos “ecología”, “naturaleza” y
“religión”.
“Al hombre le está acechando la “metatentación”, el rechazo de Dios en nombre de
la propia humanidad (Juan Pablo II, a la Conferencia Episcopal Francesa,
¡-6-80). Ciertamente, el hombre puede organizar la tierra sin Dios, pero, al fin
y al cabo, sin Dios no puede menos que organizarla contra el hombre (Populorum
progressio, 42)”
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Ingreso de Su Eminencia Rvdma. D. Carlos Amigo Vallejo. Academia de Ciencias
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Bourdieu, P. y Wacquant, J. D. 1992. Respuestas para una antropología reflexiva.
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Sinodal. Puebla.
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Velasco, F. (eds). Formas modernas de religión. Alianza. Madrid.
Ferraroti, F. 1993. “El destino de la razón y las paradojas de lo sagrado”. En
Díaz, R., Giner, S. y Velasco, F. (eds). Formas modernas de religión. Alianza.
Madrid.
Gellner, E. 1998. Cultura, identidad y política. El nacionalismo y los nuevos
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Gill, E. 1994. “Religiones laicas de salvación”. En Salazar, R. (y otros).
Formas modernas de religión. Madrid.
Juan Pablo II. 1995. Encíclica Evangelium Vitae. Santa Sede. Ciudad del
Vaticano.
Rossi, L. y Valsecchi, A. 1986. “Ecología”. En Ibíd. Diccionario enciclopédico
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Constitución Apostólica Gaudium et Spes. Cap. 39, 53 y del 64 al 69. Documentos
del Concilio Vaticano II. Santa Sede. Ciudad del Vaticano, 1965.
Decreto Canónico Apostolicam Actuositatem. Cap. 7. Documentos del Concilio
Vaticano II. Santa Sede. Ciudad del Vaticano, 1965.
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