Lionel Robbins
LAS GENERALIZACIONES ECONÓMICAS Y
LA REALIDAD
§ 1. Es característico de las generalizaciones científicas que se refieran a
la realidad. Ya sea que se formulen en términos hipotéticos o categóricos,
se distinguen de las proposiciones de la lógica pura y de las matemáticas
por el hecho de que, en cierto sentido, se refieren a lo que existe o a lo
que puede existir y no a relaciones puramente formales.
A este respecto, es claro que las proposiciones de la Economía coinciden
exactamente con las de las otras ciencias. Como ya hemos visto, son
deducciones de simples supuestos que reflejan hechos muy elementales de la
experiencia general. Si las premisas se refieren a la realidad, las
deducciones de ellas derivadas deben tener un punto similar de referencia.
Esto demuestra, por consiguiente, que la creencia frecuentemente expuesta
por los críticos de la Economía de que ésta es un mero sistema de
deducciones sin relación con la realidad se basa en un mal entendimiento.
Debe reconocerse que el conocimiento de los hechos, base de las deducciones
económicas, tiene una diferente importancia de la que tiene el conocimiento
de los hechos base de las deducciones de las ciencias naturales. Hay que
admitir, que, por esta razón, los métodos de la Ciencia Económica -si bien
no su consistencia lógica- difieren frecuentemente de los métodos de las
ciencias naturales. Pero esto no quiere decir, en modo alguno, que sus
generalizaciones tengan un carácter "meramente formal", o que pueda
considerárselas como deducciones "escolásticas" de definiciones establecidas
arbitrariamente. Por el contrario, puede afirmarse que existe menos
fundamento para dudar de su contenido real que para dudar del que tienen las
generalizaciones de las ciencias naturales. En Economía, como hemos visto,
conocemos los últimos elementos constitutivos de las generalizaciones
fundamentales por una familiaridad inmediata. En las ciencias naturales sólo
los conocemos por inferencia. Hay mucho menos fundamento para dudar de la
contrapartida que en la realidad tiene el supuesto de las preferencias
individuales que de la del supuesto del electrón.(1) Es cierto que deducimos
demasiado de las definiciones; pero no es exacto que éstas sean arbitrarias.
Lo anterior demuestra, también, que es un craso error considerar al
economista, cualquiera que sea el grado de su "pureza", preocupado sólo con
la deducción. Es innegable que gran parte de su trabajo la realiza a través
de un elaborado proceso de deducción, pero es completamente inexacto suponer
que ésa es su única tarea, o siquiera la principal. La ocupación del
economista es interpretar la realidad. El trabajo de descubrimiento consiste
no en explicar premisas determinadas, sino en percibir los hechos que son su
base. El proceso de descubrir esos elementos en una experiencia común que
proporciona la base de nuestro tren de razonamiento deductivo es
descubrimiento económico en el mismo grado en que lo es sacar nuevas
inferencias de premisas viejas. La teoría actual del valor se ha
desarrollado en los últimos tiempos por una elaboración progresiva de
deducciones obtenidas de premisas muy simples; pero el gran descubrimiento,
la revolución mengeriana, de que parte esta etapa del progreso, fué el
descubrimiento de las premisas mismas. Igual ha sucedido con los otros
principios que hemos examinado. La percepción y la selección de la base del
análisis económico son una parte tan esencial de la Economía como el
análisis mismo. Esto, además, es lo que le da su significación.
§ 2. Al mismo tiempo debe admitirse que las proposiciones que hemos
establecido hasta aquí son de carácter muy general. Si determinado bien es
escaso, sabemos entonces que su uso habrá de ajustarse a ciertas leyes. Si
su tabla de demanda es de cierto orden, entonces sabemos que las
alteraciones de la oferta moverán su precio en determinado sentido. Pero,
como ya hemos descubierto,(2) en el concepto de escasez nada hay que nos
autorice a atribuirla a una mercancía en particular. Nuestras deducciones no
nos autorizan a decir que el caviar es un bien económico y que la carroña es
una desutilidad. Todavía nos aclaran menos acerca de la intensidad de la de
manda del caviar o de la demanda para librarnos de la carroña. Desde el
punto de vista de la Economía pura, estas cosas las condicionan, por una
parte, valoraciones individuales y, por otra, los datos técnicos de la
situación que se examina. Y tanto las valoraciones individuales como los
datos técnicos quedan fuera de la esfera de la uniformidad económica. Para
usar la expresiva frase de Strigl, estas cosas constituyen, desde el punto
de vista del análisis económico, el elemento irracional del mundo de nuestro
razonamiento.(3)
Pero, ¿no es deseable trascender semejantes limitaciones? ¿No debemos
aspirar a colocarnos en una posición que nos permita atribuir valores
numéricos a las escalas de valoración y establecer leyes cuantitativas de la
oferta y la demanda? Esto da lugar, en forma ligeramente distinta, a algunas
de las cuestiones que dejamos sin respuesta al terminar el último capítulo.
Semejante conocimiento sería, sin duda, útil; pero un momento de reflexión
permitiría precisar que estamos entrando a un campo de investigación en el
que no existe ninguna razón para suponer que han de descubrirse
uniformidades. Son de naturaleza heterogénea las "causas" que hacen que las
valoraciones finales dominantes en un momento sean lo que son: no hay razón
para suponer que los efectos resultantes revelen una uniformidad
significativa en el tiempo y en el espacio. Puede sostenerse, sin duda, que
hay un sentido en el cual toda muestra del universo escogida al azar es el
resultado de causas determinadas; mas no hay ningún fundamento para suponer
que el estudio de una muestra escogida al azar dé origen a generalizaciones
de alguna importancia. Las ciencias no proceden así. Ese, o algo muy
parecido, es, empero, el supuesto que yace en la esperanza de que las
categorías formales del análisis económico puedan recibir contenido
sustancial del valor constante y permanente.(4)
Un simple ejemplo lo aclarará bien. Tomemos la demanda de arenques.
Supongamos que nos hallamos frente a una orden que les fija un precio,
inferior al que hasta ahora ha regido en el mercado. Supongamos que
pudiéramos decir: "de acuerdo con las investigaciones de Pérez (1907-1908),
la elasticidad de la demanda del arenque común (Clupea harengus) es de 1.3;
por consiguiente, es de esperar que la orden que fija el precio deje un
excedente de la demanda sobre la oferta de dos millones de barriles. ¡Qué
agradable sería poder decir cosas como ésta! ¡Qué lisonjero para nuestra
propia estimación, habitualmente algo deteriorada vis-a-vis la de los
profesores de ciencias naturales! Qué impresionante para el gran negociante!
¡ Qué persuasivo para el público en general!
Pero ¿podemos esperar alcanzar posición tan envidiable? Supongamos que en
1907-08 Pérez hubiera acertado, y que, dado un cambio de precio en ese año,
la elasticidad de la demanda fuera de 1.3. Esta clase de cómputos groseros
no es muy difícil en realidad, y puede tener gran utilidad para ciertos
propósitos. Pero ¿qué razón hay para suponer que Pérez desenterraba una ley
constante? El arenque satisface, sin duda, ciertas necesidades fisiológicas
susceptibles de una descripción muy exacta, aunque no es, en modo alguno, el
único alimento capaz de satisfacerlas. La demanda de arenques, sin embargo,
no es una simple derivación de las necesidades. Es, como si dijéramos, una
función de un gran número de variables aparentemente independientes. Lo es
de la moda, y por moda entendemos algo más que los efímeros resultados de
una campaña pro consumo de arenques. Su demanda podría alterarla mucho un
cambio en las opiniones teológicas de los sujetos económicos que intervienen
en el mercado. Es una función de la disponibilidad de otros alimentos;
también de la cantidad y calidad de la población; asimismo de la
distribución de los ingresos dentro de la comunidad, de los cambios del
volumen de dinero. La transformación de los medios de transporte modificará
el área de la demanda de arenques. Los descubrimientos del arte culinario
pueden modificar su deseabilidad relativa. ¿Se puede suponer razonablemente
que los coeficientes derivados de la observación de un mercado determinado
de arenques, en un tiempo y lugar particulares, tengan una significación
permanente, a no ser como historia económica?
Es posible, desde luego, ampliar con diversos artificios el área de
observación para que abarque más tiempo. En lugar de observar el mercado de
arenques unos cuantos días, pueden reunirse estadísticas del cambio de
precios y de las alteraciones de la oferta y la demanda durante un período
de años, "ajustarlas" para tener en cuenta los movimientos estacionales, el
aumento o disminución de la población, etc., etc., y usarlas para obtener
una cifra que represente la elasticidad media de todo el período. Y dentro
de ciertos límites, semejantes cálculos tienen su utilidad. Son un medio
conveniente de describir ciertas fuerzas que operan en esa época histórica.
Como veremos después, pueden ser una guía para determinar lo que puede
acontecer en el futuro inmediato. Si se quiere utilizar eficientemente la
más refinada herramienta del análisis económico, es necesario tener ideas,
así sean aproximadas, de la elasticidad de la demanda en mercados concretos;
mas no hay razón para considerarlas como leyes inmutables. Por más
exactamente que describan el pasado no hay ninguna presunción de que deban
continuar describiendo el futuro. Las cosas han sucedido en el pasado de
cierto modo y pueden seguir ocurriendo así en el futuro por un corto tiempo;
pero no hay ningún fundamento para suponer que el modo en que sucedieron en
el pasado es el resultado de causas homogéneas. Tampoco lo hay para suponer
que sus cambios en el futuro deberán atribuirse a causas que han operado en
el pasado. Si quisiéramos servir de algo en materia de arenques, no debemos
pensar nunca en apoyarnos en investigaciones como la que realizó en 1907-8
el desdichado de Pérez. Tenemos que rehacer todo de nuevo sobre la base de
datos más recientes. Por importantes que puedan ser esas investigaciones -y
nada de lo que aquí se dice sobre su carácter metodológico debe tomarse como
una negación de su valor práctico muy considerable- no se puede reclamar
para sus resultados el carácter de las llamadas leyes "estadísticas" de las
ciencias naturales.(5)
Pero, podría preguntarse, ¿acaso la diferencia entre los resultados de
semejante investigación y los postulados de que dependen las principales
generalizaciones de la Economía no es sólo una diferencia de grado más bien
que de especie? Ya hemos demostrado que de no existir una jerarquía de
fines, sino que todos tuvieran igual importancia, los resultados de la
conducta serían completamente indeterminados, y aun las generalizaciones más
elementales de la teoría del valor serían inaplicables. No existe garantía
de que no suceda así. El hecho de que las condiciones que permiten aplicar
esas proposiciones persistan es sólo cuestión de probabilidad. En la misma
forma justa es posible demostrar analíticamente que pueden concebirse
circunstancias en las que la curva de la demanda registre una inclinación
positiva. Con todo, si esto fuera frecuente, muchas de las más aceptadas
generalizaciones de la teoría educativa serían inaplicables. De nuevo, es
una cuestión de probabilidad que no sea así. ¿Cuál es la diferencia esencial
entre este supuesto y el de que la elasticidad de la demanda de arenques es
de 1.3?
El argumento es de peso. Y puede aceptarse que, en este sentido, la
diferencia es una diferencia de grado más bien que de género. Mas a esto
puede replicarse que la diferencia de grado es tan grande que se justifica
considerarla como una diferencia de especie. Pudiera ocurrir que las
valoraciones fueran de una naturaleza tan peculiar que la conducta resultara
indeterminada; pero ello es tan extraordinariamente improbable que estamos
justificados para desdeñar la posibilidad. No lo es tanto que la función de
la demanda pueda ser positiva; pero existe una vigorosa probabilidad de que
no sea ésa la regla sino la excepción. Por otra parte, cuando se estudia la
valoración de productos determinados y la elasticidad de la demanda derivada
de ellos, existe seguramente, por las razones ya expuestas, una enorme
probabilidad de que no sea de esperar la constancia. He aquí, en verdad, lo
histórico-relativo in excelsis. El hecho de que podamos disponer nuestras
preferencias conforme a cierto orden es de un grado de generalidad tan
superior al orden de preferencias momentáneo de cualquier individuo que
estamos plenamente justificados para considerarlas de diferente carácter por
lo menos en nuestra esfera de raciocinio. Y aunque pueda sostenerse que en
el futuro se harán más valiosos trabajos para indagar estos valores
momentáneos, parece más importante, si ha de conservarse el sentido de las
proporciones, que sus limitaciones sean admitidas y no que se insista en la
similitud formal con los amplios fundamentos cualitativos que constituyen la
base de la ciencia tal como es. Quizá esta sea otra de las diferencias
metodológicas entre las ciencias naturales y las sociales. En aquéllas la
transición de lo cualitativo a lo cuantitativo es fácil e inevitable. En las
ciencias sociales, por razones que ya se han expuesto, en cierto sentido, es
casi imposible y la acompañan peligros y dificultades. Probablemente se
ocasione menos daño, teniendo en cuenta lo que ya ha sucedido, subrayando
las diferencias entre las ciencias sociales y las naturales, que insistiendo
en sus semejanzas.(6)
§ 3. Si esto es cierto de los intentos para otorgar valores cuantitativos
definidos a conceptos elementales como son las funciones de la demanda y de
la oferta, lo es más aún de los intentos para formular leyes "concretas" del
movimiento de fenómenos más complejos como el de fluctuación de los precios,
la dispersión del costo, el ciclo económico, etc., etc. Durante los últimos
diez años estas cuestiones se han multiplicado con el nombre de
institucionalismo, "economía cuantitativa", "economía dinámica" y no sé
cuántas cosas más;(7) no obstante, la mayor parte de las investigaciones han
estado condenadas al fracaso desde el principio y hubiera sido igual no
haberlas emprendido nunca. La teoría de la probabilidad, sobre la que
descansa la estadística matemática moderna, no justifica promediar cuando
las condiciones son de tal naturaleza que no permiten suponer que operan
causas homogéneas de diferentes clases. Este es el procedimiento normal,
empero, de mucha de la obra de esta especie. La correlación de tendencias
sujetas a influencias del carácter más diverso se las analiza como "leyes
cuantitativas". No obstante que los promedios se derivan de fenómenos que
ocurren bajo las circunstancias más heterogéneas de tiempo y espacio, se
espera que el resultado tenga alguna significación. En el libro del profesor Wesley Mitchell, Business Cycles,(8) por ejemplo, por cuya magnífica colección
de datos los economistas están, con razón, muy agradecidos, después de una
prolongada y valiosa descripción del curso de las fluctuaciones cíclicas en
diferentes países desde fines del siglo XVIII, se obtiene un promedio de la
duración de todos los ciclos, y se traza una curva normal logarítmica de
acuerdo con el método Davies para la distribución de la frecuencia de 166
casos observados. ¿Qué significado puede tener semejante operación? Las
observaciones se refieren a muy diferentes condiciones de tiempo y de
espacio, y hasta de marco institucional, de la actividad económica. Si acaso
tiene algún sentido reunirlas, será sólo por contraste. No obstante, el
profesor Mitchell, que nunca se cansa de menospreciar los métodos y
resultados del análisis ortodoxo, parece creer que al tomarlas en conjunto y
trazar una curva muy complicada para su distribución de frecuencia, está
construyendo algo importante, algo más que una simple serie de líneas rectas
y curvas sobre media página de su célebre tratado.(9) Lo cierto es que nos ha
proporcionado un comentario más mordaz sobre la metodología de la "economía
cuantitativa" que el que el más ambicioso de sus críticos hubiera podido
desear.
No hay necesidad de detenernos a examinar la futileza de estos grandiosos
proyectos. Después de todo, y a pesar de su reciente popularidad, no son
nuevos, y un movimiento que continuamente invoca una lógica pragmática puede
ser sometido a una comprobación pragmática. Hace aproximadamente cien años
que Richard Jones, en su conferencia inaugural del King's College de
Londres,(10) dió el grito de rebelión contra la "abstracción formal" de la
economía ricardiana con argumentos que, si expresados con mayor suavidad,
son más o menos parecidos a los expuestos por los defensores de los "metódos
inductivos" desde aquel día. El tiempo ha pasado y los "rebeldes" se han
convertido en una banda de expertos muy respetable, en pontífices de
cátedra, en honorables corresponsales del Kaiser y en directores de costosos
institutos de investigación... Ya hemos tenido la escuela histórica, y ahora
tenemos a los institucionalistas. Con excepción de uno o dos lugares
privilegiados, puede afirmarse con seguridad que hasta la terminación de la
guerra los círculos universitarios alemanes estaban dominados por esta clase
de opiniones. Y si en los últimos años no han conseguido el predominio, por
lo menos han extendido su poderío a Norteamérica. Y, sin embargo, sus
esfuerzos no han cristalizado en ninguna "ley" merecedora de este nombre ni
en ninguna generalización cuantitativa de validez permanente. A lo más, una
cierta cantidad de material estadístico interesante y varias monografías
útiles sobre ciertas situaciones históricas. Pero ninguna "ley concreta",
ninguna uniformidad sustancial de "conducta económica". Todas las
aplicaciones realmente interesantes de la técnica estadística moderna a la
investigación económica han sido realizadas no por los institucionalistas,
sino por hombres que han optado por las complejidades del análisis teórico
"ortodoxo". Y después de cien años, la depresión más grande de la historia
los encuentra estériles e incapaces de hacer un comentario útil; un rumbo se
tuerce y sus dispersiones se deforman.(11) Entretanto, unos cuantos pensadores
aislados, gracias al despreciado aparato de la teoría deductiva, han llevado
nuestro conocimiento de la teoría de las fluctuaciones hasta un punto en el
cual los fatales acontecimientos de los últimos años pueden ser explicados
en términos generales. No es improbable, además, que dentro de los próximos
años se halle una solución completa al acertijo de las depresiones.
§ 4. Pero ¿qué decir, entonces, de los más detallados estudios realistas?
Habiendo descubierto la persistencia de la escasez, la multiplicidad de
factores de la producción, el desconocimiento del futuro y los otros
postulados cuantitativos de su teoría, ¿puede excusarse el economista de la
obligación de mantener un mayor contacto con la realidad?
La respuesta es francamente negativa y se halla implícita en la práctica de
todos los economistas que han contribuído más al desenvolvimiento de la
Ciencia Económica, desde Adam Smith y Cantillón. Los exponentes de la
llamada tradición ortodoxa nunca han sido enemigos de los estudios
realistas. Como Menger hizo notar hace algunos años -cuando las
controversias metodológicas habían llegado a su punto álgido-, la escuela
analítica nunca ha sido la provocadora de estas controversias.(12) La Economía
no es una de esas ciencias sociales que siempre está discutiendo el método
antes de conseguir sus fines; no habría habido controversia metodológica de
no ser por la escuela histórica, excepto la relativa al status de
proposiciones concretas. El método de la "ortodoxia" ha sido siempre
esencialmente católico. Los ataques, los intentos de exclusión, han venido
siempre de la otra parte. Los analíticos han reconocido constantemente la
importancia de los estudios realistas, y han contribuido mucho al desarrollo
de la técnica de investigación. Es notorio, en efecto, que la obra más
importante de esta clase ha sido hecha no por este o aquel grupo "rebelde"
que duda de la aplicación a la economía de las leyes elementales del
pensamiento, sino por los hombres mismos que eran objeto de su ataque. En la
historia de la Economía aplicada, los trabajos de un Jevons, de un Menger y
de un Bowley, son más acreedores de nuestra atención que los trabajos,
digamos, de un Schmoller, un Veble o un Hamilton. Y esto no es una
casualidad. Las fructíferas investigaciones realistas sólo pueden
emprenderlas quienes tienen un dominio pleno de los principios analíticos y
una noción de lo que puede y no puede legítimamente esperarse de estas
actividades. Pero, ¿cuáles son, entonces las esperanzas legítimas a este
respecto? Podemos reunirlas en tres grupos.
El primero y más obvio es la verificación de la aplicabilidad de los
diversos tipos de construcción teórica a situaciones concretas. Como ya
hemos visto, la validez de una teoría determinada es una cuestión de si se
deriva lógicamente de los supuestos generales que hace; pero su
aplicabilidad a una situación dada depende de la amplitud con que sus
conceptos reflejan realmente las fuerzas que operan en esa situación. Ahora
bien, las manifestaciones concretas de la escasez son diversas y cambiantes,
y a menos que se tenga un cuidado continuo de las palabras que se usan para
describirlas, hay un peligro constante de que el campo de aplicación de un
principio particular pueda ser concedido erróneamente. La terminología de la
teoría y la de la práctica, pueden, de hecho, cubrir diferentes campos,
aunque en apariencia sean idénticas.
Un simple ejemplo aclarará esto. De acuerdo con la teoría monetaria pura, el
valor del dinero debe bajar si la cantidad de dinero en circulación aumenta
y no varían otros factores. Esta proposición se deduce de los hechos más
elementales de la experiencia científica, y su exactitud es independiente de
una comprobación inductiva ulterior; pero su aplicabilidad a una situación
dada depende de una correcta comprensión de lo que debe considerarse como
dinero, cuestión ésta que sólo pueden descubrir los hechos. Fácil es que la
significación concreta del término "dinero" se haya alterado con el tiempo.
Si en este caso, conservando el término original, procedemos a interpretar
una nueva situación en función de su contenido primitivo, podemos cometer un
serio error. Y hasta puede concluirse que la teoría es falaz. Es bien sabido
que ha pasado así repetidas veces en el curso de la historia de la teoría.
La incapacidad de la escuela "monetaria" para lograr una aceptación
permanente de su teoría bancaria y de los cambios, en otros aspectos tan
superior a la de sus oponentes, se debió sin duda a su ineptitud para
percibir la importancia de incluir el crédito bancario en su concepto del
dinero. Sólo mediante un constante examen y revisión de la modificación de
los hechos(13) pueden evitarse semejantes equivocaciones.
En segundo lugar e íntimamente ligado con esta primera función de los
estudios realistas, podemos esperar la aportación de aquellos postulados
auxiliares cuyo papel en la estructura del análisis fué discutida en el
capítulo anterior. Podemos descubrir tipos de la configuración de los datos
adecuados a un estudio analítico posterior inspeccionando los diferentes
campos de la actividad económica.
Nuevamente podemos tomar un ejemplo de la teoría monetaria. Un examen de la
práctica actual de los bancos de emisión nos permitirá percibir con claridad
que los efectos sobre el medio circulante (en el más amplio sentido) de
aumentos determinados a la reserva de metales preciosos dependerá de la
naturaleza exacta de la ley y de la práctica relativa a los requisitos de la
reserva. Debe concluirse, por consiguiente, que la completa elaboración de
la teoría monetaria requiere la introducción de supuestos optativos, tomando
nota de las diversas posibilidades que existen a este respecto. Es claro que
las reflexiones generales sobre el carácter de los bancos de emisión no
agotan esas posibilidades fácil y necesariamente. Sólo un estudio muy
cuidadoso de los hechos revelará qué supuestos tienen una contrapartida en
la realidad, y cuáles, por consiguiente, conviene más hacer.
Por último, no sólo hay que esperar de los estudios realistas un mero
conocimiento de la aplicación de teorías particulares determinadas, y de los
supuestos que las hacen apropiadas a situaciones también determinadas, sino,
al mismo tiempo, la determinación de los puntos en que la teoría pura
necesita reformularse y ampliarse. Esto plantea nuevos problemas.
Las fluctuaciones económicas, que han llegado a ser conocidas con el nombre
de ciclo económico, nos proporcionan el mejor ejemplo del residuo
inexplicable. La teoría elemental del equilibrio, como es bien sabido, no da
ninguna explicación del fenómeno del auge y de la depresión. Explica las
relaciones de un sistema económico en estado de reposo. Según hemos visto
ya, ampliando un tanto los supuestos de que arranca, puede establecer
diferencias entre las relaciones resultantes de la diversa configuración de
los datos; pero sin una mayor elaboración no explica la existencia, dentro
del sistema económico, de las tendencias que conducen a un desarrollo
desproporcionado. Tampoco explica las discrepancias entre la oferta y
demanda totales en el sentido en que estos términos se usan en la célebre
ley de los mercados.(14) No obstante, es incuestionable que semejantes
discrepancias existen, y que cualquier intento para interpretar la realidad
exclusivamente en términos de semejante teoría debe dejar por fuerza un
residuo de fenómenos no susceptibles de ser comprendidos en sus
generalizaciones.
Este es un caso típico en que los estudios empíricos nos ponen frente a
frente de las insuficiencias de ciertas generalizaciones, y quizá la
principal función de los estudios realistas, en relación con la teoría,
consiste en la revelación de deficiencias de esta índole.(15) El economista
teórico que desea poner a salvo las consecuencias de su teoría, debe
"comprobar" continuamente, a través de la explicación de situaciones
concretas, las generalizaciones que ha elaborado. Las fallas de la
estructura de la teoría quedan al descubierto normalmente al examinar los
casos particulares.
Pero esto no quiere decir en modo alguno que las soluciones de los problemas
así presentados son el resultado de una mera multiplicación de las
observaciones de las divergencias de esta clase. No es esa la función de la
observación, y toda la historia de las diversas "rebeliones inductivas"
demuestra que han resultado completamente infructuosos cuantos estudios se
han basado en esa creencia. Esto es en particular exacta de la teoría del
ciclo económico. No se logró ningún progreso importante mientras los
investigadores de este problema se contentaron con la multiplicación de
series estadísticas y la acumulación de coeficientes de correlación. Los
progresos no comenzaron a realizarse hasta que surgieron hombres preparados
para emprender la tarea bien distinta de empezar donde el análisis teórico
elemental termina y derivar de la introducción de los nuevos supuestos de
naturaleza cualitativa elemental que ya hemos examinado una explicación de
las fluctuaciones compatible con los supuestos de ese análisis. No puede
haber mejor ejemplo de la correcta relación entre las dos ramas de estudio.
Los de un género realista pueden plantear los problemas a resolver; pueden
comprobar el grado de aplicabilidad de la respuesta cuando ésta se halla en
proceso de formulación; pueden sugerir supuestos para una mayor elaboración
teórica. Pero la teoría, y sólo la teoría, es capaz de dar la solución. Todo
intento de invertir la relación conducirá de modo inevitable al nirvana de
la observación y descripción sin propósito.
Más todavía: no hay razón -y esto nos trae al punto de que partimos- para
creer que las generalizaciones que pueden elaborarse para explicar los
residuos así descubiertos pudieran tener un carácter no general. Por razones
que ya hemos examinado, es vano el deseo de dar un contenido particular y
permanente a las categorías del análisis puro. Sometiendo a prueba la teoría
pura, aplicándola a situaciones concretas y refiriéndola a las dificultades
residuales de la teoría pura, podemos esperar un progreso continuo y una
aplicación de nuestro instrumental analítico; pero lo que no debe esperarse
de semejantes estudios es un criterio que nos permita decir qué bienes son
económicos y qué valores deben atribuirse a ellos en situaciones diferentes.
Decir esto no equivale a abandonar la esperanza de resolver cualquier
problema genuino de la Economía; es apenas reconocer lo que está y lo que no
está dentro de las necesarias fronteras del objeto de nuestro estudio.
Pretender lo contrario es una baladronada pseudocientífica.
§ 5. Pero reconocer que las leyes económicas son de carácter general no
equivale a negar la realidad de las necesidades que describen ni a quitarles
su valor como medio de interpretación y predicción. Por el contrario,
habiendo delimitado cuidadosamente la naturaleza y alcance de semejantes
generalizaciones, con la mayor seguridad podemos reconocerle, dentro de este
campo, su carácter necesario.
Las leyes económicas describen consecuencias inevitables. Las que anuncian
se deducen necesariamente si los datos en que se apoyan se presentan. En
este sentido son iguales a las otras leyes científicas y son, como éstas,
incapaces de "suspensión". Si dentro de una situación determinada los hechos
son de cierto orden, estamos autorizados para deducir con absoluta seguridad
que otros que ella nos permite describir se hallan también presentes.
Quienes hayan comprendido el alcance de las proposiciones expuestas en el
capítulo anterior, no tienen que ir muy lejos a buscar la razón. Si la
"situación dada" se ajusta a cierto modelo, también tienen que estar
presentes otras características, pues su presencia es "deducible" del modelo
originalmente adoptado. El método analítico es simplemente una manera de
descubrir las consecuencias ineludibles de la ordenación compleja de los
hechos, consecuencias cuya contrapartida en la realidad no es inmediatamente
discernible como la contrapartida de los postulados originales. Es un
instrumento para "sacudir" todas las consecuencias de los supuestos. Sus
conclusiones son inevitables e ineludibles si la correspondencia entre los
supuestos originales y los hechos queda garantizada.
Todo esto se torna bien claro si recurrimos al procedimiento del análisis
diagramático. Supongamos, por ejemplo, que queremos poner al descubierto los
efectos de un pequeño impuesto sobre los precios. Si hacemos ciertos
supuestos respecto a la elasticidad de la demanda y las condiciones del
costo, y los trasladamos al diagrama, podemos leer en seguida, por así
decirlo, los efectos sobre los precios,(16) pues se hallan implícitos en los
supuestos originales. El diagrama sólo ha puesto al descubierto las
consecuencias ocultas.
Esta inevitabilidad del análisis económico es la que le da su gran valor de
prognosis. Ya se ha reiterado lo bastante el hecho de que la ciencia
Económica no tiene medio de predecir de la nada la configuración de los
datos en un momento determinado. No puede predecir los cambios de las
valoraciones; pero conocidos los datos de una situación particular, puede
obtener conclusiones inevitables respecto a sus consecuencias. Y si los
datos permanecen inalterables, éstas podrán entenderse con certeza. Y tiene
que ser así, pues se hallan implícitas en los datos originales.
Aquí es, justamente, donde podemos percibir una nueva función de la
investigación empírica; puede descubrir los cambios de los hechos que hacen
viable la predicción en cualquier situación. Como ya hemos visto, es muy
improbable que aquella pueda descubrir la ley de los cambios, pues los datos
no están sujetos a influencias de causas homogéneas. Puede, sin embargo,
procurarnos una información importante para el momento particular de que se
trata; puede darnos alguna idea de la magnitud relativa de las diferentes
fuerzas que operan; procurarnos una base para conjeturas en relación con las
direcciones potenciales del cambio. Y este es incuestionablemente uno de los
principales usos de los estudios aplicados: no descubrir leyes empíricas en
un campo en que no tienen razón de ser, sino darnos de momento a momento el
conocimiento de la variación de los datos sobre los que, en una situación
dada, pueda apoyarse la predicción. La investigación no puede desplazar al
análisis formal; pero sí sugerir en diferentes situaciones qué análisis
formal es propio y procurarnos en ese momento un contenido para las
categorías formales.
Por supuesto que las consecuencias enunciadas no se presentan necesariamente
si los otros factores cambian. Esta simpleza elemental, necesariamente
implícita en cualquier predicción científica, debe tenerse presente al
discutir esta clase de prognosis. El estadista que dijo: "¡maldito el
ceteris paribus!", conquisté entusiastas simpatías entre los críticos de la
Economía. Ningún hombre sensato se atrevería a sostener que las leyes de la
mecánica se invalidarían si un terremoto interrumpiera el experimento para
ilustrarlas. No obstante, una gran mayoría del público ignorante, y buen
número de sedicentes economistas, critican de continuo proposiciones que
descansan sobre bases mucho menos endebles.(17) Se establece un arancel
protector sobre la importación de mercancías, cuyas condiciones de
producción interna permiten asegurar que si los otros factores no cambian,
el efecto de semejante protección será un alza del precio. Por razones tan
adventicias como el progreso de la técnica, la disminución del precio de las
materias primas, la reducción de salarios, etc., los costos se reducen y el
precio no se eleva. A los ojos del público ignorante y de los economistas "institucionalistas",
las generalizaciones de la Economía se invalidan. Las leyes de la oferta y
la demanda se suspenden. Las falsas pretensiones de una ciencia que no toma
en consideración los hechos, quedan vacías de contenido, etc., etc., y, sin
embargo, ¿quién se atreverá a pedir a los que se dedican a cualquier otra
ciencia que hagan una predicción del curso completo de una historia
incontrolada?
Ahora bien, es indudable que el mismo hecho de que los acontecimientos sean,
en general, incontrolables,(18) y de que el margen de los datos conocidos sea
tan extenso y tan expuesto a influencias extrañas, hace que la obra de
predicción, por mucho cuidado que en ella se ponga, resulte azarosa en
extremo. En muchos casos los pequeños cambios de los datos se hallan tan
expuestos a una compensación con otros susceptibles de ocurrir independiente
y simultáneamente, que es muy reducido el valor de predicción del
conocimiento de las tendencias que intervienen. Pero existen cambios de
cierta amplitud que comprenden generalmente diversos renglones de gasto o de
producción, en los que el conocimiento de las consecuencias es una base muy
firme para hacer conjeturas. Tal es, en particular, el caso en la esfera de
los fenómenos monetarios. Es indudable que un conocimiento completamente
elemental de la teoría cuantitativa fué de un inmenso valor de prognosis
durante la guerra y durante las perturbaciones que la siguieron. Si los
especuladores que compraron marcos alemanes después de la guerra con la
seguridad de que el marco volvería a tener automáticamente su antiguo valor
hubieran tenido un conocimiento de la teoría monetaria como el que tenía,
digamos, Sir William Petty, se habrían dado cuenta de que era ridículo lo
que hacían. Asimismo, cada vez es más y más claro, por razones puramente
analíticas, que en cuanto han aparecido los signos de un auge, la depresión
es casi segura, aunque el momento de su llegada, así como su duración, son
cuestiones que no pueden preverse, pues dependen de actos volitivos humanos
que tienen lugar después de que los síntomas en cuestión han aparecido. Es
casi seguro también que en la esfera del mercado de trabajo ciertos tipos de
política de salarios se traduzcan en desocupación si los otros factores
permanecen iguales; y el conocimiento de cómo los "otros factores" deben
cambiar para evitar ese resultado permite con frecuencia predecir con
bastante seguridad los verdaderos resultados de esa política. Estas cosas
han sido verificadas en la práctica una y otra vez. Hoy día sólo puede
negarlas el que se rehusa a ver la realidad. Si ciertas condiciones se
presentan, y no se interponen nuevas complicaciones, determinadas
consecuencias son inevitables.
§ 6. Las leyes económicas, sin embargo, tienen sus límites y es importante,
si queremos usarlas en forma conveniente, que conozcamos exactamente en qué
consisten ellas. No debería ser difícil a la luz de lo que ya hemos dicho.
El elemento irracional del mundo discursivo del economista está tras la
valoración individual. Como ya hemos visto, no hay medio de determinar el
probable movimiento de las escalas relativas de valoración.(19) Por
consiguiente, en todo nuestro análisis consideramos las escalas de
valoración como dadas. Sólo lo que se deriva de esos supuestos tiene el
carácter de inevitabilidad. El imperio de la ley lo encontramos en este
único campo.
Se sigue, por consiguiente, que las leyes económicas no pueden limitarse a
describir los movimientos de las escalas relativas, y que la causación
económica sólo abarca la amplitud de sus supuestos originales. Esto no
quiere decir que no podamos considerar las alteraciones del valor, que son,
por supuesto, la principal preocupación de la economía teórica. Lo único que
queremos decir es que, como economistas, no sabríamos ir más allá de los
cambios de las valoraciones individuales. Podemos explicar, en términos de
ley económica, las relaciones que se derivan de determinadas condiciones
técnicas y de las valoraciones relativas. Podemos explicar los cambios
debidos a variaciones de los datos; pero no los cambios de los datos mismos.
Para delimitar éstos, los austríacos (20) distinguían los cambios endógenos de
los exógenos. Los primeros ocurren dentro de una estructura determinada de
supuestos. Los otros vienen de fuera.
Para darnos cuenta de la oportunidad de estas distinciones para el problema
de la prognosis, debemos considerar una vez más las derivaciones de la
teoría monetaria. Dados ciertos supuestos acerca de la demanda de dinero,
podemos afirmar justificadamente que un aumento del volumen de la
circulación originaría la caída del valor externo del dinero. Este es un
cambio endógeno: se deriva de los supuestos originales y, mientras éstos
subsisten, el cambio es absolutamente inevitable. No estamos autorizados
para asegurar, sin embargo, como a menudo se ha asegurado en los últimos
años, que si los tipos de cambio bajan, necesariamente debe haber inflación.
Sabemos que esto acontece a menudo. Sabemos que los gobiernos son a menudo
estúpidos y cobardes y que son muy generales las opiniones equivocadas
acerca de las funciones del dinero. Pero no hay ninguna conexión inevitable
entre la baja de los tipos de cambio y la decisión de poner a trabajar la
impresora de billetes. Un nuevo acto volitivo interrumpe la cadena de la "causación";
pero entre la emisión de papel moneda y la caída de su valor externo no se
observa ninguna variación de la disposición a la acción que hemos supuesto
en los diversos sujetos económicos interesados. Todo lo que acontece es que,
por así decirlo, el índice de los tipos de cambio se desplaza hacia un nivel
inferior.
Un ejemplo más de la misma distinción lo encontramos en la controversia
sobre las reparaciones. Supongamos que pudiera demostrarse que la demanda
exterior de productos alemanes era muy inelástica, de manera que, al menos
en un plazo corto, resultaba muy grande la carga del grado de traspaso
necesario que habría de hacerse además de la carga de pagar los impuestos
interiores. En semejantes circunstancias podría afirmarse que la presente
crisis se debió directamente a meros factores económicos. Es decir, que
hasta el momento en que el pánico sobrevino, las diversas complicaciones
fueron consecuencias de los obstáculos implícitos en las condiciones de la
oferta y la demanda mundiales.(21) Mas supongamos que pudiera demostrarse que
la causa fundamental de la dificultad fué el pánico financiero, debido al
temor de una rebelión política a la que inducía la magnitud del peso del
impuesto original. En este caso no podría decirse que las causas fueran
puramente económicas, pues ha intervenido la reacción política provocada por
la carga del impuesto. La "crisis del traspaso" proviene de causas exógenas.(22)
Ahora bien, no siempre es fácil establecer esta distinción. En algunos casos
puede haber una conexión funcional entre la tasa de remuneración y los
incrementos de la cantidad y calidad de la población trabajadora. ¿Cómo
debemos considerar esto? Por lo que se refiere a la respuesta, la causa es
endógena; pero por lo que se refiere a la configuración de la demanda del
mercado, la causa es exógena. Aparecen nuevas personas con nuevas escalas de
valoración relativa. Además, como el profesor Knight lo ha señalado a
menudo, la situación se complica todavía más por el hecho de que en algunas
sociedades existen incentivos financieros definidos para ciertos individuos
que alteran los datos. Existen recursos destinados a la investigación que
acaban por modificar el conocimiento técnico, en tanto que los gustos de los
sujetos económicos pueden cambiar por la persuasión. Es muy difícil aplicar
la distinción a semejantes cambios. Debemos admitir que el sistema es
"abierto". Sin embargo, la clasificación es bastante clara e indudablemente
es una ayuda positiva para el pensamiento. Conviene, pues, retenerla hasta
que la solución de los problemas se halle mucho más adelantada.
Del mismo modo, debe reconocerse que en la discusión de problemas prácticos
se halla implícita a menudo cierta clase de cambios exógenos, íntimamente
conectados con los cambios dentro de la cadena de la causación económica. En
la esfera de los problemas monetarios el peligro de que la baja del tipo de
cambio pueda inducir a las autoridades monetarias a la inflación debe ser
considerado como una parte de la discusión. En la esfera de la política
arancelaria la tendencia a otorgar una tarifa protectora para crear
comunidades monopólicas, de interés para los productores nacionales,
indudablemente es una probabilidad que no deben pasar por alto los
encargados de administrar un negocio. En esta y en otras conexiones hay una
especie de penumbra de probabilidades psicológicas que, por meras razones
prácticas, conviene frecuentemente tomar en cuenta.(23) No cabe duda de que la
comprensión que suelen requerir estos problemas es de un orden muy
elemental, no obstante lo cual es sorprendente el número de personas que
carecen de ella. Sin duda, la mayor parte de las probabilidades son
certidumbres virtuales. Quizá ningún hombre sensato discuta su utilidad como
máximas de política práctica. Por desgracia no todos los que participan en
discusiones de esta clase son sensatos, y aunque es muy conveniente que el
economista que desea que las aplicaciones de su ciencia sean provechosas
tenga una amplia preparación en otras disciplinas afines que pueda invocar
en su ayuda, también lo es que se reconozca una distinción entre las
generalizaciones económicas en el sentido en que hemos venido usando este
término y las generalizaciones de la "penumbra sociológica" que no tienen el
mismo grado de probabilidad. El economista nada tiene que perder al
subestimar más que exagerar el alcance de su certidumbre. En efecto, sólo
cuando se hace esto puede esperarse que el enorme poder de convencimiento de
lo que resta pueda funcionar libremente.
§ 7. Todo esto tiene una íntima relación con la cuestión que dejamos
pendiente al terminar el capítulo anterior. ¿No será posible ampliar
nuestras generalizaciones hasta incluir en ellas los cambios de los datos?
Hemos visto en qué sentido se puede concebir la economía dinámica: el
análisis a través del tiempo del derrotero de un sistema que se ajusta como
consecuencia de la existencia de condiciones dadas. ¿Será posible ampliar
nuestra técnica para que podamos predecir los cambios de estas condiciones?
Más brevemente: ¿no podemos construir una teoría completa del
desenvolvimiento económico?
Las perspectivas son muy dudosas si el análisis anterior es correcto. Si
fuésemos capaces de conocer de una vez por todas la elasticidad de la
demanda de todas las mercancías imaginables y la de la oferta de todos los
factores, y si pudiéramos suponer que estos coeficientes fueran constantes,
estaríamos en aptitud, ciertamente, de hacer un cálculo que nos permitiera
pronosticar -como un Laplace de la Economía- el panorama económico del mundo
en cualquier momento del futuro; pero como ya hemos visto, por útil que
pueda ser este cálculo para juzgar de la inmediata potencialidad de
situaciones particulares, no hay razón para atribuirle una validez
permanente. Nuestro Laplace económico fracasaría porque en nuestro sistema
no hay constantes de esta clase. Tenemos, por así decirlo, que redescubrir
de momento en momento nuestras diversas leyes de gravitación.
Pero ¿no será posible en un sentido más formal pronosticar los cambios
importantes de los datos? Podemos no ser capaces de predecir cuáles serán
los gustos particulares y cuáles las relaciones entre mercancías
determinadas; pero incluyendo en nuestra concepción del cambio endógeno
cambios semejantes a los señalados arriba -la actitud de la población frente
a un cambio de los ingresos, el estímulo para las invenciones, etc.- ¿ no
podríamos delinear en términos generales un plan de probable desarrollo que
nos fuera útil?
Por lo que se refiere a los cambios que se operan en la población, es
indudable que se les puede concebir como el resultado de incentivos
monetarios. Podemos concebir, como lo hicieron los economistas clásicos, un
equilibrio final en el que el valor de una futura remuneración descontada
del trabajo es igual a los costos descontados del sostenimiento, de la
educación y del adiestramiento de los obreros. Es dudoso que convenga
suponer esta conexión funcional particular tratándose de otras sociedades
que no sean las de propietarios de esclavos. Porque debe recordarse que, con
excepción de este caso, no podemos suponer, como lo hicieron alguna vez los
economistas clásicos, que son de carácter objetivo los costos que son
equivalentes a las ganancias: el ritmo del equilibrio, fuera de una sociedad
de esclavos, es aquel que estimula la oferta constante de obreros, y no el
que sólo hace posible fisiológicamente sostenerlos. No obstante, semejante
supuesto, en lo que vale, puede hacerse.
Pero, aun así, lo único que hemos hecho es describir en términos formales
una condición de equilibrio final. No hemos hecho nada que nos permita
pronosticar los cambios de las condiciones finales de la oferta de
trabajadores. Quedan fuera de nuestra técnica de predicción las grandes
vicisitudes de las opiniones acerca de la posible magnitud de la familia o
el más apetecible cortejo de esclavos. ¿Quién dirá si persistirán las
influencias actuales sobre la magnitud de la familia, que presagian, de
continuar por unos cuantos milenios, reducir la población de Europa a pocos
cientos de miles de habitantes, o si cederán el paso ante el brote de una
nueva fe, de nuevos conceptos del deber, de una concepción distinta de lo
que es esencial en una bella vida? Podemos dar rienda suelta a nuestra
imaginación; pero es indudable que el análisis económico tiene muy poco que
ver con esto.
Las perspectivas no son mejores por lo que se refiere a los cambios técnicos
y a la invención. Como el profesor Schumpeter lo ha subrayado, aun aquí es
muy difícil concebir un ajuste del equilibrio. Quizá podría concebirse con
un poco de maña. Pero ¿de qué nos serviría ello para pronosticar -lo que
seria necesario para una teoría del desenvolvimiento en el sentido en que
ahora estamos usando el término -la naturaleza de los cambios por venir?
¿Qué técnica analítica podría predecir las tendencias de las invenciones que
condujeron, por un lado, a la aparición del ferrocarril y, por otro, al
motor de combustión interna? Aun si pensamos que, conociendo la técnica,
podemos pronosticar la clase de relaciones económicas asociadas a ella, lo
que, naturalmente, es muy discutible ¿cómo podemos pronosticar la técnica?
Como los ejemplos citados lo ilustran bastante, no es exacto en manera
alguna que la tendencia apunta en general en un solo sentido. No necesitamos
postular un indeterminismo final si suponemos que, desde el punto de vista
de nuestro sistema, semejantes cambios son impredecibles.
Sucede lo mismo cuando se trata de los cambios en el marco jurídico dentro
del que concebimos los ajustes que estudiamos. Hay un sentido importante en
que el objeto de la Ciencia Política puede considerarse que cae dentro de
los límites de nuestra definición de lo económico. Los sistemas de gobierno,
las relaciones de propiedad y otras cosas semejantes pueden ser consideradas
como el resultado de una elección. Es conveniente que esta concepción sea
examinada más cuidadosamente de acuerdo con el método del análisis mejor
conocido. Pero ¿cómo podremos decir de antemano qué elección habría de
hacerse? ¿Cómo podemos pronosticar la sustancia de la inferencia política de
los sistemas?
Se ha pretendido interpretar la evolución de las formas políticas en
términos de la distribución de la fuerza "económica" y por el papel que
juega el interés "económico". Sería una necedad negar que, dentro de ciertos
límites, pueden darse explicaciones que, por lo menos sean inteligibles.
Pero cuando se examinan más rigurosamente los límites dentro de los cuales
esto es posible, se ve que son mucho más estrechos de lo que a menudo se
cree. Quizá podamos explicar cambios políticos particularidades en términos
del "interés" de grupos particulares de productores; el mecanismo del
mercado, por lo menos, proporciona un índice vago y superficial de los
intereses durante un breve período que es susceptible de una definición
objetiva. Pero la verosimilitud de las explicaciones más grandiosas de esta
clase descansa en el supuesto de que los intereses de grupos más numerosos
son igualmente susceptibles de una definición objetiva, lo que es inexacto.
Lejos de que el análisis económico justifique una explicación económica de
esta clase, afirma que es completamente falsa. El concepto de interés
implícito en todas estas explicaciones es subjetivo. Es una función de lo
que el público cree y siente. Y en la Economía no existe ninguna técnica que
nos permita pronosticar estas perturbaciones del espíritu. Podemos
pronosticar sus efectos cuando han ocurrido, especular acerca de los efectos
de cambios hipotéticos, considerar formas alternas e investigar lo
concerniente a su estabilidad y a su tendencia a cambiar; pero por lo que se
refiere a nuestra capacidad real para predecir el proceso de un cambio, con
su manifiesta dependencia de elementos heterogéneos de contingencia,
persuasión y fuerzas ciegas, si somos humildes, tenemos que ser modestos en
nuestras pretensiones.
Así, pues, el estudio de la Economía nos muestra, en último análisis, una
región en la que la conducta humana está sujeta a leyes económicas, y otra
en la que no operan. Esto no quiere decir que dentro de esta última región
no existan leyes, o uniformidades. Esta cuestión no la investigamos. Lo
único que se quiere decir es que, desde el punto de vista del análisis
económico, hay por lo menos ciertas cosas que deben considerarse como datos
finales.
1. Ver la discusión clásica sobre la cuestión en Character and Logical
Method of Political Economy, de CAIRNES, 2ª ed., 81-99. Ver también HAYEK,
Collectivist Economic Planning, 8-12.
2. Ver II, §§ 1, 2 y 3
3. STRIGL, Op. cit., 18.
4. Nótese la limitación "valor constante y permanente". Deben examinarse las
observaciones que se hacen más abajo sobre el valor positivo de las
investigaciones de esta clase antes de rechazar por drástica en exceso la
conclusión del texto.
5. En HALBERSTAÉDTER, Die Problematik des Wirtschaftlichen Prinzips, pueden
encontrarse observaciones muy interesantes sobre los problemas examinados
antes.
6. En todos los asuntos examinados en esta sección debo mucho a mis
conversaciones con el doctor Machlup.
7. Sobre el aspecto del institucionalismo que se discute después debiera
consultarse el ensayo del profesor Wesley MITCHELL, "The Prospects of
Economics", en Trend of Economics (ed. Tugwell). Sobre la posición general
de la escuela, ver MORGENSTERN, "Bemerkunger über die Problematik der
Amerikanischen Institutionalisten", en Saggi di Storia e Teoria Economica in
onore e recordo di Giuseppe Prato, Turín, 1931; FETTER, art. "America",
Wirtschaftstheorie der Gegenwart, 1, 31-60. Ver también la reseña de Trend
of Economics, por el profesor Allyn YOUNG, reimpresa en su Economic Problems
New and Old, 232-260.
8. Business Cycles, 2ª ed., 419.
9. Ver MORGENSTERN, "International vergleichende Konjunkturforschung",
Zeitschrift für dic Gesammte Saatswissenschaft, LXXXIII, 261. En la segunda
edición de su libro, el profesor Mitchell intenta refutar las críticas del
doctor Morgenstern, en una nota muy extensa; pero, a mi modo de ver, fuera
de afirmar que sus observaciones sobre China se refieren a ciudades costeras
(¡), no hace sino reiterar que la "distribución de observaciones alrededor
de su tendencia central es una cuestión de mucho interés teórico". (Business
Cycles, 2ª ed., 420.)
10. Richard JONES, Collected Works, 21 y 22. La comparación no es
completamente justa para Jones, que pudo haber tenido mucha razón en algunas
de sus críticas del sistema ricardiano. El verdadero precursor de la
"economía cuantitativa" moderna fué sir Josiah Child, quien intentó
demostrar que la concomitancia de millonarios y de tipos de interés
reducidos era un índice de que los primeros eran un resultado de los
segundos.
11. El descrédito de la escuela histórica en Alemania se debe, en gran
parte, a la incapacidad de sus representantes para entender las
perturbaciones monetarias de la guerra y de la post-guerra. No es improbable
que a la completa incapacidad de la "economía cuantitativa" para entender o
predecir la gran depresión, le siga una revulsión similar. Sería muy
difícil, en realidad, imaginar una revelación más completa y conspicua.
12. Die Irrthümer des Historismus, Prefacio, III y IV.
13. En los libros Canadian Balance of International Indebtedness, del
profesor Jacob VINER, e International Trade, del profesor TAUSSIG, hallamos
ejemplos clásicos de este tipo de investigación.
14. Para todo esto ver HAYEK, La Teoría Monetaria y el Ciclo Económico, I y
II, passim.
15. En el párrafo siguiente examinaremos otra función importante, esta vez
en relación con la práctica.
16. Ver, por ejemplo, DALTON, Public Finance, 2ª ed., 73.
17. Ver, por ejemplo, las diversas "refutaciones" estadísticas de la teoría
cuantitativa de la moneda que han aparecido en los últimos años. A este
respecto, lo único que necesita repetirse es el comentario de Torrens sobre
Tooke. "La Historia de los Precios puede considerarse como un estudio
psicológico. Tooke inició sus trabajos como discípulo de Horner y Ricardo,
aprovechándose de la luz refleja de su alianza con esos nombres célebres;
pero la acumulación de datos lo condujo a un laberinto de errores, dada su
capacidad para recolectar hechos contemporáneos que se impuso a sus
facultades perceptivas y lógicas. Incapaz de percibir que un principio
teórico, si bien puede imponer de manera irresistible el asentimiento en las
circunstancias que coincidan con las premisas de que se deduce, debe ser
aplicado con mucho cuidado y corrección en todos los casos que no coincidan
con las premisas, cayó en un malentendido completo del principio presentado
por Adam Smith, imputándole a tan elevada autoridad el absurdo de sostener
que las variaciones de la cantidad de dinero son causa de que el valor
nominal de todas las otras mercancías varíe en iguales proporciones, en
tanto que el valor de las mercancías, el de una en relación con las demás,
varían en proporciones desiguales. Los razonamientos derivados de esta
extraordinaria falsedad por fuerza habían de conducir a conclusiones
extraordinarias. Convencido de que Adam Smith había establecido
correctamente como un principio universalmente verdadero el de que las
variaciones del poder adquisitivo de la moneda producen una alteración en
iguales proporciones de los precios de todas las mercancías, y como no
descubriera, a medida que proseguía la investigación de los fenómenos de los
mercados en diferentes épocas, casos en los que la expansión o contracción
de la circulación provocara una caída o una elevación de iguales
proporciones de los precios de las mercancías, llegó, mediante una estricta
inferencia lógica, de las premisas así supuestas ilógicamente a su gran
descubrimiento de que ningún aumento de los medios de cambio puede tener el
efecto de aumentar los precios" (The Principles and Operation of Sir Robert
Peel's Act of 1844 Explained and Defended, 1ª ed., 75).
18. La pretendida ventaja de la "planeación" económica (la de que procura
una mayor seguridad respecto del futuro) depende del supuesto de que, dentro
de un "plan", las fuerzas dominantes, la elección individual del que gasta y
del que ahorra, quedan también sometidas a la autoridad de los que formulan
el plan. De ahí que surja la paradoja de que los planeadores están
desprovistos del instrumento para calcular los fines de la comunidad a la
que intentan servir, o que si restauran ese instrumento, suprimen la razón
de ser del "plan". Por supuesto, el dilema no aparece si la autoridad se
considera capaz de interpretar estos fines o -lo que es mucho más probable-
si no tiene intenciones de servir propósitos distintos de los que ella
considera propios. Esto sucede no pocas veces, por extraño que parezca.
Rascando a un posible "planeador" se descubre con frecuencia un posible
dictador.
19. Debiera observarse que no es lo mismo decir que no hay medios
disponibles para definir el movimiento probable de la curva de la demanda.
Es importante comprender que la curva de la demanda debe concebirse como una
derivación del sistema de indiferencia, que es más importante, y a éste es
al que se refiere nuestra proposición.
20. Ver especialmente STRIGL, "Aenderungen in den Daten der Wirtschaft",
Jahrbücher für Nationalökonomie und Statistik, CXXVIII, 641-662.
21. Este es el caso limite discutido en el ensayo del doctor MACHLUP, "Transfer
und Preisbewegung", Zeitschrift für Nationalökonomie, I, 555-561.
22. El profesor Souter dice que le faltan palabras para describir el tipo
mental que encuentra placer al establecer semejantes distinciones (op. cit.,
139); pero aparte de consideraciones metodológicas, seguramente hay muy
sólidas razones para observarlas. Me atrevo a decir que si algún gobierno
hubiera pedido consejo al profesor Souter sobre semejantes cuestiones
después de haber diagnosticado los factores económicos, se habría detenido
para decir: "pero naturalmente surge en seguida el problema político: ¿lo
soportará el pueblo?" Y podría añadir con Cantillon: "pero ese asunto no me
corresponde". O, como verdadero hegeliano, invadiendo otros campos, podría
haberse lanzado hacia una disquisición acerca de lo que es y no es posible
políticamente; mas habría tenido que hacer la distinción. Podríamos discutir
después amistosamente cómo habría podido llamarla.
23. Como en la primera edición, me atrevo a llamar la atención sobre las
palabras usadas en esta receta. Argumento en favor de una mayor exactitud en
la forma de presentación no de una austeridad excesiva en el alcance de la
especulación. Estoy muy lejos de sugerir que al discutir problemas prácticos
los economistas deben abstenerse de considerar la probabilidad de aquellos
cambios de los datos cuya causación queda fuera de los limites estrictos de
la ciencia económica. Mas me inclino a creer que este es un campo de
especulación sociológica en el que los economistas pueden tener una marcada
superioridad sobre otros, e indudablemente es un campo en el que hasta hoy
han hecho mucho más que otros. Baste pensar en las diversas discusiones
sobre las posibles formas de una comisión de aranceles en una comunidad
democrática o en las condiciones necesarias de la administración burocrática
de empresas productivas para darse cuenta de cuál es mi idea. Todo lo que
discuto es la conveniencia de reconocer la distinción entre la clase de
generalización que corresponde a este campo y la que corresponde a la
economía propiamente dicha.