ENSAYO SOBRE LA NATURALEZA Y SIGNIFICACIÓN DE LA CIENCIA ECONÓMICA

 

Lionel Robbins

 

RELATIVIDAD DE LAS "MAGNITUDES" ECONÓMICAS

§ 1. La escasez de determinados medios para la consecución de determinados fines condiciona, como hemos visto, el aspecto de la conducta que constituye el objeto de la Economía. Es claro, por consiguiente, que la condición de escasez de los bienes no es "absoluta". La escasez no significa una mera falta de frecuencia, sino limitación con respecto a la demanda. Los buenos huevos son escasos porque, teniendo en consideración su demanda, no son bastantes para satisfacerla; pero los huevos podridos que, esperémoslo, son muy pocos, no son escasos en el sentido que le damos a la palabra. Son redundantes. De esta concepción de la escasez se obtienen inferencias tanto para la teoría como para la práctica que procuraremos aclarar en este capítulo.

§ 2. De todo lo que hemos dicho hasta ahora se desprende que la concepción de un bien económico es, por necesidad, puramente formal.(1) No hay cualidad que haga de las cosas bienes económicos si se les considera fuera de sus relaciones con el hombre. Tampoco la hay que dé a los servicios un carácter económico si se desligan del fin a que sirvan. El hecho de que una cosa o un servicio sean bienes económicos depende enteramente de su relación con las valoraciones.

Así, la riqueza(2) no lo es por sus cualidades sustanciales, sino porque es escasa. No puede definirse la riqueza en términos físicos como pueden serlo los alimentos en función de vitaminas o de su valor en calorías. La riqueza es, por esencia, un concepto relativo. Para la comunidad de ascetas a que nos referimos en el capítulo anterior pueden existir tantos bienes de ciertas clases que en relación con la demanda de ellos cabría considerarlos gratuitos y no riqueza en sentido estricto. La comunidad de sibaritas puede resultar pobre en circunstancias similares, lo que quiere decir que los mismos bienes pueden ser bienes económicos.

De igual manera, cuando se piensa en la capacidad productiva en el sentido económico, no se quiere expresar algo de carácter absoluto susceptible de computarse físicamente. Quiere decirse capacidad de satisfacer determinada demanda, de manera que si esa demanda cambia, la capacidad productiva, en este sentido, cambia también.

Un vívido ejemplo de lo que esto significa nos lo proporciona el informe de Winston Churchill respecto a la situación frente a la cual se hallaba el Ministerio de Armamento a las once de la mañana del 11 de noviembre de 1918, momentos en que se firmaba el armisticio. Inglaterra, después de años de esfuerzos, había alcanzado una organización suficiente para producir materiales de guerra en cantidades sin precedente. Programas enormes de producción se hallaban en diversas etapas. De pronto la situación cambió totalmente. La "demanda" sufrió un colapso: las necesidades de la guerra llegaban a su fin. ¿Qué hacer? Churchill informa que para evitar un cambio brusco se dieron instrucciones de que se terminara todo el material que hubiese sufrido ya el 60% de su transformación. "Así, pues, durante varias semanas después de terminada la guerra nuestras fábricas continuaron vomitando grandes cantidades de artillería y de todos los materiales de guerra."(3) "Era un despilfarro -agrega-, pero acaso prudente." Correcta o no esta última afirmación, nada tiene que ver con el problema que se examina. Lo importante es que lo que a las 10.55 de esa mañana era riqueza y capacidad productiva, a las 11.5 había dejado de serlo, convirtiéndose en una "des-riqueza", en un estorbo y en una fuente de desperdicio social. La sustancia no había cambiado: las armas eran las mismas; igual la potencialidad de las máquinas. Todo era exactamente igual, desde el punto de vista de los técnicos; mas todo era diferente para el economista. Cañones, explosivos, tornos, retortas, todo había sufrido un cambio tremendo. Los fines habían cambiado. La escasez de los medios era diferente.(4)

§ 3. La proporción que acabamos de examinar, concerniente a lo que puede llamarse la relatividad de las "magnitudes económicas", tiene importancia para diversos problemas de economía aplicada; tanta, en efecto, que vale la pena interrumpir de vez en cuando el curso de nuestra explicación principal con objeto de examinarlos con mayor amplitud. No puede ilustrarse mejor la forma en que los principios de la teoría pura facilitan la comprensión del significado de los problemas concretos.

En las discusiones contemporáneas acerca de la producción en serie se halla un ejemplo conspicuo de un tipo de problema que sólo puede resolverse satisfactoriamente con la ayuda de las distinciones que hemos venido desarrollando. Esa conquista espectacular subyuga hoy las inteligencias profanas. La producción en serie se ha convertido en un cúralotodo, en un sésamo ábrete. Los ojos asombrados del mundo se vuelven hacia Ford el salvador. Se proclama el más competente de los economistas a quien ha estado boquiabierto mayor tiempo ante los transportadores de Detroit.

Por supuesto que ningún economista en sus cabales desearía negar la importancia que tienen para la civilización actual las posibilidades de la técnica manufacturera moderna. Los cambios técnicos que entregan a la puerta, aun a la de personas comparativamente pobres, los automóviles, los gramófonos y los radios, son en verdad cambios trascendentales. Pero apreciando su significado en relación con un grupo determinado de fines, es muy importante tener presente esta distinción, que las definiciones propuestas en este capítulo explican, entre la mera multiplicación de los objetos materiales y la satisfacción de la demanda. Para usar una jerga conveniente, es importante tener presente la distinción entre la productividad técnica y la de valores. La producción en serie de ciertos artículos, independientemente de la demanda de ellos, por eficiente que sea desde el punto de vista técnico, no por fuerza es "económica". Como ya hemos visto, existe una diferencia fundamental entre los problemas técnicos y los económicos.(5) Podemos tener como evidente que la especialización del hombre y de la maquinaria conduce a la eficiencia técnica dentro de ciertos límites (los cuales, por supuesto, cambian cuando se modifican las condiciones de la técnica). Pero la medida en que semejante especialización es económica depende por esencia de la amplitud del mercado, es decir, de la demanda.(6) Cometería un desatino el herrero de una comunidad pequeña y aislada que se especializara en hacer un cierto tipo de herraduras con el fin de lograr las ventajas de la producción en serie. Después de haber hecho un número limitado de herraduras de una medida, sin duda seria mejor que dedicara su tiempo a producir herraduras de otros tamaños, es decir, unidades adicionales de las que serán solicitadas con mayor urgencia que otras de las que ya ha producido una cantidad grande.

Lo mismo acontece en el mundo entero en un momento determinado; hay límites bien definidos dentro de los cuales la producción en serie de una mercancía de cierto tipo, con exclusión de otros, se ajusta a la demanda de los consumidores. Si esa producción se lleva más allá de estos límites, no sólo habrá despilfarro en el sentido de que la capacidad productiva se usa para producir bienes de menor valor de los que podrían producirse, sino que también habrá pérdidas de carácter financiero para la empresa productora de que se trate. Una de las paradojas de la historia del pensamiento moderno es que en una época en que el crecimiento desproporcionado de ciertas ramas de la producción ha forjado más caos en el sistema económico que en ninguna otra anterior, surja la ingenua creencia de que con la producción en serie saldremos de nuestras dificultades recurriendo a ella siempre que sea técnicamente posible sin parar mientes en las condiciones de la demanda. Es la venganza de la adoración de la máquina, la parálisis del intelecto en un mundo de técnicos.

Esta confusión entre potencialidad técnica y valor económico que, según una frase del profesor Whitehead, podemos llamar la "falacia de la concreción fuera de lugar",(7) también inspira ciertas nociones, que hoy día prevalecen sin razón, respecto del valor del capital fijo. Se cree con frecuencia que el hecho de que grandes cantidades de dinero hayan sido inmovilizadas en ciertas formas de capital fijo hace inconveniente que caiga en desuso si cambia la demanda del consumidor, o si un invento técnico permite satisfacerla en forma más lucrativa. Esta creencia es completamente engañosa si se supone que el criterio de la organización económica es el de la satisfacción de la demanda. Si compro un boleto de ferrocarril para trasladarme de Londres a Glasgow y a la mitad de mi viaje recibo un telegrama anunciándome que la cita deberá tener lugar en Mánchester, no me conduzco racionalmente si continúo mi viaje hacia el norte sólo porque he "invertido capital" en el boleto, capital que ya no puedo recuperar. Es cierto que el boleto sigue siendo "eficiente técnicamente", puesto que me concede el derecho de ir hasta Glasgow; pero ahora mi destino ha cambiado. La facultad de continuar mi viaje hacia el norte ha dejado de tener todo valor para mí. Continuarlo sería irracional. En Economía, como ya lo hacía notar Jevons, lo pasado ha pasado para siempre.

Se hacen consideraciones exactamente similares cuando se trata del actual estado de la maquinaria para cuyos productos ha cesado la demanda o que ha dejado de ser tan costeable, teniendo en cuenta cuanto sea menester, como otras clases de maquinaria. Aun cuando ésta pueda ser tan eficiente técnicamente como lo fué antes de esos cambios, su situación económica, no obstante, es diferente.(8) Es indudable que la disposición de los recursos habría sido diversa de haberse previsto el cambio de la demanda o de las condiciones de costo que condujeron al desalojamiento. En este aspecto no carece de sentido hablar de despilfarro debido a la ignorancia, aunque para ello existen dificultades. Pero una vez que el cambio ha ocurrido lo que ha sucedido antes es del todo indiferente, y es un despilfarro seguir tomándolo en consideración. El problema consiste en ajustarse a la nueva situación. Cuando se hayan tenido en cuenta todas las críticas fundadas a la teoría subjetiva del valor, quedará como uno de sus méritos inconmovibles el enfocar su atención sobre este hecho tan importante para la economía aplicada como lo es en la más pura de las teorías.

Podemos examinar ciertos equívocos en relación con los efectos económicos de la inflación como un último ejemplo de la importancia que para la Economía aplicada tienen las proposiciones que hemos estado considerando. Es un hecho bien conocido que durante los períodos de inflación existe a menudo, por un tiempo, una extraordinaria actividad en las industrias de la construcción. Los tipos de interés artificialmente bajos sirven con frecuencia de estímulo a la reparación general del capital fijo. Se construyen nuevas fábricas; las viejas se reequipan. Esta actividad extraordinaria y espectacular fascina al lego de modo que cuando se discuten los efectos de la inflación no pocas veces se le atribuye esto como una de sus virtudes. Cuántas veces se oye decir, por ejemplo, que si la inflación alemana fué bastante penosa mientras existió, por lo menos hizo posible que la industria alemana se proveyera de un nuevo equipo. En efecto, nada menos que el profesor F. B. Graham ha prestado su autoridad a esta misma opinión.(9)

Pero, por razonable que todo esto parezca, se funda en la misma cruda concepción materialista que las otras falacias que hemos examinado. Pues la eficiencia de cualquier sistema industrial no consiste en la existencia de grandes cantidades de modernísimo equipo sin miramiento de la demanda de sus productos o del precio de los factores de la producción necesarios para su explotación lucrativa, sino en el grado de adaptación de la organización de todos los recursos con miras a satisfacer la demanda. Ahora bien, puede demostrarse(10) que durante las épocas de inflación los tipos de interés artificialmente bajos tienden a alentar la expansión de ciertas clases de producción capitalista en tal medida que, al agotarse el estímulo, no es posible seguir operándolas lucrativamente. Los recursos líquidos se disipan y se extinguen al mismo tiempo. Cuando la crisis viene, el sistema se para en seco con una carga de capital fijo demasiado costosa para hacerlo funcionar lucrativamente y con una merina relativa de "capital líquido" que origina que el tipo de interés sea inflexible y opresivo. La magnífica maquinaria que tanto impresionó a los corresponsales de periódicos sigue allí, pero sus ruedas no producen ninguna ganancia. El material está allí; pero ha perdido su importancia económica. Consideraciones de esta clase pudieron haberse estimado muy lejanas de la realidad durante la época de la inflación alemana o en la de la estabilización; pero comienzan a parecer menos paradójicas después de algunos años de una "escasez de capital" crónica en ese desdichado país.(11)

§ 4. Ya es tiempo de volver a consideraciones más abstractas. Tenemos que examinar ahora la influencia de nuestras definiciones sobre el significado de la Estadística Económica.

Esta emplea dos clases de unidades de cálculo: unidades físicas y unidades de valor. El cómputo se hace por peso y recuento o por valuación, es decir, por toneladas de carbón o por el valor en libras esterlinas que tiene ese carbón. ¿ Qué sentido debe atribuirse a estos cómputos desde el punto de vista del análisis económico?

Lo que ya se ha dicho es suficiente en cuanto al cómputo físico. No es necesario elaborar aún más la proposición de que el cómputo físico puede ser impecable como un registro de los hechos, y, hasta cierto punto, útil, no obstante que para el economista no tenga otra significación que la de una valoración relativa. Sin duda que, admitiendo cierta permanencia empírica de las valoraciones relativas, algunas series físicas tienen una significación directa para la economía aplicada; pero esto es un accidente desde el punto de vista lógico. El significado de las series depende siempre de las valoraciones relativas.

Por lo que se refiere al cómputo en unidades de valor, existen otras dificultades más sutiles que debemos resolver.

Los precios de las diferentes mercancías y factores de la producción son, de acuerdo con la moderna teoría del precio, expresión de una escasez relativa o, en otras palabras, valoraciones marginales.(12) Puede concebirse que, dada una distribución inicial de los recursos, cada individuo que entra en el mercado posee una escala de valoraciones relativas, de manera que el juego del mercado sirve para que se armonicen las escalas individuales y la del mercado, según se expresan en precios relativos.(13) Los precios, por consiguiente, expresan en dinero una gradación de los diversos bienes y servicios que afluyen al mercado. Un precio dado, en consecuencia, sólo tiene sentido en relación con otros precios en vigor en ese momento. Nada significa tomado en sí mismo. Sólo significa algo en la medida en que expresa en dinero cierto orden de preferencias. Como ya lo decía Samuel Bailey hace más de cien años: "Del mismo modo que no podemos hablar de la distancia de un objeto sin referirlo a otro con el cual se relaciona, tampoco podemos hablar del valor de una mercancía sino con referencia a otra con la cual la comparamos. Una cosa no puede ser valiosa por sí misma, sin referirla a otra, del mismo modo que una cosa no puede estar distante por sí misma, sin referirla a otra".(14)

De esto se concluye que el término "magnitud económica", que, por razón de continuidad y para sugerir ciertas asociaciones definidas hemos usado ahora en este capítulo, es, en realidad, muy equívoco. Es verdad que el precio expresa la cantidad de dinero que se precisa dar para obtener a cambio una determinada mercancía, aunque su importancia es la relación entre esta cantidad de dinero y otras cantidades similares. Y las valuaciones que el sistema de precios expresa no son, en manera alguna, cantidades; son un arreglo de cierto orden. Es completamente innecesario suponer que la escala de precios relativos mide otra cosa que no sean cantidades de dinero. El valor es una relación, no una medida.(15)

Pero si esto es así, se deduce que sumar los precios o ingresos individuales para constituir agregados sociales es una operación con un significado muy limitado. Los precios e ingresos, considerados singularmente, son susceptibles de ser sumados como cantidades de dinero gastado, y el total tendrá una significación monetaria definida; pero no lo son como expresión de un orden de preferencias, de una escala relativa. Su suma carece de significado. Lo tienen tan sólo en relación uno con otro. La estimación del ingreso social puede tener un significado preciso para la teoría monetaria; pero más allá de ese límite, sólo tiene una importancia convencional.

Es importante comprender con exactitud tanto el alcance como las Imitaciones de esta conclusión. Quiere decir que una suma comprensiva de precios no significa sino una corriente de pagos en dinero. Tanto el concepto del ingreso mundial expresado en dinero como el del ingreso nominal nacional tienen una significación estricta sólo para la teoría monetaria: el uno en relación con la teoría general del cambio indirecto; el otro con la teoría ricardiana de la distribución de los metales preciosos. Pero, por supuesto, esto no excluye una importancia convencional. Si queremos suponer que las preferencias y la distribución no cambian rápidamente dentro de períodos cortos y que ciertas variaciones de precios pueden considerarse particularmente significativas para la mayoría de los sujetos económicos, entonces podemos conceder sin duda alguna a los movimientos de esos agregados un cierto significado arbitrario que no deja de tener aplicación en algunos casos. Y los mejores estadísticos es todo lo que reclaman para tales estimaciones. Lo único que deseamos es subrayar la naturaleza esencialmente arbitraria de los supuestos necesarios. No tienen una exacta contrapartida en la realidad y tampoco se derivan de las principales categorías de la teoría pura.

Podemos percibir el alcance de todo ello si consideramos por un momento el uso que puede hacerse de semejantes agregados al examinar los probables efectos de cambios drásticos en la distribución. De tiempo en tiempo se hace un cómputo del ingreso nominal total que se acumula en un sector determinado y, con apoyo en esos totales, se hacen estimaciones de los efectos de grandes cambios en una dirección igualitaria. Los intentos más conocidos de este tipo son las estimaciones que han hecho el profesor Bowley y sir Josiah Stamp.(16)

Ahora bien, en la medida en que tales estimaciones se contraen a determinar el monto inicial de poder de gasto disponible para la redistribución, son valiosas e importantes. Y esto es, naturalmente, todo lo que han pretendido los distinguidos estadísticos que las han presentado. Más allá de este límite resulta fútil atribuirles una significación precisa, pues, por el hecho mismo de la redistribución, las valoraciones relativas se alterarían por fuerza. El conjunto del aparato productivo sería diferente. La corriente de bienes y servicios tendría una composición diversa. En efecto, si pensamos un poco más en el problema, podemos ver que un cálculo de esta clase tendrá que sobreestimar muy burdamente la cantidad de fuerza productiva que semejantes cambios pondrían en libertad, pues una proporción importante de los elevados ingresos de los ricos se debe a la existencia de otros ricos. Los abogados, los médicos, los propietarios de precios únicos, etc., disfrutan de ingresos elevados porque existen otras personas con grandes ingresos que estiman sus servicios en mucho. Si se redistribuyen los ingresos nominales, su lugar en la escala relativa sería completamente diferente, aunque la eficiencia técnica de los factores afectados fuera igual. Con un volumen constante de dinero y con una velocidad constante de la circulación, es casi seguro que el principal resultado inicial sería una elevación de los precios de los artículos que consume la clase trabajadora. Los cómputos en dinero -pesimistas como suele frecuentemente suponérseles- tienden a encubrir esa conclusión, tan obvia como resulta del censo de ocupaciones. Si computamos la proporción de la población que por ahora produce ingresos reales para el rico y que podría destinarse a producir un ingreso real para el pobre, veríamos con facilidad que el aumento disponible sería insignificante. Es probable que caigamos en la exageración si ensayamos obtener mayor precisión mediante cómputos hechos en dinero, y cuanto mayor sea el grado de desigualdad inicial, mayor será el grado de exageración.(17)

§ 5. Otra consecuencia del concepto del valor como expresión de un orden de preferencia es que las comparaciones de los precios no tienen un significado exacto, a menos que sea posible el cambio entre las mercancías cuyos precios se comparan.

De ahí se concluye que comparar los precios de una mercancía determinada en diferentes épocas del pasado es una operación que, por sí misma, no da necesariamente resultados que tengan un significado nuevo. El hecho de que el pan costara el año pasado 5 centavos y éste cueste sólo 3, no significa por fuerza que la escasez relativa del pan durante este año sea menor que la escasez relativa del mismo el año pasado. Lo que tiene interés no es la comparación entre los 5 centavos del año anterior y los 3 de éste, sino la comparación entre los 5 centavos y el resto de los precios del año pasado, y la comparación entre los 3 centavos y los otros precios de! año actual, pues son éstas las relaciones que trascienden a la conducta; son las únicas que suponen un sistema unitario de valoraciones.(18)

En una época se creyó que podrían evitarse estas dificultades corrigiendo los precios individuales por razón de las variaciones en el "valor del dinero". Y puede admitirse que esas correcciones bastarían si permanecieran inalterables las relaciones entre cada mercancía y todas las demás, excepto la que se considera, alterándose tan sólo la oferta del dinero y la de manda u oferta de esa mercancía particular. Es decir, si las relaciones originales de los precios fueran:

Pa=Pb=Pc=Pd=Pe..... . (1)

y en el siguiente período:

Pa=½Pb=½Pc=½Pd=½Pe........ (2)

entonces la cuestión sería simple y la comparación tendría algún sentido. Pero semejante relación es imposible excepto como resultado de una serie de accidentes compensatorios. Esto no se debe tan sólo a que la demanda y las condiciones de la producción de las otras mercancías pueden cambiar, sino a que casi cualquier cambio concebible, real o monetario, acarrea diferentes cambios en la relación de un bien particular frente a cada una de las otras mercancías. Es decir, que excepto en el caso de un accidente compensatorio, cualquier cambio conducirá no a un nuevo conjunto de relaciones del mismo orden de la ecuación (2), sino más bien a un conjunto de relaciones del orden siguiente:
Pa=½Pb=¼Pc=¾Pd=Pe........ (3)

Desde hace tiempo se ha admitido que ésta debe ser la situación cuando hay cambios reales. Si la demanda de a cambia, es muy improbable que la demanda de b, c, d, e,... cambie en una forma tal que el cambio de la relación entre a y b sea equivalente al cambio de la relación entre b y c . . . y así sucesivamente. Con los cambios de la técnica los factores de la producción que se liberan de la producción de a no se distribuirán probablemente entre b, e, d, en proporciones tales que se conserve Pb:Pc::Pc:Pd... Pero, como puede demostrarse por un razonamiento muy elemental,(19) lo mismo sucede cuando se trata de cambios "monetarios". Es casi imposible concebir un cambio "monetario" que no afecte en forma diferente los precios relativos; pero si así fuera, la idea de una "corrección" precisa de los cambios de precios en el tiempo es ilusoria.(20) La conclusión de Samuel Bailey sigue siendo válida: "Cuando decimos que un artículo tuvo en una época tal valor, queremos decir que se cambiaba por una cantidad determinada de otra mercancía; pero la expresión es inaplicable al hablar de una sola mercancía en dos épocas diversas".(21)

Es importante entender el significado exacto de esta proposición. No niega la posibilidad de relaciones de precios intertemporales. Es bien claro que en todo momento la anticipación de lo que serán los precios futuros influye de manera inevitable en las valoraciones actuales y en las relaciones mutuas de los precios.(22) Es posible cambiar bienes presentes por bienes futuros, y puede concebirse una dirección equilibrada de los cambios de precios a través del tiempo. Esto, además de cierto, es importante; pero aun cuando hay y debe haber una conexión entre los precios actuales y las previsiones de los precios futuros, no existe una conexión necesaria o una relación recíproca de valor importante entre los precios actuales y los pasados. La concepción de una relación de equilibrio a través del tiempo es hipotética. Sólo puede entenderse en la medida en que las previsiones resulten justificadas. Los datos cambian a lo largo de la historia, y aun cuando en cada momento puede haber tendencias hacia un equilibrio, no obstante, ese equilibrio hacia el cual se encaminan esas tendencias no es el mismo de momento a momento. Existe una asimetría a través del tiempo. El futuro -es decir, el futuro aparente- afecta al presente; pero el pasado no viene al caso. Los efectos del pasado son ahora, simplemente, parte de los datos. Por lo que se refiere al acto de valoración, lo pasado es para siempre pasado.

Aquí, de nuevo, como en el caso de las consideraciones que hicimos respecto de los agregados, no se tiene la intención de negar la utilidad práctica y la importancia de las comparaciones de ciertos precios en el tiempo, o el valor de las "correcciones" de estos precios con ayuda de números índices convenientemente preparados. No se discute seriamente que la técnica de los números índices es de gran utilidad práctica para ciertas cuestiones de economía aplicada, por una parte y, por otra, para la interpretación de la historia. No se niega que pueda llegarse a conclusiones prácticas importantes dada la inclinación a hacer suposiciones arbitrarias respecto al significado de ciertos precios. Todo lo que se desea subrayar es que semejantes conclusiones no se derivan de las categorías de la teoría pura y que por fuerza presuponen un elemento convencional que depende de suponer cierta constancia empírica de los datos(23) o de juicios arbitrarios de valor respecto de la importancia relativa de ciertos precios particulares y de ciertos sujetos económicos.

§ 6. La interpretación de la estadística económica no es el único sector de los estudios económicos al que afecta esta concepción del objeto de nuestra ciencia. La disposición y elaboración del cuerpo central del análisis teórico también se modifica de manera considerable. Este es un ejemplo interesante de la utilidad de esta clase de investigación, partiendo de la intención de expresar con más precisión el objeto de nuestras generalizaciones llegamos a un punto de vista que nos permite no sólo señalar lo que es esencial y lo que es accidental en ellas, sino también expresarlas de modo que su contenido esencial reciba mucha mayor fuerza. Veamos cómo acontece esto.

El estudio tradicional de la Economía, por lo menos entre los economistas de habla inglesa, se inicia con una investigación de las causas determinantes de la producción y la distribución de la riqueza.(24) Se divide a la Economía en dos partes principales: la teoría de la producción y la teoría de la distribución, cuya tarea ha sido explicar las causas que determinan la magnitud del "producto total" y las que determinan las proporciones en que se distribuye entre los diferentes factores de la producción y entre las varias personas. Pocas diferencias han existido en cuanto al contenido de estos dos grandes sectores; pero siempre las ha habido grandes acerca de la colocación de la teoría del valor. En general, sin embargo, hasta fechas muy recientes, ésta ha sido la principal línea divisoria de la materia de nuestro estudio.

Ahora bien, es indudable que existe un argumento prima facie sólido en favor de este procedimiento. Como el profesor Cannan afirma,(25) los problemas en que estamos interesados desde el punto de vista de la política social, son -o por lo menos aparentan ser- los que se relacionan con la producción y la distribución. Si examinamos el establecimiento de un impuesto o la concesión de un subsidio, las cuestiones que procuramos investigar (ya sea que entendamos o no lo que queremos) son: ¿Cuáles serán los efectos de esa medida sobre la producción? ¿Cuáles sobre la distribución? Natural era, por consiguiente, que en el pasado los economistas trataran de disponer sus generalizaciones para dar respuesta a estas dos preguntas.(26)

No obstante, nos parecerá muy explicable que desde este punto de vista la división tradicional tenga deficiencias muy serias si tenemos presente lo ya dicho respecto a la naturaleza del objeto de nuestra ciencia y a la relatividad de las "magnitudes" que examina.

No debiera ser necesario a estas alturas referirnos a lo inadecuados que resultan los diversos elementos técnicos que casi inevitablemente se deslizan dentro de un sistema forjado sobre este principio. Todos hemos sentido, con el profesor Schumpeter, una sensación casi de vergüenza por las increíbles banalidades de la llamada teoría de la producción: las tediosas discusiones acerca de las diversas formas de propiedad de la tierra, de la organización de las fábricas, de la psicología industrial, de la educación técnica, etc., etc., que se presentan aún en los mejores tratados sobre teoría general arreglados sobre ese plan.(27)

Existe, sin embargo, una objeción más importante a este procedimiento: la de su necesaria imprecisión. Las generalizaciones científicas, si aspiran a la categoría de leyes, deben ser susceptibles de expresarse con toda exactitud. Eso no quiere decir, como veremos en un capítulo posterior, que lo sean con una exactitud cuantitativa. No necesitamos dar valores numéricos a la ley de la demanda para colocarnos en una posición que nos permita usarla para deducir de ella consecuencias importantes. Necesitamos, sin embargo, formularla de modo que nos permita ligarla a relaciones formales capaces de ser concebidas con exactitud.(28)

Ahora bien, como acabamos de ver, la idea de cambios en el volumen total de la producción no tiene un contenido preciso. Es posible, si se desea, atribuir ciertos valores convencionales a determinados índices y decir que un cambio de la producción se define con un cambio de este índice. Para ciertos propósitos esto puede ser recomendable, aunque no hay ninguna justificación analítica para este procedimiento, ni se desprende de nuestra concepción de bien económico. No puede llegar a tener el rango de una ley la clase de generalización empírica que puede hacerse en relación con las causas que afectarán la producción en este sentido. Una ley debe referirse a conceptos y relaciones definidas, y un cambio del volumen de la producción no es un concepto definido.

En realidad, hasta ahora no ha sido elaborada una "ley" de la producción en este sentido que verdaderamente merezca ese nombre.(29) Siempre que las generalizaciones de los economistas han llegado a tener el carácter de leyes, no se han referido a nociones tan vagas como el producto total, sino a conceptos perfectamente definidos: el de precio, oferta, demanda, etc. El sistema ricardiano que constituye a este respecto el arquetipo de todos los subsecuentes es, esencialmente, un examen de las tendencias hacia el equilibrio de cantidades precisas y de relaciones recíprocas. No es un simple accidente que las generalizaciones de la Economía hayan adquirido la forma de leyes científicas siempre que sus discusiones se refieren a tipos separados de bienes económicos y a relaciones de cambio entre bienes económicos.(30)

Los economistas tienden en los últimos años a abandonar más y más el orden tradicional. Ya no se emprenden investigaciones para descubrir las causas determinantes de las variaciones de la producción y de la distribución; se investiga, más bien, conocidos ciertos datos iniciales, lo concerniente a las condiciones del equilibrio de diversas "magnitudes" económicas;(31) también lo relativo a los efectos de las variaciones de aquellos datos. En lugar de dividir el cuerpo central del análisis en una teoría de la producción y en otra de la distribución, tenemos una teoría del equilibrio, una teoría de la estática comparativa y una teoría del cambio dinámico. En lugar de considerar el sistema como una máquina gigantesca destinada a elaborar un agregado de productos y en vez de proceder a investigar qué causas hacen que ese producto sea mayor o menor y en qué proporciones se divide, lo consideramos como una serie de relaciones interdependientes, aunque conceptualmente discretas, entre los hombres y los bienes económicos. También investigamos en qué condiciones esas relaciones son constantes y cuáles son los efectos de los cambios, de fines o de medios, en los cuales median y cómo ha de esperarse que tengan lugar esos cambios en el transcurso del tiempo.(32)

Esta tendencia, como ya hemos visto, aunque en su forma más completa es en verdad moderna, tiene su origen en la primitiva literatura de la economía científica. El Cuadro Económico de Quesnay era esencialmente un intento de aplicación de lo que ahora se conoce con el nombre de análisis del equilibrio. Y aunque la gran obra de Adam Smith profesaba tratar de las causas de la riqueza de las naciones, e hizo, en realidad, muchas observaciones muy importantes en cualquier historia de la economía aplicada sobre la cuestión general de las condiciones de la opulencia, no obstante, desde el punto de vista de la historia de la economía teórica, el logro central de ese libro fué su demostración del modo en que la división del trabajo tendía a mantenerse en equilibrio mediante el mecanismo de los precios relativos. Esta demostración, como lo ha comprobado Allyn Young,(33) está en armonía con el aparato más refinado de la moderna escuela de Lausanne. La teoría del valor y de la distribución fué realmente la parte fundamental del análisis de los clásicos, aun cuando ensayaran esconder sus propósitos bajo otros nombres. Y la teoría tradicional acerca de los efectos de los impuestos y de los subsidios siempre se presentó en términos consistentes del todo con el procedimiento de la estática comparativa moderna. Así, pues, si bien la apariencia de la teoría moderna puede ser nueva, su substancia es continuación de lo que era más esencial en la vieja. La disposición moderna simplemente hace explícitos los fundamentos metodológicos de las teorías anteriores y generaliza el procedimiento.(34)

A primera vista podría pensarse que estas innovaciones corren el riesgo de resultar demasiado austeras y que suponen la renuncia a una teoría de conjunto genuinamente luminosa. Semejante creencia sólo podría apoyarse en un desconocimiento de las potencialidades del nuevo procedimiento. Puede afirmarse con seguridad que no hay nada que encajara dentro del viejo marca que no pueda exponerse más satisfactoriamente dentro del nuevo. La única diferencia consiste en que en todas las fases del nuevo ordenamiento nos damos cuenta exactamente de las limitaciones y el alcance de nuestro conocimiento. Si nos salimos de la esfera del análisis puro y adoptamos cualquiera de los supuestos convencionales de la economía aplicada, sabemos con exactitud dónde nos encontramos. Nunca corremos el riesgo de tomar como una deducción de nuestras premisas fundamentales algo que se ha deslizado al recurrir a un supuesto convencional.

Podemos tomar como un ejemplo de las ventajas de este procedimiento el tratamiento moderno de la organización de la producción. El viejo era muy poco satisfactorio: unas cuantas generalizaciones rígidas acerca de las ventajas de la división del trabajo tomadas de Adam Smith y quizá ilustradas con unos ejemplos de Babbage; en seguida, unas extensas divagaciones sobre las "formas" industriales y el "emprendedor", con una serie de observaciones rigurosamente anticientíficas y gratuitas sobre las características nacionales y, quizá, concluyendo con un capítulo sobre localización. No hay necesidad de insistir en la mediocridad de todo esto; pero quizá sea justo precisar con exactitud sus considerables deficiencias positivas. Sugiere que desde el punto de vista del economista la "organización" es una cuestión interna de disposición industrial (o agrícola) -si no interna para una firma determinada, sí para "la" industria- si bien, como podría haberse esperado, muy rara vez se define satisfactoriamente lo que es "la" industria. Al mismo tiempo, tiende a dejar completamente fuera el elemento regulador de toda la organización productiva: la relación recíproca de precios y costos. Esta cuestión se estudia en un sector diferente: el del "valor". Como casi todo profesor de estudiantes educados en los viejos libros de texto puede darse cuenta, el resultado era que una persona podía tener un extenso conocimiento de la teoría del valor y de sus copiosos refinamientos y estar en aptitud de discurrir muy ampliamente acerca del tipo de interés y sus posibles "causas", sin siquiera haber entendido la parte fundamental que desempeñan los precios, los costos y los tipos de interés en la organización de la producción.

Esto es imposible en el tratamiento moderno. En él la discusión de la "producción" es una parte integral de la teoría del equilibrio. Se demuestra cómo se distribuyen los factores de la producción entre la producción de los diferentes bienes por el mecanismo de precios y costos; cómo, dados ciertos datos fundamentales, los tipos de interés y los márgenes de precios determinan la distribución de los factores entre la producción para el presente y la producción para el futuro.(35) La doctrina de la división del trabajo, tan desagradablemente tecnológica hasta ahora, se convierte en un rasgo integral de una teoría del equilibrio móvil a través del tiempo. Aun el problema de la organización y administración "internas" llega a tener relación con una red externa de precios y costos relativos; y puesto que ésta es la forma como las cosas funcionan en la práctica, lo que a primera vista parece la mayor lejanía de la teoría pura, de hecho nos procura un acercamiento mucho mayor a la realidad.



1. Por supuesto que las concepciones de cualquier ciencia pura son por necesidad puramente formales. Sólo obtendríamos una orientación general si intentáramos describir la Economía por deducción de los principios metodológicos generales, en lugar de describirla como resulta de considerar lo que es esencial en su objeto; pero es interesante observar cómo, arrancando de la inspección de un aparato que realmente existe para resolver problemas concretos, llegamos al fin, por las necesidades de una descripción exacta, a concepciones de plena conformidad con lo que se espera de una metodología pura.

2. El término riqueza se usa aquí como equivalente de un flujo de bienes económicos; pero creo que es claro que ofrece grandes desventajas el usarlo así. Sería bien paradójico tener que sostener que la riqueza disminuiría si los bienes económicos, gracias a su multiplicación, llegaran a convertirse en bienes "gratuitos". Por eso en cualquier delimitación rígida de la Economía el término riqueza debería evitarse. Aquí se le usa simplemente para esclarecer las consecuencias de las proposiciones un tanto remotas del párrafo precedente para fines de discusión diaria.

3. The World Crisis, v, 33-35.

4. Quizá valga la pena hacer observar cómo nuestra práctica difiere en este punto de la que parece desprenderse del procedimiento del profesor Cannan, quien, después de definir la riqueza como bienestar material, tendría lógicamente que sostener que los ingleses no producían durante la guerra. El profesor Cannan sale de la dificultad sosteniendo que lo que produjeron eran productos, no bienestar material. (Repaso a la Teoría Económica, 46.) Desde el punto de vista de las definiciones que hemos adoptado, no se concluye que dejaran de producir, sino simplemente que no producían para satisfacer las mismas demandas que en la época de paz. Desde cualquiera de estos puntos de vista resulta clara la incompatibilidad de las estadísticas materiales de la guerra y de la paz; pero, desde el nuestro, resalta con mayor claridad la persistencia de las leyes económicas formales.

5. Ver antes pp. 57-64.

6. Allyn YOUNG, "Increasing Returns and Economic Progress" (Economic Journal, XXXVIII, 528-542). Sobre el sentido en que es correcto usar el término "económico" en relación con esta cuestión, ver el cap. VI.

7. Science and the Modern World, 64.

8. Compárese con PIGOU, Economics of Welfare (3a ed.), 190-192; la Economía del Bienestar, Madrid, Aguilar. Quizá valga la pena hacer notar que la mayor parte de las discusiones contemporáneas del llamado problema de los transportes omite por completo estas consideraciones elementales. Si existe un subsidio oculto para los autotransportes por la vía del presupuesto de gastos públicos para caminos, es cuestión que atañe al ministro de Hacienda. No es un buen argumento para hacer que el público viaje en tren cuando prefiere hacerlo por carretera. Si queremos conservar los ferrocarriles que son incosteables dentro de las condiciones actuales de la demanda, debemos concederles un subsidio como si se tratara de monumentos antiguos.

9. Exchange, Prices and Production in Hyperinflation: Germany 1920-23, 320: "Por lo que se refiere a la producción, las estadísticas dan un escaso apoyo para sostener que los males de la inflación no fueron otros que males de la distribución." El profesor Graham admite de mala gana en su conclusión que "la inversión en bienes duraderos tomó un aspecto extraño en las etapas posteriores de la inflación", aun cuando parece creer que la "calidad" del equipo puede deteriorarse sin detrimento de su "cantidad".

10. Ver MISES, Teoría del Dinero y del Crédito (Madrid: Aguilar, 1936), v; HAYEK, La Teoría Monetaria y el Ciclo Económico (Madrid: Espasa-Calpe, 1936), y Prices and Production; STRIGL, "Die Produktion Unter der Einflusse einer Kreditexpansion" (Schriften des Vereins für Sozialpolitik, 173, 187-211).

11. Ver BONN, Das Schicksal des Deutschen Kapitalismus, 14-31; BRESCIANI-TURRONI, Il Vicendi del Marco Tedesco.

12. Ver capítulo IV, § 2.

13. Para una descripción cabal de este proceso, ver especialmente WICKSTEED, Commonsense of Political Economy, 212-400.

14. A Critical Dissertation on Value, 5.

15. Es fundamental percibir la naturaleza ordinal de las valuaciones que un precio supone. Es difícil exagerar su importancia. Con una navajada de Occan se expulsan para siempre del análisis económico los últimos vestigios de! hedonismo psicológico. La concepción se halla implícita en el uso que hace Menger del término Bedeutung en su exposición de la teoría del valor, aunque el mérito principal de su presentación explícita y de su elaboración subsecuente corresponde a escritos posteriores. Ver especialmente CUHEL, Zur Lehre von den Bedürfnissen, 186-216; PARETO, Manuel d'Économie Politique, 540-42, y HICKS y ALLEN, "A Reconsideration of the Theory of Value" (Economica, 1934, 51-76). En este importante artículo se demuestra que las más refinadas concepciones de la teoría del valor, complementaridad, sustituibilidad, etc., pueden abordarse sin recurrir a la noción de una función de utilidad determinada.

16. BOWLEY, The Division of the Product of Industry; STAMP, Wealth and Taxable Capacity.

17. Esto, por supuesto, no es necesariamente así. Si en lugar de gastar sus ingresos en los costosos servicios de doctores, abogados, etc., el rico tuviera la costumbre de gastarlos para sostener un amplio séquito de allegados a quienes sostuvieran los esfuerzos de otros, el cambio en los ingresos nominales podría liberar factores que, desde el punto de vista de las nuevas condiciones de la demanda, representaran mucha capacidad productiva. Pero, en realidad, no ocurre en esa forma. Aun si el rico mantiene, en efecto, un gran séquito, sus cortesanos dedican la mayor parte de su tiempo a cuidarse los unos de los otros. Cualquiera que haya vivido en una casa en que hubiera más de un sirviente reconocerá la fuerza de esta consideración.

18. El examen clásico de todo esto sigue siendo todavía el capítulo de Samuel BAILEY, "Sobre la comparación de mercancías en diferentes épocas" (op. cit., 71-93). Bailey exagera a tal grado que no menciona las relaciones del valor anticipadas a través del tiempo; pero su posición es inexpugnable en todo lo demás y sus demostraciones son de lo más elegante que pueda hallarse en el campo todo del análisis teórico. Aun el más blasé puede resistir apenas un estremecimiento ante la exquisita delicadeza con que exhibe las ambigüedades de la primera proposición de los Principios de Ricardo. Uno de los daños efectivos que se han causado al progreso de la Ciencia Económica, por solidaridad con los clásicos ingleses, y quizá por sus ataques a Ricardo y a Malthus, es haber dejado en el olvido la obra de Bailey. Difícilmente puede tomase por una exageración sostener que la teoría de los números índices se emancipa apenas hoy de los errores en que no habría caído de haber atendido a la proposición fundamental de Bailey.

19. Ver sobre todo HAYEK, Prices and Production, III.

20. No siempre se admite que la dificultad de atribuir un significado preciso a la idea de los cambios de valor cuando hay más de dos mercancías y las relaciones de cambio entre una y el resto no cambian en la misma proporción, no se limita a la idea de cambios en el "valor del dinero". El problema de concebir cambios en el "poder adquisitivo" del lingote de hierro es tan insoluble como el de concebir cambios en el poder adquisitivo del dinero. La diferencia es de carácter práctico. El hecho de que las valuaciones relativas determinen la producción hace innecesario preocupase para fines prácticos de los cambios de poder adquisitivo del lingote de hierro, mientras que, por toda clase de razones, unas buenas, otras malas, estamos obligados a preocupamos bastante de los efectos de los cambios "monetarios".

21. Op cit., 72.

22. Ver FETTER, Economic PrincipIes, 101 ss. y 235-277. También HAYEK, "Das Intertemporales Gleichgewichtsystem der Preise und die Bewegungen des Geldwertes" (Weltwirtschafliches Archiv, 28, 33-76).

23. Como ocurre en las discusiones de los cambios del ingreso real y del costo de la vida. Para todo esto ver HABERLER, Der Sinn der Indexzahlen, passim. La conclusión del doctor Haberler es definitiva: "La ciencia es culpable de traspasar sus límites necesarios (esto es, expresa un juicio de valor) si intenta sentar para otros cuál de dos ingresos reales es el 'mayor'. Decidirlo, decidir qué ingreso real ha de preferirse, es una tarea que sólo puede hacer quien lo disfruta, es decir, el individuo como sujeto económico." La traducción es muy libre, pues no existe [en lengua inglesa] un equivalente del muy útil contraste alemán entre Naturaleinkommen y Realeinkommen, a no ser que usemos "ingreso real" [Real Income] como equivalente de NaturaIeinkomen y el "ingreso psíquico" de Fetter en sustitución del Realeinkommen de los alemanes.
 

24. Ver CANNAN, Historia de las Teorías de la Producción y Distribución, II [México: Fondo de Cultura Económica, 1942].

25. Las cuestiones realmente fundamentales de la Economía son las siguientes por qué todos nosotros, en conjunto, estamos tan bien como estamos, y por qué algunos estamos mucho mejor y otros mucho peor que el promedio." (CANNAN, La Riqueza, 3ª ed., v. [Barcelona: Labor, 1936].

26. Es otra cosa si sus generalizaciones resuelven estos problemas especiaImente el que se refiere a la distribución personal (ver CANNAN, Economic Outlook, 215-253, y Repaso a la Teoría Económica, 253-295; ver también DALTON, Inequality of Incomes, 33-158). El caso es que se creen en la obligación de resolverlas; pero el hecho de que no lo hagan no desacredita necesariamente ni a los economistas ni a sus generalizaciones. Existen vigorosas razones para suponer que causas extraeconórnicas determinan, en parte, la distribución personal.

27. Ver SCHUMPETER, Das Wesen und der Hauptinhalt der Theoretischen Nationalökonomie, 156.

28. Ver EDGEWORTH Mathematical Psychics, 1-6; KAUFMANN, "Was kan die mathematische Methode in der Natiopalökonomie leisten?" (Zeitschrift für Nationalökonomie, 2, 754-779.

29. La aproximación más cercana a una ley de la producción se halla incorporada en la celebrada teoría del óptimo de la población rural. Arranca ella de la ley perfectamente precisa de los rendimientos decrecientes, que se relaciona con las variaciones de productividad en combinaciones proporcionadas de los factores individualmente considerados y parece lograr una precisión similar en relación con las variaciones de todos los factores humanos en un ambiente material fijo. De hecho, sin embargo, introduce conceptos de promedios y agregados a los cuales es imposible conceder significado sin recurrir a supuestos convencionales. Sobre la teoría del óptimo, ver mi "Optimum Theory of Population", en London Essays in Economics, editado por Dalton y Gregory. En ese ensayo examino las dificultades de promediar, aunque entonces no percibí el alcance completo de la diferencia metodológica general entre una proposición que se refiere a promedios y otra a cantidades precisas. Por eso es insuficiente mi reiteración sobre este punto.

30. Es importante no reiterar con exceso la excelencia del procedimiento pasado. La teoría monetaria, por ejemplo, aunque en muchos aspectos la rama más desarrollada de la teoría económica, ha empleado continuamente pseudo-conceptos de la especie que acabamos de declarar sospechosa: nivel de precios, movimientos de las paridades del poder adquisitivo, etc. Pero es aquí, justamente, donde las dificultades de la teoría monetaria han persistido y sus recientes progresos se encaminan a eliminar toda dependencia de estas ficciones.

31. Sobre los diversos tipos de equilibrio considerados, ver KNIGHT, Risk, Uncertainty and Profit, 143, nota (Riesgo, Incertidumbre y Beneficio, Madrid, Aguilar); WICKSELL, Lectures on Political Economy I (Lecciones de Economía Política, Madrid, Aguilar), y ROBBINS, "On a Certain Ambiguity in the Conception of Stationary Equilibrium" (Economjc Journal, XL, 194-214).

32. Ver PARETO, Manuel d'Economie Politique, 147; también mi artículo "Production" en la Encyclopaedia of the Social Sciences. En la primera edición de este ensayo incluí
la teoría de la estática comparativa y la del cambio dinámico bajo un solo título, el de "Teoría de las Variaciones". Ahora pienso que es mejor dejar explícitos los dos tipos de la teoría de la variación. Para un mayor esclarecimiento, ver el capítulo IV, § 7.

33. Op. cit., 540-542.

34. El cambio se inicia con la aparición de la teoría subjetiva del valor. Mientras la teoría del valor se expresó con función de costos, fué posible considerar la materia de la Economía como algo social y colectivo, y examinar las relaciones de precio simplemente como un fenómeno de mercado. Cuando se comprendió que estos fenómenos del mercado dependen en realidad de la interacción de elecciones individuales y que los fenómenos sociales mismos en función de los cuales se explicaban -los costos- eran, en último análisis, el reflejo de la elección individual -la valoración de diversas oportunidades (Wieser, Davenport) -, este enfoque principió a ser menor y menos conveniente. La obra de los economistas matemáticos en este aspecto sólo establece de un modo particularmente audaz un procedimiento que es, en realidad, común a toda la teoría moderna.

35. Las mejores exposiciones se encuentran en WICKSELL, Lectures on Political Economy, I, 100-206 (Lecciones de Economía Política, Madrid, Aguilar); Hans MAYER, "Produktion", en el Handwörterbuch der Staatswissenschaften.

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