Lionel Robbins
RELATIVIDAD DE LAS "MAGNITUDES" ECONÓMICAS
§ 1. La escasez de determinados medios
para la consecución de determinados fines condiciona, como hemos visto, el
aspecto de la conducta que constituye el objeto de la Economía. Es claro,
por consiguiente, que la condición de escasez de los bienes no es
"absoluta". La escasez no significa una mera falta de frecuencia, sino
limitación con respecto a la demanda. Los buenos huevos son escasos porque,
teniendo en consideración su demanda, no son bastantes para satisfacerla;
pero los huevos podridos que, esperémoslo, son muy pocos, no son escasos en
el sentido que le damos a la palabra. Son redundantes. De esta concepción de
la escasez se obtienen inferencias tanto para la teoría como para la
práctica que procuraremos aclarar en este capítulo.
24. Ver CANNAN, Historia de las Teorías de la Producción y Distribución, II
[México: Fondo de Cultura Económica, 1942].
§ 2. De todo lo que hemos dicho hasta ahora se desprende que la concepción
de un bien económico es, por necesidad, puramente formal.(1)
No hay cualidad que haga de las cosas bienes económicos si se les considera
fuera de sus relaciones con el hombre. Tampoco la hay que dé a los servicios
un carácter económico si se desligan del fin a que sirvan. El hecho de que
una cosa o un servicio sean bienes económicos depende enteramente de su
relación con las valoraciones.
Así, la riqueza(2) no lo es por sus cualidades
sustanciales, sino porque es escasa. No puede definirse la riqueza en
términos físicos como pueden serlo los alimentos en función de vitaminas o
de su valor en calorías. La riqueza es, por esencia, un concepto relativo.
Para la comunidad de ascetas a que nos referimos en el capítulo anterior
pueden existir tantos bienes de ciertas clases que en relación con la
demanda de ellos cabría considerarlos gratuitos y no riqueza en sentido
estricto. La comunidad de sibaritas puede resultar pobre en circunstancias
similares, lo que quiere decir que los mismos bienes pueden ser bienes
económicos.
De igual manera, cuando se piensa en la capacidad productiva en el sentido
económico, no se quiere expresar algo de carácter absoluto susceptible de
computarse físicamente. Quiere decirse capacidad de satisfacer determinada
demanda, de manera que si esa demanda cambia, la capacidad productiva, en
este sentido, cambia también.
Un vívido ejemplo de lo que esto significa nos lo proporciona el informe de
Winston Churchill respecto a la situación frente a la cual se hallaba el
Ministerio de Armamento a las once de la mañana del 11 de noviembre de 1918,
momentos en que se firmaba el armisticio. Inglaterra, después de años de
esfuerzos, había alcanzado una organización suficiente para producir
materiales de guerra en cantidades sin precedente. Programas enormes de
producción se hallaban en diversas etapas. De pronto la situación cambió
totalmente. La "demanda" sufrió un colapso: las necesidades de la guerra
llegaban a su fin. ¿Qué hacer? Churchill informa que para evitar un cambio
brusco se dieron instrucciones de que se terminara todo el material que
hubiese sufrido ya el 60% de su transformación. "Así, pues, durante varias
semanas después de terminada la guerra nuestras fábricas continuaron
vomitando grandes cantidades de artillería y de todos los materiales de
guerra."(3) "Era un despilfarro -agrega-, pero acaso
prudente." Correcta o no esta última afirmación, nada tiene que ver con el
problema que se examina. Lo importante es que lo que a las 10.55 de esa
mañana era riqueza y capacidad productiva, a las 11.5 había dejado de serlo,
convirtiéndose en una "des-riqueza", en un estorbo y en una fuente de
desperdicio social. La sustancia no había cambiado: las armas eran las
mismas; igual la potencialidad de las máquinas. Todo era exactamente igual,
desde el punto de vista de los técnicos; mas todo era diferente para el
economista. Cañones, explosivos, tornos, retortas, todo había sufrido un
cambio tremendo. Los fines habían cambiado. La escasez de los medios era
diferente.(4)
§ 3. La proporción que acabamos de examinar, concerniente a lo que puede
llamarse la relatividad de las "magnitudes económicas", tiene importancia
para diversos problemas de economía aplicada; tanta, en efecto, que vale la
pena interrumpir de vez en cuando el curso de nuestra explicación principal
con objeto de examinarlos con mayor amplitud. No puede ilustrarse mejor la
forma en que los principios de la teoría pura facilitan la comprensión del
significado de los problemas concretos.
En las discusiones contemporáneas acerca de la producción en serie se halla
un ejemplo conspicuo de un tipo de problema que sólo puede resolverse
satisfactoriamente con la ayuda de las distinciones que hemos venido
desarrollando. Esa conquista espectacular subyuga hoy las inteligencias
profanas. La producción en serie se ha convertido en un cúralotodo, en un
sésamo ábrete. Los ojos asombrados del mundo se vuelven hacia Ford el
salvador. Se proclama el más competente de los economistas a quien ha estado
boquiabierto mayor tiempo ante los transportadores de Detroit.
Por supuesto que ningún economista en sus cabales desearía negar la
importancia que tienen para la civilización actual las posibilidades de la
técnica manufacturera moderna. Los cambios técnicos que entregan a la
puerta, aun a la de personas comparativamente pobres, los automóviles, los
gramófonos y los radios, son en verdad cambios trascendentales. Pero
apreciando su significado en relación con un grupo determinado de fines, es
muy importante tener presente esta distinción, que las definiciones
propuestas en este capítulo explican, entre la mera multiplicación de los
objetos materiales y la satisfacción de la demanda. Para usar una jerga
conveniente, es importante tener presente la distinción entre la
productividad técnica y la de valores. La producción en serie de ciertos
artículos, independientemente de la demanda de ellos, por eficiente que sea
desde el punto de vista técnico, no por fuerza es "económica". Como ya hemos
visto, existe una diferencia fundamental entre los problemas técnicos y los
económicos.(5) Podemos tener
como evidente que la especialización del hombre y de la maquinaria conduce a
la eficiencia técnica dentro de ciertos límites (los cuales, por supuesto,
cambian cuando se modifican las condiciones de la técnica). Pero la medida
en que semejante especialización es económica depende por esencia de la
amplitud del mercado, es decir, de la demanda.(6)
Cometería un desatino el herrero de una comunidad pequeña y aislada que se
especializara en hacer un cierto tipo de herraduras con el fin de lograr las
ventajas de la producción en serie. Después de haber hecho un número
limitado de herraduras de una medida, sin duda seria mejor que dedicara su
tiempo a producir herraduras de otros tamaños, es decir, unidades
adicionales de las que serán solicitadas con mayor urgencia que otras de las
que ya ha producido una cantidad grande.
Lo mismo acontece en el mundo entero en un momento determinado; hay límites
bien definidos dentro de los cuales la producción en serie de una mercancía
de cierto tipo, con exclusión de otros, se ajusta a la demanda de los
consumidores. Si esa producción se lleva más allá de estos límites, no sólo
habrá despilfarro en el sentido de que la capacidad productiva se usa para
producir bienes de menor valor de los que podrían producirse, sino que
también habrá pérdidas de carácter financiero para la empresa productora de
que se trate. Una de las paradojas de la historia del pensamiento moderno es
que en una época en que el crecimiento desproporcionado de ciertas ramas de
la producción ha forjado más caos en el sistema económico que en ninguna
otra anterior, surja la ingenua creencia de que con la producción en serie
saldremos de nuestras dificultades recurriendo a ella siempre que sea
técnicamente posible sin parar mientes en las condiciones de la demanda. Es
la venganza de la adoración de la máquina, la parálisis del intelecto en un
mundo de técnicos.
Esta confusión entre potencialidad técnica y valor económico que, según una
frase del profesor Whitehead, podemos llamar la "falacia de la concreción
fuera de lugar",(7) también
inspira ciertas nociones, que hoy día prevalecen sin razón, respecto del
valor del capital fijo. Se cree con frecuencia que el hecho de que grandes
cantidades de dinero hayan sido inmovilizadas en ciertas formas de capital
fijo hace inconveniente que caiga en desuso si cambia la demanda del
consumidor, o si un invento técnico permite satisfacerla en forma más
lucrativa. Esta creencia es completamente engañosa si se supone que el
criterio de la organización económica es el de la satisfacción de la
demanda. Si compro un boleto de ferrocarril para trasladarme de Londres a
Glasgow y a la mitad de mi viaje recibo un telegrama anunciándome que la
cita deberá tener lugar en Mánchester, no me conduzco racionalmente si
continúo mi viaje hacia el norte sólo porque he "invertido capital" en el
boleto, capital que ya no puedo recuperar. Es cierto que el boleto sigue
siendo "eficiente técnicamente", puesto que me concede el derecho de ir
hasta Glasgow; pero ahora mi destino ha cambiado. La facultad de continuar
mi viaje hacia el norte ha dejado de tener todo valor para mí. Continuarlo
sería irracional. En Economía, como ya lo hacía notar Jevons, lo pasado ha
pasado para siempre.
Se hacen consideraciones exactamente similares cuando se trata del actual
estado de la maquinaria para cuyos productos ha cesado la demanda o que ha
dejado de ser tan costeable, teniendo en cuenta cuanto sea menester, como
otras clases de maquinaria. Aun cuando ésta pueda ser tan eficiente
técnicamente como lo fué antes de esos cambios, su situación económica, no
obstante, es diferente.(8) Es
indudable que la disposición de los recursos habría sido diversa de haberse
previsto el cambio de la demanda o de las condiciones de costo que
condujeron al desalojamiento. En este aspecto no carece de sentido hablar de
despilfarro debido a la ignorancia, aunque para ello existen dificultades.
Pero una vez que el cambio ha ocurrido lo que ha sucedido antes es del todo
indiferente, y es un despilfarro seguir tomándolo en consideración. El
problema consiste en ajustarse a la nueva situación. Cuando se hayan tenido
en cuenta todas las críticas fundadas a la teoría subjetiva del valor,
quedará como uno de sus méritos inconmovibles el enfocar su atención sobre
este hecho tan importante para la economía aplicada como lo es en la más
pura de las teorías.
Podemos examinar ciertos equívocos en relación con los efectos económicos de
la inflación como un último ejemplo de la importancia que para la Economía
aplicada tienen las proposiciones que hemos estado considerando. Es un hecho
bien conocido que durante los períodos de inflación existe a menudo, por un
tiempo, una extraordinaria actividad en las industrias de la construcción.
Los tipos de interés artificialmente bajos sirven con frecuencia de estímulo
a la reparación general del capital fijo. Se construyen nuevas fábricas; las
viejas se reequipan. Esta actividad extraordinaria y espectacular fascina al
lego de modo que cuando se discuten los efectos de la inflación no pocas
veces se le atribuye esto como una de sus virtudes. Cuántas veces se oye
decir, por ejemplo, que si la inflación alemana fué bastante penosa mientras
existió, por lo menos hizo posible que la industria alemana se proveyera de
un nuevo equipo. En efecto, nada menos que el profesor F. B. Graham ha
prestado su autoridad a esta misma opinión.(9)
Pero, por razonable que todo esto parezca, se funda en la misma cruda
concepción materialista que las otras falacias que hemos examinado. Pues la
eficiencia de cualquier sistema industrial no consiste en la existencia de
grandes cantidades de modernísimo equipo sin miramiento de la demanda de sus
productos o del precio de los factores de la producción necesarios para su
explotación lucrativa, sino en el grado de adaptación de la organización de
todos los recursos con miras a satisfacer la demanda. Ahora bien, puede
demostrarse(10) que durante las épocas de inflación
los tipos de interés artificialmente bajos tienden a alentar la expansión de
ciertas clases de producción capitalista en tal medida que, al agotarse el
estímulo, no es posible seguir operándolas lucrativamente. Los recursos
líquidos se disipan y se extinguen al mismo tiempo. Cuando la crisis viene,
el sistema se para en seco con una carga de capital fijo demasiado costosa
para hacerlo funcionar lucrativamente y con una merina relativa de "capital
líquido" que origina que el tipo de interés sea inflexible y opresivo. La
magnífica maquinaria que tanto impresionó a los corresponsales de periódicos
sigue allí, pero sus ruedas no producen ninguna ganancia. El material está
allí; pero ha perdido su importancia económica. Consideraciones de esta
clase pudieron haberse estimado muy lejanas de la realidad durante la época
de la inflación alemana o en la de la estabilización; pero comienzan a
parecer menos paradójicas después de algunos años de una "escasez de
capital" crónica en ese desdichado país.(11)
§ 4. Ya es tiempo de volver a consideraciones más abstractas. Tenemos que
examinar ahora la influencia de nuestras definiciones sobre el significado
de la Estadística Económica.
Esta emplea dos clases de unidades de cálculo: unidades físicas y unidades
de valor. El cómputo se hace por peso y recuento o por valuación, es decir,
por toneladas de carbón o por el valor en libras esterlinas que tiene ese
carbón. ¿ Qué sentido debe atribuirse a estos cómputos desde el punto de
vista del análisis económico?
Lo que ya se ha dicho es suficiente en cuanto al cómputo físico. No es
necesario elaborar aún más la proposición de que el cómputo físico puede ser
impecable como un registro de los hechos, y, hasta cierto punto, útil, no
obstante que para el economista no tenga otra significación que la de una
valoración relativa. Sin duda que, admitiendo cierta permanencia empírica de
las valoraciones relativas, algunas series físicas tienen una significación
directa para la economía aplicada; pero esto es un accidente desde el punto
de vista lógico. El significado de las series depende siempre de las
valoraciones relativas.
Por lo que se refiere al cómputo en unidades de valor, existen otras
dificultades más sutiles que debemos resolver.
Los precios de las diferentes mercancías y factores de la producción son, de
acuerdo con la moderna teoría del precio, expresión de una escasez relativa
o, en otras palabras, valoraciones marginales.(12)
Puede concebirse que, dada una distribución inicial de los recursos, cada
individuo que entra en el mercado posee una escala de valoraciones
relativas, de manera que el juego del mercado sirve para que se armonicen
las escalas individuales y la del mercado, según se expresan en precios
relativos.(13) Los precios,
por consiguiente, expresan en dinero una gradación de los diversos bienes y
servicios que afluyen al mercado. Un precio dado, en consecuencia, sólo
tiene sentido en relación con otros precios en vigor en ese momento. Nada
significa tomado en sí mismo. Sólo significa algo en la medida en que
expresa en dinero cierto orden de preferencias. Como ya lo decía Samuel
Bailey hace más de cien años: "Del mismo modo que no podemos hablar de la
distancia de un objeto sin referirlo a otro con el cual se relaciona,
tampoco podemos hablar del valor de una mercancía sino con referencia a otra
con la cual la comparamos. Una cosa no puede ser valiosa por sí misma, sin
referirla a otra, del mismo modo que una cosa no puede estar distante por sí
misma, sin referirla a otra".(14)
De esto se concluye que el término "magnitud económica", que, por razón de
continuidad y para sugerir ciertas asociaciones definidas hemos usado ahora
en este capítulo, es, en realidad, muy equívoco. Es verdad que el precio
expresa la cantidad de dinero que se precisa dar para obtener a cambio una
determinada mercancía, aunque su importancia es la relación entre esta
cantidad de dinero y otras cantidades similares. Y las valuaciones que el
sistema de precios expresa no son, en manera alguna, cantidades; son un
arreglo de cierto orden. Es completamente innecesario suponer que la escala
de precios relativos mide otra cosa que no sean cantidades de dinero. El
valor es una relación, no una medida.(15)
Pero si esto es así, se deduce que sumar los precios o ingresos individuales
para constituir agregados sociales es una operación con un significado muy
limitado. Los precios e ingresos, considerados singularmente, son
susceptibles de ser sumados como cantidades de dinero gastado, y el total
tendrá una significación monetaria definida; pero no lo son como expresión
de un orden de preferencias, de una escala relativa. Su suma carece de
significado. Lo tienen tan sólo en relación uno con otro. La estimación del
ingreso social puede tener un significado preciso para la teoría monetaria;
pero más allá de ese límite, sólo tiene una importancia convencional.
Es importante comprender con exactitud tanto el alcance como las Imitaciones
de esta conclusión. Quiere decir que una suma comprensiva de precios no
significa sino una corriente de pagos en dinero. Tanto el concepto del
ingreso mundial expresado en dinero como el del ingreso nominal nacional
tienen una significación estricta sólo para la teoría monetaria: el uno en
relación con la teoría general del cambio indirecto; el otro con la teoría
ricardiana de la distribución de los metales preciosos. Pero, por supuesto,
esto no excluye una importancia convencional. Si queremos suponer que las
preferencias y la distribución no cambian rápidamente dentro de períodos
cortos y que ciertas variaciones de precios pueden considerarse
particularmente significativas para la mayoría de los sujetos económicos,
entonces podemos conceder sin duda alguna a los movimientos de esos
agregados un cierto significado arbitrario que no deja de tener aplicación
en algunos casos. Y los mejores estadísticos es todo lo que reclaman para
tales estimaciones. Lo único que deseamos es subrayar la naturaleza
esencialmente arbitraria de los supuestos necesarios. No tienen una exacta
contrapartida en la realidad y tampoco se derivan de las principales
categorías de la teoría pura.
Podemos percibir el alcance de todo ello si consideramos por un momento el
uso que puede hacerse de semejantes agregados al examinar los probables
efectos de cambios drásticos en la distribución. De tiempo en tiempo se hace
un cómputo del ingreso nominal total que se acumula en un sector determinado
y, con apoyo en esos totales, se hacen estimaciones de los efectos de
grandes cambios en una dirección igualitaria. Los intentos más conocidos de
este tipo son las estimaciones que han hecho el profesor Bowley y sir Josiah
Stamp.(16)
Ahora bien, en la medida en que tales estimaciones se contraen a determinar
el monto inicial de poder de gasto disponible para la redistribución, son
valiosas e importantes. Y esto es, naturalmente, todo lo que han pretendido
los distinguidos estadísticos que las han presentado. Más allá de este
límite resulta fútil atribuirles una significación precisa, pues, por el
hecho mismo de la redistribución, las valoraciones relativas se alterarían
por fuerza. El conjunto del aparato productivo sería diferente. La corriente
de bienes y servicios tendría una composición diversa. En efecto, si
pensamos un poco más en el problema, podemos ver que un cálculo de esta
clase tendrá que sobreestimar muy burdamente la cantidad de fuerza
productiva que semejantes cambios pondrían en libertad, pues una proporción
importante de los elevados ingresos de los ricos se debe a la existencia de
otros ricos. Los abogados, los médicos, los propietarios de precios únicos,
etc., disfrutan de ingresos elevados porque existen otras personas con
grandes ingresos que estiman sus servicios en mucho. Si se redistribuyen los
ingresos nominales, su lugar en la escala relativa sería completamente
diferente, aunque la eficiencia técnica de los factores afectados fuera
igual. Con un volumen constante de dinero y con una velocidad constante de
la circulación, es casi seguro que el principal resultado inicial sería una
elevación de los precios de los artículos que consume la clase trabajadora.
Los cómputos en dinero -pesimistas como suele frecuentemente suponérseles-
tienden a encubrir esa conclusión, tan obvia como resulta del censo de
ocupaciones. Si computamos la proporción de la población que por ahora
produce ingresos reales para el rico y que podría destinarse a producir un
ingreso real para el pobre, veríamos con facilidad que el aumento disponible
sería insignificante. Es probable que caigamos en la exageración si
ensayamos obtener mayor precisión mediante cómputos hechos en dinero, y
cuanto mayor sea el grado de desigualdad inicial, mayor será el grado de
exageración.(17)
§ 5. Otra consecuencia del concepto del valor como expresión de un orden de
preferencia es que las comparaciones de los precios no tienen un significado
exacto, a menos que sea posible el cambio entre las mercancías cuyos precios
se comparan.
De ahí se concluye que comparar los precios de una mercancía determinada en
diferentes épocas del pasado es una operación que, por sí misma, no da
necesariamente resultados que tengan un significado nuevo. El hecho de que
el pan costara el año pasado 5 centavos y éste cueste sólo 3, no significa
por fuerza que la escasez relativa del pan durante este año sea menor que la
escasez relativa del mismo el año pasado. Lo que tiene interés no es la
comparación entre los 5 centavos del año anterior y los 3 de éste, sino la
comparación entre los 5 centavos y el resto de los precios del año pasado, y
la comparación entre los 3 centavos y los otros precios de! año actual, pues
son éstas las relaciones que trascienden a la conducta; son las únicas que
suponen un sistema unitario de valoraciones.(18)
En una época se creyó que podrían evitarse estas dificultades corrigiendo
los precios individuales por razón de las variaciones en el "valor del
dinero". Y puede admitirse que esas correcciones bastarían si permanecieran
inalterables las relaciones entre cada mercancía y todas las demás, excepto
la que se considera, alterándose tan sólo la oferta del dinero y la de manda
u oferta de esa mercancía particular. Es decir, si las relaciones originales
de los precios fueran:
Pa=Pb=Pc=Pd=Pe..... . (1)
y en el siguiente período:
Pa=½Pb=½Pc=½Pd=½Pe........ (2)
entonces la cuestión sería simple y la comparación tendría algún sentido.
Pero semejante relación es imposible excepto como resultado de una serie de
accidentes compensatorios. Esto no se debe tan sólo a que la demanda y las
condiciones de la producción de las otras mercancías pueden cambiar, sino a
que casi cualquier cambio concebible, real o monetario, acarrea diferentes
cambios en la relación de un bien particular frente a cada una de las otras
mercancías. Es decir, que excepto en el caso de un accidente compensatorio,
cualquier cambio conducirá no a un nuevo conjunto de relaciones del mismo
orden de la ecuación (2), sino más bien a un conjunto de relaciones del
orden siguiente:
Pa=½Pb=¼Pc=¾Pd=Pe........ (3)
Desde hace tiempo se ha admitido que ésta debe ser la situación cuando hay
cambios reales. Si la demanda de a cambia, es muy improbable que la demanda
de b, c, d, e,... cambie en una forma tal que el cambio de la relación entre
a y b sea equivalente al cambio de la relación entre b y c . . . y así
sucesivamente. Con los cambios de la técnica los factores de la producción
que se liberan de la producción de a no se distribuirán probablemente entre
b, e, d, en proporciones tales que se conserve Pb:Pc::Pc:Pd... Pero, como
puede demostrarse por un razonamiento muy elemental,(19)
lo mismo sucede cuando se trata de cambios "monetarios". Es casi imposible
concebir un cambio "monetario" que no afecte en forma diferente los precios
relativos; pero si así fuera, la idea de una "corrección" precisa de los
cambios de precios en el tiempo es ilusoria.(20)
La conclusión de Samuel Bailey sigue siendo válida: "Cuando decimos que un
artículo tuvo en una época tal valor, queremos decir que se cambiaba por una
cantidad determinada de otra mercancía; pero la expresión es inaplicable al
hablar de una sola mercancía en dos épocas diversas".(21)
Es importante entender el significado exacto de esta proposición. No niega
la posibilidad de relaciones de precios intertemporales. Es bien claro que
en todo momento la anticipación de lo que serán los
precios futuros influye de manera inevitable en las valoraciones actuales y
en las relaciones mutuas de los precios.(22)
Es posible cambiar bienes presentes por bienes futuros, y puede concebirse
una dirección equilibrada de los cambios de precios a través del tiempo.
Esto, además de cierto, es importante; pero aun cuando hay y debe haber una
conexión entre los precios actuales y las previsiones de los precios
futuros, no existe una conexión necesaria o una relación recíproca de valor
importante entre los precios actuales y los pasados. La concepción de una
relación de equilibrio a través del tiempo es hipotética. Sólo puede
entenderse en la medida en que las previsiones resulten justificadas. Los
datos cambian a lo largo de la historia, y aun cuando en cada momento puede
haber tendencias hacia un equilibrio, no obstante, ese equilibrio hacia el
cual se encaminan esas tendencias no es el mismo de momento a momento.
Existe una asimetría a través del tiempo. El futuro -es decir, el futuro
aparente- afecta al presente; pero el pasado no viene al caso. Los efectos
del pasado son ahora, simplemente, parte de los datos. Por lo que se refiere
al acto de valoración, lo pasado es para siempre pasado.
Aquí, de nuevo, como en el caso de las consideraciones que hicimos respecto
de los agregados, no se tiene la intención de negar la utilidad práctica y
la importancia de las comparaciones de ciertos precios en el tiempo, o el
valor de las "correcciones" de estos precios con ayuda de números índices
convenientemente preparados. No se discute seriamente que la técnica de los
números índices es de gran utilidad práctica para ciertas cuestiones de
economía aplicada, por una parte y, por otra, para la interpretación de la
historia. No se niega que pueda llegarse a conclusiones prácticas
importantes dada la inclinación a hacer suposiciones arbitrarias respecto al
significado de ciertos precios. Todo lo que se desea subrayar es que
semejantes conclusiones no se derivan de las categorías de la teoría pura y
que por fuerza presuponen un elemento convencional que depende de suponer
cierta constancia empírica de los datos(23) o de
juicios arbitrarios de valor respecto de la importancia relativa de ciertos
precios particulares y de ciertos sujetos económicos.
§ 6. La interpretación de la estadística económica no es el único sector de
los estudios económicos al que afecta esta concepción del objeto de nuestra
ciencia. La disposición y elaboración del cuerpo central del análisis
teórico también se modifica de manera considerable. Este es un ejemplo
interesante de la utilidad de esta clase de investigación, partiendo de la
intención de expresar con más precisión el objeto de nuestras
generalizaciones llegamos a un punto de vista que nos permite no sólo
señalar lo que es esencial y lo que es accidental en ellas, sino también
expresarlas de modo que su contenido esencial reciba mucha mayor fuerza.
Veamos cómo acontece esto.
El estudio tradicional de la Economía, por lo menos entre los economistas de
habla inglesa, se inicia con una investigación de las causas determinantes
de la producción y la distribución de la riqueza.(24)
Se divide a la Economía en dos partes principales: la teoría de la
producción y la teoría de la distribución, cuya tarea ha sido explicar las
causas que determinan la magnitud del "producto total" y las que determinan
las proporciones en que se distribuye entre los diferentes factores de la
producción y entre las varias personas. Pocas diferencias han existido en
cuanto al contenido de estos dos grandes sectores; pero siempre las ha
habido grandes acerca de la colocación de la teoría del valor. En general,
sin embargo, hasta fechas muy recientes, ésta ha sido la principal línea
divisoria de la materia de nuestro estudio.
Ahora bien, es indudable que existe un argumento prima facie sólido en favor
de este procedimiento. Como el profesor Cannan afirma,(25)
los problemas en que estamos interesados desde el punto de vista de la
política social, son -o por lo menos aparentan ser- los que se relacionan
con la producción y la distribución. Si examinamos el establecimiento de un
impuesto o la concesión de un subsidio, las cuestiones que procuramos
investigar (ya sea que entendamos o no lo que queremos) son: ¿Cuáles serán
los efectos de esa medida sobre la producción? ¿Cuáles sobre la
distribución? Natural era, por consiguiente, que en el pasado los
economistas trataran de disponer sus generalizaciones para dar respuesta a
estas dos preguntas.(26)
No obstante, nos parecerá muy explicable que desde este punto de vista la
división tradicional tenga deficiencias muy serias si tenemos presente lo ya
dicho respecto a la naturaleza del objeto de nuestra ciencia y a la
relatividad de las "magnitudes" que examina.
No debiera ser necesario a estas alturas referirnos a lo inadecuados que
resultan los diversos elementos técnicos que casi inevitablemente se
deslizan dentro de un sistema forjado sobre este principio. Todos hemos
sentido, con el profesor Schumpeter, una sensación casi de vergüenza por las
increíbles banalidades de la llamada teoría de la producción: las tediosas
discusiones acerca de las diversas formas de propiedad de la tierra, de la
organización de las fábricas, de la psicología industrial, de la educación
técnica, etc., etc., que se presentan aún en los mejores tratados sobre
teoría general arreglados sobre ese plan.(27)
Existe, sin embargo, una objeción más importante a este procedimiento: la de
su necesaria imprecisión. Las generalizaciones científicas, si aspiran a la
categoría de leyes, deben ser susceptibles de expresarse con toda exactitud.
Eso no quiere decir, como veremos en un capítulo posterior, que lo sean con
una exactitud cuantitativa. No necesitamos dar valores numéricos a la ley de
la demanda para colocarnos en una posición que nos permita usarla para
deducir de ella consecuencias importantes. Necesitamos, sin embargo,
formularla de modo que nos permita ligarla a relaciones formales capaces de
ser concebidas con exactitud.(28)
Ahora bien, como acabamos de ver, la idea de cambios en el volumen total de
la producción no tiene un contenido preciso. Es posible, si se desea,
atribuir ciertos valores convencionales a determinados índices y decir que
un cambio de la producción se define con un cambio de este índice. Para
ciertos propósitos esto puede ser recomendable, aunque no hay ninguna
justificación analítica para este procedimiento, ni se desprende de nuestra
concepción de bien económico. No puede llegar a tener el rango de una ley la
clase de generalización empírica que puede hacerse en relación con las
causas que afectarán la producción en este sentido. Una ley debe referirse a
conceptos y relaciones definidas, y un cambio del volumen de la producción
no es un concepto definido.
En realidad, hasta ahora no ha sido elaborada una "ley" de la producción en
este sentido que verdaderamente merezca ese nombre.(29)
Siempre que las generalizaciones de los economistas han llegado a tener el
carácter de leyes, no se han referido a nociones tan vagas como el producto
total, sino a conceptos perfectamente definidos: el de precio, oferta,
demanda, etc. El sistema ricardiano que constituye a este respecto el
arquetipo de todos los subsecuentes es, esencialmente, un examen de las
tendencias hacia el equilibrio de cantidades precisas y de relaciones
recíprocas. No es un simple accidente que las generalizaciones de la
Economía hayan adquirido la forma de leyes científicas siempre que sus
discusiones se refieren a tipos separados de bienes económicos y a
relaciones de cambio entre bienes económicos.(30)
Los economistas tienden en los últimos años a abandonar más y más el orden
tradicional. Ya no se emprenden investigaciones para descubrir las causas
determinantes de las variaciones de la producción y de la distribución; se
investiga, más bien, conocidos ciertos datos iniciales, lo concerniente a
las condiciones del equilibrio de diversas "magnitudes" económicas;(31)
también lo relativo a los efectos de las variaciones de aquellos datos. En
lugar de dividir el cuerpo central del análisis en una teoría de la
producción y en otra de la distribución, tenemos una teoría del equilibrio,
una teoría de la estática comparativa y una teoría del cambio dinámico. En
lugar de considerar el sistema como una máquina gigantesca destinada a
elaborar un agregado de productos y en vez de proceder a investigar qué
causas hacen que ese producto sea mayor o menor y en qué proporciones se
divide, lo consideramos como una serie de relaciones interdependientes,
aunque conceptualmente discretas, entre los hombres y los bienes económicos.
También investigamos en qué condiciones esas relaciones son constantes y
cuáles son los efectos de los cambios, de fines o de medios, en los cuales
median y cómo ha de esperarse que tengan lugar esos cambios en el transcurso
del tiempo.(32)
Esta tendencia, como ya hemos visto, aunque en su forma más completa es en
verdad moderna, tiene su origen en la primitiva literatura de la economía
científica. El Cuadro Económico de Quesnay era esencialmente un intento de
aplicación de lo que ahora se conoce con el nombre de análisis del
equilibrio. Y aunque la gran obra de Adam Smith profesaba tratar de las
causas de la riqueza de las naciones, e hizo, en realidad, muchas
observaciones muy importantes en cualquier historia de la economía aplicada
sobre la cuestión general de las condiciones de la opulencia, no obstante,
desde el punto de vista de la historia de la economía teórica, el logro
central de ese libro fué su demostración del modo en que la división del
trabajo tendía a mantenerse en equilibrio mediante el mecanismo de los
precios relativos. Esta demostración, como lo ha comprobado Allyn Young,(33)
está en armonía con el aparato más refinado de la moderna escuela de
Lausanne. La teoría del valor y de la distribución fué realmente la parte
fundamental del análisis de los clásicos, aun cuando ensayaran esconder sus
propósitos bajo otros nombres. Y la teoría tradicional acerca de los efectos
de los impuestos y de los subsidios siempre se presentó en términos
consistentes del todo con el procedimiento de la estática comparativa
moderna. Así, pues, si bien la apariencia de la teoría moderna puede ser
nueva, su substancia es continuación de lo que era más esencial en la vieja.
La disposición moderna simplemente hace explícitos los fundamentos
metodológicos de las teorías anteriores y generaliza el procedimiento.(34)
A primera vista podría pensarse que estas innovaciones corren el riesgo de
resultar demasiado austeras y que suponen la renuncia a una teoría de
conjunto genuinamente luminosa. Semejante creencia sólo podría apoyarse en
un desconocimiento de las potencialidades del nuevo procedimiento. Puede
afirmarse con seguridad que no hay nada que encajara dentro del viejo marca
que no pueda exponerse más satisfactoriamente dentro del nuevo. La única
diferencia consiste en que en todas las fases del nuevo ordenamiento nos
damos cuenta exactamente de las limitaciones y el alcance de nuestro
conocimiento. Si nos salimos de la esfera del análisis puro y adoptamos
cualquiera de los supuestos convencionales de la economía aplicada, sabemos
con exactitud dónde nos encontramos. Nunca corremos el riesgo de tomar como
una deducción de nuestras premisas fundamentales algo que se ha deslizado al
recurrir a un supuesto convencional.
Podemos tomar como un ejemplo de las ventajas de este procedimiento el
tratamiento moderno de la organización de la producción. El viejo era muy
poco satisfactorio: unas cuantas generalizaciones rígidas acerca de las
ventajas de la división del trabajo tomadas de Adam Smith y quizá ilustradas
con unos ejemplos de Babbage; en seguida, unas extensas divagaciones sobre
las "formas" industriales y el "emprendedor", con una serie de observaciones
rigurosamente anticientíficas y gratuitas sobre las características
nacionales y, quizá, concluyendo con un capítulo sobre localización. No hay
necesidad de insistir en la mediocridad de todo esto; pero quizá sea justo
precisar con exactitud sus considerables deficiencias positivas. Sugiere que
desde el punto de vista del economista la "organización" es una cuestión
interna de disposición industrial (o agrícola) -si no interna para una firma
determinada, sí para "la" industria- si bien, como podría haberse esperado,
muy rara vez se define satisfactoriamente lo que es "la" industria. Al mismo
tiempo, tiende a dejar completamente fuera el elemento regulador de toda la
organización productiva: la relación recíproca de precios y costos. Esta
cuestión se estudia en un sector diferente: el del "valor". Como casi todo
profesor de estudiantes educados en los viejos libros de texto puede darse
cuenta, el resultado era que una persona podía tener un extenso conocimiento
de la teoría del valor y de sus copiosos refinamientos y estar en aptitud de
discurrir muy ampliamente acerca del tipo de interés y sus posibles
"causas", sin siquiera haber entendido la parte fundamental que desempeñan
los precios, los costos y los tipos de interés en la organización de la
producción.
Esto es imposible en el tratamiento moderno. En él la discusión de la
"producción" es una parte integral de la teoría del equilibrio. Se demuestra
cómo se distribuyen los factores de la producción entre la producción de los
diferentes bienes por el mecanismo de precios y costos; cómo, dados ciertos
datos fundamentales, los tipos de interés y los márgenes de precios
determinan la distribución de los factores entre la producción para el
presente y la producción para el futuro.(35) La
doctrina de la división del trabajo, tan desagradablemente tecnológica hasta
ahora, se convierte en un rasgo integral de una teoría del equilibrio móvil
a través del tiempo. Aun el problema de la organización y administración
"internas" llega a tener relación con una red externa de precios y costos
relativos; y puesto que ésta es la forma como las cosas funcionan en la
práctica, lo que a primera vista parece la mayor lejanía de la teoría pura,
de hecho nos procura un acercamiento mucho mayor a la realidad.
1. Por supuesto que las concepciones de cualquier ciencia pura son por
necesidad puramente formales. Sólo obtendríamos una orientación general si
intentáramos describir la Economía por deducción de los principios
metodológicos generales, en lugar de describirla como resulta de considerar
lo que es esencial en su objeto; pero es interesante observar cómo,
arrancando de la inspección de un aparato que realmente existe para resolver
problemas concretos, llegamos al fin, por las necesidades de una descripción
exacta, a concepciones de plena conformidad con lo que se espera de una
metodología pura.
2. El término riqueza se usa aquí como equivalente de un flujo de bienes
económicos; pero creo que es claro que ofrece grandes desventajas el usarlo
así. Sería bien paradójico tener que sostener que la riqueza disminuiría si
los bienes económicos, gracias a su multiplicación, llegaran a convertirse
en bienes "gratuitos". Por eso en cualquier delimitación rígida de la
Economía el término riqueza debería evitarse. Aquí se le usa simplemente
para esclarecer las consecuencias de las proposiciones un tanto remotas del
párrafo precedente para fines de discusión diaria.
3. The World Crisis, v, 33-35.
4. Quizá valga la pena hacer observar cómo nuestra práctica difiere en este
punto de la que parece desprenderse del procedimiento del profesor Cannan,
quien, después de definir la riqueza como bienestar material, tendría
lógicamente que sostener que los ingleses no producían durante la guerra. El
profesor Cannan sale de la dificultad sosteniendo que lo que produjeron eran
productos, no bienestar material. (Repaso a la Teoría Económica, 46.) Desde
el punto de vista de las definiciones que hemos adoptado, no se concluye que
dejaran de producir, sino simplemente que no producían para satisfacer las
mismas demandas que en la época de paz. Desde cualquiera de estos puntos de
vista resulta clara la incompatibilidad de las estadísticas materiales de la
guerra y de la paz; pero, desde el nuestro, resalta con mayor claridad la
persistencia de las leyes económicas formales.
5. Ver antes pp. 57-64.
6. Allyn YOUNG, "Increasing Returns and Economic Progress" (Economic Journal,
XXXVIII, 528-542). Sobre el sentido en que es correcto usar el término
"económico" en relación con esta cuestión, ver el cap. VI.
7. Science and the Modern World, 64.
8. Compárese con PIGOU, Economics of Welfare (3a ed.), 190-192; la Economía
del Bienestar, Madrid, Aguilar. Quizá valga la pena hacer notar que la mayor
parte de las discusiones contemporáneas del llamado problema de los
transportes omite por completo estas consideraciones elementales. Si existe
un subsidio oculto para los autotransportes por la vía del presupuesto de
gastos públicos para caminos, es cuestión que atañe al ministro de Hacienda.
No es un buen argumento para hacer que el público viaje en tren cuando
prefiere hacerlo por carretera. Si queremos conservar los ferrocarriles que
son incosteables dentro de las condiciones actuales de la demanda, debemos
concederles un subsidio como si se tratara de monumentos antiguos.
9. Exchange, Prices and Production in Hyperinflation: Germany 1920-23, 320:
"Por lo que se refiere a la producción, las estadísticas dan un escaso apoyo
para sostener que los males de la inflación no fueron otros que males de la
distribución." El profesor Graham admite de mala gana en su conclusión que
"la inversión en bienes duraderos tomó un aspecto extraño en las etapas
posteriores de la inflación", aun cuando parece creer que la "calidad" del
equipo puede deteriorarse sin detrimento de su "cantidad".
10. Ver MISES, Teoría del Dinero y del Crédito (Madrid: Aguilar, 1936), v; HAYEK, La Teoría Monetaria y el Ciclo Económico (Madrid: Espasa-Calpe,
1936), y Prices and Production; STRIGL, "Die Produktion Unter der Einflusse
einer Kreditexpansion" (Schriften des Vereins für Sozialpolitik, 173,
187-211).
11. Ver BONN, Das Schicksal des Deutschen Kapitalismus, 14-31; BRESCIANI-TURRONI,
Il Vicendi del Marco Tedesco.
12. Ver capítulo IV, § 2.
13. Para una descripción cabal de este proceso, ver especialmente WICKSTEED,
Commonsense of Political Economy, 212-400.
14. A Critical Dissertation on Value, 5.
15. Es fundamental percibir la naturaleza ordinal de las valuaciones que un
precio supone. Es difícil exagerar su importancia. Con una navajada de Occan
se expulsan para siempre del análisis económico los últimos vestigios de!
hedonismo psicológico. La concepción se halla implícita en el uso que hace
Menger del término Bedeutung en su exposición de la teoría del valor, aunque
el mérito principal de su presentación explícita y de su elaboración
subsecuente corresponde a escritos posteriores. Ver especialmente CUHEL, Zur
Lehre von den Bedürfnissen, 186-216; PARETO, Manuel d'Économie Politique,
540-42, y HICKS y ALLEN, "A Reconsideration of the Theory of Value" (Economica,
1934, 51-76). En este importante artículo se demuestra que las más refinadas
concepciones de la teoría del valor, complementaridad, sustituibilidad,
etc., pueden abordarse sin recurrir a la noción de una función de utilidad
determinada.
16. BOWLEY, The Division of the Product of Industry; STAMP, Wealth and
Taxable Capacity.
17. Esto, por supuesto, no es necesariamente así. Si en lugar de gastar sus
ingresos en los costosos servicios de doctores, abogados, etc., el rico
tuviera la costumbre de gastarlos para sostener un amplio séquito de
allegados a quienes sostuvieran los esfuerzos de otros, el cambio en los
ingresos nominales podría liberar factores que, desde el punto de vista de
las nuevas condiciones de la demanda, representaran mucha capacidad
productiva. Pero, en realidad, no ocurre en esa forma. Aun si el rico
mantiene, en efecto, un gran séquito, sus cortesanos dedican la mayor parte
de su tiempo a cuidarse los unos de los otros. Cualquiera que haya vivido en
una casa en que hubiera más de un sirviente reconocerá la fuerza de esta
consideración.
18. El examen clásico de todo esto sigue siendo todavía el capítulo de
Samuel BAILEY, "Sobre la comparación de mercancías en diferentes épocas" (op.
cit., 71-93). Bailey exagera a tal grado que no menciona las relaciones del
valor anticipadas a través del tiempo; pero su posición es inexpugnable en
todo lo demás y sus demostraciones son de lo más elegante que pueda hallarse
en el campo todo del análisis teórico. Aun el más blasé puede resistir
apenas un estremecimiento ante la exquisita delicadeza con que exhibe las
ambigüedades de la primera proposición de los Principios de Ricardo. Uno de
los daños efectivos que se han causado al progreso de la Ciencia Económica,
por solidaridad con los clásicos ingleses, y quizá por sus ataques a Ricardo
y a Malthus, es haber dejado en el olvido la obra de Bailey. Difícilmente
puede tomase por una exageración sostener que la teoría de los números
índices se emancipa apenas hoy de los errores en que no habría caído de
haber atendido a la proposición fundamental de Bailey.
19. Ver sobre todo HAYEK, Prices and Production, III.
20. No siempre se admite que la dificultad de atribuir un significado
preciso a la idea de los cambios de valor cuando hay más de dos mercancías y
las relaciones de cambio entre una y el resto no cambian en la misma
proporción, no se limita a la idea de cambios en el "valor del dinero". El
problema de concebir cambios en el "poder adquisitivo" del lingote de hierro
es tan insoluble como el de concebir cambios en el poder adquisitivo del
dinero. La diferencia es de carácter práctico. El hecho de que las
valuaciones relativas determinen la producción hace innecesario preocupase
para fines prácticos de los cambios de poder adquisitivo del lingote de
hierro, mientras que, por toda clase de razones, unas buenas, otras malas,
estamos obligados a preocupamos bastante de los efectos de los cambios
"monetarios".
21. Op cit., 72.
22. Ver FETTER, Economic PrincipIes, 101 ss. y 235-277. También HAYEK, "Das
Intertemporales Gleichgewichtsystem der Preise und die Bewegungen des
Geldwertes" (Weltwirtschafliches Archiv, 28, 33-76).
23. Como ocurre en las discusiones de los cambios del ingreso real y del
costo de la vida. Para todo esto ver HABERLER, Der Sinn der Indexzahlen,
passim. La conclusión del doctor Haberler es definitiva: "La ciencia es
culpable de traspasar sus límites necesarios (esto es, expresa un juicio de
valor) si intenta sentar para otros cuál de dos ingresos reales es el
'mayor'. Decidirlo, decidir qué ingreso real ha de preferirse, es una tarea
que sólo puede hacer quien lo disfruta, es decir, el individuo como sujeto
económico." La traducción es muy libre, pues no existe [en lengua inglesa]
un equivalente del muy útil contraste alemán entre Naturaleinkommen y
Realeinkommen, a no ser que usemos "ingreso real" [Real Income] como
equivalente de NaturaIeinkomen y el "ingreso psíquico" de Fetter en
sustitución del Realeinkommen de los alemanes.
25. Las cuestiones realmente fundamentales de la Economía son las siguientes
por qué todos nosotros, en conjunto, estamos tan bien como estamos, y por
qué algunos estamos mucho mejor y otros mucho peor que el promedio." (CANNAN,
La Riqueza, 3ª ed., v. [Barcelona: Labor, 1936].
26. Es otra cosa si sus generalizaciones resuelven estos problemas especiaImente el que se refiere a la distribución personal (ver CANNAN,
Economic Outlook, 215-253, y Repaso a la Teoría Económica, 253-295; ver
también DALTON, Inequality of Incomes, 33-158). El caso es que se creen en
la obligación de resolverlas; pero el hecho de que no lo hagan no
desacredita necesariamente ni a los economistas ni a sus generalizaciones.
Existen vigorosas razones para suponer que causas extraeconórnicas
determinan, en parte, la distribución personal.
27. Ver SCHUMPETER, Das Wesen und der Hauptinhalt der Theoretischen
Nationalökonomie, 156.
28. Ver EDGEWORTH Mathematical Psychics, 1-6; KAUFMANN, "Was kan die
mathematische Methode in der Natiopalökonomie leisten?" (Zeitschrift für
Nationalökonomie, 2, 754-779.
29. La aproximación más cercana a una ley de la producción se halla
incorporada en la celebrada teoría del óptimo de la población rural. Arranca
ella de la ley perfectamente precisa de los rendimientos decrecientes, que
se relaciona con las variaciones de productividad en combinaciones
proporcionadas de los factores individualmente considerados y parece lograr
una precisión similar en relación con las variaciones de todos los factores
humanos en un ambiente material fijo. De hecho, sin embargo, introduce
conceptos de promedios y agregados a los cuales es imposible conceder
significado sin recurrir a supuestos convencionales. Sobre la teoría del
óptimo, ver mi "Optimum Theory of Population", en London Essays in Economics,
editado por Dalton y Gregory. En ese ensayo examino las dificultades de
promediar, aunque entonces no percibí el alcance completo de la diferencia
metodológica general entre una proposición que se refiere a promedios y otra
a cantidades precisas. Por eso es insuficiente mi reiteración sobre este
punto.
30. Es importante no reiterar con exceso la excelencia del procedimiento
pasado. La teoría monetaria, por ejemplo, aunque en muchos aspectos la rama
más desarrollada de la teoría económica, ha empleado continuamente
pseudo-conceptos de la especie que acabamos de declarar sospechosa: nivel de
precios, movimientos de las paridades del poder adquisitivo, etc. Pero es
aquí, justamente, donde las dificultades de la teoría monetaria han
persistido y sus recientes progresos se encaminan a eliminar toda
dependencia de estas ficciones.
31. Sobre los diversos tipos de equilibrio considerados, ver KNIGHT, Risk,
Uncertainty and Profit, 143, nota (Riesgo, Incertidumbre y Beneficio,
Madrid, Aguilar); WICKSELL, Lectures on Political Economy I (Lecciones de
Economía Política, Madrid, Aguilar), y ROBBINS, "On a Certain Ambiguity in
the Conception of Stationary Equilibrium" (Economjc Journal, XL, 194-214).
32. Ver PARETO, Manuel d'Economie Politique, 147; también mi artículo "Production"
en la Encyclopaedia of the Social Sciences. En la primera edición de este
ensayo incluí
la teoría de la estática comparativa y la del cambio dinámico bajo un solo
título, el de "Teoría de las Variaciones". Ahora pienso que es mejor dejar
explícitos los dos tipos de la teoría de la variación. Para un mayor
esclarecimiento, ver el capítulo IV, § 7.
33. Op. cit., 540-542.
34. El cambio se inicia con la aparición de la teoría subjetiva del valor.
Mientras la teoría del valor se expresó con función de costos, fué posible
considerar la materia de la Economía como algo social y colectivo, y
examinar las relaciones de precio simplemente como un fenómeno de mercado.
Cuando se comprendió que estos fenómenos del mercado dependen en realidad de
la interacción de elecciones individuales y que los fenómenos sociales
mismos en función de los cuales se explicaban -los costos- eran, en último
análisis, el reflejo de la elección individual -la valoración de diversas
oportunidades (Wieser, Davenport) -, este enfoque principió a ser menor y
menos conveniente. La obra de los economistas matemáticos en este aspecto
sólo establece de un modo particularmente audaz un procedimiento que es, en
realidad, común a toda la teoría moderna.
35. Las mejores exposiciones se encuentran en WICKSELL, Lectures on
Political Economy, I, 100-206 (Lecciones de Economía Política, Madrid,
Aguilar); Hans MAYER, "Produktion", en el Handwörterbuch der
Staatswissenschaften.