PROLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN
Aunque hace algún tiempo que se encuentra agotada la primera edición de este
ensayo, parece que aún se le solicita. Me he valido, por tanto, de la resolución
del editor de reimprimirlo para hacer algunos cambios y mejoras que aconseja la
experiencia habida desde su primera versión.
Al corregir la obra no me ha sido preciso modificar en forma importante su tesis
general. Las críticas han tendido a centrarse sobre mi afirmación en el capítulo
vi de que las comparaciones interpersonales de la utilidad carecen de validez
científica. Me temo que, sin el menor deseo de ser intransigente, aquí o en otro
lado, aún no se me convence en absoluto. Sostuve que la agregación o comparación
de las distintas satisfacciones de distintos individuos entrañan juicios de
valor y no de hechos, y que tales juicios rebasan los límites de la ciencia
positiva. Nada de lo dicho por ninguno de mis críticos me ha persuadido de que
mi argumento sea falso. Por consiguiente, fuera de algunas observaciones
complementarias destinadas a aclarar aún más el asunto, no he alterado esta
sección. Espero que mis críticos (algunos de los cuales al parecer han supuesto
que era yo una persona en verdad muy combativa) no lo consideren como gesto de
reto poco amistoso. Puedo asegurarles que en modo alguno estoy sobreseguro de
mis ideas. Pero no obstante la disposición de algunos de ellos a referirse a
esta y otras proposiciones bien conocidas con el nombre de "Economía robinsiana",
no es mía esta economía, y el peso de las autoridades que la han expuesto me
anima a pensar que, al menos en este caso, mis propias luces no me han hecho
errar el camino.
En cambio, muchos de mis críticos han deducido de mis argumentos a este respecto
ciertos preceptos prácticos que yo soy el primero en repudiar. Se ha sostenido
que, porque intenté delimitar claramente el ámbito de la Economía frente a otras
ciencias y el de la Economía frente a la filosofía moral, recomendé, por tanto,
que el economista se abstuviera de todo interés o actividad fuera de su materia.
Se ha dicho-no obstante actividades que temí se hubieran tornado notorias- que
yo adelanté que el economista no debería participar en la formulación de la
política del país fuera de hacer un diagnóstico muy recatado y discreto de las
consecuencias de las posibles medidas a tomar. Mi amigo Lindley Fraser fué
incluso inducido a recomendarme, en su artículo "¿Cómo queremos que se comporten
los economistas?", una conducta más social. Por ser tantos los que
malinterpretaron mis intenciones, no puedo envanecerme de no haber sido oscuro.
Pero sí sostengo que dije precisamente lo contrario, y, según creí, de la manera
más enfática. En una nota del capítulo v, § 6, afirmé' que "argumento en favor
de una mayor exactitud en la forma de presentación, no de una austeridad
excesiva en el alcance de la especulación", y pasé a sugerir que los economistas
tal vez tengan grandes ventajas diferenciales como sociólogos. Y en el capítulo
vi, § 4, dije: "Lo anterior no significa que los economistas no debieran
pronunciarse sobre cuestiones éticas, como tampoco el decir que la botánica no
es la estética significa que los botánicos no deben opinar sobre la traza de los
jardines. Por el contrario, es muy de desear que los economistas hayan
especulado mucho sobre estos asuntos, pues sólo así podrán apreciar las
consecuencias de determinados fines de los problemas que se les sometan." Me
resta agregar a esto que concuerdo con el señor Fraser en que un economista que
sólo es economista y no resulta ser un genio en su profesión -y qué imprudente
es suponer que somos esto último- es bastante poca cosa. Convengo también en que
la Economía, por sí sola, no da la solución a ninguno de los problemas
importantes de la vida, y que por esta tazón una educación que consista sólo en
Economía es muy imperfecta He enseñado tanto en instituciones en que se
considera lo anterior como axioma pedagógico que el que olvidara recalcarlo aún
más obedece a que suponía que todos lo darían por sentado. Todo lo que sostengo
es que convendría mucho separar los distintos tipos de proposiciones que
entrañan las diversas disciplinas relacionadas con la acción social, con objeto
de saber en todo momento con exactitud el criterio de que nos servimos para
tomar una resolución. No creo que en esto no concuerde conmigo el señor Fraser.
Del mismo modo deseo hacer ver que se me malinterpreta por completo cuando se
sostiene que, porque he recalcado la naturaleza convencional de los supuestos en
que descansan muchas de las llamadas "mediciones" de los fenómenos económicos,
"me opongo" a que se redicen operaciones de esta especie. Me parece muy
importante reconocer con gran claridad que, al computar sumas como el ingreso
nacional o el capital nacional, hacemos supuestos a los que no se llega mediante
el análisis científico, sino que son esencialmente de carácter convencional.
Pero, como dije en el cuerpo de mi ensayo, esto no significa en modo alguno que,
con tal que nos demos plena cuenta del procedimiento que seguimos, se puedan
objetar semejantes cálculos. Por el contrario, es evidente que en el pasado no
se ha procedido así lo bastante, y que mucho se nos ofrece para el porvenir.
Reconocerlo, sin embargo, no es incompatible con la opinión de que es deseable
saber en todo momento cuando efectuamos un mero registro de hechos y cuándo
evaluamos éstos con medidas arbitrarias; y sólo porque estas cosas se confunden
con frecuencia, sostengo aún que no es inútil insistir en su diferencia.
Pero hay una parte del ensayo que me ha parecido más necesario corregir. Jamás
he quedado satisfecho con el capítulo sobre la naturaleza de las
generalizaciones económicas. No creo que, en el fondo, mi punto de vista sobre
estos asuntos haya cambiado; pero si creo que mi entusiasmo por hacer resaltar
en la forma más viva posible la significación de ciertas innovaciones recientes
me condujo en ciertos pasajes a simplificar el énfasis y a descuidar el uso de
términos lógicos de manera que el sentido fuera ambiguo para otras personas; y
el hecho de que algunos críticos me acusasen de "escolástica estéril" y otros de
behaviorismo no me ha permitido el solaz de pensar que había esclarecido bien la
posición correcta entre uno y otro extremo. Por consiguiente, he vuelto a
escribir grandes trozos de este capítulo y lo he ampliado para abarcar ciertos
temas más complejos, tales como el significado del supuesto de una conducta
puramente racional, que en la versión anterior omití para no sobrecargar mi
exposición del tema. Me temo que ahora es más difícil, y a la vez más
contenciosa, esta parte del libro. Pero aunque me doy cuenta cabal de sus
imperfecciones, me tranquiliza la conciencia algo más que mi intento anterior de
tratar el asunto sólo por inferencia. Ha sido escrita también de nuevo la
primera parte del capítulo v, y he añadido párrafos al § 2, donde desarrollo un
poco más mis razones para creer en la importancia del contraste entre las leyes
cualitativas que trato en el capítulo anterior y las "leyes" cuantitativas del
análisis estadístico. He agregado, además, algunos párrafos en los capítulos IV
y V sobre las relaciones entre la estática y la dinámica y sobre la posibilidad
de una teoría del desenvolvimiento económico, temas sobre los que parece haber
una confusión innecesaria. Abrigo la esperanza de que los cambios que he hecho
sean aceptables a mis amigos el profesor F. A. von Hayek, el Dr. P. N.
Rosenstein Rodan y el Dr. A. W. Stonier, cuyos consejos y críticas sobre
cuestiones tan difíciles me han ensenado mucho. Por supuesto que no son
responsables de ningún error que se haya deslizado.
He pensado mucho sobre cómo responder a los numerosos ataques de que me ha hecho
objeto el profesor E. W. Souter. He leído sus censuras con interés y con
respeto. Como he dicho ya, no me convence nada de lo que dice acerca de lo que
él llama el "positivismo" de mi actitud. Por lo que se refiere a este aspecto,
el profesor Souter debe demoler a Max Weber y no a mí; y creo que Max Weber se
tiene aún en pie. Pero concuerdo de un modo cordial con mucho de lo que dice,
especialmente sobre la conveniencia de trascender las muy comunes
generalizaciones de la estática elemental. En lo que no estoy de acuerdo es en
la creencia de que es posible hacerlo sin sacrificar exactitud y sin considerar
inútiles los fundamentos estáticos esenciales. No estoy muy familiarizado con
las conclusiones de la astronomía y la física matemática de hoy en día, pero
dudo que los científicos eminentes a quienes él apela compartan su opinión
aparentemente muy mala de los métodos de la economía matemática, por más que
pensaran que sus resultados correspondieran a una etapa aún muy elemental. En
esto concuerdo más o menos del todo con lo que ya ha manifestado el profesor
Knight.(1) Y no puedo menos que pensar, además, que por lo que toca a este ensayo,
alguna que otra aspereza en la exposición ha enfadado tanto al profesor Souter,
que le ha hecho malinterpretar mi tesis más de la cuenta. Lo lamento, pero no sé
cómo satisfacerlo. He tratado de aclarar uno o dos puntos. Pero el defenderme de
todos estos malentendidos comportaría sobrecargar en tal forma de apologías
personales lo que ya es un ensayo demasiado largo, que correría el riesgo de que
nadie pudiera ya leerlo en absoluto. No deseo que se me crea descortés, y
espero, si el tiempo me permite completar varias obras que tengo proyectadas,
poder persuadir al profesor Souter que no es injustificada mi pretensión de que
me ha entendido mal.
En lo demás, sólo he hecho pequeñas modificaciones. He suprimido algunas notas,
cuyo interés momentáneo ha menguado, y he procurado eliminar ciertas
manifestaciones de buen humor que ya no corresponden al sentir actual. Pero como
no sea hacer una versión totalmente nueva, no es posible ocultar que, por bien o
por mal, este ensayo fue escrito hace algún tiempo -una gran parte de él fue
concebido y redactado años antes de publicarse-, y si bien creo que tal vez
valga la pena reimprimirlo, no creo que se merezca el tiempo que supondría
corregirlo. Así, pues, con todas las crudezas y aristas que conserva, lo someto
una vez más a las mercedes de sus lectores.
LIONEL ROBBINS
The London School of Economics,
Mayo de 1935.
1. "Economic Science in Recent Discussion", American Economic Review, xxiv,
225-238.