Ruy Mauro Marini
Fuente: Archivo de Ruy Mauro Marini.
Traducción: Claudio Colombani.
Ruy Mauro Marini tiene un sitio
web dedicado
http://www.marini-escritos.unam.mx/
en el que puede encontrarse gran parte de su obra y una bibliografía detallada
El mundo del mañana es nuestro mundo. En su nombre, exigimos que se hagan los grandes sacrificios y las renuncias forzadas y la incorporación general. (Fragmento de un poema de juventud) Contenido Advertencia 1. El inicio 2. El primer exilio 3. El segundo exilio 4. El tercer exilio 5. El regreso 6. A manera de balance Advertencia Este texto fue escrito para responder a una exigencia académica de la Universidad de Brasilia. Su objetivo es el de dar cuenta de mi vida intelectual y profesional, razón por la cual las referencias personales o políticas aquí incluidas tienen el propósito de mera contextualización. En ningún momento pensé en la posibilidad de su publicación y limité su circulación a personas para quienes el trabajo puede, a mi modo de ver, presentar algún interés --esencialmente, familiares y amigos más cercanos, así como estudiantes que manifestaron especial curiosidad respecto a mi trabajo. 1. El inicio Nací en 1932. Por mi origen, soy un producto de las tendencias profundas que determinaron el surgimiento del Brasil moderno que emergió en aquella década. Mi padre era el primer hijo de un sastre artesano de Génova y de una campesina de la Calabria, que ya lo trajeron concebido al emigrar para Brasil, en 1888; mi madre, hija más joven de una tradicional familia de latifundistas del Estado de Minas Gerais, aún niña se cambió, con mi abuelo, de su hacienda cerca de Livramento para Barbacena, luego de la quiebra que sufrió con la abolición de la esclavitud, y ahí asistió a la dilapidación de los restos de su fortuna, en comidas y cenas que reunían habitualmente no menos de 20 personas. Profesor de Matemáticas en la escuela agrícola local, mi padre, después del matrimonio y estimulado por la energía de mi madre, ascendió socialmente, licenciándose en Derecho e ingresando, mediante concurso público, a la casta de los entonces llamados "príncipes de la República" --los inspectores de impuesto de consumo. Liberal en su juventud, se adaptó –aunque más por lazos personales y familiares-- al clan local vinculado al Estado Nuevo y, más tarde, al PSD. La imagen que dejó fue la de un hombre sencillo, severo y sorprendentemente honesto, si se consideran las tentaciones a las que por su cargo estaba expuesto. Me trasladé a Río de Janeiro, en 1950, para prepararme para el examen de admisión en la Escuela de Medicina, después de haber recibido una buena formación que la educación pública proporcionaba, principalmente en el terreno humanístico --en siete años de educación básica en el Colegio Estatal de Barbacena, estudié cuatro de latín y siete de portugués, inclusive dos años dedicados a la literatura brasileña y portuguesa, y aprendí a leer inglés, francés y español, además de obtener una buena base en matemáticas, historia y geografía, y conocimientos un tanto anticuados (como descubriría después) en física, química y biología. El viaje a Río de Janeiro cambió mis planes. Aunque, en el curso preparatorio para el ingreso en la Escuela de Medicina, yo me actualizaba en ciencias físicas y naturales, éstas no eran mi fuerte y comparadas con las atracciones que la ciudad me ofrecía en materia de cine, teatro, playas y bohemia salían perdiendo. La experiencia de un empleo provisional --como trabajador eventual en el Censo Demográfico de aquel año— me hizo sentir el gusto por la independencia y, cuando dejé los estudios, me llevó a ocupar cargos menores, sucesivamente, en la Central del Brasil, en el Ministerio de la Aeronáutica y en el Instituto de Jubilación y Pensiones de los Empleados de la Industria (IAPI, por sus siglas en portugués) donde, habiendo ingresado también por concurso, terminé quedándome. Traducciones, en general del inglés, de materias para periódicos y agencias de noticias o de tiras cómicas, revisión de galeras, etc., permitían que, sin grandes aprietos económicos, me entregara a mi mayor pasión --los libros. Además de la experiencia de vida que adquirí, lejos de la casa paterna y del círculo de amigos de infancia, en aquellos años pude dedicarme a completar mi formación, principalmente en literatura, poesía y teatro, historia y filosofía. Sólo en 1953 volvería a preocuparme por mi formación escolar. Pero la vocación a las ciencias humanas no tenía, entonces, opciones fáciles. La enseñanza de economía apenas se iniciaba y se confundía mucho –tradición con la cual, en Brasil, nunca llegamos a romper totalmente-- con la de contabilidad. La Facultad de Filosofía no abría más horizonte que el de ser profesor de enseñanza media. El gran centro de formación humanística, en el Río de aquella época, continuaba siendo la Facultad Nacional de Derecho de la Universidad del Brasil. Fue hacia ahí donde me dirigí. De los cursos de los que no olvido se pueden mencionar las clases brillantes de Hermes Lima, así como las de Pedro Calmon --estas últimas, menos sustantivas— y las exposiciones fascinantes, aunque oscuras y algo confusas, de un profesor de cuyo nombre no me recuerdo, que sustituía a Leónidas de Rezende en la cátedra de Economía Política. Yo era alumno del curso nocturno, el más politizado y al cual concurrían personas más maduras, muchas ya exitosas en su profesión, y fue con mis colegas con los que más aprendí. Fue particularmente en el Centro Académico Cándido de Oliveira (CACO), que era el corazón de la Facultad y máxima expresión del movimiento estudiantil de la década de los 50, donde las ideas e inclinaciones asumían un perfil más sobresaliente y se enfrentaban con determinación. Ese movimiento estudiantil hacía el supremo esfuerzo de --superando la ideología meramente democrática de la década anterior-- forjar un proyecto de país, al calor de las campañas nacionalistas y desarrollistas. A pesar de la distancia que yo guardaba de ellos --irritado, como todos los independientes de izquierda, con su práctica instrumentalista y prepotente— debe hacerse justicia a los comunistas que ahí militaban (bajo la dirección de un joven que se llamaba nada menos que ¡Lenin!), quienes, sin importar cuan minoritarios y sectarios fueran, mucho me enseñaron sobre el Brasil y sobre el mundo. Pero era el estudio de las ciencias humanas el que me interesaba y la Nacional de Derecho no podía dar más de lo que me estaba dando. Fue cuando la Fundación Getulio Vargas, con el apoyo de la OEA, decidió –después de haber llevado a cabo con un grupo experimental-- dar un gran paso en la implementación de la Escuela Brasileña de Administración Pública (EPAB), abriendo exámenes de ingreso, en todo el país, para jóvenes que estuvieran dispuestos a darle tiempo integral, los cuales recibirían una beca de estudios. La propia EBAP ofrecía, en Río de Janeiro, un propedéutico que cursé y que me ayudó a aprobar los exámenes en primer lugar, lo que me garantizó la beca. Una palanca me permitió obtener un permiso con goce de sueldo del IAPI para asistir el curso, que fue considerado como "de interés del servicio". Se abría una nueva época en mi formación. Nueva época en todos los sentidos. Ante el clima intelectual tradicionalista y enrarecido que privaba en la Universidad de entonces, la EBAP abría un amplio espacio a las ciencias sociales y reclutaba su cuerpo docente entre la intelectualidad más joven, que la universidad mandarinesca excluía, o en el exterior. Figura sobresaliente era Alberto Guerreiro Ramos, profesor de Sociología, crítico irreverente de todo que oliera a oficialismo, ecléctico incorregible, abierto a las nuevas ideas que se originaban de Bandung y de la CEPAL; su influencia sobre mí, en aquellos años, fue absoluta. Diferente, pero también decisiva, fue la influencia que ejerció Julien Chacel, profesor de Economía, riguroso, ortodoxo, cuya timidez rayaba a la agresión y que recién llegaba de Francia para iniciar una carrera académica irreprochable. A François Gazier, quien sería el primer director del futuro Instituto de Estudios de Desarrollo Económico y Social (IEDES), de París, y que fue catedrático de Ciencias Políticas, además de sus clases siempre exactas y bien fundamentadas, debo mi iniciación en las reglas del método de análisis y exposición, el producto más genuino del genio francés. Entre muchos otros nombres a mencionar, es justo registrar los de Marcos Almir Madeira, gracias a quien conocí los cursos y los tés de la Academia Brasileña de Letras; Marialice Pessoa, quien, en un portugués americanizado, buscaba transmitirnos su fe inquebrantable en Boas, Linton y Herskovitz; Mario Faustino, siempre efervescente de vida, malicia e ironía; José Rodrigues de Senna, figura humana admirable, y, last but not the least, Benedito Silva, director de la Escuela, cuya dedicación al generoso proyecto que ella representaba no fue por mí cabalmente comprendida, en aquel entonces. La EBAP me dio lo que venía buscando, es decir, la posibilidad de iniciarme seriamente en el estudio de las ciencias sociales; en el segundo año del curso, empecé a dar clases como profesor asistente de Guerreiro Ramos, en su curso de sociología, en la Escuela de Servicio Público del Departamento Administrativo del Servicio Público (DASP). No significa que el diploma de Administrador que ella me daría tuviera, para mí, alguna importancia y, antes de concluir el curso, yo ya me preocupara como podría seguir adelante. La orientación y el apoyo personal de Guerreiro Ramos me encaminaron para Francia, de cuyo gobierno obtuve una beca de estudios, sustentado en mi petición por Gazier y por Michel Debrun, quien lo sustituyera. Emprendí el viaje en septiembre de 1958, para estudiar en el Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de París, el famoso SciencesPo. Pero no sin antes hacer una interesante experiencia en investigación, gracias a José Rodrigues de Senna, que –como jefe, en ese entonces, del sector de investigaciones de la Petrobrás—me dio la oportunidad de realizar, en el norte y nordeste del Brasil, la investigación nacional que él dirigía sobre las condiciones de vida de los trabajadores de la empresa. Los dos años pasados en Francia completaron, prácticamente, mi formación. Además de que me permitieron conocer otros países durante las vacaciones --Alemania, Italia, Inglaterra, Suiza-- así como provincias de Francia, me llevaron a redondear mi cultura artística y literaria y a entrar en contacto directo, como alumno, con las figuras más notables de las ciencias sociales francesas de la época, en SciencesPo (Jean Meynaud, Maurice Duverger, Georges Balandier, René Rémond, François Duroselle, Pierre Laroque, René Dumont, André Sigfried, entre otros) y en la Sorbonne, IEDES y el Collège de France (Georges Gurvitch, Charles Bettelheim, Maurice Merleau-Ponty). Gracias al impulso dado por Jean Baby y André Amar, pude realizar, por primera vez, la lectura de Hegel y el estudio sistemático de la obra de Marx y profundizar en el estudio de los autores marxistas, Lenin principalmente. En esos dos años pude convivir con el mundo estudiantil y cosmopolita de París, y de ahí nacieron amistades enriquecedoras con argelinos, peruanos, estadounidenses, mexicanos, daneses, marroquíes, alemanes y, naturalmente, brasileños y franceses. El período que pasé en Francia coincidió con el auge de la teoría desarrollista en América Latina y en Brasil –con la cual ya me había familiarizado en la EBAP, gracias a Guerreiro Ramos, habiendo inclusive asistido de cerca el proceso de formación del ISEB (y, antes, del IBESP)— y con su difusión en la academia francesa, con Balandier como pontífice. Al mismo tiempo, ese era el momento en que la descolonización era vivida dramáticamente por Francia, a través de la derrota en Indochina y la radicalización de la guerra de Argelia, provocando rupturas al interior de los grupos políticos e intelectuales --fenómeno que acompañé con vivo interés, más aún que, en mi medio, convivía con jóvenes militantes argelinos, camboyanos y vietnamitas, además de los que provenían de las colonias del África negra. Las teorías del desarrollo, en boga en los Estados Unidos y en los centros europeos, se me revelaron, entonces, como lo que realmente eran: instrumento de mistificación y domesticación de los pueblos oprimidos del Tercer Mundo y arma con la cual el imperialismo buscaba enfrentarse a los problemas creados en la posguerra por la descolonización. Comenzaba, entonces, mi alejamiento con respecto a la CEPAL, fuertemente influenciado, además, por mi creciente aproximación al marxismo. Eso me llevó, aún en Francia, a tomar contacto con el grupo que editaba, en Brasil, la revista Movimiento Socialista, órgano de la juventud del Partido Socialista (que publicó mi artículo donde ajustaba cuentas con el nacional-desarrollismo), en particular con Eric Sachs, con quien vendría a establecer, a mi regreso, una grande amistad y cuya experiencia y cultura política me influyeron fuertemente. Ese grupo, con sus principales vertientes en Río de Janeiro, São Paulo y Belo Horizonte, constituiría, más tarde, la Organización Revolucionaria Marxista - Política Obrera (POLOP por sus siglas en portugués), primera expresión en Brasil de la izquierda revolucionaria que emergía en toda América Latina. Debo observar que el interés que la Revolución cubana despertó en Francia, dando lugar a una intensa cobertura de la prensa y a la publicación de libros significativos, como el de Sartre, era mucho mayor que el que se verificaba en Brasil –hecho que constaté con sorpresa, al regresar. Esa situación sólo se modificó después del intento de invasión estadounidense y de la consecuente posición cubana en favor del marxismo y de la URSS. La gestación de la izquierda revolucionaria brasileña y latinoamericana --particularmente en la Argentina, Perú, Venezuela y Nicaragua-- no es, como se pretende, efecto de la Revolución cubana, sino parte del mismo proceso que la originó --independientemente de que, en los años 60, ésta pase a ejercer una fuerte influencia. A mediados de 1960, regresé a Brasil y reasumí mi cargo en el IAPI, pasando a trabajar en el sector de organización y métodos de la Dirección de Personal que, bajo la dirección de José Rodrigues de Senna, se dedicaba entonces a la mecanización del archivo de personal. A pesar de ser considerada como una función gratificada, el salario no era alto y me obligó a buscar otros ingresos. A partir de septiembre, pasé a ser el corresponsal del turno nocturno en la agencia cubana de noticias Prensa Latina, dirigida por Aroldo Wall, de quien me hice amigo, y ahí permanecí un año. Fue en esa condición que acompañé --trabajando, a veces, hasta la madrugada-- el gobierno de Janio Quadros, la crisis de su renuncia y la primera fase del gobierno de João Goulart, "Jango”. Por otra parte, llevado por Aluizio Leite Filho, me había vinculado, desde mi regreso, al grupo de la Unión Metropolitana de Estudiantes que publicaba O Metropolitano, como encarte dominical de O Diário de Notícias, con total independencia, y que contaba, entre sus cuadros más brillantes, con César Guimarães, Carlos Diegues, Silvio Gomes, Rubem César Fernandes, Carlos Estevam Martins. Juntos, hicimos un periódico estudiantil que hizo época, por su estilo vibrante, la novedad de los temas, el enfoque directo (inclusive en el campo de la política nacional e internacional) y hasta por su presentación gráfica, que influenciaría el proceso de renovación de la gran prensa, que tuvo lugar más tarde. En Prensa Latina y en O Metropolitano hice mi aprendizaje periodístico, tornando efectiva una de las facetas de mi vocación intelectual que continuaría desarrollando en el futuro. Como registro, debo recordar que, en uno de mis raros trabajos de reportaje, cubrí, para Prensa Latina, el Congreso Nacional de Campesinos, realizado en Belo Horizonte en 1961, e hice pública, a través de O Metropolitano, la lucha sorda que se trababa entre el Partido Comunista Brasileño (PCB) y las Ligas Campesinas de Francisco Julião –uno de los puntos fuertes del trabajo de masas de la izquierda revolucionaria. Esa materia, además de sorprender por la novedad, al sacar a la luz asuntos de la izquierda (que, con excepción de su propia prensa, eran tabú en los grandes medios de comunicación), favoreció el desarrollo de la lucha ideológica y política entonces en curso, al tornarla explícita. En abril de 1962, se creó la Universidad de Brasilia (UnB), bajo la dirección entusiasta de Darcy Ribeiro, cercado por figuras notables, como Anisio Teixeira, Oscar Niemeyer, Claudio Santoro, y una pléyade de jóvenes intelectuales recién egresados, como Theotonio dos Santos, Vania Bambirra, Theodoro Lamounier, Carlos Callou, Luiz Fernando Victor, Levi Santos, José Paulo Sepúlveda Pertence. Rompiendo con el inmovilismo y el hábito mandarinesco de la Universidad tradicional, la UnB presentó una novedad en su concepción jurídica, constituyéndose como una fundación, lo que ampliaba su independencia con respecto al Estado, y adoptando el régimen laboral de las Leyes Laborales, con lo que buscaba evitar la burocratización del cuerpo docente; en su concepción orgánica, basada en departamentos e institutos, en vez de cátedras y facultades propias de la Universidad tradicional; en su concepción pedagógica, que privilegiaba el trabajo docente en equipo, a través de clases mayores y menores, la relación enseñanza-investigación, el impulso a los cursos libres, debates y seminarios y la apertura de cursos de posgrado; en su concepción de investigación, que valorizaba el entorno regional, y en su concepción de la relación universidad-sociedad, que la llevaba a abrirse al exterior, promoviendo cursos de extensión e, inclusive, de formación profesional y capacitación sindical. Integrándome en la UnB en septiembre de 1962, como auxiliar de enseñanza --en 1963, pasaría a ser profesor asistente— tuve entonces una de las experiencias más ricas de mi vida académica, sea como docente, impartiendo clases de Introducción a la Ciencia Política y Teoría Política, en el nivel de graduación con Victor Nunes Leal, Lincoln Ribeiro y Theotonio dos Santos, y codirigiendo el seminario de posgrado sobre Ideología Brasileña; sea como estudiante, preparando mi tesis de doctorado sobre el bonapartismo en Brasil (cuyo texto y materiales se perderían en 1964, durante la primera invasión de la Universidad por el ejército); sea participando en las actividades diversas que la Universidad promovía, tanto internamente como en la extensión; sea, finalmente, conviviendo con los colegas mencionados, además de otros --como Andre Gunder Frank, que llegó en 1963. Debo señalar que, aunque ya tuviera un pensamiento inquieto y original, formado al calor de su contacto con Paul Baran, Paul Sweezy, Harry Huberman, en Monthly Review, fue entonces que Frank --absorbiendo los nuevos elementos teóricos que surgían en el seno de la izquierda revolucionaria brasileña --maduró las tesis que expondría, de manera provocativa y audaz, en su Capitalism and Underdevelopment in Latin America, publicado en 1967, libro que representa un marco de lo que vendría a llamarse "teoría de la dependencia". En realidad, y contrariando interpretaciones generalmente admitidas que ven la teoría de la dependencia como un subproducto y alternativa académica a la teoría desarrollista de la CEPAL, ella tiene sus raíces en las concepciones que la nueva izquierda --particularmente en Brasil, aunque su desarrollo político fuera mayor en Cuba, Venezuela y Perú-- elaboró para hacer frente a la ideología de los partidos comunistas. La CEPAL sólo se convirtió en blanco en la medida en que los comunistas, que se habían dedicado más a la historia que a la economía y a la sociología, empezaron a apoyarse en las tesis cepalinas del deterioro de las relaciones de cambio, del dualismo estructural y de la viabilidad del desarrollo capitalista autónomo, para sostener el principio de la revolución democrático-burguesa, antiimperialista y antifeudal, que ellos habían heredado de la Tercera Internacional. Contraponiéndose a eso, la nueva izquierda caracterizaba la revolución como, simultáneamente, antiimperialista y socialista, rechazando la idea del predominio de relaciones feudales en el campo y negando a la burguesía latinoamericana capacidad para dirigir la lucha antiimperialista. Fue en el Brasil de la primera mitad de los 60 que esa confrontación ideológica asumió un perfil más definido y que surgieron proposiciones suficientemente significativas para abrir camino a una elaboración teórica, capaz de enfrentar y, a su tiempo, derrotar la ideología cepalina --no siendo, pues, motivo de sorpresa el papel destacado que en ese proceso desempeñaron intelectuales brasileños o vinculados, de alguna forma, con Brasil. En el nivel teórico, eso sólo vendría a dar todos sus frutos después del golpe militar de 1964, cuando, limitada en su militancia, la joven intelectualidad brasileña encontraría tiempo y condiciones para dedicarse plenamente al trabajo académico y se vería, de hecho, convocada a eso por la situación que se pasó a vivir en toda América Latina, asolada por la contra-revolución. A principios de la década, la teorización aún se encontraba estrechamente vinculada con el combate político y los éxitos o fracasos se medían a través de indicadores muy concretos. En el caso de la UnB, es importante destacar que la izquierda revolucionaria se constituyó en una fuerza principal del naciente movimiento estudiantil de Brasilia bajo la hegemonía de la Federación de Estudiantes que se creó –hecho inédito en Brasil y en América Latina— a partir de un significativo movimiento docente, que deflagró, en 1963, la primera huelga de profesores universitarios de que tenemos noticia, la cual culminó con la formación de una pionera Asociación de Profesores, en cuya dirección la nueva izquierda era absolutamente mayoritaria. Sería un error pensar que ella quedó restringida a la universidad: la nueva izquierda se vinculó con el sindicalismo militar entonces ascendiente, principalmente con el movimiento de los sargentos y con el propio movimiento obrero que se constituía en Brasilia, a tal punto que, en el I Congreso Sindical de Brasilia, en 1963, estuvo en condiciones de vencer el PCB, perdiendo por escaso margen. Mi estancia en Brasilia fue cortada bruscamente por el golpe de 1964. En aquel momento yo estaba en Río, --sabiendo que cesado, conjuntamente con otros doce profesores, en la primera medida tomada por la dictadura contra la Universidad. Después de evitar caer en prisión en mayo, caí finalmente, en julio, en manos del Centro de Información de la Marina (CENIMAR). En septiembre, beneficiado por el habeas corpus del Supremo Tribunal Federal (STF) (mismo que la Justicia militar negara, anteriormente), fui secuestrado por la Marina y entregado al Ejército, en Brasilia, debido a otro proceso que se había abierto allí. Repetí el itinerario Justicia militar-STF y obtuve, en diciembre, un nuevo habeas corpus que, esta vez fue respetado. Aunque por poco tiempo: si no hubiera salido de la ciudad, discretamente, horas después de mi liberación, habría sido arrestado de nuevo. Después de un período de clandestinidad de casi tres meses, cuando la presión policiaco-militar sobre mis compañeros y mi familia se incrementó, a punto de obligar a uno de mis hermanos a entrar también a la clandestinidad, pedí asilo en la Embajada de México, en Río de Janeiro, y viajé para ese país un mes después. 2. El primer exilio No conocía a nadie ahí. Pero, en el aeropuerto, me esperaban el reducido grupo de asilados que vivía en el país --cerca de veinte— lo que me proporcionó, así como las autoridades mexicanas, una acogida reconfortante. Entre los muchos amigos que hice –además de Maria Ceailes, combativa militante de las Ligas Campesinas, con quién compartiera el asilo en la Embajada— me acuerdo, con especial cariño, de Carlos Taylor, comunista histórico, hombre de gran corazón y de carácter recto, quien fuera presidente de la Unión Nacional de los Servidores Públicos en Brasil y que, después de buenos servicios prestados a México, ahí vino a fallecer a Brasil en 1978; Álvaro Faria, cuya edad relativamente avanzada en nada disminuyera su entusiasmo por la filosofía y por la política y gracias a quien hice amistad con Rodolfo Puiggrós, exiliado en México hace muchos años y que impartía, en la Escuela de Economía de la UNAM, el único curso de marxismo de aquella universidad, y Claudio Colombani, estudiante de ingeniería de São Paulo, quien me hizo entender cuán grande era entre la juventud del PCB la revuelta contra el reformismo y el acomodamiento de su dirección. Reencontré, también, a Andre Gunder Frank, entonces profesor en la UNAM, quien me facilitó los primeros contactos con intelectuales y militantes políticos mexicanos. A los quince días de mi llegada y después de sufrir una decepción --Pablo González Casanova, uno de los pocos intelectuales que conocía de nombre y que me recibió con cariño y solidaridad, dejó la dirección de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, de la UNAM, y fue sustituido por Enrique González Pedrera, que simplemente no me recibió-- obtuve, a través de Mario Ojeda Gómez, entonces director del Centro de Estudios Internacionales (CEI) de El Colegio de México --quien, además de cálidamente solidario, era un entusiasta de Brasil-- un lugar en la Institución. Entre los colegas de quienes guardo mejores recuerdos, en esos primeros tiempos del Colegio, están, además del propio Ojeda, Olga Pellicer de Brody, antigua compañera de SciencesPo; Rafael Segovia, cuyo escepticismo e ironía incitaban al rigor; Víctor Urquidi, desarrollista ilustre, pero capaz de respetar el derecho de opinión; Roque González Salazar, hombre inteligente y lleno de alegría de vivir; y, principalmente, José Thiago Cintra, a quien conociera superficialmente en Brasil y que cursaba un posgrado en estudios orientales, y quien terminó por llegar a ser uno de mis amigos más queridos. La primera tarea que realicé fue escribir un artículo para la acreditada revista del CEI, Foro Internacional, sobre los acontecimientos recientes en Brasil. Las interpretaciones de entonces sobre el golpe de 1964, además de considerarlo un simple cuartelazo, lo presentaban esencialmente como resultado de la intervención estadounidense, un cuerpo extraño, de cierto modo --o, como dijera Leonel Brizola, un rayo en el cielo azul— a la lógica interna de la vida brasileña. Mi punto de vista era radicalmente opuesto: la acción de los Estados Unidos en Brasil no se podía entender como ajena a la realidad nacional, sino como un elemento constitutivo y sólo pudo tornarse efectiva (y, por lo tanto, sólo explicable) a la luz de la lucha de clases en el país, que fincaba sus raíces en la economía y determinaba el juego político --y de la cual las Fuerzas Armadas eran parte plena. Con base en la poca información basada en hechos y estadísticas que pude obtener, completada por mi conocimiento directo y por mi vivencia, dediqué los dos primeros meses en el Colegio a la demostración de esa tesis y de ese trabajo resultó mi artículo “Contradicciones y conflictos en el Brasil contemporáneo" (escrito, como ejercicio, en español) --que se basaba, en amplia medida, en el informe sobre la situación política brasileña, que yo había presentado en la última reunión del Comité Central de la Polop, realizada en marzo de 1965. Habiendo pasado por la crítica de Segovia, el artículo tuvo su aprobación por parte del Consejo Editorial de Foro Internacional gracias al peso de la opinión de Urquidi, que declaró haber, finalmente, leído alguna cosa que le permitía entender lo que ocurrió en Brasil. La importancia de ese artículo fue el plantear sobre otras bases la explicación del proceso brasileño pos-1930, influenciando considerablemente análisis posteriores. Los ecos de esa influencia pueden percibirse en la mayoría de los estudios que se escribieron después sobre el tema, menos en autores que me citan explícitamente (por ejemplo, Dreyfus, 1981, que vuelve a privilegiar el papel de la intervención estadounidense) que sin embargo otros no lo hacen (por ejemplo, Oliveira y Mazzuccheli, 1977, particularmente en su intención --no siempre bien sucedida-- de privilegiar los "factores internos" y, sobre todo, en su evaluación del segundo gobierno de Getulio Vargas). A nivel del Colegio, el artículo me dio prestigio y motivó mi inclusión en el cuerpo editorial de Foro Internacional, donde permanecí hasta dejar la institución, en 1969. Estimulado por la repercusión de ese ensayo, tanto en el Colegio como fuera, y buscando penetrar en la naturaleza profunda de los acontecimientos brasileños, escribí (aún en 1965) otros dos –además de trabajos menores, publicados en órganos sindicales y estudiantiles, de los cuales el más importante era la revista Solidaridad, editada por el Sindicato Mexicano de Electricistas, entonces uno de los más poderosos y más avanzado de México. El primer de los ensayos --atendiendo a una sugerencia de Frank en el sentido que yo escribiera algo para Monthly Review-- fue dedicado, ya no al proceso de lucha de clases del que había resultado el golpe militar, sino a sus causas económicas profundas y a sus consecuencias, particularmente en el nivel latinoamericano. Escrito también en español, fue publicado, en 1965, en Nueva York, con el título "Brazilian Interdependence and Imperialist Integration", y la versión original apareció en Selecciones en Castellano de Monthly Review, que se editaba entonces en Buenos Aires. En este ensayo, modificando el enfoque, yo planteaba en primer plano las transformaciones de la economía mundial en el pos-guerra (especialmente la centralización de capital en Estados Unidos y su efecto sobre las exportaciones de capitales) y su impacto en la economía del Brasil y en la diferenciación de su clase burguesa, para examinar, a la luz de esos fenómenos, la política exterior brasileña en los años 60 y sus implicaciones para América Latina. Ese estudio tuvo tres resultados importantes. Primero, impulsó la superación del enfoque meramente institucional --y, frecuentemente, jurídico— preponderante en los análisis de la política exterior latinoamericana, motivando los estudiosos a investigar sus determinaciones económicas y de clase (efecto inicialmente sentido en el propio Colegio de México pero, directa o indirectamente, extendido después al Brasil, empezando con el análisis pionero de Martins, 1972). Segundo, despertó mayor atención para el cambio operado en los movimientos de capital en la pos-guerra, con ventaja para las inversiones directas en la industria, tesis que se constituiría en uno de los pilares de la teoría de la dependencia, principalmente por las implicaciones del fenómeno en la diferenciación interna de la burguesía, que yo señalaba en el artículo y que sostenían el concepto de "burguesía integrada" que yo ahí exponía (véase, entre otros estudios, Santos, 1976, principalmente su trabajo más difundido "El nuevo carácter de la dependencia", escrito originalmente en 1966, y Cardoso y Faletto, 1969, primera versión en 1967, sobre todo su concepto de "burguesía asociada"). Tercero, planteó la cuestión del subimperialismo, que ahí traté por la primera vez y que despertó particular interés en círculos intelectuales argentinos y uruguayos, así como de brasileños que los integraban, gracias a la difusión que dio a mi ensayo su publicación en Buenos Aires. Ese interés llevaría a un grupo vinculado con la revista Marcha, de Montevideo, en que se destacaron Vivian Trías y Paulo Schilling, a desarrollar nuevas elaboraciones sobre el tema, a través de las cuales, por un lado, se operó un deslizamiento hacia lo que se podría llamar de "teoría del satélite privilegiado" --distinta, en sustancia, de la tesis que yo planteara-- y, por otro lado, se descubrió y aún se supervalorizó la doctrina geopolítica, hasta el punto de convertirla en clave explicativa del fenómeno --lo que también estaba lejos de coincidir con la visión que yo tenía (las elaboraciones más acabadas de esa corriente, en versión bien posterior, se encuentran en Trías, 1977, y Schilling, 1978). El segundo artículo (de hecho, el tercero) fue gracias a Jesús Silva Herzog, director de la tradicional revista Cuadernos Americanos, quien, a solicitud mía, manifestó interés en un artículo inédito, en la línea de los anteriores; escrito también en español, fue publicado en 1966, con el título "La dialéctica del desarrollo capitalista brasileño". A diferencia del primer ensayo, centrado en el proceso socio-político brasileño, y del segundo, más preocupado con la articulación de la economía brasileña con el sistema imperialista y sus implicaciones para América Latina, este tercer estudio procuraba sintetizar los dos enfoques, con el propósito de develar las grandes líneas del proceso histórico del Brasil moderno y la gestación de las condiciones de la revolución socialista. Este último aspecto iluminaba todo el análisis y fue, efectivamente, con el título de "El carácter de la revolución brasileña" que el ensayo fue publicado de nuevo, en 1970, en Pensamiento Crítico, la revista cubana de más prestigio en aquella época y que se destacaba por su osadía teórica y política. Al terminar el año de 1965, ocurrió algo que influyó profundamente en mi trayectoria intelectual. El curso de graduación del CEI incluía una disciplina sobre América Latina, centrada principalmente en cuestiones de política exterior, como indicaba su denominación: Historia Diplomática de América Latina. En aquel entonces, México era aún un desierto en materia de estudios latinoamericanos, como atestigua el hecho de que –además de ser la única en el género en un curso de relaciones internacionales-- esa disciplina fuera siempre impartida por un especialista estadounidense. Lo que sucedió, en aquel año, es que el profesor encargado --de nombre conocido, pero que ahora no me acuerdo-- tuvo un impedimento de última hora, creando un problema para el cumplimiento normal del currículo en 1966. El razonable prestigio que había ganado en el Colegio, sumado al hecho de ser brasileño y tener, por lo tanto, alguna noción de lo que ocurría en el Cono Sur, llevó a la dirección del CEI a asumir que yo era latinoamericanista y a solicitar mi colaboración para la solución del problema. Así fue como me convertí, de hecho, en titular de la disciplina durante el resto de mi permanencia en el Colegio. En realidad, salvo información directa y nociones superficiales sobre el tema, adquiridas durante mi estancia en Francia, yo no sabía mucho sobre América Latina. Así, durante unos tres meses me dediqué al estudio de la bibliografía disponible, utilizando principalmente la biblioteca del Colegio –muy buena en ese particular. Ahí, además de estudios nacionales, en su mayoría clásicos, y uno que otro intento de teorización más general (como los trabajos de la Cepal y las obras de Gino Germani y Torcuato S. Di Tella), hice la desagradable constatación de que los estudios latinoamericanos venían esencialmente de los países desarrollados --principalmente Estados Unidos, Inglaterra y Francia, en ese orden— y padecían, en la mayoría de los casos, de un paternalismo elitista, que me hacía recordar los cursos de Balandier, en SciencesPo. Organicé el programa, buscando combinar algunas formulaciones de carácter global con el análisis por países, excluyendo América Central y México, no sólo por ser suficientemente –en el caso de México ampliamente-- tratados en otras disciplinas, sino también para evitar problemas políticos. La metodología era, esencialmente, la que yo desarrollara en mis trabajos sobre Brasil, haciendo que las cuestiones de política exterior, demás de ser enfocadas a partir de sus determinaciones socio-económicas, constituyeran sólo una dimensión del objetivo de conocimiento construido en el curso. Cuando era necesario, el programa introducía el examen de categorías y tesis marxistas, porque era en el marxismo que él se basaba. Esas modificaciones hicieron que el curso se titulara, más tarde, Problemas Internacionales de América Latina. El éxito logrado con los alumnos --un grupo particularmente brillante, es justo reconocer, y que trabajaba tiempo integral-- llegó a crearme dificultades junto a la dirección y colegas del cuerpo docente. En su entusiasmo, los estudiantes me endiosaron, al mismo tiempo que establecían comparaciones entre mi curso y los demás, que resultaban ser poco lisonjera para éstos; peor aún, asumieron posiciones de izquierda que desentonaban en la torre de marfil que la institución se enorgullecía de ser. Debo ser honesto: mi opción teórica y política siempre fue respetada en el Colegio, mientras permanecí allí, y se mantuvo invariable el cálido trato que me era dispensado, tanto en el terreno personal como profesional. Pero, de manera bien mexicana, la dirección del CEI tomó algunas medidas –como, para los futuros grupos, dislocar el curso de una posición intermedia para el final del currículo y ejercer sobre los estudiantes, antes de que llegaran a mis manos, una influencia neutralizadora. Así, no sorprende que --al impartir un nuevo cuero, en 1968—yo me encontrara con un grupo de alumnos que pasó a la historia del Colegio bajo la designación de cool generation. La repercusión del curso de 1966 llevó al CEI a crear, en 1967, un seminario sobre América Latina, en el nivel de posgrado --iniciativa pionera en México y, hasta donde sé, en América Latina, si descartamos las que correspondían a organismos internacionales, de tipo más especializado. Encargado de su coordinación, establecí un programa flexible, cuya línea central era garantizada por mí, pero que incluía conferencistas, sea para tratar temas previamente establecidos, sea para intervenir en determinadas áreas del programa, a partir de su propia especialidad. En ese contexto, además de invitar especialistas mexicanos y estadounidenses, aproveché el paso por el país de intelectuales latinoamericanos, en particular brasileños, como Celso Furtado, Helio Jaguaribe y Octavio Ianni. El curso tuvo éxito, consolidando mi posición en el Colegio y me dio la posibilidad de platicar con los brasileños sobre la situación nacional. Me acuerdo, particularmente, de la discusión que una noche mantuve con Celso Furtado, en el Café de Las Américas, juntamente con José Thiago Cintra. Furtado, por su parte, defendía su tesis de la "pastorización", es decir, el retroceso de la economía brasileña al estadio meramente agrícola que la dictadura brasileña estaría promoviendo (tesis que él había expuesto en su artículo de presentación al número especial de Temps Modernes sobre Brasil, publicado en 1966, y que Siglo XXI editaría con el título de Brasil hoy); yo, por mi parte, insistiendo en el eje central de mi reflexión sobre Brasil, o sea, en la idea de que la dictadura correspondía a la dominación del gran capital nacional y extranjero e impulsaba la economía del país a una etapa superior de su desarrollo capitalista. Aún en 1967, atento a la reunión que se realizaba en México sobre la propuesta mexicana de desnuclearización de la región, de que resultaría el Tratado de Tlatelolco, escribí, en colaboración con Olga Pellicer de Brody, el artículo "Militarismo y desnuclearización en América Latina". En ese trabajo, a la par de la denuncia sobre la actuación de la delegación brasileña en la conferencia, que descaracterizó el objetivo de México e hizo del tratado algo de poca eficacia, mostrábamos que esa actitud correspondía al propósito de la dictadura de desarrollar en Brasil una industria bélica importante, como base de la política expansionista que ella llevaba a cabo. El artículo fue publicado en Foro Internacional, y llamó la atención de los especialistas del Colegio para el tema y motivó dos tesis de graduación en el CEI (Lozoya, 1969, y Vargas, 1973). A fines de ese mismo año, durante una quincena de vacaciones, en Zihuatanejo, en respuesta a una solicitud de la revista Tricontinental --lanzada, en La Habana, en el contexto de la movilización revolucionaria que se constituiría en la línea central de la política exterior cubana en los años siguientes-- escribí el artículo "Subdesarrollo y revolución en América Latina". Este vendría a ser mi trabajo más conocido internacionalmente, sea debido a la gran difusión de la revista (que se editaba en español, inglés y francés y se distribuía mundialmente), sea por las diversas reediciones de que fue objeto; se destacan, entre éstas, la de la edición en castellano de Monthly Review (que, después del golpe de 1966 en la Argentina, empezó a ser editada en Santiago de Chile), la del reading elaborado por Bolívar Echeverría y publicado en Berlín bajo el título Kritik des bürgerlichen Anti-Imperialismus, y la del reading editado por Feltrinelli, titulado Il nuovo marxismo latinoamericano. Ese ensayo, que refleja lo esencial de las investigaciones que yo venía realizando desde fines de 1965, resume su contenido en la declaración inicial --"la historia del subdesarrollo latinoamericano es la historia del desarrollo del sistema capitalista mundial"-- y se dedica a demostrar que ese subdesarrollo es simplemente la forma particular que asumió la región al integrarse al capitalismo mundial. En 1968, por invitación de Leopoldo Zea, también profesor en el Colegio, quien desarrollaba la iniciativa pionera de crear un Centro de Estudios Latinoamericanos en la Facultad de Filosofía, de la UNAM, asumí en éste --además de la dirección de un seminario sobre América Latina, para graduados y posgraduados-- la cátedra del curso de Historia de Brasil y sus Antecedentes Portugueses, que tuvo un singular destino. Como se trataba de un curso de dos semestres, destiné el primero a exponer la teoría y el método marxistas, discutiendo como aplicarlos al estudio de América Latina; y, con esa base, el segundo tuvo como objetivo el análisis del proceso económico, social y político de Brasil. El interés que despertó el curso provocó no sólo un notable aumento del número de alumnos, motivando sucesivos cambios de salón hasta llegar a un auditorio, sino también la modificación cualitativa del alumnado, que pasó a venir de diferentes facultades, tanto del área de humanidades como de ciencias exactas y naturales. En realidad, ahí se reunió la vanguardia estudiantil de la UNAM --a punto de que, después de la represión al movimiento estudiantil, en octubre de aquel año, me hicieron la sugerencia, un poco en broma un poco en serio, que fuera impartir el curso en la cárcel. Por presión de los estudiantes, realicé un seminario de lectura de El Capital. Dificultades institucionales hicieron con que éste se llevara a cabo en mi casa, durante las mañanas de sábado, con la participación de estudiantes y profesores jóvenes del Colegio y de la UNAM. Esa iniciativa, sin precedentes en aquella época, daría sus frutos, como constaté al regresar a México en 1972: supe de la existencia de diversos seminarios de ese tipo impartidos por participantes del de 1968. 1967 y 1968 fueron, así, los años en que, después de consolidar mi posición en el Colegio, me proyecté en los círculos intelectuales y políticos mexicanos e inicié mi lanzamiento en el plano internacional. Además, fueron años de situación económica holgada. En efecto, desde mediados de 1966 --por intermedio de su hijo, alumno mío en el Colegio— conocí a Gonzalo Abad Grijalva, funcionario destacado de la UNESCO, que dirigía un órgano mantenido por ésta, la OEA y el gobierno de México --el Centro Regional de Construcciones Escolares para América Latina (CONESCAL)--, al cual me integré con el cargo de Educador. Formado en su casi totalidad por arquitectos e ingenieros y dedicado a cuestiones eminentemente técnicas, CONESCAL terminó constituyéndose en un excelente ambiente de trabajo para mí: hice amistades de nostálgica memoria (en especial, Oswaldo Muñoz Marín, Marín Reyes Arteaga, Alejandro Unikel, Carlos Osorno y mi secretaria Magdalena, sin contar el propio Abad) y, además de ampliar mis horizontes con conocimientos de arquitectura, urbanismo, artes plásticas e ingeniería, pude profundizar en el estudio de la realidad económica y social latinoamericana. Ahí, participé de los cursos internacionales realizados anualmente por la institución, desarrollé investigaciones de carácter técnico (resultando dos informes de cierto alcance, uno sobre la formación tecnológica en América Latina y otro, de cuño más colectivo, sobre una nueva metodología arquitectónica para las construcciones escolares) y publiqué un par de artículos en la revista del Centro. De estos artículos, había uno que trataba sobre la cuestión educacional en América Latina y que sirvió de base para mis reflexiones sobre el tema de los movimientos estudiantiles, que entonces estaban en ascenso. Permanecí en CONESCAL hasta 1969, cuando, preparándome ya para abandonar México, presenté mi renuncia. Aún en 1968, instado por Claudio Colombani, empecé a escribir colaboraciones no periódicas para el influyente y oficialista periódico El Día, en la sección titulada Testimonios & Documentos. En mayo, entusiasmado con las acciones del movimiento estudiantil brasileño, escribí un artículo de una página, en el cual analizaba sus motivaciones y definiciones programáticas, su dinámica y sus tácticas de lucha. Por razones nunca aclaradas, él fue publicado en agosto, poco después del brote del movimiento estudiantil-popular que, en julio, sacudió el establishment mexicano hasta sus bases y se constituyó en uno de los más importantes puntos de ruptura en la historia del país. Inútilmente conseguí una carta del periódico, en la cual este asumía la responsabilidad por la infeliz coincidencia. El hecho --sumado a mis antecedentes políticos, mi actividad docente y una conferencia pública, en el Colegio, sobre la cuestión estudiantil latinoamericana— hizo pesado el ambiente que me rodeaba, hasta en mi casa (que pasó a ser vigilada y a sufrir censura telefónica); en el órgano de la Secretaría de Gobernación, encargado del control de los asilados, recibí un trato francamente hostil. Cuando, en octubre, tuvo lugar la represión gubernamental, con la masacre de Tlatelolco, mi situación se tornó insostenible. Opté, entonces, por entrevistarme con la más alta autoridad en la materia, el subsecretario de Gobernación. Fría y cortésmente, éste me dio la versión oficial de lo que sucedía: los buenos muchachos mexicanos habían sido envenenados por agitadores extranjeros y se habían vuelto contra su país; en el entender del gobierno, yo era uno de los principales responsables por lo que sucediera. Me pareció inútil argumentar y me limité a indagar si eso significaba que el gobierno quería que yo abandonara el país. –Usted está bajo la protección del gobierno de México; sin embargo, éste consideraría su partida como un gesto de colaboración para que las cosas se normalicen, me respondió, con inalterable cortesía. –Muy bien. ¿De qué plazo dispongo?, pregunté. -¿Cómo?, ¿plazo? Usted tomó una decisión, nadie lo está expulsando, fue la respuesta. Después de eso, la presión directa (vigilancia, censura, etc.) cesó. Naturalmente, busqué demostrar en la práctica mi intención de cumplir el acuerdo: después de renunciar a CONESCAL, reduje mi participación en el Colegio y me alejé de la UNAM. O, por lo menos, yo pensaba estar actuando así: tiempo después, vendría a saber que –-sin ninguna exigencia, es verdad, de que fuera cesado-- esas instituciones habían sido instruidas, por escrito, por la Secretaría de Gobernación en el sentido de evitar mi relación con estudiantes. Contactando con mis amigos que se encontraban asilados en otros países, logré oportunidades de salida y terminé optando por Argelia, pasando por Francia (mi correspondencia con Miguel Arraes me abriría las puertas de aquel país y me llevó, algún tiempo después, a hacer el prefacio a la edición mexicana de su libro Brasil: pueblo y poder). Sin embargo, para mi sorpresa, la autorización de salida me fue negada. Hablando con la misma autoridad de Gobernación, ésta justificó la negativa debido al acuerdo existente con la dictadura brasileña, en el sentido de impedir mi viaje a centros de reunión de exiliados --lo que descartaba, también, Francia, Uruguay y Chile— salvo que, renunciando al asilo, yo liberara al gobierno mexicano de cualquier responsabilidad sobre mis actos. Y fue lo que terminaría haciendo. Aunque ese proceso haya tardado casi un año, es justo resaltar que, hecho el acuerdo verbal con Gobernación, ya no volví a ser molestado. Pude, inclusive, sin estorbos, mantener estrecha relación con los presos políticos liberados por la dictadura a raíz del secuestro del embajador estadounidense, que México acogió. Entre ellos, estaban Vladimir Palmeira y José Dirceu, líderes del movimiento estudiantil de 1968, además de Ricardo Villas. Fue, para mí, excelente oportunidad para discutir los problemas de la izquierda brasileña --descubriendo, también, que mis ensayos sobre Brasil habían tenido en el país una amplia difusión clandestina, inclusive con una edición mimeografiada, publicada por la Unión Metropolitana de Estudiantes de Río de Janeiro, bajo el título Perspectivas da situación económica brasileña, de la cual sólo muchos años después me llegó un ejemplar. Una pequeña anécdota revela como yo me torné conocido de los jóvenes militantes de izquierda y, al mismo tiempo, la visión distante que ellos tenían de mí. Al llegar el grupo al aeropuerto de México, ellos fueron cercados por un fuerte dispositivo de seguridad y no pude intercambiar más que algunas palabras con Vladimir, aprovechando para decir que lo vería más tarde en el hotel. Cuando él informó eso a sus compañeros, Ricardo Villas, muy joven, cayó de los cielos: -"¿Pero Ruy Mauro Marini existe realmente?", preguntó, incrédulo, ante la inesperada materialización de lo que no era, hasta entonces, más que un nombre de textos de formación política. Con mis actividades reducidas, durante 1969 me dediqué principalmente a la dirección de tesis de grado en el Colegio. Tres de ellas llegaron a ser presentadas aún cuando me encontraba en México: la de Jorge Robledo, venezolano, de quien ya no tuve noticias, sobre El movimiento estudiantil venezolano, que se inspiraba en mis preocupaciones sobre el tema y versaba sobre la revolución de 1958 y la lucha de clases subsiguiente; la de René Herrera Zúñiga, nicaragüense, hoy profesor e investigador en el Colegio, cuyo título no me acuerdo, sobre el proceso socio-político de Nicaragua y el fenómeno Somoza, y la de Carlos Johnson, mexicano-estadounidense, actualmente da clases en la UNAM, sobre la coherencia interna del movimiento de los países no-alineados, medida a través de las votaciones en la ONU. Dejé encaminadas las de Ricardo Valero Becerra, mexicano, que vendría a tener brillante carrera en la diplomacia y en la política, sobre Fundamentos y tendencias de la política exterior brasileña, dedicada al examen de las determinaciones socio-económicas de la política exterior de Brasil en los años 50, y la de Gonzalo Abad Júnior, ecuatoriano, hoy funcionario internacional, sobre la lucha de clases en Ecuador, ambas presentadas después de mi salida de México. También en 1969, en respuesta a una invitación de Pablo González Casanova, entonces director del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM, participé en el libro por él organizado, Sociología del desarrollo económico (Una guía para su estudio), en convenio con un centro de la UNESCO en París. Cada sección debería contener un examen de las tendencias de la disciplina considerada y una bibliografía comentada. Fui responsable por la sección de sociología política. El texto introductorio fue publicado también, aisladamente, en la revista colombiana Desarrollo Indoamericano, dirigida por José Consuegra, en la cual colaboré durante algún tiempo. Paralelamente, con el apoyo entusiasta de Claudio Colombani, también en 1969, me dediqué a la preparación de un libro, basado en los trabajos que publicara en el período, que Arnaldo Orfila Reynal, fundador y director de Siglo XXI, manifestara interés. Con el ensayo de 1967 sobre a América Latina como apertura, reuní mis estudios sobre Brasil (reformulándolos, para incluir mis consideraciones sobre la industria bélica, en lo que se refería a la política exterior) y agregué un ensayo sobre la problemática de la izquierda, que mucho se debe a las discusiones que tuve con los presos políticos liberados, en particular Vladimir Palmeira. Problemas de la editora retrasaron su lanzamiento, de manera que, cuando eso ocurrió, al final del primer trimestre de 1970, yo ya había salido de México. Subdesarrollo y revolución es, pues, un texto centrado prioritariamente sobre el análisis de los problemas brasileños que alcanzó gran difusión en los años 70, con reediciones casi anuales, y que entró, aunque perdiendo fuerza, en la década de 80. Según mi opinión, el interés que despertó se debe, en parte, a la novedad del enfoque --inserto como está el libro en la corriente de las nuevas ideas que se cristalizaron en la teoría de la dependencia--, en parte, a la metodología, que buscaba utilizar el marxismo de modo creador para la comprensión de un proceso nacional latinoamericano y, finalmente, a su audacia política, que rompía con el academicismo timorato y aséptico que tuviera vigencia, hasta entonces, en los estudios de esa naturaleza. El último capítulo, que enfoca los problemas de la izquierda armada y lo hace desde dentro (el único precedente, en esta línea, había sido ¿Revolución en la revolución?, de Régis Debray, en 1967), suscitó un entusiasmo en la intelectualidad joven y, en general, en la militancia de izquierda (ésta promovió, en Italia, su publicación en la edición local de Monthly Review, a pesar de que ya estaba en curso una traducción de mi libro); sin embargo, el libro llegó a provocar preocupación en los editores, que –como no habían tenido conocimiento previo de ese último capítulo, que fue entregado por mí directamente a la imprenta, cuando ya estaba en proceso la impresión-- temieron, al verlo publicado, que la empresa resultara comprometida. Problemas, es verdad, el libro los creó, pero en países como Brasil y la Argentina, que requisaron y destruyeron todos los paquetes remitidos. Sin embargo, en la mayor parte de América Latina, y en México en particular, el libro fue un éxito, que luego llegó a Europa. En 1972, apareció la edición francesa y, en 1974 (con una introducción que vendría a ser mi trabajo más significativo y con una traducción de Laura Gonsalez) la edición italiana bajo el título Il sottoimperialismo brasiliano. Un contrato firmado con Penguin Books no tuvo continuidad, por razones que ignoro, pero en 1975 se llevó a cabo la edición portuguesa, con base en la 5ª edición mexicana de 1974, corregida y aumentada. Con ese libro, cerré con llave de oro mi primer exilio, durante el cual, al mismo tiempo en que completaba mi formación, me realicé profesionalmente. La victoria de Luis Echeverría en las elecciones de 1969 --quien, como secretario de Gobernación, comandara la represión al movimiento estudiantil-- y la negativa de Francia de permitirme ingresar o pasar por su territorio sin documentación (que me era negada tanto por el gobierno brasileño como por el mexicano) me llevaron, después de haber renunciado al asilo político, a decidirme por Chile, donde la situación política podría facilitar las cosas. En noviembre de 1969, desembarqué en Santiago. 3. El segundo exilio Mi ingreso a territorio chileno se hizo con alguna dificultad, resuelta por la presión de amigos que ahí me esperaban --en particular Theotonio dos Santos y Vania Bambirra-- juntamente con la intervención de políticos --como el entonces senador Salvador Allende-- y de la Universidad de Concepción y de su Federación de Estudiantes (FEC). Efectivamente, aún en México, yo había sido contactado por su presidente, Nelson Gutiérrez --quien me conocía por mis trabajos y por las informaciones de amigos brasileños, entre los cuales Evelyn Singer, profesora en dicha universidad y que había militado conmigo en Brasil. Gutiérrez me había comunicado sobre la existencia de una vacante de profesor titular en el Instituto Central de Sociología y me había consultado sobre mi interés en ocuparla. Como en ese entonces ya consideraba Chile como posible alternativa a Argelia, respondí afirmativamente, y mi currículo fue incluido en el concurso abierto para esa vacante y aprobado. Así, yo llegaba al país con un contrato en la mano. Permanecí en Santiago cerca de tres meses, aprovechando las vacaciones escolares, y no me desvinculé totalmente de la ciudad porque ahí mantuve un pequeño departamento durante todo el tiempo en que estuve en Concepción. No me seducía, en efecto, la perspectiva de fijar mi residencia en esta última ciudad, acostumbrado como estaba a las grandes metrópolis, además de que Santiago presentaba para mí más atractivos. Ahí estaban grandes amigos míos, como Vania y Theotonio, junto con una amplia colonia de exiliados brasileños que mientras viví en Chile, estuvo formada, en diversos momentos, por Darcy Ribeiro, Almino Afonso, Guy de Almeida, José Maria Rabelo, Maria da Conceição Tavares; en poco tiempo, haría nuevas amistades entre los chilenos y latinoamericanos, como Tomás Vasconi, Inés Reca, Pío García, Orlando Caputo, Roberto Pizarro, Aníbal Quijano, reencontrándome también con Andre Gunder Frank, que era profesor en la Universidad de Chile, y su esposa, Marta Fuentes. Por otra parte, Santiago vivía un momento de intensa movilización política, que resultaría, en las semanas inmediatas a mi llegada, en la constitución de la Unidad Popular, frente político que reunía las fuerzas de izquierda --con excepción del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR)--, y en la designación de Allende como su candidato a las elecciones presidenciales del año siguiente. A pesar de haber recibido una propuesta de trabajo del Instituto de Administración (INSORA), con el cual había entrado en contacto desde México, y tener el interés del Centro de Estudios Socio-Económicos (CESO) de la Facultad de Economía, de la Universidad de Chile, me trasladé, en marzo de 1970, a Concepción. Estaba dispuesto a quedarme por lo menos un año, como reconocimiento a la solicitud que me manifestara la Federación de Estudiantes. Si el nivel de politización era alto en Santiago, adquiría en Concepción connotaciones explosivas. Una de las principales ciudades del país, de antigua tradición industrial e íntimamente vinculada con los centros mineros de Lota e Coronel, cuna del Partido Comunista, esa ciudad diera origen, en 1965, a una nueva fuerza de izquierda, el MIR –fracción de la Juventud Socialista, con participación destacada de una corriente intelectual trostskista -- liderado por una pléyade de jóvenes brillantes, principalmente Miguel Enríquez, Luciano Cruz y Bautista van Schouwen. Con Luciano como presidente, la Federación de Estudiantes dio inicio, de manera espectacular, a la reforma universitaria, que agitaba aún el país cuando llegué, y que había lanzado el MIR en el nivel nacional, en 1969, gracias a la adopción –después de la ruptura con los trotskistas-- de una activa política de lucha armada. Un poco más joven, Nelson Gutiérrez, ahora ex presidente de la FEC, terminaría por integrarse al grupo dirigente, donde se destacó por su inteligencia, su integridad revolucionaria, su inagotable sed de conocimiento y su notable capacidad oratoria. En un ambiente de esa naturaleza, es difícil distinguir lo que fue actividad académica y lo que fue actividad política. Mi vida personal fue, de cierta manera, anulada, en aras de una práctica pedagógica incesante, en las aulas, en las reuniones con militantes, durante las comidas, las tertulias en mi casa, en las visitas a dirigentes y bases obreras de Tomé, Lota, Coronel. En la Universidad, impartí diversos cursos, por motivación política y académica, además de establecer lazos de amistad con Juan Carlos Marín, uno de los raros intelectuales marxistas realmente dedicado a cuestiones de estrategia militar; Alejandro Saavedra, estudioso de la cuestión agrária, sobre la cual sostenía tesis extremadamente originales; Luís Vitale, que se esforzaba por rescatar la historia de las luchas de clases en Chile; Guillermo Briones, científico político de formación tradicional, pero siempre abierto a lo nuevo; Julio López y José Carlos Valenzuela, que llegaban de Polonia, entusiasmados con Kalecki; Nestor D'Alessio y otros. Entre los mencionados cursos, cabe destacar el de Sociología Política, que rescataba mi experiencia en Brasilia; Sociología de América Latina, en que capitalizaba mis estudios en México, y Métodos y Técnicas de Estudio y Exposición, que tuviera una primera versión en CONESCAL, con el fin de preparar arquitectos e ingenieros para la comprensión de las cuestiones sociales y que, en Concepción, tuvo el propósito de disciplinar el razonamiento de los jóvenes militantes, capacitarlos en la investigación y prepararlos para dominar diferentes formas de exposición, como el panfleto, el artículo, el discurso oratorio, el informe, el ensayo. También participé en el curso de Ciencias Sociales que el Instituto realizaba extra muros, en las facultades y escuelas de ingeniería, medicina, servicio social, geología, matemáticas, etc., jugando, para la izquierda universitaria, el papel de instrumento de politización de sectores estudiantiles menos sensibles, en principio, a los problemas socio-políticos; mi contribución consistió, principalmente, en modificar el enfoque pedagógico, buscando transformar el curso en una reflexión política basada en la problemática propia de cada profesión y, en la medida de lo posible, en su lenguaje. En ese contexto, mi producción escrita se vio bastante perjudicada. Durante aquel año, escribí solamente dos textos para publicación: el prólogo al libro de Arraes y un artículo titulado "Los movimientos estudiantiles en América Latina", destinado a la recién creada revista del Instituto, Ciencia Social (que salió con mucho retraso y no pasó del primer número) y que se publicó en Francia, en aquel año, en Temps Modernes, y en Venezuela, en la revista Rocinante, editándose, después, también en México y en Colombia. El ambiente de Concepción, a la vez exaltado y sofocante, su provincialismo y la elección de Allende para la Presidencia, que abría en el país un proceso político de grandes perspectivas, me llevaron a aceptar la invitación del CESO y a trasladarme para Santiago, a fines de 1970. En una universidad que, como la de Chile, pasaba aún por el proceso de reforma, los procedimientos y la nomenclatura eran fluidos: un concurso de títulos decidió mi admisión y clasificación como investigador senior. Sin sustraerme a la marea alta de politización que caracterizaba en ese entonces a Chile, viví allí una de las fases más productivas de mi vida intelectual. La formación del gobierno de la Unidad Popular contribuyó, de cierta manera, para eso. Sin tener cuadros para la administración pública, la izquierda en el poder los fue a buscar en las universidades. En el CESO, eso conllevó la promoción del personal joven (Roberto Pizarro, entonces júnior, en la calidad de único chileno del pequeño grupo que quedara, asumió la dirección, luego transferida a Theotonio) y la incorporación de nuevos miembros, en la mayoría extranjeros, lo que trajo una gran renovación. La institución llegó a la cima de su trayectoria entre 1972 y 1973; además de mi, Theotonio y Vania, el CESO contaba con Vasconi, Frank, Marta Harnecker, Julio López y, más jóvenes, Pizarro, Cristian Sepúlveda, Jaime Torres, Marco Aurelio Garcia, Álvaro Briones, Guillermo Labarca, Antonio Sánchez, Marcelo García, Emir Sader y Jaime Osorio, lista a la que habría que agregar los temporales: Régis Debray, recién liberado de su arresto en Bolivia; los cubanos Germán Sánchez y José Bell Lara, alejados por algún tiempo de La Habana, luego del freno aplicado a Pensamiento Crítico, y el mexicano Luis Hernández Palacios, a quien reencontraría, tiempos después, al regresar a México. El CESO fue, en su momento, uno de los principales centros intelectuales de América Latina. La mayoría de la intelectualidad latinoamericana, europea y estadounidense, principalmente de izquierda, pasó por ahí, participando mediante charlas, conferencias, mesas redondas y seminarios. Sin embargo, el secreto de la intensa vida intelectual que lo caracterizó y que se constituyó en la fuente real de su prestigio fue la permanente práctica interna de diálogo y discusión, institucionalizada en los seminarios de área --las áreas temáticas eran las células de la institución--, en el seminario general, y continuada en las relaciones personales, que tenían por base el compañerismo y el respecto recíproco. El momento político que vivía el país, que había tornado a Santiago el centro mundial de atención y de romería de intelectuales y políticos, hizo lo demás, amén de incentivar el desarrollo de otros órganos académicos, como el Centro de Estudios de la Realidad Nacional (CEREN), de la Universidad Católica. Como el CESO estaba adscrito a la Facultad de Economía, yo debía impartir cursos ahí, aunque sin obligación docente. Realicé tres cursos: Introducción a las Ciencias Sociales, cuya parte inicial, formada por tres clases, dio como resultado el ensayo "Razón y sinrazón de la sociología marxista", publicado en el primer número de la revista Sociedad y Desarrollo, lanzada por el CESO, en 1972; Ciencia Política y un tercero –en el que participaban alumnos de diversas facultades, militantes de los diferentes partidos de la izquierda-- titulado Teoría del Cambio. Este último --que trataba, de hecho, sobre la teoría de la revolución-- después de una parte dedicada a las revoluciones burguesas, estudiaba cuatro revoluciones socialistas (soviética, china, vietnamita y cubana), concluyendo con algunas generalizaciones--; grabado y, posteriormente, reelaborado, se encontraba pronto para ser publicado en el momento del golpe militar de 1973, cuando, luego de la invasión de mi departamento por el ejército, fue por éste quemado, junto con los libros y otros materiales que ahí se encontraban --inclusive una serie de entrevistas que yo había hecho a Miguel Enríquez, dirigente máximo del MIR, cuya pérdida aún lamento. Además de ejercer algunos puestos administrativos --coordinador docente y miembro de la comisión de investigaciones, del consejo editorial y del consejo directivo del CESO y miembro de la comisión docente y de investigaciones de la Facultad— me designaron en calidad de coordinador de área, para organizar y dirigir su seminario; como dije, cada área del CESO realizaba su propio seminario, paralelo al seminario general (este, entre 1971 y 1973, se centró en el análisis de la transición socialista en la Unión Soviética, con énfasis en Lenin, y tuvo a Marta Harnecker como coordinadora). Mis intereses de investigador me llevaron a proponer en mi área, que lo aprobó, el tema "Teoría marxista y realidad latinoamericana"; iniciándose con El Capital de Marx; el seminario debería incluir sus obras políticas, pero, por las circunstancias históricas, no pasó de la primera parte. No se trataba de una simple lectura del libro, sino --aprovechando la experiencia de México- tomarlo como hilo conductor para la discusión sobre la manera de aplicar sus categorías, principios y leyes al estudio de América Latina. En el seminario, participaban, entre otros, Frank, Vasconi, Labarca, Marco Aurelio, Marcelo García, Cristián, Antonio Sánchez y Jaime Osorio. Para centrar la discusión, empecé a trabajar en un texto base. Éste tomaba, como punto de partida, lo que quedó conocido en el CESO como mi "libro rojo" --una portada roja, que reunía materiales desde 1966, incluyendo esquemas de clase, notas de lectura, reflexiones e información histórica y estadística sobre América Latina en general y país por país, con énfasis en la integración al mercado mundial y en el desarrollo capitalista resultante. La propia naturaleza de esos materiales me indujo a escribir un ensayo de carácter histórico, que no me satisfizo; lo que buscaba era el establecimiento de una teoría intermedia que, basada en la construcción teórica de Marx, condujera a la comprensión del carácter subdesarrollado y dependiente de la economía latinoamericana y su legalidad específica. Al regresar a trabajar en el texto (tanto la primera versión, como el "libro rojo" se perdieron también, a raíz de la invasión de mi departamento), busqué situar el análisis en un nivel más alto de abstracción, relegando a notas de pié de página las pocas referencias históricas y estadísticas que conservé. Esta segunda versión fue publicada, aún incompleta, en Sociedad y Desarrollo, bajo el título "Dialéctica de la dependencia: la economía exportadora" y, terminada, en edición mimeografiada del CESO, en 1972, sirviendo también como base para la introducción al libro publicado por Einaudi, en 1974. Dialéctica de la dependencia era un texto innegablemente original y contribuyó para abrir un nuevo camino para los estudios marxistas en la región y plantear, sobre otras bases, el estudio de la realidad latinoamericana. La démarche teórica que realicé consistió, esencialmente, en rechazar la línea tradicional del análisis del subdesarrollo, mediante la cual éste se hacía a través de un conjunto de indicadores que, a su vez, servían para definirlo; el resultado no era simplemente descriptivo, sino tautológico. Así, un país sería subdesarrollado porque sus indicadores relativos al ingreso per capita, a la escolaridad, a la nutrición, etc., correspondían a cierto nivel de una escala determinada y esos indicadores se ubicaban en ese nivel porque el país era subdesarrollado. Tratando de ir allende ese planteamiento engañoso, la CEPAL avanzara poco, quedando, como elemento válido de su elaboración, la crítica a la teoría clásica del comercio internacional y la constatación de las transferencias de valor que la división internacional del trabajo propicia, en detrimento de la economía latinoamericana. En vez de seguir ese razonamiento y fiel a mi principio de que el subdesarrollo es la otra cara del desarrollo, yo analizaba en qué condiciones América Latina se había integrado al mercado mundial y cómo esa integración: a) funcionara para la economía capitalista mundial y b) alterara la economía latinoamericana. La economía exportadora, que surge a mediados del siglo XIX en los países pioneros (Chile y Brasil), generalizándose después, aparecía, en esa perspectiva, como el proceso y el resultado de una transición al capitalismo y como la forma que asume ese capitalismo, en el marco de una determinada división internacional del trabajo. Considerado eso, las transferencias de valor que de ahí advenían no podían ser vistas como una anomalía o un obstáculo, sino más bien una consecuencia de la legalidad propia del mercado mundial y como un estímulo al desarrollo de la producción capitalista latinoamericana, con base en dos premisas: abundancia de recursos naturales y superexplotación del trabajo (la cual presuponía abundancia de mano de obra). La primera premisa daba como resultado la monoproducción; la segunda, los indicadores propios de las economías subdesarrolladas. La industrialización, llevada a cabo posteriormente, estaría determinada por las relaciones de producción internas y externas, conformadas con base en esas premisas. Resuelta así, según mi entender, la cuestión fundamental, es decir, el modo como el capitalismo afectaba el eje de la economía latinoamericana --la formación de la plusvalía— yo pasaba a preocuparme con la transformación de ésta en ganancia y con las especificidades que esa metamorfosis encerraba. Algunas indicaciones relativas al punto a que llegó mi investigación se encuentran contenidas en el texto y en otros trabajos escritos en esa época, pero yo sólo solucionaría realmente el problema algunos años después, en México. Lanzado a la luz, mi ensayo provocó reacciones inmediatas. La primera crítica vino de Fernando Henrique Cardoso, mediante una comunicación hecha al Congreso Latinoamericano de Sociología (donde yo recién había presentado mi texto completo), que se realizó en Santiago, en 1972, y que fue publicada en la Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales. Defendiendo con celo la posición que conquistara en las ciencias sociales latinoamericanas y que él creía, al parecer, amenazada por la divulgación de mi texto, y refiriéndose aún al artículo que había salido en Sociedad y Desarrollo, que no incluía el análisis del proceso de industrialización, la crítica de Cardoso inauguró la serie de sesgos y malentendidos que se desarrolló sobre mi ensayo, confundiendo superexplotación del trabajo con plusvalía absoluta y atribuyéndome la falsa tesis de que el desarrollo capitalista latinoamericano excluye el aumento de la productividad. Respondí a esos equívocos en el post-scriptum que –bajo el título de En torno a Dialéctica de la Dependencia-- escribí para la edición mexicana de 1973. Pero si las reacciones contrarias a mi ensayo no se hicieron esperar, el interés y el apoyo tampoco. Sea a través de la versión incompleta de la revista, sea de la edición mimeografiada, él obtuvo una gran difusión en Chile y en el exterior --para lo que ayudó el flujo constante de visitantes que se dirigían al CESO. Muy temprano me percaté que no podría mantener el trabajo sin publicar, como era mi intención inicial, preocupado como estaba por concluir la investigación que el texto apenas anunciaba. En septiembre de 1972, habiendo viajado a México para participar de los cursos de verano promovidos por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, de la UNAM, me encontré con el hecho de que el ensayo ya era objeto de seminarios y grupos de estudios, constituyéndose inclusive en tema de la interesante tesis de licenciatura en economía, de Raimundo Arroio Júnior y Roberto Cabral Bowling, El proceso de industrialización en México, 1940-1950. Un modelo de superexplotación de la fuerza de trabajo, defendida en 1974. Urgido por Neus Espresate, copropietaria de la editora ERA y vieja amiga, a autorizar su publicación, me pareció mejor ceder, aunque, dado el clima polémico que lo rodeaba, me pareciera necesario hacer un prefacio. Éste terminó convertido en posfacio, donde procuré aclarar las razones del método adoptado (que, al partir de la circulación para la producción, de ahí regresando a la circulación, me valió el apodo de "circulacionista"), justificar el uso de categorías marxistas en el análisis de una formación capitalista aún en gestación y disipar las confusiones surgidas sobre la noción de superexplotación del trabajo, además de adelantar algunas consideraciones sobre la tendencia de la economía dependiente a bloquear la transferencia de los aumentos de productividad a los precios, fijando como plusvalía extraordinaria lo que podría venir a ser plusvalía relativa. Además de las ediciones portuguesas (Centelha, 1976, y Ulmeiro, 1981), la edición mexicana, publicada en 1973, es la única que incluye ese posfacio, siendo también una de las raras publicaciones autorizadas de mi ensayo. Efectivamente, como yo temía, las ediciones piratas se sucedieron, en Francia, en la Argentina, en España, en Portugal. Autoricé, también, la edición alemana, incluida en un reading organizado por Dietar Rengas, que fue publicado en 1974, y la traducción holandesa de dicho reading, de 1976. Por lo que supe, el contrato firmado con una editora japonesa no fructificó. La divulgación internacional de Dialéctica de la dependencia se debió, en parte, a que presenté el texto como paper en la Conferencia Afro-Latinoamericana, que reunió, en Dakar, en septiembre de 1972 --por iniciativa del Instituto de Desarrollo Económico y Planificación (IDEP), órgano de la ONU dirigido por Samir Amin-- estudiosos de los dos continentes, así como de Europa. En el viaje de regreso, pasé por Italia donde, en el Instituto de Estudios de la Sociedad Contemporánea (ISSOCO), dirigido por Lelio Basso, participé en un seminario sobre América Latina. De ahí resultó un texto de cierto interés, La acumulación capitalista dependiente y la superexplotación del trabajo, que tuvo sólo una edición mimeografiada en el CESO pero que circula, aún hoy, en círculos estudiantiles y de investigación de la UNAM y otras instituciones de enseñanza mexicanas. En mi estadía en Italia, pude dialogar intensamente con un gran número de intelectuales disidentes del Partido Comunista Italiano, entre ellos Rossana Rossanda, Lucio Magri, Giovanni Arrighi y Luciana Castellini. Mi resistencia en publicar Dialéctica de la dependencia se debía a la conciencia que tenía de que el texto era insuficiente para dar cuenta del estado de mis investigaciones y a mi deseo de desarrollarlo. Esa resistencia fue vencida, en parte, como señalé, por la dificultad que tuve para impedir su difusión y, en parte, porque el avance del proceso chileno me convocaba de modo creciente a una participación más activa, obstaculizando mi concentración en las cuestiones teóricas generales que me preocupaban. A partir de fines de 1971, asumí responsabilidades políticas cada vez mayores, que terminaron absorbiéndome. Una de las cuestiones candentes que se planteaban en el Chile de entonces era la de la unidad de la izquierda, debido a los problemas suscitados por la oposición UP x MIR. Juntamente con compañeros socialistas y comunistas --entre los cuales Marta Harnecker, alma de la iniciativa, Theotonio, Alberto Martínez y Pío García-- participé en la creación y dirección de la revista Chile Hoy, cuyo objetivo era construir un espacio adecuado para el diálogo entre las corrientes de izquierda, y en la cual colaboré regularmente hasta el golpe militar. A principios de 1973, tuvo lugar, por iniciativa del CEREN y en colaboración con el CESO, un simposio sobre la transición al socialismo, en el que participaron intelectuales de izquierda de todo el mundo, destacándose Paul Sweezy, Rossana Rossanda, Lelio Basso, Michel Gutelman, además de los participantes locales. Presenté un paper titulado ¿Transición o revolución? (que fue publicado, sin autorización, en la revista Pasado y Presente, de Buenos Aires, con su título alternativo: "La pequeña burguesía y el problema del poder"), en el cual yo analizaba el carácter de clase del gobierno de la Unidad Popular; además comenté el paper de Gutelman e intervine respecto al presentado por Basso (de ahí resultando un artículo polémico, "Reforma y revolución: las dos lógicas de Lelio Basso", publicado en Sociedad y Desarrollo). Los materiales del simposio se reunieron en el libro Transición al socialismo y experiencia chilena, de Prensa Latinoamericana, inclusive mi paper, el comentario a Gutelman ("La reforma agraria en América Latina") y mi crítica a Basso. Después del golpe de 1973, el libro difícilmente pudo ser encontrado. Sin embargo, muchos materiales, inclusive los textos sobre Gutelman y Basso, fueron publicados de nuevo en Buenos Aires, en el año siguiente, bajo el título Acerca de la transición al socialismo, además de ser reproducidos en diversas publicaciones, en Colombia y en México. Aún en 1973, bajo mi dirección, apareció el primer número de la revista Marxismo y Revolución, cuyo segundo número, ya editado, fue destruido en la imprenta, en los días posteriores al golpe. El que llegó a circular contenía dos trabajos míos sobre Chile. Uno era "El desarrollo industrial dependiente y la crisis del sistema de dominación", en el que, a partir del movimiento económico y, en particular, de la distribución de la plusvalía, yo analizaba la escisión de la burguesía chilena que, expresándose en la campaña electoral de 1970, abriera el camino a la Unidad Popular; ese trabajo, que consideraba algunos de los progresos que yo hiciera en mis investigaciones sobre la plusvalía extraordinaria, había sido escrito y divulgado entre la izquierda antes del trabajo que yo presentara en el simposio CEREN-CESO y, desde un punto de vista lógico, lo precedía. El otro artículo, "La política económica de la vía chilena", escrito en colaboración con Cristián Sepúlveda, examinaba las motivaciones de clase de la política económica de la UP y sus implicaciones; en realidad, se destinaba a cubrir la publicación de un texto que yo no había escrito para publicación y que, lleno de deficiencias, había aparecido, sin mi autorización, en Critiques de l'économie politique, revista editada por Maspero (que, incorregible, pirateó también Dialéctica de la dependencia). Esos tres ensayos constituían un análisis más o menos estructurado sobre las causas y la actuación del gobierno de la Unidad Popular. Ellos forman el núcleo del libro que, en 1976, publiqué en México --El reformismo y la contrarrevolución. Estudios sobre Chile--, el cual, además de una selección de los artículos más coyunturales escritos para Chile Hoy, reunían dos otros ensayos, ambos de 1974. Uno de ellos examinaba la crisis y la caída del gobierno de la UP, habiendo aparecido, en versión preliminar, escrita en Panamá, en una publicación de NACLA, bajo el título "Chile: The Political Economy of Military Fascism", y que fue reeditado, en versión definitiva, en México, bajo la denominación de "Economía política de un golpe militar". Ese cambio de título no había sido aleatorio. Después de haber manejado, inicialmente, la noción de "fascismo militar", terminé descartándola, convencido de que la caracterización de la contrarrevolución chilena (y latinoamericana, en general) como fascista ocultaba la naturaleza real del proceso y tendía a justificar la formación de frentes amplios, en el cual la burguesía tendía a asumir un papel hegemónico. En aquel entonces, aún parecía posible luchar por una política de alianzas que no implicara la subordinación de las fuerzas populares a la burguesía, ya que la izquierda aún detentaba, localizadamente, una capacidad de acción en América Latina y estaba en ascenso en Europa Occidental, en África y en Asia. Las derrotas que después ella sufrió en Europa y en los países latinoamericanos, llevaron el triunfo de la fórmula del frente amplio bajo la hegemonía burguesa, que presidió la redemocratización latinoamericana de los 80, excepto en América Central, donde prevaleció el esquema de alianzas que yo propugnaba. Conviene notar que, aún en Chile --como lo demuestra uno de los artículos publicados en Chile Hoy e incluido en el libro-- me parecía que, independientemente de los rasgos fascistas que presentaba la movilización de la derecha, no existían condiciones para un verdadero régimen fascista. Esa discusión continuó a lo largo de la década de 1970, llevándome a elaborar el concepto de Estado de contrainsurgencia y, cuando ya se podía vislumbrar el proceso de redemocratización, el de Estado del cuarto poder. Otro ensayo del libro que es posterior al golpe, "Dos estrategias en el proceso chileno", constituye, después del trabajo de 1967 sobre América Latina, uno de mis textos más divulgados, sin duda por la fase favorable que aún vivía la izquierda y por el interés que despertaba el caso chileno. Escrito para el número inicial de Cuadernos Políticos, del cual hablaré más adelante, fue publicado, primero, en Temps Modernes, siendo después objeto de diversas reediciones, aisladas o en revistas y periódicos latinoamericanos y europeos. La finalidad del artículo era la de --en contraposición a la falsa tesis que la mayoría de la izquierda chilena difundiera en el exterior, descargando sobre el MIR la responsabilidad del golpe-- analizar las dos estrategias de la izquierda, durante el gobierno de la Unidad Popular, y mostrar de que manera la tensión entre la movilización popular que éste indujera --dando, inclusive, origen a los órganos de poder popular-- y la dinámica propia del Estado burgués, respaldada por la mayoría de la UP, acabara por conducir el proceso a un punto de ruptura. En ese contexto, MIR y PC, aunque constituyeran los centros de elaboración teórica y de conducción política más influyentes en sus respectivos campos, polarizando a su alrededor de las demás fuerzas de la izquierda, no habían actuado aisladamente, además de que sólo se podría explicar su actuación en función del desarrollo de la lucha de clases; la responsabilidad del golpe le tocaba, sin embargo, al imperialismo estadounidense y a la burguesía chilena, y sólo se podía criticar el MIR y el PC por los errores que habían tenido en la implementación de sus respectivas estrategias. De mi producción, en ese período, todavía es necesario mencionar tres trabajos. El primero, centrado en la reflexión sobre lo que ocurría a mi alrededor, es el prefacio al libro de Vania Bambirra, La revolución cubana: una reinterpretación, editado en 1973 (y, con la desaparición de la edición, requisada en su mayor parte en la imprenta, reeditado en México, en 1974). Nacido al calor de los debates que se trababan en Chile sobre la cuestión, su propósito era contribuir a la caracterización del problema del poder en Cuba, lo que me llevaba a reelaborar los conceptos de revolución democrática y de revolución socialista --tema crucial en las discusiones marxistas en general y, en Chile de entonces, en particular-- y buscar establecer entre ellos nuevas relaciones. Los otros dos trabajos se referían a Brasil, insertándose en el contexto de la vida política que mantenían, en Santiago, los núcleos de exiliados. "La izquierda revolucionaria brasileña y las nuevas condiciones de la lucha de clases" retoma el análisis de la actuación de la izquierda, que yo iniciara en el último capítulo de Subdesarrollo y revolución. Pero con una diferencia. "Vanguardia y clase" había sido escrito en 1969, cuando la lucha armada mal empezaba y la intelectualidad de izquierda, por seguir la corriente o por miedo, la aplaudía o, en la mejor de las hipótesis, se callaba; yo me sentía, por lo tanto, no sólo en libertad, sino inclusive en el deber de criticar las concepciones y la práctica de la izquierda armada, alertándola para lo que podría suceder. En 1971, sin embargo, cuando escribo el segundo ensayo, ya era evidente el fracaso del cometido y, de todos lados, llovían las críticas a la izquierda armada, lo que me llevó a reivindicarla –aunque sin renunciar al análisis de su desempeño. Ese ensayo fue destinado a la antología organizada por Vania Bambirra y publicada por Prensa Latinoamericana, en aquel año, bajo el título de Diez años de insurrección en América Latina; excluyendo Vania, Moisés Moleiro y yo, los autores --todos ellos, intelectuales conocidos—prefirieron firmar sus textos con seudónimo, hecho comprensible si se consideran las condiciones políticas que reinaban en la mayoría de los países latinoamericanos. El golpe de 1973 hizo del libro una rareza, y de él se quedó solamente la edición italiana de Mazzota, de Milán, publicada en 1973, con el título L'esperienza rivoluzionaria latinoamericana; sin embargo, mi ensayo fue incluido --con el título "Lucha armada y lucha de clases"-- en la 5ª edición revisada y ampliada de Subdesarrollo y revolución, de 1974. El otro trabajo, escrito a fines de 1971 o principios de 1972, fue resultado de mi intervención en un seminario político de la izquierda brasileña, en Santiago, y fue publicado, primero, en Monthly Review, bajo el título "Brazilian Sub-Imperialism", publicándose también en las ediciones de esa revista en italiano y en español (esta última impresa ahora en Bogotá), así como en la revista mexicana Síntesis. En este ensayo, yo examinaba la política económica de la dictadura y precisaba lo que, a mi manera de ver, constituía, para ella, limitaciones objetivas: la estrechez del mercado interno, la superexplotación del trabajo y las posibilidades del Estado como promotor de inversión y de demanda. En un plan más general, mostraba las dificultades que los Estados Unidos creaban para la implementación de la política subimperialista e indicaba la conveniencia de distinguir, en su evolución, dos períodos, que tenían 1968 como parte aguas; por otro lado, el ensayo evidenciaba, por primera vez, el papel de las transferencias de ingreso para la clase media, a partir de ese año, con la finalidad de mitigar la estrechez del mercado interno; esas dos proposiciones sirvieron de insumo explícito o implícito para elaboraciones de otros autores sobre la economía y la política externa brasileña. El ensayo también fue incorporado, con el mismo título, a la 5ª edición de Subdesarrollo y revolución. Mi exilio chileno correspondió, así, a mi llegada a la madurez, en el plan intelectual y político. Los acontecimientos que marcaron su fin --el golpe militar del 11 de septiembre, la experiencia del terrorismo de Estado en su más alto grado, los días pasados en la embajada de Panamá, donde cerca de 200 personas hacían un esfuerzo disciplinado y solidario para coexistir en un pequeño departamento, bajo el ruido de bombas y tiroteos-- fueron vividos con naturalidad, como contingencias de un proceso cuyo significado histórico estaba perfectamente claro para mí. A mediados de octubre de 1973, una vez más sin cualquier documento, viajé para Panamá. 4. El tercer exilio Después de una recepción formal y un poco tensa, en el aeropuerto de la Ciudad de Panamá, con la presencia de Omar Torrijos y de Manuel Noriega, los asilados fuimos transferidos para dos pequeñas ciudades de provincia, Chitré y Las Tablas, tocando a mi grupo esta última. Yo había estado prácticamente desaparecido, desde 11 de septiembre, dando margen, inclusive, a que se esparcieran rumores sobre mi fusilamiento en el Estadio Nacional. En Las Tablas, retomé contacto con el mundo exterior y, al fin de pocos días --ante la confusión que reinaba entre las autoridades panameñas con respecto al tratamiento que debería ser dado a los asilados-- me transferí, por iniciativa propia, para la Ciudad de Panamá, donde amigos de diversas partes, principalmente de México, me transfirieron algún dinero. Yo había dejado lo que tenía con los compañeros chilenos y viajé con cerca de 40 dólares que Carmen, quien había sido mi sirvienta, me había pasado, después de cambiar en el mercado negro todas sus economías. Esa fue una de las manifestaciones más conmovedoras de solidaridad que entonces recibí por parte de chilenos humildes, pero conscientes y combativos. Panamá no podía ser más que un punto de paso. Mis prioridades, respecto al destino futuro, eran, en este orden, Argentina, por la proximidad con Chile, y México, por razones sentimentales. Pero, naturalmente, no me encontraba en posición de cerrar ninguna puerta, por lo que no frené las iniciativas que, en diversos países, comenzaron a tomar amigos, compañeros y colegas. Como las gestiones para entrar en Argentina se prolongaron, hasta fracasar, y las relativas a México fueron también demoradas, terminé quedándome en Panamá hasta fines de enero de 1974, y fui uno de los últimos a dejar el país. Esos tres meses me permitieron sentir la impresionante solidaridad de mis amigos, particularmente mexicanos, venezolanos e italianos, y, a la vez, constatar --no sin sorpresa-- el prestigio que yo disfrutaba en América Latina y en Europa. En México, se movilizaron activamente Neus Espresate, Eugenia Huerta (hija del poeta Efraín Huerta y que trabajaba en Siglo XXI), Carlos Arriola (mi alumno en el Colegio, de la generación de 1966, y, en la época, secretario general de la institución, Mario Ojeda Gómez, Luis Hernández Palacios, José Thiago Cintra, entre muchos; de ahí recibí ofertas de trabajo –reales o, en algunos casos, para facilitar la visa de entrada-- de Víctor Flores Olea, director de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, de Leopoldo Zea, director de la Facultad de Filosofía y Letras, de José Luís Ceceña, director de la Escuela Nacional de Economía, y de Raúl Benítez, director del Instituto de Investigaciones Sociales, todos de la UNAM, y, por el Colegio, de Mario Ojeda y Carlos Arriola –y el Colegio también gestionó la posibilidad de incluirme en un programa cultural de Televisa, en el que participarían J. A. Salk, Jorge Luís Borges, Jorge Sabato, Jacques Cousteau y otros. En las gestiones ante Gobernación, para la obtención de la visa, fue Flores Olea quien demostró más fuerza y, por eso, al dirigirme más tarde a México, mi destino terminó siendo la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Los venezolanos también se empeñaron. Comenzando con iniciativas de José Agustín Silva Michelena, de gran corazón, y de Armando Córdova, compañero de viajes por Dakar y Roma, siguieron luego invitaciones formales de Maza Zavala, director de la Facultad de Economía de la Universidad Central, y de las universidades de Mérida y Zulia (Maracaibo). En Argentina, la principal acción le tocó a Enrique Oteiza, de CLACSO, dando como resultado una invitación para la Universidad del Sur, en Bahía Blanca. Se debe también registrar la solidariedad de Orlando Fals Borda, quien dirigía ROSCA, en Colombia. En Italia, los amigos que más se esforzaron fueron Rossana Rossanda y Laura Gonsalez, quien había traducido mi libro para Einaudi y con quien yo mantenía una nutrida correspondencia, pero que sólo después vine a conocer personalmente, cuando me impresionó por su inteligencia, entusiasmo y calor humano. De Italia me llegaron invitaciones de las universidades de Roma (Sylos Labini), de Siena y de Módena. De Francia, la Universidad París VIII (Michel Beaud) y X (René Rémond) dieron también su contribución, juntamente con la París I. Sin embargo, la oferta más insistente e interesante, respecto a los aspectos financiero y de documentación migratoria, salió espontáneamente de Otto Kreye, del Instituto Max Planck, de Starnberg, cerca de Munich, que yo había encontrado en Dakar y que conocía, por eso, Dialéctica de la dependencia; con Jürgen Heinrichs y Folker Fröbel, él constituiría un núcleo de investigación, que publicaría, en 1977, el libro La nueva división internacional del trabajo. Paralización estructural en los países industrializados e industrialización de los países en desarrollo. Fui para allí entonces, al dejar Panamá, por razones que no viene al caso plantear aquí. Antes de cerrar el paréntesis panameño conviene, sin embargo, hacer un par de observaciones. La situación política que vivía el país, con Torrijos, conllevó una buena acogida a los asilados, junto con el deseo nada disfrazado de que nos fuéramos. Mientras estuve ahí, fueron limitados los contactos formales con la universidad --una u otra conferencia-- de manera tal que el evento académico impactante, en ese período, fue mi participación, con Vasconi y otros, en el Seminario sobre Aspectos Económicos, Sociales y Políticos de la Inversión Extranjera en América Central, promovido por el Programa Centroamericano de Ciencias Sociales y por la Fundación Friedrich Ebert, en La Catalina (Costa Rica), en noviembre de 1973. El hecho merece ser registrado, principalmente porque, en las conversaciones con los funcionarios de la Ebert, quedó manifiesto para mí el interés de la socialdemocracia alemana en la intelectualidad latinoamericana de izquierda, así como el trabajo que, para atraerla, desarrollaba a través de CLACSO. Posteriormente, con el encuentro que promovió en Colonia Tovar, en Venezuela, en 1975, entre las principales fuerzas de la izquierda chilena, excluidos el PC y el MIR, el cuño político de la acción socialdemócrata quedó perfectamente definido. Esa acción vendría a dar frutos significativos en la segunda mitad de la década. Independientemente de la actitud oficial, la receptividad de los intelectuales panameños a los asilados fue cálida. Entre los que conocí y que hoy cuento como mis amigos, es justo destacar Julio Manduley, Marco Antonio Gandásegui, Javier Goroztiaga y Griselda López. A la par del ejemplar compañerismo de los asilados que ahí estuvieron, eso tornó más que soportable mi estancia en el país. El 30 de enero de 1974, partí hacia Munich, donde tuve la grata sorpresa de, además de Otto Kreye, encontrar Antonio Sánchez y Marcelo García --quienes, así como Gunder Frank, habían sido también invitados por el Max Planck. Con ellos, estaba Dorothea Mezger, tierna e inteligente, cuya investigación sobre el cartel internacional del cobre resultaría, algunos años después, en un libro excelente, quien me hospedó en su departamento durante mi estancia en Munich. Integrando un óptimo equipo y contando con una infraestructura de trabajo sin paralelo con las que había tenido antes y tuve después, debo reconocer que en el período siguiente mi rendimiento intelectual fue bajo. Fuera de la participación en seminarios, inclusive en uno que el equipo del Max Planck realizó en septiembre, en Starnberg, y la realización de conferencias, fue poco lo que ahí produje. Además de los dos ensayos sobre Chile, ya mencionados, y el prefacio a la 5ª edición mexicana de Subdesarrollo y revolución, mi producción se limitó a colaboraciones menores --en general relacionadas con Chile-- para revistas y periódicos, así como entrevistas (de las cuales, sólo vale a pena mencionar la que publicó Il Manifesto, de Roma, en el aniversario del golpe chileno, con el título "Reazione e rivoluzione in Cile"). Para ello, concurrió mucho el amplio movimiento de solidariedad con la resistencia chilena, que constituyó un hecho importante en la vida política europea, en aquella mitad de década, y que me convocó, sin admitir reservas. Hasta principios de 1977, me fue imposible establecer un plan de trabajo y dedicar una razonable atención a mi vida personal y profesional. Moviéndome siempre por toda Europa y entre ésta y América Latina, fui obligado a enfrentar situaciones inesperadas y, a veces, verdaderos desafíos --como la de ser el principal orador en un mitin durante el primer aniversario del golpe chileno, en Francfort, que reunió a cerca de 300 mil personas, provenientes de toda Alemania. Una correspondencia de esa época, sustraída a agentes del extinto CNI y a la cual tuve después acceso a través de Libio Pérez, director de la revista Página Abierta, de Santiago, muestra cuánto mi actividad molestaba la dictadura chilena: un memorando de fines de 1975 (en todo caso, posterior a 22 de diciembre), relativo a la detención de un correo del MIR en Argentina, se refiere a un supuesto viaje que hubiera hecho a ese país, para entrevistarme con Edgardo Enríquez, hermano de Miguel, que estaba en ese entonces dirigiendo las actividades de esa organización en el exterior, y pide medidas para capturarnos. La trágica desaparición de Edgardo, un año después, en Buenos Aires, habla elocuentemente de lo que habría significado para mí caer en manos del servicio secreto de Chile. Hasta qué punto yo me había tornado popular en los círculos de la izquierda revolucionaria europea, me dio la medida Laura Gonsalez, cuando nos conocimos. Me contó, entonces, que, encontrándose en Turín, supo que yo pronunciaría ahí una conferencia sobre Brasil y asistió a ella a fin de conocerme personalmente. Sorprendida con la ambigüedad de la intervención del conferencista, que combinaba radicalismo verbal y proposiciones políticas dudosas, se sorprendió aún más cuando, al ser abordado, después de la conferencia, éste la trató de manera esquiva y nerviosa. Laura telefoneó, entonces, a Rossana Rossanda, a Roma, narrando lo ocurrido y le preguntó si yo era alto, moreno oscuro, etc., recibiendo, obviamente, respuesta negativa. Considerando las maniobras sórdidas que la Embajada brasileña había venido realizando en Italia, ambas concluyeron que se trataba de una farsa armada por ésta y se apresuraron a comunicar la impostura a la izquierda italiana. A pesar de haber producido poco, ese fue un período en que las publicaciones de mis textos se multiplicaron, muchas veces sin que yo tomara conocimiento. Además de la 5ª edición de Subdesarrollo y revolución y su traducción al italiano y al portugués, aparecieron también las traducciones alemana, italiana, holandesa y portuguesa de Dialéctica de la dependencia, mientras varios trabajos míos, referidos mayoritariamente al Chile, se editaban, formalmente, en Alemania y en la Argentina e, informalmente, en Escandinava, en los Estados Unidos, en Canadá y en países de América Latina. Arrastrado en esa vorágine, mi desestabilización hubiera sido completa si, en septiembre de 1974, yo no hubiera viajado a México, para asumir el cargo de Profesor Visitante, que me ofreciera la FCPyS, y que conllevaba mi adscripción, como investigador, a su Centro de Estudios Latinoamericanos. En el aeropuerto, tuvo lugar un incidente que merece registro. Después de retirar mi equipaje, me dirigía hacia el lugar donde estaban los agentes aduanales, cuando un joven, bien vestido y de buena apariencia, parado en una zona mal iluminada, después de mirarme fijamente (como si me comparara a la fotografía que, sin duda, memorizara), me hizo una señal para que me detuviera ahí. Mientras yo abría las maletas --que él volvía a cerrar, sin dignarse siquiera a mirarlas-- el joven, con esa cortesía amenazadora en que los mexicanos son maestros, me manifestaba la satisfacción de México y la suya propia por mi regreso a la UNAM (a la cual yo no había hecho referencia), ya que tendría el honor y el placer de ser mi alumno. En realidad, nunca más lo vi. Era un agente de Gobernación, que –en el buen estilo mexicano-- al mismo tiempo que me ahorraba los trámites aduanales, me advertía que el gobierno ya sabía de mi llegada y acompañaría mis pasos con atención. Dividí mis actividades profesionales entre la UNAM y el Max Planck hasta mediados de 1976, cuando presenté mi renuncia a éste para quedarme exclusivamente en México. Ahí, en medio del torbellino en que vivía, asumí algunas iniciativas, que después se revelaron productivas. La más relevante fue la fundación, en 1974, de Cuadernos Políticos, que ejercería influencia significativa en la intelectualidad mexicana, hasta cuando dejó de aparecer en 1990. Nacida gracias al impulso de Neus Espresate, que a ella dedicó lo mejor de su entusiasmo, inteligencia y notable sensibilidad, la revista reunió un grupo brillante de intelectuales, formados al calor del movimiento de 1968, en que se destacaban Carlos Pereyra, Bolívar Echeverría, Rolando Cordera, Arnaldo Córdoba y Adolfo Sánchez Rebolledo; escaldado por la experiencia que yo había vivido anteriormente en el país, sólo algunos años después permití que mi nombre fuera incluido en el comité editorial. Éste sufrió, con el tiempo, modificaciones debido a defecciones y a la inclusión de nuevos miembros, entre ellos, Asa Cristina Laurell, Rubén Jiménez Ricárdez, Olac Fuentes y Héctor Manjarrez. El cuidado en mencionar los integrantes del comité se justifica por el hecho de que, a diferencia de lo que ocurre en ese tipo de publicación, él funcionaba como un verdadero equipo de trabajo, con reuniones semanales que se adentraban por la noche, haciendo de la revista un producto realmente colectivo. A partir de una aparente unidad ideológica, no tardarían en presentarse tendencias diferentes, que llegaron, a veces, al punto de ruptura, pero que encontraron siempre la fórmula adecuada para garantizar el funcionamiento del grupo. Mérito especial de eso le toca a Neus, cuya firmeza de principios se unía con una excepcional delicadeza en el trato. Esa dinámica, llena de contradicciones, además de constituir un ejercicio de convivencia democrática, dio un resultado positivo: lejos de ostentar el monolitismo sofocante de la mayoría de las revistas marxistas, Cuadernos supo ser un órgano estimulante y flexible, que abrió espacio a nuevas ideas y a nuevos autores, ventilando el clima intelectual de la izquierda mexicana. Aún en 1974, inicié, en la UNAM, un trabajo extremadamente fecundo. En un seminario de doctorado sobre Economía y Política en América Latina, se reunieron a mi alrededor estudiantes valiosos, de la FCPyS y de la Escuela de Economía. Ahí conocí, entre otros, Esthela Gutiérrez Garza, que vendría a ser mi principal asistente de docencia e investigación y que, una vez doctorada, se tornó en excelente especialista en cuestiones de economía y sociología del trabajo, así como Lucrecia Lozano, actualmente directora del CELA de la FCPyS. Paralelamente, en respuesta a una solicitud de Flores Olea, asumí un curso para estudiantes de grado, los primeros que egresaban de los Centros de Ciencias y Humanidades (CCH), creados después de 1968 y cuyos profesores --en general, participantes del movimiento-- los habían motivado políticamente, induciéndolos a la rebeldía sistemática. Suspicaces, en un principio, los jóvenes luego se constituyeron en un grupo entusiasta, que inundaba el salón de clases con su inquietud intelectual y política, llevándome a dar uno de los cursos más gratificantes de mi carrera como profesor. Con ellos, en especial con los más destacados, pude realizar una experiencia única en mi accidentada vida docente: acompañar estudiantes del principio al fin de su curso; así, di Historia Mundial I y II, iniciándolos a la teoría y metodología del materialismo histórico; un seminario de dos semestres sobre El Capital y otro sobre América Latina, concluyendo con dos semestres de taller, del que saldrían interesantes informes de investigación, muchos de los cuales sirvieron de base para sus tesis de grado, realizadas en su mayoría bajo mi orientación. Entre los estudiantes que más se destacaron, es justo mencionar Guillermo Farfán, Adrián Sotelo, Arnulfo Arteaga (después todos mis colaboradores y hoy profesores universitarios), además de Iván Molina, Victor Escobar, Abel Jiménez, Carlos Flores, Jaime Rogerio, entre otros. Sus tesis se constituyeron en una profundización enriquecedora de cuestiones planteadas en Dialéctica de la dependencia, en particular una metodología para la determinación del valor de la fuerza de trabajo y su aplicación a México; un estudio de caso sobre el proceso de trabajo y las formas de prolongamiento de la jornada en una fábrica de ladrillos, que evidenciaba la combinación entre la plusvalía absoluta y la relativa; y una investigación sobre el sector de mantenimiento y reparación de máquinas de la empresa Ferrocarriles Mexicanos, que revelaba interesantes combinaciones de modos de organización productiva que integraban métodos artesanales, manufactureros y fabriles, amén de avanzar de forma considerable en el establecimiento de una metodología para el estudio de la intensidad del trabajo. Además de ese grupo, dirigí tesis de grado sobre la acumulación de capital en México, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales; sobre la superexplotación de la fuerza de trabajo femenina, sobre el patrón de reproducción del capital en Chile y sobre la teoría de las crisis, en la Escuela Nacional de Economía, y sobre la relación entre organización sindical y sistema de poder en México, en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Sin relación directa con mis preocupaciones inmediatas, me tocó aún orientar, en la UNAM, tesis de grado sobre la estructura agraria en Panamá, en la FCPyS, y sobre la filosofía de la praxis, tema caro a la Facultad de Filosofía, además de una sobre el proceso político latinoamericano, en El Colegio de México. Todas fueron defendidas a principios de los 80. Además, quedaron investigaciones cuyo destino ulterior en general desconozco, pero que eran interesantes contribuciones a la economía del trabajo, versando sobre la organización de la industria de cemento y la explotación del trabajo, las formas de articulación entre el trabajo doméstico, artesanal y fabril en la industria de calzados, etcétera. En la FCPyS, además de acompañar la formación de un grupo de estudiantes, impartía regularmente la disciplina Historia Mundial Contemporánea que, ampliada a tres semestres, había convocado un número creciente de alumnos, rompiendo --al reunir hasta 300-- el esquema de división de grupos vigente. En lugar de optar por la limitación de la matrícula, que frustraría, a mi modo de ver, los estudiantes, preferí recurrir al sistema que utilizara en Brasilia, basado en clases mayores y menores, apoyándome en un equipo de ayudantes y monitores que, en sus mejores momentos, sumó siete personas. Los resultados fueron ampliamente satisfactorios, influyendo en la reorganización pedagógica de la Facultad. En la División de Posgrado, yo dirigía, regularmente, un seminario para alumnos de maestría y doctorado, en el Área de Estudios Latinoamericanos, que tenía como finalidad ayudar los estudiantes a definir sus temas de investigación y asesorarlos en su desarrollo, independientemente de que fueran o no por mí orientados. A título de retribución al interés y atención de que había sido objeto, cuando me encontraba en Panamá, aceptaba, en ese período, diversas invitaciones, realizando cursos y seminarios, en el nivel de grado y de posgrado, en El Colegio do México; en la Facultad de Filosofía, en el Instituto de Investigaciones Económicas y en la Escuela de Economía, de la UNAM; en la Escuela Nacional de Antropología e Historia y en la Universidad Autónoma Metropolitana - Ixtapalapa. Sin embargo, a la par de mis actividades regulares en la FCPyS, la responsabilidad docente más significativa que asumí fue, a partir de 1977, en la División de Posgrado de la Escuela Nacional de Economía, donde respondí por el seminario-taller de Economía Política en la maestría y orienté tesis, tanto a ese nivel como el de doctorado. En ese período atendí, también, de manera más o menos regular, la Escuela de Economía de la Universidad de Zacatecas, y a invitación de las universidades de Guerrero, Guadalajara y Baja California, impartí cursos breves o participé en exámenes de oposición para profesor. Con respecto a mi actividad docente debo, finalmente, mencionar la dirección de tesis de posgrado, que llevaron a la defensa de cuatro tesis de doctorado y cinco de maestría, por parte de estudiantes que eran o aún son profesores e investigadores en México, en Brasil, en la Argentina y en Puerto Rico. Algunas fueron interrumpidas --como las de dos alumnos nicaragüenses de maestría en Economía de la UNAM, que regresaron a su país, a fines de los 70, para incorporarse al proceso revolucionario. Otras salieron de mi radio de acción, debido principalmente a mi alejamiento progresivo de México, a partir de 1982, destacándose, entre ellas, la tesis de doctorado de Jaime Osorio Urbina, en El Colegio de México, sobre el Estado chileno, y otras en que mi participación fue menor, quedando más en el nivel de definición del objeto y de diseño de la investigación. Desde 1975, yo había reasumido mis actividades periodísticas, dando prioridad siempre a cuestiones latinoamericanas, en el suplemento dominical del periódico Excélsior, dedicado a asuntos internacionales. No me sentía bien ahí: además de ser prácticamente el único articulista local --el resto del suplemento comprendía en general traducciones de materias de agencias y periódicos extranjeros-- el periódico se tomaba demasiada libertad con mis textos, no en el contenido, sino respecto a títulos, subtítulos e ilustraciones. Eso podía inclusive corresponder a una forma velada de censura, como ocurrió con el artículo que titulé "Crisis política en Francia: El movimiento de conscriptos y la cuestión de la seguridad", que (probablemente para no incomodar a los militares) fue publicado con el título "Inconveniente, gastar más de lo que se tiene". Así --no tengo seguridad de que aprovechando también una crisis en el periódico, motivada por la salida de Julio Scherer de la dirección-- acepté, en 1976, una invitación de El Sol de México, que convocaba intelectuales mexicanos y extranjeros para conformar una nueva y brillante página editorial. Sin embargo, después de un breve período, un problema surgido con compañeros mexicanos, que habían sido objeto de censura, motivó mi salida. Pasé entonces a colaborar semanalmente en El Universal, donde me sentí totalmente a voluntad, eligiendo libremente mis temas y sin sufrir ninguna interferencia en los textos presentados; de ahí sólo vine a alejarme en 1980, cuando los viajes a Brasil y la perspectiva de un posible regreso me llevaron a comenzar a desprenderme de mis responsabilidades habituales. De esa línea de trabajo, se destacan tres artículos que publiqué, en 1976, en El Sol, sobre la política de los Estados Unidos para América Latina, que se anunciaba con James Charter, los que fueron refundidos y reeditados por NACLA, en el año siguiente, con el título "A New Face for Counterrevolution". En ellos, yo indicaba el cambio de la énfasis estadounidense de la doctrina clásica de la contrainsurgencia, que incentivara los golpes militares en la región, para formas de democracia limitada, que Samuel Huntigton llamaba "democracias gobernables" y el Departamento de Estado "democracias viables". Combinando eso con el análisis de las tendencias que, aunque tenuemente, se delineaban en Brasil y en otros países latinoamericanos, yo preveía la sustitución de las dictaduras militares y los procesos de redemocratización. Estos, a pesar de haber empezados con cartas marcadas, buscando la construcción de un Estado de cuatro poderes (con un poder tutelar, a ser ejercido por las Fuerzas Armadas, superpuesto a los tres poderes de la democracia burguesa representativa), abrían, a mi modo de ver, amplio espacio a la movilización de las fuerzas populares y exigían de la izquierda una readecuación política radical. En un breve viaje a París, en febrero de 1977, expuse ese punto de vista, en un seminario de intelectuales de izquierda latinoamericanos, provocando un rechazo que rayaba a indignación. Especial impacto ocasionó la exaltada intervención de Frank, destinada, según dijo, a "hacer la defensa de Ruy Mauro Marini contra Ruy Mauro Marini". Tempus est optimus judex. De forma más elaborada, desarrollé esa tesis en la intervención que hice en una mesa redonda del Núcleo de Estudios del Caribe y de América Latina (NECLA), de México, en la cual participaron Agustín Cueva, Theotonio y Pío García, siendo el debate publicado en Cuadernos Políticos en ese mismo año, y en el ensayo "La cuestión del Estado en las luchas de clases en América Latina" que, en 1979, presenté en la conferencia que, anualmente, los yugoslavos promovían en Cavtat. El texto de Cavtat apareció en diversas publicaciones, entre ellas Socialism in the World, revista multilingüe yugoslava; Monthly Review en Castellano (Barcelona); Cuadernos del CELA (UNAM); Boletín de la Asociación Latinoamericana de Información (ALAI), siendo, finalmente, incluido en el reading editado por la Universidad Autónoma Metropolitana, de México, El Estado militar. Empeñándome en su divulgación, retomé la idea, en las conferencias que impartí, en el curso promovido por la Escuela Interamericana de Administración Pública, en Río, en 1980, y en la Escuela Superior de Administración Pública, en Bogotá, en 1981. Ella fundamentó, también, mi intervención sobre América Central, en la IV Conferencia Anual sobre el Caribe y América Latina, realizada por el Instituto Hudson, en Nueva York, en 1981. El texto referente a esta última, además de publicarse en revistas de México y de Perú, hace parte de Strategies for the Class Struggle in Latin America, reading publicado por la editora Synthesis, de San Francisco. El espacio privilegiado para el desarrollo de esa temática fue el Centro de Información, Documentación y Análisis del Movimiento Obrero en América Latina (CIDAMO), entidad autónoma que, en 1977, yo había fundado, en México, con el apoyo de Claudio Colombani, y que dirigí hasta 1982. Ahí se congregaron jóvenes y brillantes intelectuales de toda América Latina, destacándose el chileno Jaime Osorio, el mexicano Luis Hernández Palacios, el peruano-hondureño Antonio Murga y el argentino Alberto Spagnolo, además de ex alumnos de la UNAM y universitarios y militantes provenientes de países donde la inteligencia estaba proscrita, en particular El Salvador, Guatemala y la Nicaragua somocista. Con el apoyo de fundaciones social-demócratas y cristianas de Europa y de Canadá y contando con la dedicación de los que, por su inteligencia y seriedad, fueron los pilares del Centro --Francisco Pineda, Maribel Gutiérrez y Lila Lorenzo (que los amigos continuamos a llamar Antonia, su nombre político en Chile)-- fue posible constituir una buena documentación especializada y, mediante trabajo casi siempre no remunerado, formar equipos dedicados al análisis de coyuntura --que se tornó el punto fuerte del Centro. De manera apenas parcial, dada la insuficiencia de recursos para ese fin, el resultado del trabajo puede apreciarse --además del libro Análisis de los mecanismos de protección al salario en la esfera de la producción, fruto de una investigación realizada por Adrián Sotelo y Arnulfo Arteaga y coordinada por mí, a petición de la Secretaría del Trabajo –en la revista CIDAMO Internacional y en la publicación no-periódica Cuadernos de CIDAMO. En esta última, que especificaba los autores, publiqué tres textos: Proceso de trabajo, jornada laboral y condiciones técnicas de producción, en colaboración con Arnulfo Arteaga y Adrián Sotelo, con base en su tesis de grado, y que presentamos en el simposio internacional sobre Internacionalización del Capital, Proceso de Trabajo y Clase Obrera, promovido por la UNAM, en 1980 --texto ese que fue reeditado por la revista mexicana Teoría y política e incluido en el reading de la UAM El proceso de trabajo en México, en 1984--; Sobre el patrón de reproducción del capital en Chile, escrito em 1980, para fines de discusión con compañeros chilenos exiliados en Cuba, y Crisis, cambio técnico y perspectivas del empleo, presentado en el simposio internacional que se realizó en Medellín, en 1982, sobre La Problemática del Empleo en América Latina y en Colombia. En CIDAMO, en un marco de trabajo colectivo desarrollé, aún, otras líneas complementarias de investigación. Una de ellas, sobre la situación internacional, se centró en las condiciones y consecuencias del paso del sistema mundial de poder de la bipolaridad a la multipolaridad; el resultado de esa reflexión apareció, principalmente, en los análisis de Cidamo Internacional. Otra línea tenía como objetivo las características de la crisis económica mundial y sus implicaciones para América Latina, preocupándose particularmente con los efectos de las nuevas tecnologías en las condiciones de trabajo; enfoqué el tema en el paper que presenté en el IV Congresso de Economistas del Tercer Mundo, en La Habana, en 1981 (publicado en diversas revistas e incorporado en el reading organizado por Sofía Méndez Villarreal para el Fondo de Cultura Económica, La crisis internacional y la América Latina), y regresé a dicho tema en las conferencias que pronuncié, en ese año, en la Universidad de Lisboa y en la Universidad Nacional de Colombia, así como en mi intervención en el encuentro internacional sobre “Las Opciones de América Latina ante la Crisis”, realizado en Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia, en 1983, bajo el patrocinio de ILDES. Una tercera línea de reflexión giró alrededor de los rumbos del socialismo mundial, considerando la crisis de la izquierda europea, en la segunda mitad de los 70, y la cuestión polaca, en 1980 (sobre la cual publiqué algunos artículos menores, en Cidamo Internacional y en El Universal). En cursos y conferencias –en la UNAM, en Cidamo, en Colombia, en Cuba, en Canadá-- empecé a diseñar una reinterpretación del proceso histórico del socialismo, que retomaba, de alguna manera, el enfoque que yo le había dado, en Chile, en el curso sobre la teoría de las revoluciones, señalando la necesidad de ubicar el socialismo en la perspectiva histórica de las luchas de clases nacionales e internacionales, incluyendo las que correspondían a América Latina; el único texto existente, sobre ese tema, y que sólo de lejos da una idea del estado de mi investigación, es el compte-rendu de mi intervención en la Conferencia sobre Movimientos Sociales y Cambio Social en América Latina, realizada en Toronto, en 1982, el que, con el título de "Revolution in Latin America during the 80s", fue incluido en el reading de Two Thirds Editions, Social Movement, Social Change: The Re-Making of Latin America. Sin embargo, el centro, por excelencia, de mis investigaciones continuó siendo el desarrollo capitalista latinoamericano y el modo como era percibido e influido por el proceso teórico. Recurriendo al concepto de patrón de reproducción del capital, que yo había elaborado en Cidamo, replanteé la exposición de ese desarrollo, en los cursos que realicé, entre 1981 y 1983, en el Programa Centroamericano de Maestría en Economía, en Tegucigalpa, y en el doctorado en Ciencia Política de la Universidad de Montreal, así como en la serie de conferencias que pronuncié, en esa época, en el Centro de Estudios sobre América, en La Habana. Paralelamente, sometí, de nuevo, a la crítica la teoría desarrollista de la Cepal y, pasando por la teoría de la dependencia, las corrientes endogenista y neo-desarrollista (que se completaban, en el plan político, con el neo-gramscianismo entonces en boga). Esto correspondía a mi preocupación en desentrañar la matriz teórica de las políticas económicas más o menos liberales que comenzaban a aplicarse en la región y que habían tenido a Chile como laboratorio --preocupación que estaba presente en las conferencias sobre Keynes y Friedman que pronuncié, en 1981, en Bogotá. Aparte del estudio sobre el patrón de reproducción capitalista en Chile, ya mencionado, los resultados de ese trabajo no fueron más allá de mis notas y de las discusiones internas de Cidamo, pero se reflejaron en los cursos y conferencias que realicé en ese período en Nueva York y en Salvador (Bahía), así como en Tegucigalpa, Montreal y La Habana. Fuera de esto, ese trabajo, así como lo que se refiere a la crisis del socialismo, continuó a ocuparme, después de mi regreso o Brasil, en 1984. Con respecto a las cuestiones teóricas planteadas por la Dialéctica de la dependencia, las retomé, en ese tercer exilio, en tres niveles: el ciclo del capital en la economía dependiente, la transformación de la plusvalía en ganancia y el subimperialismo. En lo que se refiere al ciclo del capital, la investigación partió de la relación circulación-producción-circulación, que fue aplicada, primero, a los cambios de la economía brasileña, a partir del primer choque del petróleo; objeto de intervenção en el II Congresso Nacional de Economistas de México, en 1977, que consta de la Memoria del evento, el texto evolucionó para el ensayo "Estado y crisis en Brasil", publicado por Cuadernos Políticos. Y, enseguida, en el plano de la teoría general, analicé, a la luz de esa relación, el movimiento de la economía dependiente en el contexto del ciclo capital-dinero; ese fue el tema de la conferencia pronunciada en un seminario sobre la cuestión agraria y su relación con el mercado, cuyo texto se incluyó en Mercado y dependencia, un reading publicado en 1979. En 1977, terminado mi período como Profesor Visitante, presenté, en la FCPyS, concurso para Profesor Titular B, en el área Histórico-Social --lo que conllevaba prueba de títulos, prueba escrita y prueba oral. Para la prueba escrita, fue sorteado un tema relacionado con América Latina y la economía mundial, y tuve que elaborar una disertación que, para fines de publicación, se llamó "La acumulación capitalista mundial y el subimperialismo". En ese trabajo, me preocupé por deshacer los equívocos que pesaban sobre el concepto de subimperialismo, enfatizando su dimensión económica, e indiqué que él lleva hacia un proceso de diferenciación y jerarquización de la periferia capitalista (hecho que, a su modo, dan cuenta las propias Naciones Unidas, con su concepto de new industrialized countries o NIC). Además de rebatir algunas críticas que me eran hechas --como la de Pierre Salama, para quien yo me equivocaba al preferir la fórmula D-M-D' a la fórmula P...P, cuando, en realidad, esta última no permite captar todo el movimiento de circulación de la plusvalía-- yo enfocaba ahí, de paso, el aspecto político, en polémica con José Agustín Silva Michelena, 1976, que descartaba el concepto de subimperialismo en favor del concepto de potencia mediana, lo que no capta adecuadamente la dimensión económica del fenómeno. El hecho de que no haya profundizado el análisis en esa dirección, desarrollando las indicaciones que doy al final del ensayo, fue un error, ya que eso permitió que el subimperialismo continuara siendo confundido con el concepto de satélite privilegiado (que ganaría nuevos bríos, con la publicación de los libros de Trías, 1977, y Schilling, 1978), abriendo, además, camino para elaboraciones como la de Castañeda, 1980, para quien esos países intermedios eran países imperialistas (en que repetía el equívoco insinuado por Martins, 1972). Aprobado en el concurso, fui, después de dos años de ejercicio, promovido a Titular C, por concurso interno. Desde 1977, yo fungía, también, como Profesor Visitante de la Escuela Nacional de Economía, División de Posgrado, lo que llevó a que, en 1980, yo tuviera que presentar concurso público para Profesor Titular C, en el área de Economía Política. Aunque, en aquel momento, yo ya no pretendiera continuar en la ENE, me pareció necesario cumplir con el requisito, razón por la que me presenté como candidato y, una vez aprobado, presenté mi renuncia. La disertación que me tocó elaborar se refería a los esquemas de reproducción del Libro II, de El Capital, y los sinodales había solicitado que yo considerara su utilización por autores latinoamericanos. El texto que de ahí resultó --publicado, por Cuadernos Políticos, como "Plusvalía extraordinaria y acumulación de capital"-- está dividido en tres partes. En la primera, expongo los esquemas y, entrando en la polémica que ellos suscitaron en diferentes momentos de la historia del marxismo, busco mostrar la finalidad específica que cumplen en la construcción teórica de Marx --la demostración de la necesaria compatibilización de las magnitudes de valor producidas en los distintos sectores de la economía-- y analizo las tres premisas que tanta discusión ocasionaron: a) la exclusión del mercado mundial, b) la existencia de apenas dos clases y c) la consideración del grado de explotación del trabajo como factor constante. En la segunda, parto de la variación de ese último factor, examinando los efectos de los cambios en la jornada, en la intensidad y en la productividad en la relación valor de uso / valor y en la distribución. En la tercera parte, analizo el uso que tres autores dieron a los esquemas: Maria da Conceição Tavares, s/a., Francisco de Oliveira y Mazzuchelli, 1977, y Gilberto Mathias, 1977, mostrando que la primera, además de no romper de hecho con el esquema tradicional cepalino (agricultura - industria - Estado), confunde valor de uso y valor; los segundos, captando con agudeza la contradicción moneda nacional - dinero mundial, acaban por fijarse apenas en el movimiento de la circulación; y el tercero, que nos brinda un brillante análisis sobre el papel del Estado en la determinación de la tasa de ganancia, se olvida de considerar la relación ganancia / plusvalía (retomamos esa discusión en México, en aquel año, ocasión en que Mathias admitió haber equivocado en la crítica que me hacía en su libro, con respecto a la superexplotación del trabajo). Ese ensayo --probablemente, el menos conocido de mis escritos-- es un complemento indispensable a Dialéctica de la dependencia, en la medida que expresa el resultado de las investigaciones, que yo había empezado en Chile, sobre el efecto de la superexplotación del trabajo en la fijación de la plusvalía extraordinaria. Además de una breve incursión a la cuestión de la educación superior en Brasil -- que dio como resultado el texto "Universidad y sociedad", escrito en colaboración con Paulo Speller, con la participación de Guadelupe Bertussi y Geralda Dias, que fue publicado en la Revista de Educación Superior, en México, así como, en inglés, por un instituto de Toronto— debo mencionar, entre los trabajos escritos en México, la respuesta al artículo de Fernando Henrique Cardoso y José Serra, "Las desventuras de la dialéctica de la dependencia", que titulé "Las razones del neodesarrollismo" (pensé llamarlo "Porqué me ufano de mi burguesía", ironía que Cardoso y Serra merecían); el artículo y la respuesta se publicaron en edición especial de la Revista Mexicana de Sociología, a fines de 1978. El artículo tenía dos motivaciones. La primera era el antiguo desentendimiento con la posición de Cardoso, que él expusiera en diversos trabajos, y que yo respondiera parcialmente en el posfacio de Dialéctica de la dependencia y en el prefacio de 1974 a Subdesarrollo y revolución. La segunda era la clara preocupación de los autores con la amnistía política que se aproximaba y que podría abrirme espacio en Brasil. Es, sin duda, la cosa más estúpida que ya se había escrito en contra mía, lo que me obligó –haciendo a un lado cierta indiferencia que siempre sentí por la suerte de mis escritos— a hacer una réplica en forma. Tarea, además, no muy difícil: pretendiendo situarse en el terreno del marxismo, el ataque no logra ir más allá del instrumental teórico ricardiano (autor que Serra seguramente estudiara en su curso de doctorado recién concluido), confundiendo, por tanto, valor de uso y valor, así como ganancia y plusvalía, a la vez que --preocupado en combatir tesis inerciales que yo, supuestamente, había defendido-- incurre en una grotesca apología del capitalismo brasileño. La polémica tuvo gran difusión en el exterior y no pareció haber sido lograda la descalificación perseguida por los autores del ataque, a diferencia en Brasil, donde mi respuesta ni siquiera fue publicada. Con la amnistía política, en 1979, pude regresar, en diciembre, después de 14 años. Sin embargo, continué vinculado con México, con breves visitas a Brasil, en 1982 (cuando fui arrestado, de nuevo, por casi tres días) y, en año sabático, a fines de 1983 y principios de 1984. En el segundo semestre de ese año, decidí regresar definitivamente, aunque sólo en diciembre renunciara a mi cargo, en la UNAM. Llegaba al fin mi exilio, que durara casi veinte años. 5. El regreso Y veinte años --sobretodo se corresponden a nuestra fase de afirmación y desarrollo profesional- cuentan mucho. Cuentan aún más si el país a que regresamos, a pesar de haber tenido su movimiento general determinado por las mismas tendencias que rigieron el de América Latina participando, pues, del mismo proceso de hipertrofia de las desigualdades de clase, de la dependencia externa y del terrorismo de Estado que la caracterizó en ese periodo, lo hizo acentuando su aislamiento cultural en relación con Latinoamérica y lanzándose a un consumo compulsivo de las ideas en moda en los Estados Unidos y en Europa. En mi segunda visita a Brasil, a mediados de 1980, en respuesta a una invitación de la Escuela Interamericana de Administración Pública, yo ya había tomado conciencia de eso. En efecto, al participar en una mesa redonda con economistas del Movimiento Democrático Brasileño (MDB), en Río de Janeiro, había sido, no sin sorpresa, el único a contestar la tesis de que Brasil, bajo la dictadura militar, ampliara las bases de su autonomía en el plano internacional y disponía de condiciones envidiables para enfrentar los desafíos de la década de 1980. Los acontecimientos posteriores a la moratoria mexicana de 1982, para no hablar de la trayectoria seguida después por el país, llevarían a la mayoría de ellos a cambiar ese punto de vista. Pero la revisión no fue suficiente para transformar cualitativamente el pathos cultural que la dictadura impuso a la elite intelectual brasileña. Para que ésta se tornara en lo que es hoy concurrió decisivamente, además del exilio sufrido por la intelectualidad rebelde de los años 60, una política coherente, basada en un conjunto de instrumentos: la censura, que erigió una barrera para la rica producción sociológica, económica y política latinoamericana de ese período; la creación de nuevos medios de comunicación, en particular la televisión, funcionales al sistema; la intervención en las universidades, que expulsó profesores y alumnos, mutiló los planes de estudio y, a través de la privatización, degradó hasta el límite la calidad de la enseñanza; y el destino de grandes presupuestos para la investigación y el posgrado, conllevando nuevos criterios para la selección de temas y el otorgamiento de las becas de estudio para Estados Unidos y algunos centros europeos. El análisis de la política cultural de la dictadura, iniciada con los acuerdos MEC-USAID, y de sus consecuencias aún está por ser hecho, representando un ajuste de cuentas indispensable para que Brasil pueda descubrir su verdadera identidad. Sin embargo, esa política hubiera resultado menos exitosa si el sistema no hubiera cooptado tantos intelectuales, inclusive aquellos que se encontraban en oposición al régimen. Ocurrió en el país un fenómeno curioso: intelectuales de izquierda, que ocuparon posiciones en centros académicos, o que los creaban con el fin principal de ocupar posiciones, establecían a su alrededor una red de protección contra el asedio de la dictadura y utilizaban su influencia sobre el destino de presupuestos y de becas para consolidar lo que habían conquistado, actuando con base en criterios de grupos. Sin embargo, lo que aparecía, originalmente, como autodefensa y solidaridad se tornó, con el pasar del tiempo --principalmente con el inicio de la desvinculación del régimen, a fines de los años 70-- una vocación irresistible para el corporativismo, la complicidad y el deseo de exclusión de todo aquello --cualquier que fuera su connotación política-- que amenazara el poder de las personas y grupos beneficiarios de ese proceso. Por otra parte, en el ambiente cerrado en que se sofocaba el país, resultaba provechoso, para los que en él podían entrar y salir libremente, monopolizar y personalizar las ideas que florecían en la vida intelectual de la región, adecuándolas previamente a los límites establecidos por la dictadura. En este contexto, la mayoría de la intelectualidad brasileña de izquierda colaboró, de manera más o menos consciente, con la política oficial, cerrando el camino para la difusión de los temas que agitaron la izquierda latinoamericana en la década de 1970, marcada por procesos políticos de gran trascendencia y concluida con una revolución popular victoriosa. El fenómeno no era exclusivamente brasileño o, con el paso del tiempo, fue dejando de serlo. Después de los movimientos de 1968, Europa y Estados Unidos vieron agudizar las luchas de clases y tuvieron que enfrentar iniciativas populares y de izquierda, que desafiaban el sistema dominante. Ya mencionamos que, a mediados de los 70, el resultado de esas luchas pasó a ser favorable a las fuerzas del establishment. Mencionamos, también, que, desde el golpe chileno de 1974, la socialdemocracia europea pasó a actuar en el escenario intelectual latinoamericano, en lo que había sido precedida por las fundaciones de investigación estadounidenses y acompañada por las instituciones culturales financiadas por las iglesias y por la democracia cristiana. En Brasil y en el resto de América Latina, la disputa por la obtención de los recursos otorgados por ellas reconstituyó la elite intelectual sobre bases totalmente nuevas, sin cualquier relación con las que --fundadas en la radicalización política y en el ascenso de los movimientos de masas-- la habían sostenido en la década de 1960. Un análisis ejemplar de eso fue realizado por Agustín Cueva, en un ensayo incluido en su libro América Latina en la frontera de los años 90, así como por James Petras, en el artículo "La metamorfosis de los intelectuales latinoamericanos" (Brecha, Montevideo, 1988). Sea como fuera, ese era el país al cual yo debía reintegrarme. Es natural que, al llegar, me aproximara de los antiguos compañeros de luchas y de exilio, a los cuales las elecciones de 1982 habían proporcionado nuevo campo de acción, en especial Darcy Ribeiro, Neiva Moreira y Theotonio dos Santos. Darcy, entonces preocupado por introducir una cuña en la Universidad Estatal de Río de Janeiro, con el fin de promover la recuperación de ese auténtico "elefante blanco", me solicitó un proyecto de un centro de estudios nacionales, que sería creado ahí. Después de terminarlo, participé, con Darcy, en las negociaciones con la rectoría de la UERJ y en la convocatoria a destacados intelectuales de izquierda. Sin embargo, la resistencia opuesta por la Universidad llevó el proyecto al fracaso, y durante todo el mandato de Brizola ella logró mantenerse intocable. Con Neiva Moreira, empecé a colaborar en la redacción del Jornal do País, quincenal, asumiendo la dirección de un suplemento de seis páginas del que, en 1984, se publicaron unos siete u ocho números --dedicados a cuestiones como las relaciones Brasil-Estados Unidos, la industria de la informática, la crisis de la universidad, la proliferación de las sectas religiosas, la prensa alternativa, las implicaciones ecológicas de la presa de Tucuruí– pero nuestras diferencias de criterio, sumadas a la crisis que se abatió sobre el periódico, me llevaron a abandonar el trabajo. En 1985 y 1986, editamos juntos una revista trimestral, Terra Firme, de la cual fueron publicados dos números y que, ante las presiones de la campaña electoral de 1986, se interrumpió. Con Emir Sader y José Aníbal Peres de Pontes, intenté aún la creación de una revista teórica, sin éxito. A esa fase, marcada por el intento de crear medios para llegar al gran público brasileño, pertenece mi ensayo "Posibilidades y límites de la Asamblea Constituyente", incluido en la colactánea organizada por Emir para la Brasiliense, con el título Constituinte e democracia no Brasil hoje. Fue con Theotonio, que ocupaba un cargo de dirección en la Fundación Escuela de Servicio Público (FESP) de Río de Janeiro, que encontré condiciones de trabajo más favorables. Órgano secundario en el esquema administrativo de Río, la FESP puede actuar con cierta libertad, aunque sus iniciativas, por celos y rivalidades con personas del equipo del gobierno, hayan sido en general mal recibidas y, a lo máximo, toleradas. Asumí la coordinación de proyectos académicos, y donde tuve que, principalmente, ocuparme de la creación de un curso de grado en administración pública. La idea era interesante, pero iba contra la corriente. Después de la iniciativa pionera de la EBAP, en los años 50, los cursos de administración habían proliferado en el país, principalmente en el área privada de la enseñanza (por su bajo costo), pero totalmente vueltos hacia la administración de empresas. La propia Fundación Getulio Vargas descaracterizó, primero, la EBAP, suprimiendo el régimen de tiempo integral, así como las becas de estudio, además de aligerar en el curriculum la fuerte carga de ciencias sociales, para, finalmente, extinguirla, a principios de la década de 1980. Después de concluir el proyecto del Curso Superior de Administración Pública (CESAP) y acompañar su trámite, hasta verlo autorizado por el Presidente de la República, a principios de 1986, asistí a su empantanamiento, por falta de recursos, y a su inviabilidad, con la derrota de Darcy Ribeiro en las elecciones para gobernador de Río. Es justo destacar el apoyo entusiasta que tuve, en esa empresa, de Newton Moreira e Silva, entonces director de la FESP, y de Yara Coelho Muniz, mi secretaria, colaboradora y amiga. En ese ínterin, aprovechando el espacio de que disponía Theotonio y contando con la colaboración de un equipo, en que se destacaban Helio Silva, Gustavo Senechal, Bolívar Meireles y Paulo Emilio, fue posible hacer algo --para lo que concurrió el apoyo de la Universidad de las Naciones Unidas (UNU) y del propio Consejo Nacional de Investigaciones (CNPq por sus siglas en portugués), a partir del momento que José Nilo Tavares, rompiendo el círculo corporativo típico de la institución, asumió ahí un cargo de dirección. Apoyados en eso, procuramos airear el ambiente intelectual brasileño, poniendo en escena temas, personajes y enfoques relevantes en los círculos internacionales de izquierda, pero que venían siendo sistemáticamente excluidos de los eventos científicos y culturales del país. Aunque el resultado haya sido muy inferior al que esperábamos, vale la pena reseñar algunas de las iniciativas más interesantes. En 1984, se realizó el Congreso Internacional de Economistas, promovido por la FESP y por las Facultades Integradas Estácio de Sá, al que comparecieron, entre otros, Andre Gunder Frank (que no venía a Brasil desde 1964) e Immanuel Wallerstein. Pronuncié una conferencia sobre "Crisis y reordenamiento de la economía capitalista mundial", en la cual destacaba la tendencia a la formación de bloques económicos e indagaba, en ese contexto, sobre el futuro de América Latina. Durante el Congreso, fui abordado de sorpresa por periodistas de la revista Isto É, dando como resultando un reportaje sensacionalista, en que aparecía, una vez más, como gran responsable por la lucha armada en Brasil. En 1985, en el marco de una investigación sobre movimientos sociales, patrocinada por la UNU, se realizó un seminario nacional, donde presenté un paper sobre el movimiento obrero en Brasil, que fue publicado (con los demás trabajos) en la revista que creamos en la FESP, Política e Administração, y se reeditó en Cuadernos Políticos; esa línea, que tuvo otros desdoblamientos, culminaría con el seminario sobre movimientos sociales y democracia en Brasil, realizado en 1986, al que CLACSO también se asoció. Aún en 1985, con la UNU, la FESP copatrocinó el seminario internacional sobre "El papel del Estado en la seguridad de América Latina ante la amenaza a la paz", donde participaron, entre otros, José Agustín Silva Michelena, Orlando Fals Borda, Héctor Oquelí y Heinz R. Sonntag –yo presenté un paper sobre la Geopolítica latinoamericana, en que aprovechaba para examinar el estado en que se encontraba la cuestión del subimperialismo-- y otro seminario, sobre "Crisis internacional, reordenamiento de la economía mundial y estrategias del desarrollo científico y tecnológico", donde impartí una conferencia sobre "El pensamiento económico en América Latina". El mayor acontecimiento de 1986 y, sin duda, el más impactante en mi período en la FESP, fue el Curso Conmemorativo "Treinta Años de Bandung", en el nivel de posgrado, bajo los auspicios de la UNU --que esperaba realizar otros similares en India y en Egipto, lo que no se concretó plenamente. Con un buen financiamiento y la colaboración eficiente de Flavio Wanderley Lara, pudimos traer trece becarios africanos y latinoamericanos, a los cuales se sumaron cerca de siete brasileños, así como excelentes conferencistas, entre los cuales Harry Magdoff, Elmar Altvater, Otto Kreye y Tomás Vasconi. Mi curso, relativo a "Teorías del desarrollo económico y de la dependencia", me permitió sistematizar los resultados a que llegara mi investigación sobre el tema. Aprovechando, en parte, la infraestructura de ese curso y el apoyo del CNPq y de la Fundación Alexandre de Gusmão, realizamos, junto con la FLACSO, el curso de posgrado "Brasil y América Latina en el sistema internacional", donde participaron también Edelberto Torres-Rivas, René Dreyfus, Roberto Bouzas, Mónica Hirst, Vania Bambirra, Antonio Carlos Peixoto, Luiz Alberto Moniz Bandeira y otros. En ese curso, entre otros, traté de la integración latinoamericana y de las relaciones internacionales de Brasil y orienté dos disertaciones --sobre la acción del IBAD en Brasil y sobre el subimperialismo brasileño en Bolivia. Entre los eventos internacionales que la FESP promovió, aún debo mencionar el XVI Congreso Latinoamericano de Sociología, con el apoyo de la UERJ, donde coordiné el seminario sobre "Imperialismo, colonialismo y democracia" y presenté el paper sobre El movimiento obrero y la democracia; y el II Simposio Latinoamericano de Política Científica y Tecnológica, donde mi intervención trató sobre progreso técnico y empleo. La larga estancia en el exterior a que el exilio me había orillado me llevó, a mi regreso, a retraerme con respecto a la participación en eventos fuera de Brasil. Sin embargo, en 1985, atendiendo aún a compromisos anteriores, viajé a México, a Cuba y a Puerto Rico. En México, se trataba de un seminario promovido por el Servicio Universitario Mundial (SUM) sobre problemas de la democracia; el paper que presenté, La lucha por la democracia en América Latina, fue publicado por Cuadernos Políticos y, más tarde, en la revista de la Universidad de Brasilia, Humanidades. El viaje a La Habana se realizó en el cuadro del encuentro internacional promovido por el Presidente Fidel Castro, sobre la deuda externa del Tercer Mundo, que tuvo carácter más político que académico. Finalmente, en San Juan, participé del II Congreso de Sociología de Puerto Rico, pronunciando una conferencia sobre la crisis del pensamiento latinoamericano, además de otras, sobre temas variados, en facultades e institutos de universidades locales. En 1986, teniendo como perspectiva mi alejamiento de la FESP, como consecuencia del resultado de las elecciones estatales, recibí una comunicación del rector de la Universidad de Brasilia, Cristovam Buarque, que me informaba sobre gestiones en curso para mi reintegración a la institución. Se trataba de un cambio radical en la política adoptada por la Universidad al respecto, ya que la UnB había ignorado inclusive la solicitud que yo había hecho en ese sentido, luego de la amnistía de 1979. Gracias al empeño del nuevo rector y al esfuerzo y dedicación de la profesora Geralda Dias, del Departamento de Historia, así como del profesor José Geraldo Júnior, que fueron los responsables por el levantamiento y análisis de los hechos, fui uno de los primeros de una numerosa lista de profesores y funcionarios reintegrados, lo que vino a reparar una de las muchas arbitrariedades cometidas por la dictadura. En marzo de 1987, ya dimitido de la Fesp por la nueva administración nombrada por el gobernador Moreira Franco, me transferí a Brasilia. Adscrito al Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales, yo iría a reencontrar en la UnB a viejos amigos, como Vania Bambirra, Theotonio dos Santos, Geralda Dias, Luiz Fernando Victor, entre otros, además de hacer nuevas amistades, en especial Adalgisa Rosario, Argemiro Procopio, Cristovam Buarque, Luiz Pedone y David Fleischer. Asumí, luego de un semestre de adaptación, la carga docente regular que impone, semestralmente, la realización de un curso de licenciatura y otro de posgrado. Entre 1987 y 1989, eso conllevó, en el primer caso, impartir los cursos de Cambio Político en Brasil y Teoría y Metodología Marxista I y II (estos últimos, creados por sugerencia mía) y, en el segundo caso, los de Teoría Política del Estado, Temas Especiales en Teoría Política y Estado, Elites y Sociedad. Ejercí, también, la función de coordinador del Programa de Posgrado en Ciencia Política, y además fui miembro del Consejo Académico del Programa de Doctorado en América Latina, patrocinado por la UnB y por la FLACSO, y miembro del Consejo Editorial de la Universidad de Brasilia. Además, participé como sinodal de concurso público para profesor y de examen de proyectos de tesis de grado y posgrado, además de orientar tesis de maestría en Ciencia Política. Con respecto a la participación en reuniones, en ese período, debo destacar, en el nivel de la UnB, el seminario sobre "La perestroika: implicaciones para la sociedad soviética y el sistema de relaciones internacionales", realizado con la USP, la UFRJ y el Cebrade, como comentarista a uno de los conferencistas soviéticos, en 1988, y en el seminario "Las perspectivas de Europa unificada y la integración latinoamericana", promovido por el Departamento de Ciencia Política y el Instituto Goethe, en 1990, cuando pronuncié una conferencia sobre "El desarrollo de la economía mundial y la integración latinoamericana". Además de conferencias y mesas redondas realizadas en la UFRJ y en la UERJ, en 1987, debo mencionar mi participación en seminarios del ILDES, en São Paulo y en Río, en 1988 y 1989, sobre un tema de investigación al que después haré referencia. En el plano internacional, participé, en 1987, en el seminario, en Managua, sobre "Crisis y alternativas de América Latina", patrocinado por el Frente Sandinista de Liberación Nacional, y el paper que presenté --Democracia y socialismo— fue incluido en el reading que, con trabajos de Pablo González Casanova, Martha Harnecker y Tomás Vasconi, y conservando el nombre del seminario, se publicó en Montevideo, en el año siguiente; y, en 1989, pronuncié una conferencia sobre la economía mundial y la integración latinoamericana, en la Facultad de Ciencias Sociales, de la Universidad de Buenos Aires. Durante ese período, se acentuó una tendencia que se había hecho presente después de mi regreso al Brasil y de la cual sólo recientemente había tomado conciencia, que es identificada con agudeza por Agustín Cueva, en su ensayo ya citado. Se trata de la sustitución de actividades más abiertas, que buscan comunicación con un público más amplio, tendiendo a incidir en el proceso de formación de opinión, y que se expresan en libros, ensayos y artículos de alcance general, por actividades de carácter más especializado, circunscritas a grupos cerrados, cuya forma de expresión natural es el informe o el paper, y que sólo eventualmente trascienden al público a través de materias periodísticas (como la entrevista que me hizo Emir Sader para la revista Senhor, en 1987, donde yo criticaba la industria brasileña, por su falta de competitividad y su parasitismo con respecto al Estado). En esta línea, entre 1986 y 1989, realicé tres investigaciones. Con José Luis Homem da Costa y Rodrigo Cárcamo de Olmos, realicé un estudio para ILDES, cuyo informe, concluido en 1986, se llamó Desarrollo económico, distribución del ingreso y movimientos sociales en Brasil. Además de actualizarme con respecto a la polémica sobre la distribución del ingreso, que tuvo lugar en Brasil en la década de 1970, esa investigación me llevó a la interesante constatación de que la aceleración de la concentración del ingreso, iniciada en los 60, pierde fuerza a fines de los 70 y principios de los 80, debido, a mi modo de ver, al ascenso de los movimientos sociales que se registra entonces en el país. El fortalecimiento del bloque burgués, en la llamada Nueva República, la retracción de las inversiones productivas en provecho de la especulación financiera y las ofensivas lanzadas contra los trabajadores --con destaque para los planes económicos que se inician en 1986-- revirtieron, a lo que todo indica, esa tendencia. Aún en aquel año, habiendo el CNPq aprobado un proyecto que presenté, relativo a la industria automovilística, inicié su desarrollo, que terminé en 1989. En 1987, presenté un informe de la primera parte, con el nombre de Crisis y reconversión de la industria automovilística mundial, y está en proceso el informe final, que analiza su impacto en Brasil y que me permitió conocer mejor el desempeño de un sector clave de la economía nacional y sus relaciones financieras y tecnológicas con los grandes centros. Conviene observar que --dentro de la política del CNPq de repartir los pocos recursos de que dispone parsimoniosamente, de suerte que, atendiendo a muchos, nunca subvenciona un proyecto de manera suficiente –me vi orillado a modificar el plan inicial, que consistía en incluir en el análisis México y Argentina, aprovechando mis contactos y mi conocimiento sobre esos países. La tercera investigación, finalmente, se debió a la iniciativa de ILDES en el sentido de patrocinar un amplio estudio sobre el déficit público brasileño, el que integró proyectos de investigadores de Río, de São Paulo y de Brasilia --entre ellos, Eduardo Suplicy, Paulo Sandroni, Maria Silvia Bastos, Vitor Mereje, Theotonio dos Santos y Vania Bambirra. En ese marco, tomé como tema la política de incentivos y subsidios a la exportación de manufacturas, y realicé dos informes: uno, preliminar, que estimaba, de manera general, el efecto de esos incentivos y subsidios sobre el déficit público, titulado La política de fomento a las exportaciones y el déficit público en Brasil, presentado a fines de 1988; y otro, en que analicé en detalle las políticas gubernamentales que dieron origen a la sustitución de importaciones, en la década de 1950, el intento pos-64 de suprimirlas en favor del fomento a las exportaciones y, en fin, la combinación de ambas, principalmente después del choque petrolero de 1973, lo que resultó en el proteccionismo exacerbado y en la sangría en gran cantidad de recursos públicos, en favor de los grupos empresariales privados --informe este presentado en 1989, con el título Estado, grupos económicos y proyectos políticos en Brasil, 1945-1988. Es justo registrar aquí la dedicación que, en todas esas investigaciones, demostró mi asistente, Maria do Socorro F. Carvalho Branco, así como Luciana de Amorim Nóbrega. La carga de trabajo que esas investigaciones conllevó, y que se sumaba a mis actividades académicas normales, fue siendo, poco a poco, percibida como un mecanismo de drenaje de mi vida intelectual en favor de mi refuncionalización al sistema científico-cultural vigente en el país. De hecho, ella implicaba que las inquietudes y objetivos de investigación, derivados de mi propia trayectoria de trabajo, así como la selección de temas de estudio a que ella tiende, fueran dislocados del centro de mi ocupación principal, pasando a recibir un tratamiento marginal, lento y penoso, y eso cuando recibían alguno. Una virosis que me atacó en 1989, que redujo mi capacidad de trabajo durante buena parte del año, y las huelgas que entonces agitaron la UnB me llevaron a postergar la búsqueda de una solución al problema, tanto más que, debido a las huelgas, el segundo semestre lectivo de aquel año continuó en 1990. Así, recién en mayo me fue posible suspender mis actividades académicas, gracias a una licencia sabática, para --renunciando también a la búsqueda de financiamiento para mis proyectos de investigación-- dedicarme a reponer en su camino mi vida intelectual. Este es el punto en que me encuentro. 6. A manera de balance Un trabajo de esta naturaleza quedaría incompleto sin un intento de auto-objetivación, es decir, si no procurara percibir, de manera relativamente impersonal, cómo los demás vieron mi actividad intelectual, a lo largo de su desarrollo. La manera que encuentro para hacerlo --necesariamente limitada, ya que sólo puedo darme cuenta de las reacciones de intelectuales iguales a mí-- consiste en realizar una reseña de la aceptación o del rechazo a mis escritos. Además de las limitaciones inherentes a ese procedimiento, el resultado a que llegué será aún más insatisfactorio, debido al hecho de que me ocuparé apenas de lo que conozco, sin recurrir a una investigación ex professo. Al considerar la repercusión de mi trabajo intelectual en los medios científicos y académicos, distingo tres momentos. El primero, que se inicia con la publicación de los artículos que escribí en México y que va hasta 1973, corresponde a la libre utilización por otros de conceptos por mí elaborados, sin el cuidado de identificación de la fuente, posiblemente por tratarse de un autor poco conocido. A esa regla general escaparon, a rigor, Frank, 1967, y Martins, 1972. Esta es, también, la fase en que empiezan a surgir trabajos --en su mayoría tesis de grado-- inspirados y, a veces, orientados por mí. Al final, se registra la primera manifestación explícita de divergencia conmigo --Cardoso, 1972-- y una observación premonitoria: "La originalidad del ensayo de sistematización del problema (de la dependencia) hecho por Marini... da al texto un gran valor, si bien no lo exime de contener partes muy controvertibles" (De Los Ríos, 1973, refiriéndose al artículo de Sociedad y Desarrollo que contiene la primera versión de Dialéctica de la dependencia). Cuando dejé Chile, vería ese doble aspecto de mi trabajo. Con la publicación de Dialéctica de la Dependencia, se inicia la segunda fase del proceso que estoy examinando: junto con la utilización amplia --y, ahora, reconocida-- de mi trabajo, como base teórica y metodológica, por parte de muchos estudiosos (en general, jóvenes), él pasa a ser discutido, cuestionado y -casi siempre, con pasión y, hasta, con mala fe-- atacado. Señalé, a su tiempo, que no viví aisladamente esa experiencia, que se verificaba en el contexto de la crítica a la teoría de la dependencia, que se inicia en 1974. Sin embargo, no hay duda que, con excepción de Frank, mi obra fue el objetivo más visado --lo que no se puede disociar, a mi ver, de la posición política que le corresponde. Así, recién publicado mi libro, aparecía, al lado del elogio de Blanco Mejía, la crítica de Arauco, 1974, al concepto de superexplotación --por él identificado como el de plusvalía absoluta, error en que no sería el primero ni el último a incurrir-- mientras Cueva, 1974, en un ensayo que marcó época, abría fuego contra el dependentismo como escuela, ahí incluidos Frank, Cardoso, Theotonio dos Santos, Vania Bambirra y yo. Los trabajos de Arauco y de Cueva, presentados al XI Congreso Latinoamericano de Sociología, en Costa Rica, fueron productos de discusiones internas en el CELA-UNAM, donde yo recién me había incorporado, pero de las cuales no participé, y dieron inicio a la ofensiva contra la teoría de la dependencia. En texto más reciente, refiriéndose a eso, Cueva afirma que "nunca pensamos que nuestras críticas de mediados de los años 70 a la teoría de la dependencia, que pretendían ser de izquierda, podrían sumarse involuntariamente el aluvión derechista que después se precipitó sobre aquella teoría" (Cueva, 1988). En lo que me dice respecto, el punto culminante de la ofensiva se sitúa en 1978, con los trabajos de Serra/Cardoso y Castañeda/Hett. Pero también es cuando me deparo con el primer intento serio para, sobreponiéndose al calor de la polémica, recuperar en otro nivel algunas de las cuestiones suscitadas en la discusión: en Leal, 1978, el autor, partiendo de la teoría marxista del proceso de trabajo, examina sucesivamente Baran (cap. I), Frank, Cardoso/Faletto y Prebisch (cap. II) y Marini (cap. III), con el fin de determinar en qué medida esos autores contribuyen a fundar una teoría del capitalismo latinoamericano. Independientemente de estar o no de acuerdo con las conclusiones a que llega Leal, el camino por él elegido es, sin duda, el más adecuado para pasar de lo que fue capaz de pensar la teoría de la dependencia a un tipo de conocimiento superior. Esa será, además, la tendencia que se afirmará en los estudios sobre el asunto, una vez serenados los ánimos. De la producción de ese período, cabe destacar Arroio/Cabral, 1974; Osório, 1975; Fröbel/Jürgen/Kreye, 1977; Bambirra, 1978; Castro Martinez, 1980; Torres Carral, 1981, y Chilcote/Johnson, 1983, así como la mayoría de las tesis que, orientadas por mí, fueron defendidas en México, a diferentes niveles, entre 1980 y 1984, como obras que contribuyeron a ampliar mi horizonte de investigación y a refinar mi instrumental de análisis. Sin embargo, por razones diametralmente opuestas, es necesario hacer dos referencias especiales. La primera --Osorio, 1984-- estudia el desarrollo del pensamiento latinoamericano, a partir de la teoría de la dependencia, y el nexo existente entre éste y el proceso sociopolítico de la región, iluminando, bajo muchos aspectos, los orígenes y motivaciones de las expresiones teóricas que ese pensamiento asumió. La segunda --Mantega, 1984-- toma lo que supone ser el moderno pensamiento marxista en Brasil, considerando las obras de Caio Prado Jr., Frank y Marini, para, con base en un enfoque ideológico y mucha falta de información (a punto de citar, de mis trabajos, solamente la edición de 1969 de Subdesarrollo y revolución y la traducción por una revista brasileña de uno de mis artículos de 1965 --que, como ya planteé, sirvieron de insumo al libro en cuestión), concluir con una crítica antitrotskista, que no sólo carece de sentido, como sorprende por su intolerancia, además de ser anacrónica. En efecto, a partir de 1984, la actitud con relación a mi trabajo y, en general, a la teoría de la dependencia entra en una nueva fase, que toma dos caminos, aun cuando reincide en el estilo del segundo período (Cismondi, 1987): el primero consiste en considerar uno y otra como hechos de necesario registro en la historia del pensamiento latinoamericano, y el segundo, en buscar, en el sendero por ellos abierto, nuevos desarrollos teóricos. Se debe mencionar, en el primer caso, Bottomore, 1988, y Kay, 1989 --y, aún, Davydov, 1985-1986, por mucho que este se resienta del atraso de la teoría social en la Unión Soviética--; y, en el otro, Kuntz, 1984; Dussel, 1988; Cueva, 1988 y 1989, y Osorio, 1990, que procuran recuperar y trascender, en el plano del marxismo, la teoría de la dependencia. También se debe mencionar Bordin, 1988, que se sirve de ella para reinterpretar los fundamentos y las proyecciones de la teología da liberación. Finalmente, debo concluir insistiendo en un rasgo peculiar de la teoría de la dependencia, cualquiera que sea el juicio que se haga: su contribución decisiva para alentar el estudio de América Latina por los propios latinoamericanos y su capacidad para, invirtiendo por primera vez el sentido de las relaciones entre la región y los grandes centros capitalistas, hacer con que, en lugar de receptor, el pensamiento latinoamericano pasara a influir sobre las corrientes progresistas de Europa y de los Estados Unidos; basta citar, en este sentido, autores como Amin, Sweezy, Wallenstein, Poulantzas, Arrighi, Magdoff, Touraine. La pobreza teórica de América Latina, en los años 80, es, en una amplia medida, resultado de la ofensiva contra la teoría de la dependencia, lo que preparó el terreno para la reintegración de la región al nuevo sistema mundial que empezaba a gestarse y que se caracteriza por la afirmación hegemónica, en todos los planos, de los grandes centros capitalistas.