B. DEL COLONIALISMO AL IMPERIALISMO
2. Industrialización, libre comercio y subdesarrollo
La primacía económica y política de Gran Bretaña y la independencia política de América Latina a raíz de las guerras napoleónicas, dejaron a tres grandes grupos de intereses la decisión del futuro de América Latina en su lucha tripartita: a) los intereses agrícolas, mineros y comerciales de América Latina, que aspiraban a mantener el subdesarrollo conservando la vieja estructura de exportación —y sólo deseaban sustituir a sus rivales ibéricos en sus privilegiadas posiciones—; b) los industriales y otros grupos de intereses de las regiones arriba mencionadas y otras del interior, que intentaban defender sus nacientes y aún débiles economías de desarrollo contra el comercio libre y el financiamiento externo, que amenazaban aniquilarlos; y c) la victoriosa Inglaterra, en expansión industrial, cuyo ministro de Relaciones Exteriores lord Canning anunció en 1824: "Hispanoamérica es libre; y si no manejamos mal nuestros asuntos, ella es inglesa". Las líneas de batalla estaban tendidas con la tradicional burguesía Iatinoamericana en natural alianza con la burguesía industrial-mercantil de la metrópoli, contra los débiles industriales nacionalistas de América Latina. El resultado estaba prácticamente predeterminado por el anterior proceso histórico del desarrollo capitalista, que de esta manera había dispuesto las cartas.
En 1824, siguiendo las pautas señaladas por Canning, Inglaterra comenzó —sobre todo por intermedio de Baring Brothers— a conceder empréstitos masivos a varios gobiernos latinoamericanos que habían iniciado la vida con deudas contraídas en las guerras de independencia a incluso con las heredadas de sus predecesores colonialistas. Los préstamos, por supuesto, fueron concedidos para abrir el camino al comercio con Inglaterra; y en algunos casos se les acompañó de inversiones en minería y otras actividades. Pero la hora no había llegado aún.
Analizando este episodio. Rosa Luxemburgo se pregunta con Tugan-Baranovski, a quien cita: "¿Pero de donde obtuvieron los países suramericanos los medios para duplicar en 1825 las compras de 1821? Los ingleses mismos Ies suministraron estos medios. Los empréstitos emitidos en la bolsa de Londres servían de pago por las mercancías importadas". Y comenta, citando a Sismondi: "Mientras duró este singular comercio, en el que los ingleses sólo exigían a los latinoamericanos ser tan amables para comprar mercancías inglesas con capital ingles, y consumirlas en su nombre, la prosperidad de Ia industria inglesa parecía deslumbrante. No había ingresos, sino que el capital ingles se empleaba para impulsar el consumo: los ingleses mismos compraban y pagaban por sus propias mercancías, las que enviaban a América Latina, privándose solamente del placer de consumirlas." (Luxemburgo, 422-424). En estas condiciones el comercio exterior no era en verdad suficientemente provechoso para Ia metrópoli y los empréstitos británicos a América Latina se agotaron alrededor de 1830 y no reaparecieron durante un cuarto de siglo. Pues el comercio exterior únicamente no ha sido nunca el principal interés de las metrópolis, y menos aún con países —como muchos de los latinoamericanos de entonces— cuya capacidad de exportación de materias primas había sido seriamente disminuida por el deterioro de las minas y el estimulo a los cultivos de subsistencia ocasionados por la guerra, y en los cuales los intereses nacionalistas e industriales habían comenzado a imponer tarifas proteccionistas tras Ias que (como en México) empezaban a levantarse fábricas textiles tan completas y modernas como las de la misma Inglaterra de entonces. (Y para la sola inversión en el exterior, tal como la de hoy, el capitalismo metropolitano no se había desarrollado aún lo suficiente). Esta situación había de remediarse en América Latina antes de que el comercio y el capital foráneos pudiesen jugar un papel más importante en el desarrollo capitalista. En las dos décadas siguientes, el comercio y el capital contribuyeron a los cambios que necesitaban en América Latina, pero solo en combinación con la diplomacia metropolitana y los bloqueos navales, tanto como con las guerras internacionales y civiles.
En el período, que va de mediados de la década de los años 20, hasta mediados de los años 40 ó 50, los intereses nacionalistas del interior eran todavía capaces de obligar a sus gobiernos a implantar tarifas proteccionistas en muchos países. Industria, marina de bandera nacional, y otras actividades generadoras de desarrollo evidenciaban señales de vida. Al mismo tiempo, los propios latinoamericanos rehabilitaban las minas abandonadas y abrían otras nuevas, y comenzaron a incrementar sus sectores de exportación agrícola y de otras materias primas. Para favorecer e impulsar el desarrollo económico interno, al igual que para responder a la creciente demanda externa de materias primas, los liberales lucharon por diversas reformas, principalmente la agraria, e impulsaron también la inmigración, que incrementaría la fuerza doméstica de trabajo y expandiría el mercado interno.
Las burguesías latinoamericanas, orientadas comercialmente hacia la metrópoli, y sus aliados nacionales de la minería y Ia agricultura, se opusieron a este desarrollo capitalista autónomo, ya que las tarifas proteccionistas interferían sus intereses comerciales; y lucharon contra Ios industriales nacionalistas y los derrotaron en las guerras civiles de Ios años 30 y 40 entre federalistas y centralistas. Las potencias metropolitanas ayudaron a sus socios menores de América Latina con armas, bloqueos navales, intervención militar directa e instigación de nuevas guerras dondequiera que fue necesario, como la de la Triple Alianza contra Paraguay, que perdió el 86% de su población masculina en defensa de su ferrocarril financiado nacionalmente y de su esfuerzo de desarrollo autónomo genuinamente independiente.
El comercio y la espada estaban preparando a América Latina para el libre comercio con la metrópoli, y para que así fuese había que eliminar la competencia del desarrollo industrial latinoamericano; y, con la victoria de los grupos de intereses económicos orientados hacía el exterior sobre los grupos nacionalistas, Ia economía y los estados latinoamericanos tenían que subordinarse aún más a Ia metrópoli. Sólo entonces se llegaría al libre comercio y regresaría el capital extranjero a sus dominios. Un nacionalista argentino de le época señalaba: "Después de 1810... la balanza comercial del país ha sido permanentemente desfavorable, en tanto que los comerciantes del país han sufrido perdidas irreparables. Tanto el comercio de exportación como el de importación y la venta al detalle han pasado a manos extranjeras. La conclusión no puede ser otra, pues, sino que la apertura del país a los extranjeros ha demostrado ser perjudicial a la balanza. Los extranjeros desplazaron a los nacionales no solo del comercio, sino también de la industria y la agricultura". Y otro añadía: "No es posible que Buenos Aires haya sacrificado sangre y riqueza con el solo propósito de convertirse en consumidor de los productos y manufacturas de los países extranjeros, pues tal situación es degradante y no corresponde a las grandes potencialidades que la naturaleza ha otorgado al país... Es erróneo suponer que la importación y la venta al detalle han pasado a manos extranjeras. Colocada bajo un régimen de libre comercio por espacio de veinte años, [la economía] está ahora controlada por un puñado de extranjeros. Si la protección desaloja a los comerciantes extranjeros de sus posiciones de preminencia económica, el país tendrá ocasión de felicitarse por haber dado el primer paso hacia la reconquista de su independencia económica... La nación no puede seguir sin restringir el comercio exterior, ya que sólo la restricción hace posible la expansión industrial; no debe soportar por más tiempo el peso de los monopolios extranjeros, que estrangula toda tentativa de industrialización". (Citado en Burgin, 234). Pero lo soporto.
Según el correcto análisis de Burgin en su estudio sobre el federalismo argentino, "el desarrollo económico de Argentina posrevolucionaria se caracterizó por un desplazamiento del centro de gravedad económico del interior hacia la costa, provocado por la rapida expansión de la última y el simultaneo retroceso del primero. El carácter desigual del desarrollo económico condujo a lo que fue en cierta medida una desigualdad que se perpetuaba a sí misma. El país resulto dividido en provincias pobres y ricas. Las del interior tenían que despojarse de grandes proporciones del ingreso nacional en favor de Buenos Aires y otras provincias del este". (Burgin, 811. En Brasil, Chile, México, en toda América Latina, los industriales, patriotas, y economistas de visión denunciaron este mismo proceso inevitable del desarrollo capitalista. Pero en vano: el desarrollo capitalista mundial, y la espada, habían puesto el libre comercio a la orden del día. Y con él llegó el capital extranjero.
El libre comercio, como lo advirtio Friedrich List, se convirtió en el principal producto de exportación de Gran Bretaña. No fue por casualidad que el liberalismo manchesteriano nació en Algodonópolis. Pero fue abrazado con entusiasmo, como lo ha señalado Claudio Véliz, por las tres patas de la mesa económica y política de América Latina, que habían sobrevivido a los tiempos coloniales, derrotado a sus rivales domésticos representantes del desarrollo nacionalista y capturado el estado en sus países y, ahora, se colocaban de aliados y sirvientes de los intereses extranjeros --a través del libre comercio exterior— para asegurar el cerrado monopolio nacional para ellos y sus socios extranjeros.
El libre comercio entre los fuertes monopolios y los débiles países latinoamericanos produjo inmediatamente una balanza de pago deficitaria para los últimos. Para financiar el déficit, por supuesto, la metrópoli ofreció, y los gobiernos satélites aceptaron, capital extranjero; y en los años 50 del siglo XIX los empréstitos extranjeros comenzaron de nuevo a hacer sentir su presencia en América Latina. No eliminaban los déficits, por supuesto; sólo financiaban y necesariamente incrementaban los déficits y el subdesarrollo latinoamericano. No era raro dedicar el 50% de las ganancias de la exportación al servicio de esta deuda y al fomento del continuado desarrollo económico de la metrópoli. Entre tanto, el déficit de la balanza y su financiación redundaron en sucesivas devaluaciones del patrón oro o del papel moneda, y en inflación. Esto trajo consigo un aumento del flujo del capital de América Latina a la metrópoli, ya que la primera tenía así que pagar más por las manufacturas de la segunda, y ésta menos por las materias primas de la primera. En América Latina, las devaluaciones y la inflación beneficiaron a Ios comerciantes y propietarios nativos y extranjeros, en tanto que expoliaban a aquellos cuyo trabajo producía riqueza, robándoles no sólo su ingreso real sino también sus pequeñas tierras y otras propiedades.
El desarrollo del capitalismo industrial y el libre comercio implicaron, más que la apertura de América Latina al comercio, le adaptación de toda su estructura económica, política y social a las nuevas necesidades de la metrópoli. El capital extranjero compensatorio fue necesariamente uno de los instrumentos metropolitanos para la generación de este desarrollo del subdesarrollo latinoamericano.