A mediados del siglo XIX, el café inició en el Brasil una nueva época, análoga a la del azúcar en el XVI y a la del oro en el XVIII. La producción de café se inició en la década de 1820-30. Durante la del 40 avanzó de Río de Janeiro hacia adentro, a lo largo del valle del río Paraiba. Los capitales invertidos en esta expansión cafetera eran brasileños. Acumulados y en gran parte concentrados en la economía aurífera de Minas Gerais y en el comercio exterior de Río de Janeiro (Monbeig, 1952), estos capitales comenzaron a ser desviados hacia el sector cafetalero de las regiones oriental y central. Por cierto, fueron retirados de otras regiones en grado alarmante para el nordeste, donde los esclavos eran comprados a precios que el nordeste no podía permitirse y despachados al sur. Pernambuco trató de invocar la prohibición total de exportar esclavos de la región, pero fracasó. Varios estados del nordeste, sin embargo, impusieron un tributo a la exportación al sur de su capital en esclavos. Vemos aquí, pues, el nacimiento de otra metrópoli nacional brasileña, vinculada a la metrópoli mundial a través del comercio de exportación.