6. El librecambio y la consolidación del subdesarrollo del Brasil
Después de las guerras napoleónicas la economía brasileña pasó por un período de depresión hasta que el café, en el mismo siglo XIX le dio nuevo impulso. La invasión de Portugal por Napoleón obligó al regente Don Juan VI, en 1808, a trasladar su corte al Brasil, con la protección y a expensas de los ingleses, y a buscar allí aúm más protección de Inglaterra. Para esta protección naturalmente, Portugal tenía que pagar un precio, del que el Brasil, satélite colonial, tenía que contribuir con una parte considerable. En 1808, el regente abrió los puertos brasileños a los buques de todas las naciones amigas, y en 1810 firmó un tratado comercial con la Gran Bretaña que puso fin a casi todas las restantes restricciones mercantilistas del comercio y franqueó los puertos de Portugal y el Brasil al liberalismo económico. Durante el bloqueo de Europa, esto significó Inglaterra, y en el siglo XIX significó la industria inglesa.
Don Juan VI razonó y habló a sus súbditos como sigue:
Me he servido adoptar los principios de política económica saludable más claramente demostrados: libertad y franquicia del comercio y reducción de los derechos de aduana, juntamente con los principios más liberales; de modo que los agricultores del Brasil, al fomentar el comercio, obtengan el consumo más grande de sus productos y el mayor progreso de la cultura en general... [Este es] el mejor modo de hacer que [el Brasil] prospere, mucho mejor que el sistema restrictivo y mercantilista que tan mal se adapte a un país en que al mismo tiempo no pueden producirse manufacturas, excepto las más rudimentarias... Corrobora estos mismos principios el sistema de librecambio que, por acuerdo con mi viejo, leal y grande aliado, Su Majestad Británica, he adoptado en los tratados de alianza y comercio que acabo de contraer... No teméis que la introducción de mercancías inglesas perjudique a vuestra industria... Porque ahora vuestros capitales estarán mejor aplicados al cultivo de vuestras tierras... más tarde avanzaréis a la manufactura... La reducción de los derechos de importación debe producir, necesariamente, una grande afluencia de manufacturas extranjeras; pero quien vende mucho, mucho compra también necesariamente... La experiencia os enseñará que la expansión de vuestra agricultura no necesita destruir totalmente vuestras manufacturas, y si algunas de ellas son de necesidad abandonadas, podéis estar seguros de que eso será una prueba de que tal manufactura no se fundaba en una base sólida no era de verdadera conveniencia para el estado. Al final, el resultado será una grande prosperidad nacional, mucho mayor que aquélla a la que podíais aspirar antes (citado por Simonsen, 1962: 405-406).
En 1821, el regente regresó a Portugal, y en 1822 Brasil declaró su independencia, proclamando emperador al hijo del regente, Pedro I. No obstante, en 1827, Brasil firmó otro tratado por el que dio a Gran Bretaña pleno acceso al mercado brasileño en mejores condiciones que las otorgadas a otros países y, sobre todo, en mejores condiciones que las accesibles a la industria nacional brasileña. Con este liberalismo económico, Inglaterra desarrolló su industria, mientras sus satélites subdesarrollaban sus manufacturas y su agricultura.
La estructura monopolista metrópoli-satélite del capitalismo no cambió, en realidad; no hizo más que variar de forma y de mecanismo. Durante la época mercantil, la metrópoli mantuvo su monopolio por medio de la fuerza militar y el acaparamiento comercial, y fue así como aquélla desarrolló su industria mientras los satélites subdesarrollaban su agricultura. Durante la época liberal la metrópoli, ya más fuerte industrialmente, mantuvo y extendió el mismo monopolio por medio del librecambio y la fuerza militar. Como reconocieron Alexander Hamilton y Friedrich List, fueron el liberalismo y el librecambio los que garantizaron a Inglaterra, en el siglo XIX, su monopolio industrial de los satélites. Cuando esta política dejó de excluir del mercado mundial a sus rivales metropolitanos, el liberalismo fue revisado, a finales del siglo XIX, en favor de la política colonial imperiaIista, y con la depresión de 1930, Inglaterra —y John Maynard Keynes— abandonaron por completo el librecambio. El cual ha sido exhumado y reexportado, "made in USA", durante la posguerra de nuestros tiempos. Friedrich List, padre del Zollverein, dijo de la protección mercantilista que fue la escalera de que se sirvió Inglaterra para subir y luego la echó a un lado para que otros no pudieran seguirla, y llamó al librecambio principal producto de la exportación inglesa. Quizá, puede ensanchar nuestra perspectiva la observación del contemporáneo norteamericano de List, presidente Ulyses S. Grant, quien anotó que "Inglaterra, durante siglos, ha confiado en la protección, la ha llevado al extremo y ha obtenido resultados satisfactorios. No cabe duda de que a este sistema debe su presente poderío. Al cabo de dos centurias, Inglaterra ha encontrado conveniente la adopción del librecambio, porque cree que la protección no tiene ya nada que ofrecerle. Pues bien, caballeros, el conocimiento que tengo de mi país me lleva a creer que dentro de doscientos años, cuando Estados Unidos haya obtenido de la protección todo lo que puede ofrecer, adoptará también el librecambio" (citado por Santos, 1959: 25).
Le depresión económica del Brasil en el siglo XIX y la penetración del mismo por el avance del imperialismo británico dejaron a Brasil por completo fuera de la carrera por el crecimiento económico, y también del desarrollo capitalista en general. Pero fueron las circunstancias de los tiempos coloniales las que hicieron posible y necesario este subdesarrollo, mientras la metrópoli se desarrollaba, a la vez que otros países no satélites o poco satelizados, como Alemania, los Estados Unidos y el Japón, lograban su crecimiento. (Japón es el elemento clásico de un país que no estaba ya satelizado y, por tanto, subdesarrollado en el siglo XIX). Fue, pues, en los tiempos coloniales cuando se formó la metrópoli nacional y su burguesía, si así podemos llamarla. La metrópoli nacional se convirtió en exportador satélite de productos primarios a la metrópoli mundial y, a la inversa, en dependiente de ella en cuanto a importación de manufacturas y artículos suntuarios. La oligarquía nacional, sea agraria, minera o comercial, quiere, naturalmente, importar estas mercancías al precio más bajo posible (esto es, sin aranceles proteccionistas), mientras las paga con el excedente económico que a su vez expropia a sus satélites nacionales y provinciales. Tal es la estructura del subdesarrollo capitalista, que, como antes vimos, se implantó en el nordeste del Brasil con la primera plantación de caña de azúcar en 1530 y que en esencia ha persistido hasta nuestros días. Esta estructura económica satélite y la línea política que de elle resulta se estudian con más detalle en el capítulo I con respecto a Chile.
El Brasil, pues, se subdesarrollo aún más durante la expansión industrial de Inglaterra. En el Brasil "independiente", el poder político se confirió, por supuesto, a los grandes terratenientes y comerciantes, tanto nacionales como extranjeros, todos ellos, claro está, librecambistas. Los precios de venta brasileños se deprimieron en un 40 por ciento entre 1820 y 1850 (Furtado 1959: 127). La tasa de cambio bajó; el milréis valía, en libras esterlinas, 70 peniques en 1808 (Prado, 1962: 137); gracias a la guerra napoleónica había subido a 85 peniques hacia 1814; después comenzó a bajar de veras: a 49 peniques en los días de la Independencia, en 1822, y a 25 en 1860. La guerra civil norteamericana le trajo una nueva y breve mejoría, descendiendo luego a 18 peniques, su más baja cotización antes del fin de la esclavitud y el Imperio, en 1888 y 1889 (Norman., 1845: 253-254). La balanza de pagos estuvo en constante déficit entre 1821 y 1860; después, la guerra civil norteamericana primero y luego las expectaciones de café invirtieron la tendencia (Prado, 1962: 136). Tanto el déficit de la balanza de pago como otras actividades económicas se financiaban mediante empréstitos extranjeros; hacia mediados del siglo, la atención de la deuda exterior consumía el 40 por ciento de los ingresos brasileños (Prado, 1962: 142). Concurrentemente, el comercio mayorista brasileño, así el exterior como el interior, caía casi por entero en manos de los ingleses.