B. LA HISTORIA

El problema del indígena deriva de su relación económica con los otros miembros de la sociedad, relación que a su vez ha sido determinada por la estructura metrópoli-satélite y el desarrollo de la sociedad capitalista desde que la colonización lo incorporó a ella, Stavenhagen sugiere que "...el sistema colonial funcionó de hecho, en dos niveles. Las restricciones y prohibiciones económicas que España impuso a sus colonias (y que habrían de fomentar los movimientos de independencia) se repetían, agravadas múltiples veces, en las relaciones entre la sociedad colonial y las comunidades indígenas. Los mismos monopolios comerciales, las mismas restricciones a la producción, los mismos controles políticos que España ejercía sobre la Colonia, ésta los ejercía sobre las comunidades indígenas. Lo que España representaba para la Colonia, ésta lo representaba para las comunidades indígenas: una metrópoli colonial. El mercantilismo penetró desde entonces en los pueblos más aislados de Nueva España (Stavenhagen, 1963: 91).

Así, pues, la supuestamente aislada sociedad o, mejor, comunidad folk que popularizó Redfield (1941, 1960), la comunidad corporativa de los indígenas, lejos de ser originales de la América Latina o tradicionales en ella se desarrollaron o, mejor, se subdesarrollaron como resultado del desarrollo del capitalismo en el período colonial, y también en el nacional. Eric Wolf describe cómo el aislamiento dependiente y su puesto en realidad la condición de satélite, de la comunidad indígena fue generado históricamente por el proceso de crecimiento del capitalismo que se inició con la Conquista. Como dijo Hernán Cortés a un mexicano: "Los españoles padecen una enfermedad del corazón que sólo se cura con oro". Después de esta cita, Wolf continúa:

El conquistador español se convirtió en empresario de minas, en productor de cultivos comerciales, en ganadero, en negociante... Quería convertir los recursos y el trabajo en bienes negociables: en oro y plata, en cueros y lana, en trigo y caña de azúcar... El motor de este capitalismo fue la minería... Toda referencia a la Utopía --económica, religiosa y política- se apoyaba en última instancia, en el gobierno y control de un solo recurso: la población indígena de Ia colonia. Los conquistadores querían peones, indios... A los ojos del colono, lo que daba prestigio a la institución [de la encomienda] no era su origen medieval, sino la oportunidad que traía aparejada de organizar una fuerza de trabajo capitalista sobre la que él y sólo él ejercía un poder sin contapisas. (Wolf, 1959: 176, 189).

El juicio de Wolf es confirmado por quienes indiscutiblemente son los tres más autorizados investigadores de la materia: José M. Ots Capdequi, José Miranda y Silvio Zavala. Ots Capdequi escribe:

No puede penetrarse en la entraña del verdadero significado histórico de las instituciones sociales, económicas, jurídicas que se encuadran dentro del llamado Derecho Indiano si no se tiene a la vista este hecho histórico que yo he anotado ampliamente en algunas de mis publicaciones: que la obra del descubrimiento, conquista y colonización de América no fue en su sentido estricto, en sus orígenes, una empresa de Estado... Si analizamos el conjunto de las capitulaciones que en gran parte se conservan en el Archivo General de Indias, de Sevilla, advertimos claramente al predominio acusado, absorbente, del interés privado, de la iniciativa privada en la organización y el sostenimiento de las expediciones descubridoras. Fue lo corriente que esas expediciones las costearen los grandes mercaderes...

Después de la esclavitud pura y simple, fue la encomienda la principal institución mediante la cual los empresarios españoles se resarcieron de sus inversiones, pues les permitía exigir tributos y trabajos a la población indígena, José Miranda resume así la "función económica" de los encomenderos:

Aunque el encomendero continental tuviera mucho de señor feudal, a la europea, por lo que retiene del feudalismo medieval... no parecen interesarle vivamente su posición y función como tal.

No; el encomendero es, ante todo, un hombre de su tiempo, movido por el afán de lucro y proponiéndose como meta la riqueza. Entre sus contemporáneos, es el encomendero el hombre de acción en que prenden más fuertemente las ideas y los anhelos de un mundo nuevo. Dista mucho del hombre medieval; es el resultado de una manera radicalmente distinta de entender el mundo y la vida. Ávido de riqueza, la perseguirá febrilmente; no se conformará después con la encomienda, pero lo hará pensando alumbrar en ella manantiales de riqueza. Por eso no se limita, como el señor feudal, al mero goce de tributos y servicios, sino que convierte unos y otros en base principal de varias empresas, en la médula económica de múltiples granjerías. Hará lo que cualquier empresario desde entonces acá: emplear los recursos propios o ajenos y el trabajo ajeno en la consecución de la riqueza o el bienestar propios. Así, pues, el encomendero otorgará primacía al elemento reparto capitalista de la encomienda, que es el único que puede conducirle a lo que él persigue con ahinco: la riqueza.

Por eso, en un primer momento, se dedica de lleno, antes que nada, a la explotación de las minas de oro y al logro de lo que era anexo a ellas (ciertas herramientas y mantenimientos), sin descuidar la producción de lo que era indispensable para cubrir sus necesidades materiales más apremiantes (ganados y trigo). Las empresas que el encomendero establece para el aprovechamiento económico de la encomienda serán, por lo tanto, de un triple orden: mineras (para la extracción del oro, en un principio), ganaderas, y agrícolas (limitadas las agrícolas, en los primeros tiempos, casi exclusivamente a la producción de trigo) ... En el primer concepto, extraerá de la encomienda, para sus empresas, oro, mantenimiento, esclavos, ropas, etc. Estos elementos serán empleados por él: el oro en las inversiones más imprescindibles, como la adquisición de herramientas y, en caso preciso, el pago de los servidores españoles (mineros y mozos) y la compra de víveres; los mantenimientos, en el sostenimiento de sus esclavos, indios de servicios y otros trabajadores, y la cría de sus ganados; los esclavos, en las labores mineras, donde fueron la principal mano de obra, y en las agrícolas y ganaderas.

Como resultado de la utilización de los diferentes elementos económicos de que dispone —procedentes de la encomienda, o con otro origen, según vivimos—, y de los medios jurídicos con que reúne esos elementos y los enlaza con los medios personales en el complicado mecanismo de sus empresas, vemos frecuentemente al encomendero cogido en una red verdaderamente tupida de dispositivos económicos y de relaciones jurídicas: participa en varias compañías mineras, concluidas ante un escribano público; propietario de una piara de cerdos o de un rebaño de ovejas, que trae pastando en tierras de otro encomendero —con el cual ha concertado instrumentalmente contrato de compañía—, y al cuidado de un mozo español —cuyo servicio se ha asegurado mediante escritura de partido o de soldada—, y todo esto después de haber dado poder general a un familiar, amigo o criado para que administre sus pueblos y de haber conferido poderes particulares a otras personas para que gobiernen sus haciendas de labor o ganaderas, sus ingenios o sus molinos, o para la gestión de sus intereses allí donde éstos lo exijan. (Miranda, 1947: 423-424, 427, 446).

Así, pues, la expansión y el desarrollo del capitalismo incorporaron a la población indígena en su expoliadora estructura monopolista inmediatamente después de la llegada de los españoles, y el capitalista y sus crecientes manadas de ganado y ovejas se apropiaron de la tierra del indígena. El nuevo capitalismo penetró tan rápida y profundamente en la organización económica aborigen que diez años después de la conquista de México se escribía:

Después, debido sin duda al aumento del numerario y la gran demanda de abastecimiento, algunos pueblos indios, principalmente de los próximos a la capital y de las ciudades más importantes, prefirieron dar dinero y solicitaron la conmutación de las especies y servicios por oro o plata. Ramírez de Fuenleal dio cuenta al Rey del cambio operado, y le pidió que removiera el obstáculo legal a las tasaciones en dinero... "ahora parece que en algunos pueblos quieren más el maíz y mantas para contratar, y dan de mejor gana el oro, porque con sus tratos ganan para el tributo y para su mantenimiento..." (Miranda, 1952:204).

Como todo aquel que en una economía capitalista debe pagar, el indígena, en tiempos de inflación, prefería pagar con dinero desvalorado.

Las consecuencias inmediatas de la penetración capitalista en la colectividad indígena fueron la muerte de multitud de sus componentes y la transformación de su sociedad y su cultura. En México, la población indígena, que en los días de la Conquista, en 1519, era de 11 millones, descendió a 1,5 millones en 1650 (Borah, 1951: 3). AI mismo tiempo, como anota Miranda:

La fuerte presión tributaria determinó cambios importantes en la distribución de la población: de un lado, la disminución por muertes o ausencia; y de otro, la diseminación de muchos indios por las zonas rurales más deshabitadas, el rancheamiento en lugares abruptos o de difícil acceso, y el cambio de resistencia o traslado de domicilio de un pueblo a otro. Perecían o decaían algunos pueblos, nacían rancherías, algunas de las cuales se convertían con el tiempo en pueblos pequeños, y crecían algunos lugares. Una gran parte de los indios no quiso soportar los excesivos gravámenes tributarios y recurrió al único procedimiento que tenían para eludirlos, abandonar el lugar de residencia, bien para ir a habitar allí donde los españoles no podían molestarles, bien para irse a vivir a otro pueblo donde los tributos no fuesen tan pesados. (Miranda, 1952: 216-217).

Los establecimientos indígenas de tiempos posteriores y, mucho menos, su estructura y relación con la sociedad mayor, no son, pues, supervivencias de los tiempos anteriores a la Conquista, sino, al contrario, productos subdesarrollados de la expansión capitalista. Desde entonces, y aún en nuestros días, hasta donde la corporación indígena se haya aislado, esta circunstancia refleja el espontáneo retiro, que es el único medio de que dispone el indígena para protegerse contra el pillaje y la explotación del sistema capitalista.

En México, la encomienda fundada en el pago de un tributo en trabajo y el uso legal de indígenas encomendados duraron hasta 1549. Silvio Zavala escribe:

El 22 de febrero de ese año, la Corona dirigió una importante cédula al presidente y los magistrados de la Audiencia de Nueva España... ordenando la cancelación de todas las conmutaciones del tributo en especie y en metálico por servicios personales. La puesta en vigor de esta prohibición significaba el fin de la encomienda como institución laboral, porque en lo adelante todos los tributos tenían que pagarse en dinero, en productos agrícolas u objetos de artesanía. Se tiene prueba de que el decreto fue puesto en vigor...

¿A través de qué canales podría obtenerse ahora la mano de obra necesaria para continuar los trabajos de la colonia? El propósito, por tanto, era establecer un sistema de trabajo asalariado voluntario, con tareas moderadas; pero en previsión de que los indígenas no quisieran ofrecer sus servicios voluntariamente... Nueva España, instituyó el cuatéquil, o sea el sistema de trabajo pagado forzoso. Este sistema, en conjunción con las anteriores prácticas indígenas, iba a desarrollarse en mayor escala en Perú bajo el nombre de mita, institución diferente de la esclavitud y del servicio personal de la encomienda, a las cuales se dio de lado durante el proceso que estamos describiendo... Los indígenas... recibían un estipendio diario... Las diferencias principales entre el cuatéquil de Nueva España y la mita del Perú residen en el hecho de que el primero afectaba, por lo general, a indígena, residentes en lugares próximos al de trabajo, mientras que en el Perú los jornaleros tenían que recorrer distancias mucho más grandes. En Nueva España, el periodo de trabajo era casi siempre de una semana, y cada indígena se presentaba para trabajar tres o cuatro semanas en el año. Los períodos peruanos de trabajo duraban meses. La cuota de trabajadores con que contribuían las aldeas de Nueva España era, por lo común, de un 4 %, en Perú de una séptima parte, o sea alrededor de un 14 %. En Tucumán, se tomaba un indígena de cada doce... El sistema de trabajo pagado compulsorio... vino a ser al cabo la principal fuente de brazos de la colonia. Ni siquiera los encomenderos quedaron fuera de la institución del cuatéquil. Si necesitaban peones, no podían tomarlos ya directamente de sus aldeas encomendadas a modo de tributo. Como otros colonos privados, estaban obligados a pedir a un juez repartidor los indígenas que necesitaran, y los peones así provistos no trabajaban ya gratuitamente, sino que tenían derecho a recibir del encomendero el jornal de costumbre... En el capítulo precedente apuntamos que la encomienda no acarreaba el derecho a la tierra, y ahora vemos que el encomendero perdió el dominio sobre el trabajo de sus aborígenes, puesto que éste era independientemente regulado por las autoridades reales... En 1601 y 1609 se emitieron nuevas cédulas con el propósito de establecer el trabajo pagado voluntario, poniéndose fin así a la obligatoriedad... 

Desde hacía años, los agricultores españoles habían empezado a atraer a sus fincas a los indígenas de las aldeas vecinas, a los que se llamaba gañanes o laboríos. Así, en vez de aguardar por la periódica asignación de indígenas a cargo de las autoridades públicas, tenían familias indígenas residiendo continuamente en sus tierras como mano de obra... Además, los terratenientes habían empezado a hacer todo lo que les era dable para reforzar su posesión de gañanes, privándoles a su placer de la libertad para abandonar la finca. El medio legal por el que se consiguió esta retención consistió en adelantos de dinero y mercancías, lo que, al endeudar el gañán, lo ataba a la tierra. Este método, y no la antigua encomienda del siglo XVI, es el verdadero precursor de la hacienda mexicana de tiempos recientes. Por este último sistema, el amo posee la tierra por merced, compra u otro título legal, o quizás sólo por haberse apoderado de ella, y atrae gañanes a su finca y los mantiene en ella haciéndoles contraer deudas con él. El pensador liberal del periodo de la colonización no dejó de ver con desconfianza a este sistema de servidumbre agraria por deudas, y lo criticó, como antes había criticado a la esclavitud, la encomienda y el cuatéquil. El gobierno español dictó ordenanzas significativas limitando el monto del endeudamiento legal... A pesar de estas restricciones jurídicas... los hacendados habían extendido ya el sistema de gañanía y lo habían consolidado mediante deudas... El creciente número de peones y el aislamiento de las haciendas originaron gradualmente la costumbre del castigo de los peones por el amo o quienes lo representaban, pero esto no quiere decir que el amo poseyera autoridad judicial, porque la justicia del rey interviene siempre que se cometía un delito grave. El sistema de peonaje tenía, pues, raíces coloniales, pero en ese periodo la vigilancia de las autoridades públicas proporcionaba una cierta protección a los trabajadores. Cuando, posteriormente, el dejar hacer y otras teorías abstencionistas del derecho público dejaron solos e indefensos a los peones contra el poder económico de sus amos, la rudeza del régimen de las haciendas aumentó y la población e importancia de las aldeas indígenas disminuyeron continuamente en relación a las haciendas que empleaban peones. Ya hemos dicho qua el laboreo obligatorio de las minas de mantuvo hasta pasado el año 1633, pero en ese tiempo aumentó el número de obreros libres atraídos por los salarios relativamente altos de los mineros... El recurso del endeudamiento tramposo funcionó en las minas al igual que en las haciendas. (Zavala, 1943: 85-101).

Por ende, en su incorporación del indígena, no menos que la de todos los otros, el desarrollo del capitalismo generó, en diferentes épocas y lugares, las formas institucionales que convenían a sus cambiantes necesidades. Este crecimiento capitalista y sus instituciones transformaron toda la urdimbre de la sociedad aborigen desde el principio y han continuado determinando el estilo y calidad de la vida indígena desde entonces. Wolf comenta al respecto:

La Conquista no sólo destruyó a las personas físicamente, sino que también despedazó la trama usual de sus vidas y los motivos que las animaban... La sociedad nacida de la conquista española... sacrificó a los hombres por la producción de objetos que no tenían otro fin que el de aumentar lo más posible las ganancias y la gloria del conquistador individual... El indígena explotado no podía hallar sentido universal alguno a sus padecimientos... Así, pues, los indígenas, no sólo fueron victimas de la explotación y el derrumbe biológico, sino que también sufrieron una deculturación —"pérdida de cultura"—, y en el curso de tales maltratos vinieron a sentirse ajenos a un orden social que tan mal empleaba sus recursos humanos. Eran extraños a él, y un abismo de desconfianza los separaba de los fines y los gestores del mismo. La nueva sociedad podía disponer del trabajo de ellos, pero no de su lealtad. Esta sima no se ha cerrado con el paso del tiempo. (Wolf, 1959: 199).

No obstante, no todos los indígenas sufrieron el mismo destino económico, social y cultural. La diferencia entre el peón indígena de la hacienda y el indígena que en su comunidad producía por su propio derecho es puesta en relieve, entre otros, por Antonio Quintanilla, hasta donde concierne a las manifestaciones socio-culturales:

"... el indio de las comunidades... tiene la conciencia de ser libre. Lo que más valora es la tierra y posee tierra. En esta posesión de la tierra se fincan una serie de virtudes cívicas que al otro indio (de las haciendas) no posee"... "La organización comunal y su protección legal, han permitido a centenares de miles de indios de llevar una vida relativamente aceptable, pues como se apuntó más arriba, los niveles de vida, los valores cívicos, la libertad de acción y de opinión y, en una palabra, la felicidad de los indios comuneros no admite comparación con las condiciones infrahumanas de los indios de las haciendas o los que deambulan en las ciudades de la sierra en busca de trabajo"... "El indio siervo de las haciendas es huraño, hosco y silencioso, frecuentemente servil, mentiroso y traicionero. Estas notas esencialmente negativas constituyen la expresión de... un estado de inferioridad, y una larga experiencia de explotación e injusticia." (Quintanilla, sin fecha: 12, 18).

Aunque sin duda importante, esta diferencia entre el indígena de la hacienda y el de las comunidades -especialmente cuando el último, por carecer de bastante tierra, se ve forzado a trabajar en las condiciones del otro— es anulada por la explotación común a que el mismo sistema capitalista somete a ambos. Podemos volver, entonces a examinar el papel de los indígenas en la estructura y el desarrollo de este sistema.

Como ya observamos en nuestro ensayo acerca de Chile, el siglo XVII presenció la decadencia de la producción minera de las colonias, deprimió la economía de la metrópoli y separó a ambas más de lo que habían estado en el siglo anterior o de lo que estarían en los siguientes. La polarización urbano-rural de las colonias parece haber aumentado. La población urbana, la manufactura y la demanda de productos del campo crecieron a despecho del continuo descenso de la población (Borah, 1951: 30). En respuesta a este crecimiento urbano y a la decadencia de la producción y rentabilidad de la minería, la producción agrícola creció también en importancia y se concentró paulatinamente en la hacienda española más que en el poblado indígena. Los investigadores de este proceso en México lo interpretan como la involución de una economía que se concentraba en sí misma a causa de una depresión económica. (Chevalier, 1956; Borah, 1951; Wolf, 1959). He sostenido en otros estudios que esta interpretación no es correcta. (Frank, 1965 a.) El crecimiento y consolidación de la hacienda de México, y el consecuente menoscabo de la producción agrícola en pequeña escala (indígena en este caso), fueron ocasionados entonces, y han sido originados siempre, por el aumento de la demanda y de los precios de los productos agrícolas, al igual que en los casos de Chile y el Brasil que se estudian en este libro, y en los evidentes ejemplos de la Argentina y las Antillas. (Frank, 1965 b). Así, pues, el siglo XVII presenció el desarrollo de las principales formas institucionales campesinas que, en la hacienda y la comunidad indígena han persistido en la mayor parte de Indoamérica hasta hoy. Pero estas mismas instituciones han sido desde entonces lo bastante flexibles para adaptarse a las fluctuaciones y transformaciones de la economía mundial y nacional.

América Latina ha estado envuelta en los cambios y fluctuaciones importantes del mercado desde el período de la primera conquista europea. Parecería, por ejemplo, que a la rápida expansión del comercio en Nueva España durante el siglo XVI siguió un "siglo de depresión" en el XVII. La inactividad se repitió en el siglo XVIII, renovándose la contracción y desintegración del mercado en la primera parte del XIX. Durante el resto de este siglo y comienzos del XX, muchos países latinoamericanos se vieron repetidamente envueltos en súbditas actividades especulativas de producción para mercados extranjeros, a menudo con resultados desastrosos en el caso de quiebra del mercado. Comunidades enteras podían encontrar perdido su mercado de la noche a Ia mañana y retornar a la producción de subsistencia, para su propio consumo¹... Redfield ha reconocido algunas facetas de este problema en su categoría de los "pueblos rehechos"... pueblos que una vez hogaban en la corriente del desarrollo comercial, sólo para ser arrojados a sus empobrecidas orillas.

En este ciclo de cosechas para subsistir y cosechas para vender, las primeras aseguran un nivel de subsistencia mínimo pero estable, mientras que las segundas prometen más recompensas en dinero, pero envuelven a la familia en los riesgos del oscilante mercado. El campesino lucha siempre con el problema de hallar algún equilibrio entre la producción para subsistir y la producción para vender. Los anteriores ciclos de producción por dinero le han permitido comprar bienes y servicios que no puede tener si sólo produce para su propia subsistencia. Sin embargo, una tentativa a fondo de aumentar su capacidad para comprar más bienes y servicios de esta clase, pude significar su desaparición como productor agrícola independiente. Tiende, pues, a conformarse con un mínimo básico de producción para subsistir y una ampliación lenta de sus compras al contado. (Wolf, 1955: 462-464.)

Siendo, como es, carne y hueso del accidentado desarrollo capitalista, este proceso continúa aún. Cuando los precios mundiales y locales (estos últimos manipulado de una forma monopolista), bajan tanto que los indios del sur de México reciben una libra de maíz por libra de café (que cultivan para los mercados nacional y mundial), dejan de producir café para aumentar la producción de maíz y se convierten entonces en "agricultores aislados de productos de subsistencia".

Dos cosas parecen inferirse de este examen. Primera, al estudiar la América Latina del presente, perecería aconsejable no tratar la producción para la subsistencia y la producción para el mercado como si fueran dos etapas de un desarrollo progresivo. Antes bien, debemos tener en cuenta la cíclica alternancia de los dos tipos de producción dentro de la misma comunidad y comprender que, desde el punto de vista de ésta, ambas clases pueden ser respuestas alternas a cambios de las condiciones del mercado exterior. Esta quiere decir que no basta el estudio sincrónico del mercado... Segunda, debemos buscar los mecanismos por los cuales son posibles tales variaciones. (Wolf, 1955: 464.)

1. Véase ejemplos de particular importancia y sus consiguientes análisis en el capítulo III.

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