G. EL CAPITALISMO DEL SIGLO XIX EN CHILE: CONSOLIDACIÓN DEL SUBDESARROLLO

4. La consolidación del subdesarrollo

Cuando se inquiere por qué Chile se subdesarrollaba y "empobrecía", la respuesta la de nuestra tesis sobre los efectos de las contradicciones capitalistas de la polarización y de la expropiación-apropiación del excedente, así como también los hechos evidentes. La metrópoli imperialista expropiaba el excedente económico de Chile y se lo apropiaba para su propio desarrollo. En vez de desarrollar la economía chilena, el salitre chileno sirvió pare desarrollar la agricultura europea, que entonces experimentaba el progreso técnico gracias, en parte, al fertilizante chileno. Después de la primera guerra mundial Alemania produjo un sustituto sintético mas barato, y las salitreras chilenas fueron en gran parte abandonadas. El excedente económico o capital potencial del salitre había sido dilapidado y había contribuido al desarrollo de otros y Chile jamás había de recuperarlo. AI mismo tiempo, después de 1926 Chile cesó de ser exportador de trigo, cereal que los países metropolitanos mismos, y unos pocos como la Argentina, producían cada vez más para su propio consumo y para el mercado mundial. En el ínterin, se estima que gracias al salitre solamente Inglaterra se apropió, entre 1880 y 1913, unos 16 millones de libras esterlinas en ganancias del excedente económico producido por Chile, mientras que los chilenos y los extranjeros residentes en Chile no retenían más de dos millones de libras del excedente producido por las salitreras chilenas con lo que casi exclusivamente fue capital y trabajo chilenos. (Ramírez, 1960: 255-256). El excedente económico expropiado y apropiado por la metrópoli no fue sólo el del salitre, Crecientemente incluyó también el del cobre, expropiado por los Estados Unidos. Y no debemos olvidar el excedente del que se apropió la metrópoli gracias a su ventajosa posición en el mercado del trigo chileno y, por supuesto, en el de las manufacturas que Chile importaba. Además, la metrópoli te apropia asimismo una buena parte del excedente económico de sus satélites a través del concepto de "servicios prestados". Se estima que sólo en 1913 las compañías extranjeras establecidas en la industria, el comercio, la banca, los seguros, el telégrafo, los tranvías, etc., de Chile, remitieron al exterior dos millones de libras. (Ramírez, 1960: 256.) (Véase en el capítulo V y Frank, 1965, una relación del excedente latinoamericano expropiado a través de tales servicios en la actualidad.)

Parte de los chilenos de principios de siglo se daban plena cuenta de mucho de lo que estaba pasando, de cómo la metrópoli se apropiaba del excedente económico de Chile. El Partido Nacional de Chile advirtió en su asamblea de 1910 que "la acumulación de capitales, base indispensable de toda prosperidad económica duradera, es entre nosotros insignificante... [de las utilidades del salitre] casi los dos tercios salen del país, sin dejar huella en él".

El 24 de enero de 1899, el Senado chileno oía a uno de sus miembros decir: "Yo, por mi parte, no sueño tanto con esos capitales extranjeros que embriagan a muchos, y aunque no desconozco su importancia, me inspiran duda. ¿Vienen ellos para nuestro beneficio o para el de sus dueños? ¿Vienen como savia generosa para fecundar nuestros campos y talleres y procurarnos riqueza, o vienen como la esponja que absorbe los sudores del trabajo por sólo el pan para la vida?" (Ramírez, 1960. 262.)

Luis Aldunate, escribiendo en 1894, no dudaba: el capital extranjero, "lejos de ser útil y reproductivo para vosotros, nos postra, nos debilita, nos arranca a pura pérdida, sin darnos nada ni enseñarnos nada. La savia y la fuerza que pudieran levantarnos del actual abatimiento económico... no es prudente y es, por el contrario, muy peligroso, que dejemos crecer y crecer hasta las nubes el interés de un monopolio extranjero... [podría] consolidar una dominación industrial por otra dominación política, y entonces sería acaso tarde para reparar las lógicas consecuencias de nuestra imprevisión... nos estamos dejando colonizar... sin darnos cuenta de que somos víctimas de ideas añejas, de falsos mirajes". (Ramírez, 1960: 254.) El ex ministro no necesitaba bola alguna de cristal para prever la dominación económica, política, ideológica y cultural que la metrópoli ejercería sobre el satélite, una dominación como la que Chile ha conocido desde los días de Aldunate hasta los nuestros. El futuro estaba ya contenido en la estructura metrópoli-satélite de su tiempo.

La apropiación metropolitana del excedente económico de los satélites no se limitaba a las relaciones económicas internacionales de Chile; ocurría también a nivel nacional, especialmente entre los grandes terratenientes y comerciantes y sus expoliados satélites provinciales. Los grandes terratenientes, a quienes no se debería confundir con la "agricultura", ocupaban una posición particularmente favorable dentro da la estructura metrópoli-satélite nacional. Se apropiaban el excedente económico de los trabajadores de sus propias tierras y de las fincas contiguas de pequeños propietarios, quienes se veían forzados a depender crecientemente de los grandes. Pero los latifundistas, que ejercían un importante control político sobre el Congreso, aunque su predominio político y económico sobre la economía en general era mucho menos independiente de lo que a menudo se supone, se servían de ese control político como todavía se sirven hoy: para apropiarse también una parte del excedente económico de los sectores no agrícolas. No pagaban impuestos virtualmente, aunque, eso sí, se beneficiaban de los gastos públicos.

Rengifo, el ministro de Hacienda que inició las medidas con que se quiso proteger y desarrollar el comercio y la industria chilenos, había advertido ya en 1835 que "si la agricultura chilena pagase... sólo un 10 por ciento efectivo sobre el producto que rinden las tierras, esta única renta estaría para atender todos los gastos del servicio público". (Pinto, 1962: 23.) Pero los señores de la tierra chilenos no han pagado nunca tal impuesto, ni entonces ni ahora. Por otra parte, se beneficiaron con las obras de regadío realizadas en los años finales del siglo XIX, las que se financiaron mediante el pequeño ingreso que Chile retenía de sus exportaciones de nitratos. Se beneficiaron asimismo con las consecuencias inflacionarias de la polarización de la estructura metrópoli-satélite en los niveles internacional y nacional, puesto que eran poseedores de tierras y de otras propiedades cuyo precio y valor aumentaban más que el costo del trabajo y de las cosas que compraban. De modo más espectacular, los terratenientes se apropiaban el excedente de la economía nacional por medio de generosos créditos públicos que, gracias a la inflación, podían saldar con dineros tan devaluados que en realidad nunca pagaban intereses además de que a menudo sólo liquidaban una pequeña parte del préstamo. Borde y Góngora estudian con minuciosidad esta forma de apropiación del excedente:

En la segunda mitad del siglo XIX, el crédito, que hasta entonces había sido confiado a la buena voluntad de los prestamistas más o memos usureros, se organizó y amplificó. En adelante, los terratenientes, deseosos de obtener créditos, pudieron escoger entre dos posibilidades: ya sea haciendo uso de su prestigio personal ante los bancos... con el fin de obtener anticipos sin garantía de prenda, o bien hipotecando sus predios... Mas, es curioso constatar que los préstamos sobre hipoteca fueron prácticamente canalizados hacia los mismos beneficios; la Caja de Crédito Hipotecario, que fue fundada en 1860 y que muy pronto llegará a ser uno de los más poderosos organismos de crédito de todo el continente sudamericano fue, durante varias décadas, dócil instrumento en manos de los terratenientes... En numerosos casos este recurso contribuyó a impedir o limitar la subdivisión de las propiedades... Pero, más que nada, el crédito permitió a los grandes propietarios extender sus dominios o constituir otros sin desembolso de dinero... Si el crédito fue utilizado por los terratenientes y si llegó a ser, de esta manera, uno de los principales factores de conservación de las estructuras agrarias, ello se debió a la continua desvalorización de la moneda chilena, que tendía a transformar en verdaderas donaciones los préstamos a largo plazo... Nada parece autorizarnos a escribir, como lo hicieran algunos autores, que esos agricultores, para quienes la deuda había llegado a ser una técnica de enriquecimiento, fueron los principales instigadores de la caída del peso; pero fueron ellos, sin lugar a dudas, sus principales beneficiarios.

Los préstamos sobre hipoteca no siempre fueron, o más bien dicho, no fueron muy a menudo, invertidos de nuevo en la agricultura, de modo que sirven a la vez para dar una explicación del enriquecimiento de los propietarios y de la descapitalización de la tierra. Sin mencionar gastos suntuarios, las tentaciones de una economía local ya más diversificada y, más todavía, la de los dividendos repartidos por las grandes sociedades capitalistas del extranjero, orientaron hacia nuevas inversiones el dinero obtenido gracias a los bienes raíces... el préstamo hipotecario reinvertido en otros campos que el de la agricultura, hacía que la tierra se fuera incorporando a una economía de especulación que no podía dejar de perjudicar a la estabilidad (Borde, 1956: 126-129.)

¡Difícilmente puede verse aquí a terratenientes feudales sentados en sus aisladas posesiones rurales! Si nos preguntamos entonces, como el Times de Londres, por qué "casi todas las familias terratenientes... los elementos extranjeros y eclesiásticos adinerados... los grandes capitalistas nacionales y extranjeros, los dueños de minas" prestan su apoyo político y económico pera mantener y continuar el desarrollo-subdesarrollo de la estructura capitalista de metrópoli-satélite, la respuesta no hay que buscarla lejos. Aníbal Pinto la analizó en su libro sobre el desarrollo económico frustrado de Chile; Max Nolff la repasa en su historia de la industria chilena —aunque ninguno de los dos intenta situar su respuesta en el contexto de las inevitables contradicciones del capitalismo que han determinado la suerte de Chile—, y Claudio Véliz la examina en detalle:

Durante los años transcurridos entre la independencia de España y la Gran Crisis de 1929, la economía chilena estuvo dominada por tres grupos de presión de importancia fundamental: las tres patas de la mesa económica nacional. En primer lugar estaban los exportadores mineros del norte del país; luego estaban los exportadores agropecuarios del sur, y finalmente las grandes firmas importadoras, generalmente localizadas en el centro en Santiago y Valparaíso, aunque operaban en todo el territorio. Entre estos tres grupos de presión existía absoluto acuerdo respecto a la política económica que debía tener el país. No había ningún otro grupo que pudiera desafiar su poder económico político y social, y entre los tres dominaban totalmente la vida nacional, desde los afanes municipales hasta las representaciones diplomáticas, la legislación económica y las carreras de caballos.

Los exportadores mineros del norte del país eran librecambistas. Esta posición no se debía fundamentalmente a razones de tipo doctrinario —aunque también las hubo—, sino al hecho sencillo de que estos señores estaban dotados de sentido común. Ellos exportaban cobre, plata, salitre y otros minerales de menor importancia a Europa y los Estados Unidos, donde recibían su pago en libras esterlinas o dólares. Con este dinero adquirían equipos, maquinarias, manufacturas o productos de consumo de buena calidad a precios muy bajos. Es difícil concebir altruismo, elevación de miras o visión profética que hicieran que estos exportadores aceptaran pagar derecho de exportación e importación en aras de una posible industrialización del país. Apegados al ideario liberal de la época, hubieran argumentado que si realmente valía la pena fomentar la industria chilena, éste debía ser por lo menos lo bastante eficiente como para competir con la europea, que debía pagar un flete elevado antes de llegar a nuestras playas.

Los exportadores agropecuarios del sur del país también eran decididamente librecambistas. Colocaban su trigo y harina en Europa, California y Australia. Vestían a sus huasos con ponchos de bayeta inglesa; montaban en sillas fabricadas por los mejores talabarteros de Londres; consumían champaña de verdad e iluminaban sus mansiones con lámparas florentinas. Por la noche se acostaban en camas hechas por excelentes ebanistas ingleses, entre sábanas de hilo irlandés y abrigados con frazadas de lana inglesa. Sus camisas de seda venían de Italia, y las joyas y adornos de sus mujeres de Londres, Paris y Roma. Para estos hacendados pagados en libras esterlinas, la idea de gravar la exportación de trigo o de imponer derechos proteccionistas sobre las importaciones, era sencillamente digno de un manicomio. Si Chile quería industria propia para producir bayeta, muy bien, que la tuviera; pero que produjera paño de tan buena calidad y a tan bajo precio como el inglés. De otra manera el proyecto era una estafa. Por estas sencillas razones de solidez intachables, el exportador minero del norte y el exportador agropecuario del sur, presionaban sobre el gobierno para que Chile mantuviera una política económica de carácter librecambista.

Las grandes firmas importadoras —con sede en Valparaíso y Santiago— también eran librecambistas. ¡Se imaginaría alguien a una firma importadora defendiendo el establecimiento de fuertes derechos de importación para proteger a una industria nacional !

He ahí la poderosa coalición de fuertes intereses que dominó la política económica de Chile durante el siglo pasado y parte del actual. Ninguno de estos tres grupos de presión, tenía razones de peso para abogar por una política proteccionista. Ninguno de los tres tenía el más mínimo interés en que Chile se industrializara. Ellos monopolizaban los tres poderes de cualquier escala social; poder económico, poder político y prestigio social y sólo en contadas ocasiones vieron peligrar el control absoluto que ejercían sobre la nación.

Los grupos de presión que controlaban la política económica del país, eran decididamente librecambistas; eran más librecambistas que Courcelle-Seneuil, famoso y respetado líder del librecambismo doctrinario; eran definitivamente más papistas que el papa. Existían razones de tipo doctrinario que explican, en parte, esta actitud; pero éstas se sumaron a la elocuente coincidencia entre los postulados de la escuela económica y los intereses económicos de estos grupos de presión.

Las actitudes económicas de esta vasta clase tradicional que tenía en sus manos el poder económico y político y, además, el prestigio social, se ordenaron alrededor de la defensa de su posición tradicional; el librecambismo del exportador minero y agropecuario no chocaba con las estructuras heredadas de la colonia; al contrario, los reforzaba y financiaba. Los incentivos de esta falsa burguesía capitalista chilena no estaban relacionados con motivaciones morales -como aquellas engendradas por la actitud calvinista— ni reivindicaciones políticas o económicas, como aquellas de la burguesía capitalista de Inglaterra y los Estados Unidos, ni siquiera con la prosecución de una política externa militarista y expansionista, como ocurrió en el Japón; sino exclusivamente con el mantenimiento de altos ingresos que permitieran acceso libre a los más elevados niveles de consumo civilizado, compatibles con la posición social y las responsabilidades políticas que consideraban como suyas. (Véliz, 1963: 237-242.)

Max Nolff ofrece en forma resumida, como sigue, su muy similar interpretación :

En suma, se inicia en forma más espontánea la gestión de una poderosa coalición de intereses, basados en las actividades de exportación de productos primarios y en las actividades de importación y distribución de productos manufacturados de procedencia extranjera. A esta "coalición exportadora-importadora" le preocupaba, fundamentalmente, que el desarrollo de la economía chilena se orientara hacia afuera y, por lo tanto, no le interesaba o no le convenía, el desarrollo industrial. La mencionada correlación de intereses fue afirmando su posición con el correr del tiempo, y se puede decir que ella dominó, casi sin contrapeso, en la sociedad chilena en la segunda mitad del siglo pasado y hasta la crisis de 1930. La doctrina liberal importada de Europa, encontró entonces un fértil surco en nuestro país y prendió con vigor. Ella constituía el marco teórico pera un reforzamiento de los intereses de las fuerzas dominantes, por cuanto representaba y expresaba sus anhelos. Pero es posible que los argumentos en favor del intercambio comercial sin restricciones y de la división internacional del trabajo, no se hubieran arraigado con la misma fuerza si las condiciones económicas y sociales de vuestro país hubieran sido diferentes, si el desarrollo económico de los primeros cincuenta años de nuestra vida independiente no hubiera sido sólo "hacia afuera". El caso del desarrollo de los Estados Unidos durante el siglo pasado, hecho "hacia adentro", y en base a una decidida protección industrial y una inteligente distribución de la tierra y del ingreso, es decisiva al respecto.

A la situación anteriormente señalada, hay que agregar otro factor que contribuyó a que el procreo industrial no fructificara con anterioridad a 1930: la elevada propensión al consumo suntuario, demostrada por las clases de altos ingresos. (Nolff, 1962: 162-163.)

Con todo, en vista de los debates similares acerca del papel de los diferentes grupos capitalistas en nuestro tiempo, vale la pena observar que la estructura capitalista metrópoli-satélite de Chile no se apoyaba exclusivamente en las tres patas antes mencionadas. Después de señalar los obvios intereses de la "burguesía comercial", Ramírez advierte: "Sectores de la burguesía industrial habían mantenido un franco antagonismo con el imperialismo al luchar por la industrialización del país; pero al establecerse y desarrollarse la industria liviana [...], este sector depuso gran parte de sus puntos de vista y muchos de sus componentes se plegaron, con algunas reservas, al bando proimperialista". (Ramírez, 1960: 286.)

Un análisis más especifico de los acontecimientos relacionados con la contrarrevolución hecha a Balmaceda y el sacrificio del programa de fomento nacional de éste frente a la reacción externa o interna, revela que el Agustín Edwards del Banco A. Edwards y Cía., quien, como antes vimos, financió la susodicha contrarrevolución en 1890, fue el mismo Agustín Edwards que en 1883, como primer presidente de la Sociedad de Fomento Fabril, firmó el prospecto inaugural de la misma, que empezaba: "Chile debe y puede ser industrial". En 1964, la familia Edwards, su banco A. Edwards y Cía., sus industrias ligeras y su periódico El Mercurio fueron, indiscutiblemente, los más influyentes socios chilenos del imperialismo norteamericano en la derrota del candidato popular que aún quería nacionalizar el salitre "chileno" —y ahora el cobre también— y que bien pudo haber usado el prospecto inaugural de la Sociedad como plataforma económica para 1964.

Los siguientes comentarios sitúan esos hechos, y otros más recientes en mejor perspectiva. En 1891 se dijo: "Hay en Chile un gobierno comunista, un déspota o varios que, bajo el falso nombre de Poder Ejecutivo, han trastornado toda la paz, toda la prosperidad y toda la enseñanza de los ochenta años precedentes". (Times de Londres, 28 de abril de 1891, citado en Vistazo, 1964.) Y en 1964: "En todas partes... han acabado sistematizando el abuso, suprimiendo los derechos más elementales, e imponiendo el fiambre, la violencia y la miseria. Los partidos que apoyan al candidato del Frente de Acción Popular han consagrado su existencia a luchar por el marxismo y, por consiguiente, a promover la dictadura del proletariado, la abolición de la propiedad, la persecución de la religión y la supresión del estado de derecho". (El Mercurio, 19 de julio de 1964, citado en Vistazo, 1964.)

Volviendo ahora a 1892, Eduardo Matte, miembro de la familia bancaria que ya encontramos dos años antes, cuando, con Agustín Edwards, financiaba el comienzo de la contrarrevolución para derrocar a Balmaceda, pudo decir con satisfacción: "Los dueños de Chile somos nosotros, los dueños del capital y del suelo: lo demás es masa influenciable y vendible; ella no pesa ni como opinión ni como prestigió". (El Pueblo, 19 de marzo de 1892, citado por Ramírez, 1958: 221.) Para aquellos lectores que puedan haber sido llevados a creer otra cosa acerca de nuestra época de mercurios y bancos Edwards y Cía. en la América Latina, o de los días de los señores Eduardo Matte y Agustín Edwards en el siglo XIX, o de cualesquiera tiempos de los siglos XVIII, XVII y XVI, Eduardo Matte, como el clarividente virrey del Perú en 1736 cuyo análisis hemos adoptado como epígrafe de este ensayo, puso correctamente el acento donde correspondía: el capital antes que la tierra.

Convengo con Véliz y los otros en que los tres —y con los industriales cuatro— grupos de intereses chilenos impidieron, en efecto, el desarrollo económico de Chile y obraron como obraron por las razones o intereses apuntados. Sin embargo, para ampliar nuestra comprensión del desarrollo y el subdesarrollo económico debemos hacer también las dos preguntas siguientes: primera, ¿por qué los intereses y actos combinados de terratenientes, dueños de minas, comerciantes o industriales no produjeron el mismo subdesarrollo en los casos de Inglaterra, los Estados Unidos y el Japón? Y segunda: ¿qué habría tenido que existir o hacerse pare que estos grupos de Chile y de otros países subdesarrollados se sintieran inducidos a desarrollar y no a subdesarrollar sus países? Véliz, Pinto y Nolff no contestan la primera pregunta; a la segunda dan una respuesta inadecuada e imprecisa. Espero que mi tesis responda ambas preguntas de modo más aceptable o que, al menos, ofrezca una solución más fecunda del problema analítico que aquéllas plantean.

Mi tesis afirma que los intereses que llevaron al continuo subdesarrollo de Chile y al desarrollo económico de varios otros países fueron creados por la misma estructura económica que involucró a todos esos grupos; esto es, el sistema capitalista mundial. Este sistema se dividió en metrópolis centrales y satélites periféricos. Por su misma naturaleza, la estructura de este sistema debía producir intereses que subdesarrollaran a los países de la periferia, como Chile, una vez incorporados al sistema como satélites. Los grupos capitalistas más influyentes de la metrópoli chilena estaban comprometidos con las políticas que producían subdesarrollo en el país, porque su metrópoli era a la vez un satélite. Los grupos capitalistas análogos de la metrópoli mundial no se interesaban en políticas que produjeran el mismo subdesarrollo en su país (aunque lo produjera fuera de él), porque su metrópoli no era un satélite. Incluso el grupo predominante en el Japón, que llevó a ese país del no desarrollo en el período de Tokugawa al desarrollo después de la restauración de Meiji en 1868, no se enfrentó a presiones subdesarrollantes igualmente irresistibles, porque el Japón no había sido antes un país satélite.

La estructura metrópoli-satélite del capitalismo mundial, y la análoga conformación que produjo dentro de Chile, llevaron a los intereses capitalistas más influyentes de la metrópoli chilena a dar su apoyo a una estructura económica y a unos políticos que mantenían la explotación a que ellos mismos estaban sujetos por la metrópoli mundial. La razón por la cual aceptaron y defendieron su propia explotación es que así podían continuar explotando al pueblo de la periferia chilena, a la que la misma metrópoli chilena expoliaba. De haber los grupos predominantes en Chile adoptado políticas que produjeran el desarrollo y no el subdesarrollo del país, habrían exportado, como los ingleses sabían, menos excedente económico a la metrópoli mundial; pero, como los periódicos de la metrópoli chilena señalaron, también habrían expropiado para sí mismos una menor proporción del excedente chileno. Después de todo, el excedente que tenían que dejar apropiar por la metrópoli mundial y el que ellos mismos podían apropiarse mediante la exportación de materias primas y la importación de manufacturas, era el mismo excedente económico que los grupos privilegiados de la metrópoli chilena y la metrópoli mundial expropiaban a la inmensa mayoría del pueblo chileno, que producía las materias primas pero no consumía las manufacturas importadas... y consumía cada vez menos de las primeras materias y los víveres que él mismo producía. La misma estructura y las mismas fuerzas operan en todas partes y se analizan en cuanto a los siglos XIX y XX, en el capítulo IIl: "Desarrollo del subdesarrollo capitalista en el Brasil".

Otra cosa ocurría en la metrópoli mundial. Allí los grupos gobernantes no tenían oportunidad, y mucho menos costumbre, de vivir bien gracias a políticas económicas que, como la importación de productos industriales, servirían para subdesarrollar a su país a la vez que desarrollaban a otro. Incluso en países como el Japón, donde eran mayores las susodichas oportunidades, el poder y los privilegios del grupo predominante no se apoyaban en una relación metrópoli-satélite (aunque después de la segunda guerra mundial eso habría de ocurrir también allí cada vez más). AI contrario, en la metrópoli mundial los intereses de ciertos grupos al menos —y en Inglaterra, los Estados Unidos, etc., de Ios grupos más decisivos— se apoyaban en relaciones económicas con el resto del mundo, particularmente con los satélites, que servían para desarrollar la metrópoli y generar subdesarrollo estructural en los satélites.

Cualquiera que haya sido el papel que la moralidad calvinista o católica, la mentalidad "burguesa", "seudo burguesa" o "feudal" y el "impulso" expansionista o no expansionista desempeñaran en la producción del desarrollo y del subdesarrollo, tales factores no fueron determinantes o decisivos sino, cuando más, derivativos y secundarios. Véliz, correctamente rechaza la mentalidad "feudal", o cualquier otra, como factor determinante de la producción o el mantenimiento de las posiciones económicas de la "seudo burguesía" terrateniente, minera y comercial del siglo XIX en Chile. Las políticas que seguían e imponían al país eran, como Véliz anota, el producto más bien de las circunstancias económicas de los tiempos y de la estructura económica que las producía. Es curioso, por tanto, que Véliz se refiera a la moral, la mentalidad y el impulso de la "verdadera burguesía" de Inglaterra y los Estados Unidos, puesto que estos factores no tuvieron en las metrópolis otro papel que el secundario o insignificante que él les asigna en el satélite chileno. Tanto en las metrópolis como en los satélites, la línea económica perseguida y el desarrollo y el subdesarrollo resultantes eran producidos por la estructura económica subyacente y a ella deben ser atribuidos. ¿Podemos sostener que, desde el punto de vista de Chile, los elementos esenciales de esa estructura del sistema capitalista han cambiado desde finales del siglo? No. Opino que Chile continúa siendo parte del mismo sistema capitalista, con sus mismas contradicciones fundamentales de la polarización y la apropiación del excedente. Lo nuevo en el siglo XX es que Chile está hoy más subdesarrollado y más dependiente que antes, y que cada vez se subdesarrolla más.

Aníbal Pinto, Max Nolff y, por inferencia, Claudio Véliz, proponen una respuesta para la segunda pregunta, o sea: ¿qué tendría que cambiar para que Chile cese de subdesarrollarse y en su lugar empiece a desarrollarse? Los mencionados autores asocian los intereses que la burguesía chilena y la metrópoli tienen en conjunto al hecho de que, una vez independiente, Chile optó por el desarrollo "hacia afuera", y proponen que ahora intente desarrollarse "hacia adentro". Pinto llega ahora hasta a sugerir, contradiciendo su libro, antes citado, que el subdesarrollo chileno no se debe ya tanto a las relaciones de Chile con el mundo exterior como a su estructura interna (Pinto, 1964).

No será posible examinar aquí en detalle ese razonamiento. Basta señalar que tanto el desarrollo hacia afuera como el desarrollo hacia adentro no son, como se reconoce, otra cosa que desarrollo capitalista. Nolff sugiere, por ejemplo, que lo que los Estados Unidos realizaron en el siglo XIX fue el desarrollo hacia adentro. Así, pues, tanto implícita como explícitamente estos autores sostienen que basta reformar la estructura capitalista para que Chile proceda a desarrollarse hacia adentro y, por ende, a eliminar el subdesarrollo, y se refieren a reformas como las que propuso Salvador Allende, el derrotado candidato presidencial del Frente de Acción Popular en 1964, cuyo programa económico para Chile fue preparado bajo la dirección del mismo Max Nolff. Mi tesis sostiene que esta solución del problema del desarrollo y del subdesarrollo es inadecuada e inaceptable. Evidentemente tales reformas no pueden o no se proponen eliminar la posición satélite de Chile respecto del sistema capitalista mundial o convertirlo en miembro metropolitano de ese sistema; ni la orientación del desarrollo hacia adentro está calculada, en realidad, para eliminar la condición satélite de Chile sacándolo del sistema capitalista sin convertirlo en metrópoli ni en satélite. El desarrollo hacia adentro apunta únicamente al mantenimiento de la posición satélite de Chile dentro del sistema capitalista mundial, aunque reduciendo la cantidad y proporción del excedente económico que se envía al exterior y canalizando una mayor porción de ese excedente hacia el desarrollo industrial y económico interno, mediante vías que en lo esencial no se diferencian de aquellas en que confió Balmaceda. Estos autores sugieren que es posible conseguirlo por medio de reformas gubernamentales bajo un régimen de elección popular.

Mi tesis sostiene que la propia condición de satélite de Chile y de otros países, como el Brasil (en torno a la cual se analizan este problema y la evidencia contemporánea con más detalle en otra parte de este libro) y por supuesto la estructura metrópoli-satélite del sistema capitalista mundial, no permiten el éxito o siquiera la adopción de las medidas propuestas por Pinto, Nolff y Véliz. Antes bien, mi tesis sugiere —y lo confirma la experiencia de Balmaceda y de otros que lo imitaron en el siglo XX, así como también la evidencia contemporánea disponible, incluyendo la de las elecciones de 1964, que ese camino lleva a una mayor dependencia satélite de la metrópoli y a un subdesarrollo más profundo del satélite chileno. Como veremos en mi breve estudio del siglo XX, Chile, subdesarrollado en tiempos de Balmaceda, estaba aún más subdesarrollado hacia el segundo período del primer presidente Alessandri, en los años 30, y todavía más subdesarrollado y más pobre en el primer gobierno del segundo presidente Alessandri, terminado en 1964. ¿Qué razón puede hacernos creer que la estructura metrópoli-satélite del capitalismo internacional y nacional, de mantenerse intacta, no hará a Chile aún más subdesarrollado y a Ia gran mayoría de su pueblo más pobre en los años venideros? Si mi tesis es correcta, no existe tal esperanza.

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