5. Polarización y subdesarrollo industrial
Posiblemente desorientados por ciertas nociones modernas acerca de los inevitables beneficios económicos que derivan del aumento de las exportaciones, las mejorías cíclicas y los "buenos tiempos" en general, podríamos sentirnos inclinados a suponer que el renovado auge de las exportaciones mineras en el siglo XVIII y el aumento de las exportaciones agrícolas tuvieron efectos provechosos sobre otros sectores de la economía chilena, como el comercio y la manufactura. Mas la realidad fue otra en el siglo XVIII y sigue siendo otra en el XX. Como lo afirma mi tesis acerca del papel y las consecuencias de las contradicciones capitalistas en una economía de satélite periférico ya dependiente, los buenos tiempos en el nivel capitalista mundial o metropolitano traen malos tiempos para los satélites, al menos en cuanto se refiere a los acontecimientos que fomenta, el desarrollo y el subdesarrollo económico. Las acrecentadas exportaciones de Chile estaban vinculadas, por supuesto, a la recuperación del mundo capitalista en el siglo XVIII, de su "depresión" en el XVII. Y la recuperación del mundo capitalista, a su vez significó la perdición del desarrollo fabril de Chile y trajo forzosamente a este país un mayor subdesarrollo estructural.
La afluencia de mercaderías europeas, a bajo precio, tuvo efectos saludables sólo en Ios comienzos, pues el país no producía nada que representara un valor exportable hacia Europa; se planteaba el consiguiente desequilibrio, pues de una parte sólo había emigración de circulante, afectando grandemente los ingresos del trigo, como se ve en las justas frases de un historiador: "La inundación de mercaderías francesas no surtió otro efecto que cambiar las ganancias y las economías acumuladas por los pobladores en el comercio del trigo y del sebo con el Perú, por ropas, menajes y todo género de artículos europeos. Dio una capa de barniz europeo al tipo de vida; pero debilitó la potencialidad económica chilena." Esta misma falta de sentido económico en el empleo de las mayores utilidades provenientes de un aumento en las exportaciones de trigo, se repetirá al promediar el siglo diecinueve con los beneficios de California y Australia. Las dificultades con el mercado peruano se acentuaron cuando la corriente de retorno de la exportación, tradicionalmente constituida por las mercaderías europeas, que para llegar a Chile pasaban por el Perú, disminuyó en gran parte al ser reemplazada por los artículos que en forma directa entregaban los franceses en los puertos de Chile. Contribuyó a hacer más enojosa la situación la entrada, además, de mercaderías asiáticas y de aquellas provenientes del Río de la Plata, las cuales penetraban clandestinamente desde el último decenio del siglo diecisiete. Los navíos franceses y asiáticos se atrevieron incluso a abastecer al propio virreinato por medio de los buques que iban al Callao, aprovechando algunas de las desiertas bahías chilenas (Sepúlveda, 1959: 24).
Empero, todavía faltaba lo peor. España, ya crecientemente subordinada a Inglaterra y a Francia, intentó adaptar sus relaciones económicas y políticas a las exigencias de su desventajosa posición en el mercado capitalista mundial, mediante la modificación de toda la serie de regulaciones que ordenaban las relaciones económicas externas de sus colonias, la institución del "librecambio" en 1778, la apertura del puerto de Buenos Aires, etc. Los efectos de estas medidas sobre el desarrollo fabril y económico en general de las colonias españolas, Chile incluido, fueron transcendentales.
La situación descrita, esto es, la balanza comercial desfavorable continuó durante el siglo dieciocho; eso si que se torna muy vigorosa y toma contornos excepcionalmente agudos con posterioridad al 1778... Desde luego, a partir de 1783 —alto en que realmente el reglamento de 1778, comenzó a producir efectos- como consecuencia de su considerable internación, el mercado chileno quedó virtualmente saturado de productos extranjeros... Con el establecimiento de los navíos de registro y la dictación del Reglamento de 1778, se facilitaron enormemente las relaciones mercantiles de Chile con España, las que se hicieron directamente por vía del Cebo de Hornos o a través de Buenos Aires: se eliminaron también los obstáculos para un mayor intercambio entre Chile y las otras colonias... los precios de las manufacturas de procedencia europea o americana experimentaron visible reducción... Todo esto favoreció la internación de manufacturas extranjeras a nuestro país. Ahora bien, este hecho tuvo, en general, consecuencias muy negativas. Los artículos elaborados en el exterior... entraron en ventajosa competencia con los productos de la incipiente industria chilena, la que comenzó a decaer en forma notoria, reduciéndose los volúmenes de su producción y aun extinguiéndose virtualmente algunos rubros de ella... Se produjo como consecuencia una disminución en la venta de las jarcias elaboradas en Chile... esas franquicias comerciales perjudicaron a otra industria que se había desarrollado en nuestro país, esto es, la construcción de embarcaciones; también decayó de un modo considerable la producción de textiles; se redujo el consumo de objetos de alfarería y de metal de producción nacional; la industria de cuero experimentó un serio quebranto, etcétera. En una palabra, comenzó gradualmente a reducirse la significación económica de una actividad productora que satisfacía el mercado interno y que aún era capaz de hacer envíos al exterior. Chile comenzó a ser un país consumidor de manufacturas extranjeras, fenómeno que se acentuó con posterioridad a la Independencia. Es de suma importancia subrayar que el fenómeno analizado se manifestó en diversos países americanos (Ramírez, 1959: 40-43, 54, 57). Fue en efecto, el activo intercambio que se inició con los reglamentos de 1778, la causa de la decadencia de las primeras industrias nacionales (Ibidem, 44, citando a Ricardo Levene, Investigaciones acerca de la historia económica del virreinato del Plata, II, 152).
"Hoy todos estos ramos que componían la felicidad del reino en cuanto a interés, y otros de menor cuantía, se ven extremamente abatidos aunque por diferentes causas. Pero el mayor móvil es innegablemente la abundancia de efectos de Europa que ha inundado a estas provincias con el lujo e inclinado a las gentes a lo superfluo con prelación a lo necesario". ("Informe de Domingo Díaz de Salcedo al gobernador Ambrosio O'Higgins", de marzo de 1789, en Archivo Vicuña Mackenna, citado por Ramírez, 1959: 45).
Para terminar, dejaré que otros autores, tanto contemporáneos como del siglo XVIII, hablen por mí. Lo que dicen y hasta las palabras qua eligieron confirman mi tesis: el capitalismo produce una metrópoli que se desarrolla y una periferia que se subdesarrolla, y esta periferia —caracterizada a su vez por la metrópoli y los satélites que contiene— está condenada a un desarrollo económico limitado, o subdesarrollo, en su propia metrópoli, y a un subdesarrollo inevitable en sus regiones y sectores satélites periféricos.
Los virreyes del Perú, siguiendo con la concepción autártica y mercantilista miraron a Chile, según un historiador: "como un apéndice del virreinato, como un granero destinado a suplir las necesidades de trigo y de sebo, como un mercado que debía alimentar la prosperidad del comercio limeño y como una colonia que sólo producía a España gastos y que era necesario conservar no por ella misma, sino por la seguridal del Perú (Encina, Historia de Chile, V, 264, citado por Sepúlveda, 1959: 29).
Tampoco eran muy diferentes las relaciones de Chile con la metrópoli española:
"En ningún instante la metrópoli abandonó lo básico de su política mercantil con respecto a América, que consistía en el traslado de manufacturas y frutos españoles a cambio del oro y la plata qua extraía de las minas indianas... Todas estas medidas tienen una importancia extraordinaria en nuestra historia económica. Sus proyecciones, de gran trascendencia, no pasaron inadvertida, para los gobernantes ni para los hombres de negocios de la época. Con ellas se evidenció, en primer término, que las acciones realizadas por el gobierno metropolitano con vistas a fortalecer la economía hispana no eran adecuadas ni convenientes a la economía chilena. En segundo lugar, y como resultado de lo anterior, se empezó a hacer notorio el antagonismo entre las necesidades e intereses económicos de Chile y los del sistema económico establecido por la metrópoli en América. Por último, con esta medida y sus efectos, quedó perfectamente mutado un hecho: Chile había llegado a ser una unidad económica tan definida, que para su posterior desenvolvimiento necesitaba de una política particular que contemplara justamente sus específicos intereses, determinados por la singular conformación de toda su vida económica." "... la vida económica general del país sufría los efectos de una violenta contradicción: por un lado, estaban las fuerzas productivas que pugnaban por expandirse, que se encontraban ante la necesidad orgánica natural de crecer; en el otro, se hallaban los factores que, al mantener un rígido marco, impedían u obstruían esa normal expansión. Esta contradicción no es interna, esto es, no existe dentro del cuerpo económico de Chile, sino que se manifiesta entre la economía de este país y la estructura del imperio español; en su efecto, es la totalidad de la economía nacional la que está en situación de crisis y ello se debe al carácter de país colonial o dependiente que posee Chile, lo cual significa que está privado de mantener relaciones comerciales fuera del ámbito hispano y que está sujeto a las decisiones de la política económica metropolitana (Ramírez, 1959: 40, 98-99).
José Armendáriz, como virrey del Perú, tenía autoridad para decir en 1736:
"El comercio de este reino es una paradoja de tráfico y una contradicción de opulencia no experimentada hasta su descubrimiento, floreciendo con lo que a otro arruina, y arruinándose con lo que otros florecen, por consistir su abundancia en la negociación de tratos extranjeros y sus decaimientos en la libertad de otros y es que se ha mirado no como comercio que es necesario mantener abierto, sino como heredad que es necesario mantener cerrada..." (Memorias de los virreyes, III, 250, citado por Ramírez, 1959: 68).
¿Podrían expresarse mejor y más poéticamente las duras realidades de las tres contradicciones capitalistas, que en épocas pasadas y todavía en las actuales generan simultánea y conjuntamente desarrollo y subdesarrollo?