„Honrad a Licurgo, quien condenaba el oro, la causa de todos los crímenes.”
Pitágoras
La paz social es la condición para crear el espíritu que ha de traernos la paz duradera entre los pueblos. Pero la paz social es incompatible con las prerrogativas, intereses, réditos sin esfuerzo, en una palabra, es la antitésis de las rentas. Estas y los intereses, el llamado derecho al producto del trabajo ajeno, han de sacrificarse totalmente y sin miramientos si es que anhelamos gozar de la paz social y lograr por ella la paz entre los pueblos.
A la paz entre las naciones no se llega tan fácilmente como piensan algunos pacifistas que utilizan las reducciones de los gastos militares como medio de propaganda! ¡Si los armamentos para la guerra representan una bagatela frente a los armamentos para la paz! Representan una insignificancia dentro de una cuestión tan trascendental. En Alemania los gastos del ejército durante la paz importaban sólo un mil millones por año, mientras que la verdadera condición para la paz demanda un sacrificio de 20 mil millones anuales, en forma de rentas territoriales e intereses de capitales, vale decir, veinte veces más.
Verdad es que un tratado de paz sobre papel resulta menos gravoso. ¿Pero de qué sirve? Los tratados celebrados con Bélgica e Italia también se asentaron sobre papel y resultaron de papel. Estos convenios se cumplen sólo mientras respondan a los intereses de ambas partes, es decir, en tanto no haya que recurrir a ellos, de ahí su perfecta inocuidad. Se reducen regularmente a un trozo de papel tan pronto como su aplicación redunde en perjuicio de una de las partes. Toda la vacuidad de esos tratados papeleros resalta en el acto, si se intenta cimentar sobre ellos la paz social. Pregúntese a los dirigentes obreros si se detendrían frente a la Constitución. Para que una Constitución nos pueda asegurar una paz social duradera debe reposar en la naturaleza. Justicia para todos los ciudadanos, abolición absoluta de toda clase de rentas - he ahí la Constitución que no requiere papel alguno y que está protegida contra toda violación.
Supongamos no obstante que por una serie de alianzas y tratados, por el desarme y el arbitraje, los pueblos estuvieran de tal modo encadenados que fueran imposibles las guerras. Por de pronto, esto puede imaginarse. Pero aquí surge una pregunta: ¿Con qué sustituiremos la guerra entre naciones, esa antigua y eficiente válvula de seguridad contra el estallido de la revolución social universal, que amenazó ya con frecuencia a la sociedad capitalista en forma de huelga general, y que no se materializó hasta ahora, por insuficiente preparación?
Nada ni nadie puede detener la marcha de los acontecimientos, que en los tiempos de paz es rápida, y hasta vertiginosa, para quienes tienen motivo de temerla. Con una o dos decadas más de paz, las organizaciones obreras del mundo estarían listas para la lucha. Esto hubiera significado la guerra social universal que, al igual que la furiosa guerra actual, se desencadenaría sobre todo el mundo, por ciudades y aldeas, recurriendo a todos los medios hasta triunfar, es decir, hasta dominar al adversario. Pero a esta revolución mundial hubiera seguido, como la noche al día, una nueva guerra entre las naciones. Los acontecimientos tomarían entonces el siguiente giro: los estados en que el proletariado logró "con éxito" abolir el régimen capitalista para adoptar el sistema económico comunista, a causa de las deficiencias naturales propias del mismo, se retrasarán en su desarrollo y no podrán, entonces, resistir a los estados que, habiendo sofocado la revuelta, salvaron el orden capitalista.
Hasta el optimista más ingenuo convendrá en que las clases dominantes, para asegurar sus previlegios, tratarán de reprimir sangrienta y despiadadamente la revolución proletaria.
¿De qué sirven en tales circunstancias los esfuerzos por la paz entre las naciones? ¿Tiene, acaso, algún sentido práctico trabajar por ella sin considerar su fundamento, que es la paz social? ¿No es esto edificar sobre un médano, reparar el techo de un edificio cuyos cimientos están minados? Tal como están las cosas, la paz entre los pueblos no significa sino reparar las válvulas de seguridad del orden social imperante hoy en el mundo, vale decir, dilatar el estallido de la gran hoguera mundial.
¿No sería, tal vez, mejor y más humano dejar funcionar como hasta ahora las válvulas de seguridad de nuestro capitalismo, hasta que hayamos encontrado las bases de la verdadera paz social y concluir un "contrato social" que nos permita afirmar: "durará eternamente". Lo que haremos después de esta guerra mundial lo sabemos. La conflagración se concluirá algún día. Por todas partes nos veremos ante montones de ruinas; trabajaremos, sí, y por lo tanto, nos mantendremos regidos por un sistema económico técnicamente racional. Pero de lo que sucederá una vez estallada la revolución social universal, de eso no se preocupan mayormente sus causantes. Terminará como siempre en estos casos con un derrumbamiento total.
Estas consideraciones tienen por objeto llamar la atención de todos los amantes de la paz sobre la relación íntima que existe entre la paz social y la de las naciones, y al mismo tiempo señalarles en el oro al perturbador general de la paz, al que debemos, por razones fundamentales, señalar como enemigo hereditario del género humano, causa verdadera de la divisíón del pueblo en clases, de las guerras civiles y, por ende, de las guerras internacionales.