Desde la implantación de la libremoneda, la popularidad de nuestro movimiento ha decrecido notablemente, y casi todos los días se oye de nuevas disoluciones de cooperativas de consumo. Esta es otra de las tantas consecuencias sorprendentes de la Libremoneda, que nadie había previsto en un principio. Sin embargo, no hay nada de extraordinario en eso. El consumidor compra ahora al contado, instala despensas, compra mercaderías por lotes y en sus embalajes o envases originales. El comerciante ya no necesita conceder créditos; no lleva libros, ni tiene tampoco depósitos; las mercaderías se reparten generalmente directamente desde la misma estación ferroviaria.
Debido a la concurrencia de todas estas circunstancias, el comercio se ha simplificado en forma extraordinaria. Unicamente los más hábiles comerciantes escapaban ante los peligros de la venta a crédito, gozando lógicamente para sí mismos de los beneficios que les proporcionaba este comercio. Y mientras, entonces, sólo los individuos más activos, capaces, ahorrativos y ordenados eran aptos para el comercio, ahora una persona medianamente dotada puede hacerse comerciante. Ya no existen ni depósitos, ni balanzas, ni habrá más errores, ni se llevan libros, ni se precisa apreciar la posible demanda de mercaderías. Y, más aún, se paga al contado, con dinero efectivo, contra entrega de la mercancía, ‑ nada de cheques ni pagarés, ni de otras „macanas“, sino dinero efectivo. Aquí está el cajón o la bolsa, ‑ venga el dinero. El asunto está concluído y olvidado, y el comerciante busca nuevas transacciones. Cualquier persona puede hacer semejante trabajo, y en consecuencia, según las leyes de competencia, la retribución del trabajo del comerciante debe bajar al nivel del salario de un jornalero.
¿De qué servirán, luego, las cooperativas de consumo? Con la reforma monetaria se ha cumplido su finalidad: la reducción de los gastos comerciales. ¿Quién se asocia aun a una cooperativa? La nuestra estaba formada por un conjunto de consumidores capaces de pagar al contado y cuyas compras eran tan cuantiosas como para recompensar el largo camino hasta nuestros almacenes. Pero, ante la evolución que ha tomado el comercio, semejante selección de individuos ya no es posible, porque todo el mundo, en su calidad de consumidor, llena esos requisitos, todos pagan al contado y por lotes. ¿Acaso sería posible formar en el Africa una „Asociación de hombres de color“ o en Munich un „Club de bebedores de cerveza“? Por la misma razón, la reforma monetaria ha imposibilitado la existencia de las cooperativas de consumo.
Finalmente, no se pierde mucho con la abolición de las cooperativas. No han demostrado ser almácigos de ideas altruístas, ya que por el solo hecho de ser una agrupación, ellas se oponen al resto del pueblo. Tarde o temprano habríanse colocado en conflicto con su adversario natural: la asociación de los productores, y entonces hubieran surgido cuestiones que en teoría y práctica solamente se resolverían por la implantación del comunismo y la abolición de la propiedad privada en todos los países. ¿Qué precio, por ejemplo, querría conceder la asociación de las cooperativas de consumo alemanas a la Asociación de Fabricantes de Alpargatas? Sólo la policía podría resolver este problema.
Y ¿acaso podíamos estar orgullosos de nuestros éxitos? No puedo menos que avergonzarme al pensar que sólo hemos quitado el pan a muchos comerciantes modestos, sin haber derrotado a ningún especulador de bolsa, cerealista, etc. Y habría sido justamente en la bolsa, donde deberíamos haber demostrado nuestra fuerza.
¿ Quién no se acuerda aquí del cuadro de L. Richter: „La vendedora de quesos“? Y ¿quién no maldice una sociedad „altruista“ que hace sentir su fuerza solamente contra la gente humilde? En este caso prefiero mil veces la Libremoneda que, si bien elimina al pequeño comerciante, lucha empero en igual forma contra los grandes, especialmente los de la Bolsa.
Tampoco es de negar, que el movimiento cooperativista en general permite sospechar que sus móviles no son nada morales; porque donde quiera la administración de fondos públicos o sociales no sea eficazmente controlable, allí aparecerá pronto la malversación. No es posible que todos los asociados revisen minuciosamente cada cuenta, confrontando la entrega con la muestra. Tampoco está descartado que los empleados de la Cooperativa, mediante acuerdos particulares busquen su propio provecho en perjuicio de la sociedad. Si no se tratase más que de mercancías sin diferencia con respecto a la calidad, como ser el dinero, el control eficaz de los empleados todavía sería factible. Pero ¿cuáles son las mercancías ‑ aparte del dinero‑ en que sólo la cantidad importa y no también la calidad?
De modo que el comunismo, la abolición de la propiedad por un lado, y la corrupción de los empleados por el otro - es cuanto ofrece la generalización del cooperativismo. Por eso aplaudo como un progreso que la Libremoneda haya realizado la finalidad de las cooperativas de consumo; el abaratamiento de los gastos comerciales, por la simple modificación de los usos comerciales. Ahora las mercancías son entregadas nuevamente a sus dueños inmediatos. Mercadería y propiedad son inseparables. La intromisión de personas extrañas, la fijación de los precios, de la calidad, etc., hecha por comisionistas por cuenta de terceros, no sólo conduce a la corrupción, sino que es de por sí, una adulteración del concepto „mercancía“, una adulteración de la determinación del precio, que corresponde a la oferta y la demanda.
Y ¿no es curioso, que la finalidad lógica de las cooperativas de consumo: la asociación de las sociedades se haya conseguido sencillamente por la disolución de todas ellas? La cooperativa más eficaz es siempre el mercado libre, donde un propietario trata con el otro; donde la calidad de las mercaderías es avaluada por los mismos interesados, donde uno no está ligado a determinados depósitos, pueblos o ciudades, donde las estampillas de pago, o sea el dinero, son válidas en todo el país, y donde desapareció la corrupción, la coima, la desconfianza, porque ningún particular interesado promueve el cambio por cuenta de terceros y ausentes. Se sobreentiende naturalmente, que el mercado libre no encarecerá las mercancías más que bajo la Administración de la Cooperativa! Y esta presunción se ha cumplido con la reforma monetaria. Por medio de la Libremoneda el comercio ha sido acelerado, afianzado y abaratado de tal manera que la ganancia comercial ya no se distingue del salario común del trabajo. Luego ¿qué quieren todavía las cooperativas de consumo?