¿Buscas otro libro?
Buscalo aquí:
Amazon Logo





 

Trueque y Economía Solidaria
Susana Hintze (Editora)

Riqueza, dinero y poder: el efímero “milagro argentino” de las redes de trueque

por Heloísa Primavera1

En las reflexiones que siguen haremos una lectura particular del fenómeno de la moneda social como construcción colectiva en el interior de las redes de trueque a lo largo de su evolución: nacimiento, apogeo y crisis. Para ello, y con el sentido de buscar alternativas a la altura de la crisis actual, construidas por actores sociales que puedan encontrarse entre los lectores, proponemos el derrotero que desarrollamos a continuación.  

1. Intentando un nuevo diálogo sobre lo que parece obvio

Para empezar esta conversación imaginaria, que podrá transformarse en diálogo, proponemos un ejercicio inicial de tomar distancia y ubicarnos en el año 3003, para pensar una fecha que calme eventuales pasiones destructivas, generadas alrededor de los acontecimientos del año en curso y, en particular, del desplome de las redes de trueque.

Asimismo, para ser congruentes con el marco académico en que se ha emprendido el Programa de Investigación y Desarrollo conducido por nosotros, toca aclarar que se trata, precisamente, de excluir toda pretensión de objetividad científica: no sólo no creemos que ésta sea posible en este caso, como tampoco que ella exista en general. Los valores están siempre presentes, antes, durante y después, y con ello la ideología también está incluida, explícita o implícitamente. Antes que a la “objetividad” de la ciencia, elegimos apuntar aquí a la búsqueda de “pluralidad” de enfoques convergentes –casi siempre inconmensurables y a las distintas formas de ruptura del “pensamiento único”, presentes en el discurso hegemónico. Aun cuando éste tiene la forma de pensamiento crítico, puede ser desplegado, con frecuencia, bastante creativamente por los que pretenden ser guardianes de la “objetividad” del pensamiento académico.

Como sabemos desde hace ya más de tres décadas, el discurso científico es siempre una expresión refinada de profundas disputas de interés consagradas por la “ciencia normal”, hasta que anomalías crecientes empiezan dar paso a otros enfoques, o a algún paradigma emergente que caracterizará la nueva “ciencia revolucionaria” (Kuhn,1972). Más recientemente, Bruno Latour (1988,1989) mostró de forma extraordinariamente clara cómo se construye tal “objetividad”, a partir de “hechos” que no son más que el producto de secuencias de operaciones lingüísticas sobre “artefactos de opinión”, construidos en las microconversaciones de laboratorio, con el correspondiente costo –en miles de millones de dólares– sutilmente ocultado detrás de la ficción del discurso hegemónico. En el caso de las ciencias sociales, en lugar de microconversaciones de laboratorios, tal construcción se da a través de creaciones de sentido logradas por consensos territoriales, a partir del uso de determinados marcos de referencia y categorías conceptuales, que generan a su vez repeticiones al infinito en artículos en publicaciones especializadas (con cuidadosos referatos autorreferenciados), la edición de libros por sistemas editoriales corporativos (cerrados a los que no integran obedientemente las convenciones definidas por las tribus especialistas), además de comunicaciones y actas de congresos internacionales, que movilizan también, cada año, muchos millones de dólares y garantizan la manutención de las elites pensantes de cada país dentro de un cada vez más precario, pero existente sistema de empleo estable.

En la actualidad, esta ciclópea tarea goza, además, del aporte significativo de las comunicaciones digitales y del apoyo definitorio de los medios de comunicación masiva, que a diario construyen la “realidad que hay que ver” detrás de cada fenómeno complejo, reduciéndolos casi siempre a la punta del iceberg...

Todo ello, para que la complejidad no nos arroje al caos del cambio de paradigma como posibilidad, o –peor aún– a la responsabilidad de crear nuevas categorías conceptuales, para desafiar a la ciencia “normal” a volverse “revolucionaria”, como bien se merece el estado actual de las relaciones sociales globalizadas. Si bien en la física y en la biología ello ocurre permanentemente sin que constituya sorpresa, también es cierto que el impacto de tales variaciones sobre el mundo de carne y hueso tiene una inercia distinta a la que caracteriza a las ciencias sociales y sus prácticas derivadas.

En nuestra comprensión, lo que ha estado pasando en éstas puede ser asimilado al “miedo al vacío” de la explicación aristotélica de la caída de los cuerpos... La realidad nos viene pasando por encima y nuestra pobre capacidad de predicción y diseño de nuevos escenarios han quedado casi totalmente en manos de la literatura clásica, el ensayo y la ciencia ficción, como nos sugieren Forrester (1999, 2000), Eisler (2001) o Bleichmar (2002), antes que de nuevos creadores de conceptos (Deleuze, 1997).

Así es como, desde la epistemología constructivista que enmarca este trabajo, fuertemente anclado en la tradición de autores como Watzlawick (1989, 1994), Maturana y Varela (1980,1984), Varela y otros (1992), Varela (1999) y Flores (1989, 2001), proponemos abandonar toda pretensión de “objetividad científica” y reemplazarla por la correspondiente postura de responsabilidad académica, extendida más allá del aula y de las publicaciones que el rigor exige a los que eligen mantenerse en el mundo del empleo académico. Para ello, hace falta no sólo hacerse cargo de lo que pasó, de los “errores” cometidos por quienes se ensucian las manos en el campo y no se resignan a analizar críticamente “lo que pasó”, sino también hacerse cargo de “lo que está pasando” y principalmente de “lo que puede pasar”, si nos arriesgamos a exploraciones por fuera de nuestro inevitable pensamiento único. Esa tarea demanda necesariamente abandonar la inercia teóricoconceptual y ensayar nuevos abordajes y categorías capaces de romper la ceguera cognitiva de posturas especialistas y corporativas (Primavera, 2000a).

Para ejemplificar la postura de aplicación del principio de responsabilidad académica en el abordaje del fenómeno del dinero, visto desde las redes de trueque, proponemos la lectura del recuadro que sigue:

Había una vez un pequeño país, con poca memoria y mucha imaginación. De él salieron genios apabullantes como Piazzola, Villegas, Mederos, Charlie, Borges, Cortázar, Berni, Soldi, Iris Scaccheri, Cassano, Bocca, Varsavsky, Lola Mora, Alicia Moreau, Evita, el Che, las Madres de la Plaza, Marta Pelloni y el inefable Profesor Diego, pero también los perpetradores de treinta mil desaparecidos e inmoladores de imberbes pibes descalzos en las islas frías del Sur, cuyo nombre empañaría esta lectura. Del mismo barro: creatividad e intensidad parecieran ser los atributos comunes. ¿Qué esperar entonces de la evolución de aquel primer club del trueque de Bernal que nació en los estertores del capitalismo del pasado milenio?

Hasta su aparición, por varias décadas, en muchas regiones del mundo, las experiencias de flexibilización del sistema monetario vigente habían sido locales, tibias, quizás innovadoras pero nunca desafiantes del sistema dominante en los comienzos de la globalización. Fueron, antes, suaves paliativos que permitieron retardar unos minutos más la historia del desenlace de la última etapa de la barbarie pasada. Allí, no. La mentalidad efervescente de unos pocos, aliada a la actitud utópica de otros y las necesidades de muchos, armaron una curiosa versión de David y Goliat, que floreció a principios del milenio pasado: allí empezó la agonía de la civilización que confundía dinero y riqueza, por la simple utilización de una forma obsoleta de herramienta de intercambio...

La lucha no fue fácil. El fantasma de la pérdida, manifestado en brotes recurrentes de voracidad y miedo a la escasez, con más de cinco mil años de arraigo, acechó una y otra vez y algunos intentos quedaron en el camino. Pero luego de algunas batallas perdidas, quedó claro el malentendido histórico y epistemológico sobre el patrimonio del dinero. La gente comprendió que el mercado no es otra cosa que un espacio de interacción en que los seres humanos demandan lo que necesitan y ofrecen el producto de sus talentos, para que cada quien tenga lo suyo. La riqueza –desde siempre infinita– pudo empezar a tener, finalmente, su destino posible. Viejas tecnologías de producción de todo tipo y antiguas tecnologías de la información fueron los grandes aliados de la transformación que permitió reinstalar el paradigma de la abundancia. De esa etapa, vienen algunas enseñanzas que nos legaron las últimas civilizaciones monetarias y que hoy nos permiten disfrutar de lo que no podríamos comprender sin mirar la Historia.

Lo que sigue es el relato de una de las crisis, vivida en plena confusión epistemológica entre riqueza y dinero, dado el afianzamiento de las desigualdades permitido por los arcaicos sistemas monetarios usados como formas de dominación y concentración de la riqueza del planeta. Esa crisis posibilitó –al fin y al cabo– descubrir el pecado original de la primitiva ciencia económica y avanzar sobre nuevas teorías monetarias, que permitieron abandonar el paradigma de la escasez y los mecanismos de concentración de la riqueza, que en algún momento amenazaron la supervivencia misma de la especie humana, en la carrera sin fin del ocioso potencial bélico acumulado hasta entonces.

Si podemos imaginar un relato similar, de futuro anticipado, en los años ’50, en el que hubiésemos tenido el uso de internet, el anterior se nos aparece no sólo posible, sino también cargado de obviedad... En otras palabras, el recuadro pretende invitarnos a la responsabilidad de accionar en la búsqueda de anticipación de futuros posibles.

Según las categorías conceptuales que utilicemos, en vez de esperar que “otros” las creen para nuestro uso posterior, podríamos usar la imaginación (Primavera, 2000b) y hacernos cargo de ambas responsabilidades a la vez: no sólo preocuparnos con la fina comprensión del mundo, sino ocuparnos de su transformación en tiempo real, es decir, a crear y poner en práctica nuevos instrumentos más efectivos para redistribuir la riqueza con sentido de justicia social.  


1. Docente y coordinadora del Área de Gerencia Social de la Maestría en Administración Pública, Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires, directora del Programa de Investigación y Desarrollo sobre Monedas Complementarias y Economía Social. primaver@econ.uba.ar • heloisa@alliance21.org / www.redlases.org.ar • http://money.socioeco.org.

 


  Volver al índice de "Trueque y Economía Solidaria"

Volver a "Libros Gratis de Economía"

Volver a la "Enciclopedia y Biblioteca de Economía EMVI"


Google
 
Web eumed.net