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Trueque y Economía Solidaria
Susana Hintze (Editora)

8. ¿Semillero para sistemas más dinámicos o comunidad dinámica ella misma?

Se dice que la comunidad de trueque es un buen semillero de emprendedores, pues al no poder endeudarse no corren grandes riesgos y pueden aprender sobre la marcha, desarrollando o “reciclando” capacidades para luego reingresar al mercado capitalista con una baja tasa de “mortalidad”. Pero si no aprenden a correr riesgos, no serán emprendedores capaces de ingresar al mercado formal a obtener dinero. Las actividades que generan capacidades de emprendimiento bajo condiciones de incertidumbre son fundamentales para la supervivencia, no sólo porque sirven para competir en el mercado, sino en general. Si el mundo económico es incierto, cabe o bien refugiarse en zonas de seguridad relativa o bien aprender a sobrevivir participando activamente en el mercado capitalista. Pero no se trata de incorporar los valores negativos del mercado para lograrlo, pues eso desvirtuaría el programa cultural de la propuesta, y la comunidad de trueque sería apenas un aguantadero. Habría, sí, que incorporar alguna dimensión del riesgo en el proceso de participación y desarrollo de capacidades de organización de la producción, la circulación, la red misma, o las semillas no germinarán fuera de su hábitat protegido, como pasa con tantas empresas incubadas.

Sí es necesario minimizar los aspectos de lotería que tiene el mercado, donde los esfuerzos realizados pueden ser barridos por un accidente circunstancial en condiciones de vulnerabilidad. Pero el cálculo de riesgos se introduce institucionalizando la innovación cooperativa como proceso constitutivo del sistema de economía popular de la cual las comunidades de trueque forman parte. Supone integrar o desarrollar centros y redes de investigación tecnológica y organizativa, sistemas de aprendizaje colectivo que alienten la creación y permitan la difusión de nuevas formas de producción, circulación y consumo. A partir de las comunidades de trueque, centradas inicialmente en el intercambio de trabajos y productos preexistentes y desplazados del mercado capitalista, esto lleva a incidir en la producción misma de nuevos productos y servicios, condición para la consolidación de un sistema de economía alternativa que, si no se desarrolla dinámicamente, languidece o es fagocitado por el sistema de mercado. Con esta contradicción deben vivir estas comunidades, y para saber qué hacer es fundamental un análisis objetivo de las posibilidades de esta institución que complemente el legítimo programa cultural que propugnan sus impulsores.1

De hecho, las comunidades de trueque pueden ser muy dinámicas si son abiertas. El umbral de entrada (volumen de recursos requeridos y condiciones que se exigen para poder participar) es muy bajo, lo que permite que continuamente entren nuevos prosumidores con sus productos y servicios. Pero también los costos de salida son bajos, como consecuencia del bajo nivel de inversión fija, lo que facilita que reduzcan su participación o salgan aquellos participantes que encuentren otras alternativas de inserción o no tengan condiciones favorables para ubicarse en la comunidad. A su vez, ese bajo nivel de inversión fija limita el tipo de actividades que se pueden realizar y tecnologías que se pueden utilizar, y de algún modo las necesidades que se pueden satisfacer.2 El bajo nivel de inversión fija a nivel micro no implica que no pueda haberlo para la red en su conjunto, a través de inversiones cooperativas en elementos de apoyo al conjunto de los participantes. Por otra parte, indica que la innovación en estas economías está más vinculada al desarrollo de las capacidades de los trabajadores que a la utilización del conocimiento encarnado en robots o máquinas.

Si la competitividad sostenible debe ser sistémica, debe innovarse a nivel del sistema de relaciones mismo. Así, una de las ventajas de participar en redes de trueque es que se puede comprender mejor la interdependencia, las consecuencias indeseadas de las propias acciones incluso sobre la situación del que actúa (a quién se compra y a qué precios). Pero también a nivel micro los nuevos valores suponen innovaciones importantes, que en muchos casos van en línea con las mejores opciones de innovación planteadas en el sistema empresarial, pero también con las propuestas asociadas al ecologismo y a su concepto de eficiencia. Así, se bajan costos no productivos: trámites de habilitación, impuestos, propaganda, intermediación, interés, pérdida o desvalorización de stocks, el desperdicio de los envases no retornables o los costos de retornarlos, etc. Se aprende a atender más que a manipular a la demanda al mantener un vínculo directo cara a cara con los consumidores. De hecho, se aplica un régimen de producción a pedido ¡just in time! Pero nada de esto supone desplazar al trabajo sino que puede hacerse poniéndolo en el centro del sistema económico.

En la ideología de las comunidades de trueque se confunde imposibilidad con deseo: como objetivamente no se puede acumular, a menos que las redes se complejicen y se aflojen algunas de las restricciones al intercambio, se supone que no se quiere ni se requiere acumular. Y la acumulación puede ser una condición para la innovación.3 La innovación puede estar asociada con la escala, no de las unidades de prosumidores sino de la red misma, y para ello es posible emprender campañas institucionales que atraigan más ciudadanos actualmente marginados del sistema empresarial, pero ello supone abandonar el desideratum de lo pequeño y controlable mediante relaciones cara a cara.

Un elemento fundamental del dinamismo de estas comunidades está en su propio sentido inicial: vincular producción y consumo (por eso lo de “prosumidores”) donde el leit motiv debe venir a la vez de la producción (el aliciente para activar capacidades personales excluidas del sistema empresarial) y del consumo (satisfacer necesidades materiales relegadas por la falta de ingreso). Obtenido un primer nivel de satisfacción en ambas identidades (como productor y como consumidor), es contraproducente ver como negativo el querer consumir más allá de “lo indispensable”. En ausencia de un mecanismo que genere estímulos nunca satisfechos para dinamizar la producción y la creatividad humana, las comunidades de trueque quedarían estancadas y no llegarían a plantear una alternativa sistémica ante el poder de atracción del sistema capitalista. El sentido estratégico de estas comunidades debe ser la reproducción ampliada (nunca satisfecha) de la vida de sus miembros, como propugna la propuesta de un sistema de economía popular.4-5


1. El mismo éxito de estas comunidades puede llevar a establecer relaciones externas que la problematizan: si el municipio de Quilmes acepta los créditos como pago de impuestos es porque los va a usar luego para pagar salarios por trabajos (algo que se quería evitar, que se usara para comprar trabajo asalariado). Por otro lado, si se aceptan para pagar impuestos, esto puede ser un paso para que después de cobren tasas o impuestos a las transacciones económicas que sustenta la red, en principio en créditos pero incluso en moneda oficial.

2. Aunque no hay que confundir necesidad con deseos de satisfactores específicos, y siempre hay otros modos de satisfacer una misma necesidad. Ver: Max-Neef, Manfred, et al. (1986).  

3. Se argumenta que, al no haber acumulación, tampoco es posible desarrollar monopolios, pero la red de trueque no está exenta de estructuras de poder (quién decide quién entra, quién da crédito, etc.) que deben ser controladas por el ejercicio activo de la democracia, pues no es intrínseco al sistema económico de trueque multirecíproco que no se desarrollen poderes asimétricos.  

4. Ver: Coraggio, J. L. (1998).  

5. Es fundamental avanzar en la vinculación entre producción e intercambio. Cuando esta propuesta se limita a la circulación y enfrenta, por ejemplo, el problema del dinamismo, su limitada respuesta es acelerar el ritmo e la circulación. Esto se evidencia con los mecanismos de “oxidación” de los vales o créditos emitidos, que penaliza el poseerlos sin hacerlos circular. Ver: J. Schüldt, op. cit.  

 


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