Alejandro A. Tagliavini
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MEDIO AMBIENTE Y MERCADO NATURAL
Probablemente el 'principio filosófico', que justifica la intervención del Estado violento en cuestiones que hacen al cuidado del medio ambiente común, es el famoso argumento del 'interés público'. Que se ha convertido en una de las frases de moda en los últimos tiempos. Hoy, los estatistas que proponen determinada política, deben insistir en que lo hacen en favor de este 'interés' y, quienes se oponen al proyecto en cuestión, deben enfatizar el hecho de que lo dañaría (2). De manera que lo que importa saber es ¿quién define el interés público? ¿El burócrata o el público? (3)
¿Quiénes crean las guerras?: las instituciones violentas. ¿Quiénes fabrican las armas nucleares?: los Estados coercitivos. ¿Es este el modo de defender 'el interés público'? Entonces, ¿puede alguien seriamente pretender que el Estado racionalista defienda la vida, sea esta humana, animal o vegetal? Esta claro que, esta institución artificial, no sólo no la defenderá, sino que la destruirá.
"'Hoy está claro que los peores ofensores en el proceso de degradación ambiental no son incompasivos empresarios dedicados a la desenfrenada degradación de los recursos naturales,' escribe Yannacone (un prominente abogado en el campo de la legislación ambiental). En cambio, lo son las 'de visión corta, de orientación mesiánica, supuestas agencias de interés público'. Existen alrededor de 22.000 lugares conteniendo residuos peligrosos en los Estados Unidos. Muchos son depósitos municipales. Solamente las bases militares tienen más de 4.000 basureros químicos", asegura Jorge E. Amador (4).
El verdadero defensor de la naturaleza siempre fue el público, las personas, la actividad privada. Sencillamente porque son parte de ella. "La preservación de Yellowstone (el gran parque norteamericano) fue en parte el resultado del esfuerzo de la Northern Pacific Railroad que vio las posibilidades de la explotación turística...", es decir, que la gente estaba dispuesta a pagar para veranear disfrutando de la naturaleza. "Cuando los parques, playas y reservas cercanos se volvían demasiado populosos los patrones ricos, que habían descubierto y conservado estos lugares, se alejaban más tratando de preservar nuevos lugares", asegura William Dennis (5). En contrario, Alston Chase, describe como el Servicio Nacional de Parques (estatal), tuvo 'éxito' en la eliminación de los lobos del mismo Yellowstone (6).
Quién no quiere verde y aire fresco y bajos ruidos en su casa o en su oficina. Cuanto más cuesta un terreno en la medida en que tenga árboles, agua natural limpia, aire puro, no tenga ruidos molestos, en fin, cuanto más respetada sea la naturaleza. El mercado incentiva directamente, y lo premia con un aumento en el precio, el respeto al medio ambiente.
Qué sería de Buenos Aires, por caso, si no fuera porque, la pasión de los porteños por las casas quintas, ha apreciado tanto las tierras de los alrededores, que ha obligado a las industrias a retirarse hacia afuera, a lugares en donde el precio de la tierra fuera más accesible para el costo de producción. Dejando, alrededor de la ciudad, una cantidad importante de espacios verdes, que pertenecen a estas quintas.
Cualquier empresario serio sabe que la productividad de su empresa aumentará en la medida en que sus obreros y empleados se encuentren cómodos trabajando. Y sabe que esta comodidad depende de lo puro que sea el aire que se respira, de la cantidad de luz solar que reciban, de los espacios verdes a los que puedan acceder y demás. En consecuencia, intentará proveer estas ventajas en la medida de sus posibilidades.
Así, los propietarios privados están fuertemente motivados para utilizar los recursos de manera eficiente y productiva, y de conservarlos si fuera posible. Y hasta aumentarlos, si fuera necesario. Pueden obtener ganancias de la utilización productiva de los mismos, y tienen un fuerte incentivo para reducir los costos mediante la conservación en su uso. En el afán por obtener utilidades (recordemos la 'ética del lucro'), las empresas encuentran un gran aliciente para implementar nuevas tecnologías que signifiquen ahorro de recursos. Entre otras cosas, por caso, el reciclaje.
Supongamos que los ríos o los bosques fueran privados, ¿Usted cree que el dueño dejaría que se lo contaminen, perjudicándose personalmente y perjudicando su patrimonio, puesto que el río se depreciaría al estar sucio? ¿Su casa, Señor lector, está limpia y ordenada? ¿Cómo están las oficinas del Estado coercitivo? ¿Su casa de fin de semana tiene un parque cuidado? ¿Como están las tierras fiscales (baldíos, basureros, en rigor de verdad)?
Lo cierto es que los ríos hoy se contaminan por la simple razón de que, al pertenecer al Estado coercitivo, es decir, al no ser de nadie en definitiva (porque nadie tiene la propiedad directa), a los funcionarios que lo manejan no les interesa y, en cambio, son presa fácil de la burocracia paralizante, de las ambiciones políticas y la corrupción.
"El Acta Federal para el Control de la Contaminación del Agua proclama que 'la descarga de cualquier contaminante por cualquier persona será ilegal', excepto únicamente 'por lo señalado en esta sección y secciones 1312, 1316, 1317, 1328, 1342, y 1344 de este título'. La Sección 1342 del Acta, de hecho, autoriza a la Agencia de Protección Ambiental a 'emitir un permiso para la descarga de cualquier contaminante, o combinación de contaminantes... bajo la condición de que esta descarga contemplará todos los requerimientos aplicables... (o) las condiciones que el Administrador determine que son necesarias para alcanzar las previsiones de este capítulo'", escribió Jorge Amador (7).
En definitiva, los recursos serán preservados por los propietarios privados, porque, de otro modo, se depreciarían sus pertenencias, no ocurriendo lo mismo con la propiedad surgida de la coerción que, finalmente, no le interesa a nadie y, consecuentemente, se maneja con 'regulaciones', como la citada en el párrafo anterior, que autorizan al burócrata a que, arbitrariamente, permita contaminaciones.
¿Quién cuida más a los animales? Y no hablemos de los domésticos. Observe a su alrededor, y a lo largo y ancho del mundo, y verá que son las personas privadas las que con más énfasis se dedican a la preservación de la naturaleza. Existen miles y miles de organizaciones no gubernamentales dedicadas a la defensa de la naturaleza animal y vegetal en todo el mundo.
En Kenya, donde la venta de marfil estaba prohibida por el Estado, la población de elefantes declinó más de 70 por ciento (de 65.000 a 19.000) entre 1986 y 1996. En cambio, durante el mismo período, en Zimbabwe, que reconocía la propiedad privada de éstos paquidermos, la población se incrementó de 30.000 a 43.000, según Jarret B. Wollstein (8). Esto ocurre debido a que, como se permite la venta de marfil, los vendedores crían y cuidan a los elefantes. El motivo por el que los caballos, por ejemplo, no se extinguen es porque están en manos privadas cosa que, básicamente, no ocurrió con el tigre de bengala que estuvo cerca del peligro de extinción.
Según Wollstein, durante los años sesenta, Brasil se embarcó en un masivo 'desarrollo' de su selva amazónica. Y el Estado construyó miles de kilómetros de caminos con subsidios, otorgó préstamos baratos a los granjeros y ganaderos e, inclusive, les proveyó transporte gratuito. Los granjeros quemaron los bosques. La agricultura del Amazonas es rentable (comparado con la rentabilidad de mantener los bosques) únicamente debido a los diversos subsidios artificiales. Un estudio encontró que las ventas de ganado cubren solamente el 55 por ciento de los costos. De modo que, sin fondos provenientes del Estado brasilero y del Banco Mundial, gran parte de la destrucción de la selva amazónica nunca hubiera ocurrido.
En contraposición con esto, Matt Ridley (9) aseguraba que en Nueva Zelanda, diez años antes, el gobierno dejó de subsidiar a los agricultores. Lo que resultó muy beneficioso para el medio ambiente, dado que éstos utilizaban los subsidios estatales para convertir artificialmente, mediante la utilización de pesticidas y fertilizantes contaminantes, tierras que no eran rentables según el mercado.
En fin, está claro que la naturaleza del mercado cuidará, que duda cabe, a la naturaleza del mercado.