Alejandro A. Tagliavini
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EL GASTO SOCIAL
La 'actitud egocéntrica' del liberalismo ha provocado que algunos cometan errores graves como, por ejemplo, su casi exclusiva y permanente insistencia en la necesidad de recortar el gasto estatal. Para peor, generalmente, remarcando que los primeros en recortarse deberían ser los destinados a necesidades sociales. Hoy, todo científico serio sabe (irónicamente, también muchos liberales), que lo realmente dañino (y, consecuentemente, lo que debe ser desterrado) no es que el Estado gaste sino que recaude de manera no voluntaria. Ya sea que lo haga por vía impositiva, inflacionaria, crediticia o por cualquier otra; según ya lo estudiamos al hablar del financiamiento del Estado artificial. Y esto, por dos razones básicas. En primer lugar, por una cuestión de humanidad, porque, cualquier recaudación coercitiva recae con más fuerza sobre los más pobres. En segundo lugar, porque el sistema coercitivo es, ya lo sabemos, necesariamente ineficiente, en toda y cualesquiera actividad. A pesar de la abrumadora propaganda estatista que pretende tapar la realidad, no hay ciudadano que no sepa que, donde está el Estado racionalista, hay burocracia, inseguridad, caos, desorden, arbitrariedad, corrupción, destrucción y mala fe y mala voluntad. Entonces, cada peso que retire del mercado, de este modo, es un peso que, el sector no coercitivo, pudo haber utilizado eficientemente en mejorar la calidad de vida de la sociedad y que, en cambio, se malgasta.
Pero, aun así, aun cuando es necesariamente ineficiente también a la hora de gastar, el gasto es menos malo porque, a pesar de significar flujos de recursos mal dirigidos, una vez en el mercado natural, éste se encargará de reasignarlos eficientemente. De modo que, si se aumentara el gasto y este fuera solventado con la venta de la innumerable cantidad de propiedades estatales (las mal habidas, a través del uso de la fuerza física), éste sería acelerador de la economía. Porque significaría la transferencia de recursos que antes estaban ineficientemente aplicados, visto que estaban en manos del Estado coercitivo, al sector privado que ahora los utilizará convenientemente. Importa poco a quién se transfieran, porque, como dije, en la medida en que el mercado sea natural, se encargará de que, gracias a la competencia y a la necesaria eficiencia que conlleva, finalmente estos recursos terminen en las manos correctas.
Recordemos que hoy el Estado posee propiedades que tienen un elevadísimo precio (por ejemplo, muchísimas empresas, edificios, los terrenos que ocupan los ferrocarriles, toda la costa del país, cientos de miles sino millones de hectáreas de tierras, una cantidad incalculable de vías y calles para automóviles, plazas, museos, y mucho más). De hecho, es, como vimos, por mucho, la institución más rica del país. En consecuencia, podría gastar enormes fortunas, y sería bueno que lo hiciera, en tanto esto signifique una genuina transferencia de recursos al sector privado (es decir, del sector coercitivo al sector del servicio voluntario), construyendo para los sin techo, poniendo comedores populares, y hasta simplemente regalando dinero a los pobres. El Estado artificial se ha financiado durante mucho tiempo utilizando métodos violentos, coercitivos, provocando enormes injusticias, de hecho, la pobreza marginal. Sería bueno, por un lado, que dejara de utilizar métodos contra natura, porque éstos atentan contra los más débiles. Y, por otro lado, sería justo que reintegrara lo mal habido a aquellos a quiénes más daño ha provocado: los que están en situación más crítica. Obviamente, me parece que quedó muy claro que, si el Estado se financia sin utilizar la violencia, la coerción, como lo hacen todas las instituciones privadas, con el aporte voluntario en función del servicio que reciben las personas y la comunidad, y el altruismo, todos sus recursos son legítimos y, consecuentemente, cualquier gasto lo es.