Alejandro A. Tagliavini
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CAPITULO IV. CULTURA, EDUCACIÓN Y SALUD
INTRODUCCIÓN
Ahora, que hemos estudiado a las empresas surgidas de la coerción institucional, vulgarmente conocidas como 'empresas estatales' y monopolios, y a las nacidas como consecuencia de la imperancia del orden natural, comúnmente llamadas 'privadas', y hemos estudiado, también, las consecuencias del estatismo 'regulador', creo que estamos en condiciones de entender cabalmente como funcionan el resto de los 'servicios básicos' que, muchos suponen, debe brindar coercitivamente el Estado.
Lo que podríamos llamar 'la cultura de la violencia', que sostiene a la sociedad artificial, ha repercutido negativamente de dos modos: primero, porque ha justificado a la violencia, a la coerción; y, segundo, porque su accionar le ha provocado grandes daños a la verdadera y sana cultura. Así, por ejemplo, en un mundo en donde las ideas son cada vez más importantes, y hasta se están convirtiendo en el principal capital de las empresas, aun así, los intelectuales, en general, han llegado a estar entre los peores remunerados.
Pero, además, se ha rebajado a la cultura en términos generales, transformándola en un elemento ideológico cuando no directamente político. Siendo que, la verdad es que, no hay nada más contrario a las luchas ideológicas que la verdadera cultura. Porque, mientras que la política es, necesariamente, el resultado o el deseo inmediato de un grupo particular claramente definido, y la ideología, la expresión racional de intereses egocéntricos, la verdadera cultura es universal, en el sentido de verdadera expresión de la esencia humana. En consecuencia, está más allá de las clases, de las ideas políticas, raza, nacionalidad o lo que fuera; y está hecha para perdurar en el tiempo. ¿O acaso la Novena de Beethoven tiene partido político, o las ecuaciones de Pascal tienen nacionalidad?
Su efecto destructivo ha llegado, y en forma contundente, hasta la investigación científica. Efectivamente, el Estado racionalista, históricamente, a través de las 'academias nacionales', 'institutos de investigación' y otros métodos, ha financiado a científicos o proyectos de investigación que, arbitrariamente (como todo lo que nace de la coerción), 'juzgaba correctos', porque le convenían. Así, hoy tenemos que soportar 'grandes académicos', 'grandes científicos', que nos quieren hacer creer que, ridículas hipótesis, claramente contrarias a la vida humana, son grandes verdades científicas. Con toda la carga de 'verdad absoluta' que conlleva el racionalismo. En el otro extremo, el Estado racionalista ha utilizado, incluso la cárcel y la coerción, la prohibición, para evitar y destruir hipótesis científicas que, quizás, hubieran resultado mucho más acertadas.
De este modo, ha creado un 'mundo científico' en el que todas las ciencias son 'ciencias' en cuanto sean racionalistas. De otro modo, 'no son serias'. No serían aceptadas en ninguna academia nacional del Estado coercitivo, ni en ningún instituto de investigación o enseñanza del Estado racionalista. Y lo que es peor, no sólo no serían tenidas en cuenta en los 'programas de estudio' que el estatismo impone, incluso a los institutos privados, sino que serían atacadas y denigradas como contrarias a la ciencia, a la razón. Piénsese, por ejemplo, que, según hemos estudiado, la Teología es la Ciencia por excelencia (más allá de la religión que se profese), que debe iluminar e irradiar con su sabiduría a todas las otras que le son secundarias (epistemológicamente, derivadas y subordinadas). Y, sin embargo, gracias al accionar del racionalismo, hoy nos cuesta mucho pensar que, hasta en las matemáticas (1), es inevitable referirse al Absoluto, de modo de poder tener un conocimiento cabal, real y lo suficientemente profundo del universo. Pero, la Teología no forma parte de ningún programa de educación estatal, y lo que es peor, normalmente se la ignora (por no decir que se la denigra) como ciencia válida.
Así, por tomar un ejemplo, ha transformado a la historia, en la historia de la violencia: lo importante a conocer son las guerras, los héroes son quienes más enemigos mataron y la verdad pertenece a los triunfadores. Cuando está muy claro que matar no es ningún mérito y, en cualquier guerra, la humanidad siempre pierde. Así, la historia racionalista es un compendio, relatado por los vencedores (quienes se han impuesto militarmente sobre la sociedad), de las instituciones violentas, sus guerras, sus héroes (los más asesinos) y demás. Cuando la verdadera historia (el derrotero de las acciones que suman al progreso humano) es lo que nos pasa, a todos y cada uno de los seres humanos. La verdadera historia, es la del desarrollo y evolución de la vida humana. Recordemos que, el conocimiento, es para la vida. Consecuentemente, ¿de qué nos sirve saber cuantas guerras hubieron y quienes 'vencieron'?. Por otro lado, recordemos que el conocimiento verdadero, quedará determinado por el orden natural, a través de la sociedad, que irá decantando lo malo y sosteniendo lo bueno para la vida. Así, la verdadera historia, el verdadero conocimiento histórico, es el aquel que da cuenta de cómo se ha ido desarrollando el hombre y sus ideas, la vida humana: la historia de las religiones, de las ciencias, de la literatura, la música y demás.
Cuando el Estado racionalista deje de imponer sus relatos oficiales sobre la violencia (sus guerras, sus 'héroes', sus Estados coercitivos, sus afecciones materialistas) nos podremos ocupar con mayor seriedad de la verdadera historia, de la del crecimiento de la vida humana, porque de aquí podemos obtener valiosísimas enseñanzas que nos permitan mejorar nuestro avance religioso, moral, cultural y científico.
En fin, como cultura es un término muy amplio me referiré, en adelante, en particular a la educación, de modo de mostrar los nefastos resultados del intervencionismo coercitivo en el área (2). Y, luego, para terminar con los temas de los que, supuestamente, el Estado racionalista, en forma que surge de la coerción, básicamente se tiene que ocupar, trataré el tema de la salud.