Alejandro A. Tagliavini
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LAS REGULACIONES POR RAZONES DE SEGURIDAD
El recordado desastre de Chernobyl, por caso, ocurrió en la ex Unión Soviética, en una planta nuclear propiedad del Estado artificial. En tanto que en los Estados Unidos, siendo que las centrales nucleares son todas privadas, nunca hubo un desastre que lamentar (9). De donde, se infiere directamente que, históricamente hablando, las plantas en manos privadas han resultado más seguras. Ahora ¿es casual que hayan resultado más confiables, o existen motivos para que las cosas ocurran de este modo?
Y lo cierto es que, no sólo son, necesariamente, más seguras, sino que, además, se adecuan mejor a las necesidades ecológicas.
Lo cierto es que, 'los privados', las personas en una sociedad gobernada por el orden natural, están necesariamente impelidas a ser responsables, porque manejan sus propios recursos, y serían los primeros en perjudicarse por un manejo irresponsable y, de no hacerlo bien, el mercado los hará quebrar. Este Estado, en cambio, maneja los ajenos, que vía coerción ha quitado a la sociedad. En consecuencia, es doblemente irresponsable, porque no maneja lo propio, y porque lo obtiene por vía violenta. Por ende, no le importa malgastar (más allá de la retórica de los políticos y burócratas), sencillamente porque puede obtener lo que quiera cuando le venga en gana.
Es un absurdo metafísico, palpable en la realidad de la vida cotidiana, ya lo escribí, que el hombre tienda a destruirse a sí mismo. Muy por el contrario, tiene una clara y tenaz actitud en favor de la vida. Y la vida, que duda cabe, queda amenazada por desastres nucleares y por desastres ecológicos. Una central nuclear en manos de este Estado, es una central nuclear en manos de una entidad irresponsable, violenta e ineficiente, es un verdadero peligro nuclear y ecológico. En manos del mercado natural, es decir, en la medida en que gobierne el orden anterior a la sociedad, es una central en manos de la gente, de las personas que sabrán defender su vida antes que nada.
Veamos otro ejemplo: las compañías aerocomerciales. En los países en donde existe verdadera competencia, las líneas aéreas hacen de la seguridad en los vuelos un tema primordial. Cuando existe fuerte competencia, no hace falta que un avión se caiga, basta que los pasajeros (que están arriesgando su propia vida y no la de un burócrata) noten la menor falla, para que esa empresa quiebre por falta de clientes (10). Pero, no sólo tendrá cuidado por los pasajeros, sino porque, además, perder un avión, en un mercado altamente competitivo, es un problema demasiado costoso. Aún más, si la competencia fuera real, los primeros en no volar, ante dudas en la seguridad, serían los pilotos que, habiendo un monopolio, sólo pueden protestar (y no demasiado), visto que no tienen otra empresa donde trabajar.
Y para mantener estos altos estándares de seguridad, utilizan métodos y tecnologías que, por lo novedosos, generalmente son desconocidos para el burócrata estatal.
Los monopolios (y todas las empresas artificiales), en cambio, tienen la virtud de desvirtuar los criterios empresarios, y las compañías dejan de comportarse eficientemente para convertirse en meras recaudadoras de caja. Cuando existe monopolio, oligopolio o cualquier 'regulación' estatal que inhibe artificialmente a la competencia, las empresas ponen poco énfasis en la seguridad, visto que, aunque derriben sus propios aviones con artillería antiaérea, los pasajeros no tienen otra alternativa que seguir volando con ellos. Y, entonces, la seguridad en los vuelos, si existe un organismo 'regulador' coercitivo, quedará en manos de burócratas que, para cuando algún avión se caiga, el trámite estará en alguna ventanilla de vaya a saber cuál repartición.
Sabemos que el mercado natural siempre da primera importancia a las prioridades humanas, y la prioridad empieza por la vida. Es decir que, lo primero que defiende son las cosas más básicas, lo que, en rigor de verdad, no tiene nada de extraño sino que es propio del orden natural. En otras palabras, cuanto más sea respetada la naturaleza del mercado, cuanto menos violencia coercitiva lo interfiera, más riguroso será en el control de aquello que es más importante. ¿Acaso un burócrata, para el que un producto peligroso no es más que un expediente aburrido, va a defender más la calidad que el consumidor que se está jugando la propia vida? Esta claro que el Estado racionalista es en absoluto incapaz de garantizar la máxima seguridad. Y, en tanto distorsione coercitivamente a la competencia con 'regulaciones' artificiales, en tanto impida a los ciudadanos la libertad de elegir, la posibilidad de autorregular la seguridad, está poniendo en serio riesgo la vida de las personas.