Alejandro A. Tagliavini
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La corrupción
"Que triste es para la república y que odioso es para las buenas personas ver que aquellos que entran en la administración pública cuando son pobres terminan ricos y gordos en el servicio público" (28), Juan de Mariana, jesuita y escolástico español.
Habiendo estudiado la justicia, y rozado el tema de la corrupción al hablar de las fuerzas de 'seguridad' violentas, me parece éste el lugar oportuno para extendernos un poco más.
Según la Real Academia Española (por tomar alguna referencia aunque probablemente no sea la mejor), corromper es alterar, trastocar la forma de alguna cosa, echar a perder, depravar, dañar, pudrir; y la corrupción es la acción y efecto de corromper o corromperse. En consecuencia, como la violencia es la destrucción, implica, entonces, la corrupción de la naturaleza humana. De donde, cualquier organización violenta, es decir, contraria al orden natural, es, por esto mismo, por definición, inevitable agente de corrupción. Y, si es la organización más violenta, es, por lo mismo, el mayor agente de corrupción.
Ya se ve, por la cita de Mariana, que la corrupción ni es un fenómeno nuevo, ni exclusivo de ningún país. La abrumadora cantidad de casos que ocurren diariamente en los sistemas (ejecutivo, legislativo, 'judicial' y de 'seguridad'), en la medida en que son coercitivos, incluidos, por cierto, los países 'civilizados', son una demostración clara de que ésta es sistémica. De hecho, en los cientos de países en donde impera, durante cientos de años, se han ensayado todas las 'soluciones' posibles y, sin embargo, todo sigue igual.
Es así que, en las sociedades artificiales, y en la medida en que sean coercitivas, la destrucción tiene su principal fuente (sino el origen) en el Estado violento, que significa la corrupción del mercado, de la natural tendencia a la cooperación pacífica y voluntaria, que caracteriza al ser humano. Y esto no es más que el intento por destruir el orden ético y moral, el orden natural. De modo que, es absolutamente irónico pretender que la corrupción dentro del institucionalismo coercitivo, que inevitablemente irradia con mucha potencia sobre el resto de la sociedad, tenga algún tipo de solución. Puesto que, al ser agente corruptor por naturaleza (en rigor de verdad, anti naturaleza), la única solución es la supresión de la violencia estatal.
Vamos a ver. A partir del momento en que un funcionario tiene el poder de coerción en sus manos (29), es decir, alguien que en menor o mayor grado ejerce un poder violento, por ejemplo, el funcionario que decide que artículos Usted puede pasar por la aduana (con o sin pagar aranceles) y cuales no, necesariamente será arbitrario. Porque la violencia es arbitraria (extrínseca al libre albedrío), desde el momento en que queda decidida por la persona que la ejerce. Para que nos quede claro esto, notemos que lo normal, en las relaciones sociales (entre las personas), es la cooperación que implica la aceptación voluntaria de todas las partes involucradas. Por ejemplo, cuando usted compra una bebida en un bar, significa que quiere hacerlo pero, también, que el vendedor quiere venderle.
En cambio, al funcionario en cuestión, no le importa si Usted compró, voluntariamente, un televisor, por caso, a un comerciante en el exterior que voluntariamente quiso venderle. El, arbitrariamente, decidirá por su cuenta (ya sea que esgrima una ley, en cuyo caso la arbitrariedad será compartida con el legislador, o simplemente su criterio), quedando desde ya corrompida la esencia del orden natural social. En rigor de verdad, es imposible corromper al orden natural porque es anterior, lo que realmente sucede es un intento del funcionario en cuestión por destruir el orden natural. Y, en consecuencia, sólo destruirá a la sociedad, de la que forma parte.
Para que quede bien claro, insisto en que es de orden natural el principio de supervivencia, y la necesidad de existencia de la sociedad humana. Es, en consecuencia, de orden natural la cooperación y el servicio voluntarios entre los seres humanos. Porque la violencia (extrínseca a la naturaleza humana y, por tanto, de suyo arbitraria) significaría violar el principio de supervivencia de la sociedad. Al ser una acción arbitraria, entonces, ya queda corrompido el debido respeto a la naturaleza social del hombre.
El funcionario en cuestión tiene varios modos de decidir arbitrariamente, y siempre, necesariamente, su decisión será egocéntrica, por simple definición, por mucho que esgrima 'la defensa del bien común' (que, ciertamente, a los hechos me remito, será destrucción del bien común). Porque, mal se puede servir al bien común si no se empieza por respetar a la persona (lo voluntario y lo natural). Ya sea que su propio argumento sea el dinero, el poder, la política, la patria, la mujer, el amigo, los intereses partidarios o lo que fuera, su decisión, y esto es lo importante, insisto, será necesariamente egocéntrica.
De verdad que lo mismo da que su excusa fuera la 'moral'. Una moral muy mal entendida, por cierto, y que, generalmente, degenera en los peores dictadores, que terminan siendo los más corruptores. Porque, no sólo corrompen como consecuencia de ser funcionarios coercitivos, sino que, además, lo hacen con la idea de moral. De aquí a recibir un soborno hay sólo un pequeño pasillo extremadamente resbaladizo. Aunque, por cierto que, el soborno, no es la corrupción, insisto en que podría hacerlo por un amigo, por intereses partidarios, por la 'moral esotérica' o por lo que le venga en gana, y seguiría existiendo la corrupción porque ésta es la violación de la naturaleza humana.
Algunos argumentan que, lo sistémico, es la imperfección humana (su inclinación al mal). Pero lo cierto es que, en innumerable cantidad de casos, las mismas personas tenían comportamientos éticos razonables una vez fuera del sistema coercitivo y antes de ingresar. Más allá de que ya ha quedado demostrado el sistema perverso de la violencia, lo cierto es justamente al revés. Es decir, si el hombre fuera perfecto (que es lo que supone el racionalismo), no habría problema con el sistema coercitivo, porque el ser humano sería siempre perfectamente justo a la hora de la arbitrariedad que implica la coacción.
El problema es, precisamente, que como el hombre no es perfecto, necesariamente sucumbirá ante un sistema que, de suyo (por extrínseco), lo obliga a ser egocéntrico y arbitrario. Es absolutamente ingenuo (es desconocer mucho a la naturaleza humana) pretender que una persona que ejerce la coerción, que decide arbitrariamente (egocéntricamente), no fallará. Porque toda decisión humana, de modo necesario e inevitable, es, por imperfecta, en alguna medida incorrecta. Consecuentemente, la arbitrariedad de la violencia será, de modo necesario e inevitable, corruptora, por muy 'santo' que sea el funcionario, porque lo contrario sería pretender que es perfecto. Lo que el racionalismo no comprende es que, precisamente, como el hombre no es perfecto ni nunca lo será, debemos extremar el respeto al orden natural (necesario y espontáneo) que, siendo 'infinitamente sabio', es el único camino seguro hacia el bien.
El corolario es que, sin duda, poner a una persona en un cargo coercitivo es prácticamente obligarlo a corromperse. Los 'moralistas' partidarios del sistema coactivo, llegado el momento de los hechos prácticos, no pueden desconocer esta abrumadora realidad y, consecuentemente, suelen 'justificar' (siempre a 'escondidas' y en una conversación personal) un 'poquito de corrupción'. Se me dirá que no hay que ser tan estricto con la verdad, ¡como si se pudiera ser lo suficientemente estricto con la verdad! El último corolario importante que quiero dejar planteado es que, por todo lo que hemos visto, la corrupción es lo que se opone a la eficiencia (desde que supone la destrucción).
Para visualizar lo sistémica e intrínseca que es dentro de un sistema coercitivo, veamos algunos ejemplos concretos.
Supongamos que un destacado empresario, que vive de los privilegios que le otorga el gobierno (reservas de mercado, trabas aduaneras para sus competidores y demás), decide presentarse en la licitación de alguna privatización. Supongamos que un alto funcionario del gobierno recibe una generosa donación a su cuenta de Suiza, por parte de otra empresa que desea quedarse con la privatización en cuestión. Este funcionario, todo lo que tiene que hacer es recordarle al primero que vive de los privilegios que él le garantiza y, amablemente, pedirle que le diga cuál es el precio ofertado en los sobres cerrados. Acto seguido, el funcionario informa de este precio a la empresa que le donó fondos a su cuenta. Esta presenta un precio levemente superior y gana la licitación con todas las de la ley. En un caso así, ¿cómo podría demostrarse que hubo corrupción? Después de todo, el funcionario lo único que hizo fue 'pedirle' un simple comentario 'casual' y el empresario accedió 'voluntariamente' en una conversación de amigos. A lo sumo podría notarse un enriquecimiento súbito del funcionario en cuestión, pero este enriquecimiento podría ser fácilmente disimulado o justificado.
Pero veamos otro ejemplo que, lamentablemente, vemos todos los días y no nos asusta porque nos hemos acostumbrado, nos parece normal. Supongamos que una empresa determinada tiene un privilegio monopólico garantizado por un ministro. La empresa en cuestión, contrata al hijo del funcionario estatal para un cargo de primera línea, le dona a su mujer todos los fondos que solicita para sus obras de caridad, participan en todos los emprendimientos que el ministro solicita, lo invitan a partidos de tenis, almuerzos, casamientos. Finalmente, consiguen que un hombre de confianza de la empresa sea asesor del ministro, y demás. ¿Usted cree que el funcionario estatal le quitará a la empresa su privilegio? Y esto es corrupción en forma de soborno, muy sutil, pero 'coima' al fin.
Con el fin de 'demostrar' que la corrupción tiene que ver con la naturaleza humana y que, por tanto, no es sistémica dentro del Estado coercitivo, suele señalarse que en el 'ámbito privado' también existe. Cuando lo cierto es que, más allá de los casos excepcionales (como cualquier mal comportamiento del hombre, recordemos su naturaleza inferior) que no sirven (por tales) para formar reglas generales, en general, la corrupción 'privada' tiene su sustento directo o indirecto en el Estado coercitivo. Efectivamente, el tipo de corrupción 'privada' más común es aquella en donde un empresario privado soborna a un funcionario público, precisamente, para que éste último le de la oportunidad de favorecerse con la coerción estatal. Por ejemplo, trabas aduaneras para sus competidores, o adjudicarse trabajos contratados por el Estado, o conseguir 'reservas de mercado', y tantas otras lindezas que leemos como si tal cosa todos los días en los periódicos.
Los demás casos de corrupción 'privada' tienen un origen indirecto en la coerción estatal. Los ejemplos que podríamos estudiar son infinitos, pero todos responden al mismo principio: se originan, justamente, en la violencia que introduce el Estado coactivo en el mercado natural. De modo que, para muestra, basta un caso. En un momento dado, a un Estado racionalista, se le ocurrió que todos los automovilistas debían usar cinturones de seguridad. Esto provocó un aumento artificial excesivo en la demanda de estos implementos que se tradujo, inmediatamente, en un aumento exagerado en las ganancias de las empresas fabricantes. Así las cosas, un gerente de compras de una de estas compañías solía comprar los insumos para la fabricación de estos implementos a precios más caros, perjudicando a su empresa pero recibiendo para sí un soborno. Como la demanda había sido aumentada artificialmente, el aumento en los costos de producción originados en este acto de corrupción, no hacían mella en las finanzas de la empresa fabricante de los implementos y todos quedaban contentos, empezando por el sobornado.
Si la demanda de los cinturones de seguridad no hubiera sido artificialmente aumentada, los márgenes de ganancias para los fabricantes hubieran sido altamente competitivos. Y el aumento en los costos de los insumos, provocado por este acto de corrupción, hubiera sido inmediatamente detectado o la empresa hubiera sufrido las consecuencias. En cualquiera de los dos casos, el acto de corrupción no hubiera podido tener lugar o hubiera sido rápidamente eliminado por la misma empresa, o por el mercado haciéndola quebrar.
De aquí, entre otros motivos, dicho sea de paso y para terminar, es que me parece que la 'filosofía egocéntrica' del liberalismo (30) es peligrosa. Porque deja lugar a la justificación de la arbitrariedad, cuando las relaciones sociales sanas nunca son el producto del arbitrio (egocéntrico) sino que son el resultado del voluntario acuerdo entre las partes. En otras palabras, la actitud normal en una sociedad sana, cuando una persona enfrenta a otra, es tratar de dar efectivamente, actualmente, algo positivo y no pensar como podría beneficiarse uno mismo, sin importar lo que resulte actual y efectivamente para el otro. Si vivimos pensando en como satisfacer nuestro ego, terminaremos justificando la violencia de modo de garantizarnos privilegios a costa de otros. Si vivimos pensando, sanamente, que el Bien, está en hacer el bien al prójimo y, consecuentemente, esto es lo que se debe buscar (lo demás, nuestro bien, se dará por añadidura), entonces, no tendremos lugar para justificar el daño hacia terceros.