Alejandro A. Tagliavini
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LA VIOLENCIA INSTITUCIONAL
La diferencia entre el Estado coercitivo maximizado (el comunismo, por caso) y el minimizado (el liberalismo) (11) se ha centrado, en definitiva, en el grado de coacción que justificaban. Por un lado, el comunismo comprendía cualquier nivel de violencia siempre que 'proviniera del proletariado'. Posición que no discutiré, sencillamente porque hoy me parece insostenible, tanto, que ni los nostálgicos del bloque soviético se atreverían a convalidar. En cambio, me parece esclarecedor discutir la idea del Estado coercitivo mínimo.
El liberalismo justifica solamente un 'mínimo' (que, luego, muchas veces termina siendo máximo) de violencia, por parte del Estado, supuestamente en función de evitar que algún inadaptado pudiera imponerse sobre otro individuo. Es decir, justifica a la coacción física en tanto 'sirva para garantizar los derechos básicos y la libertad' a los ciudadanos.
Así, John Locke, refiriéndose a la coerción, a la ley coercitiva, afirma que "El fin de la ley no es abolir o restringir sino preservar y acrecentar la libertad; pues en todos los Estados de seres creados capaces de leyes, donde no hay ley, no hay libertad. Puesto que la libertad es ser libre de la restricción o violencia de otros, que no puede existir cuando no hay ley; pero la libertad no es, como nos dicen, la libertad de cualquier hombre de hacer lo que le plazca. Pues quien puede ser libre, cuando el humor de cualquier otro hombre podría dominar sobre él?" (12).
Sin duda coincide con Hobbes, al suponer que es necesario el Estado físicamente coactivo, ya que de otro modo, dicen, no podría existir sociedad. Es decir, que no existe un orden natural social anterior al hombre, sino que la 'sociedad' debe ser necesariamente impuesta (¡¿resguardada?!) violentamente: "Resulta manifiesto que mientras los hombres viven sin un poder común que los mantenga a todos temerosos, estarán en la condición que se llama de guerra y dicha guerra es de todos contra todos... y consecuentemente no habrá cultivo de la tierra,... no habrá conocimiento sobre la tierra, no habrá cálculo del tiempo, no habrá arte, no se mantendrá correspondencia, no habrá sociedad y, lo que es peor de todo, existirá miedo permanente y peligro de muerte violenta, y la vida del hombre será solitaria, pobre, desagradable, embrutecedora y corta" (13).
Como justificar a la violencia abiertamente resulta un tanto temerario, lo que el liberalismo utilizó, entre otros argumentos, fue un sofisma que consiste en tratar de desdibujar a la palabra violencia, argumentando que es difícil definir sus límites. Que no es lo mismo que a uno le exijan que fuerce un gatillo, a que le aprieten el dedo sobre el gatillo. Que no es lo mismo matar por robar, que matar en defensa propia. Que se puede cometer violación aun con la propia esposa, si ésta en ese momento no accede voluntariamente. Que no es lo mismo pegarle a un niño por maldad, que pegarle para que no introduzca los dedos en el enchufe. Que no es lo mismo, en fin, que la policía mate a un ciudadano por pintar consignas contra el dictador, a que lo mate para evitar el robo de propiedad ajena. Lo que los racionalistas menores (aquellos menos racionalistas) intentaron, fue confundir la discusión, llevándola a un plano falso. Con la excusa de que no había modo cierto de trazar un límite preciso, justificaban a la violencia 'mínima' como única alternativa válida, dada la indefinición, para garantizar que no se produjeran violencias mayores. La falsa teoría del mal menor.
Así, Friedrich A. Hayek, premio Nóbel liberal, llega a afirmar que "...el Estado usa la coerción... en los impuestos... esto es al menos previsible... y esto salva al individuo de gran parte de la naturaleza ruin de la coerción... Los actos coercitivos impredecibles, que se siguen de eventos impredecibles pero que conforman reglas conocidas, afectan nuestras vidas como hacen otros 'actos de Dios', pero no nos sujetan al deseo arbitrario de otra persona" (14). Esto sí que es una verdadera confusión: comparar actos de coerción, de cualquier clase o naturaleza u origen o principio que fueran, con los 'actos de Dios', en absoluto incapaz de forzar en cualquier sentido nuestra voluntad.
El error de Hayek consiste en creer que, puede existir alguna clase de acto coercitivo, que no nos sujete al deseo arbitrario de otra persona. Como veremos cuando estudiemos 'La Corrupción' en el Capítulo I de la Parte Segunda, es imposible evitar la arbitrariedad cuando se aplica la coerción. Sencillamente porque, la violencia, es de principio extrínseco, consecuentemente, del arbitrio externo a la persona agredida. Ahora, ¿es posible el arbitrio 'justo'?, es decir, aun cuando la violencia es necesariamente arbitraria ¿es posible que sea en justicia para quién la recibe? (si apeláramos a argumentos teológicos, que son los primeros, está claro que no, por cuanto Dios no juzga en el sentido de aplicar coercitivamente penas). Esto significaría suponer que el hombre (el juez, en este caso) es perfecto, no sólo en cuanto ha no atado, ni siquiera mínimamente, a su egocentrismo, sino, también, en cuanto a que conoce, absoluta y perfectamente, todas las variables e intimidades de la persona a ser coercionada.
Sin duda, toda la teoría del mal menor, es absolutamente falsa. Me refiero a suponer que es 'moral' provocar un 'mal menor' en función, supuestamente, de un 'bien mayor'; otra cosa muy distinta es que, realizando un bien, sin quererlo, provoquemos algún daño. Nosotros sabemos que la violencia es siempre contraria a la naturaleza humana. Además, el Aquinate, la define con suficiente claridad. Lo que es cierto es que, como a la verdad de modo absoluto sólo Dios la conoce, sólo Dios sabe con absoluta certeza cuando ocurre la violencia. Pero de ninguna manera puede afirmarse que exista indefinición. Esta queda siempre perfectamente definida, y será siempre destructiva de la vida humana. Es sólo que el hombre, como a cualquier otra verdad (al igual que en las ciencias naturales) sólo la conoce parcialmente y mal. Frente a esta situación ¿cómo se debe actuar? Como se haría con cualquier ciencia natural: nunca justificar el error y tratar, por todos los medios posibles, de disminuirlo lo más que se pueda y, si fuera posible, eliminarlo siempre y definitivamente.
Por otro lado, ya sabemos que aquello de que, un poco de violencia es necesaria a los fines de evitar otra mayor, es un contrasentido que no resiste el menor análisis. Mucho más si tenemos la humildad suficiente como para reconocer que, como a la verdad de modo absoluto sólo Dios la conoce, los seres humanos jamás estaremos en condiciones de juzgar cuando la coacción física es mínima y cuando no y, en consecuencia, podríamos provocar enormes injusticias. Por ejemplo, un empujoncito a una persona en la vereda, no parece mucha violencia. Pero si justo en ese momento, sin saberlo nosotros, la persona estaba perdiendo el equilibrio y termina cayendo sobre la calzada, al tiempo que pasa un camión que no vimos y, luego, termina muerto, entonces, por algo que parece inocente, habremos provocado un hecho gravísimo. Y, lo cierto es que, esto suele suceder muy corrientemente: que una acción que alguien juzga poco violenta termine provocando graves daños.
En definitiva, la discusión entre estatismo coercitivo y gobierno del orden natural, se reduce a una cuestión antropológica acerca de si la violencia por momentos es buena o es dañina en cualquier caso. Nosotros, con el Doctor de Aquino, sabemos que, como regla general, siempre y bajo cualquier circunstancia, es dañina, destruye lejos de construir. De donde, cualquier política que implemente coercitivamente, violentamente, cualquier institución, cualquier ley o regulación coercitiva resultará, inevitablemente, negativa.
El Estado violento es, en definitiva, una invención soberbia del racionalismo. Es una institución que pretende, violentamente, imponer un orden racionalista, la sociedad artificial, que suplante al natural. Y como la imposición debe ser forzada porque, de suyo, choca con la naturaleza de las cosas, termina haciendo un verdadero culto de la violencia, de la destrucción de la vida.
Montesquieu, por cierto, no deja lugar a dudas: "La ley, en general, es la razón humana, en tanto que gobierna a todos los pueblos de la tierra; y las leyes políticas y civiles de cada nación no deben ser sino los casos particulares en donde se aplica esta razón humana" (15). Y Jean Jacques Rousseau, en 'El Contrato Social', también lo expone muy claramente: "Quienquiera se aventure a fundar una nación debería sentirse capaz de cambiar la naturaleza humana... de cambiar la constitución del hombre en orden a fortalecerla; de sustituir una existencia parcial y moral por la existencia física e independiente que todos hemos recibido de la Naturaleza. En una palabra, tiene que ser capaz de despojar al hombre de sus propios poderes en orden a darle aquellos que son extraños a él...". Surge, por otro lado, de este párrafo, claramente, el materialismo (la Naturaleza 'física') del racionalismo, que se traduce en un descreimiento de la autoridad moral. Para ellos, la autoridad, para ser real, debe ser física (la coerción de las armas), de otro modo, no existe.
Como la violencia es contraria a la naturaleza humana, en cualquier forma y en cualquier caso, va de suyo que, una institución basada en contrariar al orden natural, necesariamente, será ineficiente (16), y estará destinada al fracaso. Porque, contrariar a la naturaleza de las cosas, es, por caso, como si a alguien se le ocurriera hacer el cálculo de un avión sin tener en cuenta la ley de la gravedad, se caerá, que duda cabe. Pero, en este caso, no se trata, siquiera, de la coacción física como excepción, sino como método habitual que es lo que caracteriza a este Estado racionalista moderno.
La violencia, dicho está, es aquello que se opone a la vida, a la cooperación y al servicio voluntarios, y esto, obviamente, es contrario a la naturaleza humana, en consecuencia, contrario al desarrollo social. Cuando usted llega desde el exterior, por caso, y el Estado, haciendo uso de la policía (de la fuerza bruta, al fin de cuentas) le impide ingresar aquellas cosas que Usted libremente, naturalmente, decidió comprar afuera, o lo obliga a pagar un impuesto para poder entrar lo que ningún comerciante lo obligó a comprar, lo que ésta organización está haciendo es violando los principios sociales, naturales, de cooperación y servicio voluntarios. Está, claramente, violando a la naturaleza humana y, como consecuencia directa, violando a la naturaleza social.
Algunos justifican éste accionar institucional partiendo del supuesto de que la defensa propia es legítima. Pero ¿qué defensa propia existe en una organización que lo obliga a Usted a pagar un impuesto para, por caso, construir una autopista que a Usted no le interesa y que nunca utilizará?. ¿Qué defensa propia puede esgrimir una organización violenta si, dicho en términos metafísicos, no tiene entidad propia, desde el momento en que no es de por sí, sino por lo que quita a los demás (por vía impositiva)? Defensa propia es la de una persona, por ejemplo, que tiene un automóvil, que voluntariamente se lo entregó un fabricante a cambio de dinero (dinero que a su vez, lo obtuvo naturalmente), y alguien se lo quiere quitar.
¿Defensa propia del bien común? ¿Defensa propia de la comunidad? El bien común es aquello que la comunidad obtuvo voluntariamente de otra persona (de Dios en el caso de los derechos naturales). ¿Y la defensa del bien común en cuanto defender los derechos naturales? En primer lugar, debemos tener en cuenta que los derechos naturales son anteriores al Estado, más aún, a la sociedad, más aún, al hombre (si bien son para el hombre, de modo que no tienen sentido sino hasta que existe la persona). En consecuencia, no pueden exigirse a posteriori (inténtelo, intente exigir a punta de pistola que, si sus ojos naturalmente son negros, sean naturalmente celestes). Luego, la defensa propia, y ésta es la clave, significa la exigencia de que se cumpla lo que libre y voluntariamente se comprometió a cumplir. Por la simple razón de que, en función de esto, se han adquirido otras obligaciones que, a su vez, deben cumplirse. Es decir, si una persona se obliga, voluntaria y libremente, a darme dinero a cambio de algo que le doy y, luego, comprometo ese dinero, con mi familia, en otra compra o en lo que fuera, para no fallar en mi obligación de proveer lo pactado, tengo derecho a exigirlo si la persona no está dispuesta a cumplir con la palabra empeñada. Aún así, debe quedar claro que la utilización de la fuerza física, la coacción, no es recomendable.
Otros pretenden justificar al Estado racionalista, coercitivo, asegurando que no es más que 'coacción institucional', cuando es violencia en su más pura expresión (17).
Quizás la posición filosófica más 'clásica' es la de justificar al Estado violento a partir de un supuesto 'contrato original'. Que se habría 'formalizado' en el momento en que, supuestamente, se divide la historia pre institucional de la institucional. Semejante contrato, si es que existe, podrá valer para quién lo haya firmado, pero ni para Usted ni para mí. En cambio, lo cierto es que, analice la historia, coherentemente con lo que afirmaba Maquiavelo, todos los Estados coercitivos actuales son el resultado, únicamente, de alguna invasión o toma militar que en algún momento se produjo en el territorio en cuestión (18). Nunca la decisión real, libre y voluntaria, de todas y cada una de las personas involucradas.
La idea del 'contrato original' queda claramente establecida por John Locke que empieza reconociendo que: "... el estado de naturaleza se rige por la ley de la naturaleza que lo gobierna y que obliga a todos..." (19). Pero, obviamente, no entiende el orden natural confundiéndolo con el estado del hombre primitivo, el estado de naturaleza que discutimos en el Capítulo I. Así afirma que "...será objetado que no es razonable que los hombres sean jueces en sus propios casos y que su interés personal los hará imparciales para con ellos mismos y para sus amigos y, por otro lado, la pasión los hará que castiguen a otros desproporcionadamente y, por ende, reinará la confusión y el desorden; por tanto Dios ha designado un gobierno para restringir la parcialidad y la violencia de todos los hombres. Por mi parte, admito fácilmente que el gobierno constituye el remedio adecuado para hacer frente a los inconvenientes del estado de naturaleza..." (20).
No es fácil aclara este párrafo porque parte de una confusión, pero intentaré algo.
Efectivamente, Dios ha establecido el gobierno para el progreso del hombre desde el estado primitivo. Así, por caso, se gobierna una empresa cualquiera de modo que, de unos recursos inanimados, pase a ser una organización productiva. Y esto hace al orden natural. Pero, en realidad, Locke, con gobierno, lo que pretende justificar es la violencia coercitiva porque, supone, esta es necesaria para 'encuadrar' a la sociedad dado que, en el estado de naturaleza, el hombre actuaría egoístamente, lo que, ya sabemos, contraría al orden natural tomista. Quiero decir que, más allá de que la persona individual actúe o no egoístamente, la violencia contraría al orden natural. Esto queda claro en el siguiente párrafo "... puesto que sólo existe sociedad política cuando cada uno de los miembros ha renunciado a su poder natural... a castigar las ofensas cometidas contra la naturaleza..." (21). ¿Cómo se puede renunciar al poder natural? Si por tal se entiende el que surge del orden natural, no se puede renunciar sencillamente porque es anterior al hombre y, en consecuencia, éste no tiene capacidad para alterarlo.
Y aquí nace una profunda diferencia filosófica con santo Tomás. Efectivamente, este renunciamiento de derechos naturales es lo que da origen al Estado-nación coercitivo. Coerción que surge de la supuesta delegación del derecho natural a la defensa propia y de terceros. El Aquinate tiene muy claro que los derechos naturales son imposibles de delegar. De modo que, una cosa es contratar a un policía con la expresa disposición de que defienda a mi persona (conservando mi derecho a la defensa y a revocar el contrato cuando me plazca), y otra, muy diferente, es 'delegar' el derecho a mi defensa en un Estado coercitivo. Porque, esto último, implica que, en el futuro, no tenga derecho a mi defensa y que, en cambio, el Estado racionalista tiene derecho a ejercer a su arbitrio la violencia (supuestamente en mi defensa).
Es decir que, a partir de aquí, se crea un ente abstracto, 'absoluto' (desde que se auto crea 'derechos naturales', supuestamente delegados) y totalizador (desde que supone que todos delegan, sin pedir opinión a cada uno en particular): el Estado-nación coercitivo, tan contrario a la tesis tomista, y tan contrario al orden natural, desde que se crea a partir de una 'delegación' que lo niega.
Finalmente, Locke expresa su utopía del 'contrato original': "Por cuanto un número cualquiera de hombres constituyen una comunidad por el consentimiento de cada individuo, por lo que hacen que esa comunidad sea un cuerpo, con el poder para actuar como un cuerpo lo cual es sólo a través de la voluntad de la mayoría... Por tanto cada hombre por medio del consentimiento con otros de constituir un cuerpo político bajo un gobierno se obliga ante el resto a someterse a la determinación de la mayoría, de lo contrario este contrato original por el que él, junto con los otros, se incorpora a la sociedad no significaría nada..." (22). Y digo utopía, porque (además de mentir crudamente al suponer 'el consentimiento de cada individuo'), insisto, no le es posible, porque no es de su dominio, al hombre, el renunciar al orden natural. En consecuencia, en tanto este cuerpo político signifique la utilización de la coerción como método para 'organizar' a la sociedad "este contrato original... no significaría nada".
Thomas Hobbes, en cambio, era muy coherente con su postura, dado que expresa en forma muy realista, cruda y sin ambigüedades, lo que es (lo que históricamente ha resultado y hoy podemos observar con nitidez) el Estado coercitivo: "El poder y el honor de los súbditos desaparecen con la presencia del soberano" (23), en consecuencia, "...nada de lo que el representante del soberano le haga a un súbdito, con cualquier motivo que sea, puede propiamente llamarse injusticia o injuria ya que cada súbdito es autor de cada acto del soberano (por el contrato original)" (24), y "... el derecho civil es para los súbditos aquella norma que promulga la organización política por medio de la palabra, la escritura o cualquier otro signo de su voluntad a los efectos de distinguir el bien del mal, esto es, aquello que es contrario y aquello que no es contrario a la norma..." y "...nada puede considerarse injusto que no sea contrario a alguna ley (dado que) el legislador es quien hace el derecho" (25). Aquí el racionalismo y el 'Estado moral'.
Para luego afirmar algo muy coherente, desde un punto de vista lógico, y que queda corroborado en los hechos: "El soberano en su organización política, ya se trate de una asamblea o un hombre, no está sujeto al derecho civil. Esto es debido a que tiene el poder de hacer y deshacer las leyes según le plazca (ya que) existe el derecho a partir del establecimiento de la organización política y no antes" (26). Es decir que, al ser la organización política, la 'organización' violenta, la que produce la ley (y no ya el orden natural), el soberano, obviamente, es su dueño y en consecuencia, puede hacer con ella lo que le plazca. Aun cuando esto pueda ser disfrazado de 'democracia', lo que no significaría más que una farsa, porque, como los derechos naturales no pueden ser delegados, aun cuando ganen nuestros candidatos, el uso de la coerción será por decisión de ellos y nunca por nuestra delegación. Demás está decir que, la supuesta 'división de poderes' en un sistema materialista (desde que se basa en las armas materiales), no es más que un disfraz 'pour la galláerie'. En un sistema, de suyo, de base materialista (en la medida en que lo sea) se impone una única, unificadora y sola fuerza: quién tenga más poder material, siendo ésta la verdadera razón de gobierno.
Los racionalistas 'iusnaturalistas' insisten en que, precisamente, para evitar la arbitrariedad del gobernante, la ley coercitiva debe ajustarse a una ley 'natural anterior'. Perdóneme, Señor lector, pero lo cierto es que esto es de una ingenuidad, de tan ingenua, culpable. Efectivamente, alguien que tiene el poder de decidir qué es ley, qué (supuestamente) se corresponde con la ley natural, y tiene, de facto, la posibilidad de obligarla coercitivamente, será, necesariamente, por propia definición, arbitrario, ya que todo queda dejado a su arbitrio. De la misma manera, en el caso de la imperancia real del orden natural, todo queda librado al arbitrio de Dios, con la 'pequeña' diferencia de que el Absoluto es infinita y perfectamente sabio, de modo que su arbitrio será infinita y perfectamente justo. Lo que, irónicamente, para empezar implica una negación rotunda a la violencia coercitiva. El arbitrio humano, necesariamente, en alguna medida, será siempre injusto por cuanto el hombre es imperfecto.
Se dirá que, eventualmente, la acción de la persona individual sería aún más injusta y que, por eso, el Estado coercitivo debe imponerle 'justicia'. Es decir, que la injusticia inevitable en el funcionario estatal, es menor que la de la persona librada a su libre albedrío (la falsa teoría del mal menor). Vamos a ver: existen dos posibilidades, que una injusticia sea impuesta coercitivamente, con lo que se transforma en real y efectiva, o que no sea impuesta coactivamente, con lo que deja de serlo por cuanto, o no se realiza, o se realiza voluntariamente. Ahora, la voluntad puede ir contra lo natural, efectivamente, pero, en este caso, se habrá hecho justicia pues se le habrá dado a cada uno lo suyo.
De todo esto surge una característica propia del racionalismo, que es su 'voluntarismo'. Efectivamente, como supone que la razón humana es superior, todo lo que de ella surja tiene, por fuerza, que ser cierto. Así, el Estado racionalista es 'voluntarista' a partir de la propia razón, en abierta contraposición al voluntarismo propio del acto moral que parte de la aceptación racional de principios anteriores. Es así que los hay quienes creen que, porque ellos digan que el pueblo debe ser feliz e impongan el Ministerio de la Felicidad, y planifiquen la felicidad, los seres humanos vamos a pasar a vivir en la alegría eterna. Si esto fuera tan así, hace rato que deberíamos estar en el paraíso, visto la cantidad de promesas que nos han hecho. ¿No será que, el Estado coercitivo, no puede nada y por esto los estatistas no escatiman promesas y 'buenas intenciones'? (27).
Baste mencionar sólo un principio: para hacer algo positivo, para hacer algo por la vida, por los demás, primero, y fundamentalmente, hay que tener vocación de servicio. Y las organizaciones violentas lo primero que tienen es vocación de coerción, porque es su 'modus vivendi'. Es lo que utilizan, por ejemplo, para poder recaudar impuestos y poder subsistir, desconociendo la eficiencia y lo que esto significa en cuanto a servicio social. Así es que, el Estado coercitivo y el altruismo son opuestos (28).