EL MERCADO NATURAL
BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

 

EL FUTURO, DE LA ESPERANZA
 

Alejandro A. Tagliavini

 

 

 

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EL MERCADO NATURAL

Introducción

"Abolido el cambio mutuo de productos, la sociedad sería imposible, y viviríamos todos inquietos, congojosos, sin que nosotros fiáramos de nuestros hijos, ni nuestros hijos de sus padres. ¿Por qué pues ha sido constituida la sociedad, sino porque no bastándose uno a sí mismo para procurarse los elementos necesarios de la vida pudiéramos suplir la escasez con el recíproco cambio de lo que cada cual tuviese y le sobrase?", asegura el jesuita Juan de Mariana, escolástico español (51).

Sabemos, pues, que existe un orden natural, que el ser humano es parte del mismo, y que el hombre tiene una naturaleza social, basada en el principio de supervivencia y en su necesidad de relacionarse, más allá de su imperfección. En consecuencia, existe un 'orden social' que funcionará adecuadamente en tanto no sea interferido, por ejemplo, por el uso de la violencia coercitiva. Ahora, todo esto, necesariamente, implica 'acciones' y relaciones de tipo 'material': comer, vestirse, habitar una casa, educarse, y demás. A este aspecto, entonces, del orden natural social (del orden natural a secas, anterior al hombre, en consecuencia, anterior a su 'naturaleza pecadora') lo llamaremos mercado natural o, para abreviar, simplemente mercado.

En otras palabras, a estas relaciones, a esta sociedad así conformada naturalmente, vista desde el punto de vista de la economía, es decir, de la 'creación', distribución y utilización de los recursos (de los que siempre hay para 'crear' porque el hombre es imperfecto y la distancia entre la imperfección y la perfección, que es lo que el hombre busca, es infinita) la llamaré el mercado natural.

Va de suyo, pues, que este mercado natural responde directamente a los mandados del orden descrito por el Aquinate (es, insisto, el orden natural) en cuanto que está, necesariamente, dirigido al bien (a la perfección), en cuanto que es ordenado por excelencia, en cuanto que sus leyes ocurren espontánea y necesariamente (según el libre albedrío) y demás características que hemos estudiado. Esto implica que existirá, aun cuando, en uso del libre albedrío, el hombre decida ignorarlo. Si ésta es la decisión, lo que ocurrirá, no es la destrucción del mercado natural, sólo se destruirá el hombre; aunque, ya lo vimos, por el principio de supervivencia, de modo necesario, finalmente se impondrá (aunque fuera por 'descarte', según sabemos).

Queda claro, entonces, que utilizaré la palabra mercado en este único y exclusivo sentido, es decir, como expresión económica del orden social natural. Y no me estaré refiriendo ni a la definición que pueda haber dado cualquier economista, ni al espacio económico de ningún país en particular, ni a ningún momento de la historia.

De hecho, existe una diferencia metafísica sustancial entre el mercado natural y el 'mercado libre' o el 'mercado clásico' que es la idea que hoy se utiliza casi universalmente. El natural supone la existencia de autoridad moral (entre otras cosas, por cuanto el valor es moral), en tanto el resto supone que 'cada uno hace lo que quiere'. Este último, supone la búsqueda del bien material (el valor sería el precio) y, de este modo, es capaz de explicar, relativamente, la eficiencia de la economía global y otros temas. Pero no puede explicar, por ejemplo, el hecho de que la Biblia sea el libro más vendido en la historia de la humanidad y que esto, a su vez, redunde en un mejoramiento de la calidad de vida, incluso material, a raíz de un mejoramiento en el nivel espiritual, moral e intelectual de las personas.

En otras palabras, el 'mercado libre' es capaz de explicar, relativamente, el mejor modo de 'desarrollo' del mercado, pero no puede explicar su principio y su fin. Y esto implica una falla sustancial ya que, como todo lo que no tiene ni principio ni fin, finalmente, carece de sentido (así la autoridad 'no existe' porque ésta interesa sólo cuando hay un fin adonde conducir). ¿Qué sentido tiene, finalmente, ser millonario el día del velorio propio? En las cosas de la actividad económica y empresaria diaria ¿qué sentido tiene, por caso, fabricar miles de máquinas? ¿Serán útiles? ¿Podremos venderlas? ¿Realizaremos nuestra vocación? ¿Ganaremos dinero?. A estas preguntas no las puede responder el liberalismo, ni su 'mercado libre'. Pero sí las puede responder (ninguno de nosotros, ciertamente) el mercado natural.

Debe quedar claro, pues, que, así como ocurre con el concepto actual de razón, que ha sido impuesto por el racionalismo, la definición de 'mercado' que hoy se acepta universalmente es un nombre propio, no un sustantivo o adjetivo, en el sentido de que no define algo anterior, o exterior al hombre, sino algo subjetivamente pensado por la razón humana. Desde que supone un marco coercitivo, diseñado racionalmente, a partir del Estado, en algunos casos, y en otros (la 'extrema' liberal, los libertarios o 'anarco-capitalistas') supone, aunque no un marco coercitivo diseñado a partir del Estado, si un diseño racional 'privado', final y necesariamente coercitivo, por ejemplo, a partir de supuestas agencias 'privadas de seguridad' o diseños racionales equivalentes. Digo necesariamente, porque si no avalan la coerción, el resultado final necesario es que deben aceptar (antes que el caos) alguna clase de autoridad. Pero, en este caso, sólo quedaría la moral. Lo que, finalmente, en la última instancia, implicaría aceptar que Dios no es sólo para la pura conciencia individual sino algo que, de modo inevitable, impera sobre todo el cosmos.

Por el contrario, en este ensayo utilizaré la palabra mercado como sustantivo, es decir, como algo anterior o exterior a la subjetividad de la razón humana.

Israel M. Kirzner afirma que "La teoría del mercado... se basa en la intuición fundamental de que los fenómenos del mercado se pueden 'comprender' como manifestaciones de relaciones sistemáticas. Los fenómenos observables del mercado... no se consideran como masas de hechos aislados e irreductibles, sino como resultado de determinados procesos que pueden, en principio, captarse y comprenderse" (52) (nótese que, no por casualidad, utiliza la 'intuición'). Esto es lo que les da ventaja a los liberales convirtiéndolos en los mejores economistas: ellos reconocen que, el mercado, no es una situación caótica sino que, 'intuyen' que existe un orden que puede 'en principio, captarse y comprenderse'. Así, en lugar de 'crear un orden' que suplante el 'caos' a través de la razón humana ('planificar'), tienen algún respeto por el orden natural anterior al hombre.

Pero Kirzner avanza todavía más en el acercamiento al orden natural y 'descubre' que el mercado no es una situación estática, de equilibrio, sino un 'proceso creativo'.

Es decir que, estos representantes de la Escuela Austriaca, 'intuyen' un orden (al que, sin embargo, no ven como tal sino como 'fenómenos sistemáticos'). Otros, Kirzner en este caso, avanzan todavía más, e 'intuyen' que, además, estos 'fenómenos sistemáticos' conllevan creatividad, lo que queda corroborado por la experiencia empírica. Pero, para llegar al mercado natural, necesitan desembarazarse de su racionalismo, que les impide ver que esto conforma un orden, anterior a la razón humana, lo que supone autoridad, y que, de suyo, efectivamente es creativo. El mercado natural no es un 'proceso sistemático creativo', sino bastante más, es un orden que de suyo (con su propia fuerza, de la Providencia) conduce al hombre, a la sociedad, hacia el Bien, la Perfección. Y ésta conducción, supone, de suyo, la existencia de una autoridad (moral). Vale aclarar que esto no supone que, sin importar cual fuera la decisión del libre albedrío, de modo necesario la persona humana avanzará hacia la Perfección, lo único que supone es que el orden natural, de suyo, de modo inexorable, conduce a la Perfección.

De reconocer estas cuestiones, podrían explicarse, por ejemplo, por qué la Biblia es el libro más vendido en la historia de la humanidad (ya le gustaría a cualquier editor conocer este tipo de datos): porque la máxima autoridad moral, hoy, es la Iglesia cristiana que ha aclarado que las Sagradas Escrituras conforman el libro por excelencia.

Dicho sea de paso, la 'influencia moral', hoy en día, aunque poco se hable de ella y a pesar del sistema fuertemente distorsionado en el que estamos inmersos, no es en absoluto despreciable. Por ejemplo, normalmente, la gente ingiere los medicamentos que su médico personal (su autoridad moral, en este caso puntual) le indica que tome y nunca, en cambio, se toma el trabajo de averiguar que es lo que dice la autoridad coercitiva estatal al respecto. Es notorio, por otro ejemplo, como algunas veces se utilizan personas 'famosas' para promocionar determinados productos. Es cierto que estas 'autoridades', algunas veces, tienen poco de morales, pero este es un tema que hace a la 'cultura del consumismo'. Lo que no quita el hecho de que, es notorio, como lo normal es que, aun en medio de la actual 'cultura materialista', se pueda obtener más de la gente convenciéndola 'moralmente' que lo que se puede obtener coactivamente. Dado que, si este mismo producto, en lugar de estar promocionado por un personaje famoso, fuera impuesto coercitivamente, la gente intentaría, por todos los medios, desembarazarse y, seguramente, la adhesión final sería menor.

Pero volviendo a la concepción liberal del mercado, el mismo Kirzner da una clave interesante al asegurar que "...no es necesario explorar la 'psicología' del proceso de aprendizaje, resultado de las experiencias de mercado en las que los planes resultaron inviables (o en las que se averiguó que, de hecho, existían otros cursos de acción alternativos preferibles). Es preciso incluir formalmente en nuestra teoría la idea de que este proceso de aprendizaje es fiable" (53). Esta 'psicología' que desprecia, es el estudio ontológico del ser humano, y su inserción en el mercado, que nos permite averiguar, no sólo que, efectivamente, este proceso de aprendizaje es fiable, sino, algo fundamental, que es que, este proceso, tiene un principio y un fin (la Perfección), un motor natural (la Providencia, la 'fuerza moral' diríamos, o aun el Amor), y, consecuentemente, implica, de suyo, la existencia de una autoridad.

Lo que, finalmente, lo conduce a un deprimente panorama existencial: "El mercado, insiste Mises una y otra vez, tiende a eliminar del papel empresarial a todos excepto a los capaces 'de prever mejor que los demás la futura demanda de los consumidores'" (54). Pero "Por supuesto, me he dado cuenta de que, en un mundo de incertidumbre, toda decisión empresarial, por mucha perspicacia que la acompañe, debe constituir en cierto sentido un juego de azar" (55). Es decir que, la falta de fe, como modo válido de conocimiento, según hemos visto, empezando por el saber de la existencia del orden natural en toda su dimensión, lo deja frente al azar, a la nada. Y esto es lo mismo que navegar en un mar tormentoso sin brújula ni radar: sin autoridad.

Pero veamos un poco las 'consecuencias sociales'. El Catecismo de la Iglesia Católica es muy claro con respecto al 'mercado libre' del racionalismo: "La Iglesia... ha rechazado, en la práctica del 'capitalismo', el individualismo y la primacía absoluta de la ley de mercado sobre el trabajo humano (cf. CA 10, 13.44). La regulación de la economía ... únicamente por la ley del mercado quebranta la justicia social, porque 'existen numerosas necesidades humanas que no pueden ser satisfechas por el mercado' (CA 34). Es preciso promover una regulación razonable del mercado y de las iniciativas económicas, según una justa jerarquía de valores y con vistas al bien común" (56).

Pero, anteriormente, define a la justicia social muy claramente: "La sociedad asegura la justicia social cuando realiza las condiciones que permiten a las asociaciones y a cada uno conseguir lo que le es debido según su naturaleza y su vocación. La justicia social está ligada al bien común y al ejercicio de la autoridad" (57). Y más adelante se refiere a los derechos de la persona humana del siguiente modo: "...son anteriores a la sociedad y se imponen a ella. Fundan la legitimidad moral de toda autoridad... Sin este respeto una autoridad sólo puede apoyarse en la fuerza o en la violencia para obtener la obediencia de sus súbditos..." (58).

Vamos a ver. En primer lugar, acertadamente contrapone la violencia a la legitimidad moral de la autoridad. Luego, recuerda que los derechos de la persona son anteriores, no ya al Estado sino, incluso, a la sociedad. Es decir, la no violencia es un derecho anterior, incluso, a la sociedad. Además, la justicia social tiene que ver con la naturaleza humana y vocación, va de suyo, entonces, que es contraria a la violencia. Por otro lado, reconoce la necesidad de que el mercado sea regulado; pero, obviamente, por lo antedicho, esta regulación no debería ser coercitiva, de modo que lo que correspondería, es la regulación natural que surge dentro de la sociedad, cuando impera la autoridad real. Y, según veremos en la Parte Segunda, efectivamente, la única regulación real es la que se produce a través del mercado natural. La 'regulación' coercitiva, artificial, no produce más que caos.

Con respecto a la palabra 'mercado', vale remarcar que la Iglesia se está refiriendo a un mercado "en la práctica del capitalismo", que, en el sentido en que utilizo la palabra mercado en este ensayo, significa 'mercado con intervención coercitiva estatal', el 'mercado libre' del liberalismo (o el 'mercado clásico'). Porque no existe, en la historia humana, ningún capitalismo, hasta el día de hoy, cuyo mercado no haya sufrido la intervención coactiva estatal. Entonces, insisto, de acuerdo con lo que en este ensayo se define como mercado, la Iglesia se refiere a 'mercado con intervención coercitiva estatal' que, ciertamente, de esto se trata todo este escrito, produce grandes injusticias personales y sociales.

De hecho, como bien señala la Iglesia, en los 'mercados capitalistas', el individualismo y la primacía de la ley del 'mercado' suelen imponerse sobre el trabajo humano. Cosa que es en absoluto contrario a la idea que estoy intentando transmitir, al mercado entendido como imperancia del orden natural en su faz económica. Es decir que, en la medida en que se introduce a la violencia coercitiva institucional dentro del mercado, ya queda distorsionado, dejando de responder al orden natural, y entonces, se impone la ley del más fuerte, como 'en la selva'. Si el gobierno, por ejemplo, le otorga a una empresa, coactivamente, el monopolio en la producción de alimentos dejando que ésta actúe sin regulaciones, esta compañía, sin duda, causará la muerte de muchos seres humanos. Porque aumentará exageradamente el precio de los alimentos y dejará caer la calidad y el control sanitario. Cosa que no ocurriría, según estudiaremos en la Parte Segunda, de imperar el orden natural, de no existir la violencia institucional.

Debo decir que, algunos críticos, que pretenden justificar la coerción institucional (olvidándose de la inviolabilidad inexcusable, siempre y en toda circunstancia, de los preceptos negativos, como el 'no matarás') han querido ver en esta interpretación mía del Catecismo una actitud 'caprichosa', al no querer reconocer que, la Iglesia, critica a la libertad de mercado en términos absolutos. Y, consecuentemente, propondría una 'libertad no absoluta', es decir, coercionada. Y, para esto me han traído a colación documentos vaticanos en donde se señalaría que la "libertad perfecta" del mercado es muy perniciosa. En primer lugar, debo recordar lo que ya dije en la Introducción en cuanto a suponer lo que se quiso decir (aun cuando fuera cierto), la hermenéutica. Podría refutarlos simplemente diciendo que, aun cuando hubiera sido cierto que los autores del Catecismo quisieron decir eso, gracias a Dios, el Espíritu Santo evitó que lo escribieran taxativamente. Y así continuaríamos la discusión hasta el infinito. Pero no necesito apelar a este argumento, porque lo cierto es que, aun aceptando que lo que dicen es cierto, que la Iglesia sostiene que la 'libertad absoluta' del mercado es muy contraproducente, mi afirmación sigue siendo completamente válida.

Efectivamente, en primer lugar, insisto en que lo que estoy afirmando en este ensayo, no es que el mercado debe ser absolutamente libre, sino que no debe existir intervención coercitiva institucional. Son dos cosas muy diferentes. 'Absolutamente libre' podría interpretarse como 'libre' de Dios, 'libre' del bien común, en fin, 'libre' de todo, y esto no configuraría más que un absurdo salvo para los racionalistas. El mercado natural supone, de suyo, de modo necesario, inevitable y espontáneo, la existencia de una autoridad real (moral, no coercitiva), que, por ejemplo, podría evitar que la gente comprara determinado producto o comprara otro, como por ejemplo, la Sagrada Biblia. En segundo lugar, la Iglesia sabe muy bien que la libertad absoluta es prerrogativa exclusiva de Dios, de modo que, necesariamente, si dice 'libertad absoluta' se está refiriendo a una 'pretendida emancipación de Dios' (que es lo que busca el racionalismo y su 'mercado' coercitivo). De modo que, mal que les pese a mis críticos, la Iglesia, con toda claridad, lo que está condenando es la "libertad del gallinero", es decir, la capacidad de que, en un marco institucional coercitivo, una persona o grupo de personas haga abuso de los privilegios que surgen de este sistema de mercado coactivo.

De hecho, la Iglesia ha condenado siempre, enérgicamente, el libertinaje de la sociedad racionalista, en concordancia con lo que hemos estudiado acerca de la libertad. Así León XIII, con mucha coherencia y sensatez, aseguraba (59) que "...la libertad de pensamiento y la libertad de expresión, sin ninguna limitación, lejos de constituir en sí un bien... es más bien la fuente y el origen de muchos males... De ahí la culpabilidad del Estado, que contra lo prescrito por la naturaleza, dé tantas riendas a la libertad de pensar y de obrar, que se puedan impunemente desviar los espíritus de la senda de la verdad y del bien...". Ahora, es imprescindible leer completamente lo que el Papa está diciendo para entender con profundidad la verdad. Porque este párrafo ha sido (lamentable y falsamente) utilizado por los estatistas para imponer controles coercitivos. Vamos a ver. Por un lado, el Papa, allí mismo cita a san Agustín que afirma que "... El hombre no puede creer sino voluntariamente". De modo que ya se ve que León XIII no tiene intenciones de promover la violencia violando el orden natural sino, por el contrario, rescatar la verdadera libertad según la estudiamos. Pero esto queda definitivamente claro cuando él describe que el Estado del libertinaje es tal que comparado con "...un Estado en que cruel y tiránicamente se persiga el nombre cristiano... podría parecer algo tolerable". Es decir, claramente esta comparándolo (es un nivel más bajo que la tiranía cruel), identificándolo, con un Estado violento.

En fin, creo que pretender que la Iglesia desconozca el orden natural, la naturaleza de las cosas, de la cosa natural, es un argumento de 'patas cortas'.

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