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EL FUTURO, DE LA ESPERANZA
Alejandro A. Tagliavini

EL ORDEN NATURAL DE LA SOCIEDAD

"Soñé que la vida era felicidad.

Desperté, y vi que la vida era servicio.

Serví, y encontré la felicidad"

Rabindranath Tagore

INTRODUCCIÓN

El hombre ha nacido para vivir en sociedad(1). Desde el momento en que para procrearse necesita de dos personas, varón y mujer, necesariamente, debe relacionarse para poder sobrevivir. Siendo que el principio de supervivencia, personal y de la especie, es propio del orden natural. Obviamente, la parte más inmediata de estas relaciones es la familia; y luego el resto de la sociedad.

Ahora, lo que surge claramente es que, como el ser humano necesita vivir en sociedad, necesita que las sociedades (la familia y el resto) vivan, es decir, crezcan, mejoren, se perfeccionen. Así es que, en definitiva, de la vida y de servir es de lo que se trata. Y esto es amar, porque, en definitiva, amar es luchar por la vida. Y este es el motivo por el cual, permítame Señor lector esta breve digresión, usar el sexo evitando la posibilidad de vida, es, ni más ni menos, usar el sexo contrariando al amor(2).

De modo que las relaciones sociales, las relaciones entre las personas, tienen una naturaleza que debe ser respetada para su adecuado funcionamiento. Y en esto, sin duda, tiene que ver la moral y la ética, que, como hemos visto, no son sino aquellas reglas que, de acuerdo con el orden natural propio del ser humano, lo conducen hacia una mejor vida. Algo así, salvando las distancias, como las instrucciones que redacta el fabricante para el buen uso de cualquier aparato. En definitiva, la moral y la ética, son reglas a favor de la vida. Y todo aquello que va contra la vida, que destruye la vida, que corrompe la vida, es violencia. En consecuencia, el hombre necesita rechazar a la violencia como método de interacción y basar, toda su acción social, en la cooperación y el servicio voluntarios.

De todo lo que henos visto hasta ahora, surge claramente que, definitivamente, no es cierto que el hombre en general, como persona única, sea egocéntrico por naturaleza o tienda a su propia destrucción, sino todo lo contrario. Por un lado, ya hemos visto, al estudiar 'La moral y la ética' en el capítulo anterior, que la voluntad tiende naturalmente al bien. Ya cité al Doctor de Aquino (referido en la nota 20 al Capítulo I) afirmando que el hombre es dueño de sus actos en virtud de la razón y de la voluntad, de la voluntad deliberada cuyo objeto propio es el fin y el bien. Pero luego agrega: "Todo agente obra necesariamente por un fin..."(3), y más adelante "Necesariamente todo lo que el hombre apetece lo apetece por el último fin..."(4). Y aún más adelante: "En cuanto a la razón del último fin, todos están acordes en desearlo, porque todos quisieran consumar su perfección, que es la noción verdadera del fin último..."(5).

De modo que, el hombre, como persona única, tiene un instinto básico de supervivencia, y si bien es claramente imperfecto, desde el momento en que necesita que la sociedad mejore y desde que ha sido creado para perdurar, necesariamente, más allá de los errores, accidentes o excepciones, tendrá, como género humano, una clara tendencia hacia la cooperación y el servicio para la vida, que será el modo natural, 'normal' en las relaciones sociales, también las económicas(6). Aunque fuera por el lado negativo, es decir, que aquellas sociedades compuestas por personas que no tuvieran esta tendencia natural hacia la cooperación y el servicio (hacia la moral, en definitiva) desaparecerían y, con ellas, esta tendencia negativa.

Aquí se impone una precisión. Como decía anteriormente, el orden natural prevé una evolución, un crecimiento. Lo que se propone al hombre, finalmente, es la perfección y, en la perfección (a la que nunca llegaremos en esta tierra), no será violento. Entre tanto, en cuanto el hombre va evolucionando, va trocando sus actitudes violentas por cooperación y servicio. Ahora, la pregunta es, siendo que el hombre primitivo era muy violento, y todavía lo somos, siendo que violamos al orden natural tan frecuentemente y tan profundamente, ¿cómo es qué aún así la civilización progresa? La razón de esto es que, metafísicamente, ya lo dije, el mal, en cuanto tal, no existe, de modo que, en rigor de verdad, cuando actuamos contra los mandados del orden natural, en realidad, no lo estamos violando (nunca podríamos violar algo que nos supera tan grandemente). Lo que estamos haciendo es perder nuestro tiempo (lo que no es poco decir, en lo que personalmente importa) en acciones que no ayudan a desarrollar la vida. De aquí que, cuanto más avanza una sociedad en cuanto al respeto a la naturaleza de las cosas, menos esfuerzos pierde y, entonces, el progreso se auto acelera.

En otras palabras, el accionar (individual) de la persona, en una sociedad, con ausencia de coerción institucional, en donde impera el orden natural, terminará produciendo un resultado positivo para la sociedad. Por lo que hemos visto, en la medida en que la acción del individuo sea mala, el orden natural social se encargará de que no quede 'registrada'(7). Y, en cambio, si 'registrará' aquello de bueno que pudiera tener. Es decir, como el orden natural es el modo de acercarse al bien, si lo seguimos necesariamente obtendremos bien, si no lo seguimos, obtendremos 'nada'. Si mi acción consiste en fundar una empresa y esta es buena, es decir, está dedicada al servicio de la gente, o sea que encuadra dentro del orden natural, será exitosa y continuará adelante. Si mi acción es mala, es decir, que la empresa no está dedicada al servicio de la gente, el mercado natural se encargará de que quiebre y mi acción, desaparecerá rápidamente sin que quede rastro alguno. Como consecuencia directa de esto, el hombre necesariamente progresará, porque lo malo desaparecerá y lo bueno irá 'quedando y sumando'(8). Esto, en rigor, no tiene nada de extraño, dado que este es el proceso normal de la Creación: recordemos que el Creador, finalmente, es el Absoluto, y el hombre 'es sólo la causa secundaria'. Así, cuanto más respetemos al orden natural, una 'mayor cantidad' de bien produciremos y, consecuentemente, más rápidamente progresaremos. De aquí, pues, el principio del progreso humano que se dará aún con nuestros defectos, errores y pecados: puesto que, para no progresar en absoluto, deberíamos no respetar en absoluto al orden natural, lo que es un absurdo metafísico porque el absoluto es extraño (por superior) al hombre (es decir que, en alguna medida, aunque sea por 'error', respetaremos a la naturaleza de las cosas).

Pero en fin, volviendo atrás, cuando digo que lo normal (lo natural), en la sociedad, es la cooperación y el servicio, no se me escapa que existen muchas personas altamente violentas. Ni se me escapa que todos somos violentos en alguna medida (de otro modo seríamos perfectos). Lo que estoy diciendo es que, el orden natural, sólo 'registrará' las relaciones sanas. El resto, las violentas, 'más tarde o más temprano', quedarán en nada, básicamente, por autodestrucción del agente. En otras palabras, el orden natural tiene previsto 'controlar' las situaciones violentas, de modo que, un control coercitivo de la violencia (!?), no sólo es un contrasentido sino que, al renegar de las reglas preexistentes de convivencia social, interfiere en este proceso de 'autocontrol', prolongando la duración del mal y ahondando su efecto (de hecho, en sí mismo es un mal).

Así es que, por caso, cuando Usted pasa frente a un local de venta, normalmente, no sale el comerciante y, haciendo uso de la fuerza, lo obliga a comprarle. Ni llama a la policía para que ésta, arma en mano, lo obligue a pagarle sin que Usted tenga interés en los productos que vende. Lo que hace el comerciante es tratar de incentivarlo, ofreciéndole aquello que Usted prefiere, de modo de poder venderle. Lo que hace el comerciante es servirlo.

El gobierno, en cambio, cuando está basado en la coerción, y en la medida en que lo está , le dice, por ejemplo (en los países en que existe el sistema previsional obligatorio), que Usted tiene que tener una jubilación. Y, sin que le importe su opinión, lo obliga a pagar todos los meses la cuota correspondiente. Y, si no la paga, lo envía al juez para que éste, a su vez, le envíe a la policía de modo que, por la fuerza, Usted pague. Y esto, claramente, es lo contrario a servir, implica negar, contrariar a la vida. Porque, dicho en términos metafísicos, ésta es un proceso positivo exclusivo del sujeto en evolución. De donde, la acción del sujeto resulta fundamental y, entonces, cualquier coacción violenta que impida o modifique su acción es ir contra la vida.

Todo lo que hemos venido estudiando implica que, la eficiencia (que significa que se está brindando lo más efectivo para la persona que quiere mejorar su situación), necesariamente, conlleva que las relaciones sean voluntarias. Por dos motivos. Primero, porque nadie descarta sin más ningún valor (ni aun por altruismo, cuando se da por caridad se lo hace en la presunción de que será utilizado eficientemente). En consecuencia, la gente, ante la posibilidad de elección seleccionará al mejor obligando de este modo a la eficiencia. Segundo, porque lo mejor para una persona es algo subjetivo, de dos modos, en cuanto a su subjetividad interior y en cuanto a su subjetividad 'ambiental' (es decir, en cuanto a las cuestiones particulares que rodean a esa persona y que sólo ella conoce con exactitud).

Se podrá decir que, la persona en cuestión, podría preferir, egoístamente, cosas que la dañen a ella y a terceros. Efectivamente, puede suceder y de hecho sucede mucho. Pero (más allá de que resulta un tanto temerario el que un tercero juzgue el egoísmo o no de otra persona), como su mala acción violará al orden natural, será fuertemente impelido a corregirla (si se me ocurre no dormir durante tres días seguidos, me sentiré tan cansado que, finalmente, me dormiré sin pretenderlo). Pero, si aún así, persiste en su mala acción, como el orden natural es lo que dirige hacia la vida, de algún modo, se auto eliminará y sus malas acciones, con él, desaparecerán (si continúo sin dormir, finalmente, moriré).

En cualquier caso, y éste es el colorario que debe quedar claro, en tanto la persona actúe voluntariamente, finalmente, prevalecerá el bien, el orden natural. En realidad, ya sabíamos esto, sabíamos que lo violento es contrario a lo voluntario y a lo natural, de donde, lo violento necesariamente destruye la naturaleza de las cosas. En tanto que lo 'voluntario' puede o no destruir lo natural. Si no lo destruye, seguirá hacia el bien. Si lo 'voluntario' destruye lo natural, como éste es intrínseco, destruirá a la naturaleza intrínseca haciendo desaparecer el 'voluntario' (por cuanto al ser ambos intrínsecos) que existirá en tanto exista esta naturaleza que le da existencia.

Ahora, se dirá que esto es suponer que el mal desaparecerá de la faz de la tierra: el estado perfecto del hombre en este mundo. Pues no estoy afirmando eso, sino simplemente que éste es el modo en que opera el orden natural. Y que, en consecuencia, la violencia interrumpe este proceso evolutivo, retrasando el progreso humano. Pero, de aquí a que los hombres seamos perfectamente no violentos, de modo que no interfiramos en absoluto el orden natural y, consecuentemente, éste se desarrolle en plenitud, y consigamos la perfección, esto supone, como dije, que somos perfectos de inicio (perfectamente no violentos) lo que, obviamente, no es cierto. De modo que nunca llegaremos a la perfección, porque estamos metidos en un círculo vicioso (ahora sí, en función del pecado original, diría la teología Católica) que nos impide, ontológicamente, alcanzar la perfección en esta tierra. Pero insisto, este es el modo en que funciona el orden natural. De modo que, pretender, que, porque nunca seremos perfectamente no violentos, debemos ser coercionados (violentados) para intentar inhibir nuestros impulsos violentos, es el mejor modo de interrumpir el proceso evolutivo del orden natural que describí.

Dice S.S. Juan XXIII, el "Papa bueno": "!Como contrasta en cambio con este orden maravilloso del universo el desorden que reina no solo entre los individuos, sino también entre los pueblos! Parece que sus relaciones no pueden regirse sino por la fuerza. Sin embargo, el Creador ha impreso el orden aun en lo más íntimo de la naturaleza del hombre: orden que la conciencia descubre y manda perentoriamente seguir. Los hombres muestran escrita en sus corazones la obra de la ley, y de ello da testimonio su propia conciencia (Rom 2, 15). ¿Como podría por lo demás ser de otro modo? Todas las obras de Dios son un reflejo de su sabiduría infinita y un reflejo tanto más luminoso cuanto más altas están en la escala de las perfecciones (Sal 18, 8-11). Un error en el que se incurre con bastante frecuencia está en el hecho de que muchos piensan que las relaciones entre los hombres y sus respectivas Comunidades políticas se puedan regular con las mismas leyes que rigen las fuerzas y los seres irracionales que constituyen el universo, siendo así que las leyes que regulan las relaciones humanas son de otro género y hay que buscarlas donde Dios las ha dejado escritas, esto es, en la naturaleza del hombre"(9).

El orden natural social ha sido, en alguna medida, descrito por muchos autores. Así, con su famosa 'mano invisible', Adam Smith había encontrado que algo 'natural', producía que la sociedad se condujera, de suyo, hacia el bien y el progreso. Había hallado, en alguna medida, que existía un orden social que se manifestaría, espontáneamente, conduciéndola hacia el progreso en toda su dimensión. Aunque resulta claro que, el escocés, no lo entendió en toda su plenitud(10).

Para terminar, quiero hacer una rápida referencia a la justicia social porque no necesita más. Tan mal entendida, según adelanté en el Prefacio, por los que niegan su existencia, por los que la ignoran o por los que abusan de su nombre. Si el orden natural existe, si el hombre es, por naturaleza, social, y si la justicia existe, va de suyo que la justicia social existe y que no significa sino el respeto al orden natural social. Me parece que el tema queda lo suficientemente aclarado a partir de las definiciones de santo Tomás en cuanto a la justicia, por un lado, y al hecho de que, la imperancia del orden natural, implica la más justa distribución de las riquezas. La justicia distributiva, dice el Doctor de Aquino(11), es, esencialmente, la justicia de Dios, y quedará garantizada por el gobierno del orden por El establecido, es decir, por el orden que excluye a la violencia coercitiva.


(1) "La persona humana necesita de la vida social. Esta no constituye para ella algo sobreañadido, sino una exigencia de su naturaleza. Por el intercambio con otros, la reciprocidad de servicios y el diálogo con sus hermanos, el hombre desarrolla sus capacidades; así responde a su vocación (cf. GS 25, 1)", C.Ig.C., n. 1879. Por otro lado, J. M. Ibáñez Langlois señala, con mucho acierto a mi modo de ver, que "Todos los hombres están interiormente 'conectados' entre sí de un modo ontológico invisible, si bien la insistencia bíblica en su condición de personas como imagen de Dios- nos aleja enteramente del modelo de 'organismo' social celular, propuesto por las ideologías socialistas", 'Doctrina Social de la Iglesia', Editorial Universidad Católica de Chile, Santiago de Chile, 1988, p. 52.

(2) Desde un punto de vista psicológico, la mejor definición del amor que he podido encontrar, probablemente, sea la que da M. Scott Peck en 'La nueva psicología del amor' (Emecé Editores, Buenos Aires 1989, pp. 83-4-5): "la voluntad de extender el sí mismo de uno con el fin de promover el crecimiento espiritual propio o de otra persona", y más adelante "... el proceso de extender el propio ser de uno es un proceso de evolución... de manera que el acto de amar es un acto de autoevolución aun cuando la finalidad del acto sea el crecimiento de otra persona..."; y luego "... el acto de extender los límites de uno mismo implica esfuerzos... nuestro amor se demuestra sólo a través de nuestras obras... supone esfuerzos... es un acto de la voluntad, es intención y acción... implica elección... decidimos amar". Por su lado santo Tomás afirma que "Amar es desear el bien a alguien", S. Th., I-II, q. 26, a. 4. Sin duda resulta sugestivo el siguiente párrafo del controvertido Erich Fromm: "Ese deseo de fusión interpersonal (el amor) es el impulso más poderoso que existe en el hombre: Constituye su pasión más fundamental, la fuerza que sostiene a la raza humana, al clan, a la familia y a la sociedad. La incapacidad para alcanzarlo significa insania o destrucción- de sí mismo o de los demás - Sin amor, la humanidad no podría existir un día más", 'El Arte de Amar', Editorial Paidós, Buenos Aires, 1966, pp. 30-31. Estas citas vienen al caso porque, para entender el resto del ensayo, es importante comprender que, si bien el ser humano es imperfecto y, en consecuencia, capaz de cualquier maldad, el balance final de la acción humana, como género, será necesariamente positivo, de otro modo se autodestruiría, lo que es contrario a la evidencia histórica. Pero en fin, volviendo a esta digresión sobre el sexo, es muy sabido entre los psicólogos (aunque muchos intentan taparlo), lo destructivo que puede resultar su utilización evitando la posibilidad de vida. Algunos profesionales aseguran que, finalizado el acto sexual, el físico de la mujer nota la falta del esperma, lo que le produce trastornos psicológicos. En el caso de anticonceptivos que permiten la llegada del esperma, pero inhiben la fecundación del óvulo, están por demás probados los efectos secundarios desastrosos que éstos producen. Luego sucede que los matrimonios no funcionan o son mediocres, sin duda, aquí puede estar la raíz de los problemas. "La realización más maravillosa del matrimonio es crear una nueva vida... Como toda realización de importancia, debe ser precedida de una larga serie de complicados acontecimientos tales como la mutua atracción del hombre y la mujer desde el punto de vista físico, entretejida con tiernos sentimientos de amor. Dada la intensidad de dichos sentimientos, éstos pueden contribuir a la más gratificante de las experiencias humanas o... a un conflicto emocional, preocupaciones y hasta enfermedad física. Las actitudes de los futuros padres respecto del amor y el sexo, determinan en gran parte su felicidad y sabiduría en el cuidado de sus niños. ¿Acaso el niño no es el resultado de las relaciones sexuales entre el padre y la madre? Son muy afortunadas, por cierto, las familias cuyos progenitores se aman, desean tener hijos...", Florence L. Swanson, 'Desarrollo físico y cuidado del niño', en 'Comprenda a su hijo', Edith Buxbaum, Ediciones Hormé, Buenos Aires 1959, p. 17.

(3) S.Th., I-II, q. 1, a. 2.

(4) Ibíd, I-II, q. 1, a. 6.

(5) Ibid, I-II, q. 1, a. 7. "Si el fin atrae es precisamente porque es bueno, y porque, en cuanto tal, puede perfeccionar a otros: esta es la raíz de su apetibilidad, lo que hace que se desencadene la actividad del agente que va en pos de su propia perfección. En resumen: el fin, 'aquello a lo que tiende el que obra, es necesariamente algo adecuado para él, ya que no se movería a conseguirlo sino en virtud de alguna conveniencia. Y como lo que es apropiado para alguien, es su bien, resulta que todo agente obra por el bien' (Tomás de Aquino, Summa contra gentiles, III, 3)... Además, todas las criaturas, al tender a la perfección de su especie, se ordenan a asemejarse a Dios en la medida de su participación en el ser..." , Tomás Alvira, Luis Clavell, Tomás Melendo, 'Metafísica', EUNSA, Pamplona 1986, pp. 220 y 226.

(6) Algunos católicos aseguran que, al ser el hombre pecador, se justifica el empleo de la coerción o coacción (violencia, al fin de cuentas) de modo de corregir o, al menos, evitar o contener, su 'natural tendencia pecadora'. Lo que en la actualidad les ha servido para, finalmente, proponer un tipo de sociedad muy parecido al que proponen los 'neoliberales'. En primer lugar, a mi modo de ver, esto contradice lo que santo Tomás afirma, según hemos visto al estudiar el Orden Natural. En segundo lugar, toda evidencia empírica indica que la violencia siempre empeora cualquier situación. Pero más allá de estas consideraciones, lo cierto es que, el hecho de que el hombre, efectivamente, sea imperfecto y tenga, inevitablemente, un lado 'oscuro' que en algún momento lo hará pecar, nada tiene que ver con violar la naturaleza de las cosas. Es decir, que al utilizar la violencia, lo que se está haciendo, primero, es violar el orden natural y, luego (insisto, luego) intentar violar el libre albedrío (la naturaleza) de la persona violentada. Para dejar este punto debidamente aclarado y terminado, quiero citar una obra que no puede ser tildada de 'permisiva', en las 'Las Tres Edades de la Vida Interior', R. Garrigou-Lagrange, O.P., nos dice que "El primer hombre, por su pecado,... nos transmitió una naturaleza caída, privada de la gracia y herida. Sin caer en las exageraciones de los jansenistas, preciso es reconocer, ... que venimos al mundo con la voluntad alejada de Dios...." (II, cap. 3; Ed. Desclée, De Brouwer, Buenos Aires 1950, p. 333). Efectivamente, nuestra voluntad alejada de Dios, pero nunca la de Dios alejada de la nuestra. Esto le sirve a Garrigou-Lagrange para justificar la mortificación, la propia negación en función del amor a Dios y, le sirve también, para alentar a vencer la pereza a la hora de ayudar al prójimo. Pero de ninguna manera para justificar a la violencia contra terceros, porque esto, simple y sencillamente, significaría pecar contra Dios y Su orden natural (Su voluntad hacia nosotros). Pero, además, aclara que el jansenismo es una deformación pesimista de la idea cristiana de penitencia, exagerando la idea del pecado original "hasta el extremo de decir que el hombre no conserva ya el libre albedrío... y que todos los actos de los infieles son pecado... el hombre durante toda su vida debe hacer penitencia... En consecuencia, retenían a las almas, toda la vida, en la vía purgativa", op. cit, p. 325. El C.Ig.C. (n. 420) no deja dudas: "La victoria sobre el pecado obtenida por Cristo nos ha dado bienes mejores que los que nos quitó el pecado: 'Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia' (Rm 5, 20)". Una explicación teológica más precisa es la siguiente "El estado de perfección puramente natural no ha existido. Es una mera hipótesis. La providencia divina..." (al hombre) "...lo creó en estado de gracia y lo destinó al fin que es la bienaventuranza o el mismo Dios visto, amado y gozado en su más profunda realidad. En este estado vivió no sabemos cuanto tiempo. Pero pecó y perdió la gracia. Su pérdida no supuso la pérdida del destino; pecador y sin gracia, siguió destinado a la gloria, a la que no podía llegar por carecer del medio que conduce a ella que era la gracia misma. Aparecen entonces en los planes divinos el redentor y la redención, con la que se recuperaría la gracia y se rehabilitaría el hombre. Es el estado del hombre caído y redimido. Este no recibe la gracia como la recibió el hombre primitivo, sobre una naturaleza natural, pura y limpia; la recibe sobre una naturaleza sucia y pecadora, y produce un efecto añadido al que produjo en el primer hombre. A éste lo santificó haciéndole hijo de Dios. Al hombre caído, previamente lo limpia, porque la gracia divina, que es participación de la naturaleza de Dios, es incompatible con la suciedad y el desorden del pecado. ...Es la gracia de la justificación que se desdobla en dos. Se trata de una misma realidad ontológica, que tiene virtualidades distintas... la de quitar el pecado y la de dar la filiación divina, comunicando la participación de la misma naturaleza de Dios. ...La gracia que sana o limpia y la que eleva y promociona no se pueden separar. Separarlas sería caer en un estado de naturaleza natural o pura. ... persona sin pecado y sin filiación divina. ... que sepamos, no entra en los planes de Dios.", según escribió Emilio Sauras O.P. en 'El Sacrificio de la Misa', Ediciones Palabra, Madrid 1980, pp. 116-7.

(7) El proceso metafísico, que ya hemos estudiado, es el siguiente. El orden natural implica un progreso hacia el último fin, el bien. De modo que, necesariamente, nos dirige al bien; consecuentemente, de suyo, de algún modo, evita el mal. Esto no significa que el hombre no pueda actuar mal, significa que el orden natural, por sí mismo, lo ignorará y, consecuentemente, en la medida en respetemos a la naturaleza de las cosas, evitaremos el mal.

(8) Esto ocurre, incluso (o más aún, diría) en el campo del conocimiento humano. La gran pregunta que nos había quedado pendiente es: si el conocimiento a partir del ser humano es relativo, parcial y mezclado con muchos errores ¿quién o cómo se decide que es conocimiento científico válido? Paul Fereyabend (ver 'Adiós a la razón', Ed. Tecnos, Madrid 1996) asegura que "...la elección de programas de investigación en todas las ciencias es una tarea en la que deben participar todos los ciudadanos... " (en) "Esta democratización de la ciencia y de otras formas de conocimiento ...el curso más racional de acción a tomar es: si debe existir una elección, pero no hay garantía de éxito, entonces la elección deberá dejarse a aquellos que paguen la política elegida y que sufran sus consecuencias. En tales circunstancias, dejar la ciencia a los científicos significaría abandonar nuestra responsabilidad ante una de las instituciones más poderosas y, si no se toman grandes precauciones, también mortales de nuestro medio, mortal para las mentes tanto como para los cuerpos", ('Ciencia: ¿Grupo de presión política o instrumento de investigación?', en op. cit., p. 119); y anteriormente "Es verdad que ocasionalmente la gente ha sacado provecho de los resultados científicos, pero no comprendieron lo que sucedía, no tenían nada que decir sobre el tema, se mantenían en un estado de ignorancia, y, por otra parte, se producían muchos fracasos y desastres. Las instituciones se hicieron más humanas, pero, de nuevo, poco tiene que ver esto con las ciencias. Una total democratización del conocimiento podría haber restaurado por lo menos parte del contexto más amplio, habría establecido un nexo real y no meramente verbal con la humanidad, y habría podido llevar a una auténtica ilustración..." (op. cit, p. 100). En fin, se acerca a una respuesta a nuestra pregunta al afirmar que, el conocimiento, debería acercarse más a un 'proceso democrático'. Dado que, finalmente, el saber válido debería ser el que la gente acepta como tal (esto es fácil de visualizar en el mercado natural, en donde la gente en un proceso democrático decide que le sirve y que no). Sin duda, y salvando las distancia infinita, la última (mejor dicho, la primera) fundamentación teológica de esta última afirmación tiene que ver con que "'La totalidad de los fieles... no puede equivocarse en la fe. Se manifiesta esta propiedad suya, tan peculiar, en el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo: cuando 'desde los obispos hasta el último de los laicos cristianos' muestran estar totalmente de acuerdo en cuestiones de fe y de moral'(LG 12)... 'El Espíritu de la verdad suscita y sostiene este sentido de la fe. Con él, el Pueblo de Dios, bajo la dirección del Magisterio... se adhiere indefectiblemente a la fe transmitida a los santos de una vez para siempre, la profundiza con un juicio recto y la aplica cada día más plenamente en la vida'(LG 12)", C.Ig.C., nn. 92-3. Lo que en realidad ocurre, completando la idea de Feyerabend, es que el orden natural se encargará de decidir que es científicamente válido y que no, 'registrando' lo bueno e ignorando lo malo. El orden natural (como que dirige a la vida, al bien), de alguna manera (básicamente, por 'descarte': quién tiene un conocimiento errado, que no conduce a la vida, o lo olvida o desaparece y, con él, el saber no válido), provoca la selección de aquellas ideas que conducen al bien, sosteniéndolas a través del tiempo. De este modo progresa el mundo a pesar de tantos errores científicos. De aquí el respeto que merecen las tradiciones y costumbres. Y descarta para el 'olvido' las ideas malas, aun cuando puedan ser históricamente recordadas (recordamos las ideas de Marx pero ya nadie las aplica, al menos no en forma sustancial). Así, es curioso observar como, a través del tiempo, pensadores y escuelas, van tamizando sus posiciones, adaptando de la otra lo bueno y descartando lo malo propio, hasta parecerse cada día más. Hoy en día, por caso, hasta los estatistas más fanáticos (hasta la China comunista) reconocen, en alguna medida, el valor de la 'economía de mercado' que durante tantos años el liberalismo, aunque con los equívocos que estudiaremos, ha pregonado con insistencia. Por su lado, el liberalismo ha hecho un esfuerzo en el sentido de desentenderse definitivamente de la Ilustración y la Enciclopedia. "...toda innovación lo es, en último término, si mejora los fines subjetivos del ser humano de su tiempo y al que le llega la información. Esa innovación ser más perdurable y menos fugaz en la medida en que los fines subjetivos del ser humano se aproximen más o menos a los auténticos objetivos del mismo" , asegura José Juan Franch, 'La Fuerza Económica de la Libertad', Unión Editorial, Madrid 1998, p. 125. S.S. Juan Pablo II, lo deja muy claro, refiriéndose al conocimiento moral, de la ley natural, al Conocimiento, en definitiva, afirma que "...el progreso mismo de las culturas demuestra que en el hombre existe algo que las trasciende. Este 'algo' es precisamente la naturaleza del hombre: precisamente esta naturaleza es la medida de la cultura y es la condición para que el hombre no sea prisionero de ninguna de sus culturas, sino que defienda su dignidad personal viviendo de acuerdo con la verdad profunda de su ser", Encíclica 'Veritatis Splendor', Roma 1993, n. 53.

(9) Encíclica 'Pacem in Terris', Introducción 4, 5 y 6; Roma, 1963.

(10) Antes de entrar en esta nota quiero aclarar, de acuerdo con lo que dije en la Introducción con respecto a las connotaciones de las palabras, que 'capitalismo' no define nada con precisión. Efectivamente, la Rusia comunista, por ejemplo, era capitalista, aunque de Estado, pero tenía capitales e intentaba hacerlos producir. De cualquier manera, esta palabra, comúnmente, es utilizada para definir un sistema socioeconómico que surge dentro de una sociedad con un Estado menos coercitivo que el total marxista. Personalmente, reivindicaré la palabra capitalismo solamente en la medida en que signifique ausencia de violencia como método sistemático para 'organizar' a la sociedad. Hecha la aclaración, recordemos que Max "...Weber detectó algo nuevo, un nuevo Geist o espíritu o inspiración cultural, un nuevo sistema de actitudes sociales y hábitos. Puede haber errado al llamarlo Protestante. Pero no erró al identificar una dimensión moral y cultural interna al capitalismo. En un modo totalmente diferente Adam Smith había hecho lo mismo un siglo antes, en su La teoría de los sentimientos morales”, asegura Michael Novak, en 'The Catholic Ethic and the Spirit of Capitalism', Ed. The Free Press, Macmillian Inc., New York 1993, pp. 7-8. Ver también del mismo autor 'An Invisible Hand?', en 'The Spirit of Democratic Capitalism', Madison Books, Lanham, New York 1991, p. 113. Sin embargo, está claro que Adam Smith no entendió de que se trataba la moral, de hecho, fue, sino el más importante, uno de los más importantes exponentes de la 'moral de la simpatía' (ver 'Theory of Moral Sentiments') según la cual un acto es bueno o malo según suscite sentimientos de simpatía o antipatía. Con respecto a la idea de que el capitalismo es más Protestante que perteneciente a cualquier otra religión, resulta sintomática la posición de algunos católicos, como Amitore Fanfani que, en su 'Catolicismo, Protestantismo y Capitalismo', publicado en el año 1935, asegura que este 'sistema económico' es propio del protestantismo y contrario al espíritu de la doctrina de la Religión romana. Lo que no es descabellado en la medida en que 'capitalismo' signifique un mercado con intervención coercitiva estatal, según veremos.

(11) Ver lo referido en la nota 32 al Capítulo IV siguiente.

 


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