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CAPÍTULO 4
CRISIS Y REESTRUCTURACIÓN DEL MUNDO DE TRABAJO
Introducción
La introducción de los nuevos paradigmas del trabajo en América Latina no fue presidida por reformas sustanciales que prepararan el terreno para asimilarlos en un “entorno propositivo” para la fuerza de trabajo. Por el contrario, de manera similar al modo en que se industrializó la región, los paradigmas introducidos por las empresas transnacionales con el apoyo de las reformas del Estado en particular la reforma laboral sirvieron para articular la reestructuración del mundo del trabajo con las formas preexistentes de organización y explotación, constituidas durante el periodo de la industrialización sustitutiva de importaciones. El resultado de este proceso fue la formación de un paraíso para el capital en el que éste puede explotar intensa y extensamente a la fuerza de trabajo utilizando las instituciones básicas existentes en la región, es decir, la legislación laboral degradada, el raquítico régimen salarial y el sindicalismo corporativo.
1. La gestión de la fuerza de trabajo por parte del Estado
La controversia en torno del papel del Estado en la sociedad y la economía del siglo XX derramó mucha tinta, pero no resolvió lo esencial: vislumbrar cuál iba a ser ese papel en el capitalismo mundial del siglo XXI. Podemos advertir tres periodos respecto a dicho papel. El primero abarca de principios del siglo veinte hasta la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), en el cual el Estado asumió características liberales. En el segundo, que comprende desde la segunda Posguerra hasta inicios de la década de los ochentas, el Estado de bienestar reinó soberano en los principales países imperialistas. El tercero, que se extiende hasta la actualidad, arrancó en 1979 en la Inglaterra de Margaret Tatcher, y con las políticas conservadoras de Ronald Reagan en Estados Unidos (1980), de Khol en Alemania (1982); de Schluter en Dinamarca (1983) y, en general, las que pusieron en práctica los gobiernos del norte de Europa Occidental durante la década de los ochentas (con excepción de Suecia y Austria).[1]
En esta última etapa se gesta el neoliberalismo, la forma imperialista de Estado encaminada a abrir de par en par las puertas al libre juego de las leyes del mercado, es decir, la globalización de la ley del valor/trabajo en strictu sensu que prácticamente se impone a todas las sociedades del siglo XXI, cuyos sistemas de producción, distribución y consumo quedan, de esta manera, subordinados a la economía capitalista mundial.
Al mismo tiempo que se derrumba el socialismo soviético a finales de la década de los ochentas, todas las naciones del planeta incrementaron la presencia y las funciones del Estado no solamente en la vida económica, política y militar, sino en las demás esferas de la existencia humana: en la cotidianeidad, en la estética, en el medio ambiente, etcétera. Sin embargo, el poder económico y la actividad de explotación de la fuerza de trabajo y de los recursos naturales fueron entregados al capital, a las empresas transnacionales, a los especuladores financieros y a los traficantes.
En contra de lo que se dice, la intervención del Estado capitalista, y no el mercado, es hoy más importante que en el pasado para garantizar la reproducción del sistema. Este papel se puede ver tanto al interior de los países desarrollados, como en los periféricos y subdesarrollados. Respecto a los primeros dice Jame Petras,
cada vez con más frecuencia y con medios cada vez mayores, el estado imperial ha jugado un papel dominante en la gestión de crisis, salvando de la bancarrota a importantes inversionistas, apuntalando a compañías multinacionales insolventes e impidiendo el colapso de divisas. Más que nunca, las compañías multinacionales y la llamada ‘economía global’ dependen de la constante y masiva intervención de los estados imperiales para administrar la crisis, y conseguir ventajas (adquisiciones de empresas locales).[2]
Por su parte, después de analizar el papel del estado en Estados Unidos durante las décadas de los ochentas y noventas del siglo XX, en el mismo sentido se pronuncia Noam Chomsky al proclamar que:
Naturalmente Estados Unidos no es el único país que recurre a estas prácticas. La Comunidad Europea, Japón y los nuevos países industrializados (NPI) tienen su propio abanico de mecanismos para promover el desarrollo económico violando los principios del mercado. Resumiendo un fenómeno bien conocido, un informe de la OCDE de 1992 concluye que “en la actualidad, las ventajas comparativas y la división internacional del trabajo de las industrias de alta tecnología están más condicionadas por la competencia de los oligopolios y la interacción estratégica entre empresas y gobiernos, que por la mano invisible de las fuerzas del mercado”. Lo mismo sucede con las industrias agrícolas, farmacéuticas, de servicios y en los principales sectores de la actividad económica en general. Por supuesto, la inmensa mayoría de la población mundial, sometida a la disciplina del mercado —y obsequiada con odas que cantan sus excelencias—, no debe oír este tipo de cosas.[3]
En cuanto a los segundos, se da una articulación entre los Estados de los países dependientes y los imperialistas desarrollados, sobre todo en los momentos de crisis. Así, en las recientes crisis de 1994-1995 el sistema financiero mexicano estuvo al borde del colapso y el presidente Clinton autorizó una partida especial de 20 mil millones de dólares para estabilizar el peso y rescatar a los inversionistas estadounidenses. Lo mismo ocurrió con la crisis asiática de 1997-1998 y con la brasileña de 1999.[4]
En general, no se puede concebir la etapa neoliberal del capitalismo si no se advierte que su implantación y expansión durante las décadas de los ochentas y noventas dependió de la presencia e intervención del Estado.
Tras los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 el Estado norteamericano se expandió en su dimensión militarista por todo el mundo, contando con los buenos oficios de los gobiernos serviles de la mayoría de los países dependientes de la periferia capitalista.[5] Sin esa intervención y sin la docilidad de los Estados nacionales periféricos, el capitalismo global se hubiera colapsado.
Lo mismo se puede decir de los Estados europeos, cuya intervención ha sido fundamental en la creación de la Unión Europea, verdadero bastión de Estados imperialistas encabezado por el gobierno y el capital alemán, su papel hoy es funda- mental para mantener la cohesión del modo de producción capitalista en escala planetaria. De esta manera, podemos decir en general que hoy se (re) construye un sistema imperialista donde del mismo modo en “que Estados Unidos fue el líder en el desarrollo de su imperio neoliberal y Europa fue una región seguidora, ahora cuando se trata de la transición a un imperio neomercantilista, Estados Unidos juega el papel dirigente”.[6]
Fuera de la demagogia de los ideólogos neoliberales, podemos decir que:
el imperialismo neoliberal con su retórica de libre mercado y su apertura selectiva de mercados está siendo reemplazado por un neomercantilismo que apunta a la mayor monopolización de zonas de comercio regionales, a más decisiones políticas unilaterales para maximizar las ventajas comerciales y la protección de los productores interiores y una mayor dependencia de estrategias militares para profundizar el control sobre las economías liberales atormentadas por la crisis, dirigidas por clientes desacreditados y para aumentar el keynesianismo militar.[7]
1.1. La crisis del fordismo taylorismo y la gestión estatal
El motor propulsor del desarrollo capitalista son los intereses de la burguesía. A partir de la Revolución Industrial y el triunfo de la revolución burguesa europea en el siglo XVIII, las revoluciones subsecuentes sirvieron para desplazar de la esfera del poder del Estado a las viejas clases feudales y eclesiásticas. En el siglo XIX la forma liberal capitalista del Estado serviría como palanca para afianzar definitivamente el poder político de la burguesía. En el siguiente siglo el imperialismo será un rasgo dominante del poder del Estado, a tal grado, que indujo una tendencia a la disolución de los Estados nacionales como fenómeno característico de la “globalización”.
Así como el Estado fue organizador y gestor de la fuerza de trabajo para responder a las necesidades de explotación y valorización del capital durante la vigencia del Estado de bienestar, en el periodo neoliberal dicho Estado es el principal agente desestructurador de la regulación y de la gestión de la fuerza de trabajo.[8] A través de legislaciones y reformas laborales y sociales, promueve su des-reglamentación y consiguiente flexibilización. Como certeramente dice James Petras:
Es el Estado quien crea el marco adecuado para la expansión y consolidación de las multinacionales estadounidenses en América Latina. También es el Estado quien apoya materialmente a los regímenes latinoamericanos para que repriman a los oponentes al neoliberalismo. Este continuado y expansivo papel del Estado nos ofrece argumentos contra la doctrina repetida por los teóricos y protagonistas del neoliberalismo y la globalización.[9]
Tal tesis, que suscribimos ampliamente, contradice a quienes, como Octavio Ianni, predican la abolición del Estado- nación en la época del neoliberalismo[10] pues no toman en cuenta las contradicciones que suprimen las dimensiones sociales del Estado en materia de reproducción de la fuerza de trabajo y de derechos sociales y laborales, pero refuerzan sus funciones de dominación y represión para mantener y reproducir el sistema capitalista. Podríamos postular que sin Es- tado fuerte e interventor no puede haber sistema capitalista duradero; éste perecería bajo la insurrección de las masas populares y de la izquierda revolucionaria.
Mediante el Estado imperialista el capital modificó el paradigma fordista-taylorista para instituir nuevas formas de organización y explotación de la fuerza de trabajo como el toyotismo japonés, la reingeniería norteamericana y el kal- maranismo sueco; la especialización flexible; los métodos como el Kan Ban, el just in time, la formación de equipos de trabajo en las fábricas, empresas y oficinas, y los círculos de control de calidad; el empleo intensivo de tecnología en el proceso productivo y en el diseño de mercancías.
Una vez desestructurado el capitalismo de bienestar y el fordismo-taylorismo que le sirvió de sustento
la tecnología tradicional por las líneas del fordismo tiende a ser sustituida por la organización en equipos en busca de flexibilidad, lo que reduce la capacidad de los asalariados de organizarse en un poder sindical. Ese problema se presenta con mayor gravedad en el capitalismo más desarrollado, principalmente en Estados Unidos, y en él radica la tendencia generalizada hacia la concentración del ingreso.[11]
En el sistema neoliberal cambia la función histórica del Estado, tanto respecto a la acumulación de capital como a su relación con la sociedad y los partidos políticos, la cual ahora tiende a ser “mediada” por el “mercado”. También cambian las condiciones histórico-estructurales y políticas que lo perfilaron como un Estado de bienestar keynesiano articulado con el fordismo-taylorismo que lo acompañó en los países avanzados.[12]
Uno de los resultados más visibles de estos cambios es justamente la flexibilización de la fuerza de trabajo y de sus dimensiones político-institucionales como el sindicato, la legislación laboral, las negociaciones obrero-patronales, y de instrumentos de lucha como la huelga, el boicot a la producción, etcétera.
La historia del desarrollo capitalista de las décadas de los ochentas y los noventas del siglo XX es la historia del desmantelamiento de la dimensión social del Estado y de la configuración de un nuevo paradigma económico que sustenta la flexibilización de las relaciones sociales de producción. En esta nueva forma de economía capitalista, el desarrollo de las fuerzas productivas estimula el incremento de la explotación de la fuerza de trabajo y de la productividad. Aquí, el Estado desempeña un papel central. Para comprender este nuevo papel necesitamos comprender la ley del valor/trabajo como base de la mundialización del capital en curso.[13]
2. La gestión del trabajo flexible en la era de la globalización
Las políticas de ajuste del neoliberalismo atacaron directamente al mundo del trabajo por varios flancos; en el terreno laboral, reformaron las condiciones de contratación, uso y despido de la fuerza de trabajo, desmontaron garantías y prestaciones económico-sociales para los trabajadores e introdujeron reformas para regular los salarios de acuerdo con las tasas de productividad.[14] En el aspecto social y sindical, dichas políticas redujeron el marco de acción legal y político de los sindicatos, disminuyeron su peso en las relaciones obrero-patronales, liquidaron el derecho de huelga y fortalecieron el poder de las gerencias sobre el mundo del trabajo.
En América Latina, los gobiernos civiles que emergieron del retiro de las dictaduras se propusieron como objetivo explícito reestructurar las relaciones sociales y laborales para hacerlas funcionales a las nuevas condiciones de acumulación y valorización del capital:
La opción que enfrentó la tercera oleada de presidentes neoliberales nuevos o reelectos fue, y es, la de la profundización cada vez mayor de la explotación por el libre mercado y el creciente riesgo de cataclismos sociales organizados.[15]
La libertad política y la democracia formalmente instituidas por los gobiernos neoliberales de la región, con el apoyo de Washington y de las empresas transnacionales, sirvió de acicate para imponer desde los parlamentos sendas contrarreformas institucionales encaminadas a desmontar los derechos de los trabajadores e instituir legalmente la flexibilidad del trabajo en sentido regresivo.
De esta forma, como se anotó anteriormente, la acción combinada del Estado y el capital durante las dos últimas décadas del siglo XX modificó el mundo del trabajo mediante reformas institucionales que lo volvieron flexible, polivalente y precario, absolutamente moldeable y funcional a las necesidades de compra y venta de fuerza de trabajo, y a la lógica de reproducción del capital. Esta desintegración del mundo del trabajo amenaza a la organización sindical e impide su reorganización como ente de lucha para enfrentar y contrarrestar la prolongada fase recesiva de la economía mundial y las ofensivas estratégicas del capital. Los trabajadores quedaron inermes ante el desempleo y los despidos masivos, la rebaja salarial, el recorte de prestaciones y de derechos y la pobreza.
Se ha afirmado que una forma de frenar ese despedazamiento del mundo del trabajo consiste en obligar al capital a invertir productivamente y crear empleos integrales y permanentes.[16] Pero para que esto sea una realidad viable se requiere que la organización sindical y la clase obrera se propongan lo anterior como objetivo explícito y estratégico. Clause Offe y Karl Hinrichs incluso dicen que
…aunque se lograra fortalecer la intención inversora de los empresarios, el efecto ocupacional de ahí resultante podría ser bien insignificante, ya que, a causa de las inversiones en racionalización, en muchos casos (la microelectrónica) la repercusión sería negativa (crecimiento sin puestos de trabajo).[17]
Pero esta aseveración sólo sería cierta si las luchas obreras y sindicales se circunscribieran a reivindicaciones marcadamente economicistas, es decir, al mero aumento de salarios o a la simple defensa del empleo, como ocurre con la lucha reformista que despliegan el sindicalismo corporativista y los partidos políticos. Por el contrario, si las estrategias de la lucha sindical y de los trabajadores incluyen demandas que recuperen su situación laboral y de sus sindicatos como instrumentos de lucha, entonces se abren perspectivas no sólo para la reivindicación de dichas demandas, sino para la organización autónoma e independiente respecto del Estado y los partidos políticos que permita mejorar las condiciones en que se llevan a cabo dichas luchas. En otras palabras, si bien advierto las limitaciones de los sindicatos dentro del capitalismo para convertirse en “sujetos históricos de transformación”, solamente ventilo la posibilidad de que los sindicatos sirvan como instrumentos de lucha para frenar la fragmentación del mundo del trabajo y coadyuven a su restitución, como de hecho ha ocurrido en Estados Unidos, Francia, España, Corea del Sur o México ante los procesos de privatización, las reformas laborales neolibe- rales y los despidos de personal.
Menciono, por ejemplo, la huelga general de trabajadores de empresas públicas en Francia a finales de 1995; la huelga de 185 mil trabajadores mensajeros de la United Parcel Service (UPS) en Estados Unidos, en agosto de 1997, que logró la conversión de 10 mil contratos de trabajo precarios en contratos de trabajo formales e integrales; la huelga general de más de dos millones de trabajadores en Corea del Sur, en 1997, que derrotó las intenciones del gobierno de flexibilizar la legislación laboral y precarizar el trabajo; las recientes movilizaciones de los trabajadores italianos, quienes realizaron una huelga general que paralizó Italia en marzo de 2002 para protestar contra los cambios adversos en las leyes de protección al trabajo.
Cabe también mencionar las recientes movilizaciones del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) y de otras organizaciones sociales contra los intentos del gobierno de privatizar la industria eléctrica a favor del capital extranjero y por la defensa del empleo. Otros gremios sindicales, como la Intersindical Primero de Mayo, los Sindicatos Universitarios de la UNAM y de la UAM, la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, etcétera, se han organizado para oponer un frente común contra los intentos del gobierno y de los empresarios de flexibilizar el trabajo a través de la reforma laboral de corte neoliberal que lesiona seriamente los derechos y conquistas históricas de los trabajadores.[18]
Ciertamente que las anteriores son experiencias aisladas que no caracterizan al conjunto del mundo del trabajo, el cual más bien se encuentra fragmentado y debilitado por las estrategias económicas y políticas del neoliberalismo. Ello explica el hecho de que la racionalización y automatización del proceso de trabajo y del empleo se hayan convertido en poderosas fuerzas proempresariales que impiden la regeneración de los mercados internos, la elevación del nivel de empleo y de los salarios, la calificación de la fuerza de trabajo, el desarrollo de la tecnología, la educación, la investigación y la ciencia, elementos necesarios para modificar la situación negativa de un crecimiento sin puestos de trabajo hacia un crecimiento con creación de puestos de trabajo y con derechos integrales y restituidos para los trabajadores.
Además, esta situación negativa subsistirá si no se supera el carácter especulativo y parasitario del capitalismo liderado por el capital financiero internacional, y la precarización del trabajo en que se basa la reconstitución de los sistemas productivos y de las relaciones laborales caracterizada por el neo-taylorismo, el neo-fordismo, la reingeniería, el toyotismo, el kalmaranismo, así como la organización del trabajo plasmada en la flexibilidad (just in time, la polivalencia, la rotación de puestos, la desreglamentación de los contratos de trabajo y, sobre todo, la pérdida de derechos sociales y contractuales).[19]
La gestión directa del capital sobre actividades que antes eran de la incumbencia del Estado, tales como el desarrollo de la informática y de los medios electrónicos de comunicación de masas, el diseño y ejecución de políticas económicas y sociales, no cambia la esencia contradictoria del modo capitalista de producción, sino que confirma su vocación global de convertir toda actividad humana, social, política y cultural en atributo mercantil del capital. Muy lejos se está del “advenimiento” de sociedades postmodernas sustentadas en “terceras vías”, porque esas sociedades siguen reposando, hoy más que nunca, en la propiedad privada de los medios de producción y de consumo, así como en la explotación de la fuerza de trabajo.[20]
La flexibilidad laboral y la fase especulativa del capital que bloquea la producción de valor no alteran, sino confirman, la estructura del orden capitalista y sus leyes, particularmente la ley del valor-trabajo que rige la mundialización del capital.
3. La extensión de la superexplotación del trabajo
En la medida en que la economía dependiente se especializa en las actividades exportadoras, también se afianza un régimen de disociación de la fuerza de trabajo precaria respecto de la esfera del consumo. Esta es la base posibilitante de la superexplotación del trabajo que permite que la fuerza de trabajo sea remunerada por debajo de su valor.
El actual patrón de acumulación de capital dependiente neoliberal-exportador abre de par en par sus fronteras económicas al capital internacional en un marco de desmantelamiento del fordismo y del Estado keynesiano. La superexplotación del trabajo articula los paradigmas del trabajo en el capitalismo mundializado. Esta realidad no es privativa del neoliberalismo económico actual, sino que surgió como característica del capitalismo dependiente.
¿Cómo se justifica en términos históricos la superexplotación del trabajo?
Ruy Mauro Marini es quien ha explicado mejor este punto. En lo que sigue sintetizamos sus tesis.
1) En la periferia del sistema, el capitalismo se organizó sobre la base del desarrollo de industrias y ramas de la producción y de medios de consumo suntuario que atendían a una demanda restringida de clases sociales medias y altas de la burguesía, así como a las necesidades de valorización circunscritas a la obtención de ganancias extraordinarias del capital en general, que actualmente son el pivote de la globalización financiera especulativa.
2) El consumo de los productores directos (obreros industriales, campesinos, artesanos, etcétera, es decir, de la mayoría de la población) quedó fuera de la lógica de la producción interna y de los mercados suntuarios nacionales y mundial.
3) La constitución de los mercados internos de medios de consumo y de fuerza de trabajo obedeció a la lógica establecida por los ítems 1 y 2.
4) En síntesis, en la medida en que las ganancias y los mercados dinámicos (de bienes de consumo y de fuerza de trabajo) dependían de la lógica de la reproducción suntuaria y del mercado mundial (exportaciones-importaciones, inversión extranjera directa y, después, masivamente indirecta), el capital, la burguesía y el empresariado favorecidos por las políticas de industrialización promovidas por el Estado, tenían manga ancha no sólo para explotar a los trabajadores mediante los métodos de plusvalía absoluta y relativa, sino, además, para remunerar a la fuerza de trabajo por debajo de su valor.
En la década de los setentas del siglo XX, la tesis de la superexplotación del trabajo describía la realidad de la reproducción capitalista dependiente. Lejos de debilitarse, esta tesis adquiere aún más vigencia con la dinámica de la globalización y del patrón capitalista neoliberal, caracterizado por el hecho de que el nuevo “modelo de crecimiento” impuesto depende crecientemente de la dinámica de las exportaciones, particularmente de las de bienes industrializados, en detrimento del desarrollo de los mercados internos de consumo y de trabajo. El capitalismo neoexportador es responsable de la generación de procesos internos de recesión, y consecuentemente del desempleo y subempleo estructural que profundizan las características de la economía dependiente: a) incremento inusitado de la tasa de explotación de la fuerza de trabajo; b) concentración del ingreso; c) disminución de los salarios reales; d) predominio de la inversión extranjera y, en una etapa avanzada como la actual, de la inversión parasitaria de cartera, y e) des-industrialización y especialización del aparato productivo.
Ese nuevo patrón de acumulación de capital dependiente, lejos de reaccionar con desarrollo tecnológico y consecuentes aumentos de productividad, lo hace a la manera clásica, es decir: aumentando las importaciones de mercancías con alto contenido tecnológico provenientes de los países avanzados destinadas a los procesos productivos locales y a la satisfacción de la demanda de las clases medias y altas de la burguesía. En la actualidad, ese patrón de acumulación es extremadamente deficitario, propende al estancamiento económico, aumenta el endeudamiento externo y explota al máximo a la fuerza de trabajo para poder subsistir.
El establecimiento del nuevo patrón de acumulación del capital hubiera sido imposible sin la intervención estatal durante los años ochentas y noventas. Se hizo a costa de desmantelar las bases nacionales de la acumulación de capital, de profun- dizar la dependencia estructural y de extender la influencia del capital internacional, que ahora se coloca como motor de un frenético crecimiento cuantitativo totalmente divorciado de las necesidades nacionales, de los mercados internos y especialmente de las de los trabajadores. Lo anterior se comprueba analizando la relación entre la reactivación económica y el comportamiento de las tasas de empleo y desempleo.
En efecto, las reactivaciones económicas (1994, 1996-1997 y 2000 para México; 1993-1994, 1996-1997 y 2000 para América Latina) de muchos países de la región durante la década de los noventas, fueron insuficientes para garantizar tasas reales de crecimiento de la ocupación o siquiera la disminución del desempleo abierto y disfrazado y, por supuesto, de la pobreza. Por el contrario, en dichos periodos el desempleo urbano aumentó (como se observa en el Cuadro 4) al pasar de un índice de 6.5% entre 1993-1994, a otro de 7.7% en 1996-1997 y a 8.6% en 2000, para promediar 7.6% en América Latina en el periodo 1993-2000. Mientras que en México el comportamiento fue de 3.7% en 1994; 4.6%, entre 1996-1997 para promediar 3.5% entre 1994-2000.
Cuadro 4
América Latina y México:
Comportamiento del desempleo urbano con base
en el ciclo económico (en porcentaje)
Periodos de recuperación
Tasa de desempleo
América Latina
1993-94
6..5%
1996-97
7.7%
2000
8.6%
Promedio
7.6%
México
1994
3.7%
1996-97
4.6%
2000
2.3%
Promedio
3.5%
Periodos de crisis
América Latina
1998
8.1%
1999
8.7%
Promedio
8.4%
México
1998
3.2%
1999
2.5%
Promedio
2.8%
Fuente: Elaboración propia con base en Comisión Económica para América Latina y el Caribe, Balance Preliminar de las Economías de Améríca Latina y el Caribe 2000, Santiago de Chile, 2000. Cuadro A-5 (p. 89).
En el caso de Chile,
en 1994 el índice de desocupación era de 7.8%; para 1997 éste se había logrado reducir a 6.1%. En 1998, empero, la tasa aumentó un punto porcentual, para dispararse en forma contundente en 1999. Hasta septiembre último el desempleo era de 14.4%, equivalente a 663 mil personas”.[21]
No obstante, durante ese periodo (1994-2000) la economía chilena creció 5.1% en promedio anual.
Como sostiene Jürgen Weller, una de las consecuencias de las políticas neoliberales es que en la mayor parte de América Latina
la recuperación moderada del crecimiento a nivel regional no ha incidido en una vigorosa generación de empleo productivo. La creación de nuevos puestos de trabajo se ha concentrado en gran parte en ocupaciones de baja productividad media y se ha reducido la participación de las actividades formales en la estructura de empleo. En la segunda mitad de esta década, la tasa de desempleo abierto regional se ha ubicado en niveles elevados, no vistos desde la crisis de inicios de los años ochenta. En muchos países de la región, los salarios reales de las actividades formales aún no han sobrepasado los niveles alcanzados en 1980.[22]
Aún más, este fenómeno representa un cambio cualitativo de tendencia respecto al periodo previo a la instauración del neoliberalismo. En efecto,
en el pasado, el comportamiento de ambos factores (empleo-producto) presentaba una marcada relación positiva: cuando el producto crecía también crecía el empleo; cuando aquél caía, éste también se reducía, hasta que la reactivación de la producción reactivaba el empleo. Ahora la situación ha cambiado: en fases de recesión el empleo cae más abruptamente que el producto y cuando éste se reactiva, el empleo no lo hace o lo hace a la zaga y en condiciones de mayor precariedad.[23]
De esta forma, los ciclos de la economía capitalista dependiente presentan comportamientos perversos en los que, a diferencia de los periodos anteriores en que se perfilaban aumentos del empleo y de los salarios reales, éstos decrecen junto a un inusitado aumento de la pobreza y de la pobreza extrema[24] Se establece, así, una conexión entre pobreza y mercados laborales porque de éstos dependen las fuentes de sus ingresos para poblaciones crecientes de trabajadores. Además, ni aun los periodos de recuperación económica son capaces de contrarrestar el creciente desempleo ni, por tanto, la pobreza. Como reconoce la CEPAL,
los problemas más graves de la región se encuentran todavía en el mercado laboral. Aunque la recuperación del crecimiento del PIB en el 2000 (4%) elevó ligeramente la tasa de ocupación, no bastó para bajar la tasa de desempleo, que se mantuvo cerca de 9%, casi una máxima histórica para la región. Un factor que podría explicar tal disociación es que las empresas continuaron sus esfuerzos por aumentar la productividad, con lo cual se crearon menos puestos de trabajo, aun cuando repuntó el crecimiento. Otro factor se referiría a la composición sectorial de este último. En efecto, en un grupo de países en que las tasas de crecimiento subieron notablemente respecto del año anterior no se produjeron mejoras paralelas en la situación del empleo, debido a que la expansión se concentró en sectores de uso intensivo de capital, a menudo productores de bienes de exportación. Esto último se vincula con el rezago de la demanda interna, ya que las pequeñas y medianas empresas que producen para el mercado interno son las que más puestos de trabajo crean[25].
La contracción del empleo provocada por la organización del trabajo basada en los nuevos paradigmas laborales refuerza las políticas y mecanismos de extorsión del trabajo: despidos masivos, rebaja salarial y aumento de la jornada de trabajo. La consecuencia de esto es el aumento del desempleo y la competencia inter-obrera en todo el mundo y la extensión de la precarización, de la superexplotación del trabajo y la exclusión social la que
se caracteriza por un sentimiento de ineficacia personal para salir adelante en la vida, de inseguridad frente a la falta de trabajo, a la prepotencia policiaca o a los peligros de las ciudades tugurizadas (inundaciones, delincuencia…); la responsabilidad se restringe a lo inmediato: la familia, el vecindario a lo sumo; la igualdad no subsiste ni siquiera de manera simbólica frente a la evidencia de las desigualdades en todos los órdenes de la vida. Además se degrada el acceso a información que se supone condición para la toma de decisiones ciudadanas.[26]
El actual patrón de reproducción de capital, aun en periodos de crecimiento, implica la precarización de los nuevos empleos, pero también de los ya existentes (por ejemplo, cuando pasan de estables a inestables mediante el despido, primero, y la recontratación, después) a diferencia de lo ocurrido durante el periodo “orgánico” de la industrialización latinoamericana.
Como afirma Love, en relación con el pensamiento de Celso Furtado,
en las economías latinoamericanas más grandes, la industrialización había ocurrido históricamente en periodos de crisis. Para él (Furtado), como para otros estructuralistas contemporáneos, la Gran Depresión había representado un hito, tras el cual las mayores economías de América Latina habían avanzado definitivamente hacia una economía en la que el motor del desarrollo era el mercado interno, más que el internacional, y para el cual la industrialización impulsaba el proceso de crecimiento.[27]
Hoy en día es al revés: la crisis de los países centrales no ofrece ninguna oportunidad para desarrollar la industrialización y el mercado interno porque el patrón neoliberal privilegia el mercado mundial y los empleos tienden a degradarse y a transformarse en empleos precarios, sin ninguna consideración jurídico-política por parte del Estado, que, por el contrario, desmonta los mecanismos estructurales e institucionales para facilitar la implantación de la flexibilización de las relaciones sociales y de la fuerza de trabajo.
Además, el fenómeno que he denominado como “inversión de los ciclos económicos”, que se expresa en la prolongación de los periodos de crisis y en la disminución de las fases de prosperidad, provoca que el crecimiento (cada vez más precario) y el déficit de la balanza de pagos (cada vez más pronunciado) se comporten de manera inversa, como se puede apreciar en el Cuadro 5.
Cuadro 5
América Latina y el Caribe: Principales lndicadores Económicos
1998, 1999 Y 2000
Año
1998
1999
2000
Actividad económica y precios
Tasas de variación
PIS
2.3
0.3
4.0
PIS por habitante
0.6
-1.3
2.4
Precios al consumidor
10.3
9.5
8.9
Relación del intercambio
-5.8
0.4
3.7
Porcentajes
Desempleo urbano abierto
8.1
8.7
8.6
Resultado fiscal/PIB
-2.5
-3.1
-2.4
Sector Externo
Miles de millones de dólares
Exportaciones de bienes y servicios
326
342
410
Importaciones de bienes y servicios
379
361
422
Balanza de bienes
-33
-4
5
Balanza de servicios
-19
-15
-17
Saldo de renta de factores
-51
-53
-56
Saldo en cuenta corriente
-87
-53
-49
Cuenta de capital y financiera
70
40
52
Balanza global
-17
-13
2
Transferencias netas de recursos
27
-6
-3
Fuente: CEPAL, Balance Preliminar de las Economías de América Latina y el
Caribe 2000, Apéndice Estadístico, p. 10.
al Estimaciones preliminares.
bl Promedio simple.
En efecto, mientras que, observando el Cuadro 5, la tasa de crecimiento económico (PIB) de América Latina pasa de 2.3% en 1998 a 4.0% en 2000 y el saldo negativo en cuenta corriente se reduce de 87 mil millones de dólares a 49 mil millones de dólares, la tasa promedio de desempleo urbano abierto se incrementa de una tasa de 8.1% en 1998 a 8.6% en el año 2000. Obsérvese la nula influencia que ejerce la dinámica de crecimiento de la economía latinoamericana en la reducción del desempleo e, incluso, en la creación de nuevos empleos productivos.
Sobre esta disfunción del sector externo en el caso de México en la década de los noventas afirma el economista David Márquez Ayala lo siguiente:
En un comparativo de los periodos enero-mayo del sexenio, claramente se observa el superávit comercial registrado en los primeros tres años de la crisis (1995-1997) —por la disminución de importaciones—, y cómo éste se torna déficit en los tres últimos años de relativa recuperación (1998-2000). México mantiene intacta su disfunción estructural que transforma todo crecimiento económico en desequilibrio externo.[28]
con las consabidas consecuencias nefastas para la generación de empleos.
Según la CEPAL, mientras que el déficit comercial mexicano en 2000 alcanzó la cifra de 11 mil 275 millones de dólares, (62% superior al déficit del año anterior que fue de 6 mil 980 mdd), el déficit de la balanza de pagos alcanzó 19 mil millones de dólares, 26% por encima de la cifra del año anterior (14 mil 13 mdd).[29]
Estas características están presentes en la mayoría de los países de la región, aun en aquellos que, como México y Brasil, incorporaron tecnología de punta en sectores de su industria moderna nacional y en las empresas extranjeras. A la inversa de lo que predicaba la propaganda oficial, el resultado de la modernización productiva y tecnológica que operó sobre la marcha del patrón de acumulación dependiente neoliberal, no tuvo un “efecto armónico” en las variables micro y macro- económicas. Al contrario, se profundizó la heterogeneidad estructural y el déficit externo actuó en detrimento del crecimiento económico y de la generación de empleos productivos.
Conclusión
El Estado desempeñó un papel fundamental en la reestructuración del viejo capitalismo posbélico para favorecer a las fuerzas del mercado como rectoras del proceso de acumulación de capital. Cumplida esta tarea, la lógica de la acumulación y las políticas del Estado y del capital implementaron, mediante reformas neoliberales, la reestructuración productiva y la flexibilización de la fuerza de trabajo. La gestión de ésta última dejó de depender cada vez más, en cuánto a derechos, prestaciones y dinámica salarial, de la gestión directa del Estado, para pasar a gravitar en torno de las políticas empresariales en representación directa de los intereses estratégicos del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial y de las corporaciones multinacionales.
Debido a un debilitamiento de la estructura sindical mundial y de las luchas obreras, el curso ulterior que han asumido las políticas reestructuradoras del capital se concentra en tres dimensiones: a) tendencias muy fuertes a la rebaja de los salarios, b) aumento de la explotación y superexplotación en todas sus facetas y, c) extensión de la precarización del trabajo como un fiel reflejo de la imposición de la flexibilidad laboral, porque ahora el obrero tiene que “trabajar más”, ganando menos, para sobrevivir en un mundo “individualizado” y “competitivo” rodeado de millones de pobres y hambrientos.
[1] Cf. Perry Anderson, “Balanço do neoliberalismo”, en Emir Sader y Pablo Gentili (organizadores), Pósneoliberalismo, as políticas sociais e o Estado democrático, Paz e Terra, Rio de Janeiro, 1996, p. 11.
[2] James Petras, “Imperio con imperialismo”, en www.rebelion.org, 7 de noviembre de 2001.
[3] Noam Chomsky, El nuevo orden mundial (y el viejo), Crítica, Barcelona, 1996, pp. 145-146.
[4] Lo mismo se puede esperar para “solventar” la crisis de la economía argentina en curso. Pero hasta ahora (diciembre de 2002), ni el FMI-BM ni el gobierno norteamericano han autorizado una línea crediticia de contingencia para ese país, aunque lo acaba de hacer para Brasil, al que le autorizaron un línea de crédito de 32 mil millones de dólares con vistas a las próximas elecciones presidenciales.
[5] Cf. James Petras, “Imperio con imperialismo”, op. cit.
[6] Idem.
[7] Idem.
[8] Este tema es analizado por Bob Jessop, op. cit. En este libro el autor plantea entre otras cosas que “El Estado es una importante fuerza estructural y estratégica […] y sus principales roles son asegurar la reproducción ampliada y la regulación del capitalismo. Aquí son particularmente importantes dos funciones: primera, ayudar a garantizar las condiciones para la valorización del capital y, segunda, ayudar a garantizar las condiciones para la reproducción de la fuerza de trabajo”, pp. 64-65.
[9] James Petras, La izquierda contraataca, op. cit., p. 21.
[10] Véase nota 46.
[11] Celso Furtado, op. cit., p. 10.
[12] Para una discusión de este tema cf. Joachim Hirsch, Globalización, capital y Estado, UAM-X, México, 1998 y Bob Jessop, op. cit.
[13] Aunque en términos hipotéticos para Jessop, op. cit., p. 63, el cambio estaría dado por la transición desde el Estado de Bienestar Keynesiano (EBK) a un (nuevo) tipo de Estado capitalista que denomina Estado de Trabajo Shumpeteriano (ETS).
[14] En México, desde 1984 comenzaron las presiones patronales para codificar la determinación de los salarios por la productividad tanto en el Acuerdo Nacional para la Elevación de la Productividad de 1992 como en la “Concertación Salarial” de 1993: “La tendencia era a la sustitución de un salario por ley vinculado a la productividad, así como el traslado de las negociaciones de las cúpulas y las corporaciones al lugar de trabajo” (María de los Ángeles Pozas, “Tendencias recientes de la organización de la industria en Monterrey”, en Francisco Zapata [coordinador], Flexibles y productivos, estudios sobre flexibilidad laboral en México, Centro de Estudios Sociológicos, El Colegio de México, México, 1998, p. 83).
[15] James Petras y Morris Morley, “Los ciclos políticos neoliberales: América Latina ‘se ajusta’ a la pobreza y a la riqueza en la era de los mercados libres”, en John Saxe Fernández (coordinador), Globalización: crítica a un paradigma, Plaza & Janés, México, 1999, p. 227. También se encuentra este artículo en Petras, La izquierda contraataca…, op. cit., pp. 162-187.
[16] Así, por ejemplo, dice Arturo Guillén que, para regular los disturbios financieros, es necesario “…regular los movimientos del capital de cartera, abandonar la economía del rentista y subordinar el capital a las necesidades del sector productivo de la economía”, (“Crisis asiática y reestructuración de la economía mundial”, Comercio Exterior, vol. 49, núm. 1, México, enero de 1999, p. 19). Estoy de acuerdo con este autor en que esos objetivos serían benéficos para los trabajadores y para la población en general, sin embargo, cabe plantear dos interrogantes: ¿qué sujeto histórico-político encabezará la lucha por modificar los flujos financieros? y ¿es posible lo anterior sin superar el capitalismo? Creo que primero hay que derrotar ese sistema para después imponer los intereses de los trabajadores y de la sociedad en general.
[17] Clause Offe y Karl Hinrichs, La sociedad del trabajo, problemas estructurales y perspectivas de futuro, Alianza, Madrid, 1992, p. 54.
[18] Para este tema véase Octavio Lóyzaga de la Cueva, Neoliberalismo y flexibilización de los derechos laborales, UAM-A-Porrúa, México, 2002; Max Ortega, “Programa neoliberal, reforma de la LFT y resistencia sindical y popular”, ponencia presentada en La legislación laboral a debate, Mesa de Debate No. IV: “Los investigadores del mundo del trabajo, su análisis y sus posturas ante la Ley Federal del Trabajo”, 22 de agosto de 2002, en el Auditorio del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME). En este mismo evento véase mi ponencia Empleo y desempleo en el ciclo neoliberal presentada en la sede del Sindicato Independiente de Trabajadores de la Universidad Autónoma Metropolitana (SITUAM), México, DF. 20 de agosto de 2002, publicada en revista Trabajadores No. 32, UOM, México, septiembre-octubre de 2002, pp. 31-33.
[19] Véase a Paulo Nakatani, “Trabajo humano. Un debate. El enfoque metodológico en la discusión de su centralidad”, en revista Trayectorias No. 9, Universidad Autónoma de Nuevo León, México, mayo-agosto de 2002, pp. 22-38.
[20] Esta es la realidad del “nuevo capitalismo” que autores como Jeremy Rifkin ocultan con consignas ideológicas del “fin del trabajo” y la “era del acceso” que supuestamente vienen a reemplazar a la propiedad privada dentro del mismo capitalismo. Al respecto, véase del mismo autor El fin del trabajo, op. cit., y La era del acceso, la revolución de la nueva economía, Paidós, Buenos Aires, 2000.
[21] Alfredo Castro Escudero, “Chile: el milagro económico se resquebraja”, en Comercio Exterior, vol. 50, núm. 2, México, febrero de 2000, p. 149.
[22] Jürgen Weller, Los mercados laborales en América Latina: su evolución en el largo plazo y sus tendencias recientes, Serie Reformas Económicas 11, CEPAL, Naciones Unidas, diciembre de 1998.
[23] Carlos Vilas, “Seis ideas falsas sobre la globalización”, en John Saxe Fernández (coordinador), Globalización: crítica a un paradigma”, UNAM-Plaza y Janés, México, 1999, p. 84.
[24] Para el estudio de la pobreza en América Latina y en México, véase CEPAL, Panorama Social de América Latina, Organización de Naciones Unidas, Santiago, 1999-2000; Patricia Olave, La pobreza en América Latina, una asignatura pendiente, IIEc-Porrúa, México, 2001; Mario Luis Fuentes, La asistencia social en México, historia y perspectivas, Paideia, México, 1999, especialmente el capítulo dedicado a "La pobreza en México", pp. 217-324; Julio Bolvinik y Araceli Damián, "La pobreza ignorada, evolución y características", en revista Papeles de Población No. 29, Centro de Investigación y Estudios Avanzados de la Población de la UAEM, México, julio-septiembre de 2001. Para un balance del primer año del régimen foxista que incluye aspectos de la pobreza, véase Ana Alicia Solís de Alba, Enrique García Márquez, Max Ortega y Abelardo Mariña (coordinadores), El primer año del gobierno foxista, ITACA, México, 2002.
[25] CEPAL, Balance preliminar de las economías de América Latina y el Caribe, Naciones Unidas, Santiago de Chile, 2000, p. 11.
[26] Carlos M. Vilas, op. cit., p. 89.
[27] Joseph, L. Love, “Furtado, las ciencias sociales y la historia”, Estudios Sociológicos No. 49, El Colegio de México, México, enero-abril de 1999, p. 11.
[28] David Márquez Ayala, “La marcha del sector externo”, La Jornada, 24 de julio de 2000.
[29] CEPAL, Balance Preliminar de las Economías de América Latina y El Caribe, ONU, Santiago de Chile, 2000, p. 97.