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PRESENTACIÓN DEL AUT0R
Se puede estar de acuerdo o no con Lakatos, pero tal como Khun y Popper confirman, se dio cuenta que el grano de la ciencia nace insertado en una espiga metafísica. Sea o no metafísica, parece tarea imposible aprehender el grano sin recoger la espiga. Son estos los «estigmas» de la ciencia.
Así pues, en este libro me he dado cuenta que la tarea no sería distinta si usara señales diferentes para realizarlo. Alguien lo ha dicho con más fortuna: «aunque tuviera otro nombre, sería la misma la fragancia de la rosa».
En este libro, deseo que seamos los más en estar de acuerdo, en saber aprehender el grano y la espiga, lo uno y lo otro, esto es, la economía y la empresa, más allá de las disputas metafísicas.
También, en mi tarea he utilizado otras marcas: ilusión, voluntad, fuerza y perseverancia, junto a una determinación rigurosa por clarificar el polifacético mosaico que constituye la realidad económica de América Latina, y por otra parte, analizar el creciente protagonismo que ha adquirido como realidad relevante: la internacionalización de la banca y la empresa española, y con ello, de España, como primer inversor europeo en este Continente, que le ha posibilitado en gran medida un creciente protagonismo en la escena económica y financiera internacional, rompiendo así los moldes que le identificaban como un país poco relevante en Europa y en el mundo.
Esta dinámica empresarial, artífice de la inclusión de España como país adelantado y pujante en el contexto mundial, ha hecho posible, junto al esfuerzo de otras fuerzas institucionales y sociales, que aquel otro «corsé» estático de hace sólo unas décadas atrás, haya quedado literalmente barrido del mapa, siendo reemplazado por el que actualmente consta: país avanzado, dinámico, moderno y plenamente integrado en la comunidad internacional.
Para llegar a estas conclusiones, que muy rápidamente he adelantado, de ninguna manera he utilizado ruidos «predeterminados». Mi búsqueda no estaba prefijada de antemano en el «mapa», sino que he logrado crear una situación de «tensión analítica» a medida que avanzaba en el complejo mosaico económico latinoamericano, a la vez que lo entrelazaba con las posiciones inversoras españolas, estableciento de esta manera una formidable «vía» para el análisis y la comprensión de esta situación, tan inédita como peculiar para la historia de la economía y la empresa española.
Respecto a la economía latinoamericana, permítaseme desvelar que esta fragancia me viene desde la infancia, pues mi niñez transcurrió en estos ambientes: crecí en la ciudad de Montevideo. De aquello hace muchas lunas; entonces los «pesos» eran de plata, y a la República Oriental del Uruguay se la conocía precisamente como la «tacita de plata»: la «Suiza Americana».
Hacía 860, aproximadamente cien años antes de mi llegada, la población uruguaya no superaba los 300.000 habitantes. La proporción de extranjeros era de las más elevadas de las repúblicas latinoamericanas. De acuerdo con el censo de 1860, uno de cada tres habitantes, y uno de cada dos en Montevideo, había nacido fuera del país: por lo común provenían de Italia, España, Brasil, Francia, Argentina o Gran Bretaña (probablemente en este orden).
En estos tiempos se comenzó a formar el Uruguay moderno (18701930). Desde entonces, la sociedad y el sistema económico se caracterizaron por no crear desigualdades y tensiones sociales extremas; en algunos aspectos, Uruguay contrastaba con la América Latina del siglo XIX y XX, caracterizada por la acentuada polarización de las clases sociales.
América Latina era próspera, siendo acuñado el término de «edad dorada» de la economía latinoamericana al período comprendido entre los años 1950 a 1973.
A nivel internacional, el intervalo de tiempo mencionado constituyó la fase expansiva de un ciclo largo de Kondratieff (exceptuando el paréntesis de la Segunda Guerra Mundial), donde la mayoría de las economías europeas se vieron inmersas en un período de fuerte crecimiento, motivado por la aparición y generalización de innovaciones que mejoraron significativamente sus procesos productivos. Dentro de esta fase, hay que destacar especialmente los años 1951 a 1973, reconocidos generalmente también con el término de la «edad dorada» de las economías desarrolladas.
España, mientras tanto, no era una nación desarrollada. Por el contrario, era una economía cerrada, aislada, limitada fuertemente por las diferentes restricciones de la política autárquica, hasta que se diseño el Plan de Estabilización, y con él la «liberalización» de la economía española. Este período, comprendido entre los años 1961 a 1974, también se considera, por su vigoroso desarrollo, como un período dulce de la economía española. La tasa anual media de crecimiento fue del 6,8%1 (medido en términos del PIB). Continuando el devenir de la economía española reciente, nos encontramos con que el período siguiente, comprendido entre 19751981, se caracterizó por una continuada crisis, la cual sumió a la economía española en una delicada situación, cuya tasa de crecimiento medio descendió del anterior 6,8% al 1,5%.
En la crisis internacional de los años «setenta», recordada como la del «petróleo» o crisis de la energía, como consecuencia de sus drásticas subidas, otros factores, con raíces en acontecimientos previos, fueron también importantes activadores. Entre ellos cabe destacar los problemas causados por el «sistema monetario internacional» (fin de la convertibilidad y consiguiente devaluación del dólar), lo cual evidenció las limitaciones de una organización monetaria basada en el dominio exclusivo de la moneda norteamericana, o la aparición de los primeros síntomas de agotamiento económico y descenso en las tasas de productividad.
La principal consecuencia del aumento de precio de las materias primas fue su transmisión directa a los restantes productos y también a los salarios. La inflación fue la gran protagonista, afectando rápida y negativamente a la «competitividad» de las economías desarrolladas, especialmente las de aquellas que sufrieron dichas tensiones inflacionistas.
Esto a su vez actuó en una doble dirección: por un lado resultó un «shock» para las economías afectadas, que se manifestó en la pérdida de poder adquisitivo de su población, pero también en una reducción de sus importaciones, lo que tendría repercusiones negativas para los países en desarrollo.
A la economía española la crisis llegó con cierto retraso. Sin embargo, dadas sus rigideces, la falta de acierto y celeridad en tomar las medidas adecuadas, los efectos del deterioro internacional tuvieron un impacto mucho mayor que en los demás países occidentales. De inmediato se hicieron notar alteraciones fundamentales directamente relacionadas con el «aumento» de los precios del petróleo, siendo las más significativas las siguientes:
Brusco aumento del déficit exterior, dada la acusada dependencia petrolífera de la economía española. Ello se agravó además por las menores exportaciones a consecuencia de la caída de actividad en la economía mundial, lo cual provocó una contracción del comercio internacional. Además, se vieron afectados los ingresos por turismo, las inversiones extranjeras y el flujo de inmigrantes a Europa, lo cual hizo descender la entrada de remesas (divisas tan necesarias, junto al turismo y la inversión extranjera, para financiar la economía española).
Alta reducción del nivel de actividad, consecuencia por un ladode la acusada contracción de la economía occidental, pero más todavía por la escasa capacidad de ajuste de la economía española ante los rápidos cambios de los precios energéticos, y como hemos apuntado, por los retrasos e indecisiones en la adopción de respuestas, lo que derivó en la adopción de políticas económicas inadecuadas. De inmediato se produjo un aumento del desempleo, siendo evidente que éste se resintiese dada la acusada contracción del crecimiento durante este período, que fue, recuérdese, del 1.5% frente al 6.8% (1961-1974).
Persistente inflación. Debido a las rigideces estructurales que soportaba la economía española, la aparición de tensiones inflacionistas no es exclusivamente atribuible al incremento en los costes de la energía, sino también los elementos coyunturales y salariales que, en el marco de esta crisis, reavivaron sus tensiones, intentando cada cual, a su manera, no perder las posiciones alcanzadas, lo que propiciaba que presionaran para continuar obteniendo mejo ras salariales, mejores que directamente se convertían, como consecuencia de una menor actividad y productividad, en «inflación».
Pero no nos confundamos: en ese contexto económico y social, otros elementos se sumaban a la gravedad de la situación, tales como la «injusta» distribución de la renta española, la cual se situaba a una distancia considerable de la renta media comunitaria, así como el aumento constante del sector público, con la creciente demanda de recursos financieros, que restaban financiación al sector empresarial privado, tan necesitado de financiación externa -especialmente bancaria- al carecer la empresa española de una estructura financiera fuerte en recursos propios, sino todo lo contrario. Esto es, al tener un insuficiente o inadecuado capital propio, la hacía ser muy dependiente del crédito externo, fundamentalmente del bancario, lo cual achicaba su capacidad de maniobra, a la vez que restringía sus posibilidades de inversión a medio y largo plazo. Y dicha adaptación era crucial para poder adaptarse a la nueva situación en los costes de la energía, condición necesaria para competir con éxito en los mercados internacionales. Pero también necesitaba la empresa española de esas inversiones para actualizar sus equipos productivos, obsoletos por las crecientes innovaciones tecnológicas.
Las consecuencias no se hicieron esperar, pues afectó de lleno a la «competitividad» de la economía, desencadenando además, importantes aumentos de los tipos de interés nominales, que tan negativamente actuarían sobre la inversión y, consecuentemente, sobre la productividad.
Llegaron los años ochenta y con ellos, ya instaurada y asentada la democracia, permitió que España penetrara cada vez más en el ámbito comunitario. La entrada en la Comunidad Económica Europea (CEE) fue entonces su objetivo más inmediato y deseado, consiguiendo ser miembro de pleno derecho en 1986.
A partir de 1982, la economía española comenzó una nueva etapa caracterizada por un suave crecimiento del PIB, que registró durante el período comprendido entre 1982 y 1990 un aumento del 3,3%, cuando entre 1974 y 1981 había sido del 1,5%, siendo el saldo exterior constantemente positivo.
Fue realmente desde el año 1984 cuando la actividad económica inició su reactivación, alcanzando excelentes niveles, hasta llegar a encabezar el crecimiento de las economías desarrolladas. Resultaron estos años, hasta el final de la década, tiempos de esplendor económico. No obstante, la economía española continuaba arrastrando viejas deficiencias estructurales, que se hacían notar respecto a las de los países del entorno comunitario.
Así las cosas, y a pesar de estos desajustes mencionados, la evolución por la que discernía mostraba signos positivos. Desafortunadamente, no se supo o quiso aprovechar este marco favorable para, definitivamente, sentar las bases pertinentes con las que iniciar la corrección de los «desequilibrios» tan perjudiciales para la economía española: inflación, tipos de interés y déficit exterior.
Precisamente estos desequilibrios crearon una situación adversa durante los últimos años de la década de los ochenta, cuando se produjeron importantes tensiones derivadas de un fuerte crecimiento de la demanda, las cuales provocaron una aparición de fuertes repuntes inflacionistas, así como de desequilibrios en la balanza por cuenta corriente, situación que motivó igualmente un fuerte aumento de precios. Ello obligó a las autoridades económicas a optar por una política de enfriamiento para tratar de frenar la importante elevación en el nivel de precios, valiéndose de la aplicación de una dura política monetaria de control de los Activos Líquidos en Manos del Público. Estas medidas colocaron a España en una situación poco favorable para competir en los mercados internacionales, pues se registraron los tipos de interés más altos del mundo occidental.
En cuanto a los aspectos económicos concernientes a la década de los años noventa, me he permitido llamarla la «década dorada para las inversiones españolas en el extranjero», al considerar este período un «hito» muy difícil de superar económica y empresarialmente, tanto por la rapidez y avidez con que se produjo, como por las importantísimas cantidades invertidas fuera de nuestras fronteras, haciendo que este despliegue de capitales resulte de lo más sorprendente a nivel internacional. Ello es así por diferentes aspectos: por tratarse de un país de bajo perfil internacional, por su escasa experiencia en el manejo de inversiones internacionales, por ser de reciente incorporación al contexto económico y financiero mundial -recuérdese que hace sólo dieciséis años que España se incorporaba como miembro de pleno derecho a la Comunidad Económica Europea (CEE)- , porque su economía no se situaba entre las más prósperas y avanzadas de Europa, como tampoco sus empresas se encontraban entre las más grandes y floridas del continente, situación que las situaba económica y estratégicamente a la defensiva, y además el marco de operaciones de las mismas se encontraba en mercados altamente competitivos, rodeadas de líderes y grupos empresariales situados en lo más alto del ranking mundial.
Haciendo un atajo en el camino, pues el recorrido completo se encuentra detallado en las siguientes páginas de este libro, sí es importante remarcar que la estrategia inversora latinoamericana, aplicada por las empresas y bancos españoles no era de carácter «ofensivo», en contra de lo que a priori pudiera pensarse, sino que respondía a políticas y estrategias fuertemente «defensivas». Precisamente este poderoso «ataque» inversor refuerza esta tesis, que queda perfectamente resumido utilizando el símil futbolístico tan conocido por todos nosotros: «no existe mejor defensa que un buen ataque».
Defensa ante un entorno de creciente «globalización», donde el tamaño es condición determinante .aunque no suficiente. para afrontar con «éxito» la partida competitiva global. La ausencia de esta característica fundamental en nuestras empresas y bancos, sería determinante para la expansión internacional, aunque sin duda uno de los condicionantes principales vendría directamente asociado, como dejo bien patente en el libro, por la incorporación de España a la Comunidad Económica Europea y, más tarde, por la creación del Mercado Único el 1 enero de 1993. Momento este último que, como se ha podido comprobar pasada una década, ha constituido un hito en el proceso de integración de los países de la antigua CEE.
La historia, que a España le había jugado malas pasadas económicas, esta vez le beneficiaba: los tiempos se le volvían de cara, para conseguir así sortear con envidiable rapidez la falta de tamaño empresarial, que tan vulnerable le hacía ante sus competidores europeos y, por otro lado, formalizar su internacionalización, logrando su plena equiparación en los mercados internacionales, consiguiendo recorrer en unos años lo que a otros grupos extranjeros les había costado décadas y décadas.
Esta inusitada velocidad de acción, focalizada principalmente en América Latina, además de proporcionarle el tamaño y los demás puntos enunciados, les confería de entrada un protagonismo relevante en estos países, liderando mercados altamente estratégicos para las respectivas economías nacionales, por concentrarse especialmente en los sectores de servicios. Eran justamente estos sectores, los que entraban en la política de privatizaciones que comenzaban a realizar a lo largo y ancho del continente los diferentes gobiernos, dadas las nuevas coordenadas económicas que asumía la región como consecuencia del Consenso de Washington, establecido precisamente a finales de los años ochenta, y materializado desde el comienzo de la década de los noventa.
Un dato más en esta rueda de la fortuna que giraba en beneficio de los intereses de las inversiones españolas: las empresas y bancos americanos se encontraban ausentes de esta disputa inversora, consecuencia de las adversidades y graves pérdidas que habían sufrido por la crisis de la deuda externa latinoamericana de los años ochenta. Este castigo, esta sangría en sus cuentas de resultados, les obligo a retirarse, o más bien a replegarse, con lo cual la presión en los precios, al no licitar en las privatizaciones, se hacían más asumibles, quedando igualmente aliviado el camino comercial, lo que permitía hacerse rápidamente con una importante cuota de mercado, y casi siempre con el liderazgo del sector.
Aquí me detengo, pues todos los demás avatares y estrategias desarrolladas es lo que precisamente trato en este libro, en donde, como he expresado, procuro de manera rigurosa y lo más objetiva posible, analizar y situar debidamente:
Primero, a la economía latinoamericana en su coordenada y perspectiva histórica, desde los inicios del siglo pasado hasta su final, cuyo registro ha sido bastante pendular desde una visión económica. Confiemos que este comportamiento haya resultado pedagógico, no solo en el ámbito económico sino también en el político y social, al haber recorrido caminos tortuosos por donde no se debe nunca más transitar. Al igual que el tamaño de las empresas no es condición definitiva para competir exitosamente en los mercados internacionales, la pedagogía económica del siglo pasado no exime de volver a recorrer estos caminos de durísimas experiencias.
Segundo, cabe preguntarse, si para la expansión de bancos y empresas españolas el mercado latinoamericano es el más «natural» para su internacionalización y asunción de riesgos. No en vano aquí han comprometido ingentes inversiones (más de 100 mil millones de Euros en el plazo de sólo una década). Piénsese y valga de referente principal, que estamos hablando de una economía como la española, en donde su PIB alcanzó los 600 mil millones de Euros (2000). Este esfuerzo, además de económico, es, téngase muy en cuenta, una extraordinaria y compleja tarea de «gestión empresarial» la cual exije: movilizar recursos y medios para administrar estas inversiones y, a la vez, ganar cuotas de mercado, lo que exije, indudablemente, contar con excelentes «equipos humanos» en todos los niveles de la empresa. Esta importante asignación de responsabilidades hace que gravite sobre las grandes y medianas empresas españolas de reciente internacionalización, una cultura más amplia y diversa, que añade nuevas perspectivas en su visión y misión empresarial, lo cual, indudablemente, enriquece individual y colectivamente a la organización. Situación ésta de gran alcance para nuestros bancos y empresas, considerando que estas nuevas realidades ofrecen un balance altamente positivo desde las ópticas económica, comercial, tecnológica y de gestión.
Contrastar modos y capacidades directivas, ofrecer soluciones tecnológicas modernas, productos innovadores y competitivos internacionalmente, además de la consabida capacidad y fortaleza económica, conllevan no sólo un reto empresarial, sino también una prueba global, en donde España como país se sitúa para competir en cuanto a imagen y marca. Para avanzar con éxito, es fundamental que se produzca una «fertilización» cruzada entre la marca país y la empresa, mutuamente enriquecedora, pues indudablemente este beneficio común resulta extremadamente favorable para el buen desenvolvimiento de las respectivas inversiones.
Respecto a la situación actual que se vive en América Latina, y especialmente en Argentina, esta ha propiciado una honda reflexión sobre la posición y alcance de nuestras inversiones en este país, y por extensión en el continente, donde la inestabilidad económica sigue siendo una constante, condicionando muy seriamente la propia estabilidad social y política. En efecto, este período convulsivo, que ha producido serios «quebrantos» en los respectivos balances de las empresas y bancos españoles, ha situado unas nuevas coordenadas para la economía latinoamericana, llegando a abrirse paso la idea de que se debe acometer una «revisión del Consenso de Washington2, bien para reformar las reformas, bien para ampliarlas.
Toda esta situación, condicionará indudablemente el nuevo modelo económico de la región, y éste a su vez condicionará las futuras inversiones extranjeras, las cuales extraerán excelentes lecciones de la experiencia española en la crisis argentina, que traspasarán la mera y evaluación económico-financiera.
Finalmente, deseo dejar constancia de mi agradecimiento a todos aquellos que me han brindado su apoyo tanto intelectual como emocional, un apoyo que tanto se agradece y que tan necesario resulta, pues hace mantener la llama de la ilusión, verdadero motor de la voluntad, que permite no cejar en el empeño de la creación, hasta que finalmente se consigue aproximar el deseo con la realidad. Este círculo se cierra con el veredicto del lector, quien, con su amplitud de criterio, evalúa el rigor y acierto de la obra.
He de decir, que cuando el libro comenzaba a formarse y se me abrían las primeras interrogantes, advertía que el panorama estaba cambiando, que se dejaba una etapa atrás en la dinámica inversora de las empresas y bancos españoles, a la vez que la economía latinoamericana comenzaba un giro discontinuo hacia una situación en principio menos favorable que en la década anterior. Aunque ya se sabe, que en el orden de la vida, como en la economía, lo importante no es cómo se empieza, sino cómo se termina.
Mi gratitud para Daniel Dilla, joven economista de talento, que de inmediato supo calibrar la iniciativa, y con su decidida disposición y voluntad de trabajo, me ayudó eficientemente a la revisión de la obra, para definitivamente completar el libro.
A Daniel Sotelsek, Profesor Titular de Fundamentos del Análisis Económico de la Universidad de Alcalá, que desde que tuvo conocimiento de mi proyecto me apoyó abiertamente, soportó mis incumplimientos en la entrega del libro y me brindó su apoyo intelectual para la elaboración de ciertos capítulos. Además, esta colaboración fructificó en la realización de otros trabajos que hemos publicado conjuntamente. Y algo fundamental, me facilitó la edición por parte del Servicio de Publicaciones de la Universidad de Alcalá, en unión con la Fundación Centro Internacional de Formación Financiera (CIFF), donde recibí la buena acogida de su Director General; Antonio Peñalver.
Por consiguiente, espero haber transmitido al lector la convicción de que es posible que nuestro país, con sus respectivas empresas y bancos, ocupen un lugar preferente en el mundo económico que nos ha tocado vivir, pues nuestras capacidades son tan potentes como dinámicas, tan creativas como rigurosas, siendo estas últimas las que más se han beneficiado y perfeccionado, como consecuencia directa del aprendizaje llevado a cabo durante este período de internacionalización, el cual, como es manifiesto, exige a directivos y equipos humanos en general, altas dosis de conocimientos, iniciativa y decisión para afrontar las dificultades, tanto las conocidas como las desconocidas, y muy especialmente por tratarse de un medio económico altamente influido por los acontecimientos exógenos.
Toda esta dinámica gira dentro de un mundo cada vez más globalizado, que marca e incide de manera inexorable sobre una realidad compleja. Esta realidad, que nos llega desde las interrelaciones económicas, financieras, comerciales y tecnológicas, atraviesa lo más hondo de nuestro vivir, de nuestra cultura, o lo que es lo mismo, las disposiciones y tradiciones históricas de cada país y sus ciudadanos. Si todas esta nuevas interrelaciones producen vientos, y éstos se dejan oír, los reconoceremos como los vientos del cambio que trazan las nuevas realidades de la economía española e internacional.Ramón Casilda Béjar
Madrid, 12 de octubre de 2002 Día de la Hispanidad
1 Para los datos macroeconómicos véase: Monchón, F., Ancoechea, G. y Ávila, A.. Economía española 1964-1990. Introducción al Análisis Económico. Editorial McGraw Hill, Madrid, 1991.
volver2 Véase: Casilda Béjar, Ramón, El «Consenso de Washington», Madrid, Política Exterior, núm. 86, marzo/abril de 2002.
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