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El ALCA. Implicaciones para la Unión Europea
La institucionalización del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), supone una seria amenaza para el mercado europeo. La Unión Europea corre el peligro de perder gran parte de los espacios ganados en los mercados iberoamericanos frente al Ğimpulsoğ de Estados Unidos en el acuerdo del ALCA. Ante esta tesitura, la UE deberá evitar que sus empresas accedan a esos mercados en condiciones de desventaja respecto a las estadounidenses y, para ello, deberán concluir con la mayor urgencia las negociaciones entabladas con Mercosur, Pacto Andino y Centroamérica.
La UE es el principal socio comercial de Mercosur: de las 25 mayores compañías extranjeras que operan en la región, 14 son europeas y 11 norteamericanas, si bien en el conjunto de la región, durante 1999, los países de la UE compraron sólo el 14.4% de las exportaciones latinoamericanas, frente al 47.7% de EE.UU. El comercio entre la UE y América Latina, aunque se multiplicó por diez en los años noventa, no alcanza al que mantiene con Suiza, mientras que para EE.UU. supone un 22% del total (sin México, esa cifra es del 8%, lo que indica su potencial de crecimiento). La Administración Bush anticipa que, con un ALCA en pleno funcionamiento en el 2010, sus exportaciones al área superarán a las que dirige a la UE, especialmente en maquinaria, servicios financieros y productos electrónicos.
Las exportaciones latinoamericanas .principalmente bienes de consumo tales como minerales, textiles, acero, alimentos y madera, pero también automóviles. aumentarían según el BID un 6% adicional cada año, mientras que el PIB regional lo haría en un 1.5%. El año pasado, las exportaciones latinoamericanas crecieron un 23% debido a los crecientes intercambios interregionales. Los ejemplos de Chile, que duplicó su PIB en los años 90 con el mercado más abierto de la región (un 60% de su PIB corresponde al comercio exterior), y México, que ha triplicado sus exportaciones desde 1994 (88% de ellas a Estados Unidos), han convertido a la mayoría de gobiernos latinoamericanos al libre comercio. Según la OMC, gracias a las rondas de liberalización las exportaciones representan a comienzos del siglo XXI el 26.4% del PIB global, en comparación al 8% de 1950.
Hay que señalar que la idea de firmar acuerdos de libre comercio entre la Unión Europea y los países latinoamericanos económicamente más avanzados surgió en diciembre de 1995 con la firma de un acuerdo de cooperación interregional entre la UE y el Mercosur. Un año después, la UE formuló la misma oferta a Chile y en 1998 empezó a negociar un acuerdo de libre comercio con México (ambos ya firmados). Pese al ligero aumento de los intercambios en 1998, con menos del 15%, México continua teniendo una participación pequeña en el conjunto del comercio europeo-iberoamericano. Debido a su creciente concentración en el mercado norteamericano, las exportaciones mexicanas a la UE han caído drásticamente (del 13.3% en 1990 al 3.6% en 1997), junto con las importaciones de productos europeos (del 17.4% en 1990 al 9% en 1997). Este marcado declive en los flujos revela una clara desviación del comercio por el Ğefecto NAFTAğ. Recuperar posiciones europeas en el mercado mexicano, fue la principal motivación del viejo continente para firmar un acuerdo de libre comercio con México.
Después del éxito de la firma del Acuerdo de Libre Comercio con México en julio de 2000 (que se pondrá en marcha en 2007), la UE no ha conseguido avances significativos en sus negociaciones con los demás países de la región, debido fundamentalmente al obstáculo que representan las diferencias en los sectores agrícolas y de materias primas. Un acuerdo de libre comercio entre la UE y Mercosur tendría la particularidad de ser el primero del mundo entre dos uniones aduaneras. El Mercosur es el principal socio de la UE en América Latina (en 1998 representó más de la mitad de los flujos comerciales birregionales y de la IED europea en la región). Por su parte la UE aporta más de una cuarta parte de las exportaciones e importaciones del Mercosur, perfilándose como su socio comercial e inversor principal. A pesar de ello, las reuniones celebradas han concluido con escasos resultados.
Hay que valorar que las negociaciones de la UE no se centran, exclusivamente, en la desgravación arancelaria sino que buscan también una mayor implicación en el desarrollo tecnológico, de infraestructuras y del capital humano, factores éstos determinantes para el desarrollo económico social y competitivo de América Latina.
Los pasos dados en la Cumbre de Quebec reflejan que la globalización va de la mano de la regionalización. Ello no significa que Europa deba tener recelo ante el ALCA, todo lo contrario, pues puede favorecer la apertura comercial no sólo de las Américas, sino de una Europa aún demasiado cerrada sobre sí misma. Este proyecto no tiene que ahuyentar a las empresas europeas de América Latina y puede facilitar una competencia transatlántica que ofrezca una oportunidad de colaboración cruzada entre ambas regiones. En este sentido, el comisario europeo de Comercio, Pascal Lamy, reconoció que los Quince deberán estar vigilantes ante aquella área de libre comercio, pero que las posiciones conseguidas allí no tienen razón para desaparecer, y recordó las negociaciones que se mantienen con Mercosur y Chile, indicando que Mercosur pretende conservar un equilibrio entre Europa y EEUU, especialmente en el sector agrícola.
Consideramos que sería conveniente que se modificara el mandato de negociación de la Unión Europea, que supedita los acuerdos al término de una nueva ronda de la OMC, ya que no es probable que terminen las negociaciones antes de 2004, fecha quizá demasiado lejana para tratar de consolidar la posición en la región. (Europa debería tener en cuenta que, tras la integración de México en el Tratado de Libre Comercio, las empresas europeas perdieron casi la mitad de su presencia en el mercado mexicano).
En todo caso, la UE cuenta con algunas ventajas importantes en su pugna comercial con EEUU sobre América Latina: el legado histórico y cultural; su modelo de integración regional, que pretende ser algo más que una zona de libre comercio; su modelo social y el propio interés de los países iberoamericanos de equilibrar sus acuerdos regionales con acuerdos extracontinentales.
Es evidente que el Viejo Continente no puede ignorar este proceso, ya que la Unión Europea, con España a la cabeza, constituye el principal inversor en América Latina y, por tanto, se verán afectadas profundamente las relaciones con la región en un futuro próximo. Por ello, la presidencia de la UE asumida por España desde enero de 2002 brinda una inmejorable oportunidad para acelerar estos acuerdos y fortalecer la cooperación en el ámbito macroeconómico por parte de la UE, uno de los aspectos fundamentales para la estabilidad de la zona, y la integración económica y estabilidad monetaria.