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ARGENTINA. LA PRIMERA CRISIS ECONÓMICA DEL SIGLO XXI. LECCIONES PARA UNA ECONOMIA GLOBAL85
Argentina, hace aproximadamente una década, se veía abatida por una incontrolada inflación que se situaba nada menos que en el 3.000 por ciento. Esta situación le situaba en una profunda recesión, soportando fuertes desequilibrios internos y externos, lo cual era especialmente grave por hallarse en un período en que deseaba superar anteriores tiempos sombríos de la dictadura militar.
Para lograrlo, el entonces ministro de economía Domingo Cavallo diseñó en enero de 1991 una medida audaz: la Ley de Convertibilidad, que ligaba el peso argentino al dólar americano en un régimen de igualdad. El objetivo central que perseguía era erradicar radicalmente el proceso inflacionario, para retomar la senda de la estabilidad y el crecimiento económico. Los resultados no se hicieron esperar y fueron realmente extraordinarios, pues en un corto espacio de tiempo se logró contener la inflación, crecer al 5 por ciento, recuperar la credibilidad internacional y atraer nuevamente importantes flujos de capitales externos.
Desafortunadamente, transcurrida una década, la situación se ha vuelto extremadamente preocupante, pues lo que inicialmente se situaba en un problema económico, se ha extendido peligrosamente hasta transformarse en un muy serio y complicado problema social.
Argentina está viviendo el proceso de empobrecimiento más rápido de una sociedad en tiempos de paz. el PIB cayó casi un 4% en 1999, rompiendo así una tendencia creciente iniciada en 1995, se recuperó hasta el 1% durante el 2000, para bajar hasta el 5% en 2001, y se estima que disminuirá hasta el 12% en el año 2002. A su vez, la caída de la renta per cápita durante este período recesivo (los últimos cuatro años) se ha situado en un promedio del 28%, mientras que el desempleo lo ha hecho en el 30%. El índice de pobreza se ha situado durante el 2002 en el 40%. Sin duda, estas cifras nos sitúan en la peor recesión desde 1914, siendo más grave que la de los años treinta.
Cronológicamente la difícil situación económica argentina arranca de la crisis financiera internacional que sacudió a los mercados a finales de los años noventa. En un principio, ésta pareció quedar despejada al recibir un auxilio financiero en diciembre de 2000 por valor de 39.800 millones de dólares, de los cuales 14.000 procedían del acuerdo del FMI, en el marco de un programa de ajuste económico y asistencia financiera promovido por éste. España contribuyó a esta iniciativa con una cantidad de 1.000 millones de dólares para garantizar la línea de financiación. De esta manera se evitó la suspensión de pagos de una deuda externa de 126.000 millones. Con datos a junio de 2002, la deuda argentina se descomponía sectorialmente en título públicos en moneda extranjera (con un 75%) y préstamos de organismos internacionales (alrededor de un 25%).
Las discusiones sobre las causas de la crisis económica actual, que golpea como nunca a Argentina, son muchas, intensas y bastante duras en sus juicios, aunque en ocasiones hasta resultan exculpatorias.
Unos directamente culpan a la Ley de Convertibilidad como causante directo de una debacle anunciada. Otros, que fueron los malos manejos de las cuentas públicas; los demás, que el excesivo endeudamiento exigen ajustes fiscales que reducen las perspectivas de crecimiento. Mientras que otros achacan la falta de actuación de los organismos multilaterales, particularmente del Fondo Monetario Internacional (FMI), lo que llevó al país a esta situación caótica.
Tampoco faltan opiniones de corte exculpatorio, que argumentan a favor del buen hacer y desempeño argentino en línea con lo que se comprometió a realizar, según las reformas suscitadas como consecuencia del Consenso de Washington86: reforma fiscal, disciplina presupuestaria, liberación comercial, desregulación, privatizaciones (aunque no todos los países aplicaron estas medidas con igual transparencia, intensidad y rigor), por lo cual -argumentan-, que toda esta situación arranca desde la aplicación de estos puntos.
En alguna medida todos tienen su parte de razón, si bien los argumentos que desean hacer prevalecer para exculparse .preferentemente en los demás, en los de fuera., no tienen la consistencia que poseen los puntos que a continuación se exponen. Aunque, estamos de acuerdo, ha sido una conjunción de factores lo que hizo estallar la mayor crisis económica, social y tal vez política de la historia Argentina.
Al igual que sucediera con la crisis de la deuda externa en los años ochenta, también de esta crisis se desprenden varias lecciones que otros países en desarrollo deberían tener muy en cuenta para no incurrir en esta situación. A continuación se exponen algunos de los puntos que considero más importantes, es decir, las «lecciones más visibles», siendo éstas abiertas a la reflexión.
La primera y más visible es que, a pesar de todo: la «teoría económica» funciona. Lo demuestra que la combinación de déficits fiscales crecientes, causados por malos manejos administrativos y exceso de burocracia .cuando no por una abierta corrupción., una tasa de cambio fija, que restrinjía la política monetaria, encadenando las reservas internacionales del país con su circulante interno, provocando una falta de financiación tanto para el gobierno como para el sector privado, dibujaban un panorama insostenible, que suponía una perdida de confianza en el contexto internacional, todo lo cual condujo irremediablemente a una situación explosiva: la quiebra.
La segunda lección, altamente importante: demuestra que en una economía global prima la confianza internacional. Mirando en retrospectiva, el cambio de opinión en los mercados financieros internacionales sobre Argentina no deja de ser sorprendente.
Cierto que una serie de perturbaciones desfavorables conmovieron al país durante este período, entre otras: el contagio de la crisis asiática y rusa, el descenso de la materias primas, la devaluación del Real brasileño, la caída de la demanda exterior y la continuada apreciación del dólar.
Recordemos que durante el primer semestre del 2000, el consenso de los mercados era que el crecimiento en el 2001 sería del 4% ó 5%. Los márgenes sobre la deuda se situaban en los 500 puntos básicos, en tanto que el país gozaba de una buena calificación de riesgo. Iniciado el año 2001, el crecimiento empezó a ser negativo y los márgenes sobre la deuda alcanzaron niveles sin precedentes, disparando los «spreads» que llegaron a rebasar los 900 puntos básicos, mientras que el riesgo país se situaban en cotas insospechadas. Así las cosas, la credibilidad internacional, tenía como parámetros centrales, la evolución fiscal que debía hacer frente al alto costo de la deuda y el monto elevado del financiamiento del sector público.
La tercera lección, confirma: que funciona la «teoría económica». Nos dice que no se pueden mantener políticas contrapuestas. Sin dudas, factores externos como los señalados, no llegan por sí solos a explicar en su totalidad el excepcional deterioro de la economía Argentina, pues otros países de su entorno, con problemas similares han sido capaces de hacer frente a esta situación. Existen por tanto, razones de indudable peso interno, que certeramente explican cómo se llegó a tamaña situación.
En efecto, el punto álgido del problema, se encuentra en la propia situación interna, reconocida en el mantenimiento a ultranza de la política monetaria, que generaba altas incompatibilidades con una política presupuestaria fuertemente expansiva, como lo demuestra que durante este período el gasto público se incrementó en un 150%, cuando el PIB nominal lo hizo en un 40%, lo cual provocaba que las tasas de interés continuaran muy altas, atrapando inexorablemente al país en un trágico círculo, donde los ajustes fiscales necesarios para el pago de la deuda externa reducían las perspectivas de crecimiento, lo cual hacia retroceder rápidamente la confianza de los mercados e inversores internacionales. Para contrarrestarla, se acometieron rápidas reformas, realizando ajustes macroeconómicos y fiscales, aplicando a su vez, recortes desconocidos en los salarios públicos y la seguridad social. A estas decisiones, le acompañaban fuertes medidas para mejorar la estructura de la deuda y reducir los desequilibrios fiscales hasta situarlos en 6.500 millones de dólares (2001), desafortunadamente no se vieron cumplidos, pues solo durante el primer trimestre se situó en 4.000 millones de dólares.
Todos estos desconocidos cambios, obedecían a que se deseaba cumplir con los acuerdos negociados con el FMI, pues era decisivo que esta institución le liberase definitivamente parte de los fondos negociados en octubre del 2001, que le precedían a los pactados en diciembre del 2000 por valor de 39.800 millones de dólares (España contribuyó con 1000 millones para garantizar esta línea de financiación). Pero no se cumplió con lo establecido, especialmente debido a que el «puzzle» presupuestario de las provincias no se recomponía ante las nuevas realidades que el FMI reclamaba, que las cuentas de éstas se rebajasen entre un 50-60% su déficit fiscal. Por su parte, las autoridades provinciales, reiteraban que ese recorte no será posible si antes no llegan los desembolsos. En el año 2002 las provincias se han comprometido a reducir sus déficits fiscales un 60% hasta 2000 millones de pesos (715 millones de dólares) respecto al desequilibrio del 2001, cuando la economía nacional cumplió su tercer año consecutivo sin crecimiento.
Mientras tanto, se había llegado al convencimiento de que no sería posible restablecer la «confianza» sin algún tipo de reestructuración o reducción de la deuda, con el fin de aligerar el desequilibrio fiscal en el futuro y de esta manera, liberar recursos para financiar el crecimiento (verdadera solución para salir de la crisis). Para conseguirlo, el gobierno puso en marcha medidas de este tipo, con miras a una reestructuración voluntaria que no pusiera en peligro el acceso futuro del país al financiamiento externo. Pero nuevamente las cuentas no salían, los acontecimientos se precipitaban, y la credibilidad externa e interna se situaba bajo mínimos. La dificultad de combatir el déficit fiscal se comprende al conocer que la evasión impositiva se remonta a los orígenes de la Dirección General de Impuestos. Estudios sobre la materia en la década de los cincuenta establecían una evasión del 60% en el antiguo impuesto a los réditos, actual impuesto a las ganancias. Para el año 2001 se estimó una evasión de 20.000 millones de dólares, el 8% del PIB, cantidad que será más elevada incluso en el 2001. En Argentina el número de contribuyentes es muy reducido, existiendo una evasión casi total en el impuesto a los bienes personales, y las provincias no tienen sistema tributario, sin que casi ninguna provincia llegue al 20% de sus recursos con recaudación propia. Por ello la nación aporta más del 60% del gasto provincial a través de recursos generados vía coparticipación y aportaciones del Tesoro.
Ante este incierto como desolador panorama, los ahorradores deseaban recuperar sus depósitos bancarios, pues sentían muy próxima, como solución para romper este trágico círculo, el abandono del Plan de Convertibilidad, lo que traería consigo la «temida» devaluación. Con el fin de evitar la retirada masiva de depósitos, haberes y movimientos especulativos contra la moneda nacional, las autoridades decidieron según el plan esbozado por el ministro de economía Domingo Cavallo jugar su última carta: la congelación de los depósitos, «el corralito», medida que provocó de inmediato un bronco rechazo y una agresiva desconfianza que definitivamente agravó la situación, la convivencia y las expectativas de romper el trágico círculo que comprimía el crecimiento por cuarto año consecutivo, siendo algo verdaderamente curioso que desde que comenzaron los problemas (2000), tanto el gobierno actual como los anteriores no definieron una estrategia productiva y exportadora que fuese el verdadero motor que impulsase la reactivación económica. Y todo ello con la prima negativa por la desconfianza internacional decisiva en una economía global, pero todavía más, en un país tan dependiente del financiamiento externo.
La cuarta y bien reconocida es: la debilidad del sistema político e institucional argentino, cuya descomposición y corrosión provienen de antiguo, aunque en estos momentos tan críticos su papel sea determinante para hallar una solución a la crisis. Políticamente el anterior presidente Fernando De la Rúa, junto a su ministro de economía Domingo Cavallo y ahora sus respectivos sucesores; Eduardo Duhalde y Jorge Remes, todos ellos de larga trayectoria política, no contaban entre sus planes que el FMI y la comunidad financiera internacional, optaran por el camino que han tomado; «no realizar nuevos desembolsos», pues consideran que serían «dilapidados» como anteriores créditos, que se aplicaban para tapar reiterados incumplimientos, consecuencia de una economía con escaso control y baja solvencia. Anne Krueger (Subdirectora del FMI) así lo ha expresado: «no se tiene intención de conceder préstamos si existe el riesgo de que se malgaste el dinero».
Respecto al orden institucional, la actitud del gobierno ha sido, de manera reiterada, la de no respetar la seguridad jurídica, estos es, el incumplimiento de los contratos en el tráfico jurídico y en última instancia al propio Estado de Derecho.
Las quinta, aunque no menos importante, no es menos visible: se constata el «endurecimiento» de la política de intervención económica llevada a cabo por Estados Unidos en otros países del mundo. Contrario a lo que ocurría durante el gobierno de Bill Clinton, el Secretario del Tesoro; Paúl O´Neill y su Subsecretario para Asuntos Internacionales; John Taylor, han sido claros en sus planteamientos, al decir que ni el gobierno de Estados Unidos ni el Fondo Monetario Internacional, intervendrán en economías extranjeras a menos que exista un riesgo real para el sector financiero norteamericano. Es probable, que les queda en la memoria histórica el alto precio que sufrieron los bancos de su país, como consecuencia de la crisis de la deuda externa latinoamericana durante los años ochenta. Por ello, consideraron que Argentina no representaba un riesgo a pesar de sus 138 mil millones de dólares de deuda externa.
Sin embargo es bien cierto, que ningún país del mundo ha salido de las recesiones o crisis sin contar con el apoyo del FMI, como lo demuestran los casos más recientes de México y Rusia.
Por otro lado, la sexta lección, realmente novedosa, apunta a que: se nota una mayor amplitud de miras de los inversionistas norteamericanos respecto a la región. América Latina, ya no es vista como «el continente debajo de Río Grande». Durante la crisis asiática y rusa, el mercado de capitales internacionales se cerró para nuevas emisiones soberanas, acontecimiento que no ha sucedido con la crisis Argentina. Unas semanas después de la explosión en este país austral, México colocó 1.500 millones de dólares en el mercado norteamericano, y Brasil hizo lo propio con 1.250 millones. Adicionalmente, también las tasas de interés reflejan una diferenciación, pues México pago por sus bonos el 7,76 por ciento, mientras que Brasil lo hizo al 12,5. Esto da prueba, que los mercados han sido capaces de discernir de forma efectiva la situación de los distintos países. A su vez, el efecto contagio no ha dado origen ha una situación de contagio generalizado en la región. Tampoco se percibe, que esto vaya a suceder para la segunda (México), ni para la primera economía del continente (Brasil), que a su vez, esta apuntalada por el préstamo aprobado de 15.000 mil millones de dólares por el FMI .septiembre del 2001., de los cuales se liberarán los primeros 5.000 millones para contribuir a sus elecciones generales -octubre del 2002- y puede, aunque no se diga, para solventar un posible contagio argentino. Insistiendo que aún no ha «desaparecido» este riesgo, pues si bien los fundamentos de la economía brasileña son sólidos, existe una gran diferencia entre la situación fiscal e inflacionaria de ambos países, también es cierto que la interdependencia es realmente alta. Argentina, téngase en cuenta que es el segundo socio comercial de Brasil después de Estados Unidos. Además, es su principal proveedor de petróleo y trigo, productos esenciales para el desarrollo económico y el consumo popular. Únase el gran problema de los empresarios brasileños, como es el «impago» de las importantes exportaciones realizadas, debido a la lógica escasez de divisas. Hasta la fecha, se han contabilizado impagados próximos a los 600 millones de dólares, que representan un 16% de los vencimientos de las deudas corporativas que se aproximan a los 3.500 millones de dólares, entre el período comprendido entre diciembre de 2001 a marzo del 2002, previéndose que puede llegar a finales de año a los 5.862 millones de dólares, según estudios de la Fundación Capital.
Mientras tanto, el riesgo país de Brasil ha aumentado con rapidez, situándose en 732 puntos sobre los intereses pagados por el Tesoro norteamericano; este comportamiento ha afectado «sensiblemente» .por el momento. a la cotización de la deuda externa brasileña. El C-Bond, por ejemplo, que es el bono más negociado, se vio afectado, cayendo de inmediato un 0,97 % (26-3-2002).
Las perspectivas de la dinámica economía brasileña, cuya característica es la gran cultura y capacidad exportadora, arrojan un saldo realmente positivo, como puede ser la adopción de un nuevo modelo energético y el fin de del período de sequía, lo cual ha acabado con la crítica situación energética que junto a la aprobación de la Ley de Responsabilidad Fiscal, ha permitido alcanzar un superávit primario en enero del 2002, unido al seguimiento de un esquema de inflación por objetivos, con una tasa prevista por debajo del 5% para 2002. En cuanto al crecimiento económico, se espera conseguir un aumento superior al del 3% del PIB en el segundo semestre, finalizando el año con una tasa del 2%. Ayuda en este buen clima, que el tipo de cambio permanezca estable, siendo previsible una progresiva rebaja de las tasas de interés, algo que introduce estabilidad y buenas dosis de optimismo a la primera economía del continente, la cual aporta el 50 por ciento del total del PIB regional.
Desde la séptima lección, observamos: las paradojas de la globalización. Curiosamente, podemos comprobar que las economías se están volviendo cada vez más «dependientes de sí mismas» y esto les supone un creciente y constante esfuerzo por poner orden en sus cuentas públicas. A falta de un prestamista de última instancia en el mercado internacional, la disciplinas monetaria y fiscal se han vuelto .ya lo eran. cada vez más importantes. Y los gobiernos, por la misma fuerza de los hechos tienen que ser cada vez más responsables, por supuesto, mucho más de lo que lo fueron sucesivamente en Argentina. Esperando que asuman esta lección en toda su amplitud, con toda la carga de responsabilidad que conlleva y no parcialmente, al descargar en las empresas y bancos extranjeros los males patrios.
Permítase que la octava lección trate de las empresas y bancos españoles, los cuales han registrado una actividad prácticamente plana durante el primer trimestre, y seguramente también lo será durante el resto del ejercicio. El tiempo reforzará aún más, el buen comportamiento registrado durante estos turbulentos tiempos, de su plena disposición de colaboración con los sucesivos gobiernos .recientemente han participado en el plan de rescate del Banco Galicia, primer banco privado argentino adquiriendo deuda de esta entidad.. También vienen colaborando activamente con el Banco Central Argentino (BCA), para lograr estabilizar el peso frente al dólar. En tanto que las empresas, se encuentran en la misma buena disposición, colaborando estrechamente con las autoridades económicas, cumpliendo aquellas medidas extraordinarias que le vienen siendo impuestas, como los pagos de los tributos por adelantado y los impuestos especiales a la exportación, o la revisión de los contratos de servicios. Bancos y empresas, vienen contribuyendo a las arcas públicas desde los inicios de esta crisis, cuando el entonces Presidente y ministro de Economía; De la Rúa y Cavallo, les explicaron la situación que se encontraba la crisis económica, y el plan que diseñaron; «déficit cero»: «ante la absoluta imposibilidad de que el Estado entre en cesación de pagos y el peso se devalúe respecto al dólar». Entonces, SCH y BBVA aportaron 58.3 y 50.3 millones de dólares respectivamente; Repsol hacía lo propio con 150 millones, Telefónica 100 y Endesa 25.
El total de la inversión española en Argentina supera los 25.000 mil millones de dólares. Las pérdidas registradas durante el 2001 ascienden a 8.000 mil millones y parece que el ejercicio 2002 no presentará mejoras, sino más bien empeorará. Solo hay que tener en cuenta, que durante los primeros tres primeros meses del 2000, el peso se ha devaluado en un 70%. Lo cual significa, que al estar las tarifas anteriormente expresadas en dólares, con la Ley del Congreso argentino se congelaron y se pasaron a pesos por seis meses, desde el 1 de enero hasta el 30 de junio 2002.
Esta nueva regla del juego ha incidido de manera sumamente negativa, como es notorio, para el comportamiento de bancos y empresas en el Mercado de Valores español, que durante el primer trimestre del 2002, han registrado unas pérdidas de 3.000 millones de euros, según la cotización del índice de la Bolsa de Madrid IBEX 35, siendo este indicador el que peores resultados a obtenido internacionalmente, como consecuencia directa del desplome del peso argentino, que de continuar, obligarían a realizar nuevamente dotaciones extraordinarias superiores a las realizadas para el ejercicio anterior que finalmente se realizaron.
En definitiva, demuestran que están seriamente comprometidos con la recuperación del país, encajando con altura de miras, las sucesivas reformas jurídicas, financieras, tributarias y comerciales.
Nos referimos en la novena lección: las reformas hay que cumplirlas. Argentina durante el 2001, logró uno de los ajustes fiscales y macroeconómicos más impresionantes que se haya realizado, con recortes profundos en los salarios públicos, las pensiones y en los programas de la seguridad social. Además se le acompañó con medidas creativas y valientes para mejorar la estructura de la deuda externa y reducir los desequilibrios comerciales externos, consiguiendo en dos ocasiones durante este mismo año recibir el apoyo del Fondo Monetario Internacional.
Pero después de toda esta gama de medidas, disputas y tensiones, nos encontramos que es previsible una caída del PIB hasta el 14%, la inflación puede que se aproxime al 50% y el tipo de cambio del peso se encuentra entre el 78-80% habiendose fijado oficialmente a 3,90 pesos por dólar (25-3-02) para bajar hasta los 2,90, después del acuerdo entre el BCA y nueve bancos, entre los que se encuentran los dos españoles (28-03-02). Esta relación cambiaria, realmente es el termómetro económico del país, pues depende donde se estabilice finalmente el tipo de cambio y se pueda presentar un déficit menor, más realista con las circunstancias, para que se pueda hablar de un freno en el deterioro, para dar paso al restablecimiento de la actividad económica en todas sus dimensiones. Eso sí, siempre y cuando se consiga que el FMI acceda a desembolsar los primeros 9.000 mil millones de dólares .puede que se produzca hacia finales de abril o primeros de mayo87. La ayuda por parte del FMI, se halla en una crítica situación, pues el cambio de filosofía es evidente. Su Subdirectora General, Anne Krueger, lo ha señalado muy claramente: «No podemos inyectar nuevos fondos, en algo que no tenemos la esperanza de que pueda resultar una promesa de crecimiento y vuelta a la normalidad, sin que se realicen los cambios señalados por el FMI». Los cambios son: incluir políticas fiscales y monetarias sostenibles, un régimen de cambio que funcione, nuevas ley de bancarrota y de subversión económica, junto a restricciones importantes en los presupuestos de las provincias (60%), junto al levantamiento de las restricciones bancarias existentes actualmente (en parte las restricciones que mantenía el corralito ya se han realizado). De producirse este acuerdo, inmediatamente se abriría la puerta a otras instituciones como el Banco Mundial así como a diversas organizaciones internacionales.
Seguramente la lección undécima es la más difícil: las «soluciones». Éstas son sin dudas complejas, pero posibles. Una de las que más fuerza está tomando para la solución a la crisis es hartamente conocida. Me refiero a la clásica, es decir, como consecuencia directa de la devaluación del peso, las exportaciones argentinas ganarán competitividad, la cual permitirá impulsar esta parte más dinámica de la economía que a su vez trasladará esta capacidad productiva a los demás sectores. Con el saldo comercial favorable positivo, podría levantarse la suspensión de pagos de la deuda externa, se recupere la confianza de los mercados y con ello, comience realmente a funcionar el aparato productivo, que es lo realmente importante y que tan descuidado ha estado en los sucesivos planes del gobierno.
Pero es trascendental que no gane otra vez la partida la «inflación». Comienzan a darse señales de serias posibilidades de que surja un proceso hiperinflacionario. La depreciación del peso, como consecuencia de la fuerte y sostenida demanda de dólares, ha alcanzado por el momento el 70%, que es uno de los mayores desplomes históricos. Esta devaluación puede ser aún mayor, pues un aumento del déficit provocaría aumentar la emisión de dinero, teniendo en cuenta que hasta la fecha ya se ha emitido el 75% de lo programado para este año. Pero además, la salida de depósitos bancarios se está acelerando, alcanzando los 3.000 mil millones de pesos por mes, dada la flexibilización del «corralito». Esto directamente incide sobre la devaluación del peso, pues lo ahorradores demandan dólares presionando el tipo de cambio al alza. A su vez, a los bancos, dadas las faltas de garantías y pérdida de confianza se les dificulta captar este exceso de liquidez, pues las expectativas inflacionarias, nuevamente, hacen que la demanda de pesos baje y baje, para que suba y suba la demanda de dólares. Este proceso que va dibujándose en nada favorece para lograr la pronta ayuda del FMI, que representa, sin duda, la solución más efectiva a corto plazo y que permitiría frenar la emisión monetaria, pudiéndose entonces neutralizar este proceso inflacionario, rompiendo así de manera definitva el nudo gordiano o círculo trágico que atenaza la economía de este país.
Otra de las posibles soluciones, ante la falta de logros, es nuevamente regresar al camino de la dolarización de la economía como único camino posible, para evitar la hiperinflación. Verdaderamente sería una solución bastante disparatada.
Sean las soluciones que sean, éstas han de ser rápidas, pues toda situación tiene un límite y aunque este no se encuentra de antemano fijado, sí es cierto que el hecho «imprevisible» no está de ninguna manera escrito en ninguna parte y éste puede surgir en cualquier momento. La situación es ciertamente lo más parecida a una bomba de efectos impredecibles dadas las acusadas carencias sociales que se encuentra soportando un país, que ha sido el más europeo de la región por sus valores culturales, bienestar económico y riqueza naturales.
Seguramente quedarán más lecciones; para las instituciones multilaterales, los inversores extranjeros, la comunidad financiera internacional, la dirigencia y los ciudadanos en general. «Argentina, necesita urgentemente un gran acuerdo, pacto, consenso o unidad de acción» para el dictamen de salvación, pues es patente que se desea, cual ave de Fénix, que a partir de las cenizas, de haber tocado un insospechado fondo, se pueda rehacer el país. Todos desean contar con una economía más ordenada y equitativa, incentivar el consumo, las inversiones nacionales y extranjeras, contar con empresas competitivas, evitar las repetidas crisis sistémicas del sistema financiero y definitivamente, buscar la fiabilidad y control de las cuentas nacionales, en una palabra; una economía sólida, solvente, dinámica, eficiente y equitativa.
Finalmente, una lección singular, la renovación político-institucional. Si no se cuenta con una «nueva clase política», no será posible la construcción de lo expuesto anteriormente, pues lo nuevo no puede nacer de lo mismo. Para los empresarios, para la dirigencia, queda el gran desafío de «crear riqueza» desde sus capacidades emprendedoras, de innovación y recta gestión. En cuanto a los trabajadores, queda algo bastante «trascendente»: la responsabilidad de encarar los sacrificios que hay que asumir en beneficio de las siguientes generaciones, sus hijos. Y en general, dirigentes y dirigidos, deben comenzar dando pequeños pasos, para lograr los «grandes cambios que muy conscientemente» es el deseo común de los argentinos. Pero eso sí, tiene que arraigarse el concepto de trabajo como arma fundamental para reestablecer el crecimiento económico, y reestablecer ante todo su «propia» confianza en sí mismos, pues deben ser conscientes de que ellos mismos son los únicos «responsables de su suerte».
Y es que en este mundo global, todos somos parte del todo, y cuanto más fuerte sea nuestro país, por nosotros mismos, desde nuestro propio trabajo, más fuerte seremos en el todo. Compartimos la propuesta que realiza Julio Moyano, editor del libro: «La Economía Argentina. Sus Hacedores, Empresas E Instituciones»; «... una frase que podemos hacer nuestra los argentinos y los extranjeros que creemos en la construcción de un país mejor, pertenece al gran argentino que fue Juan Bautista Alberdi: La edad de oro de la Argentina no está en el pasado sino en el futuro».
85 Este capítulo ha sido redactado conjuntamente con Daniel Sotelsek, Profesor de Fundamentos de Análisis Económico. Universidad de Alcalá.
volver86 Nuevamente expresamos que el Consenso de Washington es considerado como el resultado de una profunda evolución de las ideas, que reflejó la vigencia progresivamente generalizada de una filosofía basada en los principios fundamentales de «democracia y libertad», dando predominio a los derechos individuales frente a los colectivos. Adviértase que las políticas de reforma propuestas fueron aplicadas en ocasiones minuciosamente, en otras parcialmente en toda Latinoamérica y voluntariamente en países en desarrollo. Sin embargo, iniciado el nuevo siglo veintiuno, los resultados obtenidos globalmente en América Latina han sido más bien desalentadores. Para más detalle véase: Casilda, R., El Consenso de Washington. Madrid, Revista Política Exterior, nº 86, Madrid, 2002.
volver87 Este apartado se escribe a mediados del mes de abril de 2002.
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