LA FAMILIA COMO UNIDAD ECONÓMICA UNA MIRADA DESDE LA PERSPECTIVA NEOCLÁSICA

 

La economía neoclásica dirige su atención hacia el individuo que toma decisiones bajo condiciones de escasez; esto quiere decir que no existen los suficientes recursos para satisfacer las necesidades de cada quien y ante estas circunstancias se requiere hacer elecciones acerca del uso de tales recursos, con miras a maximizar la satisfacción.

 

En una economía de mercado es al individuo a quien, en últimas, le corresponde comprar bienes y servicios que incorpora como medios para producir satisfacción, los cuales adquiere mediante el ingreso que obtiene por su oferta de mano de obra en el mercado laboral. Este individuo, que es miembro de una familia y ésta, como unidad económica, queda sujeta a las interdependencias de las decisiones personales, lo que implica que tanto el consumo como el ingreso sean inherentes al individuo y la familia.

 

Como unidad económica, la familia toma decisiones racionales; busca obtener el máximo bienestar[1] al menor costo posible como resultado de la mejor combinación de recursos; este ejercicio se refleja en la maximización de la utilidad o satisfacción del grupo. Es decir, la familia “economiza... efectúa deseos racionales al escoger entre alternativas de acción... La palabra racional significa la elección de cualquier ruta de acción que maximice el bienestar...”. (NANDA, 1980: 152)

 

El esfuerzo por alcanzar el máximo bienestar posible requiere una selección de la más apropiada combinación de bienes y servicios como fuentes de utilidad. En una economía de mercado estas fuentes son provistas por la familia mediante la asignación de tiempo para la transformación de mercancías compradas con el ingreso obtenido en el mercado laboral. En la práctica lo que se adquiere en el mercado son medios a los cuales se les debe aplicar tiempo adicional para dejarlos dispuestos para el inmediato consumo o para su uso. Los alimentos requieren ser cocinados e incluso servidos; la casa y su mobiliario necesitan aseo y mantenimiento y a los niños y niñas hay que atenderlos.

 

De lo anterior podría deducirse que en las familias existe una tecnología para el consumo que incorpora actividades e insumos; estos últimos son tiempo de los miembros y mercancías que se compran en el mercado. La tecnología define actividades intensivas en capital o en trabajo y esto orienta decisiones de compra en el mercado, y configura así patrones de consumo doméstico, los cuales están estrechamente vinculados con los patrones de distribución del tiempo: tiempo destinado en el trabajo remunerado y tiempo en el trabajo de hogar no remunerado; por ejemplo, la demanda de harina y azúcar para hornear pasteles en el hogar está condicionada a la demanda de pasteles y tortas ya horneados. (ASLAKSEN et. al. 1996)

 

En el enfoque neoclásico la familia se concibe como unidad, y ello supone unificación de recursos. En cuanto al recurso tiempo, en la oferta de trabajo para el mercado laboral, cada miembro tiene en cuenta las circunstancias de los otros, y de acuerdo con la productividad de cada miembro se decide cuántas horas ofrecer en el mercado laboral y cuántas destinar a las actividades no remuneradas del hogar. También se asume un ingreso unificado; un aumento real de éste puede tener efectos diferentes para cada miembro. Según WAINERMAN (1981), existe evidencia empírica que demuestra que si la capacidad de ingreso de las mujeres no varía, un incremento en el ingreso familiar tiende a reducir su participación en la fuerza de trabajo[2]; en cambio, si el ingreso del resto de los miembros de la familia permanece constante, un aumento del salario de la mujer, se traduce en mayor oferta de tiempo al mercado laboral.

 

El supuesto anterior hace alusión a la unidad de recursos y a éste se le agrega otro referido a la existencia de una singular función de bienestar para la familia. Desde la propuesta teórica de BECKER (1987) es el caring o las interdependencias de utilidades individuales, lo que permite establecer el bienestar común; el comportamiento maximizador queda en manos del jefe familiar altruista, “quien con suficiente bondad induce altruismo en los otros miembros” (BEUTLER, et. al. 1989: 813). En la base de este altruismo, adquieren forma ciertos principios que sustentan las relaciones entre los miembros; por ejemplo, para algunas personas dar es más importante que recibir; en los comportamientos individuales y en las decisiones de consumo la persona no es totalmente autónoma, por el contrario, con su actuar contribuye a modificar el nivel de satisfacción de los demás; la actividad económica personal no se reduce a la compra de bienes para producir satisfacciones individuales, “sino que integra la asignación de recursos personales que son utilizados por el individuo para actuar sobre los otros con el fin de que éstos produzcan un determinado nivel de bienes o valores sociales...”. (LEPAGE, 1979: 312)

 

PALMER ilustra y sintetiza los supuestos teóricos anotados anteriormente, cuando aduce que la familia como unidad económica, responde a un modelo que requiere de una persona custodia de los recursos y necesidades del grupo; el esposo trabaja tanto como su esposa y viceversa; los ingresos completos de cada miembro, se convierten en presupuesto del colectivo; en fin, “...esfuerzos y dividendos se distribuyen democráticamente y (...) existe alguna unidad de contabilidad armoniosa bajo un altruista jefe de familia...”. (1998: 47)[3]

 

Como unidad económica, la familia en su calidad de consumidora deriva satisfacción de la adquisición de bienes y servicios y usa sus recursos limitados para acceder a ellos; de ahí que llegue al mercado con dos interrogantes básicos: ¿cuánto puedo consumir? y ¿qué prefiero consumir? Al enfrentar la primera cuestión, se entera de la imposibilidad de acceder a todos los recursos que necesita y desea, pues hay una restricción monetaria que a su vez está vinculada con una restricción temporal, como en una economía de mercado, “la renta monetaria no está dada pues depende de la asignación de tiempo entre hogar y mercado” (NERLOVE, 1974). Esto significa que a mayor cantidad de tiempo que dedique a trabajar por un ingreso, mayor es éste, pero a la vez menor es el tiempo disponible para las tareas de la casa.

 

El segundo interrogante -¿qué se prefiere consumir?- alude a los gustos y preferencias. Las familias como consumidoras y, según sus necesidades, deben administrar una cesta de bienes y servicios; la selección es obligatoria al tener un ingreso limitado; se supone que realizan un ordenamiento –jerarquización- del consumo y, en tales circunstancias, deciden adquirir más o menos de una mercancía, de acuerdo con su renta y con los precios.

 

Además de la restricción monetaria, las familias enfrentan limitaciones técnicas en su propósito de maximizar su bienestar. Los procesos, en el contexto de la transformación de insumos en la familia, obedecen a las leyes de la biología, la química y la física (BRYANT, 1990). A manera de ilustración: la preparación de alimentos requiere ciertos manejos para conservar sus propiedades nutricionales, incluso su sabor, color y textura; si estos procedimientos no se conocen se incide sobre el resultado final; así mismo, los aparatos que abrevian tiempo conllevan una serie de condiciones de manejo que en muchas ocasiones se ignoran y por ello no se optimiza su uso.

 

También se dan restricciones legales y socioculturales. En cuanto a las primeras, surgen de leyes y regulaciones del contexto en el cual actúa la familia; incluso, su acatamiento puede elevar el precio de ciertos servicios y productos. Es el caso del cumplimiento de normas anticontaminación o el ceñimiento a un horario en sitios públicos. En cuanto a las segundas, ciertas normas sociales y culturales afectan el nivel de satisfacción; por lo demás, la noción de bienestar esta influenciada por la cultura. (BRYANT, 1990)

 

En los nuevos análisis de la función consuntiva de la familia, adquiere importancia el recurso tiempo, que lleva a plantear el supuesto de las preferencias estables. Este establece que las compras y los modos de consumo se modifican con el transcurrir del tiempo más no las preferencias. Es el caso de muchos bienes que hoy en día se compran elaborados y antaño se hacían en casa; -pan, enlatados, conservas...- no significa que hayan surgido necesidades específicas por cada una de las mercancías en mención; lo que se da es una demanda de nutrición que ante el encarecimiento del valor del tiempo da lugar a formas alternativas de proveerse de dicha nutrición. Lo mismo podría argumentarse respecto al carro; no es una necesidad específica pero si lo es el “desplazamiento”, y en vista de que el tiempo es costoso, en la medida en que las condiciones lo permitan, más individuos -familias- buscarán la forma de desplazarse lo más rápidamente posible. En síntesis, el supuesto de las preferencias estables dice que “lo que varía no es la estructura de las necesidades del consumidor, sino los medios para satisfacerlas”. (LEPAGE, 1979: 293)

 

En su actuar en el mercado, se considera a la familia como unidad de consumo. Las actividades domésticas se desarrollan dentro de una unidad de decisión económica llamada consumo. Unidad en tanto que quien decide en ella, es una abstracción de singularidad y recae en todos los miembros; la utilidad derivada del consumo es colectiva. De otro lado, el concepto de unidad de consumo exige no diferenciar por ejemplo, entre “ hacer aseo” y disfrutar de la casa limpia; entre “preparar alimentos” y “degustarlos, comerlos y digerirlos”; el acto de consumo encierra los dos, no los separa o, en otras palabras, no aísla el “acto para consumo” -que empíricamente se ve como trabajo doméstico- del “acto de consumo propiamente dicho”.

 

Así entonces, el trabajo doméstico es un “acto para el consumo” inseparable de la acción de consumir. “La teoría moderna del consumo encarna una noción hedonista del consumo; asear la casa es un símil del aseo personal; preparar un café es tan satisfactorio como beberlo... disfrutar del hacer y del consumir no excluye a ningún miembro de la familia; el hacer -acto para el consumo- más el consumir lo hecho, en la función de producción de utilidad es sencillamente consumo del que todos participan, en tanto familia se considera unidad de decisión de consumo”. (VILLEGAS, 1999: 42)

 

Se deduce, de los párrafos más inmediatos, que la familia en la teoría neoclásica es, en esencia, unidad de consumo, acción de la cual deriva utilidad o satisfacción directa; de otra parte, la producción se ubica en el sector extradoméstico y le corresponde a las empresas; el trabajo que las personas realizan allí es fuente de utilidad indirecta en tanto procura el ingreso para la compra de ciertos insumos provenientes del mercado. En la base de las relaciones empresas-familias se encuentran dos mercados: uno, el de bienes y servicios donde las primeras actúan como oferentes y las segundas realizan la demanda o son potencialmente compradoras de mercancías para satisfacer sus necesidades; el otro, es el mercado de factores de producción; en éste se invierten los papeles; las familias en calidad de agentes productores directos a través de sus miembros asalariados[4] pactan contratos de compra-venta de trabajo con los propietarios -que pueden ser representados por los empresarios y gerentes- y en tal circunstancia las que ofrecen son las familias y las que demandan son las empresas. (PULECIO, 1995)

 

La anterior es una breve descripción de la relación entre la familia y la empresa en una economía de mercado; este último “teóricamente se entiende como el espacio de competencia entre diferentes productores, o entre consumidores, y finalmente entre productores (el lado de la oferta) y consumidores (el lado de la demanda)” (Pulecio, 1995: 19). Para otros autores es un mecanismo de coordinación que reúne las decisiones de los hogares y las empresas; los primeros como consumidores y las segundas como productoras; “there are two primary decisión makers in a market economy: households (consumers) and firms (businesses)”. (McCONNELL, 1993: 40)

 

En la nueva teoría del consumidor la compra de un bien o servicio no constituye un acto económico final. “El acto de consumo no es más que un acto económico intermedio utilizado (...) para producir una satisfacción final” (LEPAGE, 1979: 289). En esta perspectiva la familia no es sólo una unidad que consume sino que es un agente económico que produce.[5] Se constituye en un ente activo que efectúa gastos de consumo basados en expectativas presentes y futuras que le determinan un comportamiento previsor; por tanto el consumo tiene un sentido: Producir satisfacciones para el consumo propio y para ello utiliza inputs que bien pueden ser tanto las compras en el mercado como el propio tiempo.

 

En las economías domésticas se toman decisiones acerca de la asignación de recursos, se comparan precios, se establecen costes, se consideran productividades y se realizan inversiones con miras a ahorrar tiempo. Sus productos están “destinados a incrementar el volumen y el valor del capital productivo de la sociedad - su potencial laboral, su producción de niños, su contribución a la educación, (...)” (LEPAGE, 1979: 295). Su actividad de producción depende de la obtención de diversos bienes o “atributos” como los denomina NERLOVE (1974), que no siempre pueden comprarse en el mercado pero que internamente se producen y consumen; ejemplo, alimentos, aseo, descanso, olores, sabores, etc. Que, como se dijo, se logran y consumen mediante la utilización de bienes comprados en el mercado, el propio tiempo y además, diversos factores ambientales de producción, variable ambiente que comprende las capacitaciones domésticas, el capital humano y las condiciones del entorno.

 

En resumen, el acto de consumo que realizan las familias no es un acto final. Teóricamente no debería pertenecer a la demanda final, sino a una demanda intermedia a través de la cual los insumos se incorporan al consumo y el producto es la utilidad, bienestar o satisfacción que bien puede resumirse en capacidad mejorada de trabajo. El consumo tiene un sentido; la familia no es consumidora pasiva; calcula y toma decisiones ínter-temporales; el resultado es el tránsito de “la familia como unidad de consumo” a “la familia como unidad de decisión de consumo”.


 

[1] A lo largo de este trabajo se utilizarán como sinónimos utilidad, satisfacción y bienestar. “Satisfaction and utility are two terms economist commonly used to describe the overarching goal of households. Well-being is a term more commonly used by sociologists and home economists but it refers to the same goal” (Bryant, 1, 1990).

[2] En una lectura alternativa, esto estaría explicando porque ante la disminución del ingreso real -pérdida adquisitiva del dinero- se incrementa la oferta de mano de obra femenina representada principalmente por amas de casa que ante la situación deciden buscar un empleo remunerado.

[3] Es necesario advertir que el sentido de las palabras de la autora citada es de crítica al modelo de familia implícito en la teoría neoclásica. Concretamente afirma que estos supuestos se han rechazado porque se alejan de la realidad. Según el modelo “lo que es bueno o malo para el esposo, es bueno o malo para la esposa. Nada de esto se dice explícitamente, pero es sin duda, el supuesto implícito de cómo funciona la gran estrategia”. Luego agrega: “Este punto de vista está hoy ampliamente desacreditado, llevando a nuevos modelos teóricos(...)” .

[4] PULECIO (1995: 18) distingue entre productores directos y no productores directos. “los hombres participan en el proceso productivo en calidad de productores directos (asalariados), o de no-productores directos (burgueses), éstos últimos, dueños de los medios de producción y organizadores del proceso productivo”.

[5] Los planteamientos de BECKER en “La Teoría de la distribución del tiempo”  permitieron que la producción doméstica fuera formalmente integrada por primera vez en la teoría neoclásica y esto es considerado por Jefferson y King (2001) como uno de los principales aportes que Becker ha hecho en el tema Economía y Familia.