Francisco Muñoz de Escalona
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Turismo o producto turístico son expresiones que utilizan a menudo los expertos, científicos o no, y quienes se mueven en el mundo de los viajes. También los funcionarios y los políticos relacionados con esta materia emplean ambas expresiones con frecuencia. Sindicalistas, miembros de ONGs y asistentes a seminarios, encuentros, jornadas de estudio, mesas redondas y todo tipo de congresos y eventos han hecho suya estas expresiones y las emplean con envidiable familiaridad. Si aquí las utilizo no es solo en atención a su uso generalizado sino que son útiles para designar la materia sobre la que versa mi investigación, necesitada de la precisión de la que carece.
El significado que en esta obra propongo dar a ambas expresiones puede dividir a los lectores en dos grupos disímiles. Los que esperarían un significado convencional de los dos términos, el grupo más nutrido, y los que estarían dispuestos a aceptar, aunque fuera provisionalmente, los significados que propongo darles, el grupo de menor tamaño, si es que cuenta con algún participante.
De hecho, esta es una obra que responde en su concepción, contenido y desarrollo la presencia de dos factores. En un lado se encuentra la literatura acumulada sobre la materia durante más de un siglo (parte segunda). En otro, el empeño del autor en abrir el estudio del turismo al análisis microeconómico sin los falsos pudores que, por hipócritas supervivencias de la antigüedad, aun perduran en la actualidad contra el afán de lucro.
He elegido un título genérico para las dos partes de que consta la obra que a muchos ha de parecer sorpresivo y, a otros, malsonante. Como indica su etimología, autopsia vale por visión personal de algo. También el ensayista y traductor norteamericano Eliot Weinberger ha titulado uno de sus últimos libros con la singular expresión Rastros kármicos. Cuando se le pregunta por qué kármicos, Weinberger responde que eso es culpa de la new age, que secuestró la palabra karma, que en la Edad Media significaba rastro de una vida anterior. Me parecía, continúa, que debía rescatarla porque una de las funciones de la literatura es precísamente lo que Confucio llamó la rectificación de los nombres. En la antigua China, el poeta y consejero del emperador ,garantizaba que, en un Gobierno justo, las palabras significaran su sentido. Cosa que ahora no pasa en absoluto, termina diciendo Weimberger.