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Este texto forma parte del
libro
Historia del Pensamiento Económico Heterodoxo
del profesor Diego Guerrero
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Capítulo 9. Postkeynesianos, neo-evolucionistas y analíticos.
9.1. Postkeynesianos, teóricos del circuito y endogenistas.
Aunque en un principio se usó el término "postkeynesiano" para referirse a los autores posteriores a Keynes que se inspiraban en su obra, en la década de los 70 se generalizó un uso distinto para denotar lo que se comenzaba a presentar como un nuevo paradigma económico. Así, en un famoso artículo de 1975, Eichner y Kregel hablaban de "un nuevo paradigma en Economía", que ellos llamaron "postkeynesiano", pero que aceptaban llamar también "neorricardiano", cuyas figuras principales serían Kalecki y Sraffa, además de Keynes y Von Neumann (p. 1293). En el prólogo a su Guía de la economía postkeynesiana (1979), Eichner precisa, sin embargo, que las principales ideas de este paradigma "tienen ya más de veinte años" (p. vii); y, más recientemente, otro postkeynesiano importante, Malcolm Sawyer, ha insistido en que "muchas de las ideas claves usadas por los macroeconomistas poskeynesianos pueden rastrearse hasta los años 30 (especialmente, en la obra de Kalecki y Keynes)" (1991, p. 184). Por su parte, G. Harcourt precisa más y señala varios caminos que, partiendo de los clásicos, desembocan en una pluralidad de enfoques postkeynesianos contemporáneos: "El primer camino conduce a Marshall, que influyó directamente sobre Keynes y sobre los postkeynesianos que parten del Treatise y de la Teoría General, Sidney Weintraub, Paul Davidson [los cofundadores del Journal of Post-Keynesian Economics] y (en menor medida) Kregel y Minsky. La segunda ruta nos lleva a Marx. Comprende el enfoque revivido por Sraffa, al que recientemente se le ha añadido la contribución de Keynes sobre la demanda efectiva, principalmente en los trabajos de Gareganani, Bharadwaj, Eatwell, Milgate y Pasinetti. Dobb y, más tarde, Meek, que desempeñaron un papel excepcionalmente importante en el mantenimiento a flote de la economía marxista en el Reino Unido desde 1920 hasta los años 50, fueron igualmente importantes en la tarea de relacionar las contribuciones de Sraffa con la economía política clásica y marxiana en los 60 y los 70. El tercer camino pasa también por Marx y llega, pasando por la adaptación de Kalecki de los esquemas de la reproducción de Marx para abordar el problema de la realización, hasta Joan Robinson y sus seguidores (...) Además de estos grupos principales, están algunas figuras individuales sobresalientes, siendo Kaldor la más notable de ellas" (Harcourt 1987, p. 924).
A pesar de que por el énfasis relativo que pone Harcourt en esta descripción, podríamos bromear diciendo que hay en el postkeynesianismo dos tercios de Marx y un tercio de Marshall, quizás lo más exacto que puede afirmarse de este paradigma, después de analizar los precedentes reivindicados por sus defensores, es que, en el término "post-keynesiano", lo "keynesiano" remite, evidentemente, a Keynes, y lo "post" significa que se incorpora a lo anterior algún elemento de la teoría de Kalecki. Aunque popularmente Kalecki aparece como una especie de Keynes polaco con cierta educación en economía marxista -probablemente menos porque se le considere discípulo de Rosa Luxemburgo que por el hecho de haber vuelto a trabajar a Polonia tras la segunda guerra mundial-, lo cierto es que el elemento distintivo del sistema kaleckiano, y lo que lo diferencia principalmente de Keynes, es su énfasis en el monopolio y su influencia sobre la economía capitalista[1]. En este sentido, los auténticos postkeynesianos kaleckianos irían desde Steindl hasta Keith Cowling y M. C. Sawyer[2].
Junto a Kalecki, otra economista considerada casi siempre parte de la corriente postkeynesiana es Joan Robinson, que, desde que escribió su librito sobre economía marxista, en 1942, en el que declaraba no saber previamente nada sobre el tema, sugirió que la única vía que le quedaba a la economía para progresar consistía en "usar métodos académicos para resolver los problemas planteados por Marx" (Robinson 1942, p. 95)[3], entendiendo por "académicos", como dicen Howard y King, "keynesianos"[4] (1992, p. 19). En su etapa neoclásica, Robinson había escrito sobre la "competencia imperfecta" y el monopolio (1933), y esto la predispuso favorablemente hacia la recepción del pensamiento de Kalecki, del que pensaba que había mostrado cómo "el método de Marx proporciona la base para el análisis de la demanda efectiva" (Robinson 1941, p. 240). Robinson fue tan crítica, o más, de la teoría laboral del valor como lo había sido Kalecki. Sin embargo, aunque pensaba que la teoría del valor trabajo es "una afirmación enteramente dogmática" (1942, p. 32), "únicamente una cuestión de definición" (p. 34), también creía que era "un ejemplo notable de cómo una noción metafísica puede inspirar un pensamiento original, pese a estar totalmente vacía ella misma de significado operante" (p. 6). Además, estaba convencida, como Samuelson o Steedman, de que "cualquiera de las afirmaciones importantes que [Marx] expresa en términos del concepto de valor pueden ser mejor expresadas sin él" (p. 41). Robinson confiesa que al leer El Capital se encontró "con muchas cosas que ni sus discípulos ni sus adversarios me habían hecho prever" (p. 1); sin embargo, a pesar de ser novata, en poco tiempo estuvo en condiciones de traducir "el lenguaje peculiar" y "el complicado método de argumentación" de Marx "en un lenguaje intelegible para el economista académico" (p. 18), y ello a pesar de que Sraffa le "hacía bromas diciendo que yo trataba a Marx como a un pequeño precursor conocido de Kalecki" (p. 1)[5]. Treinta y cinco años después, Robinson seguía insistiendo en que la teoría del valor trabajo no es más que un "particular lenguaje" y un "ritual distintivo" o rito iniciático para los marxistas, ya que para éstos "es necesario 'creer en' el valor trabajo" (Robinson 1977, p. 91). Sin embargo, ahora añade, en una línea que recuerda al Sraffa de la teoría "triguera" de Ricardo, que no sólo sobra la teoría del valor sino también la teoría de los precios: "Siempre he pensado que los marxistas cometían un error al dejarse arrastrar al terreno de la teoría de los precios (...) Lo que los marxistas tenían que haber afirmado es lo siguiente: prescindamos de los precios (...) Si dispusiéramos de información completa, sería posible presentar un flujo de producción industrial como una tabla input-output de bienes físicos" (p. 93). Sin embargo, se contradice a continuación al afirmar que "lo operativo es el cálculo en términos monetarios, puesto que las decisiones de los empresarios que controlan la inversión y la distribución de la renta se ven influenciadas por los beneficios, no por los valores" (ibidem).
Recientemente, se le está dando a la economía postkeynesiana un alcance cada vez más amplio, que tiende a identificar la corriente con las elaboraciones críticas, en general, del paradigma neoclásico. Para esta amalgama, Sawyer propone el término de "economía política radical", que incluiría, junto a los postkeynesianos stricto sensu, a los marxistas, los institucionalistas, los neorricardianos y los postkeynesianos (Sawyer 1989). Otros prefieren hablar de "programa de investigación postclásico" (Henry 1982, Eichner 1986), y lo extienden todavía más hasta abarcar a "marxistas, radicales, institucionalistas, estructuralistas, evolucionistas, socioeconomistas, las escuelas francesas del circuito y de la regulación, neorricardianos y postkeynesianos (con o sin guión)" (Lavoie 1992, p. 5). Lo que Lavoie y otros postkeynesianos, o postclásicos, propugnan es la necesidad de ofrecer una alternativa completa a la economía neoclásica, viciada en su origen por su conexión con los "poderes económicos dominantes". La descripción que hace Lavoie del origen de la economía neoclásica merece la pena citarse in extenso:
"Los lazos entre la economía neoclásica y los poderes económicos dominantes en cada nación ayudan a explicar cómo vino a superar el programa de investigación neoclásico, en el siglo pasado, a la escuela clásica (...) la economía neoclásica se preocupa únicamente por el individuo, mientras que el programa postclásico, siguiendo a los clásicos, se preocupa por las clases socioeconómicas. En medio de las diferentes olas revolucionarias que golpearon a Europa en la segunda mitad del siglo XIX, la aparición simultánea de los trabajos marginalistas, rompiendo con varios de los conceptos y preocupaciones clásicos, proporcionó un soplo de aire fresco al establishment político y económico. Además, el marginalismo, como se lo llamaba entonces, ofrecía una alternativa a los desarrollos hechos por Marx a partir de la escuela clásica (De Vroey 1975, Pasinetti 1981, pp. 11-14). Puesto que las premisas de Marx eran similares a las de los clásicos en muchos puntos, era difícil rechazar al mismo tiempo el análisis y las conclusiones de aquél. La respuesta de la burguesía europea consistió en desembarazarse de la teoría clásica del valor y de la explicación clásica del origen del beneficio, embarcándose por la ruta del marginalismo. Los economistas saltaron también a este tren, de modo que en 1900 el marginalismo se había apoderado (swept over) de la economía. Hubo en aquellos tiempos una convergencia, que dura probablemente hasta hoy, entre los presupuestos y la agenda de la economía neoclásica y los intereses del establishment político e industrial. Aunque habían existido varias versiones del marginalismo antes de la década de 1870, la más famosa la de Cournot, los economistas no parecieron ver en ellas ningún indicio de superioridad. Pero con el advenimiento de Marx se hizo imperativo para el establishment, hacía tiempo molesto con algunas de las conclusiones extraídas de la economía clásica, encontrar una alternativa más apologética y que ofreciera una menor conciencia de clase" (ibid., pp. 17-8).[6]
Una rama especial, dentro de la corriente postkeynesiana, la constituyen los autores que se han ocupado fundamentalmente de problemas monetarios con el enfoque analizado en este epígrafe. Estos autores se conocen bien como "teóricos del circuito" -que son fundamentalmente franceses[7]-, bien como partidarios del "enfoque endógeno del dinero"[8]. La "teoría del circuito surgió en Francia a mediados de los 70 y, como han señalado dos seguidores españoles de esta corriente, cuenta con los antecedentes lejanos de Quesnay, Marx, Schumpeter y Wicksell, y con los más recientes de Kalecki, Keynes -"verdadero fundamento de la 'teoría del circuito' por su nueva concepción de la economía como economía monetaria de producción"- y Hicks, con su "economía del endeudamiento" expresada en Hicks (1974) (véase Martínez y Valverde 1996, p. 39). En realidad, estos autores también puede definirse como "ultrakeynesianos", ya que "su objetivo principal no es otro que elevar hasta sus últimas consecuencias el pensamiento de Keynes, despojándolo de todos los elementos que le son extraños" (ibidem). Por consiguiente, su heterodoxia consiste realmente en que "a diferencia de los neoclásicos, que pretenden fundamentar la Macroeconomía en la Microeconomía, la posición de la 'teoría del circuito' es justamente la contraria; los comportamientos individuales son condicionados por las leyes de funcionamiento macroeconómico, hasta el punto de no poder escapar de ellas" (ibid., p. 40). Y son críticos con la economía marxista porque "si el dinero no es integrado explícitamente en los esquemas de reproducción, como sucede en Marx, el circuito de estos autores no puede ser una buena representación de la economía monetaria de producción", y es un hecho, según ellos, que a Marx su objetivo "de probar la necesidad lógica del derrumbe del capitalismo le impidió llevar hasta sus últimas consecuencias la integración", tal y como hizo más tarde Keynes (ibid., pp. 41 y 44).
Por último, digamos que la teoría del circuito sólo representa una sensibilidad especial dentro de los autores postkeynesianos que defienden un "enfoque endógeno" del dinero, es decir, que no creen en la tesis ortodoxa d que la oferta monetaria sea una variable exógena, sometido al control "político" de la autoridad monetaria (y, por tanto, vertical desde un punto de vista gráfico, como consecuencia de venir fijada por el banco central en una magnitud determinada, independiente del precio del dinero o tipo de interés). Los postkeynesianos son más bien partidarios de una interpretación "horizontalista" de la oferta monetaria, aunque el debate sigue abierto sobre la cuestión de "si los bancos centrales don ajustadores de precio (interés) o de cantidades" (ibid., p. 49). Como ha explicado Moore, el dinero crediticio "no es como las otras mercancías", sino "una mercancía muy especial", debido a que los bancos pueden crearlo con sólo extender nuevos créditos; esto explica que "la oferta de dinero crediticio responda endógenamente a los cambios en la demanda de crédito bancario", y, como resultado, "en cada momento, la función de oferta monetaria debe considerarse horizontal" y, por tanto, "la cantidad total de dinero está a la vez gobernada por el crédito y determinada por la demanda de dinero" (Moore 1988, pp. xii-xiii).
9.2. Neoinstitucionalismo y neo-evolucionismo.
El autor más representativo de esta corriente es G. Hodgson, que aboga por encontrar inspiración para este proyecto en la "teoría evolucionista" -representada por autores como Dosi, C. Freeman, Nelson y Winter, H. Simon o él mismo- y en los "teóricos de la economía no neoclásica como Kaldor, Kapp, Keynes, Marx, Myrdal y Veblen" (1992, pp. 760-1), aunque tomando como punto de partida a Amitai Etzioni (1988). Este autor -que ha escrito que "la evolución de las ideas científicas requiere, como la de la naturaleza, diversidad y pluralismo", razón por la cual pide que "dejemos que florezcan mil flores" (ibid., p. 761)- es un autor que procede también del marxismo y del neorricardismo, y ha evolucionado hacia lo que podría llamarse en él el "dogma" de la diversidad, el pluralismo, el relativismo y/o el eclecticismo científicos. Esto nos ofrece la ocasión para, tras repasar brevemente las principales ideas de esta corriente, hacer un nuevo excursus sobre la cuestión del eclecticismo en el panorama de la creación científica.
Según Hodgson, para revitalizar la economía moderna lo que hay que hacer es aplicar a la Economía "las ideas evolucionistas de la biología" (1993a, p. 11), pero teniendo en cuenta que no se trata de algo relacionado con los genes sino con la "cultura social". Por otra parte, la Economía "no debería constituirse como un cuerpo de supuestos o unidades inamovibles", y debería tener en cuenta que "la realidad económica está necesariamente mezclada con unas instituciones, una cultura y unas relaciones sociales más amplias, y las fronteras reales entre 'economía', 'sociedad' y 'política' son difusas" (ibid., p. 30). Además, desde un punto de vista filosófico, se trata de "cuestionar los mismísimos orígenes de la ciencia moderna" (Descartes, Galileo, Newton), tal como lo ha hecho "la tendencia 'posmodernista' del pensamiento contemporáneo" (Amariglio, Brown, Dow) (ibid., p. 31). Por otra parte, Hodgson reivindica al institucionalista inglés John A. Hobson, que escribió que "una unidad organizada, o un todo, no puede ser adecuadamente explicada mediante un análisis de las partes que la constituyen: su totalidad es algo nuevo[9], cuyos atributos no pueden ser aprehendidos a partir del estudio de sus partes constituyentes, aunque deriven de éstas" (p. 35). Por último, aclara toda la trayectoria intelectual que desemboca en su proyecto: "Desde Peirce hasta la actualidad, parece desarrollarse un fascinante círculo intelectual que incluye, entre otros, a los economistas keynesianos, a los filósofos realistas, al pragmatismo norteamericano y a los sistemas de pensamiento de Whitehead y Koestler. A partir de estas tendencias, podremos encontrar el camino para superar el cartesianismo y el materialismo mecanicista. Es más, podremos obtener una base para un fructífero desarrollo teórico de la Economía, base formada por elementos del institucionalismo, así como de las teorías de Keynes y de los postkeynesianos" (ibidem).
Sin embargo, Hodgson cree que "la invocación que hace de Schumpeter la nueva ola de teóricos evolucionistas d los años 80 y 90 es tanto confusa como errónea", pues si bien "existen semejanzas superficiales", lo que se aprecia a un nivel teórico más profundo es "una total divergencia", debido a que Schumpeter "descartaba la utilización de la analogía de la selección natural en Economía, y adoptaba un concepto radicalmente distinto de evolución en las ciencias sociales" (ibid., pp. 216-7). Por tanto, la etiqueta de schumpeteriano o neoschumpeteriano para este tipo de trabajos es totalmente inadecuada. Sin embargo, el nuevo evolucionismo está mucho más relacionado "con Veblen y el 'viejo' institucionalismo que con el propio Schumpeter" (ibidem), aunque Hodgson destaca también la importancia de Hayek (al que dedica dos estos capítulos de su libro).
El mensaje fundamental es que no se ha elaborado "una nueva teoría económica que reemplace a la corriente principal neoclásica", pero sí se ha hecho un intento de aprender de la historia, subrayando las "problemas cruciales del individualismo metodológico y del reduccionismo" neoclásicos. Lo que se pretende es desarrollar un planteamiento que, utilizando la analogía biológica, establezca "la legitimidad de los niveles superiores de análisis, incluyendo el nivel macroeconómico, sin ningún reduccionismo individualista" (p. 371). En este sentido, los neo-institucionalista se oponen al enfoque del marxismo analítico, que estudiaremos en el siguiente epígrafe, pero comparten con éste algunos planteamientos, como el rechazo a la teoría laboral del valor.
Pero lo más característico de esta corriente es su reivindicación del "pluralismo", que equivale a una demanda de interdisciplinariedad y de eclecticismo. Esto conecta con los planteamientos "relativistas" de muchos críticos contemporáneos, y así algunos historiadores de la Economía han escrito recientemente que el relativismo es "necesario" y que "el enfoque plural puede también hacer avanzar a la ciencia económica, ya que permite transferir conceptos de una escuela a otra" y "favorece el pluralismo necesario en la investigación" (Baslé y otros 1988, vol. I, pp. 3 y 6). Sin embargo, estos autores tienen buen cuidado de precisar que "un exceso[10] de eclecticismo puede ser perjudicial si destruye la coherencia de un sistema de hipótesis y amenaza la lógica de una teoría", aunque no se sepa muy bien si les parece excesivo el eclecticismo de J. Bouvier (1987) -al que citan-, que defiende, de cara al análisis de la inflación en Francia, la idea de que "es bueno ser sucesivamente monetarista, keynesiano, marxista, sociólogo, e intentar serlo todo a la vez (se trata, en ese caso, de historia 'global')" (p. 6). Me parece imprescindible señalar al respecto que no se debe confundir la pluralidad externa (en el campo global de los aspirantes a científicos) -cosa desde luego deseable, aunque muchas veces censurada en la práctica por la academia y por el mercado- con la pluralidad interna (en el interior de cada cerebro individual), que puede derivar fácilmente en simple confusión mental. Por esta razón, escribimos en el capítulo primero que el auténtico eclecticismo, por definición, siempre es excesivo, pues consiste en la yuxtaposición superficial de elementos que son en verdad incompatibles bajo la apariencia de una unidad ficticia o de un pluralismo controlado y enriquecedor[11].
En cuanto a la interdisciplinariedad que reclaman los neo-institucionalistas, es un tema siempre relevante pero que adquiere un significado especial en relación con la teoría económica de Marx, que tiende a subordinarse a su pensamiento sociológico, histórico o filosófico en muchas escuelas heterodoxas que se caracterizan por combinar ideas económicas no marxistas con ideas no económicas de Marx. El que en este ensayo se haya adoptado, al hablar de Marx, un punto de vista "económico" no significa creer en los compartimientos estancos de la ciencia o negar la necesaria interdisciplinariedad; lo que se pretende con ello es denunciar las interpretaciones filosóficas o políticas del pensamiento de Marx que tienden a identificar su aportación, en el mejor de los casos, como un soplo de aire fresco crítico, infundido desde fuera a la Economía, ya sea debido a su peculiar posición ideológica o política, o a una supuesta singularidad metodológica o epistemológica en sus planteamientos[12]. Sin embargo, lo anterior no debe interpretarse como una defensa de la tesis positivista según la cual la ciencia requiere la renuncia a la ideología[13] El punto de partida aquí es que no existe el "conflicto entre cientificidad y tendenciosidad" que creen observar algunos marxistas, como Bernstein (en carta a Bebel, citada en Colletti 1969, p. 49), ni "el divorcio entre ciencia y revolución, entre conocimiento y transformación del mundo" característico del marxismo de la II Internacional, pues en éste, como escribe Colletti, "los objetivismos deterministas no podían incluir el momento ideológico, el programa político revolucionario", mientras que, "por otra parte, excluida de la ciencia, la ideología se readmitía en el mundo de la 'libertad ética', junto al mundo de la 'necesidad natural', con lo que se reproducía el dualismo kantiano del Müssen y el Sollen, del 'es' y el 'debe ser'." (pp. 74-5). Para Colletti, la "copresencia de ciencia e ideología" en El Capital es precisamente su "más profunda originalidad y su elemento de más fuerza" (p. 76)[14].
9.3. El marxismo analítico.
Como se ha señalado recientemente, "aunque las escuelas de economía marxista que florecieron en décadas anteriores continuaron desarrollándose durante los 80, esta década ha estado dominada por la emergencia del marxismo analítico"[15]. El marxismo analítico, llamado también "marxismo neoclásico", o "marxismo de la elección racional", es una mezcla realmente curiosa. John Roemer, su gran sacerdote, lo define como una "combinación de metodología neoclásica y calendario de investigación marxista" (Roemer 1986, p. 150) cuyo precedente último se encuentra en O. Lange. Sin embargo, los "analíticos" tratan de forma muy diferente los dos componentes citados. Así, en relación con el primero, Roemer asegura que "no es útil criticar la economía neoclásica por su posible inconsistencia", sino que "la crítica debe dirigirse, más fundamentalmente, a la concepción de la historia que la economía neoclásica refuerza y configura en sus modelos" (ibidem). Y esto es así porque, como ha señalado otro compañero de escuela, "hay acuerdo general en que la economía moderna nació alrededor de 1870, con las aportaciones casi simultáneas de Jevons en Gran Bretaña, Walras en Suiza y Menger en Austria", razón por la cual la teoría económica de Marx sólo podía caer "en saco roto porque apareció en un momento inadecuado" (Elster 1986, p. 63). Roemer considera que "Marx murió hace más de 100 años", pero, curiosamente, ese argumento lo utiliza sólo contra la economía de Marx y no contra su doctrina del materialismo histórico (que él sí considera válida), y mucho menos contra la teoría utilitarista de Jevons, que, pese a morir éste antes que Marx, les sigue pareciendo válida a todos los marxistas analíticos[16]. En cuanto a Elster, añade que "en la actualidad, la economía marxista, con pocas excepciones, está intelectualmente muerta", como lo demuestra su comparación con la teoría marginalista en cualquier campo, como, por ejemplo, ante la pregunta: ")cuántos obreros tendría que contratar una empresa?". La respuesta de Elster es que la teoría marginalista es muy superior, ya que: 1) por una parte "los obreros afrontan la elección entre mayor ocio y mayor ingreso", 2) por otra parte "Marx sostenía que el precio está determinado por el coste, no por la demanda", y 3) varios argumentos neoclásicos adicionales (ibid., pp. 63-65).
No puede extrañar, pues, que, con esta asimetría manifiesta entre sus dos componentes, el equilibrio de la supuesta integración conceptual pretendida por el marxismo analítico no haya durado mucho tiempo (si es que duró alguno). Así lo reconoce Roemer al escribir que "muchos miembros de la escuela encontraban, a medida que avanzaba la década de los 80, que era cada vez más inexacto caracterizar su obra de marxista", ya que "aunque el marxismo continuaba inspirando las preguntas", las conclusiones "eran a menudo completamente distintas de las de Marx" (Roemer 1994b, vol. I, p. x). De modo que este contraste es la "impresión más duradera que uno recibe del libro de Elster" (se refiere a Elster 1985), que constituye "el punto más alto del marxismo analítico" (pp. x-xi). Pero a pesar de lo anterior, Roemer no tiene reparo en afirmar que "en algún momento, los puntos sólidos de las teorías y el método de Marx se habrán absorbido tan completamente en el canon de la ciencia social y de la historia que una nueva generación de estudiosos no recordarán de dónde proceden", y "será tan absurdo describir una obra particular como marxista, como lo sería calificar de smithiana a la moderna teoría económica" (p. xi). Roemer (1988) repite la idea al afirmar que "algunas ideas marxistas han tenido tanto éxito que ya no son consideradas marxistas; han sido absorbidas por la ciencia social o el análisis histórico" (p. 1). Por tanto, podemos concluir que, a pesar de que "la Economía contemporánea (...) es la Economía neoclásica", algunas ideas marxistas "han llegado a ser ocasionalmente tan poderosas que todo el mundo es marxista en cierta medida" (ibidem). Y según Przeworski (1985), hasta Douglass North -que extiende la noción armonicista neoclásica del intercambio desde el capitalismo al feudalismo (véase Blaug 1985, p. 183)- lo es, pues escribe: "el marxismo es para mí un análisis de las consecuencias de las formas de propiedad para los procesos históricos (...) Se me ha señalado que esta definición incluye la obra de Douglass C. North (...) No veo ninguna razón para que no sea así" (p. 99).
Como se ve, aunque existe en sus orígenes una conexión evidente entre esta escuela y el sraffismo[17], la evolución desde sus orígenes[18] es notable, como lo expresa el neorricardiano Porta[19]. Hoy por hoy, el contenido de la teoría de esta escuela puede resumirse, con Hunt, señalando que los tres principios básicos del marxismo analítico son: 1) "la aceptación del individualismo metodológico", 2) "la creencia de que todas las acciones e interacciones humanas pueden reducirse a un simple común denominador: los intercambios racionales, calculadores y maximizadores de utilidad", y 3) "una aceptación acrítica y ahistórica de ciertas características institucionales del capitalismo como el sistema natural, eterno y omnipresente en el que se lleva a cabo el intercambio racional" (Hunt 1992b, pp. 92-3). Elster dice que no debe confundirse el individualismo metodológico con el individualismo ético o político[20], que pueden defenderse o rechazarse por separado. El primero, según él, consiste en la "doctrina de que todos los fenómenos sociales (su estructura y su cambio) sólo son en principio explicables en términos de individuos (sus propiedades, sus objetivos y sus creencias)" y la "insistencia en el individualismo metodológico lleva a una búsqueda de microfundamentos para la teoría social marxista" (1982, p. 22). Por su parte, las premisas básicas de la teoría de la elección racional son: "1) que las restricciones estructurales no determinan por completo las acciones emprendidas por los individuos en una sociedad, y 2) que, dentro del conjunto factible de acciones compatibles con todas las restricciones, los individuos eligen las que creen que producirán los mejores resultados. Si se niega la primera premisa, nos queda una variedad de estructuralismo (...) Si se niega la segunda premisa, nos queda una variedad de la teoría de roles, según la cual los individuos se comportan como lo hacen porque han sido socializados para ello y no porque traten de alcanzar algún objetivo: causalidad contra intencionalidad (...) La teoría de juegos es una rama reciente y cada vez más importante de la teoría de la elección racional, que hace hincapié en la interdependencia de las decisiones" (pp. 39-40).
En cuanto al tercero de los principios básicos citados por Hunt, E. M. Wood (1989) resume así el "marxismo de la elección racional (MER)", como ella llama al marxismo analítico: "Si tuviéramos que enumerar simplemente las características principales del modelo MER, el resultado sería algo muy parecido a una caricatura del liberalismo angloamericano, tal como ha evolucionado desde el siglo XVII: individualismo metodológico; método 'analítico'; ahistoricismo (...); la clase concebida como estratificación de los ingresos; una preocupación por las relaciones de mercado distintas de las de producción; un modelo 'económico' de naturaleza humana [..., en definitiva], una "simbiosis típica de ideología liberal y empirismo británico, en la que un interés reduccionista centrado en la naturaleza humana se ha asociado a una tradición formalista de la filosofía analítica (...) Al mismo tiempo, hay otra tradición, opuesta a primera vista, con la que el MER guarda ciertas afinidades asombrosas: el socialismo utópico; una despreocupación del ideal ético del socialismo por las condiciones históricas de su realización; una teoría distributiva de la explotación (...)" (p. 64). Frente a ello, Marx había escrito cosas "asombrosamente profetizadoras del MER", tales como ésta: "Se olvida, por un lado, que el supuesto de valor de cambio como base objetiva de todo el sistema de producción implica ya en sí mismo coacción sobre el individuo, puesto que su producto inmediato no es producto para él, sino que se convierte en tal sólo en el proceso social, y puesto que debe adoptar esta forma general aunque externa; y que el individuo tiene una existencia sólo como productor de valor de cambio, por donde está ya implícita la negación de su existencia natural, y por tanto está enteramente determinado por la sociedad; que esto presupone, además, una división del trabajo, etc., en la que el individuo está ya situado en relaciones distintas de la de mero cambiador, etc. Que, por tanto, este supuesto no surge en modo alguno de la voluntad del individuo ni de la naturaleza inmediata del individuo, sino que es, más bien, histórico, y postula al individuo como determinado ya por la sociedad" (citado en pp. 64-65).
Por tanto, parece evidente que los orígenes de esta escuela hay que buscarlos, por una parte, "en la economía neoclásica convencional y su prolongación a las demás 'ciencias sociales', en la obra de autores como James Buchanan; Anthony Downs, Mancur Olson y Gary Becker. En otras palabras (...) en el renacimiento del pensamiento de derechas"; en segundo lugar, en una reacción contra "el estructuralismo althusseriano" y "sus ataques excesivos a las ideas de la acción humana en favor de explicaciones estructurales"; y, en tercer lugar, en "el modo analítico formalista de la filosofía política académica, a la vez liberal y conservadora, que se ha desarrollado sobre todo en Estados Unidos, de la que son ejemplos ilustrativos John Rawls y Robert Nozick en particular. Es posible que el MER pueda concebirse claramente como un intento de elaborar una teoría socialista normativa que contrarreste la filosofía conservadora de autores como Nozick" (p. 28). Estos autores "han estado casi exclusivamente absortos en sus interlocutores de la derecha académica" y "lo que parece haberles hecho concentrarse en cuestiones éticas es el aumento, desde la década de 1970, de una derecha cada vez más agresiva e intelectualmente segura" (p. 56). Sin embargo, ha habido "un desplazamiento visible de los esfuerzos originales del MER con objeto de situar el marxismo sobre una base analítica más sólida frente a los ataques de la derecha, a lo que Elster ha descrito como un 'consenso tácito' entre sus practicantes, desplazamiento que 'probablemente no deja intacto ni un solo dogma del marxismo clásico'" (p. 67).
Un conocido economista radical americano, H. Gintis, ha salido sin embargo en defensa del marxismo analítico. En respuesta a Hunt y Wood, Gintis habla del "inútil intento de infundir nueva vida a doctrinas difuntas", aclarando que "la teoría del valor trabajo, la teoría marxista de la explotación y de la alienación y la teoría marxista del Estado son parte de esta tradición muerta" (1992, p. 114). En esto está de acuerdo con los analíticos, aunque él cree que éstos han aceptado teorías de la doctrina neoclásica "demasiado acríticamente", cuando ésta "no tiene más probabilidades de sobrevivir a la actual 'revolución de los microfundamentos' de las que tiene el marxismo tradicional" (ibid.). Gintis cree que "hubo una época, no hace muchas décadas, cuando era razonable todavía mantener que las revoluciones de la clase obrera era un medio verosímil del cambio social progresista"; sin embargo, esta época "pertenece ya al pasado", y ahora los problemas que se le plantean "a los oprimidos para el presente y el futuro son el holocausto nuclear, la destrucción medioambiental, el racismo y el sexismo, la explotación del Tercer Mundo, la violación de los derechos humanos y la supresión de la autodeterminación nacional, entre otros"; los economistas radicales deben "demostrar al mundo la viabilidad de nuevos instrumentos igualitarios y democráticos para el control de la vida económica. Tengo una fe profunda en la posibilidad de una economía socialista que promueva la dignidad, la igualdad, la libertad y la contabilidad democrática", aunque no sepa qué forma tendrán las instituciones sociales en una sociedad así (pp. 114-5).
Tras afirmar que "la venerable oposición entre teoría económica neoclásica y marxiana está anticuada y sólo ofrece un interés puramente histórico", debido a que ambas "se están desintegrando frente a los problemas políticos y teóricos contemporáneos", que van "más allá del individualismo y el colectivismo metodológicos", no tiene empacho en expresar su acuerdo con Roemer en que "la teoría marxiana de la tasa descendente de beneficios contradice el supuesto de que los capitalistas maximizan sus beneficios", o en afirmar que "la premisa marxista de que la fuerza de trabajo es una mercancía sujeta a las leyes normales de la oferta y demanda de mercado es inconsistente con la existencia del desempleo persistente" (pp. 109 y 111).
Lo anterior explica perfectamente que los marxistas analíticos se reconozcan, "de modo consciente, resultado de las tradiciones marxista y no marxista", y que consideren que su enfoque del marxismo es "no dogmático"; ya que la mayoría "no se preocupan mucho por lo que Marx dijo o escribió", aunque sí les importe "la coherencia de su pensamiento" (Roemer 1986, pp. 9-10). Pero, entonces, )por qué llamarse "marxistas"?, se pregunta Roemer. Y responde: "no estoy seguro de que así deba ser"; quizás se deba a que "el materialismo histórico, las clases sociales y la explotación son tratadas como categorías centrales en la organización de las ideas" (p. 10). Sin embargo, ninguna de estas cosas es la clave del pensamiento de Marx.
Por último, queda referirse a aportaciones más concretas de estos autores, como las que ellos mismos prefieren resaltar: la teoría de las clases y de la explotación, y sus ideas sobre el "socialismo de mercado". En relación con lo primero, aclaremos que aunque estos autores dicen respetar la teoría marxiana de la explotación, Hunt (1992b) ha revelado lo lejos que queda la teoría analítica de la explotación de la teoría original de Marx. Elster (1982) ha caracterizado la teoría de la explotación de Roemer de "explotación como intercambio desigual", aunque él prefiera definirla como "tomar injustamente ventaja sobre otro", aclarando que "explotación no es una noción específicamente marxista", ya que "también aparece en la teoría económica neoclásica y en las teorías de la acción colectiva", y "tiene una aplicación muy natural a la teoría de la negociación (bargaining)"; en realidad, "para cualquier teoría dada de la justicia distributiva podemos definir una noción de explotación correspondiente" (pp. 115-116). Hunt distingue dos versiones diferentes de la teoría de la explotación del marxismo analítico. La primera se basa en la idea de la "retirada social", y consiste en lo siguiente: "Comprobamos la renta y el ocio de que disfruta un grupo en una sociedad capitalista; contemplamos después [un año o dos después] qué sucedería si lo retirásemos de la sociedad (con su 'parte de mercancías y recursos), y examinamos si su renta y su ocio aumentan. Si es así, este grupo estaba explotado; si no, no estaba explotado" (1992b, p. 99). Según Hunt, esto no es ciencia, sino ciencia-ficción, y éste es el "rigor científico" del hablan constantemente los marxistas analíticos (p. 100).
En cuanto a la segunda versión de la teoría, se trata de la que se basa en el "desequilibrio en el consumo de factores". Esta teoría ni siquiera necesita de la existencia de un mercado de trabajo, porque valdría exactamente igual un mercado crediticio, ya que la explotación "no es lo que ocurre en el proceso e trabajo", sino que viene explicada por "la propiedad diferencial de los activos productivos" (Roemer 1982, pp. 94-95). De esta forma, podría ocurrir que los ricos explotasen a los pobres, pero también podría ser a la inversa, porque dependería del factor productivo que se usara como numerario en cada caso, consistiendo la explotación que realiza un grupo social sobre otros en recibir más de ese factor (incorporado en los bienes que consume el grupo) que la cantidad del mismo que aporta el grupo a la producción. Ésta es, concluye Hunt, la misma teoría que sostiene Mises, que explica cómo los propietarios del factor trabajo explotan de hecho a los que abastecen al sistema de los otros factores productivos, a saber: la "abstinencia", la "innovación" y la "capacidad empresarial" (1956, p. 40).
En cuanto al socialismo[21], Roemer (1994a) señala que el debate sobre el socialismo de mercado ha entrado ya en su quinta fase, la actual, caracterizada por que "los partidarios del socialismo de mercado no sólo han retirado la insistencia de Lange en que los precios industriales sean fijados por los planificadores en vez del mercado, sino que han dejado de exigir la propiedad pública (en el sentido de control estatal exclusivo) de las empresas", de forma que "la tesis de Hayek y Kornai ha sido aceptada: en tanto el estado no consiga comprometerse de un modo creíble a no interferir en el proceso competitivo, los ejecutivos no actuarán como agentes maximizadores del beneficio y, en consecuencia, la economía resultará ineficiente" (p. 52; véase también Stiglitz 1994 y su crítica en Roemer 1995). Y añade que aunque pudiera parecer que "todas las concesiones han sido hechas de parte socialista", esto no es cierto, porque "también el capitalismo ha hecho importantes concesiones al socialismo en el último siglo" (p. 54), entre las que cita "el aumento de la dimensión relativa del sector público", el gran "éxito" de las "socialdemocracias escandinavas", o los "'milagros' de desarrollo en el este asiático", además de concesiones teóricas, como la de aceptar que en las economías capitalistas "puede haber paro" o la de que los problemas planteados "por la relación principal-agente", puesto que pueden resolverse en el capitalismo, también podrán serlo en el socialismo (pp. 54-55).
La explicación de Roemer, que sigue en esto a G. Cohen, es muy simple: "Antes" era aproximadamente válido que la clase obrera "1) constituía la mayoría de la sociedad, 2) producía la riqueza de la sociedad, 3) era la parte explotada de la sociedad, y 4) era la parte necesitada de la sociedad. Además, la clase obrera: 5) no tenía nada que perder con la revolución"; sin embargo, actualmente, "no es ya una buena aproximación a la realidad decir que la clase obrera se caracteriza por los rasgos que van del (1) al (4)", y "sin duda (5) es falso" (Roemer 1994a, p. 27). Esto concuerda perfectamente con la idea de otro marxista analítico, Adam Przeworski, en el sentido de que "la transición al socialismo no necesariamente está en el interés material de las clases trabajadoras" (citado en Roemer 1986, p. 13. Pero como "el socialismo sigue siendo un ideal que merece la pena perseguir, y una posibilidad en el mundo real" (p. 9), lo que Roemer propone es una redistribución "de los beneficios" (p. 15) en un sentido "igualitarista" (p. 29), aunque es consciente de que "el limitado grado de igualdad que en mi opinión permite el socialismo de mercado se debe principalmente a mi escepticismo respecto de la existencia de alternativas a un mercado de trabajo competitivo e la hora de asignar el trabajo de una manera eficiente" (p. 163).
Para seguir leyendo
Los postkeynesianos pueden intentar superar algunos de los problemas que encadenaban a Keynes (1936) a la economía ortodoxa, pero no pueden olvidarse de él, razón por la cual las dos mayores figuras del pensamiento postkeynesiano -Kalecki y Robinson- tienen una relación muy especial con Keynes. En Kalecki, encontramos muchos artículos y trabajos tempranos recopilados en algunos de sus libros. Así, Kalecki (1939, 1954, 1971) recoge lo esencial de su pensamiento sobre la dinámica capitalista, mientras que (1969) se refiere a la dinámica del socialismo y (1980) a los países subdesarrollados. Véase, sobre Kalecki, Sawyer (1985). Por su parte, Robinson (1933) es un libro neoclásico, (1942) una introducción a la economía marxista, (1956) es su libro más postkeynesiano, y (1962, 1971) son dos buenos representantes de sus preocupaciones sobre filosofía de la economía. Dejando de lado a otros muchos postkeynesianos -Kaldor, Davidson, Weintraub, etc.-, señalemos que la mejor manera de profundizar en los planteamientos contemporáneos de esta corriente es sumergiéndose en el manual de Lavoie (1992), aunque todavía interesan Eichner (1979) o Eichner y Kregel (1975); o en la obra de los teóricos del circuito (véase Barrère 1985) y del enfoque endógenos del dinero: Minsky (1986), Lipietz (1983), Wolfson (1986), Moore (1988), Wray (1990).
En relación con el neo-institucionalismo, una figura muy popular en todo el mundo es Galbraith (1952, 1958, 1967), que aún hoy sigue escribiendo libros con planteamientos parecidos, como el reciente de (1996). Un autor que procede del marxismo, G. Hodgson, es el mejor representante de los esfuerzos actuales por desarrollar una teoría evolucionista (1993b), que, en contacto con el sraffismo y el postkeynesianismo (1989), y con el institucionalismo (1988, 1993a), pero rechazando el individualismo metodológico de los marxistas analíticos (1986), se convierta en una auténtica alternativa a la economía neoclásica. Curiosamente, un marxista analítico como Van Parijs (1981) también defiende un planteamiento evolucionista.
En cuanto a los marxistas analíticos, se han seleccionado los libros más importantes de algunos de sus autores más conocidos -Roemer (1981, 1982, 1986, 1988, 1994a, 1994b), Elster (1978, 1985, 1986, 1989), Cohen (1978, 1988), Van Parijs (1991, 1992, 1993)-, junto a dos buenas críticas que se encuentran en Hunt (1992b) y Wood (1995). Un repaso reciente de la cuestión de la explotación y las clases se encuentra en Feito (1995). Para distintos puntos de vista sobre la cuestión del socialismo de mercado, véanse Bottomore (1990), Lavigne (1995), Mandel (1992), Stiglitz (1994), Daum (1990) e Itoh (1995).
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[1] En particular, el modelo de fijación de precios en condiciones oligopolistas, lo que equivale a la tesis de una jerarquía (y no una igualdad) de tasas sectoriales de ganancia, como reflejo del diferente grado de poder de monopolio del que disfrutaría cada sector productivo (véase Sawyer 1985).
[2] Véanse Cowling (1982), Cowling y Sugden (1987) y Sawyer (1985).
[3] Esto puede traducirse, no obstante, a una interpretación diferente, según la cual la afirmación querría decir que la única vía que tiene la economía académica para progresar es responder la preguntas de Marx con respuestas diferentes a las que dio él.
[4] Entre los autores marxistas más críticos con la idea de fundir el análisis de Marx con el de Keynes destaca Paul Mattick, un discípulo alemán de H. Grossmann, que, emigrado como él a los Estados Unidos, escribió en 1969 su libro principal sobre la materia (véase Mattick 1969).
[5] A este respecto, añade: "Los dogmáticos afirman: 'Sraffa no es un marxista', y se han inventado una categoría especial -la de neorricardiano- para encasillarle" (1977, p. 98): la categoría ha triunfado. Por su parte, aunque "Piero se ha mantenido siempre cerca del Marx puro y sin adulterar, y considera con suspicacia mis correcciones", no lo incluye entre los dogmáticos (ibidem). En cambio, Meek era un "rígido dogmático, antes de 1956, porque la trató, junto a Lange y a Schlesinger, "como críticos hostiles, conjuntamente conmigo" (ibid., pp. 89-90). Quizás ello no sea importante puesto que escribió el libro, no para "criticar a Marx", sino "para alertar a mis colegas burgueses sobre la existencia en El Capital de ideas penetrantes e importantes, ideas que no podían continuar ignorando" (ibid., p. 90).
[6] Como única explicación de por qué se deja posteriormente de lado a Marx, tan relevante en un principio, en el paradigma postclásico, Lavoie sólo ofrece una pista: "el problema de la transformación de Marx y el problema ricardiano de la medida invariable del valor parecían intratables" (ibid., p. 18).
[7] Como escriben Martínez y Valverde (1996), puede hablarse de dos grupos: el primero, encabezado por B. Schmitt, que se ha ocupado de estudiar principalmente la naturaleza del dinero y el sistema institucional de pagos", y el segundo, "con F. Poulon y A. Parguez al frente, cuya preocupación principal es el análisis de la crisis y las políticas de estabilización" (p. 39). Véanse Schmitt (1966), Parguez (1975), Poulon (1982), pero también Barrère (1985).
[8] Véanse Arestis (1988), Asimakopulos (1991), Davidson (1991), Lipietz (1983), Moore (1988), Pollin (1991), Wray (1990), Wolfson (1988), Minsky (1986), y un repaso de la literatura en Galindo (1992) y en Román y Moral (1994).
[9] Gordon (1991) analiza la idea de las "propiedades emergentes"(pp. 62 y ss.).
[10] Véase lo dicho al respecto en el epígrafe 1.1.
[11] Quizás merezca una reflexión el hecho de que los marxistas coincidan con los académicos en el señalamiento de las figuras preeminentes del pensamiento económico marxista, que, curiosamente, parecen coincidir con las figuras de las otras corrientes estudiadas, nombradas de la más diversa forma, como postkeynesianos, neorricardianos, radicales, enfoque del excedente, clásicos, postclásicos, etc. (Kalecki, Robinson, Sraffa, Dobb, Meek). Así, en la prestigiosa historia, en dos volúmenes, del pensamiento económico marxista a cargo de Howard y King (1989, 1992), estos autores aparecen como los más destacados marxistas.
[12] Frente a esto, hay que empezar reconociendo que "Marx no pretende que tesis alguna le sea concedida en razón de otras exigencias que las del libre pensamiento", ni siquiera la de ponerse al "servicio de un movimiento que se supone definido como tal antes y por encima de la propia obra de Marx", como sería el "socialismo", cuando "'socialismo' en la obra de Marx es un término propio del pensamiento de Marx, que no tiene sentido antes ni fuera de la articulación total de ese pensamiento" (Martínez Marzoa 1983, pp. 23-4). Asimismo, otro filósofo español estudioso de Marx, Manuel Sacristán, escribió que "por lo que hace al primer capítulo de la sociología de la ciencia de Marx, el que se ocupa de la relación entre ciencia e ideología, creo que la tradición marxista anda sobrada de esquematismos empobrecedores, ya porque, unas veces, tienda a separar materialmente -no sólo lógicamente- lo científico de lo ideológico en los productos culturales (los cuales contienen normalmente ambos elementos a la vez), ya porque, otras, practique un ideologismo universal, considerando 'idealista' la simple constatación de la presencia eficaz en la historia del ideal de ciencia desinteresada. De esta tesis sociologista hay que decir que no es de Marx; según ella, Marx es un idealista, porque la primera convicción de su sociología de la ciencia es que ciencia verdadera consiste en conocimiento desinteresado, o, como dice en el libro I del Capital, conocimiento sin más interés que 'el pensamiento desinteresado'" (Sacristán 1978, pp. 365-6).
[13] Como ha observado Bunge (1993), nada impide la convivencia de ideología y ciencia, al menos desde posiciones científicas y epistemológicas realistas: "La sospecha de que si un proyecto científico ha sido motivado o deformado por intereses materiales o ideológicos, entonces no puede producir resultados objetivamente verdaderos, es un ejemplo de lo que los filósofos han llamado falacia genética. Consiste en juzgar una parte del conocimiento por su certificado de nacimiento (o bautismo). (El argumento ad hominem es un caso especial de falacia genética). Una hipótesis, dato o método puede ser correcto (verdadero en el caso de una proposición) prescindiendo de la motivación que produjo la investigación. O puede ser falso incluso si se produjo con la más pura de las intenciones" (p. 30).
[14] En segundo lugar, muchos marxistas hablan de un método científico específicamente marxista. En realidad, tal cosa no existe, sino que, como hemos visto, la principal aportación de Marx consiste en haber desarrollado la que parece ser la única teoría del valor científicamente coherente obtenida hasta la fecha. Sin embargo, la mayor parte de los intérpretes de Marx, incluida la mayor parte de los marxistas, no ha sabido ver este punto, fundamentalmente debido a que han abandonado el realismo filosófico y el ojetivismo coherente de Marx, que consiste exactamente en lo mismo que nos dice Bunge: "la tesis ontológica del realismo puede entonces expresarse así: hay cosas en sí mismas. Y su compañera epistemológica puede estipularse como sigue: podemos conocer las cosas en sí mismas (no sólo como se nos aparecen). Afirmo que estas tesis están presupuestas en cualquier investigación científica (... [y que el realismo]) es consustancial con la ciencia fáctica y la tecnología (...) Más aún, la filosofía que adoptamos tácitamente en la vida diaria es realista" (Bunge 1993, pp. 41 y 44-5).
[15] Fernández Buey y Muntaner (1994-5), p. 472. Estos autores también escriben del "marxismo del sistema mundial", un "segundo desarrollo interdisciplinario que floreció durante los ochenta" y que se caracteriza por su preocupación por las "crisis ecológicas, la globalización del capitalismo y el renacimiento de los nacionalismos y del racismo" (ibidem).
[16] Por otra parte, el mismo Roemer escribía en 1982: "La parte de la obra de Marx que considero su análisis central es la doctrina del materialismo histórico. La teoría económica marxista, en cuanto tal, fue un intento de un economista del siglo XIX de aplicar el método del materialismo histórico a un análisis de la sociedad del siglo XIX. Las categorías y conceptos útiles para ese propósito no son necesariamente las únicas útiles para analizar la sociedad de finales del siglo XX" (1982, p. 24).
[17] Por ejemplo, Cohen afirma que la teoría del valor de Marx "no es la única teoría que basa el valor en las condiciones materiales de producción: la mayor parte de la doctrina del fetichismo podría ser incluida en una teoría materialista rival, como la de Sraffa, en la que las relaciones del valor están técnicamente determinadas, pero no sólo por el trabajo" (Cohen 1978, p. 128). Por otra parte, en el capítulo de su libro dedicado a "Valor de uso, valor de cambio y capitalismo contemporáneo", Cohen afirma que "la teoría del trabajo como sustancia del valor no desempeña ningún papel en este capítulo" (ibid., p. 328), y el apéndice II aclara que la teoría del valor de Marx "no es adoptada en este libro" y sus tesis "no están presupuestas ni implícitas en ninguna de las afirmaciones hechas en este libro" (ibid., pp. 383 y 386).
[18] Podemos fijar como fecha de nacimiento el año 1978 (véase Roemer 1994b), año de aparición de los libros de Cohen y Elster (Cohen 1978, Elster 1978a).
[19] Éste, tras señalar que "la explotación debe definirse en términos de valores-trabajo, y su significación económica sigue basándose en la teoría del valor-trabajo de Marx", y que "todo esto no está reñido con el análisis de Sraffa" (1986a, p. 452), escribe que la afirmación de Garegnani sobre que "el concepto de explotación debe definirse con independencia de la teoría del valor-trabajo" no tiene sentido, y que "la única teoría que conduce a este resultado es la de Roemer 1982, pero yo no encuentro nada en el análisis de Sraffa que aliente a aceptar el enfoque de Roemer" (1986b, p. 479).
[20] Así, por ejemplo, Przeworski (1985b) señala que "la crítica del marxismo ofrecida por el individualismo metodológico es irrefutable y saludable, pero los supuestos ontológicos del marco de la elección racional (...) son insostenibles" (p. 101).
[21] Mandel (1992) nos ha recordado que los acontecimientos del Este desde finales de los ochenta han puesto en entredicho muchas de las teorías elaboradas para conceptualizar las economías de estos países (pp. 9 y ss.; véase también Daum 1990). Pero la cuestión no es ésta, ni tampoco otras ligadas a ella como la de si la ley del valor regía o no en la Unión Soviética -en este punto Mandel coincide con Stalin, pues si éste escribía en 1952 que "la ley del valor existe y opera" en la URSS (citado en Mandel 1992, p. 35), el primero afirma lo mismo aunque "sin dominar por completo" su economía (p. 50)-, sino otra muy diferente: si la ley del valor es compatible o no con el socialismo. En este punto, acierta Mandel al escribir que "sólo es posible sostener que la producción mercantil y la ley del valor continúan determinando el funcionamiento de una sociedad socialista si se rechaza todo el primer volumen de El Capital" (p. 39); pero se equivoca cuando, siguiendo a Trotski en la idea de que "el plan es comprobado, y en grado considerable realizado, a través del mercado", afirma que la emancipación de la sociedad socialista de la ley del valor "sólo puede ser gradual", ya que "durante el periodo de transición, tanto la planificación democrática y consciente como el uso de los mecanismos del mercado crecerán codo con codo" (Mandel 1992, p. 85).