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Este texto forma parte del
libro
Historia del Pensamiento Económico Heterodoxo
del profesor Diego Guerrero
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Capítulo 6: Marxistas ortodoxos y neomarxistas.
6.1. El monopolio en el pensamiento económico.
Mientras que el término simétrico de "monopsonio" es mucho más reciente (fue Joan Robinson quien lo introdujo en la práctica), la idea del monopolio como posición de un solo vendedor en un mercado se remonta al menos hasta Aristóteles, y la de oligopolio, hasta la Utopía de Tomás Moro, en 1516 (Schumpeter 1954, pp. 97 y 354). Más cerca de nosotros, Adam Smith escribió que "el precio de monopolio es, en todo momento, el más alto que se puede obtener", mientras que "el precio natural o de libre competencia es el más bajo que se puede conseguir, no en todas las ocasiones, pero sí en un periodo considerable de tiempo" (Smith 1776, p. 60). Schumpeter califica esta afirmación de "teorema importante", si bien Smith "no parece haberse dado cuenta de las dificultades que presenta una prueba satisfactoria del mismo" (1954, p. 231). Por otra parte, es evidente que para Smith los monopolios de la época mercantilista, todavía presentes en el comercio colonial, son "enemigos de una buena gestión, pues ésta sólo puede lograrse en un país por medio de la competencia libre y general" (1776, p. 143). Como, además, los monopolios, como "los reglamentos y estatutos del sistema mercantil", lo único que consiguen es desajustar y desordenar la "distribución natural del capital en la sociedad" (ibid., pp. 560-561), parece claro que estas ideas de Smith no hacen sino abundar en la visión popular (desde Aristóteles, los escolásticos y el "régimen Tudor-Estuardo") que identifica monopolio con "casi todo lo que desagrada en las prácticas capitalistas" (Schumpeter 1954, p. 196).
Para Ricardo, los monopolios representan también un caso especial, y si coincide con Smith en señalar que "cuando un artículo tiene un precio de monopolio" éste será el "precio más elevado al cual los consumidores están dispuestos a pagarlo", añade seguidamente que "esto ocurre solamente cuando no existe manera posible de aumentar su cantidad"; es decir, el precio de monopolio no corresponde a los "productos del trabajo usual", sino a artículos muy contados, como "los vinos especiales, que se producen en cantidad muy limitada", o "las obras de arte que, por su excelencia o rareza, han adquirido un valor de fantasía" (1817, p. 253).
En sus "Apuntes y extractos sobre la obra de Ricardo" (marzo-abril de 1851), Marx escribe: "Aquí concede [Ricardo], por lo tanto, que no se trata de la producción de 'riqueza' en su sentido del término, sino de la producción de 'valores'. El 'precio natural' se impone frente al precio de mercado, pero en una lucha que no tiene nada que ver con la simple equiparación de Ricardo. En los comienzos de la industria, cuando la mayor parte de las veces la demanda corresponde a la oferta, cuando la competencia era limitada y, por lo tanto, existían precios de monopolios en todas las industrias, la sustracción de riqueza a la propiedad de la tierra por parte del capital industrial es constante (también en naciones divididas) y, por lo tanto, el enriquecimiento por un lado corresponde con el empobrecimiento por el otro y, en consecuencia, la lucha entre el precio de mercado y el precio real no conduce a los mismos fenómenos y no tiene lugar en la misma medida que en la sociedad moderna. El excedente del precio de mercado sobre el precio real era aquí constante" (Marx 1857, vol. II, p. 330). Este comentario, según Mandel, "permite captar mejor la forma concreta en que Marx pasa de un rechazo a una aceptación de la teoría del valor-trabajo: un análisis de las tendencias de evolución históricas de la producción capitalista, y su vinculación con el natural price de Ricardo, es decir, con el valor-trabajo. Este análisis debía llevarle a la conclusión de que, por razón del enorme crecimiento de la producción industrial, ese natural price va siendo cada vez más la regla, mientras el precio de monopolio que se separa fuertemente de ese natural price va siendo cada vez más la excepción. Desde el momento en que se acepta esto, la aceptación de la teoría del valor-trabajo se impone por sí misma, ya que se comprueba que el valor no está determinado por 'leyes de mercado', sino por factores inmanentes a la producción misma" (Mandel 1967, pp. 46-47). También Baran y Sweezy son conscientes de que Marx, "como los economistas clásicos antes que él", consideró los monopolios "no como elementos esenciales del capitalismo sino más bien como un remanente del pasado feudal y mercantilista"; pero además "Marx anticipó el derrumbe del capitalismo" precisamente "dentro del sistema en su fase competitiva" (Baran y Sweezy 1966, pp. 9-10).
Comentando las ideas de Proudhon sobre la competencia y el monopolio -que éste es el "resultado fatal" y la "oposición natural" de aquélla (Proudhon 1846, citado en Marx 1847b, p. 124)-, Marx escribe que "todo el mundo sabe que el monopolio moderno es engendrado por la competencia"; ahora bien:
"El señor Proudhon no habla más que del monopolio moderno engendrado por la competencia. Pero todos sabemos que la competencia ha sido engendrada por el monopolio feudal. Así pues, primitivamente la competencia ha sido lo contrario del monopolio, y no el monopolio lo contrario de la competencia. Por tanto, el monopolio moderno no es una simple antítesis, sino que, por el contrario, es la verdadera síntesis.
Tesis: El monopolio feudal anterior a la competencia.
Antítesis: La competencia.
Síntesis: El monopolio moderno, que es la negación del monopolio feudal por cuanto presupone el régimen de la competencia, y la negación de la competencia por cuanto es monopolio." (ibid., pp. 124-125).
Y para que quede más clara su posición, Marx señala que el burgués Rossi ha comprendido mejor la cuestión que el socialista Proudhon, ya que éste sólo concibe el monopolio "en estado tosco, simplista, contradictorio, espasmódico", mientras que Rossi "establece la distinción entre monopolios artificiales y monopolios naturales. Los monopolios feudales, dice, son artificiales, es decir, arbitrarios; los monopolios burgueses son naturales, es decir, racionales" (ibid., p. 125). Finalmente Marx concluye: "En la vida práctica encontramos no solamente la competencia, el monopolio y el antagonismo entre la una y el otro, sino también su síntesis, que no es una fórmula, sino un movimiento. El monopolio engendra la competencia, la competencia engendra el monopolio. Los monopolistas compiten entre sí, los competidores pasan a ser monopolistas. Si los monopolistas restringen la competencia entre ellos por medio de asociaciones parciales, se acentúa la competencia entre los obreros; y cuanto más crece la masa de proletarios con respecto a los monopolistas de una nación, más desenfrenada es la competencia entre los monopolistas de diferentes naciones. La síntesis consiste en que el monopolio no puede mantenerse sino librando continuamente la lucha de la competencia" (ibidem).
En contraste con Marx, Engels apunta en una dirección bien distinta. Al editar el tercer volumen de El Capital (1894), introduce en el capítulo que dedica Marx al "papel del crédito en la producción capitalista" los siguientes comentarios: "Desde que Marx escribiera lo anterior, se han desarrollado, como es sabido, nuevas formas de la actividad industrial que constituyen la segunda y tercera potencias de la sociedad por acciones [...] Las consecuencias son una sobreproducción general crónica, una depresión de precios, un descenso de las ganancias y hasta su total eliminación; en suma, que la libertad de competencia, tan ensalzada desde antiguo, ya agotó sus argumentos y debe anunciar ella misma su manifiesta y escandalosa bancarrota. Y lo hace por el procedimiento de que en todos los países, los grandes industriales de un ramo determinado se juntan en un cártel destinado a regular la producción [...] En algunos casos aislados hasta llegaron a formarse, por momentos, cárteles internacionales [...] Entonces se llegó a concentrar la producción total de un ramo determinado de la actividad [...] en una sola gran sociedad por acciones, de dirección unitaria [...] El United Alkali Trust, que ha puesto toda la producción británica de álcali en manos de una única firma comercial [...] De este modo, en este ramo, que constituye el fundamento de toda la industria química, se ha sustituido en Inglaterra la competencia por el monopolio, adelantando en el sentido más satisfactorio posible los trabajos tendientes a una futura expropiación por parte de la sociedad global, por parte de la nación" (en Marx 1894, vol. 7, pp. 564-565)[1].
El revisionista Bernstein criticó a Marx hace justo un siglo porque las condiciones de entonces no eran las de la época del Manifiesto Comunista (Bottomore 1987, p. 233), y esta misma crítica ha sido repetida por diversos economistas marxistas, "ortodoxos" y "heterodoxos", como Lenin, Stalin, Sweezy, Baran, Lange, Dobb, Mandel, Mozskowska, Strachey, Boccara, Rindina y Chérnikov, Del Llano, etc., y se sigue repitiendo cada vez con más insistencia. Bernstein se concentró en las consecuencias de los cambios en la estructura de clases desde la época de Marx -anticipándose un siglo a los que algunos anuncian hoy como novedad-, afirmando que "la polarización de clases anticipada por Marx no se estaba produciendo porque la concentración de capital en grandes empresas iba acompañada del desarrollo de nuevas empresas pequeñas y medianas, la extensión de la propiedad a círculos más amplios, el crecimiento del nivel general de vida, el aumento, y no la disminución, de la clase media, y la creciente complejidad y diferenciación, en vez de simplificación, de la estructura de la sociedad capitalista" (ibidem).
Por su parte, Lenin, en la misma vena que Engels y Bernstein, escribe: "Hace medio siglo, cuando Marx escribió El Capital, la libre competencia era para la mayor parte de los economistas una 'ley natural' (...) Ahora el monopolio es un hecho (...) Los hechos demuestran (...) que la aparición del monopolio (...) es una ley general y fundamental de la presente fase de desarrollo del capitalismo" (1917, pp. 386-7). Y esto quiere decir, según él (aunque lo exprese de manera implícita), que la ley del valor ya no rige en las nuevas condiciones: "El capitalismo se ha transformado en imperialismo. Los cárteles conciertan entre ellos las condiciones de venta, los plazos de pago, etc. Se reparten los mercados de venta. Fijan la cantidad de productos que deben fabricar. Establecen los precios. Distribuyen las ganancias entre las distintas empresas, etc." (ibid, p. 389). En realidad, esta teoría de Lenin fue seguida después por todos los leninistas, pero también por muchos marxistas no leninistas, y por muchos autores no marxistas[2]. En ello no hay más paradoja de la que existe en el hecho de que en Lenin se pueda apreciar la influencia, no sólo del marxista Hilferding[3] (véase Green 1987, p. 656, y P. Clarke 1987, p. 664) y del institucionalista Hobson (véase Samuels 1987, p. 864), sino también la de economistas burgueses y la de los medios de la prensa financiera americanos y alemanes[4]. La popularidad de la teoría del imperialismo ha llegado a ser tan grande que A. Hirschman (1981), tras escribir que Hegel tuvo "una teoría económica del imperialismo, mientras que Marx no la tuvo", se muestra tan convencido de la necesidad de adoptar una teoría así que critica a Marx por no aprovechar la teoría de Hegel -"muy similar a las ideas expuestas ochenta o noventa años más tarde por J. A. Hobson y Rosa Luxemburgo"-, consistente, según Hirschman, en los siguientes elementos: "1) la creciente desigualdad de la distribución del ingreso; 2) como resultado de lo anterior, la deficiencia temporal o permanente del consumo en relación a la producción, y 3) en consecuencia, la búsqueda de nuevos mercados externos por parte del país capitalista avanzado en países que todavía no hayan sido 'abiertos' por la empresa capitalista" (pp. 213-6).
6.2. Imperialismo y capitalismo monopolista.
La identificación hecha por Lenin entre el imperialismo o capitalismo de su época y el capitalismo de los monopolios, o la fase monopolista del capitalismo, ha dado lugar a que prácticamente se asimile el significado de los dos términos que forman el título de este epígrafe. Un partidario de estas tesis ha señalado que "los marxistas han usado varios nombres para esta nueva fase del capitalismo desde que hizo su aparición: capitalismo financiero, imperialismo, neocapitalismo, capitalismo tardío", pero lo esencial es que "el modelo atomizado y competitivo de capitalismo [...] ya no es hoy el modelo de capitalismo" sino que "ha sido desplazado por una estructura substancialmente diferente" ((Braverman 1974, p. 251). Otros marxistas dan tan por sentada la existencia del capitalismo monopolista que se refieren a la fase anterior del capitalismo como "capitalismo premonopolista" o "fase premonopolista del capitalismo" (Rymálov 1983, pp. 36 y 32), alegando que en la época de Marx y Engels, "como es natural, ellos no podían prever que el capitalismo pasaría a una fase superior de su desarrollo, pero advertían con genial perspicacia [...] una tendencia a la monopolización" (ibid., p. 40).
Sweezy (1987) describe magníficamente la historia de esta idea del "capitalismo monopolista" a partir de sus orígenes. Señala que, tras Hilferding, las dos figuras fundamentales en este ámbito fueron Lenin -que seguía en su libro a Hilferding, al que alabó abiertamente, pero también, como se ha dicho, a Hobson y a otros autores no marxistas- y el polaco M. Kalecki. Éste, que en la misma época en que Chamberlin, Robinson y Burns trabajaban sobre competencia imperfecta o monopolista, elaboraba en Polonia lo esencial de su modelo económico, coincidía básicamente con las investigaciones contemporáneas de Keynes que dieron lugar a lo que, andando el tiempo, terminó por convertirse en la "macroeconomía keynesiana", algo que durante décadas se consideró equivalente a la macroeconomía a secas. Sin embargo, había entre estos dos últimos autores dos diferencias básicas: el análisis de la distribución desde un punto de vista clasista, y el papel concedido al monopolio diferenciaban la teoría de Kalecki de la keynesiana. En realidad, Kalecki lo que hizo fue combinar dos tópicos de la economía marxista posterior a Marx -la teoría de la concentración y centralización del capital (interpretada a la manera de Engels, Hilferding y Lenin) y los esquemas de reproducción del segundo volumen de El Capital (a la manera de Rosa Luxemburgo)-, para llegar a la conclusión de que "el monopolio aparece profundamente enraizado en la naturaleza del sistema capitalista", de la que derivaba como corolario la afirmación de que "un mundo en el que el grado de monopolio determina la distribución de la renta nacional es un mundo muy alejado de las pautas de la libre competencia" (Kalecki 1938).
La relación de Kalecki con la teoría de Marx es bastante particular. Kowalik señala que "en los años treinta los marxistas no aprobaban la obra de Kalecki" (1970, p. 16), lo cual no sorprende mucho si se tiene en cuenta que "Kalecki era bastante alérgico a la teoría del valor-trabajo, y también al marxismo dogmático" (Laski 1987, p. 10). Por su parte, su discípulo J. Steindl aclara la relación de Kalecki con la teoría de Marx por medio del siguiente comentario: "En una ocasión hablaba con Kalecki sobre las crisis del capitalismo. Ambos, como la mayoría de los socialistas, dábamos por supuesto que el capitalismo estaba amenazado por una crisis de existencia [...] pero a Kalecki no le convencían las razones que daba Marx para explicar por qué debía desarrollarse esta crisis", por lo que, tras preguntarse si tendrían que ver con el monopolio, "me sugirió trabajar sobre este problema", de forma que "era un problema muy marxista, pero mis métodos de análisis eran keynesianos"[5]. Sweezy ha escrito que su libro conjunto con Baran, El capitalismo monopolista, es una versión sencilla de "una línea de pensamiento que se origina en Michal Kalecki y alcanza su máxima expresión en [...] Maturity and Stagnation in American Capitalism" (Sweezy 1980, p. 2).
Pero aparte de Kalecki, Steindl y el propio Sweezy, otros desarrollos de la idea del "capitalismo monopolista" pueden encontrarse en autores tan distintos como Bujarin (1915), Strachey[6] (1933 y 1956), Baran (1957), Baran y Sweezy (1966), Eaton (1966), Sherman (1968), Braverman (1974), Magdoff[7] (1978), Cowling (1982), Cowling y Sugden (1987), Sweezy (1991), Sweezy y Magdoff (1992)[8]. Baran y Sweezy escriben, sin embargo, que ninguno de los continuadores de Marx "intentó explorar las consecuencias del predominio del monopolio en los principios del funcionamiento y en las 'leyes del movimiento' de la subyacente economía capitalista. Ahí, El Capital de Marx continúa su reinado supremo [...] Creemos que ha llegado el momento de remediar esta situación [...] no podemos contentarnos con remendar y enmendar el modelo competitivo que sostiene su teoría económica. Debemos reconocer que la competencia, que fue la forma predominante de las relaciones de mercados en el siglo diecinueve, ha cesado de ocupar tal posición, no solamente en Inglaterra sino en todas partes del mundo capitalista"[9].
Por su parte, Dutt extiende esta corriente hasta abarcar a Dobb, Sherman y Sylos-Labini, y la enfrenta a una segunda tradición marxista, opuesta a la idea del "capitalismo monopolista", que, siguiendo también a Lenin y a Varga, estaría representada por Shaikh (1978, 1982), Weeks (1981), Clifton (1977, 1983) y Semmler (1982, 1984) (véase Dutt 1987, pp. 59-60). Frente a ambas interpretaciones de la teoría marxista de la competencia y el monopolio -"el punto de vista de la tasa de beneficio uniforme de la competencia clásica, que implica un enfoque de precios de producción, y el punto de vista del poder de monopolio"-, Dutt sugiere una tercera vía, basándose también en el Marx de Miseria de la filosofía, dirigida a "desarrollar un modelo que sintetice el sistema sraffiano de precios de producción y la teoría del poder de monopolio de Kalecki-Steindl" (ibid., pp. 55 y 70). Pero en realidad, lo que hace Dutt es añadir al modelo de Sraffa la teoría de que el exceso de capacidad puede existir en equilibrio y que las empresas fijan los precios por la vía de un margen sobre los costes[10].
Una cuestión importante es, como se ve, la de la relación entre "capitalismo monopolista" y la desigualdad de las tasas sectoriales de ganancia. La francesa R. Borrelly ha analizado cómo, partiendo también de Hilferding, han surgido dos posiciones distintas que abogan sin embargo conjuntamente por la tesis de la desigualdad de rentabilidades sectoriales (Borrelly 1975, pp. 152 y ss.). La primera es la de Mandel, que distingue entre una tasa de beneficio del sector competitivo y otra del sector monopolístico (1962, vol. 2, cap. 12), idea sugerida ya por Steindl (1952) y que se encuentra también en el cubano Del Llano (1976)[11]. La segunda se corresponde con la posición de Delilez (1971), que explica la desigualdad de las tasas de beneficio por el no funcionamiento, en el capitalismo monopolista, de la tendencia a la igualación.
Como una extensión adicional de esta literatura, añadamos que, siguiendo a Lenin y Stalin, muchos marxistas de Moscú, París, La Habana o Nueva York han desarrollado un nuevo concepto -el "capitalismo monopolista de Estado" (CME)[12]- a partir del ya analizado "capitalismo monopolista". Según Rindina y Chérnikov, "el sistema del capitalismo monopolista de Estado es el nivel de desarrollo de los procesos monopolistas de Estado en que el mecanismo único que resulta de la ensambladura de los monopolios con el Estado llega a ser la fuerza dominante de la economía capitalista"; y añaden que "Lenin argumentó la conclusión de la transformación del capitalismo monopolista en capitalismo monopolista de Estado como una tendencia y regularidad fundamental del desarrollo del imperialismo" (Rindina y Chérnikov 1975, pp. 221-222). Por su parte, el cubano Del Llano, que se refiere, como Rymálov, al "capitalismo premonopolista" para nombrar lo que otros denominan capitalismo de laissez faire, o competitivo, o decimonónico, etc., matiza a los autores soviéticos citados al afirmar que "el capitalismo monopolista de estado no constituye una nueva fase del modo capitalista de producción" (Del Llano 1976, p. 247), aunque también cita a Lenin para argumentar que "el capitalismo, que en su desarrollo se ha transformado en imperialismo, es decir, en capitalismo monopolista, se ha convertido bajo el influjo de la guerra en capitalismo monopolista de Estado" (citado en ibid., p. 248). Según Del Llano, la idea del capitalismo monopolista de Estado estaba en el programa del PCUS, donde podía leerse que el mismo "constituye la fusión de la fuerza de los monopolios con la fuerza del Estado en un mecanismo único con vista al enriquecimiento de la burguesía, aplastar al movimiento obrero y la lucha de liberación nacional, salvar al capitalismo y el desencadenamiento de guerras de agresión" (ibid., p. 253).
También el americano V. Perlo dedica un capítulo de su libro al CME, donde señala que "las principales formas del capitalismo monopolista de Estado son: los gastos del Estado en bienes y servicios; las empresas públicas y semipúblicas; la investigación y desarrollo públicos para la industria y la agricultura; los subsidios a industrias o empresas particulares; las medidas tendentes a moderar el ciclo económico, estimular el crecimiento económico y mantener controlada la inflación, el endeudamiento y otros factores negativos; la ayuda financiera al capital monopolista [...]; las acciones estatales para incrementar la tasa de explotación [...]; las medidas para facilitar la expansión de las empresas de los EE. UU. en el exterior y para proteger sus propiedades [...]; la lucha contra los países socialistas y contra los países con políticas avanzadas de liberación nacional; la movilización pública para la guerra y para las reconstrucciones y ajustes postbélicos; y las instituciones y actividades capitalistas-monopolistas de Estado multinacionales" (1988, p. 256).
Pero quizás el trabajo más conocido sobre el CME sean los dos volúmenes del Tratado redactado por "los colaboradores de la Sección Económica del Comité Central del Partido Comunista Francés y de la revista Économie et Politique" (véase Boccara 1974, p. 13). Sus autores, tras señalar que "un análisis científico de la evolución del capitalismo nos lleva a distinguir tres etapas fundamentales: la etapa primitiva o manufacturera, la etapa clásica o de libre concurrencia, y la etapa monopolista o imperialista" (vol. I, p. 20), y tras encontrar en Lenin el origen del concepto, caracterizan así al CME: "Si la financiación pública, el sector público y el consumo del Estado y la planificación monopolista son rasgos distintivos del capitalismo monopolista de Estado, la militarización de la economía, la violencia ideológica y política, el reagrupamiento de las fuerzas reaccionarias y las tendencias al autoritarismo político, también caracterizan fundamentalmente el capitalismo monopolista de Estado" (p. 25).
Por su parte, en el capítulo VII, sobre "Los rasgos actuales del sistema imperialista", los autores se refieren al "Neocolonialismo y movimiento de liberación nacional" señalando que "el capitalismo monopolista de Estado, fase última del imperialismo, forma un sistema de conjunto con el 'centro' -las metrópolis imperialistas- y la periferia -los países cuyos pueblos persiguen a través de la lucha la independencia completa" (vol. II, p. 133). Enlazan así con otra dimensión del imperialismo que nos conduce al epígrafe siguiente.
6.3. Intercambio desigual e imperialismo.
En realidad, como ha escrito Brewer, "Marx no usó la palabra 'imperialismo' ni hay nada en su trabajo que se corresponda exactamente con los conceptos de imperialismo avanzados por los escritores marxistas posteriores"[13]. En cambio Lenin, según Lindsey, pretendió "probar que la aparición del monopolio cambió la relación entre los países capitalistas desarrollados y el resto del mundo, de la misma manera que había alterado cualitativamente la naturaleza del capitalismo en el interior de los países desarrollados", aunque, según este autor, consiguió esto último pero no lo primero (1980, p. 8). Este aspecto "internacional" del imperialismo está íntimamente ligado con la cuestión de la característica principal, que se supone típica de estas relaciones entre países capitalistas desarrollados y subdesarrollados: las relaciones basadas en el "intercambio desigual", y no, como pensaba Marx que ocurría en el ámbito interno (y de hecho también en el internacional), en el "intercambio de equivalentes".
Un estudioso del tema ha resumido así esta teoría del intercambio desigual: "Los marxistas han intentado explicar desde hace tiempo el desarrollo desigual de las 'fuerzas productivas' (productividad del trabajo) y las diferencias de renta resultantes en la economía capitalista mundial a través, primariamente, de la hipótesis del 'drenaje de excedente' (véase Emmanuel 1969, Andersson 1976). Adoptando la división de la economía capitalista mundial, realizada por Prebisch, entre el 'centro' y la 'periferia', los marxistas han argumentado que la transferencia de excedente ha frenado el desarrollo económico de la periferia, exacerbando el desfase de renta respecto al centro. Antes del trabajo de Emmanuel, el argumento de la transferencia d excedente consistía en una vaga mezcla de la tesis de Prebisch sobre el deterioro secular de los términos de intercambio en la periferia, los escritos de Marx sobre la 'cuestión colonial' y la teoría leninista del imperialismo" (Araquem 1987, p. 749).
Esta tendencia "tercermundista" del marxismo, que niega la ley del valor (el intercambio de equivalentes) y la sustituye por la vigencia del "intercambio desigual" entre naciones puede separarse de la hipótesis del imperialismo monopolista, ya que, como señala Strachey, "el imperialismo es, entonces, un capitalismo de monopolios en dos sentidos: es capitalismo en una fase de desarrollo en que los monopolios representan un papel decisivo en la producción; y lo es también en una etapa en la que todas las partes de la tierra se han convertido en monopolio de uno u otro de los imperios capitalistas" (Strachey 1933, p. 311). Así, para Emmanuel (1969) el intercambio desigual significa la explotación de los países subdesarrollados por los desarrollados, sobre la base de la teoría de la ventaja comparativa de Ricardo, en vez de sobre la base de la teoría de la ventaja absoluta de Smith y Marx. Emmanuel critica que nadie haya rechazado la hipótesis ricardiana de inmovilidad internacional del capital, que lo lleva a apartarse en el ámbito del comercio internacional de la teoría del valor-trabajo (p. 3) -razón por la cual la apoyan los economistas neoclásicos (p. 6)-, y supone, que descartada esta hipótesis -para la que la ventaja comparativa sería una buena explicación- y sustituida por la de movilidad del capital e inmovilidad del trabajo, el argumento quedaría así: la igualación internacional de las tasas de ganancia, cuando los precios son los mismos y los salarios inferiores (o sea, la tasa de plusvalía, mayor) en los países subdesarrollados significa que el comercio se realiza a unos precios tales que hacen posible la transferencia de beneficios a los países desarrollados (en caso contrario, no habría igualación de la tasa de ganancia).
El modelo de Emmanuel, marxista para unos y ricardiano para otros, ha sido muy debatido posteriormente, y se lo ha desarrollado tanto en un marco sraffiano (Braun 1973, criticado a su vez en Evans 1984) como desde una perspectiva neoclásica (Bacha 1978). Sin embargo, esta teoría ha sido criticada desde el punto de vista de la moderna teoría laboral del valor (Shaikh 1979/80), sobre la base del apoyo implícito que otorga a la hipótesis ricardiana de la ventaja comparativa, a la que considera válida en sí misma, aunque la crea de hecho impracticable debido a la imposibilidad de encontrar en la realidad moderna las condiciones que exige esa teoría (sobre todo, la inmovilidad de capital).
No sorprende por tanto que ciertas corrientes marxistas que rechazan la teoría laboral del valor hayan tomado esta teoría del intercambio desigual como modelo a imitar en otras esferas teóricas. Así, Elster ha caracterizado la teoría de la explotación de Roemer como una explicación de "explotación como intercambio desigual" (1982, p. 115), aunque él se incline por considerar la explotación como "tomar injustamente ventaja sobre otro", aclarando que "explotación no es una noción específicamente marxista", ya que aparece también "en la teoría económica neoclásica y en las teorías de la acción colectiva", y tiene una "aplicación muy natural a la teoría de la negociación (bargaining)"; en realidad -concluye-, "para cualquier teoría dada de la justicia distributiva podemos definir una noción de explotación correspondiente" (ibid., p. 116).
Otros escritores marxistas tampoco han sabido conectar correctamente su interpretación de las relaciones económicas internacionales bajo el capitalismo con el funcionamiento de la ley del valor. Así, Mandel "se ubica en el polo opuesto de Emmanuel; empieza por rechazar la noción de que las tasas de ganancia se nivelan internacionalmente. Con ello ignora por completo las transferencias inter-industria. En su lugar, enfatiza las diferencias entre valor individual y social (esto es, valor internacional) (...) Los exportadores del país capitalista subdesarrollado se caracterizan como productores poco eficientes en las industrias de baja C/V. Lo contrario es cierto para los exportadores del país capitalista desarrollado. Como no existe nivelación de las tasas de ganancia, las únicas transferencias de valor posible son las que se originan de los productores poco eficientes a los más eficientes, lo que es, dicho sea de paso, independiente de las diferencias salariales regionales. Así, la derivación que efectúa Mandel del intercambio desigual es el extremo polar de la hecha por Emmanuel, quien lo ubica en las transferencias de valor inter-industria, mientras que Mandel lo hace en las transferencias intra-industria" (Shaikh 1990, p. 214).
Por su parte, Amin considera que "el periodo imperialista, que dura todavía, merece ser subdividido (...) Una primera fase, la que se podría denominar del imperialismo 'clásico', se extiende desde 1880 hasta la primera guerra mundial y quizás hasta los años 30" (1973, p. 82) ; una segunda fase "después de la segunda guerra, en el transcurso de los últimos 25 años" (p. 83); y se pregunta si "se va a entrar en una nueva, una tercera fase del imperialismo" a partir de "la crisis que se abre en los años 70" (p. 86). Como señala Shaikh, "el avance de Amin sobre Emmanuel es su insistencia en el carácter dualista de las exportaciones del POS, una caracterización compartida por Mandel. Pero el error de Amin es su confusión de la competencia dentro de una industria con la competencia entre industrias, lo que lo lleva a esperar iguales tasas de ganancia aun dentro de una industria -y, en consecuencia, para cualquier capital individual. En cierto sentido Mandel también comparte el error de Amin, ya que esta equivocación también implica que la tasa de ganancia será igual para cualquier conjunto de capitales, así como para los de un país particular (...) Pero una diferencia sistemática por país es perfectamente consistente con la nivelación a lo largo de las industrias" (1990, p. 215).
Por consiguiente, la conclusión de Shaikh es que "el desarrollo desigual es inherente a la interacción internacional de las naciones capitalistas. Sólo sobre estas bases podemos distinguir el imperialismo como una etapa en el desarrollo capitalista, del desarrollo desigual como una tendencia inmanente en todas las etapas (...) la ley de los costos comparativos no se colige de la teoría del valor de Marx. En su lugar, lo que sí se deriva es una ley de costos absolutos, y una vez se establece esto, queda claro que una serie de fenómenos que los marxistas siempre se han visto forzados a derivar del capitalismo monopólico y/o del desarrollo desigual son consecuencia directa del comercio libre" (pp. 216-7).
Para seguir leyendo
El monopolio es un tema que ya preocupó bastante a los griegos, y por tanto podemos hacernos una idea de que la bibliografía que podría encontrarse sobre esta materia es prácticamente inagotable. Sin embargo, sólo citaremos algunos trabajos que lo analizan desde el punto de vista de la teoría convencional -como Chamberlin (1933), Lerner (1924) o Machlup (1952)- y desde un punto de vista marxista -tanto en el plano teórico, Sweezy (1981), como en el de los análisis empíricos: Cooney (1989), Glick (1985). En cuanto, a la idea del imperialismo, la literatura es tan abundante desde Hobson (1902), Hilferding (1910), Rosa Luxemburgo (1913), Bujarin (1915) y Lenin (1917), hasta Amin (1970), Braverman (1974) o Dos Santos (1978), que es mejor utilizar alguna guía para seguirla exhaustivamente, como, por ejemplo, Brewer (1980), Barrat Brown (1974), o, en español, Vidal Villa (1976). No obstante, los trabajo de Cain (1985) o McDonough (1995) advierten contra la extendida tendencia a ver en la de "imperialismo" una categoría exclusivamente marxista.
En cuanto al capitalismo monopolista, el libro clave es el de Baran y Sweezy (1966), con el precedente de Steindl (1952), y las ampliaciones más recientes de Sweezy (1972, 1981 y 1987) y Cowling (1982). En la corriente francesa, que introduce la idea de "capitalismo monopolista de Estado", cabe destacar el tratado dirigido por Boccara (1974), así como el repaso que realiza Fairley (1980) y la crítica de Herzog y Lagiet (1970) a Baran y Sweezy.
En cuanto a las relaciones entre imperialismo e intercambio desigual, el libro más importante es el de Emmanuel (1969), pero puede verse también el de Amin (1973) y, sobre todo, la crítica que realiza Shaikh de ambas teorías, junto a la de las posiciones de otros autores como Mandel, en Shaikh (1979/80 y 1980).
Bibliografía:
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[1] La parte en cursiva de la cita anterior es comentada así por Sweezy: "No hay ninguna duda de que Marx y Engels creían que el capitalismo había alcanzado un punto decisivo. Sin embargo, en su opinión, el final de la etapa competitiva marcaba, no el comienzo de una nueva fase del capitalismo, sino más bien el principio de una transición al nuevo modo de producción que reemplazaría al capitalismo. Fue más tarde, cuando parecía claro que el capitalismo no estaba en las últimas, cuando los seguidores de Marx, reconociendo que se había entrado realmente en una nueva fase, se dispusieron a analizar sus rasgos principales y sus consecuencias para las 'leyes de movimiento' del capitalismo" (Sweezy 1987, p. 541). Es significativo que Sweezy no sólo señale a Hilferding (1910), sino también a Veblen (1904), entre quienes iniciaron esta interpretación. Comenta además que Hilferding fue incapaz de "integrar los nuevos fenómenos del desarrollo capitalista en el núcleo de la estructura teórica de Marx (valor, plusvalía y sobre todo el proceso de la acumulación de capital)", adelantó su conocida conclusión de que "en condiciones de monopolio los precios son indeterminados y por tanto inestables", y generalizó el argumento anterior de Engels hasta llegar a la idea de que "no existe límite absoluto a la cartelización" (o monopolización), por lo que el "resultado de este proceso es, pues, el cartel general" (ibid., p. 542).
[2] Entre los marxistas que han seguido después esta línea interpretativa, citaremos varios ejemplos. Por ejemplo, Moszkowska (1929), basándose igualmente en Hilferding (1910), asegura: "Ante todo sea dicho que Marx tuvo ante sus ojos el estadio más o menos puro del capitalismo competitivo. En la actualidad se impone cada vez más el capitalismo monopolista. En el capitalismo monopolista la tasa de ganancia ya no es la misma en las distintas esferas de la producción" (pp. 10-11). Strachey (1956) escribe que "la sociedad capitalista de 1955 es algo muy diferente de lo que era hace 100 años (...) o inclusive de lo que era hace 50 años" (p. 17). Dobb 1962 (20 ed. de Dobb 1945) habla de los "desarrollos de lo que ha dado en llamarse Capitalismo de Estado o Capitalismo monopolista de Estado, en buena medida novedosos en cuanto a cantidad y calidad", y añade que el segundo término fue "empleado por Lenin para designar ciertos desarrollos sobrevenidos durante la primera guerra mundial; por ejemplo en 1921, cuando incitó a estudiar especialmente 'el capitalismo de Estado de los alemanes' (artículo sobre el Impuesto en Especie, 21 de abril de 1921)" (p. 455). El sentido histórico de Dobb le lleva a matizar, y en la matización otro tema característico del marxismo tradicional: la lucha de clases: "resulta inconcebible que estas tendencias al capitalismo de Estado introduzcan, per se, un cambio radical, ya sea en el carácter del Estado o en el sistema prevaleciente de relaciones sociales (como han supuesto algunos). Propiciar tal posibilidad significa adoptar un punto de vista puramente superficial (...) Pero ello no significa que tales desarrollos del capitalismo de Estado no puedan modificar, en este o en aquel sentido, el funcionamiento del sistema económico. En ciertos aspectos lo modificaron evidentemente. Pero el grado y el sentido de ese cambio dependerán, esencialmente, de la correlación de fuerzas sociales y, en especial, del poderío político y económico del movimiento obrero" (ibid, pp. 456-7).
[3] "La realización de la teoría de Marx sobre la concentración, la asociación monopolista, parece dar convertirse así en la eliminación de la teoría marxista del valor", y ello porque "cuando las asociaciones monopolistas eliminan la competencia eliminan con ella el único medio con que se puede realizar una ley objetiva de precios" y "el precio deja de ser una magnitud determinada objetivamente" (Hilferding 1910, p. 257). Sweezy, tras citar a Hilferding, se muestra parcialmente de acuerdo; no en vano argumenta, con la teoría neoclásica, que "la producción total de equilibrio es más pequeña y el precio de equilibrio es más alto cuando se introducen elementos de monopolio"; por tanto, aunque está de acuerdo en que "no se ha descubierto ninguna ley medianamente general del precio de monopolio porque no existe ninguna", matiza que, aun así, es posible "partir de la teoría del valor (o del precio de producción) como base, y analizar la índole, si no la amplitud, de las modificaciones que el monopolio trae consigo" (1942, p. 298).
[4] Véanse Cain (1985), Etherington (1983), Willoughby (1995) y McDonough (1995).
[5] (Steindl 1984). A. Dutt, apoyándose en Kriesler (1987), señala que "Kalecki también pasó por una fase neoclásica, en la que concibió a las empresas como optimizadoras, pero esta fase puede considerarse como una breve digresión en su trabajo" (Dutt 1987, p. 70).
[6] "Así, un entendimiento tácito para abstenerse del rasgo básico de la competencia, que es el fijar precios de competencia, es la esencia de la metamorfosis que ha tenido lugar en nuestra economía", de forma que "las leyes de desarrollo de la etapa más antigua del sistema ya no son válidas plenamente para la nueva etapa [...] La especie es todavía reconocible; pero ha experimentado una mutación" debido a que los gerentes "empiezan a ser capases de afectar los precios" y también de "afectar el nivel de sus propias ganancias" (Strachey, 1956, pp. 32-36).
[7] Véase un repaso a esta literatura en Foster y Szlajfer (eds.) (1984), y una crítica en Warren (1980).
[8] Norton (1995) observa también la influencia de esta literatura en Lance Taylor (1985) y en Amitava Dutt (1990).
[9] Baran y Sweezy (1966), pp. 9-10. También Mazier señala que "de Lenin a Sweezy o a Boccara, estos autores no han podido integrar sino imperfectamente las nuevas formas adoptadas por el capitalismo en una problemática de conjunto. Se han visto conducidos a poner el acento excesivamente en ciertos fenómenos importantes pero específicos (papel del imperialismo o de los mercados exteriores) o a teorizar las apariencias (modos de intervención del Estado; impulso del progreso científico y técnico; el fenómeno del despilfarro). Se han multiplicado los análisis catastrofistas que disertan sobre la crisis del sistema capitalista o sobre la tendencia al estancamiento, retomando así una inclinación de Marx. Por otra parte, la ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia ha dado lugar a interpretaciones simplistas o a controversias abstractas" (1985, p. 4).
[10] Véanse diversas críticas a esta tesis en Glick y Campbell (1995), Duménil y Lévy (1995); y también la respuesta de Dutt, insistiendo en que "no existe contradicción entre la importancia analítica del poder de monopolio para la teoría de los precios y la igualación intersectorial de las tasas de beneficio" (Dutt 1995, p. 151).
[11] Donde al comenzar el epígrafe sobre "La alta ganancia monopolista y la ley de la cuota media de ganancia", se introduce, como excepción, la siguiente nota: "Ésta no es la única opinión existente sobre lo planteado en este apartado. Conste así" (p. 370).
[12] Obsérvese, sin embargo, que algunos autores marxistas utilizan el término "capitalismo de Estado" como sinónimo de "socialismo de Estado" (por ejemplo, Mattick 1969, p. 272), y, por tanto, en un sentido muy diferente del que se analiza en este epígrafe, que interpreta el capitalismo monopolista de estado como un paso más en el desarrollo histórico del capitalismo monopolista.
[13] Brewer (1990), p. 25. También Hirschman (1981), p. 213, y Harvey (1982), p. 439, están de acuerdo en señalar que Marx no propuso nunca una teoría del imperialismo.