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Este texto forma parte del
libro
Historia del Pensamiento Económico Heterodoxo
del profesor Diego Guerrero
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Capítulo 1: Crítica y heterodoxia en la historia del pensamiento económico.
1.1. Capitalismo, eclecticismo y heterodoxia.
Un dicho famoso, pero no siempre bien repetido, afirma que el economista es alguien que explicará mañana por qué lo que predijo ayer no se ha cumplido hoy. Hay que aclarar que ése es el economista ingenuo, porque hay otra especie de economistas, más precavidos, que para no equivocarse prefieren no responder, como por ejemplo aquél que, preguntado sobre la evolución futura de la Bolsa, se limitó a decir: "Fluctuará, fluctuará". Esta referencia a la dudosa calidad de muchas predicciones económicas no pretende dar paso a sesudas discusiones metodológicas sobre lo que es o no es la Economía, o sobre el mayor o menor alcance científico de esta disciplina. Su intención es simplemente recordar lo expresivas (autoinformativas) que son, es decir, cuán ampliamente reflejan estas predicciones la índole de las teorías económicas que habitan el cerebro de quien las hace. Lo mismo que "por el humo se sabe dónde está el fuego", por el tipo de predicciones sobre la evolución futura del sistema capitalista se puede deducir en gran medida si la teoría económica que las inspira se sitúa en un lado u otro de la línea divisoria que separa la heterodoxia de la ortodoxia. Evidentemente, la tarea de precisar con cuidado qué significa cada una de estas dos mitades del pensamiento tiene que revestir, por fuerza, una enorme complejidad. Pero si nos propusiéramos hallar una delimitación preliminar (para "andar por casa") del terreno propio de los economistas heterodoxos de los últimos dos o tres siglos -para evitar retroceder a la época precapitalista, que nos interesa aquí mucho menos-, no habría probablemente un método más directo que investigar la opinión de cada autor, no tanto sobre el presente del capitalismo, como sobre su futuro.
Sin embargo, hay que insistir en que este criterio simple y directo, a pesar de lo útil que pueda ser como primera aproximación, es insuficiente por sí solo, y debe ser completado con criterios adicionales de naturaleza varia, cuya consideración conjunta tiene que resultar necesariamente en un panorama tan heterogéneo y tan amplio que difícilmente se puede pretender hacer un análisis exhaustivo de los heterodoxos. Pero el objetivo de este libro no es esto último, sino llegar a presentar una muestra significativa de autores heterodoxos relevantes, que aunque no cubra la totalidad del pensamiento crítico -no es eso lo que se pretende-, sirva para ilustrar la lectura personal que hace el autor de la historia del pensamiento económico heterodoxo.
Con este ánimo, e independientemente de las afirmaciones más matizadas que se harán en el siguiente epígrafe, podemos comenzar identificando (de forma muy simplificada) tres grandes tipos de respuestas históricas a la citada cuestión del futuro del capitalismo:
1) Tenemos en primer lugar la interpretación "clasista" de los clásicos, que insistieron en el efecto asimétrico del desarrollo capitalista, es decir, señalaron que uno de los rasgos fundamentales de la tendencia histórica del capitalismo es que perjudicaría a unas clases a la vez que beneficiaría a otras.
2) Contamos, en segundo lugar, con la respuesta de Marx, que consistió, en esencia, en un pronóstico de transformación del sistema en su contrario, el socialismo, como consecuencia de su propia ley interna de desarrollo.
3) Por último, el enfoque de los autores posteriores fue muy distinto, ya que, salvo excepciones, o bien les impidió observar tendencias particulares en la dinámica capitalista -haciéndolos preocuparse tan sólo de problemas de naturaleza estática-, o bien los reforzó en la idea de que es imposible encontrar tendencia alguna en cualquier evolución económica, descalificando toda pretensión contraria como teleología metafísica. En consecuencia, este tercer grupo de autores prefiere no pronunciarse sobre el futuro del sistema; pero no pueda evitar hacerlo sobre el presente, de forma que podemos descubrir en estos pronunciamientos dos grandes ramas dentro de la tercera familia de respuestas que hemos identificado:
3a) la de quienes opinan que el sistema capitalista funciona de la mejor forma posible gracias a una serie de cualidades innatas que posee tal sistema;
y 3b) la de quienes creen que, gracias al control público y/o institucional sobre la economía de mercado, este sistema es el menos malo de todos los posibles.
Si se fija uno bien en esta clasificación -desde luego imperfecta- que acabamos de hacer, descubrirá que podría servirnos para encontrar evidencias importantes sobre el sentido actual de la heterodoxia económica. Por una parte, la fuerza propagandística de los manuales ortodoxos nos ha hecho creer que los clásicos y Marx son definitivamente cosa del pasado; por tanto, aunque añadiéramos que el pensamiento de Marx fue una gran opción heterodoxa frente al pensamiento de los clásicos, no parece obvio que esto convenza a nadie de que nos hallamos ante un instrumento analítico relevante para entender la economía presente. Sin embargo, la dificultad de la prueba no le quita verdad a una tesis verdadera, y por tanto no daremos por derrotada, sin más, la idea afirmativa de esa relevancia, aparte de que esta tesis de la relevancia presente de la obra de los clásicos y de Marx encuentra una confirmación directa en la existencia de un número creciente de continuadores actuales de esas dos corrientes de pensamiento. Por otra parte, el problema de qué deba entenderse por un "discípulo" no es de los menores, puesto que lleva implícita la ardua cuestión de la interpretación correcta de las ideas del maestro, o la no menos difícil de hasta qué punto se puede decir del primero que las siguió, las mejoró, las desarrolló, las tergiversó, o las traicionó. En tercer lugar, la existencia de herederos o discípulos de estas dos primeras escuelas parece absolutamente necesaria para hablar hoy en día de heterodoxia en el sentido fuerte del término -que es el que utilizaremos preferentemente en este libro-, pues si la tercera escuela (o respuesta) mencionada quedó bien definida, es claro que las dos ramas que la componen surgen del tronco común de la ortodoxia, que da cobijo tanto a los que califican al sistema capitalista como "el menos malo"[1] cuanto a los que lo consideran como "el mejor" posible; pues con esto se hace recaer el peso de la diferencia sobre una cuestión secundaria: la de si el mecanismo que hace posible este óptimo funcionamiento es interno o externo al sistema, es decir, si radica en las "fuerzas del mercado" o, más bien, en la capacidad de gestión política de los dirigentes del Estado.
Ahora bien, como veremos en capítulos posteriores, la división de la tercera corriente en esas dos ramas puede interpretarse, a su vez, en dos sentidos distintos -bien como una distinción entre neoclásicos y keynesianos, bien como una separación entre liberales y socialdemócratas-, según se ponga el énfasis en un contexto interpretativo más económico que político, o viceversa. Sin embargo, no vamos a entrar por el momento en esta cuestión. Antes, conviene reparar en que la posición desigual o asimétrica que ocupan, frente a ambas ortodoxias, los representantes actuales de las dos primeras corrientes (los heterodoxos contemporáneos). Porque mientras los herederos de los clásicos mantienen el espíritu del enfoque clásico -el énfasis en los conflictos de clase que surgen en la producción y en la distribución-, se ven obligados a rechazar al mismo tiempo la expresión concreta de las predicciones que hicieron aquellos autores[2]. En cambio, entre los discípulos actuales de Marx hay división de opiniones. Unos siguen repitiendo tanto el espíritu como la letra de la obra del maestro: es cierto que si se limitan a repetir que el capitalismo está embarazado de socialismo, y que, tarde o temprano, éste nacerá del seno mismo de aquél, no habrán aportado nada nuevo, y podrían ser acusados de malos (y perezosos) economistas; pero muchos de éstos van más allá de la obra de Marx e intentan desarrollarla, y no simplemente repetirla. Pero también hay autores que se consideran marxistas y revisan de forma sustancial las enseñanzas de Marx, como por ejemplo los que defienden un marxismo sin teoría laboral del valor, cuyas manifestaciones estudiaremos en capítulos posteriores.
Por encima de las diferencias entre las dos ramas heterodoxas, podemos apuntar una coincidencia importante: la idea de que cierta forma de socialismo sucederá -"por necesidad" o con "probabilidad"- al capitalismo está presente, implícita o explícitamente, en casi todos ellos. Un ejemplo, antes de entrar en materia, bastará para apoyar esta tesis. El muy conocido y prestigioso economista austriaco-estadounidense J. A. Schumpeter, nacido, como Keynes, el año en que murió Marx, y, como Keynes también, muy distante de las ideas de Marx, adquirió un aura imborrable de heterodoxo cuando se le ocurrió publicar las bien conocidas reflexiones de su libro Capitalismo, socialismo, democracia: ")Puede sobrevivir el capitalismo? No; no creo que pueda [...] )Puede funcionar el socialismo? Por supuesto que puede [...] (Schumpeter 1942, pp. 95 y 223). De nada le valió a Schumpeter aclarar, inmediatamente después, que la posición que subyacía, bajo su frialdad de analista, era la de un político conservador y adversario del socialismo: "La idea que he de esforzarme por fundamentar es la de que las realizaciones presentes y futuras del sistema capitalista son de tal naturaleza que rechazan la idea de su derrumbamiento bajo el peso de la quiebra económica, pero que el mismo éxito del capitalismo mina las instituciones sociales que lo protegen y crea, 'inevitablemente', las condiciones en que no le sería posible vivir y que señalan claramente al socialismo como su heredero legítimo. Por consiguiente, mi conclusión final no difiere, por mucho que pueda diferir mi argumentación, de aquella a que llegan la mayoría de los escritores socialistas y, en particular, todos los marxistas. Pero para aceptarla no es necesario ser socialista. La prognosis no implica nada acerca de la deseabilidad del curso de los acontecimientos que se predicen. Si un médico predice que su paciente morirá en breve ello no quiere decir que lo desee. se puede odiar al socialismo o, por lo menos, mirarlo con una fría crítica, y, no obstante, prever su advenimiento. Muchos conservadores lo han revisto y lo prevén. Tampoco se necesita aceptar esta conclusión para calificarse de socialista. Se puede querer el socialismo y creer ardientemente en su superioridad económica, cultural y ética, y, no obstante, creer al mismo tiempo que la sociedad capitalista no alberga ninguna tendencia hacia su autodestrucción. Hay, efectivamente, socialistas que creen que el orden capitalista recupera la fuerza y se estabiliza a medida que transcurre el tiempo, por lo que es quimérico esperar su derrumbamiento" (ibid., pp. 95-96).
Sin embargo, por mucho valor heurístico que quiera atribuirse a la idea del socialismo como sustituto del capitalismo[3], debe complementarse con ideas más específicas, sobre el funcionamiento interno del sistema capitalista, para obtener un criterio interpretativo más adecuado. Y, en este punto, la segunda hipótesis central que contiene este libro apunta al papel que desempeña la teoría del valor en el conjunto de la teoría económica del capitalismo. Más concretamente, la combinación de idea con la anterior nos lleva a la conclusión de que, hoy por hoy, es imposible hablar de ninguna forma de heterodoxia económica seria que no defienda, ya sea alguna forma de socialismo, ya alguna versión de la teoría laboral del valor, o bien ambas cosas a la vez.
Pues bien , en relación con la teoría del valor, se plantea de forma aguda la importante cuestión epistemológica del eclecticismo[4], que bien merece que nos detengamos un momento a reflexionar. Hay que empezar distinguiendo dos cosas. En la formación del pensamiento de cada sujeto ejerce su influencia una serie de factores muy diversos, y no es difícil compartir la opinión de que el teórico debe aceptar la influencia de todo tipo de teorías y elaboraciones conceptuales, vengan de donde vengan, siempre que las mismas superen el criterio de cientificidad establecido por el propio sujeto receptor. En este sentido, por supuesto que Nell y Marx y tantos otros son eclécticos, y yo mismo me considero un ecléctico desde ese punto de vista. De hecho, en la polémica ponencia de Santiago se citaba una afirmación de Samuelson donde éste se refiere, siguiendo a I. Berlin, a la presencia de esta forma de "eclecticismo" en Marx, junto a la siguiente valoración de su teoría: "Lo original no son los componentes, sino la hipótesis central que los conecta entre sí" (o sea, la teoría laboral del valor), de forma que "poco importa, pues, que Spinoza y Feuerbach defendieran anteriormente el materialismo histórico; Saint-Simon y Guizot, la lucha de clases; Sismondi, las crisis económicas; Moses Hess y Babeuf, el surgimiento del proletariado; y Fourier y algunos posricardianos, como Bray, Thompson y Hodgskin, los conceptos de explotación y plusvalía" (Samuelson 1980, p. 916). El mismo Samuelson se declara, a su vez, ecléctico: "Soy ecléctico únicamente porque la experiencia me ha enseñado que la Madre naturaleza también lo es" (Samuelson 1992, p. 281). Si entendemos el eclecticismo en el sentido de estas dos citas de Samuelson, no se ve como ningún aspirante a científicos pueda negar ser ecléctico.
Sin embargo, no es éste el sentido que se da al concepto fuerte de eclecticismo cuando se lo emplea en el contexto de la metodología científica y de los discursos epistemológicos. Y esto también lo compartiría un autor como Samuelson, pues, inmediatamente después de la cita anterior, añade: "Si todas las pruebas apuntan a una causación con un solo factor, yo no presento ninguna resistencia interna a aceptarla. Pero esta frase conlleva un gran 'si'" (ibidem). Ésta es la cuestión: si una teoría apunta a un solo factor causal y una segunda teoría punta a un factor distinto del primero, difícilmente pueden compatibilizarse ambas. Así, por ejemplo, si Marx concluye que la propia dinámica capitalista lleva al capitalismo a transformarse en socialismo, esta tesis no puede hacerse compatible con la tesis de que el capitalismo seguirá siempre siendo capitalismo (ni tampoco con la de que no existe nada a lo que se pueda llamar "la dinámica capitalista"). Igualmente, si se defiende que el trabajo es el origen del valor, no hay forma de hacer casar esta tesis con una teoría del valor basada en otra cosa, ni tampoco con la teoría de que no se necesita ninguna teoría del valor para explicar los precios de las mercancías.
La anterior reflexión nos lleva a la siguiente. En el interior de cuerpos teóricos articulados en torno a tesis diferentes pueden encontrar cabida aportaciones, conceptos, teorías, instrumentos, etc. procedentes de corrientes o escuelas diversas, y esto no es sino un ejemplo del primer tipo de eclecticismo, que es científicamente irreprochable. Pero lo que no puede aceptarse, si se respetan las leyes de la lógica, es el segundo tipo de eclecticismo; y es éste el que siempre resulta, por fuerza, excesivo. Y ello, sencillamente, porque su mera presencia trasluce la existencia de una contradicción no percibida por el sujeto. Puesto que nadie se atreverá a defender válidamente una cosa y su contraria, no sólo parece justificado el rechazo universal del eclecticismo que hace eso de forma inconsciente, sino que podemos aplicar esta posición a los casos concretos de las teorías mencionadas (la relación entre teoría laboral y otras teorías del valor, o entre los pronósticos afirmativo y negativo del socialismo).
Una última cuestión: las dos teorías mencionadas (teoría laboral del valor y pronóstico del socialismo) aparecen tan íntimamente ligadas en Marx -ese gran heterodoxo de la Economía- que cabe preguntarse si no llegó a fundamentar sólidamente la tesis de la autocontradicción liquidadora del capitalismo gracias precisamente a la formulación de la teoría laboral del valor. Por esta razón, Marx ocupa un lugar especial en la historia del pensamiento económico heterodoxo: antes que él, casi todos los economistas críticos fueron socialistas que criticaron a los economistas clásicos creadores de la teoría laboral del valor. Después de él, y en la actualidad, muchos otros críticos sacaron y sacan conclusiones socialistas a partir de teorías que se pretenden ajenas a la teoría laboral del valor, o bien reivindican desde un punto de vista no socialista las enseñanzas realistas de los clásicos, entre las que ocupa un lugar central la teoría del valor-trabajo. Pero sólo en Marx y en una minoría de sus seguidores podemos encontrar simultáneamente la diagnosis del embarazo socialista del capitalismo sobre la base de la teoría del valor-trabajo.
En cualquier caso, todas estas escuelas e interpretaciones diversas, así como las relaciones existentes entre ellas, suponen precisamente el terreno de la heterodoxia económica a la que se dedican las páginas siguientes de este libro.
1.2. Esquema de la historia del pensamiento económico.
Ya que hemos visto las razones por las que K. Marx ocupa un lugar central en la historia del pensamiento económico heterodoxo, podemos utilizar uno de sus esquemas para ayudarnos a sintetizar las diferencias esenciales entre las escuelas de pensamiento -ortodoxas y heterodoxas- que se han sucedido desde el inicio de la producción capitalista, así como la vinculación que puede establecerse entre todas ellas. Puesto que el rasgo esencial del modo de producción capitalista radica en la relación que existe entre el capitalista y el obrero asalariado, elemento que faltaba en las primeras formas no productivas del capitalismo -el capitalismo mercantil o financiero, que obtenía su excedente a partir del intercambio de mercancías o dinero-, Marx elaboró un doble esquema para enfatizar esta diferencia. Así, el capital mercantil puede venir representado, utilizando las categorías de mercancía y dinero, como:
D - M - D', (1)
donde se comienza con una cierta cantidad de dinero (D), con la que se compra cierta cantidad de mercancía (M), que posteriormente se revende a cambio de una cantidad mayor de dinero (D'). Marx señala que al ser el dinero puro valor de cambio -frente a las demás mercancías, que representan los diferentes "valores de uso" o cosas útiles para el hombre, que se intercambian debido a su diferente utilidad-, no podría tener sentido una relación como la siguiente:
D - M - D, (2)
-donde, en vez de D' (= D + d), que lleva implícita la idea de un excedente, aparece D-, pues sería absurdo terminar, al final del proceso, con la misma mercancía y el mismo valor con los que se había empezado[5]. Por consiguiente, en la mera existencia de la relación D - M - D' está implícita la necesidad de que su objeto sea precisamente el incremento de valor experimentado entre D y D', de manera que el poseedor de D realiza la compra de M exclusivamente con el objetivo de obtener un excedente de valor (de la cuantía D'-D = d). La búsqueda de este excedente está muy presente en las inquietudes teóricas de los mercantilistas, la escuela de los economistas que se generó en la época del capitalismo comercial. Sin embargo, el excedente del que se ocuparon las tres escuelas siguientes -fisiócratas, clásicos y Marx- está más relacionado con el que puede observarse en el segundo esquema ideado por este último autor:
D - M(= MP, FT) ... P ... M' - D' (3)
Tanto la figura del arrendatario de tierras en los fisiócratas como la del capitalista industrial en los clásicos están construidas a partir de la compra con dinero de los diferentes medios de producción (MP) y fuerza de trabajo (FT) necesarios para llevar a cabo el proceso de producción (... P ...) de una nueva mercancía (M') que, vendida en el mercado a cambio de una cantidad de dinero mayor (D'), proporcionara al poseedor del capital-dinero inicial el excedente D'-D = d. La diferencia clave estriba en el proceso de producción que media en este caso, y que estaba ausente del caso anterior; por eso llama Marx a esta forma de capitalismo el modo de producción capitalista. Pero lo que une a fisiócratas y clásicos con su antagonista y crítico Karl Marx es la preocupación común por el análisis del proceso de generación, extracción y distribución del excedente (algo que en realidad también compartían los mercantilistas, aunque su preocupación se dirigiera al comercio). Y es precisamente este rasgo lo que distinguirá de las anteriores a la nueva escuela neoclásica que surgirá a partir del último cuarto del siglo XIX, y que se convertirá, andando el siglo XX, en la gran ortodoxia que, aún en la actualidad, rige el panorama universal de la enseñanza y de la investigación en Economía.
En efecto, los autores de las diferentes escuelas de análisis del capitalismo anteriores a Marx estaban interesados en el análisis científico del origen y utilización del excedente porque pensaban que era a partir de éste y de su acumulación como tenían que estudiar la dinámica de un sistema económico que estaban interesados en comprender. Salvando las distancias -como las diferencias en los intereses materiales de las clases que representan unos y otro intelectualmente-, éste mismo era el interés científico que explica la obra de Marx, que en muchos sentidos es la que más lejos llegó en la comprensión de las leyes de dicha dinámica, hasta hacerle descubrir el secreto de la misma en la explotación del trabajo y en la apropiación del plustrabajo por parte de los propietarios de los medios de producción. Como se aprecia en la figura 1.2.1, si los dos intercambios son intercambios de equivalentes (o sea, D = M y M' = D'), entonces el incremento de valor se produce necesariamente en la fase de producción (...P...). Pero como los medios de producción sólo transfieren su valor al producto -ya sea de golpe, como en el caso del capital circulante, ya por partes, como en el caso del capital fijo-, la creación de excedente tiene que provenir de la fuerza de trabajo. La idea de Marx es que el excedente procede de la diferencia entre el valor que crea el trabajo y el valor que cuesta la fuerza de trabajo.
Figura 1.2.1: Esquema del modo de producción capitalista y del proceso de acumulación de capital |
Por el contrario, el tipo de análisis que comienza a hacerse después del viraje marginalista de la Economía neoclásica parece tener mucho que ver, una vez comprendida la esencia de la explotación, con la necesidad de disimularla o, al menos, de presentarla de la manera más edulcorada posible, a fin de contraponer a esta interpretación -que amenazaba con instalarse mayoritariamente en la conciencia social- una visión alternativa, menos peligrosa para los intereses del statu quo. Expresado en términos de la figura 1.2.1, el de los neoclásicos consistió en un cambio de atención desde las condiciones (dinámicas) de la producción (... P ...), hacia las condiciones (estáticas) en que se realizan las dos fases de intercambio que intervienen en el ciclo del capital, a saber: la que tiene lugar en los "mercados de factores" (parte "D - M" del esquema) y la que se producen del lado del "mercado de productos" (M' - D'), dominadas ambas por el principio del intercambio de equivalentes. Pero no sólo eso. Para convertir el intercambio entre capital y trabajo en un intercambio de iguales, y eliminar todo rastro de explotación del trabajo por el capital, hay que modificar el esquema (3) hasta convertirlo en otra cosa distinta, como la que representa el esquema (4).
Propiedad o abstinencia
K ... P ... M' - D' (4)
D - M(= MP, FT)
En éste se ve la necesidad de añadir algún factor intangible a los que intervienen materialmente en la producción -los medios de producción y la fuerza de trabajo- si se quiere evitar la conclusión de deducir la aparición del excedente a partir de la presencia de la fuerza de trabajo. Sin embargo, apelando a la propiedad o a la abstinencia, los neoclásicos sólo pueden conseguir despojar a la fuerza de trabajo de la capacidad exclusiva de generar excedente si dan una explicación convincente del verdadero papel que desempeñan estos nuevos factores en el proceso de producción, y que consiste en algo distinto al papel desempeñado ya por los medios de producción. El debate se plantea, entonces, en términos de las respectivas teorías del valor que sirven de base a la concepción global del proceso capitalista, y, puesto que la teoría clásica y marxista del valor-trabajo, o teoría laboral del valor, conducía al intercambio desigual entre capital y trabajo -esto es, a la explotación-, la primera tarea que se les presentaba a los economistas de la nueva escuela era la de encontrar un fundamento nuevo para el valor de las mercancías, distinto del trabajo.
Ahora bien, la teoría que existía como única alternativa posible a la teoría laboral, por ser la única que contaba con una tradición suficiente, era la teoría utilitarista del valor, y fue ésta, convertida con los marginalistas en teoría de la utilidad marginal (la derivada de la utilidad total respecto a la cantidad consumida), gracias al dominio de la técnica matemática disponible en su época, la que sirvió de base a la Economía neoclásica. Sin embargo, la nueva teoría no podía servir de fundamento exclusivo para la determinación de los precios mercantiles (véase el apéndice de Guerrero 1995), por lo que terminaron aceptando la sugerencia de Marshall sobre la necesidad de combinar la nueva teoría con lo que quedaría de la teoría clásica una vez despojada de la categoría de valor-trabajo. Y esto produjo la conocida combinación de los principios de utilidad y coste monetario de producción, que se refleja en la forma convencional que, según los manuales ortodoxos, adoptan las fuerzas de mercado, representadas por una oferta y una demanda que determinan simultáneamente los precios de equilibrio de las mercancías. Pero, dado que la nueva teoría del valor exigía la aceptación de la idea de que los precios mercantiles reflejan simultáneamente el coste de producción y la plena satisfacción de todos los consumidores[6], la Economía neoclásica se vio abocada, huyendo de la realidad de la explotación y el intercambio desigual, hacia la utopía pura de un mundo perfecto, caracterizado por la igualdad omnipresente de los intercambios, la armonía universal de los intereses y la permanente optimización de los planes de actuación de todos los agentes económicos. Así, desde los individuos-consumidores a los individuos-productores (trabajadores) y a los individuos-ahorradores (capitalistas), entre todos conseguirían, en la procura egoísta, pero "racional", de sus intereses particulares, el mejor de los mundos posibles e incluso imaginables, gracias a la intervención de una misteriosa "mano invisible" blandiendo la varita mágica del "equilibrio general". Con ella, no sólo se conseguiría garantizar -supuestamente- el equilibrio universal y simultáneo de todos los mercados, sino también, como ha señalado Joan Robinson, la abolición del problema moral, ya que de su actuación se deduce que lo que tiene que hacer cada cual, para ser socialmente óptimo y eficiente, es simplemente actuar de la manera más egoísta posible[7].
La Economía de finales del siglo pasado se vio impelida de esta manera a decidirse por una de las dos alternativas de este dilema: o bien atenerse al mundo real, con su explotación y sus conflictos de clases entre el capital y el trabajo; o bien evadirse de la realidad y dirigir sus esfuerzos hacia la construcción de un mundo ilusorio y fabulado, a base de equilibrios, óptimos y perfecciones (no en vano cuenta la Economía neoclásica con una "Teoría del Equilibrio General", una "Teoría del Óptimo de Pareto" y una "Teoría de la competencia perfecta", todas ellas piedras angulares de su edificio teórico). La Economía ortodoxa de los neoclásicos se adentró cada vez más por esta segunda vía; e impulsada por la fuerza de la Academia y la sabia utilización del instrumental técnico (en especial, matemático) puesto a su disposición por el desarrollo general del conocimiento, se dedicó a levantar un piso tras otro de un edificio teórico de arquitectura impresionante, pero apoyado sobre unos cimientos fabricados con materiales de procedencia sospechosa, no extraídos desde luego del almacén de la realidad social y económica.
Sin embargo, puesto que las discrepancias entre el modelo y la realidad podían siempre atribuirse a imperfecciones exteriores a la lógica de la construcción teórica, no es extraño que el edificio neoclásico pudiera mantenerse en pie tanto tiempo, aparentando una solidez a toda prueba, a pesar del embate de los teóricos más realistas, que desde el principio abogaron por la necesidad de alternativas. No obstante, la propia evolución de la economía real se encargó de desmentir con hechos la ilusión de la falsa teoría; de modo que cuando la Gran Depresión que siguió a la crisis de 1929, con sus secuelas de desempleo masivo y miseria, hizo imposible seguir manteniendo la ficción de la economía eficiente, perfecta y óptima, cobró fuerza, dentro de la corriente mayoritaria educada en la ortodoxia neoclásica, la tesis de la necesidad de una reforma. Este nuevo caldo de cultivo permitió que en la década de los treinta fructificara, en forma de teoría keynesiana, un nuevo enfoque más preocupado por entender de forma realista el alcance del mal que parecía sufrir la economía capitalista que por seguir cerrando los ojos a la realidad. Sin embargo, cuando, tras la segunda guerra mundial, pareció conjurado el peligro de la crisis, el sentido realista inicial de la macroeconomía keynesiana se fue perdiendo poco a poco en el interior de una síntesis neoclásico-keynesiana que volvía a marchas forzadas hacia la especulación idealizante.
Pero detengámonos en la figura de Keynes, porque a veces se tiene una falsa impresión de lo que significó esencialmente la aportación keynesiana. John Maynard Keynes, como su contemporáneo Joseph Schumpeter, fue un burgués y un liberal toda su vida, pero ello no le impidió percibir que el capitalismo sufría de problemas que podían poner en entredicho su supervivencia, y que, para garantizar ésta, un liberal coherente no debe tener inconveniente en recurrir a la intervención del Estado (porque de lo que se trata es de salvar el capitalismo, aunque sea a costa de renunciar al "laissez faire"). Por consiguiente, es un error tratar la obra de Keynes como el producto de un pensamiento de izquierdas, ya que su único objetivo consistió en intentar, como sus colegas neoclásicos, dar larga vida al enfermo -la economía capitalista-, pero en su caso, ante la gravedad del nuevo diagnóstico, recurriendo a un tratamiento de choque, incluida la administración de medicinas que sus colegas creían innecesarias frente al simple recurso de convencer verbalmente al paciente de que su salud era inmejorable[8], y de que lo único que había que hacer era esperar a que se curase solo el catarro.
La esencia del mensaje keynesiano consiste en la tesis de que el mecanismo de la inversión privada, que es otra manera de describir al sistema capitalista, es el responsable de que la economía se aleje en ocasiones del pleno empleo. En efecto, según Keynes, las cambiantes expectativas empresariales son la causa de que el nivel de inversión sea a menudo insuficiente para materializar la capacidad de ahorro que tiene la economía para cierto nivel de producción y renta, y éste es el origen de una depresión que se produce por el insuficiente consumo o demanda dirigida colectivamente a esa producción. En consecuencia, si la inversión privada no responde ni siquiera al estímulo de una política de dinero barato, corresponde al Estado complementar los flujos privados con inversiones (y otra demanda) públicas que, al fortalecer la demanda global, contribuyan a acercar la producción efectiva a su nivel potencial, haciendo así que el desempleo se sitúe en el nivel más bajo posible. Esta potencialidad expansiva de la intervención estatal, tanto más efectiva en el modelo keynesiano cuanto en mayor medida se financien los gastos extraordinarios sin recurrir a nuevos impuestos -lo que se conoce como política de "gastos deficitarios"- se convirtió en el núcleo de las llamadas "políticas macroeconómicas keynesianas", características de las décadas posteriores a la segunda guerra mundial. Desde el punto de vista del esquema utilizado por Marx para representar la producción capitalista, las diferencias entre Keynes y los neoclásicos se reducen al énfasis que pone el primero en las dificultades de realización del valor de la producción mercantil global, de forma que, en M' - D', el paso de M' a D' puede resultar complicado debido a los problemas de insuficiencia de demanda efectiva a los que me he referido antes. Por supuesto, todo lo demás que se dijo sobre los neoclásicos, aparte de este punto concreto, es perfectamente aplicable al pensamiento conservador y, en ese sentido, ortodoxo, de Keynes.
Y si en aquella época "keynesiana" esto constituía la mayor virtualidad del mensaje keynesiano, las tornas han cambiado lo suficiente en las tres últimas décadas como para que presenciemos en la actualidad cómo se achaca a las políticas de déficit público, de orientación keynesiana, la responsabilidad de casi todos los males económicos. Si el enfoque macroeconómico propugnado por Keynes fue originalmente un intento de superar el extremo individualismo metodológico característico de los neoclásicos ortodoxos, hoy las cosas se presentan de otra manera, y la propia Macroeconomía keynesiana, entremezclada primero con otros componenentes neoclásicos en el seno de la llamada "Síntesis" (la síntesis neoclásico-keynesiana de Hicks, Hansen, Samuelson, etc.), y retada de forma cada vez más intensa por lo que se ha dado en llamar "Nueva Macroeconomía Clásica" -que mejor cabría denominar "Macroeconomía neoclásica pura", por su renuncia a la voluntad de compromiso representada por la "Síntesis"-, formada por una conjunción de teorías que han ido surgiendo en oposición a la Síntesis -como el "monetarismo", la teoría de la "elección pública", la Economía de las "expectativas racionales", la "Economía de la Oferta", etc.-, ha evolucionado hasta lo que es hoy la Macroeconomía sincrética de los manuales al uso. En ella, la nota más característica es que no queda rastro alguno del intento keynesiano de restaurar el enfoque social, holista, no-individualista, característico de la tradición clásica y marxista, que ha quedado por completo extirpado por la costumbre de identificar lo macroeconómico como el resultado de una simple "agregación" (aritmética, gráfica, etc.) de resultados obtenidos en el plano de la conducta individual de los agentes económicos.
El caballo de batalla de la Nueva Macroeconomía Clásica es la búsqueda constante de "microfundamentos" cada vez más perfeccionados para cualquiera de las teorías tradicionales del ámbito macroeconómico. Pero cuando se analiza el contenido último de dichos microfundamentos se descubre que su esencia no consiste en otra cosa que en un esfuerzo por eliminar cualquier pretensión de postular "macrofundamentos" para los comportamientos microeconómicos. Quizás el siguiente ejemplo pueda servir para ilustrar esta tesis. Como todo el mundo sabe, el modelo macroeconómico más sencillo de los manuales al uso presenta una economía compuesta por tan sólo dos sectores (familias y empresas), sin que se tomen en consideración el sector público o el sector exterior. Los manuales tradicionales declaran preocuparse especialmente por encontrar una explicación cada vez más detallada, en el plano microeconómico, del comportamiento de estos "agentes" que, en el plano macroeconómico (es decir, por simple agregación), se han convertido en "sectores". Sin embargo, este planteamiento ignora de plano lo que podríamos llamar "fundamentos macroeconómicos" de la conducta de las familias y de esas empresas individuales, que se manifiesta por partida doble: 1) en la Economía convencional, no desempeña ningún papel el que la familia en cuestión sea una familia de obreros asalariados, o se trate de una rica familia capitalista o terrateniente; 2) igualmente, la empresa queda reducida a una unidad productiva representada por una determinada función técnica de producción, pero para nada parece contar el hecho de que se trate de, digamos, una "empresa" campesina de tipo familiar cuyo objetivo es la supervivencia doméstica, o de una moderna empresa industrial volcada al mercado internacional e impulsada por la compulsión interna de la acumulación capitalista y por las contradicciones entre obreros y propietarios.
Estos fundamentos macroeconómicos de la conducta individual[9], y de la estructura social en la que aquélla se inserta, son los que ponen de manifiesto los críticos actuales de la ortodoxia. Todos los heterodoxos de hoy en día -y así lo refleja la historia del pensamiento económico heterodoxo que se desarrollará en las páginas siguientes- se mostrarán de acuerdo en rechazar el viraje intelectual neoclásico-keynesiano hacia la negación de las contradicciones de la producción capitalista, y convendrán en afirmar que la posición asimétrica entre capitalistas y trabajadores, asentada sobre la extracción de plustrabajo de los segundos por los primeros, tanto si se analiza sobre la base de la teoría laboral del valor o sobre una base distinta, conduce a un resultado claro: o esas contradicciones apuntan, según unos, a la superación socialista del capitalismo, o, cuando menos, generan, para otros, el impulso socialista que sirve de crítica fundamental a los resultados de la sociedad capitalista.
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La mejor historia disponible del pensamiento económico general realizada desde un punto de vista crítico es el libro del americano E. K. Hunt (profesor de la Universidad de Utah), cuya segunda edición data de 1992 (la primera es de 1979: véanse Hunt 1979 y 1992a). Las características más destacadas de este libro -que es más fructífero aún si se lo compara con otras obras excelentes, pero más convencionales y ortodoxas, como el clásico Schumpeter (1954), o los más recientes de Blaug (1978 y 1985) y Ekelund y Hébert (1990)- son las siguientes. Comienza con el pensamiento económico de los mercantilistas, dejando de lado las doctrinas anteriores al nacimiento del capitalismo. Presta mucha atención a escuelas o corrientes despreciadas frecuentemente en otras Historias, como el "subjetivismo racionalista" de Bentham, Say y Senior; la "economía política de los pobres" (Thompson y Hodgskin); el debate utilitarista entre "puros" (Bastiat) y "eclécticos" (Mill), que termina con el triunfo de los primeros (Jevons, Menger y Walras); el análisis detallado de Marx, Veblen y Keynes; la atención a los recientes desarrollos de escuelas heterodoxas tan importantes como las de Sraffa, los postkeynesianos, la moderna teoría laboral del valor, etc. Por otra parte, este libro puede complementarse con otros trabajos bien conocidos del mismo autor, entre los que destacan su ensayo sobre Joan Robinson (1983) y sobre el marxismo analítico (1992b) o la recopilación de trabajos críticos sobre teoría económica que realizó junto a J. Schwartz (1972). Son también interesantes los libros de R. Heilbroner (1972, 1975, 1985), así como el más reciente de (1993), que están todos traducidos al español; y para una crítica de la macroeconomía neoclásica y keynesiana, véanse los libros de Weeks (1989) y Clarke (1988).
Otros trabajos recomendables pero consagrados a ámbitos más específicos del pensamiento económico son los siguientes: la excelente y muy clara Historia de Rubin (1929), escrita desde un punto de vista marxista, que por ser de principios de siglo, no recoge los desarrollos más recientes; el riguroso análisis del institucionalista Ben Seligman (1962), que abarca la historia del pensamiento económico desde 1870 y tiene la ventaja de estar traducida (aunque mal) al español; el libro del húngaro Mátyás (1985), editado en la colección de "Economía radical" de la editorial Macmillan, que abarca la misma época considerada por Seligman, pero incluye desarrollos más recientes, incluidos los años ochenta; la Historia en dos volúmenes de los franceses Baslé y otros (1988), inspirada en el enfoque regulacionista, y que desarrolla una orientación pluralista que se hace explícita hasta en el título; por último, la historia, en dos volúmenes también, del pensamiento económico marxista -única en su género por su extensión y exhaustividad-, realizada por dos autores que, aunque autoconsiderados marxistas heterodoxos, son más bien sraffianos de procedencia marxista (Howard y King 1989 y 1992).
Bibliografía:
Baslé, M.; Lipietz, A.; y otros (1988): Histoire des pensées économiques, 2 vols.: I: Les fondateurs, II: Les contemporains, Sirey, París.
Blaug, M. (1978): Economic Theory in Retrospect, 30 ed., University Press, Cambridge [Teoría económica en retrospección, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1988].
--(1985): Great Economists Since Keynes. An Introduction to the Lives and Works of One Hundred Modern Economists, Cambridge University Press, Cambridge.
Clarke, S. (1988): Keynesianism, Monetarism and the Crisis of the State, Edward Elgar, Aldershot.
Ekelund, R. B.; Hébert, R. F. (1990): Historia de la Teoría económica y de su método, 30 edición, McGraw-Hill, Madrid, 1991.
Heilbroner, Robert L. (1972): Worldly Philosophers, Simon and Schuster, Nueva York [Vida y doctrina de los grandes economistas, Aguilar, Madrid, 1982].
--(1975): The Making of Economic Society, Prentice Hall, Englewood Cliffs [La formación de la sociedad económica, FCE, México, 30 edición].
--(1985): The Nature and Logic of Capitalism, W. W. Norton, Nueva York [Naturaleza y lógica del capitalismo, Siglo XXI, México, 1989].
--(1993): 21st Century Capitalism, Norton, Nueva York.
Howard, M. C.; King, J. E. (1989): A History of Marxian Economics: Volume I, 1883-1929, Princeton University Press, Princeton.
--(1992): A History of Marxian Economics: Volume II, 1929-1990, Princeton University Press, Princeton.
Hunt, E. K. (1979): History of Economic Thought: a Critical Perspective, Wadsworth, Belmont, California.
--(1983): "Joan Robinson and the labour theory of value", Cambridge Journal of Economics, 7, pp. 331-342.
--(1992a): History of Economic Thought. A Critical Perspective, 20 ed., Harper Collins, Nueva York.
--(1992b): "Analytical marxism", en Roberts y Feiner (eds.): Radical Economics, pp. 91-107.
-- y Schwartz, Jesse (comps.) (1972): A Critique of Economic Theory, Harmondsworth [Crítica de la teoría económica, Fondo de Cultura Económica, México, 1977].
Mátyás, A. (1985): History of Modern Non-Marxian Economics, Macmillan, Londres.
Rubin, I. I. (1929): A History of Economic Thought, Ink Links, Londres, 1979.
Schumpeter, J. A. (1954): History of Economic Analysis, George Allen and Unwin, Oxford University Press [Historia del análisis económico, Ariel (trad. al español de Manuel Sacristán), Barcelona, 1982, segunda edición].
Seligman, B. (1962): Main Currents in Modern Economics, Free Press of Glencoe, MacMillan, Nueva York [Principales corrientes de la ciencia económica moderna (El pensamiento económico después de 1870), Oikos-Tau, Vilassar de Mar, Barcelona, 1967].
Weeks, J. (1989): A Critique of Neoclassical Macroeconomics, Macmillan, Londres.
[1] Esto recuerda la broma de Churchill sobre la democracia: que es el peor de todos los sistemas posibles, si se exceptúan todos los demás.
[2] Porque parecerían desfasados si se limitaran a repetir que los capitalistas tenderán a verse perjudicados por la dinámica del sistema, mientras los terratenientes gozarán de una posición cada vez mejor y los trabajadores mantendrán a largo plazo su situación, aunque con cierta tendencia a la mejora secular. Está claro que no es esta predicción, sino la reivindicación de unos métodos y enfoques económicos distintos a los convencionales, enraizados en la visión histórica y dinámica de los clásicos, y ausentes por completo en el neoclasicismo liberal contemporáneo, lo que da vigencia hoy en día al pensamiento de estos autores.
[3] De hecho, el autor se lo atribuye, ya que, al menos en este caso, es el origen de uno de los criterios básicos que se utilizarán en el libro para perfilar la línea divisoria que separa el ámbito de la heterodoxia fuerte del campo de la ortodoxia. Esto no impide considerar al mismo tiempo esta idea como un juicio de valor explícito, pero como es evidente la imposibilidad de prescindir de juicios de valor de este tipo (véase Katouzian 1980), no hay inconveniente en aceptar esta acusación.
[4] La difícil cuestión del papel del eclecticismo en la ciencia se planteó públicamente en la asamblea final de las V Jornadas de Economía Crítica, celebradas en Santiago de Compostela en mayo de 1996, donde un ponente realizó una afirmación que no podía dejar de provocar reacciones -dijo que "el eclecticismo siempre es excesivo"- y efectivamente las provocó. Tras su intervención y las de Raúl García-Durán y Edward Nell, y ya en el turno de preguntas, un colega de la Universidad de Barcelona preguntó por la cuestión del eclecticismo, y ese gran heterodoxo que es E. Nell contestó que él era un ecléctico, como no podía ser, según él, de otra forma, y que pretendía serlo a la manera de Marx, que había sido un gran ecléctico. Este comentario es el origen de la presente reflexión, pero añadamos que el texto escrito de la ponencia rezaba así: "El eclecticismo, por definición, siempre es excesivo porque se basa en la incapacidad de ver que cualquier fusión teórica auténtica se produce por absorción, y esto requiere que una sea la teoría absorbente y otra la absorbida. Ello significa que el sistema conceptual al que se incorporan los elementos metabolizados procedentes del exterior sigue siendo el mismo sistema conceptual (aunque esté en un proceso de crecimiento). Por tanto, si al sistema conceptual neoclásico se le incorporan elementos marxistas, la teoría resultante seguirá siendo neoclásica, y lo contrario ocurrirá si al sistema conceptual marxiano se incorporan elementos de la economía neoclásica, pero estas incorporaciones no podrán producirse si el metabolismo de la teoría absorbente rechaza la absorción por problemas de incompatibilidad. Y esto, que es lo que no saben ver los eclécticos, es el origen del fin de las teorías eclécticas (o intentos de fusiones "igualitarias", que tarde o temprano terminan fracasando)" (Guerrero 1996, pp. 1-2).
[5] En cambio, sí tiene sentido la relación inversa: M - D - M, que llevan a cabo los poseedores de la primera mercancía (M), que venden ésta a cambio de dinero con el que poder comprar la segunda mercancía: no obtienen un mayor valor, pero sí una mercancía que para ellos resulta más útil que aquélla de la que se desprenden. Este esquema representa, no sólo la fase de la producción mercantil simple, sino también la pauta que sigue el obrero asalariado en su intercambio con el capitalista: vende su fuerza de trabajo (M) a cambio de un salario (D) con el que poder comprar sus bienes de consumo y subsistencia (M).
[6] Al menos, si éstos se comportan "racionalmente" y eligen su cesta de consumo de acuerdo con el principio de la "igualación de las utilidades marginales de las mercancías ponderadas por sus precios".
[7] Como suele ser habitual, hay dos aspectos -positivo y normativo- de la idea de la "mano invisible". Se puede aceptar el primero y rechazar tajantemente el segundo, ya que no hay ninguna razón para pensar que la operación de la tendencia a la igualación intersectorial de las tasas de ganancia conduzca -como creen los neoclásicos- a resultados óptimos.
[8] Wolff y Resnick (1987) han señalado que Keynes introduce en la teoría neoclásica nuevos conceptos y sobre todo la posibilidad de un punto de partida completamente diferente, que se completaría con el rechazo de una parte del punto de partida convencional de los neoclásicos. Según estos autores, Keynes acepta del modelo neoclásico el lado de la escasez (la productividad marginal y la dotación inicial de factores), mientras que rechaza radicalmente el segundo aspecto, el relativo a la utilidad, o las preferencias, especialmente en lo relativo a la oferta de ahorros y la oferta de trabajo. Concretamente, sustituye las explicaciones basadas en la utilidad, por dos nuevos factores que afectan a estas dos últimas variables, a saber: la psicología de masas y los hábitos sociales para explicar la oferta de ahorro (o capital), y la psicología de masas, las instituciones y el poder para explicar la oferta de trabajo. El cambio fundamental de enfoque se debe a la sustitución del agente individual (que toma privadamente decisiones) por la conducta de masas, la economía social como un todo, de la que se deducen las conductas individuales. En definitiva, se trata, como es conocido, de la sustitución de un enfoque micro por un enfoque macro, lo que tendrá importantes consecuencias a la hora de valorar las posibilidades y los fundamentos de intervención del Estado en la economía. Se ha querido explicar estos cambios de enfoque exclusivamente por las consecuencias sobre las cabezas de los efectos de la Gran Depresión de los años 30, aunque hay que tener en cuenta que parte de las elaboraciones de la Teoría General son anteriores o estaban ya en curso cuando se empiezan a sufrir los efectos de la Gran Depresión. Por otra parte, si se tiene en cuenta que la actitud intelectual de Keynes se parece mucho a un intento de contribución a la salvación de la sociedad capitalista de los peligros que planteaban el desempleo y la disminución efectiva de la riqueza, se comprenderá mucho mejor por qué concentró su atención sobre la cuestión de los mercados de trabajo y de ahorro (capitales), dejando más bien de lado el aspecto escasez (máxime cuando se estaba en una época donde los factores eran de todo menos escasos).
[9] Véase una muy interesante crítica de la macroeconomía neoclásica en Weeks (1989).