Revista académica de economía
con
el Número Internacional Normalizado de
Publicaciones Seriadas ISSN
1696-8352
Marcos Tulio
Álvarez
Economista UCAB
marcostulio@economista.com
http://www.marcos-alvarez.com/
De acuerdo a un estudio realizado por los economistas Robert Hall y Charles Jones, en 1988 el producto por trabajador en Estados Unidos era 35 veces más que en Nigeria. En apenas un poco más de 10 días un trabajador estadounidense producía el equivalente a lo que producía un trabajador nigeriano en un año. Explicar las diferencias de productividad entre países es precisamente uno de los retos más importantes que enfrenta la ciencia económica en nuestros días.
¿A qué se deben estas diferencias en la producción per cápita entre países? Algunos teóricos han postulado que las diferencias en productividad están relacionadas con las diferencias en los niveles de capital humano y físico, así como en la capacidad que tienen las sociedades para aprovechar los avances tecnológicos. La novedad del trabajo de Hall y Jones es que postula la hipótesis de que las abismales discrepancias en productividad entre países se debe a diferencias en infraestructura social. Por infraestructura social se entiende las instituciones y las políticas públicas que determinan el ambiente económico dentro del cual los individuos desarrollan habilidades y las firmas invierten capital para sus procesos productivos. Una infraestructura social favorable a altos niveles de crecimiento provee un entorno en el cual los individuos se hacen más productivos e incentiva la acumulación de capital, así como la transferencia tecnológica.
Lamentablemente, en muchos países el gobierno se convierte en el primer
enemigo del crecimiento económico, especialmente a través de impuestos
confiscatorios, corrupción y políticas que desestimulan la inversión y el
proceso de desarrollo de habilidades. Los países que no cuentan con un fuerte
estado de derecho que proteja los contratos y la propiedad privada, no
castigan fuertemente la corrupción y no aprovechan las ventajas del comercio
internacional, les resultará imposible alcanzar los niveles de riqueza de las
naciones de América del Norte, Europa Occidental y el Este Asiático.
Venezuela no escapa de esta realidad y pierde un tiempo muy valioso en la
confrontación política estéril. Mientras el resto de los países de la región
ya han alcanzado cierta estabilidad macroeconómica (posiblemente la excepción
más importante sea Argentina), Venezuela está enfrascada en discusiones que
parecen superadas en otras latitudes. Las sociedades que han apostado por la
competitividad y la búsqueda continua de mayores niveles de bienestar para sus
ciudadanos han avanzado significativamente en la construcción de consensos
mínimos alrededor de políticas económicas básicas.
El hecho de que nuestra economía experimente dos años seguidos de fuerte
recesión, una elevada tasa de desempleo y un férreo control de cambio sólo es
un indicio de que hemos perdido el rumbo desde hace algún tiempo. No sólo hace
falta solucionar pacíficamente el problema político también es necesario
reconstruir económicamente un país que se viene cayendo a pedazos desde hace
más de 20 años. La búsqueda de un nuevo modelo económico, incluyendo la
definición de una nueva política petrolera (que tarde o temprano tendrá que
lidiar con la estructura de propiedad de PDVSA), es un requisito para generar
mayor prosperidad para los venezolanos.
Es el momento oportuno para fortalecer las instituciones sociales venezolanas
y permitir que los individuos sean premiados sobre la base de su esfuerzo,
creatividad y constancia. No podemos continuar siendo una nación de vividores
del otro y del estado. Entendamos que sólo el trabajo duro de una nación unida
nos puede colocar a la vanguardia de América Latina.