Revista académica de economía
con
el Número Internacional Normalizado de
Publicaciones Seriadas ISSN
1696-8352
Marcos Tulio Álvarez
Economista UCAB
marcostulio@economista.com
http://www.marcos-alvarez.com/
La
competitividad se ha convertido en un asunto de primer orden para las empresas
que cada día se ven sometidas a la creciente globalización y la aparición de
nuevos competidores, los cuales no desestiman esfuerzos por mejorar
continuamente. También las naciones han entrado en la onda competitiva e
incluso se ha diseñado un ranking mundial de competitividad.
El uso del término “competitividad” fue, en un principio, de aplicación exclusiva a las empresas y, a más larga escala, a las industrias (vistas como un grupo de empresas pertenecientes al mismo sector económico). Modernamente, se considera al Prof. Michael Porter de la Universidad de Harvard, como el creador de la aplicación de este concepto en el contexto de las naciones. El desarrollo de las teorías del Prof. Porter en nuestro país se tradujo en un amplio trabajo titulado “Venezuela: el Reto de la Competitividad”. En esta obra se define la competitividad desde tres puntos de vista: el de la empresa, el de la industria y el de la nación.
Según los autores, una empresa será competitiva en la medida que pueda “suministrar bienes y servicios igual o más eficaz y eficientemente que sus competidores”. Respecto a las industrias, tenemos que la competitividad “consiste en la capacidad de las empresas nacionales de un sector particular para alcanzar un éxito sostenido contra (o en comparación con) sus competidores foráneos sin protecciones o subsidios”. Por último, define la competitividad nacional como “la posibilidad que tienen sus ciudadanos para alcanzar un nivel de vida elevado y creciente” a través del aumento de la productividad.
Pero la competitividad no se limita al mero hecho de competir, sino que va mucho más allá debido a que implica un proceso de mejora continua, de comparación de resultados (benchmarking) y de búsqueda permanente de la excelencia. La competitividad comienza por el individuo que se esfuerza todos los días por ser el mejor de la clase o el empleado más productivo. Así mismo, el concepto se extiende a la nación por constituir el agregado de los esfuerzos que hacen todos sus ciudadanos, los líderes políticos y las empresas por salir adelante, mejorar su entorno y colaborar con el desarrollo de la economía y la sociedad.
La presencia de ventajas comparativas en una nación constituye un acicate del desarrollo económico, pero está demostrado que lo más importante es la creación de ventajas competitivas, las cuales se basan en la capacidad creadora del hombre más que en una dotación fortuita de recursos naturales. El desarrollo de ventajas competitivas no es tarea fácil ya que requiere de grandes inversiones en capital humano, además de fuertes dosis de ingenio y tesón.
La sociedad del siglo XIX se perfila como postcapitalista y el conocimiento será su principal recurso. Nuestra tarea fundamental es generar ese conocimiento esencial para no quedarnos rezagados en la ola del cambio. Este objetivo ser logra a través de la investigación científica y tecnológica, la creación de nuevos productos, la formación de recursos humanos y la reflexión política, social y filosófica profunda. Pero no nos podemos limitar sólo a generar conocimientos. Tenemos que aprender a aplicarlos y traducirlos en mejoras socioeconómicas para nuestros ciudadanos.
El divorcio entre la educación y el sistema productivo cada vez se ha hecho
más profundo. La agenda educativa del país parece darle la espalda a la
necesidad de convertir nuestro sistema de enseñanza en una palanca de
desarrollo que genere una cultura de la productividad y la eficiencia. Si la
nación no es capaz de entender la necesidad de reestructurar el sistema
educativo en función de vincular el esfuerzo individual, la eficiencia y la
productividad, Venezuela quedará atrapada en la competencia del siglo XXI con
criterios del siglo XX y el anhelado desarrollo se convertirá en una utopía.