Revista académica de economía
con
el Número Internacional Normalizado de
Publicaciones Seriadas ISSN
1696-8352
Alejandro Álvarez
Béjar
UNAM
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Este
artículo ha sido publicado originalmente en
la revista mexicana Memoria
núm. 187, septiembre de 2004
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Álvarez Béjar, Alejandro : "A 10 años del TLCAN ¿Apetitosa neocolonia de jóvenes sin futuro?" en Observatorio de la Economía Latinoamericana Nº 34, octubre 2004. Texto completo en http://www.eumed.net/cursecon/ecolat/mx/
Este año cumplimos diez de que entró en
vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), de manera que
explícita o implícitamente, con visiones optimistas o con recuentos sombríos,
dentro y fuera de México encontramos los balances de resultados .
En la visión oficialmente optimista, los resultados positivos son superiores a
los costos, por eso siempre se insiste en ella que con el TLCAN todo ha crecido:
el comercio regional y extrarregional, las inversiones, la productividad, las
cadenas de valor, la institucionalidad de las relaciones comerciales. Sin entrar
en matices, no podemos tener ninguna reticencia a admitir que eso es básicamente
cierto.
Sin embargo, el optimismo interesado ya no puede negar los aspectos
“perturbadores” de dicha percepción y que son, entre otros, que el modelo
exportador es más bien importador (a lo largo de los noventa, las importaciones
tienden a ser mayores que las exportaciones); que el empleo bajó, especialmente
el manufacturero y el agrícola; que los salarios reales están hoy por debajo del
nivel real en 1980; que la desigualdad de los ingresos entre el 10 por ciento
más rico y el 10 por ciento más pobre se ha ampliado; y que, para todo efecto
práctico, en indicadores sociales y niveles de bienestar hoy tenemos un país
claramente dividido entre un México del norte y uno del sur.
La mayor de las perturbaciones del exitoso modelo exportador de manufacturas es
que reposa en una alta proporción de componentes y partes importados, de modo
que en el fondo somos sólo una plataforma para ensamblar y reexportar partes
importadas. En la maquila, caso extremo del modelo vigente, el 97 por ciento de
las partes son importadas y sólo 3 por ciento son insumos nacionales , pero,
sobre todo, la mitad de nuestras exportaciones totales corresponden a las
maquiladoras.
Para nuestro recuento, arrancamos de una verdad histórica elemental: que el
TLCAN explícitamente buscaba “encadenar” las reformas estructurales
(“locking-in” decían sus creadores), esto es, hacerlas irreversibles. El TLCAN
es entonces parte de un mismo proceso de avasallamiento económico, político,
social y cultural que comenzó en México con la implantación forzada de un nuevo
modelo neoliberal de acumulación, una industrialización orientada hacia el
mercado externo, especialmente a la región de América del Norte en donde hoy
participamos con poco más del 40 por ciento del comercio total.
En términos del modelo económico neoliberal, explícito e implícito en la lógica
de la integración económica de México con Estados Unidos, puede probarse que ha
habido un continuum doctrinal-económico que afectó estructuralmente a México, de
ahí la futilidad teórica de querer separar muchos acontecimientos económicos
como si fueran ajenos al TLCAN.
Como el título de nuestro ensayo lo sugiere sin pretender escandalizar, en el
diseño político de un estatus neocolonial (es obvio que evocamos a Lenin
señalando que la posesión de colonias era, hacia 1880, la única garantía de
éxito en la lucha intermonopólica) hay tres roles estratégicos para Estados
Unidos que el TLCAN ha buscado afianzar en el país: el doble papel de
abastecedor de energía y de mano de obra abundante y barata por un lado; por el
otro, el doble papel de una economía exportadora de manufacturas, fuertemente
adicta a las importaciones agrícolas y manufactureras.
En el proceso, hemos ido perdiendo capacidad de autonomía sobre la política
económica nacional, cuyas orientaciones centrales se deciden unilateralmente
desde aquel vecino país, un auténtico Hegemón en la región y la economía mundial
.
I. Impresiones estilizadas sobre la dimensión real del desastre del neoliberalismo y el TLCAN para el país
Entre los hechos recientes que ayudan a
pintar un cuadro impresionista de los saldos más destacables del TLCAN (y hasta
por encima de lo dispuesto en él), queremos recurrir al auxilio de tres
pinceladas: la primera, recordando que con Raúl Muñoz Leos como director
general, un empresario llegado directamente de la cúpula corporativa de una
trasnacional estadounidense, en el primer trimestre de 2004, PEMEX enviaba a
Estados Unidos el 90 por ciento de su plataforma total de exportación de
petróleo crudo.
En el mismo lapso, la empresa había bajado los precios de todos los crudos que
exporta a la “región” de América del Norte, lo que daba una reducción real de
entre 15 y 30 centavos de dólar por barril (el crudo tipo Istmo con la menor
baja y el tipo Maya con la más alta). En sintonía y como la otra cara de la
misma moneda, a principios de junio de este año, PEMEX anunció que subía en 2
centavos el precio de la gasolina Magna y en 21 centavos el de la gasolina
Premium, que representan respectivamente el 82 por ciento y el 18 por ciento del
consumo diario nacional.
Para entender cabalmente lo que ocurre al respecto, recordemos también que PEMEX
importará en este año productos petrolíferos por valor de más de 4 mil millones
de dólares. Somos, pues, exportadores de crudo e importadores de gasolinas, esto
es, de productos refinados . Es difícil argumentar que ésa no es una relación de
carácter típicamente colonial: exportador de materias primas, importador de
productos procesados.
Eso no es todo, pues hay que considerar los alcances de esas realidades a la luz
de un contexto públicamente admitido de reservas probadas de crudo “sólo para
los próximos 11 años”, aunque para atenuarlo PEMEX haya venido insistiendo en
una “recuperación de reservas” porque durante 2003 se descubrieron 41
yacimientos de crudo y gas, lo que permitió elevar la tasa de reposición de
reservas a 45 por ciento de la producción . Sin embargo, las estadísticas de la
empresa muestran claramente que las reservas totales (compuestas por las
probadas, probables y posibles) han caído en 13.4 por ciento, entre 1999 y 2003,
y tan sólo las probadas descendieron 41.3 por ciento; aunque en conjunto el
porcentaje es menor debido al aumento en las categorías de probables (+40.2 por
ciento) y posibles (+13.4 por ciento) .
La producción petrolera de PEMEX ya tiene como prioridad, abastecer de crudo a
Estados Unidos y comprar desde ahí la gasolina que consumimos; y, por si ello
reafirmara poco el carácter colonial de la relación, digamos que PEMEX soporta
además una deuda externa “tradicional” de 7 mil 753 millones de dólares, a la
que ahora debemos añadir el fardo de una deuda “novedosa” por estar fuera de
presupuesto mediante el mecanismo de PIDIREGAS (Proyectos de Infraestructura con
Impacto Diferido sobre el Registro del Gasto), deuda que ascendía en este año a
28 mmdd.
Como vemos, el parasitismo financiero del capital privado nacional e
internacional es el factor básico que hoy decide las prioridades productivas,
las políticas de precios y las opciones financieras de la empresa pública más
importante de México; otro rasgo neocolonial.
La segunda pincelada de nuestro cuadro impresionista es para recordar que, en el
mismo periodo del foxismo, las cifras del Departamento de Seguridad Interna de
Estados Unidos indicaban 2 mil 500 mexicanos indocumentados deportados por día.
Según estimaciones de diversos expertos, hay evidencias de que durante el
gobierno foxista se saltó de 500 mil a 800 mil indocumentados mexicanos de
ingreso por año a Estados Unidos, de los cuales alrededor de 500 mil logran
permanecer allá.
Eso significa que en México hay ahora centenares de pueblos semiabandonados, con
miles de hogares y de familias separados, centenares de miles de jóvenes llenos
de miedo a la deportación, aunque cargados de sueños sobre un futuro que nuestra
economía no ha podido darles. Ese complejo fenómeno no se frena con acciones
limitadas a la creación de empleos en las zonas más deprimidas de México; de ahí
la falla intrínseca del pomposo “Acuerdo para la Prosperidad” firmado por George
Bush y Vicente Fox en 2003 .
La criminalización de los migrantes es un problema que afecta no sólo a nuestros
compatriotas, sino que se refleja con alarma en una tenebrosa estadística y en
otras realidades: tan sólo entre 1998 y 2004 han muerto 2 mil personas tratando
de cruzar la frontera norte. Eso se refleja también en la militarización
creciente de la frontera sur y en el reporte crecientes de detenciones de
migrantes centroamericanos cuyo destino era Estados Unidos y que han sido
interceptados por policías federales y estatales y el ejército en Chiapas,
Tabasco, Veracruz y Oaxaca, central aunque no exclusivamente; pero, sobre todo,
alarma el despliegue publicitario de la criminalización utilizando como amenaza
un supuesto desbordamiento de las bandas de delincuentes centroamericanos,
ejemplarizada en la temible “mara salvatrucha”.
Al mismo tiempo y a cambio de la contención y criminalización de los migrantes
centroamericanos desde nuestra frontera sur, en los hechos se ha contado con
cierto estatuto preferente por parte de Estados Unidos, pues el grueso de las
visas legales y el mayor número de trabajadores temporales procedentes de México
excede a los de cualquier otro país (139 mil 587, en 1990; 196 mil 760, en 1995;
y 592 mil 994, en 2001); pero el rasgo más significativo de cambios está en que
el 35 por ciento de las visas para trabajadores temporales en EU se dieron a
individuos de países de la región de Norteamérica, esto es Canadá y México,
aunque es preciso reconocer que el primero es el más dudosamente beneficiado
porque de allí procede el menor flujo aunque es el mayor en número de visas y se
trata de trabajadores altamente calificados .
La reserva de mano de obra joven, abundante y barata que es México tiende a
cumplir su “rol complementario” como fuente abastecedora de mano de obra para
actividades en reestructuración dentro de Estados Unidos, en cuyo patrón
demográfico predomina la población de mayor edad y en donde la segmentación
extrema del mercado laboral asigna a otras nacionalidades las ocupaciones más
calificadas y mejor remuneradas .
Así lo indica la propuesta de George Bush presentada el 7 de enero de 2004, que
muestra con claridad las estrategias que hoy se debaten en aquel país, para
administrar manipuladamente un flujo de trabajadores altamente vulnerables en
sus derechos.
Los mexicanos representan poco menos del 60 por ciento de los 9 millones de
migrantes indocumentados que hay en Estados Unidos y de los cuales trabajan 6
millones, lo que indica que hay una masa de mano de obra joven (el grueso son
menores de 30 años) y barata (la mayor parte de los indocumentados ganan menos
de la mitad del salario mínimo), altamente expuesta al riesgo de la deportación;
por eso, no es raro que Bush la maneje binacionalmente bajo un “acuerdo de
trabajo temporal”.
Ese flujo de migrantes indocumentados llega a ampliar la masa de trabajadores de
bajos salarios en EU que ya alcanza cerca de 43 millones y son quienes trabajan
en las industrias denominadas de las 3-D (dirty, dangerous, disgusting, esto es
con trabajos sucios, peligrosos, repugnantes) .
La tercera pincelada del cuadro impresionista que queríamos pintar se obtiene
con datos del Banco de México que dicen que, en los primeros cinco meses del año
en curso, los migrantes mexicanos en Estados Unidos enviaron al país remesas por
6 mil 325 millones de dólares, lo que al final de año hará un total superior a
14 mmdd, esto es, un ingreso mayor que el recibido por las exportaciones de
manufacturas y ligeramente debajo de las petroleras, reforzando la fuerte
dependencia colonial respecto al Imperio.
El deslucido “gobierno de la alternancia” acepta ya como “hecho natural” la
imposibilidad de la creación de empleos suficientes en el país y está
auspiciando un triple acomodo oportunista frente al drama de la migración,
renunciando desde nuestros consulados a la defensa de los derechos de los
migrantes, propagandizando entre los mexicanos residentes en Estados Unidos que
el plan migratorio de George Bush “es mejor que nada” y, más recientemente,
admitiendo frente a la magnitud de las últimas cifras de deportados, que la
migración es una sangría de riqueza para el país y por eso “debe preocuparnos”.
El telón de fondo de la avalancha migratoria está en los intercambios agrícolas
fomentados por el TLCAN, que también operan bajo los criterios de
“complementariedad”, ya que el patrón de especialización resultante está
llevando a los productores mexicanos a concentrarse en la producción
hortofrutícola y a salirse rápidamente de la producción de maíz y otros granos
básicos, por la imposibilidad objetiva de enfrentar la oleada de importaciones
(en maíz el 98 por ciento del total de compras mexicanas proceden de Estados
Unidos), pero además tenemos una balanza agrícola crecientemente deficitaria y
una pecuaria que se deteriora.
Nuestros productores no pueden competir en la producción de granos básicos
porque no cuentan con subsidios como en Estados Unidos, porque carecen de
créditos, de tecnología y hasta de riqueza natural en sus suelos; de ahí que las
importaciones los hayan empobrecido y si se mantienen en la siembra y cosecha de
maíz es por razones históricas y culturales y porque dependen de ella alrededor
de 18 millones de personas .
Ello explica por qué a principios de 2003 presionaron a las organizaciones
corporativas priistas a protestar en la Ciudad de México. Con la bandera de “el
campo no aguanta más”, exigieron una moratoria al apartado agropecuario del
TLCAN y su renegociación inmediata, sacar el maíz y el frijol de los tratados
comerciales, reestructurar la agricultura con participación de los campesinos,
contar con calidad y sanidad en los alimentos para los consumidores y el
reconocimiento a los derechos y cultura de los pueblos indios conforme a los
Acuerdos de San Andrés .
II. Del PRI al PAN, cambio de nombre pero no de proyecto: avanza la asimilación neocolonial con Estados Unidos
Aunque Carlos Salinas de Gortari insiste en sus libros y artículos que el TLCAN
se le ocurrió a él después de un viaje a Europa, hay evidencias pasadas y
presentes suficientes que prueban que el proyecto no sólo no estuvo nunca en sus
discursos como candidato ni como parte de su estrategia en los planes de
desarrollo como gobernante, sino que, además, desde principios de los ochenta,
la regionalización sí era una estrategia de Estados Unidos para enfrentar la
pérdida de competitividad de sus empresas en la economía global y en su propio
mercado interno.
Es importante identificar la paternidad del proyecto integrador regionalizado
porque explica en parte su carácter neocolonial, su naturaleza neoliberal, sus
objetivos y resultados socialmente depredadores.
Mediante el TLCAN, Estados Unidos usó a Canadá primero, a México después y
finalmente a los dos como cartas de negociación para rendir las resistencias de
sus opositores en la Ronda-Uruguay del GATT. Mediante el TLCAN, Estados Unidos
dio un vuelco a su favor en la relación con Canadá y amarró en México el cambio
estructural que nos habían impuesto a lo largo de los ochenta los organismos
financieros internacionales: una apertura comercial unilateral, la redefinición
minimalista del papel del Estado en la economía (que implicó la restricción
severa de un Estado de Bienestar más bien modesto hasta el desmantelamiento
implacable del proteccionismo que defendía a productores y banqueros nacionales)
y la desregulación de las inversiones y los accesos al mercado en sectores
estratégicos como el financiero, el agrícola, la industria automotriz, el
transporte aéreo y terrestre, así como las telecomunicaciones.
Con el TLCAN, no sólo se formalizó un régimen de acumulación norteamericano por
sus fundamentos y por la intención de aprovechar a favor de EU las asimetrías
existentes, sino porque las reglas del neoliberalismo fueron construidas a
imagen y semejanza tanto de la normatividad estadounidense como de su proyección
imperial y porque sus alcances preferenciales regionalizados buscaban el
beneficio de las empresas trasnacionales con base en Estados Unidos, las grandes
ganadoras con el TLCAN.
Hoy estamos más bien a punto de que las asimetrías cobren a Estados Unidos su
prepotencia, su soberbia y su ambición neocolonial, pues con el mediocre
crecimiento económico de México (menos de 1 por ciento promedio anual en los
ochenta, poco más de 3 por ciento en los noventa y alrededor de 1.5 por ciento
de 2001 a la fecha), el deterioro social por el desempleo (aunque la tasa
abierta sea baja por la forma que tiene el gobierno de medirla), los bajos
salarios y la miseria creciente (casi 60 por ciento de los mexicanos en nivel de
pobreza), se ha generado un descrédito político del modelo neoliberal, de las
reformas estructurales, del TLCAN y hasta de la imagen sobre una supuesta “buena
voluntad del vecino”.
Es real la amenaza de que el proceso integrador regional se revierta como pesado
lastre desestabilizador de todo el Hemisferio y ya no sólo como un sentimiento
antinorteamericano, sino más concretamente como una actitud profundamente
antineoliberal y clasista por los despidos de trabajadores, los ajustes
fiscales, el deterioro de los salarios y la ausencia de los beneficios
prometidos . Ya en noviembre de 2003, los trabajadores electricistas organizaron
una enorme manifestación en repudio a la privatización dentro del sector
eléctrico, lo que indica que el descontento en México hoy tiene amplias bases
urbanas y rurales.
En la batalla global por la competitividad, Estados Unidos está políticamente
desacreditado por su ambición de engullir a todo el hemisferio bajo los alevosos
principios del TLCAN, sólo que ahora mediante el proyecto de un Área de Libre
Comercio de Las Américas (ALCA) que ha copiado los contenidos del TLCAN y que no
esconde sus pretensiones coloniales con respecto a América Latina, que en
términos del fracaso del modelo es obvio que ya asimiló el efecto “tequila” .
Para superar la falacia de que con el TLCAN todo sería maravilloso si no hubiera
sido por el “error de diciembre”, queremos destacar que, desde el principio
hasta el final, en la negociación del TLCAN el gobierno priista de Carlos
Salinas de Gortari y su gabinete económico dejaron que se impusiera a México el
peor de los caminos para la integración económica con Estados Unidos, pues ni
pelearon por que se reconociera la necesidad de dotar de “fondos financieros”
para amortiguar los efectos del ajuste estructural que implicaba –como fue el
caso europeo con las ayudas a las economías y regiones más débiles– ni se exigió
ligar los cambios económicos a esquemas financieros de ayuda internacional, como
ha sido el caso en las economías de Asia-Pacífico.
En realidad, las ideas pragmáticas del PRI en los tiempos del salinismo, de que
“no queremos ayuda, queremos comercio” y de que podemos negociar al tú por tú
porque “ya somos una economía de primer mundo”, sirvieron a Estados Unidos como
anillo al dedo para negar la evidencia abrumadora de las asimetrías, negar la
necesidad de negociar recursos de apoyo y esconder el hecho de que de los tres
socios del TLCAN, la de México sería la economía que sufriría los impactos más
severos, incluyendo el hecho no reconocido ni valorado de que nuestros socios
también pretenden especializarnos como basurero de desechos tóxicos de la
región. Todo se sacrificó en aras de ganar la legitimidad que el PRI y Salinas
habían perdido en las elecciones de 1988.
Ahora bien, aún hoy, algunos sostienen que el balance del TLCAN debe hacerse a
más largo plazo porque “diez años son muy pocos”. Aún hoy, no atribuyen al TLCAN
ninguna responsabilidad en la crisis financiera de 1994, pero sí en la rápida
recuperación de ella .
La realidad, para decirlo coloquialmente, es que con diez años de experiencia es
más que suficiente y hay conciencia masiva de que “el gozo se fue al pozo”. Por
eso y para profundizar en sus negocios con un mínimo de legitimidad, tienen que
vendernos como promesa lo que hace mucho no tenemos ni nos dio el TLCAN: una
sociedad próspera.
Fox ha sido el encargado de dar continuidad a las reformas estructurales
neoliberales. Por eso, aunque a la postre ha resultado vendedor de promesas
vanas y optimista incurable hasta frente a sus propios fracasos personales, el
verborreico y desconcertante empresario panista Vicente Fox ha mantenido una
coherencia estratégica: desde principios de su gobierno, anunció que, en el
marco de la Organización Mundial de Comercio (OMC), iría con Estados Unidos tras
la consecución de un TLCAN-plus, esto es, de una profundización del acuerdo
inicial.
A cuatro años de su gobierno, constatamos que en eso sí no quita el dedo del
renglón, pues en un taller empresarial para que debutara en sociedad el sucesor
del TLCAN, “La sociedad para la prosperidad”, realizado a fines de junio de 2004
en Guadalajara, destacó que como parte del “futuro común que todos debemos
construir está la integración con Estados Unidos de los sistemas financiero,
energético, aduanal, de telecomunicaciones, así como la alineación de
instituciones y leyes como parte de la conformación de un bloque económico”.
En el mismo evento citado, el otro vocero oficial del gobierno panista, el
secretario de Relaciones Exteriores, Luis Ernesto Derbez, puso en circulación
los elementos que fundamentaban su balance y las líneas de desarrollo futuro: el
TLCAN debe iniciar una nueva fase para integrar a los tres países en “un solo
bloque estratégico que permita enfrentar la creciente competencia de Asia y
otras regiones”.
Con el TLCAN, añadió Derbez, “México ha aumentado la productividad y su
participación en las exportaciones mundiales”, pero América del Norte necesita
“una política común de educación, desarrollo científico y tecnológico y
capacitación de la mano de obra, también requerirá mercados de capital comunes y
un sistema legal uniforme que dé seguridad a largo plazo a los inversionistas,
debe crearse un perímetro de seguridad básico, así como armonizar las normas de
higiene y de salud, contar con proyectos de infraestructura que no compitan y
crear un mercado de trabajo regional y corregir los desequilibrios en el
desarrollo” .
Pareciera, pues, que ésas son las áreas de una nueva “negociación”, pero, si nos
fijamos con cuidado, corresponden fielmente a la agenda de las llamadas
“reformas estructurales de segunda generación” enarboladas como imprescindibles
e inevitables por el gobierno foxista.
Durante el gobierno panista de Fox y a raíz de los acontecimientos del 11 de
septiembre de 2001, sobre las cuestiones de seguridad y migración Estados Unidos
decidió unilateralmente la creación del Comando de Norteamérica (que engloba a
Canadá y México), la imposición de la vigilancia por el FBI de los aeropuertos
mexicanos y aun podríamos argumentar que está detrás de la más reciente
promoción televisiva de la necesidad de implantar la pena de muerte contra los
secuestradores, pues es otro elemento clave para completar en América del Norte
el clima de endurecimiento contra el terrorismo y, en nuestro país, de
endurecimiento “contra la delincuencia organizada”.
De esas medidas adoptadas desde el 11 de septiembre de 2001, emergen también con
fuerza las políticas estadounidenses de criminalización creciente de los
migrantes, que dentro de nuestro país se expresan mediante la aceptación
operativa de un perímetro de seguridad básica que ya se extiende desde Estados
Unidos hasta la frontera de México con Centroamérica .
En concreto, el acoso creciente a los inmigrantes indocumentados puede verse en
julio de 2004 con el anuncio de un doble programa de retorno de los atrapados
por la patrulla fronteriza: el “Programa Piloto de Repatriación Voluntaria de
Migrantes Mexicanos” a firmarse próximamente entre Estados Unidos y México; y el
“Acuerdo de Repatriación Segura y Ordenada de Extranjeros Centroamericanos” que
ya fue firmado por los gobiernos de México y Guatemala, pero que despliega
unilateralmente el Instituto Nacional de Migración de la Secretaría de
Gobernación .
Ya hemos dicho que el perímetro de seguridad, en materia migratoria, comienza en
la frontera sur de México; por eso, las detenciones de migrantes indocumentados
en la zona crecen vertiginosamente. En esta materia, las órdenes del imperio no
se discuten: se acatan y se cumplen.
Respecto al delicado tema energético, insistimos en lo dicho: el gobierno
panista ha empujado en los hechos y unilateralmente, como lo exige el gobierno
de George Bush Jr., una desregulación energética, una política de precios
preferenciales y la exportación masiva del crudo a Estados Unidos. En efecto,
sin capacidad política para construir una coalición legislativa que haga viables
las reformas constitucionales respectivas, el gobierno de Fox decidió
unilateralmente avanzar en la concesión de ilegales contratos de servicios
múltiples (CSM) con empresas trasnacionales, lo que ha generado una conflictiva
disputa judicial sobre el tema , a la que se ha sumado el malestar nacional por
la actitud depredadora de las reservas de PEMEX y por la discriminación de
precios que la empresa tiene en contra de los consumidores mexicanos. Un litigio
largo y complejo, judicial, político, social, se avecina en este tema.
En educación, también unilateralmente, el gobierno foxista empuja cambios
drásticos en los contenidos de historia de la educación pública secundaria y
cambios conceptuales en la universitaria tecnológica, para cumplir con una vieja
exigencia de las élites estadounidenses de modificar nuestras identidades
disminuyendo los contenidos de historia sobre nuestras culturas indígenas,
borrando el robo de la mitad de nuestro territorio y ahora tratando de “formar
alumnos que se adapten pronto a otras culturas” .
Respecto a la reforma de la seguridad social, no cabe duda de que, en el
contexto que llevamos analizado, las propuestas de corte empresarial de
desmontar el régimen de pensiones y jubilaciones del IMSS son sólo la cabeza de
playa de un gran proyecto global privatizante, que pretende llevar el esquema de
las Administradoras de Fondos para el Retiro (AFORES) hasta sus últimas
consecuencias depredadoras: la apropiación del uso privado del fondo de ahorro
de los trabajadores. La privatización de la seguridad social, no lo olvidemos,
es ingrediente clave de las ahora llamadas “reformas estructurales de segunda
generación”, que coinciden puntualmente con las pretensiones globales de
liberación del sector de los servicios y de destrucción del Estado de Bienestar
que se negocia solapadamente en el GATS y la OMC.
En el tema del desarrollo de la infraestructura, la miseria presupuestal que ha
impuesto el neoliberalismo sobre las finanzas públicas de México desde los
tiempos del priista Ernesto Zedillo para “prevención ante riesgos de recaídas en
la crisis”, en rigor, se combina no tan paradójicamente con la lógica de
desarrollar como prioridad la infraestructura carretera y, dentro de ella, las
carreteras que ligan al sureste de México con Estados Unidos, sin olvidar que el
sur-sureste del país concentra una parte mayoritaria del petróleo, el agua, la
electricidad, el gas, los recursos forestales y la biodiversidad con que
contamos .
En resumen, el gobierno panista de Vicente Fox continúa trabajando activa y
unilateralmente en la agenda de profundización de la integración de México con
Estados Unidos y avanza, en ello, de manera segmentada, consolidando la
integración realmente existente en la zona norte y promoviendo “planes de
desarrollo” para abrir, desregular y privatizar todo lo que se pueda en el
sur-sureste del país, reserva estratégica de nuestros recursos naturales y
culturales más preciados: comunidades indígenas, petróleo, gas, electricidad,
agua, biodiversidad.
El panismo confía en que la integración profunda nos hará olvidar al TLCAN
porque en adelante se llamará “Sociedad para la Prosperidad”. Como ya hemos
probado con Vicente Fox, las reformas de segunda generación, si no se legitiman
en el Congreso, se imponen por la vía de los hechos: neoliberalismo a fuerzas.
III. Promesas y realidades de la integración: un recuento elemental
El periodista y fotógrafo estadounidense David Bacon nos recuerda que, dentro de
EU, el TLCAN fue ofrecido bajo la promesa de que aliviaría en México las
presiones a emigrar y que disminuiría el flujo de migrantes. Fue precisamente el
entonces presidente Carlos Salinas quien antes de la firma del acuerdo hizo un
recorrido por varias ciudades de Estados Unidos advirtiendo que, si el TLCAN no
se aprobaba, una avalancha de mexicanos se vería forzada a emigrar hacia el
Norte. “Sólo el TLCAN, aseguraba Salinas ante sus audiencias, podría crear los
empleos y elevar los salarios en México y, por lo tanto, aliviar la presión a
migrar” .
Veamos entonces lo que pasó con el empleo y los salarios desde los tiempos de
Miguel de la Madrid (1982), pasando por los de Salinas de Gortari (1988) y
Ernesto Zedillo (1994), hasta bien entrados los tiempos de Fox (2004),
remarcando que es el largo periodo de operación real del modelo neoliberal el
que cubre y sobrepone la puesta en marcha del TLCAN.
Dijimos que el TLCAN tenía como objetivo amarrar las reformas estructurales
aplicadas en los ochenta y aunque en el caso de la política salarial ningún
documento oficial reconoce la contracción salarial como meta, sería ridículo
sostener que el deterioro de los salarios ha sido un resultado “no esperado”,
pues el discurso de la austeridad primero, de los pactos económicos después y
finalmente el de preservar la competitividad, ha insistido en eso, ya fuera
mediante la “concertación” entre los actores sociales y/o prometiendo el
equilibrio entre precios y salarios. Concertados o por la fuerza, los topes
salariales se impusieron como triste realidad de millones de trabajadores
mexicanos.
En épocas de fuerte inflación, el rezago del poder adquisitivo fue tremendo y
descarado cuando hubo devaluaciones; en los tiempos de baja inflación, los
aumentos de acuerdo no con el deterioro acumulado por los salarios, sino según
la “inflación esperada”, han jugado como mecanismo estelar.
El resultado concreto es que esas políticas han mantenido artificialmente
deprimido el poder adquisitivo de los salarios en México, en aras de mantener
nuestra “competitividad”. El salario mínimo general a precios de 1994 y
deflactado con el índice nacional de precios al consumidor, era de 15.91 pesos
diarios, en tanto que para 2000 era de sólo 10.58 pesos diarios.
De acuerdo con diversas fuentes mexicanas, el deterioro de los salarios reales,
desde que el TLCAN entró en vigor y hasta la fecha, indica una pérdida de 80 por
ciento en el poder adquisitivo de los salarios mínimos y, como es en la zona
fronteriza donde es más alto el nivel de dichos salarios, se explica que el
primer impulso a la migración se haya vuelto imparable aún en la frontera.
Los datos del salario horario en la manufactura mexicana, respecto a su
equivalente en Estados Unidos, son que representaba apenas el 22 por ciento en
1980, pero cayó al 12 por ciento en 1983, pasó al 15 por ciento en 1994 y cayó a
8 por ciento en 1996, aunque en 2000 andaba del orden de 10 por ciento . Como
vemos, la caída salarial nos dice que dentro de la región del TLCAN el nivel
general de salarios está comprimido a la baja por el efecto de ancla que tienen
los niveles de los salarios mexicanos.
Ese es nuestro “exitoso aporte” a la competitividad de la región y fue posible
por la debilidad general que impuso sobre los asalariados el desempleo, por la
represión a la actividad sindical independiente y por el control corporativo de
los sindicatos.
Veamos entonces el recuento por el lado del empleo, donde los expertos coinciden
en señalar que ha sido una de las grandes fallas del TLCAN, que prueba que, en
nuestro caso, el aumento exponencial del comercio no significa mejora automática
en el bienestar debido a varias tendencias: uno, a la insuficiente generación de
empleos incluso para sólo enfrentar el reto de una población que se incrementaba
en un millón de personas a la edad de trabajar durante los últimos catorce años.
Dos, debido a la precarización de los pocos empleos generados, esto es, a la
creación de empleos en microempresas de hasta 5 personas o en ocupaciones de
tiempo parcial. Tres, por la lenta e insuficiente generación e inclusive pérdida
de empleos industriales (pasaron de 1 millón 390 mil, en 1994, a 1 millón 80
mil, en 1996, a 1 millón 400 mil, en 2000 y a 1 millón 260 mil, en 2004). Y
cuatro, por la destrucción masiva de empleos en la agricultura (ahí tuvimos una
pérdida de casi millón y medio de empleos entre 1993 y 2004), así como una
ampliación relativa de las ocupaciones en el sector de los servicios .
El deterioro salarial estructural, más la debilidad crónica en la generación de
empleos formales, la oleada de importaciones quebrando a productores, así como
las devaluaciones periódicas del peso frente al dólar, son los factores que han
empujado crecientemente a emigrar.
Pero no sólo eso, pues del otro lado, esa presión expulsora ha coincidido con la
fuerza centrípeta de la reestructuración estadounidense en la industria, la
agricultura y los servicios, que aunada al cambio demográfico que alteró el peso
de sus regiones dentro de Estados Unidos, también se convirtió en un poderoso
factor de atracción de una enorme masa de trabajadores migrantes.
Sabemos que en los últimos años éstos ya no son campesinos en su mayoría, ni en
su origen ni en su destino, sino que ahora predominan entre los migrantes
mexicanos los jóvenes (hombres y una proporción creciente de mujeres), urbanos y
aptos para el trabajo industrial y los servicios, incluyendo un sector amplio de
trabajadores con nivel de educación universitaria, cuya formación previa
representa un enorme ahorro para Estados Unidos y para México una inaceptable
transferencia y desperdicio de recursos humanos .
Recordemos, además, que el TLCAN fue ofrecido como un tratado que estaba
pendiente de la vigencia y respeto a los derechos laborales. La realidad es muy
otra: en materia laboral, como parte integral del TLCAN podemos contabilizar
violaciones sistemáticas al derecho de organización sindical, especialmente en
la zona norte de México.
Cuando los trabajadores de las maquiladoras se han lanzado a la lucha, la
respuesta ha sido el cierre de plantas, el rompimiento de las huelgas, la
represión física y la intimidación sistemática. En diez años de vigencia del
TLCAN, en la industria maquiladora no ha sido legalmente reconocida ninguna
organización sindical .
Si se había anunciado que con el TLCAN el esquema de las “maquiladoras” tendería
a desaparecer, las evidencias indican lo contrario más allá de la fuerte
sensibilidad histórica que han mostrado ante el ciclo económico estadounidense:
no sólo siguen creciendo en forma impresionante y son una de las fuentes de
empleo de mayor dinamismo, sino que el “núcleo exportador” es pequeño (no son
más de 3 mil empresas) y en conjunto no representan más del 5.6 por ciento del
empleo total nacional . Más grave es que avanzan hacia el interior del país y
hacia el Sur-sureste ofreciéndose como gran alternativa.
En otro orden, el TLCAN se presentó en su momento como un tratado “verde” por
sus preocupaciones ambientales, pero la realidad es que ha empujado a la
especialización del país como basurero de desechos tóxicos. En estos últimos
diez años, se han multiplicado los proyectos de construir basureros para
desechos peligrosos en Baja California, Sonora, Chihuahua, San Luis Potosí e
Hidalgo, para sólo mencionar los casos más conocidos por la opinión pública
mexicana.
En suma, bajo el esquema actual del TLCAN y el neoliberalismo, no hay margen de
maniobra para atender creativamente la magnitud y la complejidad de los
intereses vitales de la gran mayoría de los mexicanos. Hemos vivido un
crecimiento económico errático, se ha concentrado aún más el ingreso, el
deterioro social abarca a decenas de millones de mexicanos desempleados, la
inestabilidad financiera está contenida pero sigue a la orden del día y los
esquemas de libre comercio sólo ahondan la ruina de los micro, pequeños y
medianos empresarios.
En un entorno que previsiblemente estará cada día más marcado por relaciones
intergubernamentales antagónicas, resistencias sociales más claras y aguerridas,
crisis política más profunda y estancamiento económico sin perspectiva, podemos
augurar que la “Sociedad para la prosperidad” perderá su atractivo con rapidez
superior a como la perdió Fox.
Deben, pues, replantearse a fondo, no profundizar, los esquemas de libre
comercio, para formular un acuerdo norteamericano primero y hemisférico después
que asuma las asimetrías, reconozca la realidad de las migraciones, reconozca la
importancia de una redefinición profunda de las políticas de desarrollo,
reconozca las diferencias intra-regionales y la necesidad de contar con
políticas públicas activas para equilibrarlas y que respete la diversidad
cultural y la especificidad de las instituciones y las comunidades nacionales e
indígenas.
Es un camino largo y difícil, pero –como no hay marcha atrás en la integración–
tenemos que avanzar en las alianzas sociales a nivel continental, comenzando con
las fuerzas sociales que dentro de Estados Unidos y Canadá resisten al
neoliberalismo y al imperialismo.