Revista académica de economía
con
el Número Internacional Normalizado de
Publicaciones Seriadas ISSN
1696-8352
Feliciano García Aguirre
Universidad Veracruzana,
México
felixiano20@hotmail.com
El acontecimiento decisivo de esta transformación del mundo en trampa ha sido sin duda la guerra de 1914, llamada (y por primera vez en la Historia) guerra mundial. Falsamente mundial. Sólo afectó a Europa, y ni siquiera a toda Europa. Pero el adjetivo ‘mundial’ expresa aún más elocuentemente la situación de horror ante el hecho de que, de ahora en adelante, nada de lo que ocurra en el planeta será ya asunto local, todas las catástrofes conciernen al mundo entero y que, por lo tanto, estamos cada vez más determinados desde el exterior, por situaciones de las que nadie puede evadirse y que, cada vez más, hacen que nos parezcamos los unos a los otros.
Milan Kundera[1]
El Tratado de Libre Comercio con América del Norte (TLCAN), el Plan Puebla Panamá (PPP) y la Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte (ASPAM) deben ser analizados como piezas del rompecabezas imperialista confeccionados para el continente americano. Dichos proyectos inciden en la integración y reconfiguración regional de Nuestra América ajustando las correas de transmisión de recursos y riqueza para beneficio de los intereses norteños. ¿Cómo valorarlos de manera conjunta a la luz de las recientes experiencias históricas?
García Aguirre, F.: "Elementos de una estrategia de desarrollo insostenible" en Observatorio de la Economía Latinoamericana Nº 80, junio 2007. Texto completo en http://www. eumed.net/cursecon/ecolat/la/
Los planes de desarrollo y los tratados comerciales de las últimas tres décadas nos han legado amargas experiencias. Ante las evidencias de sus efectos nocivos parecería garantizada su ideseabilidad, pero no es así. La información oficial disponible difícilmente podría hacer variar las posiciones de sus defensores y promotores -sobre todo si estos son empresarios, convencidos actores políticos o tecnócratas prosistémicos-, porque en ellos les va la vida. Entonces podemos preguntarnos ¿por qué millones de personas no parecer estar convencidos de las bondades de los acuerdos copulares? ¿Es acaso por pura ignorancia o porque perciben su futuro cancelado?
La situación es un tanto paradójica. Cientos de millones de despojados en todo el continente, resisten el avance de dichos planes ante hechos consumados: la construcción de vías de comunicación, tendidos de redes eléctricas, construcción de puertos y aeropuertos, construcción de complejos turísticos, etc. Los verdaderamente enterados del real sentido de dichos proyectos continúan siendo muy pocos y la mayoría de ellos está al servicio del régimen imperante. Ante tal situación estudiosos y actores políticos se ven obligados a dedicar encomiables empeños para analizar cada uno de los proyectos, desmontarlos y permitirnos observar sus contradicciones más profundas. No obstante, son pocos todavía los esfuerzos de valorarlos en conjunto. Las reflexiones que en esta ocasión serán vertidas aquí están dirigidas a quienes se interesan por encontrar alternativas que nos conduzcan a un mundo más igualitario, incluyente y despolarizado.
Las iniciativas norteamericanas en conjunto parecen privilegiar unilateralmente su desarrollo. Si fuese estrictamente cierto ¿porqué aceptarlos? Las elites criollas y los tecnócratas parecen estar convencidos de que bajo ciertas circunstancias son benéficas para sus satélites cooperantes porque simple y llanamente no hay otra alternativa posible fuera de su zona de influencia. Pero vistas más de cerca, se puede apreciar que son mucho más que simples proyectos promotores del desarrollo. Son más que eso, los medios para superar las crisis recurrentes manifiestas en los ritmos de acumulación y apropiación capitalista. Constituyen a la vez estrategias de sometimiento de sus competidores –los reales e inventados- incluidos las de sus cooperantes. Esta situación expresa la complejidad analítica de los tres proyectos enunciados antes, por eso vamos a tratar de penetrar la densa trama de sus relaciones -recuperando algunas lecciones históricas-, para avanzar sobre el conjunto de efectos esperados en la región.
Por la superficie
La cooperación permite extender el radio de acción del trabajo, siendo, por tanto indispensable toda una serie de procesos de trabajo para la concatenación geográfica del objeto sobe el que el trabajo recae: desecación de tierras, canalización, irrigación, construcción de diques, calles, líneas ferroviarias, etc…
Carlos Marx[2]
El capitalismo ha alimentado la integración de todo lo que pueda resultarle provechoso mediante la sistemática reconfiguración de territorios y vidas. Promueve por ello diversas formas de integración empleando procesos de colonización, explotación y despojo. La reconfiguración regional casi siempre refiere varios procesos que apuntalan al capitalismo en sus diversas fases de desarrollo; puede en ocasiones centrar su atención en un solo proyecto, cuando se trata por ejemplo de explotaciones agroindustriales o la construcción de vías de comunicación terrestre o marítima, pero indefectiblemente organiza redes tecnológicas, sociales y ambientales, que adquieren formas complejas una vez puestas en movimiento. Todas ellas con independencia de su tamaño, implican combinaciones diversas de políticas estatales, sistemas jurídicos y recursos económicos.
Los procesos de concentración y centralización capitalista llevan en su seno los de desintegración e integración social. Tan pronto como los diversos procesos de trabajo son puestos en marcha se inicia la configuración y reconfiguración de territorios en donde tales procesos de trabajo son llevados a cabo. Así, es posible observar de manera fragmentada procesos de integración social unidos a los intereses capitalistas, desintegraciones sociales y reconfiguraciones regionales, necesarios para transformar tejidos sociales y vidas comunitarias de pueblos enteros para materializarse.[3]
La historia mundial del ultimo siglo está llena de ejemplos de la manera en que el capitalismo transforma y modela a voluntad la espacialidad social para adecuarla a la extracción de riquezas, creación de valores y obtención de rentas diversas. Para modificar las organizaciones sociales preexistentes, dicho régimen se ha servido del convencimiento de las elites, negociaciones políticas y violencia, procesos que pueden presentarse invertidos, es decir iniciando con la violencia e intimidación.
Los pueblos y las naciones contemporáneas comprenden muy bien cuando desde las esferas del poder de las naciones más poderosas del planeta se habla de cambio de régimen.[4] Significa que la organización social debe ser cambiada ajustándola a las exigencias de explotación imperantes o los previsibles cambios de estas. Ello generalmente sucede sustituyendo a las elites políticas o parte de ellas, quienes se ocupan de garantizar la reproducción del sistema y su desarrollo. Para que el cambio de régimen sea eficaz es fundamental cumplir por lo menos dos precondiciones: la modificación de los sistemas legales imperantes adecuándolos a sus intereses y evitar que las modificaciones puedan ser revertidas en poco tiempo. Con ello lo que se pretende asegurar es que los cambios de régimen sean permanentes por lo menos hasta que se hayan alcanzado los objetivos previstos, por ejemplo la deposición de un gobierno que pone en peligro sus intereses -Irak es el ejemplo que mejor ilustra el caso de un cambio de régimen-. Todo esto significa en otras palabras es que las modificaciones no puedan ser increpadas o transformadas al cambiar los gobiernos locales.[5]
El desarrollo capitalista ha cambiado ajustando su organización y funcionamiento cada vez que se presentan síntomas de crisis, ve peligrar sus intereses económicos, políticos y geopolíticos. No basta por ello conocer la lógica de su articulación, es necesario precisar en sus mutaciones las formas, los métodos y procedimiento empleados para perdurar. Cada proyecto trae con sigo nuevas formas de integración y desintegración, de organización territorial y reconfiguración regional, de explotación y despojo, expresiones conceptuales y léxicos específicos. Cada fase, cada momento histórico, cada hecho debe ser analizado en el contexto histórico de sus iniciativas. El capitalismo actual por ejemplo, no es el mismo de antes de la creación del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM). Éstos organismos fueron creados para ajustar y estandarizar políticas económicas a nivel mundial bajo la égida de un Estados Unidos fortalecido con la Segunda Guerra Mundial. [6]
Descubrir las estrategias de integración y reconfiguración regional, así como las implicadas en los cambios de régimen es importante en varios sentidos: 1). Para apreciar la amplitud de sus proyectos específicos, los objetivos que pretenden alcanzar con cada uno de ellos, los medios a emplear, las fases previstas y sus posibles consecuencias en grupos humanos y medio ambiente; 2). Para conocer la combinación de recursos prevista en cada proyecto y sus efectos benéficos o perjudiciales; 3). Para saber qué grupos políticos y elites económicas pueden se afectadas y/o beneficiadas por un cambio de régimen; 4). Para saber cuales serán las consecuencias en el tiempo, porque muchos de sus efectos perduran en el tejido social y 5). Para organizar alternativas a esos proyectos llamados de desarrollo[7]o crear las propias.
En cualquiera caso saber que la expansión capitalista reconfigura sociedades y vidas, mediante la explotación, colonización y despojo es de particular importancia a la hora de elaborar políticas sociales alternativas, principalmente para evitar cometer errores. Los métodos empleados hasta ahora por las élites capitalistas son ejecutados de manera normativa y sostenidos mediante los aparatos represivos de que disponen los Estados nacionales. Las clases subalternas en cambio, es decir la mayor parte de la población, difícilmente son consideradas sujetos sociales con aspiraciones e identidades propias incluyentes. Son para cualquier fin práctico un recurso explotable más al lado de los recursos naturales y simbólicos, por eso la expansión capitalista se impone con carácter de observancia obligatoria, producto de la racionalidad científico-técnica como si esta fuera incuestionable, objetiva y perfectible. Este procedimiento ha sido empleado y observado desde diferentes perspectivas durante la modernización capitalista en diferentes lugares del continente americano.
Estos procesos aludidos – integración, reconfiguración, explotación, colonización, despojo, crisis, cambio de régimen, etc.- poseen su propia historia y formas de teorización. Reproducirlas en este espacio sería insensato, por eso referiremos los aspectos que pueden ser útiles para ilustrar la manera en que la reconfiguración del desarrollo capitalista actual se está llevando a cabo bajo la esfera de influencia norteamericana en el continente americano. En este contexto ¿es posible contribuir al análisis de las formas, vías y modos a través de los cuales profundiza sus contradicciones? A manera de hipótesis sostenemos que el giro dado a la política exterior estadounidense, desde la llegada de George W. Bush a la Casa Blanca, obedece a la pérdida real de su poderío hegemónico y más recientemente a las dificultades que enfrenta para sostener ritmos de crecimiento elevados, competitivos con otras regiones del planeta en un momento en el cual la nanotecnología y biotecnología, las novedades científicas y tecnológicas que podrían ofrecer nuevas mercancías para dinamizar el régimen capitalista, no han logrado afinar sus procesos productivos para el consumo masivo.[8]
En los periodos de crisis del capital son obligados los cambios y ajustes que motivan readecuaciones de muchos tipos y niveles. Es importante que lo tengamos en cuenta en este momento de pérdida del poderío estadounidense en lo político, económico y cultural. En éste último ámbito por ejemplo, el capitalismo ha impulsado sus utopías -ilusiones realistas- que orientan la construcción de futuros posibles, formas precisas de imaginar el porvenir, y por ende de construirlo. Una de esas ilusiones es que dicho régimen supone modernidad, progreso, libertad y desarrollo, todo lo cual conducirá a mayores niveles de bienestar para la población. [9]
Ese moderno bienestar de nuestros días impone sus prerrequisitos, todos ellos definidos y reclamados por el régimen dominante. Para empezar es indispensable que los estados manifiesten su deseo de recibir semejante bienestar sean amantes de la libertad y democracia. Posean un estado de derecho, es decir posean una Constitución política, un territorio bajo su control e instituciones fuertes, consolidadas históricamente, pero sobretodo elites empresariales dispuestas a colaborar incondicionalmente con el eslabón dominante. Todos los prerrequisitos citados pueden ser discutibles, pero son sostenidos por las elites proclives a los dictados estadounidenses en cada uno de los espacios nacionales y por sus respectivos gobiernos. En la actualidad dichas precondiciones se tornan mucho más mediadas que en el pasado. Pablo González Casanova nos lo ha descrito de manera impecable:
Todos los estados y regímenes políticos del mundo se encuentran desde l972-80 (desde Pinochet, Reagan y la Thatcher) en proceso de desestructuración y restructuración funcional. El objetivo final del nuevo modo o modelo de dominación y acumulación es lograr algo que combina lo funcional con lo dialéctico y con lo práctico, a lo que los nuevos "expertos" llaman "gobernanza". Por "gobernanza" entienden el arte de construir estados, gobiernos y elecciones funcionales al Estado Transnacional emergente, el cual integra a los complejos empresariales-militares que lo crean para asegurar su dominación y acumulación. La "gobernanza" se hace efectiva con "estrategias de largo alcance" que se aplican entre luchas, enfrentamientos y negociaciones, escogiendo con un sentido práctico las medidas que se toman en un momento y lugar dados para alcanzar los objetivos de sus "valores e intereses" en forma inmediata, o en varias etapas, cuando sea necesario.[10]
Aquí la anunciada complejidad se torna cada vez más evidente, hasta el punto de que podemos reafirmar que a cada forma de reproducción capitalista le es inherente cierto tipo de Estado. Esta idea nos permite concentrar la atención en la manera en que los Estados nacionales y sus gobernantes se adecuan a las condiciones exigidas por la reproducción del capital. Asimismo permite deshacernos de todas aquellas confusiones robustas -extremas y falaces- alimentadas por quienes opinan que los Estados son construcción sociales eternas o aquellas otras igualmente dañinas que sostienen que los Estados tienden a desaparecer como reguladores de la vida de las naciones en la época de la globalización y que en realidad son un obstáculo a la realización de los capitales trasnacionales.
Los Estados decimonónicos fueron diferentes a los Estados neoliberales contemporáneos, aunque éstos compartan alguna de sus características. Este aspecto del problema relacionado con la reconfiguración e integración regionales, es por su vastedad objeto de espacio aparte, por lo que en esta ocasión tomaremos sólo algunos rasgos diferenciadores y definitorios de su papel como promotor del desarrollo y expansión capitalista, tratando de responder las preguntas guía de nuestras reflexiones.
Realizadas éstas precisiones nos encaminamos a pasar revista a nuestras experiencias recientes del desarrollo, sus procesos de integración y reconfiguración a instancias de los momentos críticos en los que nos hemos visto inmersos los mexicanos bajo el área de influencia norteamericana. Situémonos en los momentos anteriores a la crisis de los años setenta del sigo pasado – la primera de las crisis de postguerra inaugurada por los Estados Unidos-, con la finalidad de valorar los trazos de las políticas del desarrollo que se promovieron desde las esferas gubernamentales. En nuestra exposición privilegiaremos la mirada desde México haciendo contrapunto hasta donde sea posible con el acontecer latinoamericano.
Inacabada experiencia
El capitalismo representa en esta época el peor de los crímenes. Millones de explotados, millones de desempleados, millones de campesinos despojados, millones de presos por razones económicas, millones de niños sin educación y sin las más mínimas condiciones de vida.
Sergio Rodríguez Lascano[11]
La secuencia que reclama un ejercicio como que intentaremos aquí es indispensable para comprender qué es lo que muda y permanece sin cambio en el desarrollo capitalista. Por eso es importante tener presente que son por lo menos tres los momentos críticos más importantes por los que atravesó el régimen capitalista durante el siglo XX. Las crisis del siglo fueron las de 1929-33, la de 1976-78 y 1980-82. En cada una de ellas aparecieron algunos rasgos definitorios comunes: sobreproducción, descenso en el nivel general de salarios, caída de la tasa de ganancia, desempleo, inflación, desorganización de los mercados internacionales y reestructuraciones generales.
Las soluciones dadas a cada una mantuvieron arritmias características, no fueron por tanto similares en cada región del globo ni actuaron al unísono. La primera de las crisis condujo a los Estados Unidos a buscar salida mediante el paquete de soluciones propuestas por el modelo keynesiano expresado en el New Deal, en tanto que Alemania por ejemplo, lo intentó a través del fascismo. Ambas naciones se refugiaron en sistemas proteccionistas, incrementaron el gasto público conduciendo a una relativa reanimación económica alentando el consumo, pero la verdadera salida a la crisis fue la Segunda Guerra Mundial. El resultado fue la reformulación del sistema monetario internacional en 1945, la creación de la ONU y el fortalecimiento del dólar norteamericano. La década siguiente el mundo vería emerger el resplandor de un imperio de tres soportes territoriales: Estados Unidos, Europa central y Japón y con él los efímeros años dorados de los sesenta del capitalismo en extensas áreas.
En ese contexto México trató de adaptarse buscando su propia vía de desarrollo. Recién salido de la Revolución, generales e intelectuales de la época enfrentaron igualmente el descenso del precio de las materias primas, de los salarios, baja inversión productiva y contracción del estrecho mercado interno. El país tenía no más de 17 millones de habitantes, la mayoría vivía en zonas rurales y eran analfabetos. La población económicamente activa alcanzaba 5.5 millones, de los cuales 3.7 millones trabajaban en tareas agropecuarias y sólo 750 mil en oficios industriales. Industrias que en su mayoría eran de propiedad extranjera.[12] La crisis obligó la reorientación del país.
Una nueva burguesía surgida de la revolución y sus generales, entrelazada con los restos de la vieja burguesía porfiriana, se había ido formando en la propiedad de las haciendas, negocios y empresas industriales. Este sector de la capa dirigente, al filo de la crisis, aspiraba a la estabilidad y pedía el cese de la amenaza de reformas revolucionarias, la consolidación de sus posiciones conquistadas en el Estado, la economía, la propiedad, la liquidación definitiva, sobretodo de cualquier promesa subsistente de la posible reanudación del reparto agrario que por demás había sido muy magro hasta entonces: en 1930, 670 mil ejidatarios tenían 13.4 por ciento de las tierras cultivables pero 2.2 por ciento de las explotaciones, unas 13 mil haciendas de más de mil hectáreas, poseían el 84 por ciento de las tierras.[13]
La elite gobernante no era monolítica ni mucho menos compartía el mismo proyecto de nación. Una parte alentaba un programa estabilizador y conservador, sin cambios ni concesiones revolucionarias; otra creía que había espacio para impulsar reformas sociales, ampliación del mercado interno, reanimación de la economía mediante el aumento del poder de compra de la población en el contexto de la crisis y el proteccionismo de las actividades económicas. Pero la persistencia de los movimientos agrarios y obreros, coincidentes con la reanimación y recuperación paulatina de los precios de los productos mexicanos en el mercado mundial, la tendencia hacia la organización de sindicatos de industria -el sindicato ferrocarrilero en 1933, el minero en 1934, la Confederación General de Obreros y Campesinos de México en 1933, el petrolero en 1935, ya con Cárdenas en el poder-, en sustitución de los sindicatos de oficio; habrían de determinar la inclinación de la balanza a favor de un capitalismo nacionalista.[14]
La salida fue resuelta por las elites y las clases dominantes, pero en ella intervinieron las fuerzas organizadas de la sociedad, gracias a las posibilidades abiertas por el reparto agrario. Las movilizaciones obreras no tenían contenido anticapitalista y las reformas sociales fueron patrocinadas por el Estado. 1935 fue posiblemente el año más turbulento en el cual se definiría el futuro nacional y el carácter de un Estado que impulsaría una vasta reforma agraria y en 1938 nacionalizaba la industria petrolera.
La resultante de estas luchas tuvo que ver con la favorable coyuntura internacional que permitió al país construir un Estado fuerte al frente de una economía nacionalizada, de tintes nacionalistas que no radicales. El país habría de funcionar bajo esas premisas los siguientes cincuenta años. Al final de sus días Lázaro Cárdenas en 1970 legaba algunas reflexiones por demás interesantes, convencido de que el desarrollo dependiente era una quimera no sólo para México:
La independencia económica es un objetivo que ha rebasado prejuicios y limitaciones de estadistas y sectores medios latinoamericanos que hoy se disponen, en mayor cercanía a las masas, a organizar una resistencia nacionalista ante el comprobado espejismo de lograr un verdadero desarrollo en la dependencia, cuando en realidad sólo deja descomposición nacional y miseria entre las grandes mayorías nativas. [15]
Al calor de la crisis el expansionismo norteamericano volvía a desempolvarse. El panamericanismo promovido desde la V Conferencia Internacional de los Estados Americanos en 1927 rindió sus primeros frutos con la construcción de la carretera Panamericana en los años treinta geografiando todo el continente de Alaska a Chile.[16] Su construcción tenía como objeto integrar toda la región a sus dictados, así como facilitar el acceso a las fuentes de materias primas. Con el propósito de asegurar para sí una zona de influencia, los norteamericanos enfrentaban la crisis imponiendo irreversiblemente el patrón energético basado en el ciclo del etano a Europa y América Latina en conjunto. El petróleo y el gas pasarían desde entonces a ocupar un lugar privilegiado en sus iniciativas, proyectos y estrategias.
Bajo el mismo influjo se crearía en 1948 la OEA dando paso con ello a la Alianza para el Progreso (ALPRO). Esta última creada en 1961 para impedir el influjo de la Revolución cubana en el resto de los países en la región.[17]Ambas resultaron iniciativas norteamericanas para promover una revolución pacífica, encaminada a transformar la estructura económica y social de la región. Proyectos productivos como las cuencas hidrológicas ensayadas en México desde los años cuarenta -e inspiradas en el desarrollo del Valle del Tennessee, en el contexto del New Deal-, fueron base de la confección de planes sin planificación en la región. En todos los casos la amenazante sombra militar advertía que no se tolerarían más revoluciones como la cubana, reprimiendo colectiva y selectivamente a obreros, campesinos, estudiantes y activistas en general. No obstante las progresistas intenciones norteamericanas y las de sus cooperantes autóctonos, el subdesarrollo mostraba sus vetas dependentistas y el uso de formas de subordinación incuestionables. El estilo de desarrollo era insostenible desde entonces.
La situación de subdesarrollo de los pueblos que viven al sur del Río Bravo se muestra insuperable con un tipo de capitalismo organizado en países económicamente atrasados, asociado a formas de dominación colonial y poscolonial. Observando su caracterización podríamos encontrar ejemplos en diversos países latinoamericanos, así como puede rastrearse la vinculación de proyectos -aparentemente distintos- en una considerable cantidad de productos intelectuales. A manera de ejemplo prestemos atención a la siguiente síntesis:
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial la política de los EUA hacia Latinoamérica ha cambiado drásticamente. Esencialmente podemos dividirla en tres distintos periodos basados en los distintos intereses político-económicos dentro de los Estados Unidos, las alianzas socio-políticas con las elites latinoamericanas y la relación particular con el interés global de los Estados Unidos: 1) Fase Extractiva: dictaduras, inversiones directas y latifundismo: 1945-59. 2) Reforma, democracia y burguesía progresista: Alianza para el Progreso: 1960-1973. 3) Modernización desde arriba y desde afuera: 1974-2000.[18]
Esta caracterización puede resultar para los estudiosos de las coyunturas un tanto esquemática. Sin embargo, es especialmente útil a la hora de intentar una valoración del sentido de las intervenciones norteamericanas en la región. Los periodos descritos marcan cambios en las reconfiguraciones regionales, así como los cambios de régimen, pueden no ser exactas en todos los casos pero sí muy orientadoras. Para muestra un botón. Abraham F. Lowenthal en uno de sus más recientes artículos comentaba sin rodeos:
Desde la Segunda Guerra Mundial hasta la década de 1970, la relación entre Estados Unidos y América Latina estuvo definida por la "presunción hegemónica" de Estados Unidos, a saber la idea de que Estados Unidos tiene el derecho de insistir en la solidaridad -por no decir la subordinación-política, ideológica, diplomática y económica de todo el Hemisferio Occidental. Estados Unidos utilizó el poderío militar de la Infantería de Marina y de la 82ª División Aerotransportada; la intervención clandestina de la Agencia Central de Inteligencia (CIA); asesoría y tutoría de sus agregados militares; asistencia para el desarrollo y a veces imposición por parte de la Agencia para el Desarrollo Internacional (AID); cuotas al azúcar, preferencias arancelarias y otras formas de influencia económica; diplomacia activista por parte del Departamento de Estado; financiación y asesoría a los partidos políticos; defensoría pública e información por parte de la Agencia de Información de Estados Unidos (USIA) -lo que fuera necesario-, para asegurarse de que en toda América Latina y el Caribe gobernaran partidos y dirigentes afines a Estados Unidos.[19]
Su intervencionismo es impresionante. Todo un rosario de atrocidades hemos vivido los pueblos latinoamericanos debido a la posición norteamericana en la región. Pero su activismo e intromisión no ha sido privativo de América Latina, las guerras de alta, mediana y baja intensidad han dejado sus huellas en otras partes. En los años setenta el pueblo norteamericano se cimbraba ante los acontecimientos de Vietnam, en los ochenta con el escándalo Irán-Contras y ahora igualmente lo hace ante la escalada de violencia en Irak. Su estrategia de desarrollo es insostenible desde cualquier perspectiva que se valore, pues los costos sociales que hemos pagado son enormes.
Perdiendo el glamour
Bush, considerado el hombre más bien asesorado del mundo, comprobó la ley de Murphy: “Si todo puede salir mal, saldrá.”
Frei Beto[20]
Las décadas que siguieron volverían a exigir cambios de ruta, reformateos del Estado para adecuarlo a las nuevas condiciones históricas. La primera crisis mundial de postguerra fue inaugurada por Estados Unidos; inició a comienzos de los años 70 y se agudizó en los países centrales hacia la mitad de la década. Superada no sin conflicto, volvió a presentarse en los años 80. La situación de crisis recurrentes exigía para entonces la reorganización de los dominios del país dentro y fuera de sus fronteras.
La recurrencia de las crisis posbélicas en el ámbito internacional, la confrontación durante la Guerra Fría y la forma en que se manifestaron en México estos influyentes fenómenos, condujeron a una mayor dependencia de los Estados Unidos. Las trasnacionales que se habían posesionado con mucha fuerza de los mercados financieros internacionales imponían sus estrategias. Los capitales bancarios e industriales describían el curso de sus intereses y señalaban con ello las actividades económicas que estaban dispuestos a respaldar. En este contexto la burguesía mexicana –rentista y comercial más poderosa asociada a los sistemas financieros-, se dispuso a marginar a todos aquellos sectores con pretensiones nacionalistas, tildándolos de amantes del pasado. Un pequeño sector de la población -compuesto por empresarios e intelectuales- se dedicó a promover la sistemática transformación del Estado. Adecuarlo al predominio del sector financiero era su objetivo, para lo cual diversos partidos políticos o partes significativas de éstos, se vincularon a dicha fracción burguesa en ascenso.[21]
A este nuevo momento crítico que conjugaba déficits fiscales, endeudamientos elevados, inflación, desempleo, caídas vertiginosas y recuperaciones lentas y cortas, el gobierno de Estados Unidos encabezado por Ronald Reagan respondió con el reaganomics. Con una mezcla de medidas encaminadas a reformatear al sistema entero, se propuso minar la organizaciones sindicales del trabajo, imponer la flexibilización laboral y controlar las fuentes energéticas del planeta. El costo de las operaciones como siempre se pasaba a los trabajadores. Se promovía el monetarismo empleando a los organismos financieros como el FMI y el BM, así como el libre mercado como principio ideológico y forzaba la disolución de las empresas estatales. Todas esas medidas tenían un fin expreso: abrir espacios al capital trasnacional en cualquier parte del planeta. La estrategia sin embargo contemplaba el uso de sus fuentes de poder, desde las militares hasta las decididamente ideológicas empleando los medios de comunicación: cine, radio, televisión, etcétera.
El neoliberalismo y la globalización neoliberal hicieron su aparición impulsando la concentración del capital: los bancos centrales se descentralizaron para dejarlos expuestos a las políticas de dichos organismos financieros y las bolsas de valores de todos los países dependientes se pusieron a tono. Las fuerzas armadas por su parte estuvieron siempre listas para usarse en contra de quienes se opusieran al sentido de las iniciativas del imperio. En realidad la descentralización no era otra cosa que la centralización de los flujos monetario-financieros a los dictados de los intereses capitalistas norteamericanos. Pero una vez mas era mucho más que eso, las estrategias de sus propias empresas se tornaron mucho más agresivas, no se conformaron con pequeños nichos de mercado, iban con todo y por todo. Las oleadas reprivatizadoras reabrieron las puertas. El control financiero asegura desde entonces la dirección privilegiada de los flujos de riquezas creadas en el subcontinente.[22]
Ese nuevo escenario correspondía a otra reestructuración, pero ya no era resultado de las fuerzas del mercado, ni una nueva fase de desarrollo de un capitalismo que había llegado para quedarse sino el resultado de una serie de contradicciones políticas y sociales.
La ascendencia del neoliberalismo no es el resultado de un debate doctrinal, sino el producto de las derrotas militares y políticas de la izquierda entre 1964 y 1976. En este período, la clase capitalista tomó el Estado y comenzó una guerra prolongada contra el avance social de las dos décadas previas: se eliminó la legislación laboral progresista, se privatizaron y desnacionalizaron las empresas públicas, se bajaron los sueldos, y se revirtieron los avances en materia de reforma agraria. Las derrotas político-militares de la izquierda en Brasil (1964), Chile y Uruguay (1973), Argentina (1976), Bolivia (1971), etc., fueron seguidas por la implementación de las primeras etapas de programas neoliberales de "choque". Los aliados estratégicos de esta ofensiva política neoliberal fueron las multinacionales estadounidenses y el Estado imperial, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. La lección es clara: cualquier intento de reversión del neoliberalismo debe seguir la misma lógica que tomaron los capitalistas para establecer su sistema: la lucha de clases que conduce al poder del Estado, la renacionalización de la industria y la redistribución de tierra e ingresos. En resumen, los orígenes del neoliberalismo no son ni "tecnológicos" ni "económicos" sino, en el análisis final, políticos y sociales: las políticas neoliberales y las expresiones ideológicas siguieron a la toma del poder del Estado.[23]
En estos mismos años marcados por el neoliberalismo, los países europeos impulsaron con nuevos bríos su integración económica cuando el bloque socialista sucumbía ante sus contradicciones y las presiones externas. La emergencia del polo económico asiático revelaba las dificultades que enfrentaba el capitalismo norteamericano que tenía puestas sus prioridades en salir airoso de la Guerra Fría.[24] Efectivamente sus logros le permitieron volver rápidamente la mirada a su declarada zona de influencia continental. La firma del TLCAN [25] garantizaba -a los Estados Unidos- balancear el tamaño de sus competidores europeos, en un contexto donde Rusia no estaba muerta y China no era una hipótesis al finalizar el siglo.
Los gobiernos mexicanos por su parte apresuraron las reformas neoliberales. Durante tres periodos presidenciales y con el desalojo del PRI del gobierno por parte del PAN, las elites pudieron garantizar la reconfiguración regional -que abría las puertas al proyecto imperial de los corredores de comunicación que tendían a desplegarse hacia la cintura americana-, a través del Plan Puebla Panamá, guiados por la dotación de recursos naturales, la posición geopolítica y abundancia de mano de obra barata.[26] Los gobernantes mexicanos se dispusieron a colaborar –sin mediaciones del interés nacional- en la construcción de una zona geopolítica bajo el dominio estadounidense que abarcara por lo menos medio continente por donde el comercio mundial tiende sus lazos.
El Estado neoliberal en México tuvo como propósito garantizar la apertura de espacios a la reproducción ampliada del capital: privatizar empresas estatales estratégicas para el capital trasnacional, subordinar las fuerzas armadas a la influencia norteamericana y controlar el sentido de los flujos financieros que canaliza el ahorro de la región hacia el centro hegemónico continental. Ante éste embate las resistencias de los pueblos salieron a las calles para reclamar el fin del neoliberalismo tan pronto como percibieron el tamaño de la amenaza. No obstante, las alternativas se fraguan y avanzan lentamente en la zona de influencia norteamericana. La militarización de la vida pública, la represión de los movimientos sociales y el poder del narcotráfico tornan aún más difícil impulsar las transformaciones antisistémicas.
Los nuevos liderazgos en la región adelantan sus pasos en un ambiente en el cual las bases militares se mantienen en sus sitios, las fuerzas centralizadoras y concentradoras del capital no parecen debilitarse, las luchas de clases se agudizan y las masas empobrecidas migran o se someten a formas alienantes de explotación como el esclavismo y la prostitución. Las evasiones a semejante sistema se intentan por varias vías: el alcoholismo, la prostitución y el consumo de estupefacientes.
Las opciones a las crisis han vuelto a imponerse desde arriba. La modernización de los Estados y la racionalización capitalista se traduce nuevamente en disminuciones del costo de la fuerza de trabajo y aumento de la explotación, con tal de asegurar los niveles de ganancias y los ritmos de acumulación. Los resultados no han hecho otra cosa que impulsar una integración económica progresiva y subordinación a los dictados imperialistas estadounidenses. Así, el neoliberalismo se convirtió en transferencias reales de las riquezas generadas en el Sur para ser transferidas al Norte del continente. En todos los casos se tradujo en deterioro sistemático de los países latinoamericanos.
Lo viejo y lo nuevo
Los movimientos sociales y las lucha políticas del México de hoy, en su complejidad han impulsado la toma de partido. Atendiendo sólo a la última década, se observa que la implementación del modelo neoliberal ha logrado hacer evidente a las grandes mayorías lo que antes a la lucha de clases le fue menos sencillo: mostrar quienes son los que se empeñan en la construcción de un Estado nacional amante de la simulación, el menosprecio, el racismo y la exclusión.
Muchos de éstos rasgos definitorios se encuentran en los orígenes liberales del Estado nacional mexicano y las influencias coloniales, neocoloniales e imperialistas que viven en él. Así se construyó una modernidad excluyente que continúa buscando la vía capitalista para su desarrollo que asimila casi sin reparo la expansión norteamericana. Modernidad que acoge a instituciones de larga presencia en la vida política de la nación como las iglesias, los cuerpos militares y policíacos. El resto de los elementos constituyentes están a la vista: Un empresariado rentista, poco innovador y muy dependiente del exterior en sus relaciones comerciales, tecnológicas y organizacionales. Elites políticas e intelectuales interesadas en promover el capitalismo y la democracia representativa, sobreinfluenciadas por los vecinos del norte. El narcotráfico, prostitución, alcoholismo y corrupción burocrática, exhiben su doble carácter en tanto formas de acumulación de riqueza y alienación social cotidiana. Los medios de comunicación con capacidad para crear fetiches sociales y líderes a voluntad, se han constituido en un poder omnímodo que convive y forma parte de los grupos financieros que dominan el mercado de capitales. Las diferencias y similitudes del PAN con el PRI y los enmascaramientos que les distinguen son objeto de análisis detallados, pero tener presente las maneras en que ambos partidos políticos se han vinculado históricamente es particularmente útil para comprender la llegada al poder del quinto presidente neoliberal mexicano:
El pacto PRI-PAN no es una novedad. Viene desde la fundación del PAN en 1939, como heredero legal del sinarquismo y voz política de la jerarquía eclesiástica y de los conservadores mexicanos. Nunca dejó de funcionar en los momentos cruciales: en la represión a la huelga ferrocarrilera de 1959, el movimiento estudiantil popular de 1968, la guerra sucia de los años 70, la reestructuración neoliberal desde 1982, el fraude de 1988 (con su secuela de cientos de muertos del PRD y otros, porque la resistencia entonces no fue juego), la quema de las actas en 1991, la liquidación de los artículos 27 y 130 constitucionales, la firma del TLCAN, la represión en Chiapas desde 1994, la ruptura de los acuerdos de San Andrés y el voto contra la ley Cocopa,[27] el Fobaproa,[28] el pacto de bufones donde 360 diputados de ambos partidos votaron unidos el imposible desafuero de López Obrador, la negativa a que se verificara el resultado electoral de 2006 en un nuevo conteo de los votos. La lista es interminable y no registra fallas importantes.[29]
El sexenio que recién inicia asume de manera realista la necesidad del régimen de reconfigurar e integrar territorios al capital foráneo, con ello los recursos naturales y poblaciones enteras.[30] El TLCAN y los avances del PPP son realidades insoslayables, tanto como son las privatizaciones del sector energético nacional. En este momento por fin las elites poderosas nacionales creen estar en completa sintonía con el proceso de acumulación norteamericano, con lo cual esperan ser rescatadas en caso de apuros. Por supuesto a mano están las fuerzas militares que funcionan estratégica y logísticamente en los marcos de los tratados de seguridad hemisférica, el combate al terrorismo y al narcotráfico. No obstante, esas sintonías creadas durante los últimos cuatro gobiernos neoliberales mexicanos que alimentan la concentración del poder y la riqueza sin cortapisas, enfrenta el drenaje de las finanzas públicas -o sea de una importantísima porción del ahorro interno nacional-, al destinar enormes fondos al Fobaproa y pago de la deuda.
Coincidentes con los escenarios y la campaña militar contra el narcotráfico la Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte (ASPAN), firmada por los tres países en marzo de 2005, despliega ya sus objetivos: defender América del Norte contra el terrorismo o desastres naturales y compensar las amenazas económicas de India y China. A contrapelo avanza la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA) impulsada por el presidente venezolano para hacer frente a las pretensiones norteamericanas de seguir ampliando su esfera de influencia, en un contexto en el cual México y Brasil han perdido bríos en sus liderazgos. El ALBA pretende construir en la región varios equilibrios, desde los territoriales hasta los políticos, económicos y sociales. Iniciativa que avanza con la Comunidad Sudamericana de Naciones construyendo su propia integración energética. Países como Cuba, Brasil, Bolivia, Argentina, Venezuela y probablemente Ecuador, se encaminan en esa dirección. Sus resultados habrá que evaluarlos a la luz de las vertiginosas transformaciones actuales.
La decisión de integrar toda la región avanza en la construcción simultánea de lo que puede ser el otro caballo de Troya latinoamericano compuesto por aliados probados de Estados Unidos en el continente: México-Colombia-Perú-Chile. En estos como otros momentos de la historia de nuestros pueblos las preguntas se imponen tanto como la búsqueda de disyuntivas: ¿integración económica o anexión territorial? ¿es imposible construir vías alternas de desarrollo fuera de la influencia norteamericana? Las respuestas a estas preguntas habrá que seguirlas buscando al lado de las grandes mayorías. Las elites con su clara filiación a los intereses norteamericanos en el área, están impedidas para ofrecer otras posibilidades. Atadas como están a una estrategia de desarrollo insostenible el camino que les queda es la agresión violenta, la militarización de la sociedad y represión de todo aquello que pueda significar caminos alternativos.
En este breve recorrido pudimos apreciar cómo ante la percepción del advenimiento de una crisis, la pérdida de espacios de dominación o evidente pérdida de credibilidad en las potencialidades del imperio norteamericano, se han lanzado proyectos orientados a lograr cambios de régimen. Cambios que aseguran la restitución de las correas del poder y garantizan adecuaciones políticas, económicas, sociales y militares al régimen imperante.
Los cambios de régimen serían ineficaces sin la integración y reconfiguración regionales. La invención de proyectos y la firma de acuerdos comerciales que ponen el acento en la racionalidad del sistema, aseguran el predominio de dos fuerzas importantes: las financieras y militares. A las que se suma el control de los imaginarios –a través de los medios de comunicación- de los sujetos sociales para adecuarlos al régimen de explotación empresarial y sus promesas de desarrollo y bienestar.
Con esos medios a su alcance y luchas de clases impulsadas por el neoliberalismo, Estados Unidos reconfigura cambios de régimen que le son favorables. Se han servido de contiendas electorales que eventualmente se traduzcan en modificaciones a los pactos constitucionales y de ese modo poseer normas jurídicas que tornen irreversibles los logros neoliberales.
Integración y reconfiguración regionales manifiestan sus sentidos ligados a las transformaciones de hegemón. Los signos de una nueva crisis norteamericana en ciernes, se han estado paliando con intervencionismos estatales mediante la manipulación de las tasas de interés, en virtud de la importancia adquirida por los grupos financieros después de la crisis norteamericana de los años setenta. Debilitado actualmente el dominio republicano en el Senado de ese país y anunciados cambios en la orientación de las finanzas públicas, el gobierno de George W. Bush se verá obligado a trasformar sus políticas hacia América Latina. Esta posibilidad se aprecia con altas dosis de realismo si consideramos los cambios ocurridos en la presidencia de la Unión Europea, así como la integración regional de Rusia y China y la que está en marcha en los países del Cono Sur. Las lecciones históricas a las que se han hecho referencia, nos indican que Estados Unidos volteará sin duda su oprobiosa mirada hacia lo que considera su zona de influencia y resguardo natural.
Hace algunos años atrás, durante el primer periodo presidencial de G. W. Bush, los analistas internacionales observaban que América Latina no figuraba prácticamente entre las prioridades norteamericanas. Claro con las excepciones de los países señalados por la Casa Blanca como pertenecientes al eje del mal: Cuba y Venezuela. No obstante, las observaciones resultaban falaces, pues continuaron firmándose tratados comerciales y efectuándose acuerdos hemisféricos de seguridad apoyándose en su controversial campaña antiterrorista. Todo esto se impulsaba en medio de las invasiones militares a Afganistán e Irak. En ese contexto se valoraron -en diversos lugares y por aguzadas inteligencias- las posibilidades del imperialismo norteamericano para mantener el dominio de extensas zonas, en medio de sus pretendidas intenciones de situarse en las regiones más densamente pobladas del planeta.
Los negocios norteamericanos continuaron expandiéndose sobretodo los ligados a la esfera financiera, apropiándose de recursos naturales estratégicos y empleando mano de obra barata. La primera conclusión que es posible avanzar ahora es que el gobierno norteamericano ha tenido presente en su agenda hemisférica, a toda la región continental en su conjunto. Especial atención a puesto en aquellos países que le han cerrado el paso a sus agresivas intervenciones, a quienes acusa sistemáticamente de antidemocráticos, como Cuba y Venezuela.
La segunda conclusión ampliamente documentada es que América Latina no es la misma, no se parece a la que existía en la época de Ronald Reagan, ni siquiera a la de los tiempos de Bill Clinton, es más no se parece a la que recibiera el primer periodo presidencial de G. W. Bush. La gran estela de devastación dejada por las oleadas neoliberales ha conducido a la búsqueda de salidas alternativas, fuera de la zona de influencia norteamericana, ha alimentado los nuevos liderazgos políticos en la región. La integración regional del Cono Sur, revela acuerdos y decisiones tomadas por los gobiernos de los países más importantes y con capacidades para promover e impulsar una integración que no sea sólo económica, sino tenga la capacidad de incluir todos los aspectos de la vida de los pueblos, incluyendo por supuesto, el reposicionamiento de la región en el concierto de las naciones.
La tercera conclusión y probablemente la más influyente es la pérdida de credibilidad internacional de los Estados Unidos. La invasión a Irak continúa siendo la herida más grave, al lado de las otras -Afganistán y antes los Balcanes- que no han sanado, pero que sí han revelado la situación de extrema debilidad del gigante económico que emergiera de la Guerra Fría como el autoproclamado ganador. Un país con enorme desprestigio a cuestas, que ha mentido fabricando evidencias para justificar sus invasiones, que ha dejado a millones de seres humanos en la extrema miseria en Latinoamérica y dentro de sus propias fronteras, difícilmente puede ser bien recibido a excepción hecha, claro está, por los gobiernos sometidos a su servicio.
La cuarta conclusión tiene que ver con las elecciones presidenciales más recientes en varios países latinoamericanos. Estas han dejado escenarios divididos a los que nos se les puede tratar con políticas generales y con las mismas recetas. Así tenemos un sector identificado con los intereses norteamericanos en el área todavía empeñado en ocultar las contradicciones sociales, la exclusión y su dependencia del poderoso país del Norte. Las evidencias de dicha subordinación se muestran en cada una de las Cumbres presidenciales o empresariales, en donde algunos personajes políticos se muestran dispuestos a agredir a quienes consideran enemigos de los Estados Unidos. En respuesta al saqueo sistemático de la región han logrado avanzar, como se ha dicho, otros proyectos que buscan sus propias sinergias entre los iguales. Aquí es importante considerar que no son sólo los países integrados del Cono Sur los que promueven su integración, son también algunos países de Centro América y el Caribe.
Ante tales perspectivas los Estados Unidos mantienen una quilla en toda la geografía del continente americano. Tiene su anclaje en el Norte y va desde México, pasando por Costa Rica, Colombia y el Perú, hasta llegar a Chile. Sin embargo, estos dos últimos países están en un entorno al cual habrán de volver más temprano que tarde, lo cual crea ciertas inconsistencias a las iniciativas norteamericanas en el área.
Quinta y última. Las giras hacia América Latina recientemente anunciadas por la Casa Blanca están destinadas al fracaso si en ella no se mueven las piezas del ajedrez regional para dejar espacio a la libre determinación de las naciones del continente. Trienta millones de pobres dentro de sus propias fronteras, no es una cifra despreciable en el momento en que las elecciones presidenciales han hecho sonar la campana. Volver los ojos a su propia realidad y dejar las agresiones internacionales, respetar acuerdos internacionales para detener el calentamiento global, reducir el enorme peso de fuerzas armadas como conductor de su crecimiento y expansión, podrían ser algunos de los ingredientes de su nueva agenda gubernamental.
El mundo necesita un respiro, una buena bocanada de oxígeno, pues todos estamos cansados del olor a pólvora, sangre y violencia sistemáticas. A. F. Lowenthal resulta acertado nuevamente al señalar:
En tales circunstancias, no funciona el mantra de Washington de que los mercados libres y la política democrática se fortalecen y apoyan entre sí en un poderoso círculo virtuoso. La exclusión masiva, la pobreza y la gran desigualdad generalizadas, la creciente conciencia, la política democrática y las economías de mercado son una combinación extremadamente volátil, que es improbable -de hecho imposible- que coexistan en el mediano plazo.
La estrategia norteamericana de desarrollo para América Latina es insostenible desde cualquier ángulo que se le valore: depredación, saqueo, intriga y muerte son las huellas dejadas por doquier. Ello no podemos ni debemos olvidarlo. De forma similar a como lo ha hecho en ocasiones parecidas, modificará su retórica, ante lo cual debemos preguntarnos ¿Volveremos a creer en sus promesas?. Ahora aparecerán preocupados por la extensa pobreza en el continente, justo en el momento en que los pueblos de Nuestra América se muestran decididos a limitar su presencia en la región. Kennedy hizo algo similar en su tiempo al tratar de minimizar el ejemplo de la revolución cubana, situación que no podemos soslayar al cumplir ésta casi cinco décadas de existencia y resistencia heroica.
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[1] Kundera (2004: 37)
[2] Marx (1990: 424)
[3] Estos aspectos han sido tratados de manera sugerente y enfocada desde diversos ángulos por estudiosos como: Fredric Jameson (2000)(2004), Zigmunth Bauman (2004) y David Harvey (1990) (1998).
[4] “Cambio de régimen se ha convertido en un nuevo término del léxico político. Un poco como cambio de dirección. Suena como algo inofensivo y, con toda seguridad, mucho mejor que ‘invasión’, ‘derribamiento’ y ‘ocupación’. Los Estados Unidos son expertos en cambios de régimen.” Afirma Noam Chomsky, ante la pregunta expresa de David Barsamian (2005: 7).
[5] Afganistán e Irak son ejemplos recientes, como lo fueron Chile y todos los regímenes militares latinoamericanos sostenidos por Estados Unidos en su momento.
[6] El FMI y el BM fueron creados durante la conferencia internacional de Bretton Woods, New Hampshire, Estados Unidos, que se llevó a cabo el 27 de diciembre de 1945. 29 países signaron la carta constituyente que entró en funciones el 1º de marzo de 1947. En el 2004 estaba conformado por 184 países como miembros y 2648 funcionarios. Funciona a base de cuotas con las cuales se constituye un fondo susceptible de ser prestado a los miembros. Los préstamos se otorgan en función del tamaño de las cuotas, del cual depende también el peso del voto de cada uno de sus miembros. Por eso los países que más aportan son los que mayores decisiones son capaces de imponer. Estados Unidos es uno de los países que más aportan, por ello recibe más préstamos y mayor capacidad tiene para imponer modificaciones a las políticas del FMI.
[7] “El desarrollo es un concepto ideológico que supone definir el proyecto social que es el objetivo de su despliegue. Como temen que ese proyecto sea utopía pura y simple, los ‘realistas’ que operan el desarrollo ‘posible’ (el único ‘posible’) con el ajuste inteligente de sus tendencias espontáneas del sistema (capitalista, evidentemente), y reducen el concepto de desarrollo al de expansión del mercado (sobre las bases propias de las relaciones sociales del capitalismo), con lo cual eluden todo objetivo de transformación cualitativa que vaya más allá de las lógicas fundamentales del sistema.” Samir Amin (2004: 265)
[8] Un número cada vez más destacado de estudiosos están efectuando sus previsiones sobre las contradicciones del capitalismo impulsado por Norteamérica. Entre ellos sobresalen: Noam Chomsky, Immanuel Wallerstein, James Petras, Tariq Alí, Win Dierkxsens, Pablo González, Samir Amin, Giovanni Arrighi, Daniel Bensaid, John Saxe-Fernández, Alfredo Halife-Rahme, etcétera.
[9] Estas construcciones ideológicas con expresiones materiales concretas tienen una amplia extensión. Se integran con nociones estéticas, éticas y cognitivas. Formas de concebir lo que es bello y lo que carece de belleza, lo que es bueno y no lo es, cómo debe pensarse la realidad y cómo no. Ello forma determinados sujetos sociales con estilos de vida, pautas de consumo, formas de relación, subordinación, etc., que se alientan si apuntalan los proyectos sociopolíticos que el régimen impone. Los registros históricos que dan cuenta de ello y la producción intelectual al respecto son enormes y probablemente inabarcables en una vida. Existen referentes preciados en casi todos los continentes, uno de los que nos parece imprescindible es el legado de Edward Said, por citar tan sólo a uno de los intelectuales que se han esforzado en develar la manera y las formas en que el imperio británico fue construyendo imaginarios que a la postre se constituyeron en iconos canónicos de su poderío.
[10] González Casanova (2006)
[11] Sergio Rodríguez Lascano (2007)
[12] Gilly (1983:13)
[13] Gilly (:14)
[14] Idem
[15] Gilly (:15-16)
[16] El Tapón de Darién en Panamá, de sólo 97 kilómetros de selva ha impedido la conclusión del diseño -que tiene construidos 27 750 kilómetros- gracias a la resistencia del pueblo panameño.
[17] El 13 de Marzo de 1961, el presidente Kennedy dio a conocer el programa de la ALPRO en la Casa Blanca, que tuvo sus antecedentes en tiempos de Eisenhower cuando a mediados de 1960, éste anunció en la Conferencia de Cancilleres de la OEA en Costa Rica, el llamado Plan Económico Norteamericano de Ayuda a América Latina, con un fondo de 500 millones de dólares. Dos fenómenos detonaron dicha iniciativa: la presión de los países subdesarrollados en el seno de la ONU y la Revolución cubana. Una versión detallada de los efectos esperados para América Latina y su vinculación con la iniciativa del ALCA puede verse en: Molina Molina, www.isri.cu
[18] El Presidente Kennedy calificó a la ALPRO como revolución pacífica, encaminada a transformar la estructura económica y social de la región, que resolverían los problemas educacionales, de salud pública, agrarios y fiscales, y acabaría por supuesto con el hambre en el continente. James Petras, “Política agrícola de los Estados Unidos de América hacia Latinoamérica”, www.rebelion.org
[19] Abraham F. Lowenthal (2007)
[20] Frei Beto, (2007)
[21]Gilly, Op. Cit., p 20
[22] “En la América Latina de hoy, Microsoft y Walmart son mucho más importantes en la práctica que los Infantes de Marina estadounidenses. La cadena CNN goza de mucha mayor influencia que la Voz de América. Salvo en el Caribe, América Central y Perú, AID puede ahora ser menos importante que la compañía de seguros AIG. Human Rights Watch es, en algunas circunstancias, más poderosa que el Pentágono, pese a que éste ha recuperado mucha importancia a partir del 11-S. Sin duda, Moody's es a menudo más influyente que la CIA. Y el Foro Económico Mundial de Davos es en ciertos sentidos más importante que la Organización de Estados Americanos. Así, el impacto de Estados Unidos como sociedad en los países de América Latina y el Caribe es inmenso, pero difícil de controlar o dirigir mediante políticas o acciones gubernamentales. Cuarto, con el paso de los años también ha cambiado enormemente la influencia relativa de diferentes partes del aparato gubernamental estadounidense respecto de las relaciones interamericanas. El Departamento de Estado, el Pentágono y la CIA ya no son las únicas, ni siquiera las principales, dependencias del gobierno estadounidense relevantes para América Latina y el Caribe, como lo fueron de la década de 1950 a la de 1980. Para muchos países específicos en la América Latina de hoy, el secretario del Tesoro, el presidente del Banco de la Reserva Federal y el representante Comercial del Presidente son más importantes que el secretario de Estado. Los gobernadores de California, Texas y Florida son más significativos para muchos temas y países que muchos funcionarios de Washington, como es evidente en los debates sobre la política de inmigración. Los encargados de la Secretaría de Seguridad Interna y de la Agencia Antidrogas, los funcionarios del Departamento de Agricultura y miembros del Poder Judicial tienen, sin duda, más influencia en la política exterior que el subsecretario de Estado para Asuntos Interamericanos.” Para una mirada más detallada es recomendable ver el texto citado de Lowenthal (2007)
[23] Petras (2000)
[24] Todavía con Bill Clinton la estrategia norteamericana en el exterior estaba atada en algún sentido a las inercias dejadas por la Guerra Fría. La Unión Soviética había sido un contrincante demasiado serio como para poder ignorarlo de la noche a la mañana. Definirse sin ella resultaba problemático. El cambio de pautas vendrían con la escalada de los republicanos en la Casa Blanca con George W. Bush al frente. “ Los espectaculares cambios ocurridos en la tecnología de la información y el crecimiento de industrias ‘basadas en conocimientos’ alteraron la base misma del dinamismo económico, pues aceleraron tendencias ya predecibles en la interacción económica que muchas veces sorteaban o ignoraban las fronteras internacionales. Al intensificarse la competencia por la inversión del capital, los estados han encarado difíciles decisiones en cuanto a sus estructuras económicas, políticas y sociales internas. Como prototipo de esta ‘nueva economía’, Estados Unidos vio crecer su influencia económica y, con ella, su influencia diplomática.” Rice, Op Cit.
[25] El TLCAN firmado (1992-93) por los gobiernos de Canadá, Estados Unidos y México entró en vigor el 1º de enero de 1994. Oficialmente el TLCAN es un tratado comercial que prevé la eliminación de los derechos aduanales en los intercambios entre 406 millones de personas que producen bienes y brindan servicios por un valor de más de 11 billones de dólares estadounidenses: www. fina-nafi.org/index.html. Para una visión equilibrada de sus efectos durante la primera década de funcionamiento consultar los documentos de la Red Mexicana de Acción Frente al Libre Comercio (REMALC): www.laneta.apc.org
[26] El PPP inició en junio de 2001. El proyecto involucró desde el inicio a ocho países: México, Belice, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua y Panamá y a nueve estados del sureste mexicano: Campeche, Chiapas, Guerrero, Oaxaca, Puebla, Quintana Roo, Tabasco, Veracruz y Yucatán. Pretende fortalecer la integración regional, consolidando el esquema de apertura comercial, gestionando recursos para obras de infraestructura de interés y ampliando los mecanismos institucionales de concertación de políticas. García Aguirre (2005). Para una visión completa del PPP así como de sus perversos efectos consultar: www.laneta.apc.org
[27] Comisión de concordia y pacificación (COCOPA). Comisión del Congreso de la Unión creada en base a los Acuerdos de San Andrés Larráinzar firmados entre el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y el Gobierno Federal en 1996.
[28] Con dichas siglas se identifica al Fondo Bancario de Protección al Ahorro creado por el gobierno de Carlos Salinas de Gortari en 1990.
[29] Gilly (2006)
[30]La siguiente nota periodística muestra la escalada reciente del capital extranjero, así como parte de las ramas de su preferencia: “En sus diferentes modalidades, el monto de la inversión extranjera acumulada en la economía mexicana ascendió a más de 500 mil millones de dólares al término de 2006, de acuerdo con informes del Banco de México. En esta posición, que representa 59 por ciento del producto interno bruto (PIB), el capital foráneo controla las principales ramas de la actividad productiva del país, al sistema financiero y 80 por ciento de la producción exportadora. Los informes del banco central indican que 43 por ciento del capital foráneo en la economía mexicana corresponde a inversión extranjera directa, que asciende a 216 mil millones de dólares por reinversión de utilidades, operaciones de subsidiarias con su casa matriz y nuevas inversiones. En el mercado bursátil se asienta otro 42 por ciento, mientras el 15 por ciento restante representan depósitos en el sistema financiero. Por lo que se refiere estrictamente a la nueva inversión extranjera directa, en los últimos seis años arribaron a México más de 67 mil millones de dólares, con lo que el capital foráneo consolidó su predominio en las principales ramas productivas. Más de dos tercios de esos recursos se emplearon en comprar empresas hasta controlar 80 por ciento de la producción exportadora.” Zuñiga (2007)