Observatorio de la Economía Latinoamericana

 


Revista académica de economía
con el Número Internacional Normalizado de
Publicaciones Seriadas  ISSN 1696-8352

 

Economía de Ecuador

 

ECONOMÍA PARTICIPATIVA: una brújula para el nuevo Ecuador

Alfredo Vergara (CV)
alfredovergara1@yahoo.com

 

Resumen:
El articulo argumenta que el Ecuador y otros países latinoamericanos, aún no han logrado descubrir cual es el sendero que conduce al ‘desarrollo económico’. Para encontrarlo se acude a la Economía Participativa –doctrina que nace en el Siglo XXI y que aboga por la participación de la gente tanto en la siembra como en la cosecha- para la cual el desarrollo se apoya en un trípode formado por el crecimiento, la estabilidad y la equidad económica. Así, el autor propone ensamblar una brújula basada en tres parámetros: un mejor nivel de empleo, una dolarización sustentable y una eficiente distribución del ingreso; condiciones que se reflejan en el fortalecimiento de la clase media. 

Ver, del mismo autor: “América Latina: entre sombras y luces


Para citar este artículo recomendamos utilizar este formato:

Alfredo Vergara: "Economía participativa: una brújula para el nuevo Ecuador" en Observatorio de la Economía Latinoamericana Nº 68,  octubre 2006. Texto completo en http://www.eumed.net/cursecon/ecolat/ec/



Se dice que la iniciativa privada es el viento que impulsa la nave del Estado, aunque para no quedar a la deriva el Gobierno debe sujetar el timón.[1] Pero el consejo no tiene ninguna utilidad práctica cuando la nave carece de brújula, porque ningún buen viento puede ayudar si el timonel ignora en que dirección se encuentra su puerto de destino.

 

Es en esa tiniebla que está inmerso el Ecuador. A inicios del 2000, para analizar la ‘dolarización’, en Quito se dictó un seminario al que acudieron 77 personas entre altos funcionarios del gobierno y congresistas. Al comenzar se pidió a los asistentes responder en un papel anónimo una pregunta: ¿Qué significa para usted desarrollo económico?. Se emitieron 77 respuestas diferentes y opuestas.

 

La anécdota no es una excepción. Ecuador ha cambiado de timonel 12 veces en los últimos 24 años y seguimos flotando a la deriva. Así, resulta evidente que todo Plan de Gobierno necesita incorporar una brújula, que debe ser visible y cuantificable para que cualquier marinero la pueda escoltar.

 

Este documento intenta ayudar a ensamblar esa brújula. Para no ahuyentar su lectura se resume en apenas 5 páginas. La primera parte recuerda el problema de la deuda que, junto a la corrupción, son los dos principales estigmas de nuestra economía. En la segunda parte, examinamos a vuelo de pájaro la trascendencia que tiene la Economía Participativa para el desarrollo de nuestro país.

 

EL DOGAL DE LA DEUDA

El dogal se visualiza con solo señalar que más de la mitad de lo que pagamos al Gobierno –por las tarifas de electricidad, agua, teléfono, transporte y servicios básicos; por los impuestos al consumo, a la renta y al valor agregado; así como por los aranceles al comercio y por todos los demás gravámenes que constituyen el presupuesto estatal- tiene que enviarse al extranjero para engrosar las altas tasas de rentabilidad que captan los acreedores, cuyo objetivo no es recuperar la deuda sino extraer la mayor ganancia de ella.

 

Por otro lado, la presión que el pago de la deuda ejerce sobre las políticas y la actividad económica es tan aguda que perduraría en el más optimista de los escenarios. Por ejemplo, supongamos que este día recibimos tres maravillosas noticias:

 

1.       Con la primera noticia nos informan que los gobiernos del Club de Paris han resuelto regalar al Ecuador 1.860 millones de dólares que serán descontados de nuestra deuda, la cual quedaría reducida así a la manejable cifra de 10.000 millones de dólares.

2.       La segunda gran noticia proviene del FMI, que ha decidido reducirnos la tasa de interés que nos cobran hasta colocarla en un nivel del 5 por ciento, el más bajo desde la creación del FMI; y,

3.       La tercera noticia la anuncia el Ministro de Finanzas, quien con orgullo nos informa que en su último periplo ha logrado gestionar un generoso plazo de 100 años para pagar la deuda externa.

De ser ciertas esas tres noticias, en lugar de pagar por la deuda 2.200 millones cada año, solo pagaríamos 500 millones por intereses más 100 millones por amortización. Así, nuestro pago anual se reduciría a solo 600 millones; cifra que necesariamente tendría que ser cubierta con nuestro superávit comercial. Es decir, con el valor en que las exportaciones excedan a las importaciones.

 

Sin embargo, como después de casi tres décadas de continuo esfuerzo por exportar más, el superávit comercial no ha logrado superar en promedio los 214 millones de dólares por año, apenas tendríamos para pagar la tercera parte de los 600 millones que año tras año deberíamos entregar a los acreedores. En otras palabras –incluso en el idílico escenario formado por esas tres maravillosas noticias- la deuda continuaría creciendo incesantemente a lo largo del Siglo XXI.     

 

Para pagar la deuda

El impedimento que los deudores tenemos de renegociar juntos o bajo las reglas del mercado libre de capitales, emerge de la prohibición impuesta por los acreedores que –en el primer trimestre de 1983- lograron unificarse en monopolio detrás de los Clubes de Paris, Londres y Washington, que representan a los países, bancos e instituciones acreedoras respectivamente.  

 

Ante la imposibilidad matemática de que -algún día y en el actual escenario- Ecuador pueda pagar su deuda, han brotado una serie de sugerencias, entre las que sobresalen las cinco siguientes:

 

1.       En primer lugar, algunos sugieren continuar con el proceso de ajuste al consumo de la gente impuesto desde 1983. El problema con este “ajuste de cinturón” –vigilado por el FMI como la receta central del denominado Consenso de Washington- es su progresivo y cada vez más evidente fracaso en lo social y en lo económico. Y en todos los países que lo han aplicado.

 

2.       Una segunda sugerencia apunta a la conveniencia de crear, ya en el Siglo XXI, un Cartel de Deudores que pueda negociar en un mismo plano jerárquico con el cartel formado por los acreedores. Pero esta idea ya fracasó una vez (nosotros personalmente la planteamos en abril de 1983 en Panamá, intentando contrarrestar al Cartel de Acreedores que se estaba forjando en ese mismo instante y en ese mismo lugar).[2] Además, hoy en día todas las herramientas del mercado de capitales pertenecen en propiedad exclusiva a los acreedores.

 

3.       Una tercera alternativa apunta a neutralizar el poder que tiene el FMI, cancelándole el total de sus préstamos como ya lo han hecho Argentina y Brasil. Esta sugerencia, sin embargo, minimiza el hecho de que el poder del FMI no depende de su cartera sino de la voluntad geopolítica de sus principales accionistas, para quienes el FMI sí ha cumplido con el único objetivo que hoy justifica su existencia: consolidar las ganancias de los acreedores. 

 

4.       Una cuarta alternativa –recién propuesta a nivel de candidatura presidencial- intenta forjar   un fideicomiso con el pago del servicio de la deuda. Los acreedores utilizarían ese fondo para invertir en las áreas de salud, sanidad, vivienda y otras que el Estado determine. El obstáculo que previsiblemente enfrentaría esa propuesta, es que los acreedores se han acostumbrado a obtener altísimas tasas de interés que superan hasta el 25% de rentabilidad efectiva; la cual difícilmente podría garantizar el Gobierno en las inversiones sociales. [3]     

 

5.       Y una quinta opción es aquella que se fundamenta en la creación de una moneda común: el Peso Latino. Pero crearlo sería muy embarazoso si se sigue el complicado proceso aplicado por Europa con el euro. No obstante, como ya lo hemos esbozado en otros documentos, la creación de una moneda regional se convierte en un mecanismo sencillo y autónomo si es que otros países latinoamericanos también se dolarizan, para luego todos en conjunto reemplazar al dólar con el Peso Latino.

 

De estas 5 alternativas, solo la cuarta y la quinta –que serían complementarias- aún no han sido ensayadas. Desde luego, para tener éxito, ambas requieren un amplio respaldo popular y político.

 

El Peso Latino, además, no solo que iniciaría el proceso de integración regional, ampliaría el comercio continental, utilizaría la actual tenencia de dólares para reducir la dependencia en la deuda externa y marcaría el sendero para lograr la unidad de América Latina, sino que su creación solo depende de nuestra voluntad y no de la voluntad de los acreedores. [4]

 

LA ECONOMÍA PARTICIPATIVA

La Economía Participativa nace en el mundo académico a inicios del Siglo XXI y en respuesta a los problemas no resueltos del subdesarrollo latinoamericano. Para esta doctrina -cuyos cimientos se exponen en otros escritos-[5] el desarrollo de un país pequeño y pacífico como Ecuador, asentado en tierra fértil y de benévolo clima, rico en recursos naturales y humanos; pero con ingresos demasiado concentrados, sin instituciones sólidas, desorientado y con una agónica clase media, requiere alzar simultáneamente las tres columnas de un mismo trípode: el crecimiento, la estabilidad y la equidad.

 

Crecimiento

En el pensamiento económico convencional, la eficiencia de la política se mide en función de sus resultados sobre el crecimiento de un país; crecimiento que, a su vez, se asume que es igual al incremento del Producto Interno Bruto, el famoso PIB.  Pero en Ecuador ese supuesto choca con el hecho de que la variación del PIB depende muy poco en la política económica, sino que más de sus dos terceras partes fluctúan alrededor de tan solo dos variables: el precio del petróleo y las remesas de los emigrantes; donde ambas variables se mueven de manera autónoma.[6]

 

Así, el éxodo de nuestros compatriotas ha logrado establecer una cruel paradoja: el mayor desempleo genera más emigrantes; más emigrantes remiten más remesas; más remesas agrandan el PIB.  En consecuencia, así tenemos que concluir: “A mayor desempleo, mayor crecimiento”.

 

No obstante, una vez develada esa paradoja, vuelve a surgir el innegable hecho de que el crecimiento de nuestra economía solo puede mantenerse de manera sustentable con un creciente número de compatriotas que trabajen y consuman. Es decir, el crecimiento económico solo puede  reflejarse en el número de compatriotas que tienen empleo; no en las imprevisibles y accidentales estadísticas que engordan las cifras del PIB. [7]

 

Estabilidad

Los textos de economía suelen argumentar que la estabilidad monetaria solo se alcanza si el dinero logra cumplir tres funciones: ser un instrumento confiable para comprar y vender cosas; ser un termómetro para comparar el valor de distintos bienes; y, ser un mecanismo para ahorrar e invertir.

 

Lo que rara vez se menciona es que una cuarta importante función del dinero es la de ser el principal factor aglutinante de un país -función en la que rivaliza con la bandera, con el himno, con el escudo e incluso con el equipo nacional de fútbol- porque moneda y dinero permiten a la gente sentir que pertenecen a la nación de la que consumen y que la nación para la que producen les pertenece.  

En el caso del dolarizado Ecuador, el dólar sigue siendo confiable para tranzar, valorar y ahorrar. No obstante, su función como herramienta de estabilidad esta limitada por dos circunstancias. En primer lugar, el mismo día que se adoptó el dólar, el Gobierno devaluó cuatro veces al sucre, la ex-moneda nacional. Ese hecho sembró en el mercado una semilla inflacionaria que aún hoy germina en el precio de los “bienes no transables”. Es decir aquellos bienes domésticos que su naturaleza los aísla de la competencia externa, tales como vivienda, educación, salud, etc.

En segundo lugar, la teoría asume que en vista de que la dolarización reduce los niveles de inflación y devaluación, la tasa de interés igualmente deberá bajar. No obstante, por cuanto los bancos en el Ecuador se han convertido en proveedores de “servicios no transables” -es decir, oligopólicos y sin competencia externa- los préstamos se otorgan a tasas de interés efectivas que superan el 18% para empresarios grandes, el 36% para empresarios pequeños y más del 80% para los empresarios informales, a pesar de que no existe devaluación y que la inflación es cercana a cero.

 

Ese germen de iniquidad e inestabilidad, desde luego, podría eliminarse otorgando un nuevo rol al Banco Central, cuyo objetivo en un país dolarizado ya no es el de emitir dinero, sino el de regular la velocidad en la que el dinero circula como instrumento de consumo, de ahorro e inversión. Es en este nuevo escenario donde un Banco Central autónomo pierde su razón de ser, debiendo dar paso a un nuevo Banco Central comprometido con un rol activo, participativo y ejecutor de la economía política de un país dolarizado. Reestructurar el Banco Central es necesario y urgente. [8]

 

La dolarización, por otro lado, puede jugar un papel fundamental en la estabilidad y en el desarrollo, por cuanto constituye la herramienta más eficaz para la creación de una moneda regional, cuya eventual creación es descrita en detalle en el documento de Internet titulado “El peso latino”.

 

Equidad

En el escenario de la economía participativa, la equidad no es un concepto moral, legal o ético, sino que constituye la tercera columna del desarrollo y la piedra angular sobre la cual se asienta la denominada clase media; afirmación que merece un corto recuento histórico.

 

A inicios de los 80 -auspiciada por el gobierno norteamericano y bajo el nombre de “trickle down economics” o “economía del goteo”- nacía lo que después se denominó “neoliberalismo”. La doctrina neoliberal se basa en la creencia de que la economía es una pirámide en cuyo ángulo superior se encuentran los sectores más eficientes y productivos de la sociedad. En consecuencia, se deduce, los recursos que se coloquen en la cúspide económica, gotearán fortalecidos hacia la base social.

 

En los Estados Unidos, el gobierno ha alimentado la cúspide económica usando un solo mecanismo: rebajar los impuestos corporativos. Pero en el Ecuador –donde los impuestos corporativos siempre han sido bajos- para implantar el neoliberalismo fue necesario inventar tres mecanismos: primero, estatizar la deuda externa privada con la “sucretización” de 1983; segundo, pagar con dinero recién impreso las perdidas de la banca originadas en los “créditos vinculados” otorgados entre 1995 y 1999; y, tercero, forzar la continua devaluación del ‘sucre’ que al fin explotó al empezar el año 2000.

 

El costo de ese proceso fue pagado por la clase media ecuatoriana. Es decir, aquel segmento de gente que recibe un porcentaje del ingreso igual al porcentaje de población que representa. En el año 2003, el Banco Mundial publicó el documento titulado “Desigualdad en América Latina: ¿ruptura con la historia?”, donde se verifica que el 10 % más rico de la población recibe el 48 % del ingreso total, mientras que el 10 % más pobre apenas recibe el 1.6 %. Para matizar lo dramático de esas cifras, el Banco Mundial anota que “la inequidad del país menos desigual de la región (Uruguay) es peor que la inequidad del país más desigual de Europa Oriental y Occidental”.

 

Entre esos dos extremos sociales -donde el uno gana 30 veces más que el otro- cohabita la ‘clase media’ ecuatoriana; la cual en 1980 representaba la tercera parte de la población pero, para el 2003, no llegaba a cubrir la quinta parte. Es evidente entonces que la “sucretización”, la “vinculación del crédito” y la “devaluación”, han sido pagadas por la agonizante y emigrante clase media.      

 

Así, a pesar de que el concepto de equidad económica se refiere a la distribución del ingreso como retribución al conocimiento, experiencia, eficiencia, productividad y capacidad de trabajo que tenga una persona; en la práctica el mejor barómetro para cuantificar el mayor nivel de equidad económica que un país haya logrado alcanzar, es la existencia de una mayor clase media

 

La brújula que señala el sendero al desarrollo

La hipótesis que hemos tratado de esbozar en este apretado resumen, sostiene que en el Ecuador aún no logramos definir que significa ‘desarrollo económico’ y que, en consecuencia, carecemos de una brújula que señale la dirección en que debemos navegar.

 

Para la Economía Participativa –doctrina que nace en el Siglo XXI y que aboga por la participación de la gente tanto en la siembra como en la cosecha- el desarrollo se sostiene en un trípode formado por el crecimiento, la estabilidad y la equidad económica. En Ecuador, construir ese trípode significa abogar por un mejor nivel de empleo, una dolarización sustentable y una eficiente distribución del ingreso. Esas 3 condiciones se revelan al unísono si las estadísticas indican una mayor clase media. 

 

Así, la brújula que señala cual es el sendero al desarrollo económico es una fortalecida clase media. Las acciones específicas para fortalecerla no tienen espacio en este resumen, pero se determinan en varios de los documentos ya mencionados en las notas de pié y en otros disponibles para quien se interese. Su validez, desde luego, está sujeta al prisma ideológico de quien los analice.   

 

No obstante cualquiera sea su ideología, todo Plan de Gobierno -en especial los que brotan dentro de la burbuja electoral- debería incorporar en sí una visible brújula que encauce su cumplimiento. 


 

[1] La frase fue acuñada por el economista Wassily Leontief.

[2] Ese intento se analiza en “club de acreedores”; documento que está ubicado en el primer lugar del servidor Google.

[3] Esa limitación, desde luego, se obviaría con un fideicomiso que acepte inversiones de mercado. 

[4] Nuestra propuesta de crear “El Peso Latino” se encuentra ubicada en el primer lugar del servidor Google.

[5] Ver “América Latina: entre sombras y luces”, del autor de este resumen.   

[6] Ver Donald Terry: “Las Remesas Familiares”, Banco Interamericano de Desarrollo, 2003.

[7] Ver Fabián Izurieta: “Pacto Social para construir el Ecuador del 2005”; obra que detalla bien las políticas de empleo.
 

[8] La Constitución, Art. 264; crea en 1998 un directorio autónomo, en teoría para evitar que lo obliguen a emitir sucres.


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