PODER SOCIAL COMO CUARTO PODER DEL ESTADO
Carlos Serrate Reich El hombre del tiempo actual mira con temor el tercer milenio. En realidad es
sólo comparable a lo que vivieron los romanos sin tener conciencia del cambio
que se avecinaba. El año 475 de Roma pasaba al año uno de nuestra era conocida
sin que César Augusto se diera cuenta. El mundo de los dioses paganos daba paso
al Imperio del Cristianismo que se prolongaría por dos mil años.
¿Cual será el cambio religioso que espera al hombre en el tercer milenio? En el
año 600 apareció también Mahoma y el Islam crece frente al Vaticano católico,
las iglesias ortodoxas y todas las corrientes cristianas. Las tendencias son el
deísmo, el agnosticismo y el ateísmo gracias al avance de la ciencia pues ”en el
cosmos no hay sitio para Dios”. Con el big bang se han caído o al menos reducido
de gran manera las ideas y dogmas creacionistas. El cielo y el infierno han
pasado a ser cuentos de hadas para los propios niños. Desde el siglo XX todos
los milagros vienen de la ciencia.
Este artículo fue presentado como ponencia en el
Simposio sobre Bolivia y el Nuevo Estado Nacional Boliviano que se realizó a
través de Internet del 20 de junio al 30 de julio de 2007. Para citar este artículo puede utilizar el
siguiente formato:
Serrate Reich, C.: “Poder social como
cuarto poder del estado" en
Observatorio de la Economía Latinoamericana, Nº 83, agosto 2007. Texto completo
en http://www.eumed.net/cursecon/ecolat/bo/
El hombre del tercer milenio mira con temor el futuro porque conoce su instinto
egoísta que se mantiene inalterable desde el estado superior de la barbarie. Y
porque ahora cuenta con el poder nuclear para sus guerras, además de su
irresponsable y perversa relación con la madre naturaleza. Los objetivos de
Desarrollo del Milenio son demasiado miserables y estrechos para recuperar la
esperanza. Basados en la “ayuda” de los países ricos a los países pobres, cuando
lo que la humanidad requiere es otro contrato social. Todo cambio verdadero debe
seguir un proceso natural de abajo hacia arriba.
El enfrentamiento de civilizaciones es irreversible para la historia, será la
constante del milenio y determinará los sistemas económicos, políticos,
jurídicos y morales, cuya finalidad deberá encaminarse a mantener la
supervivencia del hombre sobre la tierra, en condiciones de dignidad de vida y
paz mundial. La meta inmediata de este siglo XXI es lograr constituir un nuevo
orden económico internacional. El Iluminismo del siglo XXI deberá inspirar el
humanismo social, volver a la democracia soberana y sustituir la dictadura de la
burguesía por el Poder Social, como Cuarto Poder del Estado. El Poder Social
comprende a toda la sociedad nacional representada en un Consejo de Estado
elegido en reemplazo del actual Senado de la República, con cuatro senadores por
departamento elegidos en sistema mayoritario a una vuelta, asignando dos a la
primera mayoría y de uno a las siguientes segunda y tercera. Asamblea
legislativa unicameral de elección uninominal. No se trata de un simple control
social para anarquizar el nuevo Estado en una dictadura de la plebe, ni debe
confundirse con la política social establecida en la Constitución.
Doscientos años después de Montesquieu, la separación, independencia, equilibrio
y control recíproco de poderes obliga a institucionalizar, señalando sus
específicas funciones, competencias y atribuciones, este otro poder real de la
sociedad actual en el Estado, frente al capitalismo salvaje y la necesidad de
regular el orden jurídico-político hoy configurado por el comportamiento
desigual entre los individuos, la inequidad y el cáncer de la corrupción
generalizada, entre otros. El siglo XX incorporó a las masas y creó la revolución del conocimiento y las
comunicaciones en su desarrollo tecnológico. Ya no es posible gobernar sin
ellas, debidamente informadas por la radio a transistores en el campo y la
televisión en las ciudades. Mientras, además, el ordenador y el nuevo iPhone
avanzan sobre la clase media. “La grandeza y majestad del tema” en palabras de Montesquieu, requiere un
esfuerzo de comprensión y meditación. Desde 1747 en que formuló “El espíritu de
las leyes” no han pasado 260 años en vano ni la sociedad se ha mantenido igual.
Como era de esperar el libro en dos volúmenes fue condenado por sus herejías y
prohibida la circulación en Francia, pues había sido editado en Ginebra. En 1750
se levantó la censura y en dos años se imprimieron veintidós ediciones siendo
traducido a todos los idiomas europeos.
El libro titulaba “Sobre el espíritu de las leyes o sobre las relaciones que
deben existir entre las leyes y la constitución de cada gobierno, las
costumbres, el clima, la religión, el comercio, etc.” Y de esto se trata hoy en
el país. Vivimos un evidente momento de cambio que hay que saber interpretar
históricamente. Esto significa hacer una nueva Constitución; incorporar a la
norma fundamental la realidad social, la cultura, la moral y costumbres de los
habitantes. Porque las leyes, en definición del propio Montesquieu “en su
sentido más general, son las relaciones necesarias que surgen de la naturaleza
de las cosas”. ¿Quién teme a la Constituyente?
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Abogado constitucionalista
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