"Contribuciones a la Economía" es una revista
académica con el
Número Internacional Normalizado
de Publicaciones Seriadas
ISSN 16968360
Manuel Santos Redondo
(CV)
Universidad Complutense de Madrid
manuelsantosr@terra.es
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Una versión más elaborada de este
trabajo ha sido publicada en
Santos Redondo, Manuel : “Robert Owen, pionero del management”,
Sociología del Trabajo, nº 45, Primavera 2002, pp. 97-124.
Resumen: Robert Owen es estudiado hoy como por los historiadores del socialismo bajo la etiqueta de “socialista utópico”. Esto hace que identifiquemos las fábricas de New Lannark con los experimentos que llevó a cabo en su intento de establecer una nueva sociedad basada en el ideal cooperativo, como New Harmony. En este trabajo se defiende que se trata de dos experiencias muy diferentes. New Harmony fue un fracaso cuya explicación interesa a los historiadores del socialismo. En cambio, New Lannark fue un hito en la organización racional del trabajo, precisamente por su éxito también desde el punto de vista empresarial, y no solo filantrópico. La organización del trabajo puesta en práctica por Owen debido a su experiencia empresarial, merece un estudio desde el punto de vista de la historia empresarial, y la biografía de Owen hasta 1812 es la de un empresario destacado de la Revolución Industrial.
Vea también la entrada Owen en Grandes Economistas Owen, Robert (1771-1858), en el diccionario de Economía Política de BZM. Ver en "Textos selectos": Robert Owen Prefacio a l tercer ensayo de A New View of Society |
Abstract:
Historians of socialism use to present Robert Owen under the label
“utopian socialist”. For this reason, we tend to identify the New Lannark
cotton mills with the experiments, such as New Harmony, that he undertook in
order to set up a new society based upon the co-operative principles. It is
sustained in this paper that is a wrong approach: New Harmony was a failure, of
interest only for historians of socialism. But New Lannark was a remarkable
success, not only from the humanitarian point of view, but also in strict business sense. The organization of work that Owen
introduced in New Lannark is worth be
studied from the point of view of business history, and his biography, up to
1812, is that of an important entrepreneur of the Industrial Revolution.
ROBERT
OWEN, PIONERO DEL MANAGEMENT [1]
Manuel
Santos Redondo
Los socialistas utópicos
defienden la cooperativa como instrumento
de reforma moral y política, debido a sus ideales socialistas basados en la
perfectibilidad del ser humano mediante la educación y la mejora de su entorno.
Consideran que la cooperativa es la mejor forma de organización de la unidad
productiva, porque dentro de ella el incentivo para el trabajo es mayor que el
mero salario. Esta organización eficiente de la producción nos llevará a la
abundancia, lo que a su vez facilitará esa reforma moral que pretenden. Pero
hasta que llegue esa abundancia, son precisamente los socialistas, marxistas o
utópicos, los que comprenden que lo más importante del sistema económico y
social que está surgiendo de la Revolución Industrial está en las relaciones
laborales dentro de la fábrica. Los teóricos de la gestión de recursos
humanos que hoy estudiamos, a partir de Taylor, son más de un siglo
posteriores; y los economistas hace tan sólo unas décadas que se ocupan del
tema.
Los marxistas, una vez sentado su objetivo revolucionario, se ocupan de
las relaciones laborales para mostrar la explotación de los trabajadores por
los capitalistas.[2] Hasta después de la
Revolución rusa de 1917 no caerán en la cuenta de que el problema de los
incentivos para hacer más productivos a los trabajadores no desaparece con el
triunfo de la revolución política. Los socialistas utópicos, en cambio, al
pensar en unidades productivas más pequeñas, se ocupan continuamente de cómo
deben organizarse de la forma más eficiente. Al no ser radicales en su
enfrentamiento con las clases pudientes, apelan a sus sentimientos humanitarios;
pero también a sus intereses, porque están convencidos de que sus propuestas
no sólo traerán la felicidad, sino que son plenamente rentables. Esta falta de
compromiso con la lucha de clases sacaba de quicio a Marx, que los anatemiza en
el Manifiesto Comunista; eso es en
1848, casi medio siglo después de que Robert Owen haya gestionado con éxito
sus empresas. Pero el fracaso de la
economía soviética, precisamente en la organización de la producción, nos
dice bien claro que mejor hubieran hecho los revolucionarios en atender a las
explicaciones de los cooperativistas, y especialmente a los métodos realmente
empleados por Owen antes de defender
las cooperativas como forma eficiente de organización de la producción.
La historia de los socialistas utópicos la han escrito fundamentalmente
los historiadores del socialismo. No es esa historia la que pretendo aquí
resumir ni discutir.[3] Quienes debemos escribir
la otra historia de los socialistas utópicos
somos los que nos dedicamos a la historia empresarial, a entender las relaciones
industriales, la gestión de los recursos humanos en la empresa, ahora y en el
pasado reciente, desde el nacimiento de la empresa moderna, que precisamente da sus primeros pasos con la
centralización de los trabajadores en la fábrica.[4]
Y en esa otra historia destaca sobremanera la figura de Robert Owen. Por una razón
fundamental: sus propuestas "utópicas" venían de su experiencia como
gestor de recursos humanos en las empresas más grandes, tecnológicamente más
avanzadas, y más rentables de su época, y que eran las primeras "fábricas",
pues hasta entonces existía una industria dispersa o a domicilio. Que se
hiciera rico de esta manera, que fuera un self-made-man,
no es una simple faceta atractiva de su biografía: es el fundamento del que
extrajo sus propuestas, que tanto atrajeron a la clase trabajadora de
Inglaterra. Otros utópicos, como Fourier, jamás supieron lo que era dirigir
una empresa. Y en Francia, muchos de los utópicos son escasamente socialistas
(como Saint-Simon), y otros, en su experiencia práctica, dependientes del
Estado para la realización de sus propuestas. En este trabajo me propongo
explicar y discutir la gestión de empresas que Owen realizó antes de volcarse
en la actividad política. Sus escritos políticos y su actividad pública
comienzan después de 1812, cuando creyó haber demostrado en la práctica que
un trato más humanitario hacia los trabajadores era un incentivo mucho más
efectivo que el castigo o incluso que el mero aumento de salario. Adelantemos
ahora que, cuando Owen comienza su andadura política, es un industrial bien
establecido, socio de una empresa importante del sector textil, que desarrolla
su actividad con los últimos adelantos tecnológicos, con cerca de dos mil
empleados, lo que significa que era el establecimiento fabril más grande de su
época en el sector; y que Owen, además de poseer la novena parte del capital,
era el único gestor y cobraba por su labor de dirección el impresionante
salario de 1.000 libras al año. En suma, era lo que hoy llamaríamos el
ejecutivo mejor pagado y al frente de la empresa más grande y más innovadora.
Es de esta experiencia, y no de los libros, de donde obtuvo sus ideas. Para analizarlas no
podemos olvidarnos de sus escritos; pero es sobre todo a sus hechos a donde hay que mirar. Y,
especialmente, a sus hechos cuando actúa, piensa y siente como un empresario de
la Revolución Industrial.
No tenemos para esta tarea fuentes fáciles. Su propia Autobiografía,
escrita al final de su vida, en 1857, es fácil pensar que esté reelaborada en
su pensamiento teniendo en cuenta la experiencia política que ocupó la mayor
parte de su vida desde 1812. Las múltiples biografías e historias escritas
sobre él se centran más en su labor política que empresarial; o bien miran a
su labor empresarial como si desde el principio hubiera tenido una motivación
humanitaria.[5] Vamos a hacer aquí un
esbozo de esa parte más o menos oculta de su obra. Y lo haremos porque, como he
dicho, es la fuente de sus propuestas, lo que explica mejor el éxito o el
fracaso de las mismas. Al final se incluye un texto breve del propio Owen.
Aunque sea un hombre de acción mucho más que un intelectual, sus escritos son
lo único que el lector de hoy tiene para acercarse sin intermediarios a sus
obras. Quien esto escribe es el intermediario en esta ocasión; el texto permite
al lector, por un momento, tratar directamente con el personaje, sus ideas y sus
propuestas.
1814:
Los filántropos compran New Lanark
Vamos a comenzar el estudio de los hechos de que nos interesan de la vida
de Robert Owen en 1814. En esa fecha, como consecuencia de desavenencias entre
los socios y herederos de socios de la empresa propietaria de New Lanark, el
establecimiento completo sale a subasta. Es un enfrentamiento entre dos grupos
rivales dentro de una empresa, una lucha interna por el control. Nada que no sea
habitual en los negocios, que no haya sido frecuente en la carrera industrial
del propio Owen y que no haya sido siempre bien resuelto por él. Pero esta vez
hay algo especial, que marcará un punto de inflexión entre dos Owen: uno, el
industrial con éxito, de reputación inmejorable primero entre los
industriales, clientes y proveedores; otro, posterior, el agitador político que
conecta con las masas de la clase trabajadora, el incansable escritor y
divulgador de sus escritos, el iniciador de comunidades, sindicatos,
cooperativas. Esta vez los socios que reúne para intentar comprar New Lanark y
deshacerse de los incómodos socios anteriores no son hombres de negocios. Owen
es, en la sociedad, el único director y el principal accionista. Logrará
comprar el establecimiento, en 114.100 libras.
En su Autobiografía, escrita como hemos dicho, al final de su vida, y
con otros pensamientos, nos dice Owen que, para entonces, estaba cansado de
socios que sólo querían ganar dinero, que "estaban entrenados meramente
para comprar barato y vender caro". Los seis socios que busca y encuentra
esta vez son diferentes: gente muy distinguida que nunca había tenido contacto
comercial con los negocios ni con el propio Owen. John Walker de Arnos Grove, el
más rico de ellos, tenía, por herencia, una fortuna como para comprar New
Lanark varias veces sin que su patrimonio lo notara. Los demás eran filántropos
y reformadores de inspiración religiosa; y el filósofo (también rico por
herencia) Jeremy Bentham, que nunca había tenido contacto con un negocio de
verdad. Todos aceptaron las condiciones de Owen: él sería el único director
del negocio, sin interferencias; recibirían el 5% de interés por el capital
aportado, y los beneficios (que no cesaron) se dedicarían a la educación de
los niños y la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores. Como podía
esperarse de este tipo de socios, las exigencias que impusieron eran de otra índole:
no se darían enseñanzas contrarias a la religión cristiana, no se promovería
el ateísmo, y los libros que pasaran a formar parte de la biblioteca de la
escuela habían de ser aprobados por todos los socios. Bien diferente a las
exigencias de los inversores normales en una empresa rentable. Precisamente de
estas condiciones iban a venir posteriormente las desavenencias: la educación
como diversión, que Owen intentaba implantar, y la insistencia de Owen en que
el "prejuicio religioso" era el origen de todos los males, tropezó
con la visión convencional de la enseñanza que tenían sus socios y con sus
motivaciones religiosas. Robert Owen tenía ideas muy avanzadas para su época
sobre la educación. Creía que se debían enseñar a los niños de la clase
obrera algo más que leer, escribir y las reglas de la aritmética; que las
ciencias naturales, la música, el baile, y los juegos eran muy importantes. En
la escuela de New Lanark introdujo nuevos métodos de enseñanza, con uso de
dibujos y mapas. Pensaba que la educación debía ser natural y espontánea,
pero sobre todo amena. Los visitantes, muchos de ellos ilustres, admiraban la
escuela, pero los socios de Owen rechazaban con fuerza esos métodos. Al final,
la música y el baile desaparecieron, y se introdujeron la educación religiosa
formal y los viejos métodos de enseñanza. Pero esa es una historia posterior,
de la que se ocupan los historiadores del socialismo.[6] A nosotros nos interesa el Owen anterior
a ese momento, que es sin duda un cambio importante en su vida y en su actividad
como industrial. Hasta entonces ni siquiera escribe, hace. Después escribe panfletos sin cesar, se dedica de lleno a la
reforma política y a la vida pública, para predicar la generalización de la
sociedad que él entendía había logrado formar con éxito en New Lanark.
Mencionemos solamente, antes de repasar hacia atrás los hechos que nos
interesan (mezcla de acontecimientos estelares de la Revolución Industrial y de
la vida del propio Owen) que ni siquiera el segundo Owen fue nunca un
intelectual. No tenía mucha cultura. En la escuela aprendió, hasta los 9 años,
a leer, escribir y las reglas de la aritmética; y luego leyó bastante en su
adolescencia, pero la experiencia en los negocios valía para él más que todo
lo que los libros pudieran enseñar. Lo que más le preocupaba en ese terreno,
desde su adolescencia, era el complejo que siente un hombre rico, pero hecho a sí
mismo, ante gente culta, de buenas maneras. Cuando descubrió que su lenguaje
directo, con ideas claras que iban directas al objetivo de la exposición, y con
hechos y datos relevantes para el tema en discusión, llegaba al auditorio de
Manchester con más fuerza que la retórica de Coleridge, se acabó su complejo
de persona poco ilustrada. La propia mención que hace en su Autobiografía del
debate con Coleridge nos dice bien claro que no era un romántico: no aparece
ningún interés por la poesía de Coleridge y Worsworth (al contrario que John
Stuart Mill, al que la lectura de estos poetas ayudó a superar una profunda
depresión), sólo una preocupación de quien quiere ascender en la escala
social.
Pero incluso después
de este ascenso, cuando era un hombre rico y un triunfador en los negocios pero
dedicado plenamente a la reforma política y moral de la sociedad, seguía
siendo un hombre práctico. La descripción que hace de la compra final, por
parte del conjunto de socios filántropos, es más una justificación, en términos
empresariales, de su gestión anterior: si New Lanark valía 114.100 libras, debía
haber sido una empresa bien gestionada desde que Owen y sus socios la comprasen,
en 1789, por 60.000 libras. Y el establecimiento textil siguió dando beneficios
bajo la dirección de Owen, con socios de cualquier tipo. Nadie mejor que Engels,
que junto con Marx adjudicó la despectiva etiqueta de "utópicos" a
los socialistas que apelaban a los buenos sentimientos de los ricos, para dar
cuenta de que la formación de Owen seguía presente en los años políticos.
Dice Engels en Socialism: Utopian and
Scientific [1880]:
"El comunismo de Owen se
basaba en fundamentos puramente empresariales, digamos que era el resultado de cálculos
comerciales. Siempre mantuvo este carácter práctico. Así, en 1823, Owen
propuso remediar la miseria en Irlanda mediante la formación de colonias
comunistas, y llevó a cabo una estimación completa de los costes de fundarlas,
el gasto anual de las mismas, y el rendimiento esperado. Y en su plan definitivo
para el futuro, el desarrollo técnico de los detalles está llevado con tal
conocimiento práctico ... que una vez que aceptásemos el plan de Owen para la
reforma social, habría muy poco que decir, desde el punto de vista práctico,
acerca de la organización concreta de los detalles."[7]
Engels, a pesar de
tener, por sus negocios familiares precisamente en el sector textil en
Manchester, un conocimiento de los asuntos empresariales mucho más directo que
Marx, era sin duda un "hombre de libros", y se extraña de esta
característica tan práctica y empresarial en un reformador social como el Owen
a quien él se refiere. Para cualquiera que estudie la Revolución Industrial y
la carrera empresarial del propio Owen, lo verdaderamente chocante es que los
historiadores del Socialismo hayan asociado, como Engels, la figura de Owen, práctico
y empresarial, con la de Fourier, soñador más bien loco.
A ese carácter práctico hay que añadir una visión industrialista, diríamos
capitalista, de la producción moderna que otros defensores de las cooperativas
no compartían, bien por ideología o simplemente porque la mayoría de quienes
apoyaban el movimiento eran gente pobre. Aquí hay un elemento político, la que
irrita a Marx y Engels: Owen, además de poner su fortuna personal en sus
experimentos, confiaba siempre en convencer a los ricos y poderosos para que
pusieran grandes cantidades de dinero en sus proyectos, y así había ocurrido
muchas veces. Pero hay un elemento empresarial que no debemos pasar por alto:
Owen tenía claro que la producción moderna requiere capital, y que cualquier
comunidad necesitaba arrancar con una inversión suficiente como para ser
competitiva, no constituirse en un pequeño mundo aparte. Continuamente vemos
disputas con otros dirigentes y pensadores del movimiento cooperativo porque
consideraba que las cooperativas o comunidades no eran viables sin un capital
inicial elevado (Morton, pp. 38, 48, 49)
El
joven Owen, un empresario triunfador
Robert Owen nació
en Newtown, en Gales, en 1771. Era un pueblo de unos mil habitantes, centro de
comercio de una comarca rural. Su padre tenía un negocio de guarnicionería y
ferretería. En la escuela del pueblo aprendió lo básico, pero tenía acceso a
las bibliotecas de la gente ilustrada del pueblo, y solía leer una novela cada
día. Con nueve años dejó la escuela, en la que destacaba tanto como para que
el maestro le tomase, desde los siete años, como ayudante para enseñar a leer,
escribir y la aritmética a los demás niños. Entró a trabajar de aprendiz en
una de las tiendas importantes del pueblo, trabajando todos los días pero
viviendo con sus padres. Pero nuestro chaval quería ver mundo, y con diez años
sus padres le enviaron a Londres, donde uno de sus hermanos estaba bien
establecido en el mismo oficio que había aprendido de su padre. Con
recomendaciones familiares consiguió trabajo de aprendiz en Stamford, una
"ciudad de provincias", ciento sesenta kilómetros al norte de Londres
en la ruta hacia Manchester y Escocia. En su Autobiografía, Owen siempre da los
detalles comerciales, técnicos, salarios, todo detallado de la manera que llama
la atención del intelectual, pero que no sorprendería a ninguno de sus colegas
en los negocios. (Resulta notable
que los escritos políticos de Owen sean repetitivos y bien poco atractivos, y
sin embargo su Autobiografía, escrita como cualquier autobiografía de un
hombre de negocios triunfador y en un lenguaje nada grandilocuente y siempre
llena de datos, sea el único de sus libros atractivo y agradable de leer). Su
contrato era por tres años; el primero sin paga, el segundo con un salario
anual de 8 libras, y 10 libras el tercero. Todo ello con alojamiento, comida y
lavado de ropa en la casa. ("Desde entonces, con diez años, nunca más
necesité dinero de mis padres", nos dice Owen). El empresario, James
McGuffon, era un comerciante reputado, hecho a sí mismo, que trató al chaval
como uno más de la familia, y su biblioteca permitió a Owen seguir leyendo.
Pero nos interesa lo que empieza a ser una formación empresarial práctica.
"El señor McGuffon me introdujo cuidadosamente en la rutina de los
negocios, me enseñó sus detalles, hasta acostumbrarme al orden y a la precisión.
El negocio funcionaba de acuerdo a un sistema bien diseñado, con resultados muy
rentables" (p. 17). Era un comercio textil de importancia, sobre todo de
ropa de lujo para mujer, y muchos de los clientes eran de la más alta nobleza.
Owen destaca por igual dos cosas que aprendió: las maneras de aquella gente, y
el trato cuidadoso con las mercancías finas y delicadas.
Pasados los tres años,
nuestro adolescente seguía queriendo ver mundo, y eso significaba Londres,
Londres, Londres. Con las recomendaciones de McGuffon entró a trabajar en una
gran tienda de tejidos de Londres, "Flint and Palmer", en London
Bridge. Tenía comida y alojamiento en la casa, "y un salario de 25 libras
anuales, y me consideré a mí mismo rico e independiente" (p. 25). Pero
los clientes eran muy diferentes, muchos de clase inferior; y recibían un trato
impersonal, sin coba ni regateo en el precio. En la temporada de más actividad,
la tienda permanecía abierta desde las ocho de la mañana hasta las once de la
noche, los empleados tenían que madrugar bastante más para llegar vestidos y
peinados de forma impecable. Comían algo rápidamente y por turnos, y luego se
quedaban ordenando el género, ya sin los clientes en el establecimiento, hasta
las dos de la mañana. Demasiado, aunque fuera en Londres. Owen utilizó sus
recomendaciones y consiguió trabajo en un comercio importante de Manchester,
con un salario, además del alojamiento, de 40 libras anuales, que ya era
dinero. Las condiciones de trabajo eran buenas, los empleados solían ser de
buena familia, y Owen trabajó allí hasta los 18 años.
Entonces, uno de los
proveedores le habló de la nueva maquinaria que el industrial e inventor
Richard Arkwright estaba introduciendo en la fabricación de tejidos, y le
propuso dedicarse fabricar y vender esas máquinas. Owen pidió prestadas 100
libras a su hermano en Londres y se embarcó en su primera aventura empresarial.
Pronto tenían cuarenta empleados, compraban a crédito la madera y el hierro, y
el negocio funcionó bien. Pero era él quien lo llevaba: su socio era bueno en
asuntos mecánicos, pero llevar las cuentas y dirigir al personal era tarea de
Owen, que no entendía de máquinas pero se aplicó con intensidad. Considerándose bastante mejor
empresario que su socio, Owen, en cuanto pudo, se estableció por su cuenta como
empresario textil, utilizando tres de las máquinas producidas por su antigua
empresa y que recibió como recuperación del capital invertido (pp. 31-32).
La naturalidad con que hablamos de negocios, máquinas, trabajadores y
tejidos nos hace olvidar lo que es una cuestión fundamental: estamos en 1790,
en los años de ebullición de inventos y producciones de lo que hoy conocemos
como Revolución Industrial, pero no era nada obvio para los contemporáneos
(García Ruiz, 1994, p. 25). Unas décadas más tarde la sociedad será
plenamente consciente del inmenso poder de multiplicación de la riqueza
material proporcionado por la nueva industria, y de las consecuencias sociales
del cambio en la organización social. Es decir, a la vez de la miseria
colectiva y de las posibilidades de resolverla, ambas sin precedentes y ambas a
la vista de cualquier contemporáneo, sin necesidad de perspicacia o investigación.
Pero esto no era así cuando nuestro casi adolescente Owen está iniciando su
espectacular carrera empresarial. Las máquinas, el que los trabajadores
estuvieran agrupados en las fábricas, los tejidos de calidad, todo era tan
nuevo como los ordenadores podían serlo para nosotros hace veinte años, y todo
ello estaba empujado por su espectacular rentabilidad y el ingenio de mecánicos
y capitalistas, no por la ciencia de las universidades. El lenguaje es el que más
claro nos lo muestra: escribiendo en 1857, todavía dice Owen de su primera
empresa propia: "Alquilé un edificio grande de nueva construcción, o fábrica
(factory), como empezaba a llamarse a
estos sitios" (p. 34). Comenzó a fabricar tejidos de calidad, que nadie
hacía entonces en Inglaterra. "Ganaba una media de seis libras de
beneficio cada semana, y consideraba que lo estaba haciendo bien para ser
novato" (p. 36). Entonces apareció en la prensa de Manchester un anuncio
pidiendo un director para una gran fábrica que estaba en proceso de instalación.
Un capitalista importante de Manchester, Peter Drinkwater, había construido una
fábrica para producir tejidos finos, y cuando el edificio estaba terminado y
montándose en él la maquinaria, su director, un reputado ingeniero, se marchó
a otra empresa como socio. Owen, con 20 años, se presentó a la entrevista y
pidió un salario de 300 libras, lo que sorprendió al capitalista aún más que
su edad. Pero cuando le convenció, mostrándole los libros de cuentas y el
funcionamiento de su propio negocio, de que ese dinero era lo que él estaba
ganando en ese momento, consiguió el puesto. De un día para otro, se vio al
frente de una empresa de 500 empleados, dejada el día anterior por el ingeniero
director, y sin más ayuda para entender el funcionamiento de todo que los
dibujos y los cálculos del anterior director, la organización ya en
funcionamiento y la propia capacidad de trabajo y de observación del jovencísimo
Owen. Durante seis semanas solo contestó sí o no a las preguntas sobre lo que
había que hacer, sin dar ninguna orden directa. Pero después de ese tiempo, no
sólo era capaz de conocer, dirigir y organizar el negocio, sino que producía
el tejido de más calidad de
Inglaterra, que es como decir
entonces del mundo, y se hizo una fama entre los empresarios y profesionales del
sector.
¿Qué tenía Owen
para semejante hazaña? Hay mucho de estar al día en las continuas innovaciones
tecnológicas, en la calidad de los tejidos y en las posibilidades de las
materias primas, como el algodón de Estados Unidos.[8]
Pero sobre todo hay mucho de gestión de personal en la fábrica, en una época
en que la fábrica y la gestión de personal eran nuevas o inexistentes. Los
trabajadores de la fábrica se mostraban disciplinados,
y a la vez satisfechos con las reglas y el modo de dirección establecido por
Owen. El propio Owen destaca la influencia que ejerce sobre los trabajadores. Escribiendo en 1857, lo achaca a su
conocimiento de la naturaleza humana, adquirido al abandonar "los
prejuicios religiosos"; no se le ocurre pensar que se deba a su capacidad
de motivar adecuadamente al personal, entendida como parte de sus habilidades
naturales y conocimientos técnicos
de gestión. Después de seis meses de gestión, "yo tenía una influencia
completa sobre los trabajadores, y su orden y disciplina superaba a la de
cualquier fábrica de la zona. Eran un ejemplo de regularidad y sobriedad, y
ganaban salarios más altos y eran más independientes que nunca" (p. 42).
Además, la fabrica estaba ordenada y limpia de forma que estuviera siempre
lista para ser inspeccionada.
El señor Drinkwater, el capitalista, apenas pisó la fábrica, pero sabía
bien, ahora aun mejor que cuando se había atrevido a contratar a un joven de
veinte años para ese puesto, la estrella que había fichado. Ofreció a Owen
unas condiciones que le asegurasen sus servicios: 400 libras anuales para el
siguiente año, 500 para el tercero, y al cuarto año pasar a ser socio con una
cuarta parte del capital y de los beneficios. Pero cuando Owen debía entrar
como socio, los planes matrimoniales (y patrimoniales) para la hija de su patrón
se interfirieron: el pretendiente era Samuel Oldknow, uno de los más
importantes industriales del sector, y en cuyos planes no entraban socios como
Owen. Así que nuestro ahora reputado director industrial se puso por su cuenta,
pero ya no como un novato. Con otros dos socios capitalistas pasivos, formó la
"Chorlton Twist Company", bajo su dirección, y para poner en
funcionamiento nuevas fábricas, que tardarían algo más de dos años en entrar
en producción. Robert Owen era ahora un gestor reputadísimo, con contactos
capitalistas y comerciales en Manchester y Escocia, y en no escasa medida, un hombre de negocios establecido.
En este momento se entrelaza la vida sentimental y la carrera industrial
de Owen. La autobiografía, en este momento, podría ser una novela de Jane
Austen, que bien poco tiene que ver con el futuro reformador que pretenderá abolir la familia y provocará tal rechazo entre
las clases acomodadas y bienpensantes que llegará a ser considerado el
Anticristo. Dice el propio Owen:
"Ahora que estaba establecido con éxito como socio en una de las compañías
más respetables de Manchester, me sentí inclinado a buscar una esposa"
(p. 65). Tanto en el casamiento de la hija de su anterior patrón, como en el
suyo propio, Owen explica sin mayor extrañeza (que sí provoca sin duda en el
lector de hoy, a no ser que se lo tome como un pasaje de las novelas de Austen)
la negociación de las condiciones patrimoniales del contrato, la dote, la
posible herencia, y los lazos empresariales que se ponían en marcha entre las
empresas de ambas familias. La esposa pretendida por Owen era la hija de David
Dale, uno de los industriales más respetados de Escocia. También, como Owen,
un self-made-man, hijo de un tendero,
que después de tener éxito como hombre de negocios se casó con la hija de un
importante director del Royal Bank of
Scotland.
Dale era propietario
de la fábrica de tejidos más grande de Gran Bretaña, en New Lanark, a unos
cincuenta kilómetros de Glasgow. Richard Arkwright había construido su primera
fábrica, que utilizaba un caballo como fuerza motriz, en 1772; once años después
Arkwright tenía cerca de cinco mil empleados en diversas fábricas. Buscaba
socios que aportasen el capital mientras él aportaba las (discutidas) patentes
para usar sus máquinas. En 1782 Arkwright y Dale estudiaron los saltos del río
Clyde, celebrados por poetas y pintores, con la mente puesta en la utilización
de su energía para la industria del algodón, y formaron una sociedad para
desarrollar el proyecto. En 1784 ya estaban construidas varias fábricas y un
pueblo entero; entonces Dale compró a Arkwright su parte y se convirtió en el
único propietario. David Dale era, además de un industrial importante, un filántropo
y líder religioso. New Lanark era ya un establecimiento modelo con él, a pesar
de la terrible descripción que hace Owen de las condiciones de los trabajadores
cuando él llegó. Un visitante de New Lanark escribía en 1796: "Es una
verdad que debería grabarse en letras de oro, para honrar eternamente al
fundador de New Lanark, que de los
casi tres mil niños que han trabajado en estas fábricas en doce años, solo
catorce han muerto y ninguno ha sufrido condena criminal" (Owen, Robert Dale, 1967, pp. 27-35). Esta
mención a las muertes por accidentes o malnutrición y a los castigos serios no
deben tomarse a broma. Los niños trabajaban en las fábricas hasta el
agotamiento, y les resultaba difícil mantener la velocidad que se les exigía
en el trabajo. Los castigos físicos, a veces brutales, eran frecuentes, por
llegar tarde, por hablar con otros niños, por algún error real o aparente. Si
se escapaban de la fábrica podían ser enviados a prisión, y si se temía que
se fugasen se les ponía grilletes. El hecho de que sea el nieto de David Dale,
escribiendo casi un siglo después y sin duda con otros standards de moral y de
higiene y salud, el que destaque esto como mérito nos dice bien claro cuál debía
ser la situación más frecuente en otras fábricas
Si hemos de creer a Owen en su Autobiografía, se enamoró
de Anne Caroline Dale y, puesto que necesitaba la aprobación de su padre, lo
mejor que se le ocurrió fue entrar en negociaciones para comprar New Lanark.
Finalmente la "Chorlton Twist Company", de la que Owen era gestor y propietario de la novena parte del
capital, adquirió los establecimientos por 60.000 libras. Era el verano de
1797, Owen tenía 28 años. Importantes amigos de Owen influyeron también sobre
David Dale para convercerle de las virtudes de Owen como yerno, y el 30 de septiembre se acordó el
matrimonio de Robert Owen y la hija de David Dale. En enero del año 1.800, Owen
se hizo cargo de New Lanark, como socio propietario y único director. Margaret
Cole nos dice, en su biografía de Owen, juzgando por las cartas que ambos se
escribieron, que Caroline estaba muy enamorada cuando se casaron, y así siguió
toda su vida; pero que "es dudoso si no eran las fábricas tanto como la
dama lo que atraía a Owen" ("it is doubtful whether it was not the
mills as much as the lady which attracted him", Margaret Cole, p. 35-36). Como hemos dicho antes, el tono de
la autobiografía, como el de las novelas de Austen, cuando habla de las
condiciones de los matrimonios es el mismo que cuando se refiere a las
condiciones de los contratos mercantiles, y resulta difícil pensar que el Owen
industrial triunfador de 28 años diferenciase el amor del ascenso social.
Pero volvamos a los negocios. Owen se convierte en el director de la fábrica
más grande de Gran Bretaña, un reputadísimo gestor que llegaría a cobrar por
su trabajo 1.000 libras anuales además de su parte en los beneficios, y un
hombre de negocios bien establecido y relacionado. Lo que hoy llamaríamos el
ejecutivo de la principal empresa del sector puntero en tecnología en un
momento de efervescencia industrial. Desde luego que no es esta la labor por la
que Owen es más conocido; pero insisto que lo que aquí pretendo no es solo
destacar esa atractiva faceta de su biografía, sino que sostengo que sus ideas
de organización de la sociedad provenían de su experiencia como hombre de
negocios, concretamente como gestor de personal en una época en que todo eso
era nuevo. De su experiencia en motivar e incluso transformar a las personas
para hacerlas más productivas a la vez que más felices. Y que, por tanto,
mucho más que sus escritos políticos, son sus hechos en ese período en que
está logrando las cimas más altas del self-made-man
los que tenemos que mirar si queremos entender lo más importante de su
contribución al progreso de la humanidad.
New
Lanark bajo la dirección de Robert Owen
En New Lanark Owen no solo se propone llevar a cabo una buena gestión
empresarial, sino un experimento social. Eso dice en su Autobiografía, escrita
en 1857. Pero lo cierto es que hasta 1812 Owen no tiene nada que ver con la política,
piensa y siente como un industrial y lo único que le preocupa de los círculos
intelectuales y distinguidos es cómo consolidar en ellos su posición social a
pesar de su acento galés y su escasa educación formal. Así que analicemos su
trabajo en New Lanark, sin preocuparnos de si lo hacía como empresario o como
filántropo. De lo que no cabe duda es de que lo hacía bien como empresario: el
establecimiento aumento su valor y no dejó de producir importantes beneficios,
además de proporcionarle a él uno de los salarios más altos de la época
(García Ruiz, 1994, pp. 28-29).
Owen y sus contemporáneos describen el pueblo industrial de New Lanark
como la antítesis de una población adecuada para la industria: la depravación
moral que todos señalan se traduce, en lenguaje actual de gestión de personal,
en alcoholismo, delincuencia (que
incluye sobre todo robos en las fábricas), absentismo, nula motivación y
escasa productividad. No cabía esperar otra cosa, a pesar de que David Dale tenía
sin duda mucho mejor corazón que la mayoría de sus colegas industriales.
Especialmente sobrecogedoras, sea cual sea su resultado en la productividad, son
las condiciones de trabajo de los niños. Los empresarios de las fábricas eran
responsables de su comida, vestimenta, alojamiento y educación, pero bien pocos
lo hacían en condiciones humanas. Los niños, en consecuencia, apenas crecían
y estaban pálidos y con deformaciones físicas, y casi siempre analfabetos. No
existía ninguna seguridad física en el trabajo, y muchos niños resultaban
muertos o heridos en accidentes de laborales. New Lanark era, antes de llegar
Owen, un establecimiento mucho más humanitario de lo normal, en cuanto a
alimentación, alojamiento y escolarización; aún así, resulta, para un lector
moderno, aterrador tan solo imaginarlo. En cuanto a la escolarización, en 1796,
David Dale informaba al Manchester Board
of Health que, de los 500 niños, 80 sabían leer, 24 de ellos lo
suficientemente bien como para no necesitar más escolarización.
New Lanark es el
paradigma de la dislocación que supuso para la sociedad británica la Revolución
Industrial. Era un pueblo completamente nuevo, de más de dos mil habitantes. Owen llama ciudad ("market town")
a su Newtown natal, de unos mil habitantes; pero todos llaman pueblo, "village",
a New Lanark. De los 2.000 trabajadores, 500 eran niños, reclutados
generalmente de orfanatos (workhouses)
de Edimburgo y Glasgow, porque los trabajadores eran reacios a permitir que sus
hijos trabajasen en las fábricas. Los niños eran adecuados para ese trabajo,
no solo por su bajo coste, sino porque su pequeño tamaño les permitía
introducirse en los entresijos de las máquinas para recoger el algodón que iba
cayendo o revisar posibles averías. Todo esto se hacía continuamente, mientras
las máquinas estaban funcionando. La
mayoría de los obreros procedían de remotas aldeas en las Highlands de
Escocia, y ni siquiera habían visto nunca un edificio de varias plantas, como
el que albergaba el impresionante ingenio que con una gran rueda movida por el
agua en el sótano, distribuía a las diferentes plantas la energía para que
funcionasen los telares. [Figura nº 1.- Dibujo
del edificio principal y el mecanismo de utilización de la fuerza motriz del
agua, en New Lanark.] [Figura nº
2.- Las fábricas de algodón de New Lanark, según una ilustración
de la época.] Los niños eran la
verdadera mano de obra de las fábricas. Empezaban a trabajar a los cinco o seis
años, con una jornada de trabajo de hasta catorce o incluso dieciséis horas, y
a los poco años su palidez y malformaciones físicas eran inevitables. No es de
extrañar que fuera precisamente en este terreno donde confluyeran el Owen
industrial y el Owen reformador social, en un sentimiento compartido por muchos
de las clases acomodadas. Las críticas a la religión, a la familia, y a la
propiedad privada, alejaron después a Owen del respeto de los bienpensantes.
Pero en la primera década del siglo XIX, su nombre significaba todo menos
socialismo utópico: conjugaba los sentimientos humanitarios de buena parte de
la clase acomodada e ilustrada ("la fábrica llegó a representar para la
conciencia puritana la imagen perfecta del infierno", nos dice García
Ruiz, 1994, p. 29, citando a Mantoux) con la evidencia contrastada en New Lanark
de que unas condiciones de trabajo mejores no disminuían sino aumentaban la
rentabilidad de las grandes fábricas. Conviene recordar aquí que Richard
Arkwright, el coloso empresarial del mismo momento y sector que Owen, y al que
no conocemos intereses distintos que los empresariales, nunca permitió que sus
trabajadores excedieran las doce horas de jornada diaria, cuando en la mayoría
de las fábricas esta jornada era de catorce horas o más (George, p. 56).
Volvamos a la
administración de personal y la rentabilidad, que eran las tareas de Owen en
New Lanark. El primer problema con
el que se enfrentó, acostumbrado como estaba a ejercer gran influencia sobre
los trabajadores, es que éstos, además de la resistencia natural a cambiar de
hábitos, eran escoceses a los que se les imponía un director inglés. Esta vez
no fueron seis meses, sino seis años los que necesitó para ganarse su
confianza. New Lanark fue conocida en todo el mundo como uno de los primeros
experimentos de crear un entorno de trabajo y unas condiciones de vida
aceptables para la población trabajadora, sin apartarse del proceso industrial
de mecanización a gran escala. Aparte de la escuela, se construyeron viviendas
mejores para los trabajadores y sus
familias, con iluminación por gas, y
condiciones higiénicas cuidadas. Owen mejoró las tiendas, lo que se tradujo,
nos dice con su habitual precisión, en una mejora visible de su salud y de su
vestimenta: ahorraron el 25% de sus gastos y mejoró la calidad de la mercancía.
Pero la confianza de los trabajadores se la ganó Owen en una situación más
dramática: en 1806 Estados Unidos suspendió sus exportaciones de algodón por
una crisis diplomática. El precio de la materia prima no hacía rentable la
producción, y la mayoría de las fábricas pararon y dejaron sin empleo a los
trabajadores hasta que se solucionó la crisis, cuatro meses después. Pero Owen
paró la producción sin dejar de pagar a los obreros, 7.000 libras en total sin
más contrapartida que mantener la maquinaria limpia y en buenas condiciones. No
se descontó ni un penique del salario de nadie. "Este proceder ganó la
confianza y el corazón de toda la población". (David Dale había actuado
de forma parecida antes de llegar Owen, cuando un incendio destruyó parte de
las fábricas. Morton, p. 77).
En esta medida vemos la conjunción de lo que resulta siempre mezclado en
la gestión de Owen: el establecimiento de un implícito pero cierto seguro de
desempleo, que sin duda ha de tener efecto sobre la motivación y el clima
laboral en la empresa; y el
paternalismo de una actuación que todos los trabajadores atribuyen a un patrón
con cara y nombre, al que amar y admirar. Owen era completamente contrario a los
castigos corporales, que eliminó de la educación de su establecimiento; y creía
en los estímulos positivos. No obstante, tenía que inventar procedimientos
para controlar los hurtos en la fábrica y para controlar el rendimiento. Lo
primero lo hizo con un sistema de control que hacía evidente en qué punto de
la cadena se había echado en falta una herramienta: en otras palabras, qué
trabajador era el culpable del robo. Lo segundo lo hizo con ayuda de lo que
consideró el ingenio más eficiente para controlar la conducta poco diligente
de los trabajadores: el "vigilante silencioso" (silent monitor). Se trataba de una pieza de madera de forma cúbica,
que podía girar sobre un eje para mostrar una de las cuatro caras visibles,
pintadas con cuatro colores diferentes: negro, azul, amarillo y blanco. Había
un cubo para cada empleado, colgado en un sitio bien visible para todos, y el
color decía cuál había sido el
comportamiento del trabajador el día anterior: negro si era malo, blanco si era
excelente, azul y amarillo para el comportamiento regular o bueno. Además, se
llevaba registro diario esta conducta, en los libros de registro que duraban
toda la vida laboral del trabajador.[9] El superintendente de cada
departamento ponía diariamente cada "vigilante silencioso" en la
posición corresponiente, y el jefe de fábrica ponía el del superintendente.
Si alguien no estaba de acuerdo, tenía derecho a quejarse a Owen, o al jefe de
fábrica si Owen no estaba, antes de que la puntuación se registrase en el
libro; pero estas quejas se producían muy raramente. Esto tuvo un efecto de
mejora que superó cualquier expectativa. "Así yo podía ver de un
vistazo, según pasaba por cada dependencia de las fábricas, cómo se había
comportado cada uno durante el día anterior" (pp. 112, 189). Los colores
que predominaban fueron pasando del negro al blanco. Pero de nuevo la pregunta:
¿A qué se debía esta mejora del comportamiento? ¿A la mejor forma de
organización y control que suponía el registro de comportamiento, o a la
figura paternal de Owen, que ejercía ya la influencia deseada en los
trabajadores? Margaret Cole (p. 58) nos dice que "Owen trataba a sus
trabajadores como lo hacía con los niños en la escuela. Los trabajadores que
tenía no eran muy cualificados, y Owen trataba a los niños de una forma
bastante más racional que la mayoría de sus contemporáneos. Así que ésta
puede ser una de las razones de su éxito." Edmund Wilson (p. 116) es aún
más claro, interpretando la mirada de Owen con mucho más significado que el de
un supervisor objetivo. En su espléndido libro Hacia la estación Finlandia[10] dice que si alguien tenía
el color negro, Owen no le decía nada, "fijaba simplemente su mirada, según
pasaba, en el trabajador culpable" y esto era suficiente para avergonzarlo.
La explicación del propio Owen pretende ser muy distinta de la de Wilson, pero
juzgue el lector: "los obreros me observaban cuando miraba los telégrafos
[como la gente llamaba a los silent monitor] –cuando el color era negro, me limitaba a mirar al
empleado y luego al color–, pero nunca dije ninguna palabra a ninguno de ellos
a modo de reproche" (Autobiografía; recogido en Morton p. 77).
Pollard hace una
interpretación bien alejada del paternalismo:
"Un ejemplo de caso aislado de
reflexión consciente sobre la dirección de empresa e intento de sistematizarla
es el de Robert Owen, primero en Manchester y luego en New Lanark. ... Su
ventaja competitiva no provino de una gran capacidad de negociación, ni de unos
canales de comercialización especialmente eficaces, sino que surgió de su
capacidad de ganarse la colaboración de sus trabajadores sin por ello pagarles
más que salarios competitivos, así como la 'metódica disposición' de la fábrica,
una atenta política de modernización técnica y una cuidadosa selección y
formación de los subdirectores. Es probable que su éxito se debiera en gran
medida a su capacidad de manejar las técnicas administrativas del sistema
fabril, técnicas que, en aquella época, eran totalmente ajenas a la
experiencia de los hombres que estaban explotando esta nueva forma de organización
social. Cuando Owen llegó de Manchester para hacerse cargo de la dirección de
las fábricas de New Lanark, estaba dotado de un conocimiento de los procesos
administrativos de la dirección de una fábrica que tal vez fuera único en la
época. Esto le permitió realizar la más fina de las hilazas, con la cual se
obtuvieron los grandes beneficios que sirvieron de base a sus proyectos filantrópicos"
(Pollard, pp. 329-330).
Estas dos posibles interpretaciones del éxito de cada medida de Owen en
la administración de personal, la paternalista o la del conocedor de las técnicas
de administración de personal (las dos explicaciones no son necesariamente
contradictorias) van a ser más importantes en la segunda etapa de su vida, la
que no analizamos aquí. Cuando se lanza a fundar comunidades que extiendan los
métodos humanitarios de New Lanark (aunque menos industriales, pues pretende
que sean autosuficientes), se repite una y otra vez la misma situación: las cosas no van mal al principio, pero
cuando Owen, que creía en los principios igualitarios de que hablaba, quería
que la comunidad siguiera funcionando sin él, con los directores que él había
formado, entonces el fracaso era absoluto. Wilson (p. 116) destaca los nobles
ideales del patrón: "Owen había empezado su labor en New Lanark con los
seres menos prometedores que quepa imaginar. Y nunca se le ocurrió pensar que
su propio carácter era excepcionalmente elevado, y que a él y no a la bondad
natural de los hijos de aquellos padres miserables se debía el que New Lanark
fuera una comunidad modelo. No comprendió que New Lanark era un mecanismo que
él mismo había creado y que personalmente tenía que controlar y mantener en
funcionamiento." Estas virtudes como dirigente industrial pueden ser muy
bien defectos para trabajar en equipo. William Lovett, uno de los dirigentes del
cartismo y que trabajó después con Owen en el movimiento cooperativista, afirma que Owen era fundamentalmente
despótico y resultaba prácticamente imposible colaborar con él sobre bases
democráticas.[11] Añadamos a estas
explicaciones que no todos valemos igual para gestionar una empresa y organizar
y motivar a sus trabajadores; Owen era un genio, al que los capitalistas no
dudaban en pagar bien por su trabajo. Convertido en reformador social, filántropo
y terco "hombre de una sola idea", como le consideraron los
intelectuales que primero se acercaron a él con toda la atracción, simpatía y
admiración, parece que se le olvidó
que la capacidad para los negocios es un conocimiento y una habilidad compleja,
más importante cuanto más compleja es la economía en la que se desarrollan
los negocios. Debió pensar que las mil libras anuales que cobraba por dirigir
New Lanark eran absurdas, cualquiera podía hacer ese trabajo.
Owen realizó
intentos de nuevas comunidades en Estados Unidos, Inglaterra e Irlanda, y perdió en ellos toda su fortuna. No era
solo que sus ataques a la religión y a la familia le convirtieran en una mala
compañía para la gente bienpensante; ahora ya no tenía ni el dinero de un
industrial acomodado ni la reputación de buen gestor, sino todo lo contrario:
la de visionario utópico. Además de sus
ideas y su perseverancia, mezcla de nobleza y vanidad, seguía teniendo línea
directa con los trabajadores, llegaba a ellos plenamente con sus ideas, sus
propuestas y su carisma. Y desempeñó un papel político importante en Gran
Bretaña, en el Movimiento Cooperativista y en el Grand National Consolidated Trade Union, el gran sindicato de efímera
existencia. Al final de su vida creyó en el espiritismo y esperó la visita de
las almas magnánimas que había conocido.[12]
Regresó en 1858 para morir en la pequeña ciudad de Gales donde había nacido. Pero esta es otra historia, otra época,
una página importante en la historia del socialismo, pero sin duda una página
pasada. Sin embargo, la primera época, la del administrador de recursos humanos
en un período y un sector donde se están produciendo las innovaciones tecnológicas
y los cambios sociales más importantes, ese primer Owen no sólo es un
precursor de la que a principios de este siglo discutirán y aplicarán los
seguidores de F. W. Taylor y de Elton Mayo: es un genio de la administración
que es capaz de enfrentarse a una situación nueva y resolverla aplicando, con
tosquedad expositiva pero con eficacia práctica, las mismas ideas que todavía
hoy discutimos y apenas conocemos. Los socialistas tienen perfecto derecho a
considerar a Owen un precursor, y discutir sus virtudes y sus defectos desde
esta perspectiva. Pero los que miramos dentro de cada empresa para entender el
sistema adecuado de relaciones laborales en cada momento, con cada tecnología y
también, claro, cada sociedad, tenemos
mucho que estudiar de Robert Owen, y ninguna razón para considerarle "utópico".
Robert
Owen en la historia empresarial
Hemos empezado este
trabajo diciendo que la bibliografía sobre Robert Owen y su fama como
reformador social son inmensas, pero que su relevancia como pionero de la gestión
profesional de la empresa es, por lo general, mucho menos valorada y estudiada.
García Ruiz, en su libro Historia Económica
de la Empresa Moderna (1994, pp. 30, 161, 164-171), acierta plenamente al
situar a Owen en el apartado "La empresa moderna en Gran Bretaña", y
destacar que importa "saber cómo se enfrentaron a los problemas de gestión
y control algunos grandes empresarios como Ambrose Crowley [que dirigió una
fundición de hierro hacia 1700] o Robert Owen" (p. 161). Pero el texto
elegido nos trae al Owen utópico, no al dirigente industrial.[13]
Lo titula "El reglamento de una gran empresa ideal a principios del siglo
XIX", referido a una cooperativa autosuficiente, de 500 miembros. Este el
tipo de intentos que hoy asociamos con Owen; pero sus contemporáneos, en la
fecha en que publica y difunde estas propuestas, le consideraban un self-made-man, un hombre de éxito
empresarial hecho a sí mismo, con conocimientos técnicos, de dirección y de
gestión de personal, en el sector puntero de la revolución industrial. Sus
relaciones y contactos no eran intelectuales ni políticos, sino empresariales,
y todo ello construido entre los 20 y los 28 años. Y si queremos ver cómo
funcionaba una gran empresa ideal en el siglo XIX, no es al reglamento
voluntarista de una cooperativa donde tenemos que mirar; sino a la forma
concreta en que Owen organizó con éxito, como director a sueldo, una empresa
de 500 empleados, tamaño bastante respetable para la época, 1791. Y después,
como principal socio propietario y único director, el establecimiento textil de
New Lanark, en Escocia, con casi dos mil empleados, y que era no sólo una de
las mayores empresas textiles de su época, sino una empresa modelo desde el punto de vista empresarial. Sólo en 1813, como consecuencia de una disputa con los
socios, y siendo ya Owen un hombre importante y respetado por el establishment, comienza a pensar en socios filántropos "que no
estén deseosos de ganar dinero". Ahí empieza el Owen político, el
difusor de nuevos ideales cooperativistas, el filántropo o soñador que se
gasta su fortuna en fundar nuevas comunidades ideales. Pero el hecho de que
primero hubiera ganado su fortuna en el sector textil no es sólo un dato biográfico:
había ganado su fama y su fortuna aplicando
métodos de gestión, especialmente de gestión de personal (aparte de
introducción de maquinaria y prácticas comerciales y empresariales sanas); y
fue precisamente el éxito de esos métodos, contrarios a lo que se consideraba
"productivo" en su época, lo que convenció a Owen de que había que
mejorar las condiciones de vida de los trabajadores. En otras palabras, con un
buen ambiente de trabajo aumenta la productividad, pensaba Owen. Esto tiene poco
que ver con la filantropía, sobre todo cuando "pensaba" significa
"había aplicado con éxito en la industria en contra de la opinión
generalizada".
A pesar de todo, en
la segunda etapa de su vida Owen seguía siendo un hombre práctico, bien poco
intelectual. En el texto que recoge García Ruiz podemos leer la siguiente
recomendación: "VI. Que cuando el capital adelantado por los miembros haya
sido devuelto y la educación de todos sea suficientemente elevada, la dirección
del establecimiento será confiada a un Comité ... Pero hasta que llegue ese momento, el Comité estará formado por doce
personas elegidas en una Junta General Anual: ocho serán elegidas entre
aquellos miembros que hayan adelantado 100 libras o más, y cuatro por los
restantes miembros" (p. 165; cursivas mías). Y el propio Engels, como
hemos visto, se sorprende de que, a diferencia de los demás utópicos, Owen
siempre incluye, en sus planes de "sociedad ideal", todos los cálculos
necesarios sobre costes, beneficios, mantenimiento, etc. Son los cálculos
usuales de un empresario, que encontramos en su Autobiografía como una forma
normal de expresarse: la de un pañero y no la de un político o un intelectual. El socialismo es sin duda un asunto
intelectual, y Owen no era un intelectual, ni un gran pensador, ni un buen
escritor. Para los socialistas fabianos, británicos, no marxistas y aun menos
radicales, descubrir al Owen público, posterior a 1812, en su pedigrí fue todo
un acontecimiento. Desde entonces Owen es una figura grandiosa dentro del
socialismo. Pero ¿qué pasa con Owen antes
de 1812? Esta no es una pregunta biográfica, sino intelectual. Owen no llegó
a sus ideas socialistas estudiando libros,[14]
ni siquiera sintiendo la miseria de la clase trabajadora: llegó al
convencimiento de que unas mejores condiciones de trabajo mejoraban a la vez la
productividad y la felicidad de todos en sus años de actividad empresarial en
el sector textil; y llegó a esas ideas precisamente por el éxito que cosechó
en su aplicación, diríamos a pequeña escala, pero la empresa que dirigió con
20 años tenía 500 empleados, lo que no es "pequeña escala" en al
final del siglo XVIII; y New Lanark, su bandera, era probablemente el
establecimiento fabril más grande de su época, y un modelo que visitaban por
igual filántropos y empresarios. Owen no tuvo ninguna dificultad para encontrar
socios que invirtieran en New Lanark confiando el establecimiento a su dirección:
era un reputado gestor y hombre de negocios, con un capital respetable, un socio
bien relacionado y de solvencia probada. Después vendrá la filantropía, el
querer dedicar todos los beneficios por encima del rendimiento fijo del capital
a mejorar la educación de los niños; pero todo eso llegará a su cabeza a través
de pocos libros y mucha actividad comercial, fabril, empresarial.
Después, convertido en un filósofo de poca monta pero de mucha
influencia por su propia fuerza como líder político y antes como empresario,
produjo numerosísimos escritos y también acción política. Pero su papel político vino como consecuencia de
su éxito como empresario y gestor de personal. Como afirma Gatrell (en
Owen, 1970, p. 47) Owen había refutado las ideas tradicionales sobre los
trabajadores en New Lanark, y trató de hacer lo mismo en toda Inglaterra. Fue
ese cambio de énfasis el que le convirtió en portavoz de la clase trabajadora
("It was this change of enphasis which –almost incidentally– made him
the spokesman of the working people").
Primero estaba el
magnífico gestor de recursos humanos, que llega a ser, con 28 años, el
director del mayor establecimiento textil de Gran Bretaña y uno de los
accionistas principales. En el Prefacio al tercer ensayo de New View of Society, que reproducimos
completo al final de este trabajo, Owen afirma que "desde el comienzo de mi
dirección, consideré a los trabajadores, junto con los mecanismos y todas las
otras partes del establecimiento, como un sistema compuesto por muchos
elementos. Era mi obligación y mi interés combinarlos para que cada
trabajador, así como cada resorte, cada palanca y cada rueda pudieran realmente
cooperar con el fin de producir el mayor beneficio pecuniario para los
propietarios." Y continua con recomendaciones dirigidas a los empresarios, no a su corazoncito filantrópico, sino a
su tarea como negociantes: "si dedicar el debido cuidado al estado de sus máquinas
inanimadas puede producir resultados tan beneficiosos, ¿qué no puede esperarse
si dedican la misma atención a sus máquinas vitales que están mucho más
maravillosamente construidas? ... Por mi experiencia, que no puede engañarme,
me aventuro a asegurarles que su tiempo y su dinero aplicados de esta forma, si
están dirigidos por un verdadero conocimiento del tema, les rendirán no cinco,
diez quince por ciento de sus capitales invertidos sino con frecuencia cincuenta
y en muchos casos el cien por cien."
Y Owen no sólo sabía
de lo que hablaba, sino que los empresarios del sector sabían a quién
escuchaban. El valor de las fábricas de New Lanark pasó de 60.000 libras en
1799, cuando lo compraron Owen y sus socios, a 114.000 en 1813, cuando se subastó
por desavenencias entre los capitalistas; y los beneficios fueron, entre, 1809 y
1813, de 160.000 libras. Solo en los dos años de 1820-21 rindió un beneficio
de 15.000 libras. La filosofía y el razonamiento no eran el fuerte de Owen, la
economía Política, tampoco, pero en su negocio, como dice Marx de todos los
capitalistas burgueses, sabía muy bien lo que hacía, y así lo entendían los
próceres de su época. "Pero al capitalista", dice Marx en El Capital, "todo este asunto [la explicación del plusvalor por
parte de la Economía Política] le
importa un comino. Deja esos subterfugios enclenques y vacías patrañas y otras
creaciones por el estilo, a cargo de los profesores de economía política, a
los que él mismo paga por ello. El es un hombre práctico, que si bien fuera
del negocio no siempre considera a fondo lo que dice, sabe siempre lo que hace
dentro de él." Marx presenta lo que ocurre dentro de la empresa la autoridad absoluta del capitalista como contraste con lo que ocurre fuera
de ella el funcionamiento de las leyes económicas que presentan los teóricos.
Es la misma diferenciación que hará Coase. (Santos, 1997, pp. 156-169). Para
Marx tiene un significado político; para Coase, de teoría económica. Para
Owen, antes de 1812, "lo que ocurre dentro de la empresa" no es algo
tan simple y tan político como la autoridad absoluta del capitalista, sino que
"sabe muy bien lo que hace dentro de ella", como dice Marx del
capitalista dentro de la empresa, es algo bastante más complicado y cambiante,
que sus contemporáneos no sabían hacer y él sí.
La "autoridad absoluta del capitalista" puede ser una buena
expresión para criticar las pretensiones políticas del laisez-faire económico, pero dentro de la empresa las cosas son más
complicadas. Por ponerlo en palabras de Leibenstein, un economista actual que se
ocupa de la motivación de los grupos de trabajo dentro de la empresa: Los
estudios empíricos muestran que los factores psicológicos son importantes; las
unidades pequeñas son más productivas que las grandes; los grupos compuestos
por amigos son más productivos que los sin lazos de amistad; los grupos
supervisados de forma general son más productivos que los supervisados de
cerca; los grupos que reciben más información sobre la importancia de su
trabajo son más productivos ("que la dirección preste especial atención
a un grupo de trabajadores puede incrementar la producción").[15]
Desde Owen hasta Elton Mayo y las ideas de las "Relaciones Humanas",
pasando por el Taylorismo, de muy distinto signo, hay un salto enorme que no
pretendo ignorar. Pero los problemas con que Owen se enfrentó son del mismo estilo que los que hoy se discuten
en la administración de recursos humanos. El que lo hiciera en un marco social
y económico absolutamente nuevo engrandece su figura histórica; el hecho de
que podamos interpretarlo de dos maneras, una paternalista y otra puramente
organizativa, nos muestra que el análisis de sus logros y de sus fracasos puede
traernos enseñanzas útiles en la actualidad.
Lo que nos interesa
destacar aquí es que Robert Owen el reformador social nunca dejó de ser Owen
el empresario modelo de la revolución industrial. Hablando y actuando en un período
de grandes cambios industriales y por tanto sociales, aparecen mezclados la
defensa de la humanidad con lo que hoy llamaríamos los incentivos a la
productividad. En su testimonio ante el Parlamento, en 1815, sobre las
condiciones de trabajo en New Lanark, el lenguaje técnico casi nos hace olvidar
que lo que se está discutiendo es si los niños deben trabajar en las fábricas
a la edad de cinco o seis años durante trece, catorce o hasta dieciséis horas
diarias (según cómo fuera de duro el industrial), como era lo habitual
entonces; o a los diez años, como Owen había establecido en New Lanark; o a
los doce, que el lo que Owen propone y habría hecho hace tiempo, dice, si las fábricas
fueran suyas al cien por cien. (Owen comienza su testimonio afirmando que era el
propietario principal y el gerente: "principal propietor and sole acting
partner of the establishment at New Lanark, in Scotland", un pueblo-fábrica
donde viven 2.300 personas de las cuales trabajan directamente en la fábrica
1.700; la diferencia son las escasas personas que no trabajaban en las fábricas:
algunos niños, los ancianos, y algunas esposas). Afirma que no emplea niños de
menos de diez años porque sería a la vez perjudicial para los niños y nada beneficioso para los empresarios
("and not beneficial to the propietors"). Describe las reformas
emprendidas (la principal, un economato que financia la escuela), y considera el
mejor logro la mejora moral de los obreros. Pero termina describiendo
"otras ventajas importantes, desde le punto de vista pecuniario." Como
los trabajadores se dan cuenta de que se presta atención a su mejora, están
dispuestos a trabajar incluso a salarios mucho menores que los que se pagan en fábricas
cercanas.[16]
Casado (1998)
considera que "entre 1850 y 1870 los casos de empresas de gran tamaño y de
elevado número de obreros son escasas"; cita algunas empresas de la
siderurgia, minería o textil, y continua: "De igual manera, las empresas
que en esa época habían iniciado un proceso de integración vertical y
horizontal eran muy pocas. El caso de la gran fábrica textil dirigida por
Robert Owen en New Lanark (Escocia), que llegó a tener 1.600 obreros en 1817, o
el de los complejos minero-metalúrgicos de Cockeril en Bélgica, son
extraordinarios" (p. 43). Lo que nos interesa de esta referencia no es lo
excepcional del tamaño de la fábrica de Owen, sino su cita en un texto de
historia empresarial nada teórico, como el empresario líder del sector, y
precisamente del sector textil algodonero organizado en torno a Manchester, en
Inglaterra, y no como el pensador que estamos acostumbrados a estudiar. Y Casado
destaca que las empresas textiles de Manchester eran más pequeñas y artesanas
que las de Estados Unidos y, cabe pensar, que las de New Lanark. ¿Era Owen un
gestor capaz de dirigir una empresa "moderna", en el sentido de
Chandler, con su complejo mecanismo de gestión de personal, en un mundo donde
los capitalistas pensaban como Smith, en la atenta vigilancia del negocio como
clave de la rentabilidad, más el añadido escandaloso de Bernard Mandeville
contrario a la extensión de la educación de la infancia? Cuando, unas páginas
más adelante, Casado explica las investigaciones de François Crouzet sobre los
orígenes sociales de los empresarios de la Revolución Industrial, concluye que
"lo fundamental son las clase medias, y no hay ningún self-made-man" (p. 48). Aquí hubiera venido bien la excepción,
otra vez, de Owen: nacido en una humilde familia galesa, con treinta años había
hecho ya una fortuna, trabajando desde los diez años como aprendiz con un
hermano, y así aprendió el oficio, a la vez que ganó su subsistencia. Asumió
la dirección de New Lanark en 1800, poco después de su matrimonio con la hija
del propietario, cuando ya era un hombre rico hecho a sí mismo en la industria
textil. (No olvidemos que tanto David Dale, su suegro, como el señor McGuffon,
su primer patrón, eran self-made-men.
Crouzet está en lo cierto si se refiere a que sus padres no eran en modo alguno
trabajadores de las fábricas o campesinos; pero "clases medias"
significa entonces algo que sólo puede entenderse por contraposición a la
aristocracia y a los ricos comerciantes). Tampoco cuadra esta vida con lo que
Casado considera la formación normal entre los empresarios de la época:
"En este buen nivel de enseñanza [los niveles secundarios de la educación
británica] es en el que se formaron gran parte de los directores de la primera
Revolución Industrial" (p. 54). Robert Owen se formó "en el
tajo", en el sector puntero de la revolución industrial, con su propia
iniciativa.
Pero en definitiva, lo que Casado nos está contando es el paso de la
empresa preindustrial, pequeña, artesanal, sin grandes necesidades de capital,
de conocimientos técnicos o de organización e iniciativa empresarial, a la
empresa industrial moderna en sus primeras fases. "Si la aparición del
sistema fabril produjo transformaciones en los medios de producción y en los
empresarios, otro tanto se puede decir en la población trabajadora. ... El factory system ... supuso que las formas
centralizadas de organización fueran las imperantes y, progresivamente, las
mayoritarias. ... Si estas transformaciones afectaron a la mano de obra de la
industria moderna, también lo hicieron, aunque de manera diferente, a la
dirección de empresas. Ahora, la gestión de los recursos humanos se convertirá
en uno de sus componentes. Hasta entonces, los empresarios preindustriales nunca
se habían enfrentado a la tarea de tener bajo sus órdenes a un número tan
elevado de empleados. ... Cómo reclutar mano de obra, cómo imponer una
disciplina de trabajo, cómo formar a dicha población laboral, dónde alojarla,
cómo retribuirla, se convierten en problemas habituales. Para afrontarlos, los
empresarios no contarán apenas con experiencias anteriores, por lo que lo
habitual fue el recurso a improvisar en la práctica la dirección de dicha mano
de obra. Hubo algunos teóricos de tal cuestión, como Robert Owen, pero su
repercusión fue mínima". Aquí desaparece también la referencia de
Casado a los métodos de gestión de personal: luego dedica un apartado a
"Las nuevas formas de gestión empresarial", dedicado a la financiación,
a la contabilidad y a la publicidad, y finalmente a "los inicios de la moderna dirección
de empresa". Y concluye con pleno acierto, a mi entender, que "la
aparición de los principios de dirección de personal y de las nuevas formas de
organización del trabajo será fruto del pensamiento filantrópico del
socialismo utópico. En este aspecto es destacable el papel de Robert Owen, el
cual llegó a ponerlos en práctica en su fábrica de hilados de algodón de New
Lanark (Escocia). Allí, en contra de los criterios de la época, redujo las
jornadas de trabajo, mejoró sus condiciones, aumentó los salarios,[17]
estableció cálculos del rendimiento de los obreros y elaboró teorías acerca
de cómo había de distribuirse científicamente la labor de estos" (p.
64). [Cuadro nº 1.- Metodos aplicados en las fábricas para disciplinar a los
niños empleados, 1833.]
Vigencia
de Owen: el "modelo participativo" de empresa
Gatrell concluye su introducción diciendo que el Owenismo, aunque queden
vestigios de él en movimiento cooperativo moderno, es hoy principalmente un fenómeno
del pasado (Owen 1970, p. 80). Mi argumentación en este trabajo es la
contraria: visto desde la historia del socialismo, seguramente es así. Pero
visto de forma más amplia, desde la historia y actualidad de las
organizaciones, de las grandes empresas y su organización, la tarea de Owen no
sólo es pionera, sino que impresiona por su actualidad, por su preocupación
por los recursos humanos como un factor tan importante para la competitividad de
la empresa como la tecnología, y todo ello, sobre todo en el Owen de 1812, que
fue el que forjó su pensamiento posterior, aprendido y contrastado dentro de la
fábrica, dentro de una forma de organización y producción tan innovadora en
ese momento, desde el punto de vista tecnológico y organizativo, que el propio
término de "fabrica" (factory)
es usado por Owen en sus memorias, ya en 1857, como una palabra técnica, nueva,
"como se empezaba a llamar a estos establecimientos", nos dice. El
socialismo político, como ideal y como organización de poder concreta, ha sido
muy importante en los dos siglos pasados. Si pertenece al pasado o no, no es mi
tema en este trabajo. Pero los esfuerzos de Owen por establecer incentivos
adecuados para los trabajadores dentro del proceso productivo son hoy un ejemplo
impresionante por sus logros y una inspiración viva para cualquiera que quiera
entender qué es lo que hace a unos trabajadores más motivados que otros, mejor
organizados, y más productivos, y si digo más felices no estoy, en modo
alguno, saliéndome del tema. La satisfacción en el puesto de trabajo es uno de
los aspectos que cualquier director de recursos humanos debe tener en cuenta
para conseguir motivación y productividad. Lo que Salas llama el "modelo
participativo" de empresa (1993, p. 138) no es una discusión sobre el
socialismo político ni sobre las cooperativas, sino sobre las formas eficientes
de organización empresarial. Estas no siempre coinciden con los ideales de
Owen, ni con la autoridad tradicional: depende de los sectores, de los países,
de la tecnología, de tantas cosas que hoy estudiamos y que antes de Owen se
encerraban en el desprecio del factor humano dentro de la empresa (el término
en inglés para referirse a los trabajadores de las fábricas es "hands",
manos). El primer Owen, industrial, empresario, gestor de personas y máquinas,
innovador con éxito, es el que nos impresiona en este terreno, y, no lo
olvidemos, es el que forjó intelectualmente al Owen político más difundido.
Y es justo en este
terreno donde debemos volver a la biografía de Owen como industrial y preguntarnos por la clave de su éxito. Y esa
clave parece estar muy relacionada con su propia persona. En lenguaje
profesional y un tanto provocativo, podríamos decir que New Lanark estaba mucho
más lejos del socialismo o del movimiento cooperativo que del
"paternalismo industrial". (Dejemos para otra ocasión la misma
pregunta referida a la empresa participativa de que habla Salas, o el modelo
japonés de dirección de empresas). David Dale había sido para los
trabajadores de New Lanark "como un padre para sus hijos" (Gatrell, p.
41), y así es como los trabajadores considerarían al propio Owen. Su carisma y
su filantropía, juntos, debían de ser poderosos como elemento de motivación
para sus subordinados. Tal vez mucho más que el propio diseño organizativo
puesto en marcha por él: las comunidades que fue fundando después, ya como político
y filántropo, fracasaban tan pronto como la dirección quedaba en manos
distintas de las de Owen. Los numerosos visitantes de New Lanark, personalidades
notables de la época, entre ellos el futuro Zar de Rusia y la nobleza aristocrática
inglesa, además de los industriales, no sólo quedaban impresionados al ver
aquella masa de trabajadores convertida en diligente, pacífica y productiva.
También quedaban impresionados por la relación de los trabajadores con Owen:
se había convertido en una especie de padre, o quizá en una especie de noble
señor propietario de tierras traducido a la industria.[18] La misma relación que sorprende hoy a
los visitantes y estudiosos del modelo japonés de dirección de empresas:
directivos y empleados de bajo nivel conviven bien cerca dentro y fuera del
horario de trabajo, y a la vez la jerarquía es tan fuerte que no hace falta
resaltarla con diferencias artificiales.
Revolución
Industrial y Ludittas
Lo curioso es que la primera agitación obrera seria, especialmente
violenta en los años 1811 y 1812,[19]
no iba contra los severos capataces o altivos aristócratas, sino contra las máquinas
y las innovaciones tecnológicas, a las que hoy, en perspectiva, vemos como el
verdadero símbolo y señal de que se estaba produciendo la Revolución
Industrial. No hay más que cotejar fechas para ver que Owen estaba en medio del
polvorín, y que como hombre práctico no tenía ninguna duda de que las máquinas
aumentaban la productividad y el bienestar de la población. Ekelund y Hébert
afirman: "Mientras hacía una carrera de éxito en la industria textil,
Owen observó los cambios en la vida económica y social provocados por la rápida
introducción de la maquinaria. Las maravillas mecánicas representadas por las
maquinas de hilar [de Arkwright (Water
Frame, patente de 1769), Hargreves (Spinning Jenny, patente de 1770), y Crompton
(Spinning Mule, híbrido de las dos
anteriores, también llamada Mule Jenny,
patente de 1779), Valdaliso y López, 2000, p. 96] contribuyeron a que Owen se
convirtiera en un hombre rico." (p. 257) Añaden "pero su impacto
también atrajo la atención de Owen hacia la situación del trabajador
textil". El añadido es seriamente equívoco.
Lo que llamó la atención de Owen no era el impacto negativo de la maquinaria
sobre los trabajadores, sino todo lo contrario: como era posible que con el
aumento tan formidable de productividad que suponían, los trabajadores
siguieran viviendo en la miseria.
Para Engels, la
respuesta estaba clara: el aumento de la productividad se iba íntegramente a
pagar el interés del capital y los beneficios de los capitalistas, dice en el
mismo capítulo de Socialism: Utopian and
Scientific [1880]. Parece claro que Engels no comprende al Owen empresario.
Porque para Robert Owen, lo importante era demostrar que, mejorando las
condiciones de trabajo y la educación, se lograban empresas más rentables. El aspecto más llamativo
de la economía de principios del siglo XIX era la contradicción entre el
descubrimiento de posibilidades productivas desconocidas hasta entonces y que se
consideraron ilimitadas, y la miseria escandalosa de las masas en un grado
superior o al menos más visible que antes de las innovaciones tecnológicas.
Pero mientras a Marx y a Engels esto les llevaba a defender la revolución como
filósofos, a Owen le llevaba a intentar organizar empresas-comunidades, como
empresario, filántropo o no. Casi dos siglos después podemos decir que quien
tenía razón era Owen: el impulso filosófico marxista no pudo con el desastre
productivo soviético.
La furia luddita se
concentró contra las máquinas textiles. En 1733, la "lanzadera
volante" de John Kay multiplica el rendimiento del tejedor. El inventor fue
primero expulsado de Colchester, perseguido luego de ciudad en ciudad, y
finalmente tuvo que refugiarse en Francia. En 1758, Lawrence Earnshaw construye
una máquina para hilar algodón, y la rompe nada más hacerla "para no
quitar a los pobres el medio de ganarse el pan" (Sauvy, 1986, p. 45). En 1768, un mecánico hilandero sin
instrucción, James Heargraves inventa la jenny, que reemplaza varios tornos. Los
obreros asedian al inventor en su casa y destrozan sus máquinas. Heargraves
morirá en la miseria. Hacia el final de siglo se forman bandas armadas que no
pueden ser aplastadas más que por la artillería. Y más impotencia del poder
que otra cosa representa la pena de muerte que se decreta en 1812 contra los
destrozadores de máquinas, que no era simbólica: quince de ellos fueron
ejecutados en la ciudad de York en 1813.
Sauvy concluye de forma un tanto despectiva hacia las ideas: "El
contraste es notable, en aquel fin de siglo, entre el mundo de los economistas,
creyentes o insensibles, y una población llamada a sufrir los dolores del parto
de una nueva sociedad. La opinión popular, incluso la clase media, se pone de
parte de los obreros, mientras que el poder apoya no digamos a los economistas,
a quienes muchas veces ignora, sino a las industriales" (p. 46). Pero Owen
sí tenía ideas claras sobre esta cuestión. Estableció el pago en "bonos
trabajo" para conseguir que la demanda creciera pari passu con el aumento de la productividad, pero nunca le preocupó
la máquina, sino al revés: confió en ella para remediar los males de la
humanidad. (Aunque, después de las guerras napoleónicas, sus propuestas de
comunidades autosuficientes tenían un significado de lucha contra el desempleo,
Owen no achacó la crisis y el paro de entonces a la innovación tecnológica,
sino al cambio de la situación productiva con la finalización de las guerras[20]).
Y su aceptación del progreso tecnológico no era porque acelerase la llegada de
la revolución, como pensaban Marx
y Engels, sino como hombre práctico, empresario de la fábrica. Los escritos y
la actividad sindical de Robert Owen son posteriores a la actividad industrial
rentable y aplaudida de Owen; en parte por hacerse comunista hasta ser
considerado el Anticristo, en parte por arruinarse con sus experimentos, la
etapa de Owen como escritor y como promotor de un sindicato, primero, y del
movimiento cooperativo, después, son bien diferentes a la etapa de Owen
industrial metido de lleno en ganar dinero organizando adecuadamente la producción
en el sector puntero tecnológicamente hablando y el más conflictivo
socialmente, y mostrando que para hacerlo había que aplicar unos métodos que
considerasen a los trabajadores un activo crucial de la fábrica.
Estamos acostumbrados a venerar a Robert Owen por haberse gastado su
fortuna en experimentos filantrópicos. Aquí estamos mirándole desde el punto
de vista contrario: la fortuna que se gastó la había ganado como empresario, y
precisamente como empresario ocupado de los incentivos positivos para sus
trabajadores. Fue un pionero, con éxito, en entender la organización y la
motivación dentro de la empresa, en el sector líder de la revolución
industrial. Por grande que sea su talla humanitaria, su aportación pionera a la
ciencia y a la práctica de la organización empresarial es inmensa, y
despreciada y olvidada. Y el punto de vista que sostengo en este trabajo es que
para entender el fracaso de Robert Owen no hay que mirar a la crítica de Marx y
Engels hacia los socialistas utópicos, sino hacia el terreno en el que Owen era
pionero: los incentivos de los trabajadores. Acertó en motivarlos y se equivocó
en qué era lo que les estaba motivando. No eran sólo las mejoras sociales, era
la propia personalidad magnética y paternal de Robert Owen la que conseguía la
sobreproductividad.
(Aunque las
cooperativas no sean el tema de este trabajo, mencionemos que de este mismo
problema tratan hoy los estudiosos y prácticos de las cooperativas: las que
triunfan suelen ir unidas a una personalidad concreta fundadora, sea cual sea su
papel formal en la cooperativa).
¿Por qué tuvo éxito
Owen en la empresa de Manchester, con 500 empleados, y en New Lanark, con casi
dos mil, y sin embargo fracasaron los experimentos que diseñó? Para
entenderlo, hemos de corregir lo que el propio Owen pensaba que estaba
ocurriendo. Owen entendía que New Lanark era la confirmación de que los
trabajadores, una vez eliminados los castigos y la falta de consideración
habituales en la empresa preindustrial, tenían ya –y tendrían en mucha mayor
medida después de una educación adecuada– capacidad para autogestionar una
empresa tan compleja como New Lanark o una comunidad como New Harmony. La
realidad es que las comunidades que fundó fracasaban cuando él mismo dejaba de estar al frente.
Su conocimiento de las técnicas de gestión, y su propio carisma ante los
trabajadores, eran un elemento fundamental del éxito de sus empresas, éxito
que él atribuía a los propios trabajadores moralmente mejorados. En 1826, los
colonos de New Harmony exigieron que el propio Robert Owen dirigiera
personalmente la comunidad, al menos durante el primer año, tal como se había
estipulado en las condiciones iniciales. Owen volvió, y las cosas parecieron
mejorar, al menos por un tiempo. Así, el 22 de marzo de ese año, un editorial
del New Harmony Gazette decía:
"Mientras hemos estado discutiendo ideas abstractas, hemos descuidado las
soluciones prácticas. Nuestras energías se han gastado en esfuerzos inútiles
... Pero con la infatigable atención del señor Owen, el orden y el sistema se
han introducido en todos los sectores de los negocios. En nuestras calles ya no
se ve gente ociosa charlando; todo el mundo está ocupado seriamente en el
oficio que ha elegido. Nuestras reuniones públicas, en lugar de ser el
escenario de disputas oratorias, son ahora reuniones de negocios" (Robert Dale Owen, pp. 285-289). Parece claro que los colonos de New
Harmony entendían bien la diferencia entre estar bajo la dirección técnica de
un reputado y carismático gestor, o estar bajo la dirección política de un
comité democrático profesionalmente incompetente.
Alfred Marshall, que
compartía con Owen y los socialistas utópicos, y con John Stuart Mill, el
convencimiento acerca de la superioridad moral de la cooperativa como forma de
organización, era consciente, en 1889, de que la "capacidad para los
negocios", más importante cuanto más crecía la complejidad de las
empresas en el mundo moderno, era lo que verdaderamente dificultaba la
generalización de las cooperativas.[21]
Resulta verdaderamente llamativo que Marshall, que jamás dirigió una empresa
grande ni pequeña, fuera plenamente consciente de la importancia de la dirección
profesional en los negocios; mientras que Robert Owen, que era uno de los
gestores más reputados y mejor pagados de la época, minusvalorase de tal
manera su propia tarea en la organización de la empresa y en la gestión de los
recursos humanos. Los economistas clásicos ingleses contemporáneos de Owen, en
cambio, entendía poco o nada de administración de empresas, y sólo se fijaban
en las propuestas comunistas de Owen frente a la atractiva e individualista visión de Adam Smith
(y, añadiremos, tan poco consciente de la Revolución Industrial que se está
iniciando precisamente alrededor de 1776, fecha de publicación de La Riqueza de las Naciones: la fábrica
de alfileres de que nos habla Smith tiene 10 o 12 empleados, no necesita
administración de personal distinta de la atenta supervisión directa del
capitalista o algún hombre de su confianza). David Ricardo, en 1819, critica, en una carta a un amigo, la idea de Owen de que
mediante la cooperación voluntaria se podía incrementar grandemente la
producción: "¿Puede una persona razonable creer, como Owen, que una
sociedad, tal como él la proyecta, pueda prosperar y producir más de lo que
hasta ahora ha sido producido por un número igual de hombres, si se encuentran
estimulados por el interés de la comunidad en lugar de serlo por su interés
privado? ¿No se alza la experiencia de las generaciones contra él?"[22] Podríamos contestarle que la triunfante
experiencia empresarial de Owen se alzaba contra la consideración de los
trabajadores como "hands", tanto como sus ideales humanitarios.
Otros
socialistas utópicos precursores de la administración de empresas
Ya he dicho al principio que no pretendo aquí hacer un repaso a la
historia del llamado "socialismo utópico", sino resaltar una faceta
que generalmente no entra en las historias socialistas, que es su carácter de
pioneros en el estudio de las relaciones laborales en la industria, un siglo
antes de que Taylor, Fayol o Elton Mayo. La
simpatía que sentimos hacia quienes, como los socialistas utópicos, se
preocuparon por el bienestar de la parte de la población más maltratada por la
revolución industrial; y la influencia de Marx y sus seguidores, que resaltaron
su ceguera ante el conflicto de intereses, o lucha de clases, dentro de la fábrica
y de la sociedad, han hecho que la faceta organizadora de los socialistas "utópicos",
a mi entender la que los hace más relevantes en la actualidad, pase
desapercibida cada vez que se les trata, con más o menos simpatía, desde el
punto de vista de su contribución a la formación de las ideas socialistas.
Robert Owen es una figura sin parangón en este campo. Podemos encontrar
otros autores que están preocupados por la eficiencia productiva cuando hablan
de cooperativas, pero caen más cerca de la locura visionaria, como Charles
Fourier (1772-1837), o del socialismo de estado, como Louis Blanc (1811-1882).
Lo que sí encontramos es la admiración por la capacidad organizativa de los
industriales. Owen no tenía que buscar fuera a esos industriales; curiosamente,
es él quien menosprecia su contribución a la sociedad. Nada menos que el
anarquista Pierre Joseph Proudhon (1809-65) que se opone a toda autoridad,
muestra un respeto considerable por la organización de la industria. Juzgue el
lector por este texto (sin pretender de ningún modo resumir en él la
escasamente coherente obra de Proudhon): "Es la organización industrial lo
que pondremos en lugar del gobierno... En lugar de leyes, pondremos contratos...
En lugar de poderes políticos, pondremos fuerzas económicas. En lugar de las
antiguas clases de nobles, burgueses y campesinos, o de hombres de negocios y
obreros, pondremos los títulos generales y los departamentos especiales de la
industria: Agricultura, Manufactura, Comercio, etc. En lugar de fuerza pública,
pondremos fuerza colectiva. En lugar de ejércitos permanentes, pondremos
asociaciones industriales. En lugar de policía, pondremos identidad de
intereses. En lugar de centralización política, pondremos centralización económica"
(Idée générale de la révolution [1851], citado en Ekelund y Hebert, p. 262.)
Pero es sin duda Saint-Simon quien más destaca en la defensa de la
"religión de la industria" y en ensalzar el papel de los industriales
y su capacidad de organización. Claude-Henri de Rouvroy, Conde de Saint-Simon
(1760-1825) puede ser considerado "utópico" con más propiedad que
"socialista". (Santos, 1997, pp. 51-54; Denis, 1970, pp. 295-301) La
sociedad que propone es jerárquica y
no igualitaria, y ello por la gran importancia que atribuye al "dirigente
industrial" como figura central del proceso de producción. El Catecismo
político de los industriales, así como otras obras de Saint-Simon,
explican siempre cómo deben proceder los industriales para que la clase
industrial ocupe el primer rango en la sociedad, porque es la más importante de
todas: "Los científicos,
artistas, e industriales y los grandes empresarios manufactureros son los individuos que poseen la
habilidad mayor, más diversificada y positivamente útil para conducir a los
hombres en el momento presente. Son los que deben ser depositarios del poder
administrativo". Los considera
los más capacitados, pues han dado pruebas de ello en sus propios negocios:
"Los industriales más importantes son entre todos los miembros de la
sociedad, aquellos que han dado pruebas de la mayor capacidad en administración
positiva, los éxitos que han obtenido en sus empresas particulares han
contrastado su capacidad en ello".
El entusiasmo saint-simoniano
por la gran industria, convertido por sus discípulos casi en una religión, se
convirtió en estímulo inspirador de grandes empresas bancarias e industriales.
El saint-simonismo atrajo a cierto número de discípulos de valía, algunos de
los cuales serán famosos hombres de negocios. El propio Enfantin, líder de la
secta saint-simoniana, se interesará por grandes empresas como el Canal de
Suez, en Egipto, y tendrá un papel activo en el desarrollo de los ferrocarriles
franceses. También inspiraron las Écoles politécnicas. Saint-Simon fue también el inspirador de los
primeros grandes empresarios industriales y financieros en España.
No pretendo
menospreciar el papel que han desempeñado los socialistas utópicos como
pioneros del socialismo, y su no escasa contribución, incluso como visionarios,
al progreso de la humanidad. Lo que he intentado es sacar a la luz su faceta de
organizadores de las unidades productivas, en cada uno de sus detalles. Su
apelación a la razón y a los buenos sentimientos de las clases pudientes les
alejó de los marxistas; el libro de Wilson precisamente cuenta cómo todo el
pensamiento socialista culmina en la Revolución bolchevique de 1917. Pero ese
alejamiento del radicalismo les hizo también no dejar para "después de la
revolución" los aspectos concretos de la organización de las unidades
productivas. Todos tienen en este terreno algún mérito; y la figura y la obra
de Robert Owen resulta ser mucho más relevante para entender las relaciones
laborales de hoy que la corriente marxista que los etiquetó como "utópicos"
desde el Manifiesto Comunista. Las
realizaciones concretas de Robert Owen no son nada utópicas, sino incluso
rentables, y señalan la vía por donde deben caminar los estudios sobre las
relaciones laborales: no por el voluntarismo, revolucionario o reformador, sino
por la aplicación práctica de métodos de gestión que a la vez aumenten la
productividad de la empresa y el bienestar de sus trabajadores.
PREFACIO
DE ROBERT OWEN AL TERCER
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que tuvo gran éxito y fue traducido a muchos idiomas. Texto completo disponible
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"Introduction" by V. A. C. Gatrell,
pp. 7-81. Traducción española:
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Barcelona: Hacer, 1982. La traducción del "Discurso" que se incluye
en este trabajo corrige en numerosas ocasiones a esta edición.
–––– (1920) The Life of Robert Owen, by Himself
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(Referida en el texto de este trabajo como Autobiografia).
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[1] Agradezco a Jose Luis Ramos sus comentarios a varios borradores de este texto.
[3] Véase Santos y Ramos (2000) para una revision moderna de los socialistas utópicos dentro de la historia del socialismo.
[13] Valdaliso y López (2000), que se ocupan más del papel de Owen en la promoción del gran sindicato birtánico en 1834 (p. 219) que de su experiencia como industrial, ponen a New Lannark bajo la etiqueta de “colonia utópica”, similar al falansterio de Fourier (p. 74), a mi entender erróneamente.
Cuadro nº
1.- Metodos aplicados en las fábricas
para disciplinar a los niños empleados, 1833
Métodos
de castigo |
Número de empresas que los utilizan |
Métodos
de premio |
Nº de empresas que los utilizan |
Despido Amenaza de despido Multas, deducciones del salario Castigo corporal Quejas a los padres Prohibición de abandonar la fábrica Atuendo distintivo degradante |
353 48 101 55 13 2 3 |
Amabilidad Promoción o salarios más elevados Recompensa o premio |
2 9 23 |
Total |
575 (de
609) |
|
34 (de
609) |
Fuente: Valdaliso y López (2000, p. 215), tomado de
Pollard (1987). También, Casado (1998, p. 56), tomado de J. Rule, Clase obrera e industrialización, 1990.
Figura
nº 1.- Dibujo del edificio
principal y el mecanismo de utilización de la fuerza motriz del agua, en New
Lanark.
Fuente: Website “The Falls of the Clyde, New Lanark
Mills. 18th Century water-powered Cotton Mills”, http://www.aboutscotland.com/water/clydenl.html.
––––––––––
TRADUCCIÓN DE LAS PALABRAS QUE APARECEN
DENTRO DEL DIBUJO
New Lanark
Fábrica Nº 1
(1789)
Elevation: Alzado
The cutaway shows....: El corte muestra como se transmite la energía desde la rueda movida por el agua hasta todas las plantas de la fábrica
Overshot Water wheel: Rueda
de agua con toma por la parte superior
Section: Sección
Mill Lade: Represa para toma de agua
Sluice Gate: Compuerta