"Contribuciones a la Economía"
es una revista académica mensual
con el Número Internacional Normalizado
de Publicaciones Seriadas ISSN 1696-8360
Alfonso
Galindo Lucas
Universidad de Cádiz
alfonso.galindo@uca.es
Para citar
este artículo en cualquier documento puede utilizar el siguiente formato: --------- Galindo Lucas, Alfonso (2001): "Valoración de empresas en la nueva economía" en Contribuciones a la economía de La Economía de Mercado, virtudes e inconvenientes http://www.eumed.net/cursecon/colaboraciones/index.htm consultado el (poner fecha de consulta). |
Resumen
La información, que hasta hace no mucho se consideró un factor
productivo, determinante en procesos tales como la valoración de carteras o de
la propia empresa, se convierte, al amparo de un paradigma teórico emergente,
en un recurso específico susceptible de ser capitalizado y, por tanto, digno de
ser valorado como parte de la empresa. La solución al problema de valoración
del conocimiento de entiende necesariamente aproximativa, debido a que este tipo
de activos está basado, en muchas ocasiones, en acuerdos informales. La
información puede ser estudiada como coste o como activo, o clasificarse, desde
el primer punto de vista, en función del origen, el grado de registro o el fenómeno
a que se refiere; como activo, puede dividirse en humano, organizativo, tecnológico
o relacional.
Palabras clave: Valoración
de empresas, información, conocimiento, intangibles, nueva economía.
La Nueva Economía es algo mucho más importante que la práctica del comercio electrónico, las tecnologías de la comunicación y los sistemas de información. En el ámbito académico, se están estudiando desde hace tiempo las organizaciones multilaterales y entes supranacionales, los procesos de integración económica y otros aspectos del capitalismo global que, en fechas más recientes han sido motivo de disturbios.
En el estricto dominio de la Economía de la Empresa, se han identificado los factores claves del éxito empresarial con activos inmateriales e intangibles relacionados con el conocimiento; relacionados, por tanto con la especificidad del trabajo intelectual e, indirectamente, con aspectos organizativos. Los factores productivos antagónicos, capital y trabajo, se confunden en forma de recursos productivos, en la medida en que los procesos productivos se alejan del tradicional diseño taylorista, basado en mano de obra no especializada. La visión específica de la Valoración de empresas en este contexto es la que, hasta el momento, no ha sido explicitada.
El precio observable en los mercados donde la empresa cotiza no se corresponde con la suma algebraica de los valores de los elementos que forman parte de dicha empresa. Esta diferencia se ha achacado, indistintamente y sin poder discernir la medida exacta de cada efecto, a la imperfección en los mercados de valores (especulación) y a la existencia de elementos, dentro de la empresa, no individualizables, provenientes del funcionamiento conjunto de todos los demás o de la interacción entre éstos y agentes o factores externos a la organizacición.
La especificidad del trabajo desempeñado por el personal de la empresa,
la creación de rutinas organizativas o un modo de trabajo o producción propios
de la organización, así como la existencia de contratos implícitos con los
suministradores de factor capital o trabajo o los agentes anteriores y
posteriores de la cadena de valor (proveedores y clientes), Administraciones públicas,
etc., todos ellos, son recursos basados en la información.
En el proceso de valoración de empresas se pueden
utilizar muchos modelos, dependiendo del sujeto que valora y la finalidad con
que lo hace. Sin entrar en discernir cuáles son las virtudes e inconvenientes
de cada uno de ellos, se acepta como más idóneos los basados en descuentos de
flujos económicos. Con independencia de modelo que se utilice, en todo proceso
de valoración, se necesitan fuentes de información lo más objetivas posibles
acerca de la empresa, a fin de comparar con un eventual precio de mercado el
valor que ésta pueda tener para cada sujeto decisor, ya sea en mercados
organizados o en la negociación privada. No es en la búsqueda y tratamiento de
dicha información donde entra en juego la situación o interés de cada agente
(comprador potencial o vendedor), sino en la posterior formulación de métodos
valorativos, donde se utilizará de un modo u otro las cantidades objetivamente
obtenidas. Así pues, antes de aplicar cualquier método de valoración hará
falta cuantificar una serie de circunstancias referentes a la empresa, unas más
cuantitativas que otras y muchas de ellas, además, en forma prospectiva. Sin el
trascendental proceso de cuantificación, cualquiera de las pretenciosas fórmulas
de valoración de empresas o de acciones no deja de ser una entelequia. Es más,
los métodos considerados teóricamente más adecuados son los que más padecen
la dificultad de estimar las variables de que constan. Para todos y cada uno de
los modelos formulados, sus detractores han objetado como principal
inconveniente la dificultad de concretar las estimaciones o las mediciones de
hechos cualitativos. La escasez de información es la principal causa de
la imperfección en los mercados y la consecuencia, a su vez, de imperfecciones
en los mercados en que se adquiere.
En los siguientes epígrafes se
pone de manifiesto algo que se encuentra reflejado en la Figura 1. La información
y sus consecuencias son a un mismo tiempo origen y destino de la valoración, input
y output, es decir, elementos que posibilitan el proceso de valoración
y que, a su vez, deben ser correctamente valorados. El primer aspecto conforma a
la información como un factor productivo, que se sumaría a los clásicos
capital y trabajo. “Las normas contables proponen que sean contabilizados como
gastos del ejercicio” (Salas, 2001, p. 8). El segundo aspecto, la información
como recurso productivo susceptible de valoración, es objeto de los más
novedosos estudios y muestra una complicación tal que aún no ha sido resuelta
de forma satisfactoria la obtención “de alguna medida directa del valor de
reposición de los intangibles...” (Ibídem., p. 8). A su vez, el cálculo que resulte de dicha resolución
es un dato que ha de utilizarse sucesivamente como input
de un nuevo proceso valorativo.
Una vez definida la información
como input (recurso) y output
(activo), procede una clasificación más exhaustiva, dentro del primer aspecto,
según el origen o fuente (interna o externa), según el nivel de registro
(contable o extracontable) y según el fenómeno a que se refiera. En el segundo
aspecto, los activos basados en la información se clasifican en el cuarto
apartado.
Para
realizar las estimaciones o comprobaciones que permitan poner en práctica los métodos
de valoración, se requieren datos que, en su forma más elaborada, se denominan
información. Su utilización facilita el cálculo del valor de la empresa en
dos niveles, según estén más o menos concretados numéricamente y exactamente
registrados.
Según
el fenómeno a que se refiera, se puede extender la clasificación de la
información en: Relativa al entorno jurídico, la competencia, la organización,
el producto, el proceso, etc. En cuanto al conocimiento de la situación
interna, por parte de los directivos, existe determinada bibliografía[1] referente a
los problemas derivados del crecimiento, de donde parece desprenderse que el
problema de escasez de información afecta de forma grave al denominado
“intorno” de la empresa.
Por su origen, esa
información suele ser clasificada en dos tipos, con características bien
diferenciadas. Aparte de esas fuentes de información, el agente que valora ha
obtenido necesariamente ‘conocimiento’ acerca de la forma en que la utilizará
y las fórmulas que aplicará.
Son
las que se obtienen directamente de la empresa objeto de la valoración,
formuladas por los miembros de ésta y elaborada a cargo de la entidad, con los
recursos de que dispone. Incluye la que se expresa oralmente o por escrito y, lógicamente,
suelen ser más accesibles a la persona que pone en venta la empresa o sus
acciones que al potencial comprador.
La principal ventaja
para éstos es el carácter confidencial o privilegiada que tiene dicha
información, en relación con aquellas disponibles para agentes externos. Para
éstos, el principal inconveniente que pueden tener las fuentes de tipo directo
es su subjetividad, debida a la parcialidad de quien la elabora.
El
análisis de las Cuentas Anuales es, de las fuentes internas, las que más se
utilizan, tanto por compradores como vendedores, exceptuando algunos casos de
inversores particulares en acciones, ante Ofertas Públicas de Venta. En
general, el carácter reglamentado de dichos documentos les confiere gran
objetividad y, sobre todo, una publicidad garantizada, aunque no exenta de
costes para interesados externos. Permiten, entre otras operaciones, el análisis
de la cuenta de deudores (solventes, insolventes, dudoso cobro, etc.) y la de
acreedores (inminentes, a corto plazo, preferentes, subordinados, etc.), la
consulta de los saldos y características de los depósitos mantenidos en bancos
y cajas de ahorro, para clasificarlos en función de su disponibilidad
inmediata.
El
proceso de negociación entre la empresa y un eventual comprador interesado en
el cálculo de su valor puede permitirle el acceso a las Cuentas Anuales, de
forma anticipada, es decir, antes de que sean depositadas en el Registro, así
como a los inventarios de existencias y otros documentos contables cuya
publicidad no es obligatoria. El Informe de gestión suele elaborarse
obligatoria y expresamente con vistas al depósitos de aquéllos documentos, por
lo que no suelen estar disponibles con demasiada antelación.
Las peritaciones de
seguros proporcionan información fiable, ya que es suministrada por expertos
profesionales. Se encuentran en poder exclusivo de la empresa en venta, aunque
en un proceso de negociación pueden darse a conocer a otros interesados.
De la misma forma,
se puede permitir la observación directa consiste en la realización de visitas
personales a las instalaciones para conocer las características físicas del
negocio, revisar información y completar datos.
La declaración de
bienes es una relación escrita de los elementos patrimoniales de la empresa,
firmada y sellada por su apoderado o propietario, que sirve como prueba
documental sobre la fincabilidad, la calificación de terrenos, los gravámenes,
el estado de conservación o el interés de terceros en esos bienes.
La
entrevista forma parte del proceso de negociación privada y suele ser
ineludible en la compraventa de empresas, incluso aquellas que se pueden
adquirir libremente en mercados organizados.
La
cartera de inversiones financieras de la empresa puede ser sometida a comprobación
cuantitativa, sin apenas costes, mediante la aplicación de cotizaciones
actuales (precio de liquidación), para aquellas empresas participadas o
emisoras de títulos que estén admitidas a cotización en los mercados bursátiles.
Este
tipo de información es suministrado por terceras personas no interesadas en la
transacción. Su utilidad es verificar la información obtenida antes por otros
medios. Tienen un coste explícito, habitualmente expresado en tarifas, y
superior, en general, al de las fuentes de información directas.
Los
Registros de la Propiedad acreditan la titularidad de los bienes inmuebles que
aparecen en balance e informan sobre las cargas o gravámenes que pesan sobre
ellos. Es conveniente la comprobación de la situación registral, incluso si se
ha accedido a las escrituras de propiedad, porque puede ocurrir que existan
anotaciones posteriores al otorgamiento de las mismas.
De
los datos que ofrece el Registro Mercantil se puede extraer información acerca
de los accionistas de la sociedad, su grado de concentración, la composición
del Consejo de Administración, el capital suscrito y desembolsado y la
identidad de los representantes y apoderados de la compañía, así como sus
estatutos. En estos últimos, pueden detectarse ciertas cláusulas que
restrinjan la transmisión total o parcial de la empresa. Esta posibilidad es
relevante en el caso de empresas privatizadas, aunque el tema de la “acción
de oro” permanece contencioso a la fecha de esta publicación. En el Registro
Mercantil se pueden obtener estados de años anteriores, a fin de comprobar la
veracidad de la evolución que los dueños actuales de la empresa hayan
manifestado mostrar en determinadas magnitudes (cuota de mercado, rentabilidad,
etc.).
También
se dispone de las relaciones de suspensiones de pagos y quiebra y del Servicio
Central de Información de Riesgos del Banco de España. Existen agencias
informativas que publican las demandas judiciales presentadas en los juzgados.
El Registro de Aceptaciones Impagadas es un servicio de carácter confidencial
para uso exclusivo de la banca, cuya finalidad es ofrecer una relación de los
librados que no atienden a su vencimiento los efectos aceptados. En ciertas
ocasiones, se puede conseguir de las entidades bancarias informes relevantes
para la valoración
Una
de las fuentes más costosas es la obtenida de los exhaustivos informes
exhaustivos de auditoría externa, pero en determinadas operaciones (salida a
bolsa, fusiones, etc.) es obligatoria su realización.
Por
último, existe la posibilidad de acudir a los estudios publicados por
organismos tales como la Comisión Nacional del Mercado de Valores o las
distintas Bolsas o consultar: Boletines de Estudios Económicos de
Universidades, Boletín Estadísticos del Banco de España, Business Week,
Instituto Nacional de Estadística, etc.
|
Ventajas
|
Inconvenientes
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Directas o internas
|
Privilegiada
Inmediata
Barata |
Subjetiva
Accesible sólo al vendedor |
Indirectas o externas |
Objetiva
Accesible a todos |
Concurrida
Retardada
Cara |
Actualmente, los
avances experimentados en las Tecnologías de la Información suponen un ahorro
en tiempo y coste, lo cual reduce los principales inconvenientes de las fuentes
indirectas y las hace más idóneas para la valoración de empresas, por parte
de los adquirentes, dada su objetividad. Las nuevas tecnologías no han
favorecido tanto el contenido y la calidad de la información como el acceso a
las mismas, sin embargo, ha aumentado el número de emisores de información
indirecta.
Hay
infinidad de empresas que venden informes comerciales y financieros en línea
sobre otras empresas, por ejemplo Control de Riesgos Financieros (www.crf.es),
Dealing World, S.A. (www.dealingw.es)
y Cinco Días (w3.infotel.es/5dias).
Tanto
el Registro Mercantil como el de la Propiedad ofrecen sus servicios en tiempo
real con sólo teclear www.registradores.org
.
La
web de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (www.cnmv.es)
permite la consulta gratuita por entidad de todas y cada una de las compañías
admitidas a cotización. Muestra sus datos, la información económica y
financiera (informes de auditoría y cuentas anuales), folletos de emisión y
oferta pública de venta, hechos relevantes, etc. Con similares características,
tenemos la web de la Bolsa de Madrid (www.bolsamadrid.es).
Los
llamados portales financieros constituyen otro nuevo tipo de oferentes de
información veraz, instantánea y muy barata, al alcance de los pequeños
inversores. Contienen noticias, cotizaciones en línea, servicios de seguimiento
a empresas, etc. Dos ejemplos son Invertia (www.invertia.com),
perteneciente a Terra Networks, e Infobolsa (www.infobolsa.es),
creado por la Bolsa de Madrid.
La
información obtenida de fuentes directas también se ha abaratado para el
vendedor y su proceso de elaboración, en general, tiende a reducirse. En último
término, este abaratamiento y prontitud termina beneficiando al comprador, en
aquellos casos en que tenga la posibilidad de acceder a ellas.
Figura
3.
Efecto de las nuevas tecnologías en las fuentes de información directas e
indirectas
El trabajo intelectual fue identificado como
principal recurso productivo de la “sociedad del conocimiento” en Drucker
(1989, p. 263 y ss.) y parece configurarse como un tipo de recurso distinto de
los factores trabajo y capital. El factor trabajo, tal y como se le conoce en la
Teoría Económica Clásica, no es activable; por el contrario, el conocimiento
es asimilado al capital, porque los beneficios que reportan a la empresa no
cesan con la salida de la producción que incorpora ese factor. El conocimiento,
como recurso basado en la información, es actualmente capitalizado y amortizado
en varios ejercicios económicos. Especialmente paradigmático es aquel que se
contiene en los denominados “Sistemas Expertos”, que consisten en dotar a
una máquina cibernética de datos y algoritmos que le permiten, mediante
“redes neuronales” u otros mecanismos, dar respuesta a realidades
contingentes, casos concretos. Las nuevas
tecnologías, en lo tocante a Sistemas Expertos, pueden permitir que se
materialice el conocimiento más allá de su original poseedor, de forma
intemporal y más fácilmente apropiable, almacenable y mejorable.
Figura
4. La gestión del conocimiento en la empresa
En estas tres etapas de elaboración del conocimiento inciden tanto el
esfuerzo inversor de la empresa su gestión expresa, así como el celo y
aptitudes del empleado, a quien se le puede atribuir una inversión de tiempo o
salud a favor de la empresa. En todo momento, está presente la posibilidad de
recurrir al mercado en la obtención o procesamiento de datos o de información,
la publicidad, la formación profesional, el reclutamiento de aptitudes ya
formadas, mediante la incorporación de nuevos empleados, contratas o servicios
externos. Desde un punto de vista racional, la inversión en gestión del
conocimiento abarcará aquellos aspectos en que la empresa pueda ser más
eficiente que el mercado, es decir aquellas cuya imputación anual a costes sea
menores que los gastos de obtención y contratación externa.
En relación con el tema de la apropiación del conocimiento, se presenta
una razón de peso para no activar los posibles intangibles: “Si estamos
hablando de conocimiento del que son portadoras las personas,... el conocimiento
es un activo de los trabajadores y no... de la empresa” (Salas, 2001, p. 11).
Como quiera que la corriente neoliberal imperante no termine por hacer
obligatoria para el trabajador la relación de dependencia laboral, podemos
seguir proclamando que no existe esclavitud. Eso es un argumento a favor de la
prudencia valorativa, para una empresa determinada; sin embargo, en términos
agregados, el trabajador siempre estará en la “economía del conocimiento”.
No es menos cierto que su conocimiento valdrá menos fuera que dentro de su
empresa original y, debido a su falta de especificidad, pasaría de ser un
recurso a un factor, pero siempre es defendible que la experiencia que el
trabajador ha adquirido en una empresa concreta le hará fácilmente aprensible
el funcionamiento de otra. Por la primera razón, se puede estimar bastante
reducida la probabilidad de que el trabajador de conocimiento abandone la
empresa y debido a la segunda, que la empresa deje escapara fácilmente a un
empleado antiguo que haya recorrido un cierto itinerario promocional. Por lo
tanto, valorar los intangibles en términos de probabilidad no sólo no implica
actuar al margen del Derecho laboral, sino que obedece a una situación real
aplicable a aquellos servicios que dentro de la empresa se prestan con carácter
personalísimos. La fidelidad del empleado, como la del cliente, constituye,
desde este punto de vista, un contrato tácito o implícito.
El conocimiento, como recurso específico, reutilizable en la empresa, a
diferencia del trabajo no especializado, puede ser acumulado, al igual que el
capital. Al menos en cierta medida, el capital intelectual se autofinancia cíclicamente,
ya que del conocimiento producido no todo se incorpora al producto o servicio
que se vende, sino que se reutiliza en gran medida para el incremento de los
beneficios futuros, es decir, se reinvierte.
Los
aspectos cualitativos de la economía son, paradójicamente, los más
importantes cuantitativamente, es decir, aquellas magnitudes económicas (los
servicios) que son menos cuantificables en unidades físicas, suponen un
montante mucho mayor en unidades monetarias. En la mayoría de los casos, la
valoración económica de servicios prestados es efectuable por mecanismos de
mercado y, por ende, contabilizable. Sin embargo, hay servicios que quedan fuera
de mercado, como los que puede prestar el personal o el inmovilizado
exclusivamente en una empresa y no en otras. En cada proceso productivo existen
elementos difíciles de cuantificar, tanto en unidades físicas, como
monetarias, derivados de la existencia de contratos o de un diseño determinado
del trabajo conjunto. Esos elementos son generalmente inversiones en bienes
inmateriales basados en el conocimiento, pero su efecto en los resultados y en
la cotización de una empresa hace sospechar que su valor es muy superior a la
fracción contabilizada.
Como
hemos visto, la contabilidad parece ser la fuente de información más
inmediata para valorar el montante de recursos económicos y financieros con que
cuenta una empresa. Sin embargo, conforme ésta evoluciona va adquiriendo o
creando elementos de naturaleza material e inmaterial y los registra según
determinados principios, que se ven desbordados por las denominadas competencias
distintivas y otras circunstancias cualitativas, como la existencia de
sinergias, la reputación, etc.
Las limitaciones que más se han achacado al procedimiento contable
vienen precisamente de los criterios o normas de valoración. Por ejemplo, la
contabilización de inmovilizados a costes históricos, sin posibilidad de
revalorizaciones, o determinados métodos de amortización o de registro de
existencias pueden infravalorar los activos, de la misma forma que el posible
exceso de provisión debido al principio asimétrico denominado de prudencia
valorativa. Las posibles revalorizaciones que hubiera lugar contabilizar, de no
atender a dicho principio, serían calculadas por la diferencia entre el valor
de mercado de los activos y el valor neto registrado y reflejarían una percepción
excesivamente pesimista, por parte de su propietario actual, de las
posibilidades de rendimiento de dichos elementos. Dicho de otra forma, el
mercado descuenta al momento actual los beneficios esperados de su utilización
y constituye un montante superior al contable.
El fundamento de aquellas capacidades específicas de la empresa viene
dado por su capital intelectual, que es un conjunto o sistema de inversiones en
su mayor parte intangible. Su naturaleza es similar al inmovilizado inmaterial,
pero más amplia y de mayor magnitud.
La importancia de la parte extracontable
puede explicar por qué los mercados de capitales inicialmente diseñados para
PYME se han ido convirtiendo en mercados tecnológicos (NASDAQ, EASDAQ, EURO.NM):
La admisión de empresas cuyo activo contable es pequeño o mediano, pero que se
abre paso en sectores de alta tecnología, asumiendo el riesgo característico a
su tamaño, supone el reconocimiento de unos recursos que van incorporándose al
activo inmaterial, en forma de aplicaciones informáticas o propiedad industrial
e incrementando el tamaño de la empresa, pero que, en parte, siguen siendo
intangibles.
En cualquier caso, las limitaciones teóricas de la contabilidad no
vienen dadas por un descuido o un planteamiento equivocado, sino por la
dificultad de valoración de los intangibles. "La incertidumbre sobre sus
rendimientos [y] su explotación... conjunta" dificultan su tasación[2].
Por este motivo, "buena parte de su valor económico está condicionada a
la continuidad de la relación empresarial de que forman parte. [Como
consecuencia] el valor de liquidación o transferencia es muy bajo"[3]
y la contabilidad asume la prudencia de provisionar los activos según el precio
de mercado. Esas sinergias derivadas del diseño del trabajo conjunto es uno de
los argumentos más acertados en contra de la disolución de las compañías y a
favor de una mayor implicación de los acreedores en su gestión[4].
Por otra parte, sucede que los usuarios de la contabilidad son múltiples y la
información sobre intangibles puede hacerlos más imitables por su mera
incorporación a las Cuentas Anuales.
A
resultas de los dos apartados anteriores, el denominado “capital
intelectual” está formado, por una parte, del saber y la experiencia de los
empleados y, por otra, de determinados hechos cualitativos, siempre basados en
la información y el conocimiento. Los activos derivados de la información,
entendidos como elementos capaces de generar rentas, tienen carácter inmaterial
o naturaleza “intangible”. No se trata de objetos, como maquinaria e
instalaciones, ni derechos, como concesiones administrativas o los saldos de
deudores, sino de promesas, expectativas o probabilidades de beneficios futuros.
Tanto los intangibles debidos a empleados como a directivos representan una
parte de su conocimiento que, por su carácter específico en relación con la
empresa, les a sido ‘expropiado’ por ésta, quien se verá en disposición
de activarlo, en alguno de los siguientes conceptos:
Del concepto genérico de factor productivo, que prácticamente sólo es
aplicable al capital, surgió en la Economía la necesidad de designar
"recursos" que se caracterizan por ser específicos de una empresa, es
decir, por tener más valor dentro que fuera de ésta. "Entre los factores
económicos que se han considerado tradicionalmente como fundamentales no se
encuentra la información. Sin embargo, paulatinamente, se la va reconociendo
como recurso, cuyo tratamiento correcto adquiere cada vez mayor importancia".[5]
La información ha sido el argumento empleado "para comprender mejor la
idea de activos intangibles"[6],
ya que en la evolución datos/información/conocimiento, desde fuera de la
empresa, éste último se constituye como un activo específico, dentro de la
misma. “En la medida en que los conocimientos generan rentas... son... activos
de la empresa” (Salas, 2001, p. 4).
Tratar de cuantificar, aun de forma aproximada, el incremento de valor
que en una empresa representa el factor información se configura como resultado
de un exhaustivo análisis de diseños organizativos, gestión de recursos
humanos, reputación en acuerdos de cooperación o entre los llamados
"agentes frontera" (clientes, proveedores, empleados,
Administraciones, etc.). En cualquier caso, los métodos de valoración
considerados teóricamente más idóneos son los basados en estimaciones de las
rentas futuras debidas a dichos activos. En su aplicación aparece, en primer
lugar, el problema de la separabilidad, puesto que si el beneficio de la empresa
es debido al diseño del proceso productivo y a la existencia de economías
conjutas, ¿qué parte del beneficio generado corresponderá, por ejemplo, a la
reputación de la empresa?¿Con qué realidad concreta se corresponden los
conceptos de reputación o fidelidad, solvencia personal, etc.?[7]
El segundo problema es el de la cuantificación, que a continuación se comenta.
En
la valoración de activos y empresas, los modelos de cálculo más sencillos,
basados en masas patrimoniales, son considerados también los más incorrectos,
por no considerar como activos los intangibles. Los modelos basados en el valor
actual de flujos futuros de renta son más idóneos, desde el punto de vista teórico,
aunque son también los menos exactos, pues dependen de la estimación, en términos
probabilísticos de dichas corrientes, así como de la tasa de descuento para
cada periodo.
Por
la intangibilidad de los servicios que el conocimiento ha de prestar a la
empresa, la problemática de su cuantificación puede deducirse de la estimación
de incrementos de renta derivados de la utilización de ese factor. Como se ha dicho, subsiste la
controversia sobre la separabilidad real de tales elementos, así que la única
alternativa es intentar evaluar, de una forma externa, el conjunto de activos
intangibles, bajo la denominación decimonónica de “fondo de comercio”[8].
Para ello, se utiliza a veces la diferencia entre el valor teórico de la
empresa y su capitalización bursátil, en caso de que sus acciones estén
admitidas a cotización en mercados organizados. En cualquiera de los casos, la
valoración es ambigua y se pueden alegar distintos problemas de medición. En
principio, para todos los activos, incluidos los tangibles, se puede defender
cierta relación numérica entre su valor de reposición y el resultado de la
siguiente estimación:
Para las estimaciones globales de intangibles, las cantidades están
siempre basadas en fenómenos de mercados. Normalmente, los mercados de
capitales son imperfectos y muy inestables y es muy difícil estimar las
cotizaciones de un día para otro. En caso de no existir cotización oficial, el
valor es aún más volátil, pues en las negociaciones entre dos partes influyen
factores más relacionados con el azar que con el valor del negocio, como son
las dotes negociadoras en una operación determinada. Resolver la otra parte de
la identidad tampoco es fácil, ya que no existen elementos cuantificables que
permitan estimar qué parte de los rendimientos futuros serán un incremento
debido a la inversión en conocimiento.
Por otra parte, el cálculo del valor de dichas partidas supone un coste
y una incertidumbre adicionales, que de alguna forma, también deben ser
registrados, deducidos del valor estimado para el intangible. El coste de la
información abarca su obtención, tratamiento, difusión, aprendizaje,
reciclaje, etc., teniendo en cuenta el tiempo requerido para ello. Por eso, los
incrementos de beneficio obtenidos con su aplicación llevan el coste de
oportunidad K, por unidad de tiempo.
En
cuanto a la aleatoriedad de las previsiones, se puede recoger definiendo los
rendimientos y costes futuros en términos probabilísticos. Los ingresos
previstos se definirían mediante una regresión con variables cuantificables
(patentes conseguidas, premios recibidos, contratos firmados, etc.) de índole
positiva y los costes, en función de otros factores (gastos en I+D o en formación,
coste administrativo, etc.):
Hace
unas décadas, un físico llamado Werner Heisenberg (1978) formuló el
denominado “principio de incertidumbre” que venía a decir, a grandes
rasgos, que no es posible medir de forma exacta la posición de una partícula
subatómica, porque para hacerlo, había que localizarlo con un haz de luz que
le comunicaría un incremento de energía suficiente para hacer variar su órbita,
de manera que la posición inicial sólo era estimable en términos de
probabilidad. El asunto era más complicado y afectaba también a su masa y a su
carga, pero la idea principal es extrapolable a las Ciencias Sociales.
Concretamente,
en el fundamental problema económico del valor, la información desempeña, con
respecto al activo, la misma función que los fotones al electrón. Aquélla
siempre ha sido empleada con la finalidad de reducir el componente aleatorio,
“ε” en la tasación o valoración de empresas. Dado que esa información
suponía un coste, minoraba el valor de aquello cuyo valor precisaba; es decir,
existía una función por la cual, al reducirse la variabilidad de la estimación,
se menguaba también la media de ésta. En el supuesto de racionalidad, los dueños
de la empresa o su adquirente potencial, dejarían de usar información cuando
su coste no suponga una disminución significativa en la aleatoriedad de la
estimación y sí una notable merma de valor.
Valorar
el conocimiento no es como valorar otros bienes La realización de contratos
implícitos, el seguimiento de su grado de cumplimiento, el diagnóstico de su
éxito, etc., implica necesariamente incurrir en costes de información y en
estudios o adquisición de experiencia potencialmente activables. Por tanto, la
valoración del capital intelectual padece el mismo problema que la de cualquier
otro elemento y además, ahora la información utilizada no constituye netamente
un coste que deteriore el valor medido, sino que puede suponer una inversión
que se sume al importe de lo que se está valorando, en caso de que sea
susceptible de ser utilizada en posteriores procesos valorativos. Por otra
parte, la utilización de información también puede consistir en el uso y
consiguiente depreciación de un activo intangible, distinto de aquel que se está
valorando. En definitiva, la variable medible, a efectos de su valoración, es
función de la que se utiliza para medirla. Para reducir el término “ε”
se podrá ver incrementado tanto el término de los costes, que aparece restando
en el segundo miembro, como el valor que se pretende estimar, en el primer
miembro de la igualdad.
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v Martín Marín, José Luís y Trujillo Ponce, Antonio (2000): “Manual de valoración de empresas”. 1ª ed. Ariel Económica. Barcelona.
v Real Decreto 1643/1990, de 20 de diciembre, por el que se aprueba el Plan General de Contabilidad (B.O.E. nº 310. de 27 de diciembre).
v Real Decreto Legislativo 1564/1989, de 22 de diciembre, por el que se aprueba el texto refundido de la Ley de Sociedades Anónimas.
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v Selva Domínguez, Manuel J. (1993): “Reflexiones sobre la problemática económico-financiera de la dirección ante la gestión de la información”. Revista Europea de Dirección y Economía de la Empresa, Vol. 2, nº 2.
[1] Ver por ejemplo, CINCO
DÍAS (1995): Gestión de desarrollo en
la pequeña y mediana empresa (I). Biblioteca Cinco Días. Ediciones
Pirámide. Páginas 11 a 21.
[2]
Salas
Fumás, Vicente (1996): Economía y
gestión de los activos intangibles. Economía Industrial, nº 307. Página
19.
[3]
Ibídem.
[4]
Salas
Fumás, Vicente (1993): Factores de
competitividad empresarial. Consideraciones generales. Papeles de Economía
Española, nº 56.
[5]
Selva Domínguez, Manuel J. (1993): Reflexiones
sobre la problemática económico-financiera de la dirección ante la gestión
de la información. Revista Europea de Dirección y Economía de la
Empresa, Vol. 2, nº 2, página 107.
[6]
Itami, H. (1991): Mobilizing Invisible Assets. Harvard University Press. Cambridge
y Londres. Pág. 18.
[7] Sobre la cuantificación de la “reputación” y la utilización de modelos productivos con economías conjuntas, ver Galindo Lucas, A. (2001): “Revelaciones del estudio de las variables de diseño de incentivos”. Alta Dirección, nº 219. Sptiembre-Octubre 2001.
[8] Este concepto obedece, en realidad, a un fenómeno de formación de precios, más que a un proceso estimativo de valoración, dado que sólo es contabilizable el sobrevalor que se produzca en la transmisión de empresas o negocios o partes escindidas de éstos, así como en diferencias positivas de consolidación.