"Contribuciones a la Economía" es una revista
académica con el
Número Internacional Normalizado
de Publicaciones Seriadas
ISSN 16968360
(de lo groseras que son, a pesar de las apariencias, las mentiras en las que se sustenta la hegemonía ideológica del capital)
Alfredo Apilanez
aapilanez@yahoo.com
A Manuel Sacristán Luzón, vivo.
“El marxismo es un humanismo. Lo que le separa de cualquier
otro -y principalmente del humanismo abstracto individualista- es la tesis de
que la persona y su libertad son entidades necesitadas no de conservación, sino
de conquista”
- El engranaje de la dominación ideológica: Recorrido desde la fuerza legitimadora más “oblicua” de la hegemonía capitalista (economía pura) hasta las influencias más deletéreas para la lucha ideológica por la hegemonía revolucionaria: el asistencialismo desmovilizador de papá Estado (y de toda la cohorte de “monjitas” caritativas que representan las ONGs) y todo el apoyo, cada vez más fascista, de la farsa parlamentaria al capital corporativo, sobretodo al especulativo.
- Estudio de la correspondencia entre el
abandono de las actividades productivas del capitalismo actual (especulación
salvaje, terciarización) con la progresiva “huida” hacia la cosificación
abstracta de la conducta humana en la llamada “Ciencia” Económica.
Para citar este artículo puede utilizar el
siguiente formato: “Vamos a contar mentiras.....”
Apilanez, A.: "La superestructura del imperialismo: el mecanismo ideológico de dominación" en Contribuciones a la Economía,
octubre 2003 en http://www.eumed.net/ce/2003-b.htm
“El sistema capitalista produce mercancías, tecnología y servicios no para
satisfacer necesidades humanas en abstracto, como postula la teoría neoclásica y
funcionalista, sino para elevar al máximo la acumulación de capital y la
rentabilidad general del sistema”.
Los cándidos estudiantes que se acercan
intimidados a cualquier facultad de economía (¡ojo¡, no de la pomposamente
llamada administración y dirección de empresas, que sólo es un batiburrillo de
técnicas estadístico-financieras de gestión capitalista) se ven obligados a
digerir el cuento de hadas de la escolástica económica. Y para ello tienen que
“borrar” todo su conocimiento de la realidad y creer en unos mandamientos
religioso-matemáticos que ignoran todos los aspectos decisivos de la vida en
este “valle de lágrimas”, léase la propiedad privada, el Estado, la explotación
laboral o los oligopolios.
Estos jovencitos embaucados ven desfilar monótonamente, cual dogmas de fe, supuestos, ecuaciones y gráficos que conducen a quimeras llenas de equilibrio y armonía, mientras en derredor la vida es explotación y sufrimiento.
En ese limbo matemático de la micro y la macroeconomía no hay un “gramo” de verdad. La totalidad social no se puede trocear y esa “mutilación” humana que supone la especialización en las ciencias sociales sólo produce compartimientos estancos artificiales (economía, psicología, sociología, pedagogía y todas sus combinaciones) y la renuncia total de esas disciplinas a su “núcleo” gnoseológico: el estudio de la vida humana por una ciencia social única, que integre dialécticamente los diversos y, por otro lado irreductibles, aspectos de la existencia.
Por tanto son disciplinas mentirosas que dan una visión desenfocada y alienada de su objeto, precisamente para impedir su conocimiento racional. Así, el supuesto formalismo lógico-matemático de los “castillos en el aire” de los “ecónomos” implica el total desprecio de la condición humana, para la que la existencia es un “fin en sí mismo”.
En los clásicos términos del maestro Spinoza, la primera exigencia “ontológica” humana es la necesidad de “preservarse”, pero la preservación humana no es individual; es en última instancia, social, ya que el hombre se preserva mediante el trabajo, y esa relación con la naturaleza “exige” la cooperación y no la competición.
Vemos así reducida groseramente la condición humana a ese idiota ( en sentido clásico: aquel que sólo piensa en sí mismo) llamado “homo oeconomicus”, cuya existencia gira alrededor únicamente de la maximización de su patrimonio, quedando la conducta humana racional enajenada por su “equivalente universal”: el dinero.
Más de doscientos años después, la organización de la vida humana sigue violando el imperativo práctico kantiano ( obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca meramente como un medio) quedando pues irremisiblemente mutilada, ya que entre “mí mismo” y la sociedad se yergue una barrera infranqueable, una “conditio sine qua non” que corrompe todo lo que toca: la mercancía capitalista y la “prostitución asalariada”, a las que se refiere magistralmente Marx en estudio del “fetichismo” mercantil.
Es improbable que algún estudiante pare mientes en que esos “juegos malabares pseudociéntificos” con juguetes tan inocentes como ecuaciones y derivadas, resultan precisamente de la necesidad de ocultar la miseria moral de una disciplina cuya función esencial es negarse a sí misma y abdicar de su “código deontológico” como ciencia de conocer la realidad y no ocultarla.
Sin embargo, ¿qué ocurriría si algún pupilo atrevido osara preguntar al preboste académico de turno por qué unas pocas megacorporaciones dominan el mundo, o por el bombardeo publicitario creador masivo de pseudonecesidades, o por la miseria y las guerras que cada día ve en los informativos? El sesudo catedrático miraría para otro lado diciendo con la cabeza gacha: “mi adorada microeconomía no me dice nada sobre todo ello, de eso que se ocupen los políticos que son quienes tienen que enlodarse con las “impurezas” sociales que no van a alterar mis curvas y mis ecuaciones”.
Y para colmo, este puré metafísico aparece “escindido” entre dos mónadas incomunicadas: doña Micro y doña Macro (su hermanita mayor), que pretenden, mediante malabarismos de gráficos, multiplicadores y cálculo diferencial, llegar a equilibrios maximizadores en los que todo el edificio social está en armonía y cada factor productivo recibe su contribución al “nebuloso” producto marginal (la señora micro considera el salario como el “valor del producto marginal” del trabajo, que en roman paladino significa que el asalariado recibe lo que aporta y, por tanto, que no se queje ni se sienta explotado porque en esta fantasía perversa, todo es justicia y armonía).
Por el camino quedan los cadáveres de las matemáticas y la estadística, maltratadas para obligarles a decir (mediante supuestos previos absurdos y metafísicos) lo que esas ecuaciones no pueden decir porque la realidad humana es dialéctica, y los que pretenden “poner puertas al campo”, dividiendo en dos la totalidad social, como si lo individual-micro pudiera separarse de lo social-macro con un tajo de machete, son ideólogos reaccionarios y no científicos.
Éstos agentes de la hegemonía capitalista, sin
saber una palabra de filosofía de la ciencia, se atreven a definir la conducta
humana “racional”, esa que curiosamente coincide con la maximización de la
utilidad, léase, el bolsillo del soberano consumidor.
Así, esta reducción cruel de la vida humana al cálculo económico opera un efecto
devastador sobre la conciencia revolucionaria, ya que las “reglas del juego”
económico no entran en la discusión “científica”, para transmitir la
imposibilidad de construir alternativas racionales al dominio del capital.
La operación consiste en segregar cualquier referencia política, dando por supuestas las relaciones de producción actuales como si fueran las únicas posibles.
Ahí reside la brutalidad de esta pseudociencia; no en lo que afirma, sino en las inmensas posibilidades de verdadero desarrollo humano que niega mediante esa grosera reducción de la vida humana a una carrera de acumulación de riquezas.
La cúspide ideológica de la superestructura actual se oculta pues, detrás de estos productores de modelos formalistas, legitimadores máximos de la alienación humana.
Así es como, una vez instalados en las alturas siderales de los modelos matemáticos, de los mercados de futuros y demás delirios especulativos, cualquier parecido con la economía real se esfuma, y aparece un idílico paisaje lleno de equilibrio y armonía en el que la miseria, la explotación o el Estado simplemente no existen. Uno está viendo una obra de teatro en la que nunca se levanta el telón y sólo se ven, como en la caverna platónica, las sombras engañosas de los actores, ¿o quizás ni eso siquiera?
La única manera de ignorar los hechos que tienen es, como ya quedó dicho, manipular ad hoc sus ecuaciones para huir de una realidad que se quiere ocultar.
En un mundo en el que las corporaciones cada vez son más gigantescas y los mercados más monopolizados, en el que la publicidad se convierte en una fábrica de necesidades absurdas, el “oráculo” de la teoría económica sueña con un consumidor aislado, un Robinson soberano que con su ordenación de preferencias determinará la demanda del producto sin dejarse influir por nadie más que su libre albedrío (léase su bolsillo, que es lo único que interesa a la señorita Microeconomía).
También hablará de libre competencia, de mercados con infinitos productores y vendedores con total libertad de entrada y salida, del conocimiento perfecto que todos los agentes económicos tienen de los mercados (como sino fuera clave para cualquier empresa la ventaja competitiva que supone ocultar la máxima información posible sobre precios y costes de producción a sus rivales, eso por no hablar de la publicidad, que mediante su influencia sobre nuestro consumidor soberano derriba, desde los cimientos, todo el castillo de naipes de ecuaciones y derivadas).
Para no ser prolijos y reiterativos, ejemplifiquemos lo anterior con las dos piezas maestras del engranaje metafísico-especulativo de la llamada (con ridícula solemnidad) teoría de la conducta del consumidor (el que no lo sea no existe para la señora economía): el consumidor soberano y los mercados competitivos, con los que comienzan todos los sesudos manuales de economía ortodoxa. Y digamos a todos los incautos estudiantes que se acerquen a las ilustres facultades de economía con un poco de curiosidad intelectual, que los supuestos de estos modelos matemáticos sirven para ocultar el proceso económico real, es decir, la explotación creciente del llamado factor trabajo, la destrucción de los ecosistemas, los grandes oligopolios y las espeluznantes desigualdades que la intensificación de la acumulación de capital deja a su paso.
Se trata de abandonar cualquier elemento político de la teoría económica (haciendo todo tipo de malabarismos con equilibrios, maximizaciones, mercados libres y demás entelequias metafísicas) encerrándola así en el limbo de la teoría pura, de la física o las matemáticas y convirtiéndola así en la pseudociencia ideológica y mistificadora que conocemos.
Sin embargo, precisamente por tratar de ocultar su carácter ideológico reaccionario y legitimador de la barbarie, se vuelve la disciplina más ideológica posible, al tratar de introducir en una probeta de laboratorio los procesos económicos para extraerles toda su “materialidad” objetiva, ignorando las relaciones sociales de explotación a que dan lugar.
Porque hay que decir bien claro que la economía es política, y que, a pesar de toda esta avalancha de modelos ideales que bullen a millones de años-luz de nosotros, la realidad es tozuda y muestra a las claras el dominio aplastante de las corporaciones en la economía mundial, eso sí, aliadas con el Estado burgués que, una vez más, contra todos los ideólogos que lo sitúan como un agente imparcial en la vida económica, sirve de correa de transmisión de los intereses del gran capital.
Estos enanos intelectuales sin escrúpulos morales, que nunca muerden la mano que les da de comer, son esbirros fieles de las corporaciones, y nunca ofrecen resistencia al dominio del capital monopólico cuyo objetivo estratégico actual es una vuelta de tuerca de la “fuente” de la que mana su poder: el expolio de tiempo humano de trabajo, y su concreción en la política: el fascismo.
El capital necesita “mano dura” para agostar la
rebeldía popular ante la sobreexplotación creciente. De eso se encargan la
policía y los ejércitos imperiales.
Pero también es necesario un envoltorio suavizador para velar la barbarie y aquí
es donde intervienen prestas la función asistencial del estado (que en realidad
es un desmantelamiento mediante subcontratación de las tareas más “gravosas”
para el capital y de las pocas caridades públicas que quedaban de la entelequia
reformista del Estado del bienestar: seguro de paro, sanidad, educación,
pensiones...) y también la ya reiterada apología capitalista de los teólogos de
la economía que desde su limbo de equilibrios y mercados perfectos, lanza su
manto mistificador sobre la razón humana. Pero como decía Flaubert: “sólo
consiguen hacer bailar a los osos cuando pretenden conmover a las estrellas”.
Las “fábricas” de alienación: el Estado, los intelectuales y el sector
improductivo del marketing y los servicios.
“el hecho más impresionante de la economía mundial es la dominación por las empresas euro-estadounidenses: un 79% de las 500 mayores multinacionales están ubicadas en EE.UU o Europa Occidental. Si incluimos a Japón, la cifra aumenta a un 91%. En otras palabras, más de un 90% de las mayores empresas que dominan la economía mundial están en EE.UU., Europa y Japón.
Entre los imperios en competencia, EE.UU. es el poder dominante. Un 48% (239) de las 500 firmas mayores son estadounidenses, comparadas con un 31% (154) de Europa Occidental y sólo un 11% (64) de Japón. Las naciones del Tercer Mundo, de Asia, África y América Latina, tienen sólo un 4% (22) de las mayores corporaciones y la mayor parte de éstas han sido adquiridas por multinacionales euro-estadounidenses. Si examinamos las mayores de estas grandes empresas, la concentración de fuerza financiera es aún más unilateral: las 5 firmas que encabezan la lista son todas estadounidenses: 8 de las 10 mayores son estadounidenses y 64% (16) de las 25 mayores son también estadounidenses, seguidas por 28% (7) que son europeas y 8% (2) japonesas. En otras palabras, en la cúspide del poder global las CMNs [Compañías Multinacionales] estadounidenses-europeas prácticamente no tienen rivales”
http://www.eumed.net/cursecon/libreria/asotelo/cap1.htm#_ftn24
El nudo gordiano de la superestructura imperialista actual está en la compulsión al consumo desbocado (realizada por cierto de la manera más planificada posible) de todo el aparato de márketing y distribución relacionado con la cúspide del mal llamado sector servicios, donde los llamados antiguamente trabajadores de cuello blanco (oficinistas, bancarios, funcionarios) se ha transformado en un inmenso ejército de servidores del capital, cuya función consiste en “lavar el cerebro” a la gente con créditos baratos y publicidad desbocada.
Siendo más claro aún: el imperialismo fascista actual emplea más trabajo humano en engrasar la maquinaria de la explotación y la venta de superfluidades, que en la producción real de bienes, contra el supuesto “sagrado” de la llamada teoría de la conducta del consumidor: el consumidor soberano en su “limbo” autónomo, el homo oeconomicus, el ridículo Robinson Crusoe maximizador de su utilidad desde su isla desierta, es decir, desde su cuenta bancaria.
Pero, vayamos un poco más allá y digamos que podemos trazar un paralelismo entre el parasitismo creciente del capital, su progresivo abandono de la actividad productiva, de la producción “real” de bienes del proceso de acumulación (con la hipertrofia consiguiente del capital-dinero especulativo y del sector servicios que actualmente representa un 70% de la actividad económica en los países ricos) y la huida de la realidad de la economía de cátedra.
Así, podemos comprobar diariamente en los “mass media” como los prebostes académicos se ufanan de la supuesta complejidad conceptual de su “ciencia” económica para impresionar al pueblo que manifiesta su perplejidad e ignorancia cuando escucha de esos “voceros” del capital unos argumentos que no “encajan” en absoluto con su experiencia directa.
Por poner por ahora sólo un ejemplo más: la explotación laboral se enmascara de tal manera que el derecho al trabajo de todo ciudadano se convierte, en manos de estos fieles lacayos bien “untados” por sus amos, en un privilegio o dádiva otorgado por el magnánimo capitalista. Como dice el Marx de los Manuscritos: El trabajador tiene que postrarse ante el amo de su tiempo y encima agradecerle sus buenos servicios sin pedirle explicaciones por su desorbitada “bondad”.
La exacerbación del capitalismo parasitario requiere de un ejército creciente de apologistas a sueldo. Los funcionarios del capital que sustentan su hegemonía se dividen entre las hormiguitas de la economía pura con su aparataje pseudo-matemático, los expertos financiero-especulativos (con sus programas informáticos de maximización de rentas fijas y variables) y los “relaciones públicas” de las corporaciones: sus esbirros en la farsa parlamentaria (qué mejor síntoma “degenerativo” de esta casta y del grado de alineación reinante en nuestras “avanzadas” sociedades que la putrefacción de la política, que era para los griegos antiguos, el aspecto más importante de la convivencia).
Precisamente esa política que se escamotea en la economía ortodoxa reaparece constantemente en forma de reformas laborales draconianas, ajustes “estructurales”, liquidación de derechos de los trabajadores, y, todo tipo de facilidades para la acumulación de capital llevadas a cabo por su “ángel de la guarda” estatal.
Por tanto hay que decir que la simbiosis entre los ideólogos, las corporaciones y los llamados poderes “públicos” es total, y hoy más que nunca la ocultación de la explotación desenfrenada exige “cortinas de humo” cada vez más groseras.
Se trata de ocultar el hecho de que el Estado moderno es la alcahueta necesaria para engrasar la maquinaria cada vez más oxidada de la acumulación, como podemos observar en el keynesianismo militar genocida que vivimos, y sus aventuras imperiales al servicio de sus “queridas” Grandes hermanas del petróleo, las mayores y más “genocidas” corporaciones planetarias, conectadas íntimamente con el poder político fascista y, por tanto, los más peligrosos enemigos de la emancipación humana.
Se nos vende machaconamente que necesitamos un Estado mínimo que no intervenga en la vida económica, y lo cierto es que ahora interviene más que nunca porque el capital necesita de ese apoyo para despejar el camino de la acumulación y proseguir el estrangulamiento de los trabajadores y también (se puede decir ya sin ser acusado de apocalíptico) del sufrido planeta que nos acoge ( el llamado “límite ecológico” hace mucho que ha sido traspasado con los consabidos oídos sordos del poder económico y de sus ideólogos). Podríamos decir que actualmente somos la especie de la “hybris”, de la soberbia, la especie depredadora.
Así, la hipertrofia del sector terciario en el llamado hipócritamente estado del bienestar, funciona como detractora de plusvalía del proceso de acumulación para retrasar su colapso, y todo el aparato de marketing y publicidad es destinado a forzar al consumo desbocado de fruslerías para mantener la “locomotora de la acumulación” en permanente aceleración.
El Estado cumple con su función ideológica de cultivo de la resignación y del asistencialismo, hundiendo más a los apaleados ciudadanos haciéndoles creer que son culpables de sus males al no “insertarse” ( esta barbaridad de atribuir al trabajador la responsabilidad de encontrar un lugar donde le exploten es otra de las layas de reformismo barato que sufrimos) y que tienen que agradecer al caritativo empresario que se digne exprimirles cuánto guste.
Su apéndice en la llamada metafísicamente sociedad civil ( como si una sociedad civil no fuera también necesariamente política) son las Ongs, que quieren transmitir la falsedad de que podemos progresar dando bocaditos concedidos por papá estado y el generoso capitalista. Son el último ejemplar de reformismo grosero que nos inunda y uno de los mayores culpables de la atrofia crítica de la juventud actual al vendérseles como una forma de prestar un “servicio” a la sociedad. Esto no es más que una nueva versión refinada de la caridad cristiana con los pobres y desfavorecidos, que tiene además el ya citado efecto perverso de “comprar” ideológicamente la adhesión de los jóvenes al poder imperial, cuyos garantes están entusiasmados con esta nueva oleada de alineación.
Que vean estos chicos que la violencia no sirve para nada y que lo que toca es “quitarle las vergüenzas” al capital atendiendo a sus despojos: los seres humanos que “no existen”, sean ancianos, jóvenes parados, amas de casa o drogadictos.
El resultado de la unión de estas fuerzas
motrices de la esclavitud asalariada es la cultura de la resignación, a la que
contribuye valiosamente toda esta pléyade de Ong’s que fomentan el
“microasistencialismo” para impedir la comprensión de la globalidad de los
problemas humanos y evitar por tanto la lucha contra los culpables.