"Contribuciones a la Economía" es una revista
académica con el
Número Internacional Normalizado
de Publicaciones Seriadas
ISSN 1696-8360
Maximiliano E. Korstanje
maxikorstanje@fibertel.com.ar
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Korstanje: "Revisando el fetiche del crecimiento" , en Contribuciones a la Economía, septiembre 2012, en http://www.eumed.net/ce/2012/
¿Porque una persona que gana un millón de dólares quiere más?, ¿por qué si es millonario y tiene su subsistencia garantizada, desea seguir ganando más?, ¿el dinero es acaso una especie de dependencia maniaca?. Estas preguntas han diagramado la economía moderna, pero en cierta forma no ha sido todavía bien respondida. Por lo menos, hasta el libro del profesor Clive Hamilton, titulado el Fetiche del Crecimiento donde queda en evidencia la extraña fascinación que los economistas sienten por el desarrollo y el crecimiento. En este buen trabajo, quedan explicitas las razones del consumo moderno y las necesidades de los países periféricos de adoptar programas de crecimiento que no llevan a nada. En términos de Hamilton, cabe preguntarse, ¿la gente rica es más feliz que la gente pobre?, lo cual en sí no es una pregunta económica sino filosófica. Durante muchos años las escuelas económicas, menos los institucionalistas, han pregonado que el crecimiento es la única solución a los problemas que aquejan a la sociedad pos-industrial. Incluso los países pobres son alentados a adoptar recetas económicas ligadas al aumento de producción y al producto bruto interno. Ni Keynesianos, ni Ricardianos, además de los liberales han cuestionado los dogmas del crecimiento económico. Eso hace a la economía una disciplina, en parte funcional, al capitalismo tardío. El capital se replica sin intervención o control humano alguno creando un gran vacío entre las personas, incluso en ocasiones transformándolas en mercancías, como el ejemplo del turismo y la industria cultural.
Cuando ese vacío existencial que demanda el crecimiento no es llenado, los economistas asumen que hace falta más crecimiento. Con un manejo de fuentes estadísticas entre diversos países, Hamilton demuestra que el dinero abre un canal de necesidad de mayor acumulación de dinero, que lejos de traer felicidad genera problemas serios en la sociedad. Debemos entonces, considerar al crecimiento como un objeto fetiche, vacío en su contenido pero que dirige todas las directrices de las economías en pos de un bienestar social extendido. En palabras del autor, “si la gente tiene la convicción de que unos ingresos mayores la harán más feliz, reaccionará generalmente ante la decepción que sigue al logro de tales ingresos concluyendo que, sencillamente, no ha conseguido lo suficiente. Se trata de un ciclo sin fin- una esperanza seguida de decepción y de una nueva esperanza-, a no ser que lo rompa algún acontecimiento o una revelación repentina”. (p. 43)
Por lo demás, el aumento en las rentas no confiere mayor estabilidad a los beneficiarios por dos motivos centrales. Primero, si todos los “ricos” siguen siendo ricos, postulado indiscutible en el neo-liberalismo, entonces los pobres no podrán mejorar su situación financiera. En la medida en que los ricos dejen de ganar menos, los pobres podrán acceder a nuevas posiciones dentro de la pirámide organizacional de la sociedad. Pero aún si eso ocurriese, admite Hamilton, existe otro problema peor todavía. El aumento sistemático en los ingresos lleva, a medio y largo plazo, a que los beneficiarios dejen de percibir ese ingreso como una ganancia y sólo se dejen llevar por el consumismo. Lejos de ser una sociedad más igualitaria, el capital sólo transforma las mentalidades desensibilizándolas del mundo circundante. En otras palabras, la ganancia deliberada pone al sujeto en una peor situación debido a que lo que abunda, en este caso la ganancia, lo aburre. Por otro lado, el temor a la pérdida de ese capital acumulado, también los hace infelices pues sienten que no pueden cambiar su realidad y que tampoco pueden permitirse ciertos lujos ya que el dinero está en constante movimiento. La desigualdad entre las sociedades no obedece a un factor económico, sino político. Principalmente, esa ha sido la falla más importante en la aplicación de los programas sociales de la Social-democracia. Dar más dinero a los trabajadores no los hace mejores, ni más eficaces, mucho menos más felices. Se tejen estrategias de conflicto por el cual los grupos políticos no tienen margen de maniobra frente a sindicatos que cada día reclaman un punto nuevo, o quieren negociar un nuevo sueldo. Para solucionar el problema, es necesario saltar a una sociedad post-consumo, post crecimiento en donde se introduzca las normas éticas como guías esenciales de la conducta humana. Lamentablemente, los movimientos de izquierda que intentaron llegar al poder tampoco han comprendido la fuerza del discurso del crecimiento y han empleado los mismas políticas que sus enemigos, los liberales. Si un obrero se encuentra alineado por el capital, ¿es una solución darle un aumento en sus ingresos?. Los programas socialistas y comunistas han terminado siendo una presa fácil para los capitalismos y en tanto se han convertido ellas mismas en protectores del orden capitalista. Acertadamente, escribe Hamilton “la pobreza sigue siendo una realidad persistente para una minoría de ciudadanos de países ricos, desmidiendo así la promesa de que el crecimiento atendería las necesidades de los pobres. El reconocimiento de que el crecimiento no resolverá el problema permitirá dirigir una mayor atención hacia medidas redistributivas no expuestas a argumentos capciosos y amenaza de retirada de inversiones” (p. 224).
La calidad de vida de una población es inversamente proporcional a la renta per capita. En perspectiva, el sentido de la felicidad se asocia a la brecha entre las expectativas y el deseo, pero de ninguna forma termina siendo un concepto fijo y acabado. Cuando deseamos algo, estamos comparando nuestras actitudes con las posibilidades de los demás. Y en tanto que agentes de consumo, consideramos nuestra felicidad en tanto influjo externo y reconocimiento interno. El fetiche del crecimiento se ha hecho fuerte tras la imposición de quimeras, o falsedades que han sido adoptadas como verdades incuestionables. Ellas van desde la soberanía del consumidor, hasta la teoría de las necesidades. En todos estos paradigmas subyace la racionalidad, la necesidad psicológica y la liberalidad de los deseos como aspectos naturales a la psiquis humana. Con un argumento demoledor y convincente, el libro de Hamilton se transforma no solo en una obra altamente recomendable para especialistas sino en un completo manual de estudios psico-métricos en materia de satisfacción y performance laboral. Una investigación, que a grandes rasgos, demuestra porque ha sido best-seller en Australia. En lo personal, creo, los hallazgos del profesor Hamilton son aplicables a la Argentina contemporánea y a los conflictos suscitados por los sindicatos y la apertura de las paritarias.