"Contribuciones a la Economía" es una revista
académica con el
Número Internacional Normalizado
de Publicaciones Seriadas
ISSN 1696-8360
Edgardo Adrián López
edadrianlopez@gmail.com
“[…] Existe un conjunto de discursos de Marx que podría caracterizarse […] por
su transversalidad. Lo cual implica sostener la no-clausura del discurso
marxista en un solo momento económico […]”
Oscar Del Barco
“[… A veces hacemos gala …] de los sufrimientos que ocasionamos[;] llámese como se quiera, [esa indiferencia] es la terrible y permanente forma de la crueldad”
Valentín Louis George Eugène Marcel Proust
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López, E.A.: "Los giros de Marx. Elementos para una ética “menor” de la enunciación" en Contribuciones a la Economía, marzo 2010, en http://www.eumed.net/ce/2010a/
Aunque haya que apelar a un comienzo abrupto, nos interesaría demostrar primero que el proscrito de Occidente no se obsesionó por fundamentar una ciencia sino la deconstrucción de la praxis científica, en tanto apta para extraviarse en las redes y juegos de saber/poder. Conseguido lo precedente, será fácil consentir que la crítica supone una “ética débil” de la enunciación, imaginando que fuera viable mantener el término “ética”, siempre que colocamos en suspenso cualquier moral y/o ética por ser atentatorias contra las sublimes libertades de decisión, de acción y de lo que temblorosamente, podríamos acordar en bautizar “conciencia” (aunque sin enredarnos ni abismarnos con ninguna de sus mitemetafísicas asociadas).
Una antigua semióloga entiende que la ciencia, en contraste con la filosofía (vocablo que recusamos por considerarla una ideología, id est, un saber con apariencia de argumentación racional), no se ocupa de una reflexión constante en torno al método, a la eficacia de los resultados logrados (Bobes Naves 1973: 54); no se interroga por la validez del objeto que estudia, sino que, luego de depurarlo de lo que aprecia el sentido común, lo asume (op. cit.: 48, 60, nota 31 de p. 60). Por ende, es la deconstrucción (en lugar de la filosofía, tantas veces declarada muerta y resucitada) la que tiene esas funciones generales. En este sentido, aclaramos que en el mismo espacio de la ciencia se tiene que proceder a un “despeje” mínimo del objeto, problema y tema, operatoria que no es de competencia estricta de lo crítico. De no ser así, se corre el peligro, denunciado por Bourdieu en numerosos pasajes de sus obras, de internalizar objetos capturados por el sentido común , las ideologías, etcétera.
Pero ¿cómo fundamentamos los asertos precedentes con base en el pensamiento de Marx? Tal cual es sabido, los marxismos políticos que perfilaron la tradición de los partidos-aparatos de izquierda y los objetores de sus propuestas, entendieron que el lucreciano fue un economista y que quiso deslindar una Economía Política ideológica, poco científica, de una Economía Política con estatuto de ciencia. Más todavía, evalúan que él mismo se consideraba un científico y que tenía en más alta estima a la ciencia qua ciencia. En particular, imaginaba que el modelo de cientificidad era el de las ciencias exactas, naturales y físico químicas.
Pero si leemos que Marx es uno de los desmanteladores externos al campo de la Economía Política (1971: 10), las consecuencias de ese desvío respecto de la ortodoxia son de largo alcance. En primer lugar, no es economista ni funda ninguna ciencia, en general, ni con relación a lo económico, en especial (cf. las opiniones leninistas de Althusser 1998 f: 142/143, 149, de Nikitin en 1962: 5 y de Stepanova en 1957: 148, 164, 185-187, 228, 294, 300, 303, 309, 311). Así, no existiría una Economía Política socialista, marxista, proletaria. Por ejemplo, Rubio Llorente opina que “[...] el pecado de la Economía [...] consiste en [...] hacerse la ilusión de que puede” ser una ciencia; de ahí la rebelión de Marx contra ella y su intento de articular, antes bien, una metaeconomía (1985 b: 15).
En segundo término, es un desmotador de las enormes formaciones de saber: ideologías “prácticas” (tradiciones, costumbres, hábitos), ideologías “teóricas” (mitos, religiones, filosofías) y sistemas semióticos al estilo de la ciencia (ver una postura similar en Politzer 1997: 157, un teórico muy ortodoxo del leninismo). Incluso Engels, que se dejó apresar por cierto positivismo de la época, llegó a estipular (en una misiva a Konrad Schmidt de 27 de octubre de 1890) que la ciencia es un saber que reemplaza antiguos disparates por otros nuevos (Marx y Engels 1975: 385). Se comprende con facilidad que no habrá de tenerse una fe excesiva en una práctica que suscita contrasentidos, arbitrariedades, etc.
Otro argumento, además de la cita de “autoridad” que impone el estúpido, salvaje y destructivo juego académico, es el que nos ofrece la división de tareas: la ciencia se vuelve sospechosa porque surge de obreros improductivos y/o de segmentos independientes ocupados en trabajos intelectuales, mientras otros, los obreros productivos, se hallan enlodados en el extrañamiento de la producción real, cotidiana, concreta, urgente. En el caso de las llamadas Ciencias Humanas (que según Foucault son “problemáticas” de definir –1991: 49), esas funciones desiguales ocasionan que sus inquisidores fanáticos o practicantes articulen recomendaciones, como ocurre con los consejos malthusianos acerca del control de la natalidad, que deben aceptarlas y/o padecerlas quienes contribuyen a sostener las ciencias, pero que no participan de ellas (ir a López 2010 a: nota 10 de p. 6, nota 11 de p. 6 y nota 12 de pp. 6-7).
En el Engels de 20 años, encontramos una afirmación luminosa, que casi encandila, respecto al despotismo que habita en la ciencia que se erige en Tribunal con relación a otros saberes:
“[...] podría tratar [muy mal] al señor Schelling o a cualquier otro, [...] ‘de un modo puramente científico’“, encubriendo con esa violencia soterrada, la efectivamente ejercida. “Pero ¿quién soy yo, para hacer esto?” (1981 i: 45).
En tercera instancia, tal vez haya que sospechar de los lexemas “socialismo científico”, como lo hemos bordado en otros palimpsestos (López 2009). En una página perdida del vol. III de Teorías sobre la plusvalía, el muriente en Londres diferencia entre economía vulgar y economía crítica (1975 b: 411). Como es sabido, a los estudios enfocados por Ricardo también los denomina “científicos”; por ende, homologa (bajo determinadas circunstancias) “ciencia” con “crítica”. Dadas así las palabras, ¿no habría que pensar acaso que por “socialismo científico” entendía Marx un socialismo deconstructivo, crítico, hábil para autoobjetivarse (qué otra cosa sería la autocrítica)? Sin duda, no faltarán los que, al estilo de Ricoeur, Derrida, Foucault, etc., verán en el empleo de la categoría “ciencia” para la Economía Política, una contradicción lógica con lo que se afirmó acerca de ella. Si fuese válida la salida, diríamos que es perfectamente viable realizar sentencias científicas en ámbitos no científicos: Adam Smith procedía acorde al racionalismo cientifista, pero en un campo que no podía ser científico por su misma irracionalidad.
Por último, en reiteradas ocasiones enunciamos que uno de los aportes de Habermas (sin que ello implique un “aval” hacia sus delirantes teorías) consiste en hacer factible diferenciar estratos de análisis y de acción, que son aplicables para leer lo que Marx realiza con su escritura. En el plano más elevado y que regula los otros, se situaría la crítica: por su flexibilidad, tendría la capacidad de dilucidar su contexto de génesis, de pensar sus propios huecos temáticos, de desmantelar los resultados no emancipatorios de las ciencias y de señalarles las limitaciones epistemológicas, metodológicas, lógicas y procedimentales. De ahí que consideremos que esos rasgos atribuibles al autosocioanálisis y a la reflexividad sociológica en Bourdieu, no sean competencia de ninguna sociología sino de la deconstrucción tal cual la definimos. No obstante, esa crítica apta para autorecusarse no haría ni epistemología, ni metodología, ni enaltecería la lógica como “organon”, ni filosofía de la ciencia, ni ontología (“materialista” o no…), ni teoría del conocimiento. Dada la precaución y el estado de expectativa con los que Marx observa la ciencia, no puede acusárselo de metodólatra ni de cientifista.
También en ese punto, apoyar con citas y referencias precisas lo que comunicamos requeriría un arduo esfuerzo que no es adecuado enfrentar en una nota, que es lo que es este tímido artículo; sin embargo, podemos apelar a otro atajo, proveniente de Hegel. En efecto, ciertos pasajes de la “Introducción” (1966 b) de la Fenomenología del Espíritu desmantelan de una vez para siempre, la necesidad y la eficacia de cualquier gnoseología. Por inferencia, si es prescindible toda teoría del conocimiento, también lo son sus socios discursivos más inmediatos: la filosofía de la ciencia, la epistemología, la ontología (de cualquier “naturaleza”), la metodología y la lógica. Empero, si eso se desprende de Hegel, que ponía en escena una dialéctica especulativa, que saturaba un sistema metafísico, idealista, asfixiante, ¿cuánto más cabe esperar de Marx?
Por añadidura, de lo que encontramos en Lenin (1972: 218) es factible argüir que si Marx y Engels rechazaban el sistema, y si Hegel consideraba que el método se amplía en sistema, entonces el materialismo crítico tenía que cuestionar el “camino recto” en cuanto condición de la caída en estructura de un pensar flexible.
Ahora bien, ello no significa que Marx sea irracionalista, anti/científico y que haya que proceder sin diferenciar correctamente niveles de abstracción, sin methodos alguno y sin coherencia. Lo que establecería es que “[... la] metafísica, toda filosofía [...] se resume en el método” (1984: 114); dada la resistencia hacia la filosofía-institución, es legítimo inferir que cualquier preocupación demasiado obsesiva sobre el “methodos” y por extensión, sobre aquellas cuestiones es sospechosa de metafísica. Del Barco, aunque a veces parece darle lecciones de marxismo al mismo Marx (1982 c: 13, 16, 19), sentencia que el rigor científico es un fetichismo y que esa enseñanza era inherente a la práctica analítica del “economista” en escena (op. cit.: 12).
Continuando con lo abocetado, el registro de lo deconstructivo es el de la conjetura y el de la formulación de preguntas y problemas, más que el de respuestas y soluciones. La ciencia es la que se vincula a los efectos de verdad (que duran mientras son reconocidos por consenso), y/o la que se asocia con el campo de las probabilidades (f. e., la meteorología, etcétera). Su finalidad es la descripción y análisis sobre cómo funcionan los objetos que delimita cada una.
El último plano sería el de las instancias colectivas de intervención (organizaciones de base, grandes centros planetarios –como la Primera Internacional-, los partidos, etc.), que no tienen el estatuto ni de la crítica ni de la ciencia. Por consiguiente, los manifiestos, los diagnósticos, las propuestas, etc. de tales instancias no operan con conjeturas ni formulan verdades; tampoco pueden polemizarse en términos de aproximación y error, ni de verdadero/falso o probabilidad. Lo que les corresponde es adoptar decisiones cuerdas, asumidas sin coacción y de manera democrática por los interesados que procuran autoilustrarse y autoemanciparse. El suegro de Lafargue opinará que los conjuntos deliberativos, como las asambleas, convenciones, etc., son guías para actuar (1972 b: 273; Politzer 1997: 182 -Baudrillard sentenciará que llegó el momento de arrojar la adiposidad que es el partido; cf. 1985: 54, 100).
Para concluir y esculpiendo una vez más, lo que cincelamos hasta que nos dolieron las coyunturas, acaso sea probable sostener que dos de los tantos factores que influyeron a los fines de convertir en autoritarios y dogmáticos a los aparatos/partidos de izquierda del siglo XX, fueron que:
a) eligieron un Marx cientifista, antes que deconstructivo en calidad de orientador de sus posiciones, tomas de posición, visiones y divisiones;
b) no segmentaron los diversos registros de pensamiento y de acción, aconsejados por Habermas y reinterpretados por nosotros, con lo que el disidente político es colocado en el plano del error imperdonable y de la falsedad.
A la inversa, los hojaldres diferenciados permiten que uno sea amable, cordial, delicado, sutil en las intervenciones prácticas: un mundo hilvanado por la torpeza de las relaciones y desencantado por lo árido de lo material, puede comenzar a ser desmantelado si llevamos adelante acciones no dogmáticas, abiertas, “elegantes” y flexibles. Acaso habría que incluir en la argumentación y en la esfera del hacer, las figuras del buen trato.
REFERENCIAS DOCUMENTALES
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Chomsky, Noam (2010 b) “Apuntes sobre anarquismo”, esparcido en 18 de febrero en http://www.salta21.com/Chomsky-Apuntes-sobre-anarquismo.html, en (2010 a) Salta 21, Salta capital, provincia de Salta, Argentina (http://www.salta21.com -home). Mejora del estilo, corrección de redundancias y estética de la traducción, a cargo del Dr. Edgardo Adrián López, Salta capital, Pcia. de Salta, Argentina, febrero de 2010.
El palimpsesto se ubica en http://www.fisyp.org.ar/modules/new..., site que figura en el FISYP, miembro de CLACSO.
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Lenin, Vladimir Ilich (1972) Cuadernos filosóficos. Buenos Aires: Estudio.
López, Edgardo Adrián (2009) Remolinos y circunvalaciones. Elementos de materialismo crítico, editado en 27 de enero en la Biblioteca virtual de Derecho, Economía y Ciencias Sociales, dependiente del grupo EUMED.NET, Universidad de Málaga, Málaga, España, colectivo Dirigido por el Dr. Juan Carlos Martínez Coll. Se hace la salvedad que el título del palimpsesto fue abreviado por razones editoriales y de presentación. No obstante y sin las modificaciones de marzo de 2009, el texto puede consultarse en
http://www.eumed.net/libros/2009a/480/index.htm. ISBN-13: 978-84-692-0137-4, con depósito legal en la Biblioteca Nacional de España Nº 09/21487.
Desde 2009, el hojaldre fue incluido en el Subapartado “Otros autores” de la Biblioteca virtual de la Fundación de Investigaciones Sociales y Políticas. Una mirada crítica de la realidad social y política (FISYP), miembro de CLACSO, en http://www.fisyp.org.ar/WEBFISYP/REMOLINOSYCIRCUNVALACIONES.pdf (http://www.fisyp.org.ar/modules/tinycontent/index.php?id=8 -home).
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___________________ (2010 b) Dodecafonismo: hacia una “estética” del “concepto”. Bifurcaciones aforísticas, a diseminarse por el grupo EUMED.NET, Universidad de Málaga, Málaga, España.
Marx, Kart Heinrich y Friedrich Engels (1972 a) Materiales para la historia de América Latina. Córdoba: Pasado y Presente.
________________________________ (1975) Correspondencia. Buenos Aires: Cartago.
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Nikitin, P. (1962) Economía Política (manual de divulgación). Buenos Aires: Editorial Anteo.
Politzer, Georges (1997) Principios elementales y fundamentos de filosofía. Madrid: Editorial Alba.
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Stepanova, E. A. (1957) Federico Engels. Buenos Aires: Ediciones Pueblos Unidos.