"Contribuciones a la Economía" es una revista
académica con el
Número Internacional Normalizado
de Publicaciones Seriadas
ISSN 16968360
José Jurado Gil
josejuradogil@yahoo.es
Desde aquel ya lejano, y para mí infausto, día de verano del año 2007 - cuya mañana me cogió en Palm Beach, Florida, en una piscina de hotel leyendo el New York Times mientras tomaba el sol - hasta hoy, he venido siguiendo, con insospechado interés, lo que pasó y lo que está pasando en la economía de los Estados Unidos y en la de todo el mundo desarrollado. Incluimos, como es natural, en este bloque de países desarrollados al nuestro, que suele tener además la ventaja de regalarnos los sentidos (los económicos me refiero) con ciertas gotas extra de de sabor ibérico, en la mas pura de las acepciones posibles.
A lo mejor tengo tiempo de hacer alguna referencia a esos sabores nuestros dentro del contexto de este trabajo.
Gracias a ese obsesivo interés que tenemos muchas personas por conocer en la
medida de lo posible lo que ocurre en el mundo, hemos podido aprender - desde
aquel dichoso verano - un buen número de cosas que considero que tienen bastante
interés. Por citar un ejemplo podemos decir que hoy, muchos humanos sabemos qué
son o en que consistieron esas cosas tan raras llamadas hipotecas “subprime”; no
está mal la palabrita. Y he de confesarles a este propósito que, a pesar de mi
condición de economista, no acerté a valorar en su momento, ni de lejos, la
importancia que iba a tener este asunto en el desenvolvimiento de la economía de
todo el mundo y en las propias finanzas de cada uno de nosotros.
Para citar este artículo puede utilizar el
siguiente formato:
Jurado Gil, J.:
"Crisis financiera internacional. Lo que hemos aprendido y lo que nos queda por aprender" en Contribuciones a la Economía,
febrero 2009 en
http://www.eumed.net/ce/2009a/
Mientras leía y releía el artículo de las subprime recuerdo que me decía yo a mí mismo algo así como lo siguiente: Bueno, ¿y qué me quieren decir estos señores con el asunto? Me parece que de lo que estamos tratando es simple y llanamente de un problema de hipotecas de mala calidad, de esas que conceden los bancos a la gente sin el debido cuidado, que producen mas morosos que de costumbre, y que afectan a esos individuos, que hay en todo el mundo, aficionados a comprarse casas y cosas mas buenas o mas caras de lo que se pueden costear. Y claro, entonces pasa lo que pasa… Pero eso ya lo sabemos, ¿donde está la novedad?
¡Pues menudo invento este de los norteamericanos con las subprime!… ¡Morosos de créditos hipotecarios! ¡Qué cosa tan nueva!... Ya se quedaran los bancos con las viviendas de los que no paguen y al final habrá negocio por partida doble… y a otra cosa mariposa. A este tipo de historias ya estamos acostumbrados.
Me parecía por consiguiente que el periódico que tenía en mis manos, y que por cierto me gusta leer cuando puedo, estaba dramatizando en exceso el planteamiento de la cuestión y que la cosa no podía tener la importancia que me parecía que ellos le querían dar.
Pasé entonces rápidamente la página y me encontré de sopetón con otro artículo que, por el contrario, me interesó bastante, hasta el punto de que me sentí en cierto modo impactado a cuenta de las probables consecuencias que yo intuía que podía tener el asunto. Trataba el artículo el problema de la contaminación ambiental que sufrían, y que por lo visto sufren, los habitantes de Beijing, que además se enfrentaban en aquellos tiempos al desafío de la organización de los Juegos Olímpicos a celebrar no mucho tiempo después.
Que peligro esta China, me dije. Su base energética fundamental, según el periódico, no es otra que el carbón, (una de las peores posibles), su crecimiento industrial, por lo que vemos, absolutamente desmesurado y descontrolado, su famosa revolución, traicionada y rota, (aunque bien disfrazada en las formas y en las palabras), su estabilidad política y social a plazo, en absoluto riesgo por decir poco… La “perestroika” china va a dejar pequeña a la de la Unión Soviética. El país es tan gigantesco y diverso como el ruso, pero su estructura social y el esquema mental de sus mil y muchos millones de habitantes es aún más complejo. Viene a ser una mezcla de entre los imperios dinásticos de siglos pasados y el cripto- comunismo de la revolución cultural y de la banda de los cuatro…. Menudo cocktail. A ver lo que nos espera...
En fin, esto si que es y va a ser un problema, estoy seguro, y no ese exotismo a la americana de las “subprime”, palabra por cierto, de mucho mérito comercial como casi todas las anglosajonas (les aseguro que en esto de los nombres hay que quitarse el sombrero con los americanos), que no la había oído nadie hasta el momento, y que se refiere por lo visto a algo tan antiguo como la vida misma aunque que nos lo venden como si fuera un invento de ayer por la tarde… A modo de confirmación de lo que entonces pensaba me gusta recordar a mis amigos que, según la cultura doméstica generalmente aceptada, en España no hay ni ha habido hipotecas subprime…No está mal la cosa.
El que escribe estas palabras, que el destino ha hecho que sea un veterano del seguro español, se dijo para sus adentros: Con esto de las subprime nos topamos con algo que me recuerda a las “HMO”, otro de los flamantes inventos americanos que ahora gusta nombrar a los aseguradores españoles y que no es otra cosa que entidades de seguros que en su momento sustituyeron, por necesidad no por avance, a las compañías aseguradoras de salud americanas de toda la vida.
A los diseñadores de estas empresas de seguros no se les ocurrió investigar que, en un lejano lugar llamado España, existían HMOs desde hacía algo así como unos doscientos años. (Una HMO es el equivalente a una entidad de asistencia sanitaria española, pero con un nombre más bonito, como pueden comprobar fácilmente los que conozcan el significado de las siglas en inglés, que podríamos traducir al castellano como “Entidades Dedicadas al Mantenimiento de la Salud”. Confío en que les guste el nombre.
Con el paso de los meses y con el progreso (por decir algo) de la crisis financiera, hemos tenido efectivamente la oportunidad de aprender un auténtico montón de otras expresiones de moda , como por ejemplo los CDOs (Collateralized Debt Obligations) - seguimos como ven, con las siglas -, las compañías de seguros llamadas “monoline” ( por cierto que me extrañó el exotismo verbal pues les tengo que confesar que, aparte de asegurador, llevo cuarenta y cinco años viajando frecuentemente a Estados Unidos y a pesar de ello lo de las monoline fue para mí todo un descubrimiento), los Credit Default Swaps, no está mal tampoco la expresión, que creo que no merece la pena traducir, el empaquetamiento, según calidad, de las hipotecas (sabíamos de tiempo atrás que estos créditos se empaquetaban y titulizaban pero la verdad, no conocía eso de hacerlo en paquetes distinguiendo diferentes calidades a modo de tienda de ultramarinos).. y en fin, un largo etcétera de cosas nuevas y de expresiones de moda.
Tengo que reconocer sin embargo, que no ha sido una pérdida total de tiempo el aprender esos modernismos verbales, pues todos ellos han contribuido, entre otras cosas, a enriquecer el lenguaje financiero general y el español en particular disponiéndose hoy, además de las ya mencionadas, de otras muchas expresiones interesantes, entre las que siempre me gusta mencionar esa que llaman ”toxic waste” que tiene su interés simbólico, pero que uno asocia más a otras cosas que no son exactamente financieras, como pueden ser algunos temas de las películas de suspense de Hollywood.
Hemos aprendido también, literalmente hablando, alguna otra cuestión que yo considero bastante más de fondo. Me refiero a que podía darse en el mundo real un fenómeno de tal naturaleza como la falta absoluta de confianza de unos bancos con los demás, mientras que, simultáneamente, (quiero enfatizar esta palabra) las autoridades gubernamentales nos suplicaban a los clientes que confiásemos plenamente en los bancos, asegurándonos que el que único problema que había era precisamente ellos no se fiaban entre sí (la gente no sabía ni sabe que cara poner cuando oyen estas cosas).
Hemos aprendido así mismo sobre los escalofriantes niveles de insolvencia que sufrían y sufren quienes creíamos que eran lo mas ricos y poderosos del mundo. Tampoco está mal el descubrimiento. Incluso hemos aprendido, por la simple observación de los hechos, que los listos oficiales, como por ejemplo algunos destacados profesores, importantes banqueros, reguladores del más alto nivel, políticos, analistas, y otros de similar importancia, no eran en realidad tan listos como creíamos que eran, sino que a veces eran más bien lo contrario. Hemos aprendido realmente un gran número de cosas en estos últimos tiempos.
Sin embargo este relato, por mucho que nos sorprenda, no va en absoluto sobre lo que hemos aprendido, sino que precisamente va sobre todo lo contrario. Se refiere fundamentalmente a lo que no hemos aprendido todavía, a lo que no sabemos, y quizás también a lo que imaginábamos en alguna ocasión pero que no estábamos en condiciones de confirmar o no teníamos el valor de hacerlo…Y resulta que estoy convencido de que lo que no sabemos, lo que nos falta por aprender, es precisamente lo más importante de todo. Lo que no sabemos es, justamente, lo que no podemos permitirnos el lujo de desconocer.
No hemos aprendido, para empezar, quienes han sido los culpables o si quieren mejor, los responsables o los causantes de la catástrofe económica y financiera que sufrimos y que vamos a seguir sufriendo. ¡Es impresionante! - a menos claro está, que aceptemos esa maravilla conceptual que dice que los culpables de todo el problema hemos sido todos a la vez y no unos cuantos…todos hemos tenido la culpa porque a todos nos gustaba saber que nuestras casas valían cada vez más, que nuestros ahorros también y otras cosas parecidas -.
Dicho en otras palabras. Que esos que se han quedado sin trabajo a causa de la crisis financiera, los que han perdido los pocos ahorros que tenían entre ellos los de su jubilación, los que no tienen casa porque no pueden pagar el crédito que con tanto entusiasmo le habían convencido que adquiriera, los que están arruinados en realidad pero que lo esconden por el momento, los que tienen su empresa parada porque no encuentran la forma de cobrar lo que le deben ni los créditos que le puedan aliviar, los que están asustados porque ven la barba del vecino cortar…, en fin las variadas victimas de la tragedia, han sido precisamente los culpables de la misma.
Si aceptamos ese nivel de surrealismo existencial creo que dejaremos pequeños al señor André Breton, a don Salvador Dalí, o al más guapo de sus correligionarios.
Aparte de esta cuestión, que estaremos de acuerdo que tiene su miga, otro asunto de interés conviene extraer de la larga lista de lo que no hemos aprendido todavía. Se refiere concretamente a las formas que parece han seleccionado las autoridades políticas del planeta para arreglar el “mess”, como dicen en inglés, o el lío como decimos en español, que se ha formado en todo el mundo y que según los expertos empezó con esa curiosa palabra ya citada de las subprime, de las hipotecas malas que, a la vista de lo visto, parece no tener parangón con nada de lo que hemos conocido los profesionales hasta la fecha, a pesar de que somos ya personas cumpliditas de años.
No hemos aprendido ni comprendido bien el sentido y los porqués de los procedimientos escogidos para arreglar los graves problemas a los que nos estamos enfrentando.
En definitiva, no hemos identificado muy bien quienes son los causantes del desastre, ni cuales son las formas ni los protagonistas que se han elegido para arreglar dicho desastre. Me parece que es un asunto de cierta importancia.
Responsables de la crisis
Empecemos por lo primero. Quienes son los culpables o responsables de la debacle. Hay que insistir de nuevo, que los culpables no son, bajo ningún concepto, las víctimas de lo sucedido. Los culpables de lo ocurrido, o los que han organizado este tremendo lío que, como vemos, está teniendo consecuencias dramáticas para la sociedad desde todos los puntos de vista, son un grupo variado de intereses y de personas entre las cuales hay que destacar en primer lugar, a importantes dirigentes de empresas financieras y bancarias con residencia en distintos países aunque especialmente en Estados Unidos.
Su afán por ganar dinero de forma rápida y desproporcionada, con procedimientos tan sofisticados que dificultaban la comprensión de esos que hemos llamado los mas listos, las enormes masas de dinero que han utilizado y que en buena medida no les pertenecía, (esa palabra tan simpática como el “leverage”) y otro cúmulo de asuntos relacionados, han sido la causa inicial de esta debacle que nos está llevando al mundo a la recesión y a la ruina. A pesar de ello, sus ejecutores o sea algunos de los líderes principales de la industria financiera mundial implicados en la cuestión, se encuentran en estos momentos paseando por las calles y avenidas de las principales ciudades del mundo.
A este respecto de líderes y liderazgo me viene a la cabeza una anécdota que se contaba de un famoso y antiguo político británico que puede venir a cuento para ayudar a la reflexión. Este hombre era miembro del Parlamento de aquel país y llegó a ser primer ministro y como suele ocurrir en estos casos, parece que se llevaba bastante mal con otros políticos de su tiempo que eran también importantes pero de ideologías diferentes u opuestas.
Con el fin de ejemplificar su desacuerdo con uno de ellos contaba la historia de aquel profesor al que sus alumnos le preguntaron en cierta ocasión sobre cual era la diferencia que había entre la palabra “tragedia” y la palabra catástrofe”. ¿Eran lo mismo ambas o eran cosas distintas? Los chicos no las distinguían bien.
El les contestó: Sí, me hacéis una buena pregunta, pero como quiera que la cosa tiene bastantes matices, os la voy a contestar no directamente sino a través de un ejemplo.
(Trasladaré al lector español tanto la escena como los personajes de esta anécdota desde el Reino Unido hasta nuestro país con el fin de buscar una más cercana y sentimental comprensión)
“Imaginaros que un importante político del país (del partido que sea, según los gustos) se encuentra haciendo “footing” a lo largo del río Manzanares de Madrid. Imaginaros también que el río Manzanares lleva agua suficiente y que, por una maldición del diablo, nuestro prohombre tropieza en un determinado momento y con tan mala fortuna que cae de bruces al río. Imaginaros así mismo que no sabe nadar en absoluto.
¿Qué le puede ocurrir a nuestro personaje? Los niños comprendieron el sentido de la pregunta a la perfección hasta el punto que alguno de ellos no pudo evitar echar unas lágrimas que mostraban claramente su desasosiego y su tristeza.
¡Esto seria queridos alumnos una tragedia, una auténtica tragedia! ¿Me entendéis?
¿Sí, por supuesto le entendemos muy bien señor, pero entonces, si eso es una tragedia, ¿ qué puede ser una catástrofe? Preguntaron
Imaginaros ahora que en ese preciso momento en el que el líder político cae al río, pasa por el lugar un joven, fuerte, valiente y decidido, quizás residente en algún barrio cercano y que al escuchar el típico “glup, glup” de estos casos, mira, se da cuenta de lo que pasa, y se lanza de inmediato al río salvando rápida y limpiamente a nuestro líder.
Eso, queridos niños, sería una catástrofe.
Entendéis entonces las diferencias ¿verdad? Dice el profesor. Las dos cosas son muy malas, es cierto, pero una de ellas puede ser incluso más mala que la otra.
Efectivamente, el relato propuesto, aparte de su humor bastante inglés, nos puede llevar de la mano hacia una posible conclusión cercana al tema que nos ocupa. Esta conclusión se refiere a que pudieran darse, en otros supuestos, dos situaciones que fueran muy malas pero que una de ellas, digamos la segunda, fuera incluso más mala que la precedente.
Nos puede ocurrir algo parecido a esto al enfrentarnos a la debacle financiera que estamos tratando de comprender, pues como se sabe, las autoridades políticas del mundo desarrollado han encargado de solucionar el “mess” económico en que nos encontramos precisamente a los responsables de que dicho lío se haya producido.
Es posible que ocurra con esta decisión, aunque no lo deseamos, que seamos testigos de excepción de una situación en la que una mala tragedia se convierta en una peor catástrofe.
Las partes implicadas en esta debacle, como conocemos a través de los medios de comunicación, son varias y distintas. Además de importantes financieros mundiales a los que ya hemos hecho referencia, hay que mencionar también en un lugar preferente a los reguladores y supervisores del sistema financiero y bancario mundial. Esto, por razones obvias, parece imprescindible. Resulta evidente que la principal responsabilidad de estas instituciones y de estas personas es precisamente la de prevenir y evitar que pasen las cosas que están pasando. Ellos, sin embargo, parece que son los que las van a arreglar.
A estos señores (financieros y reguladores) por importantes e inteligentes que sean, no se les va a dejar solos a la hora de llevar a cabo la delicada labor de salvarnos de perecer ahogados en el río. Se está contando con la ayuda, imprescindible también, de altos funcionarios de los gobiernos. ¿De qué funcionarios? , pues de ciertamente aquellos funcionarios - como no - que son los que han estado especialmente conectados con tan grave problema, tanto antes, como durante y después de que dicho problema se haya producido.
Bien, se ha estimado así mismo, por parte de las mismas autoridades, que la correcta reflexión y el diseño de las adecuadas medidas de solución se verían muy reforzados si se contaba con el apoyo de las firmas que proveen al mercado de información financiera ¿Como vamos a arreglar las cosas si no las conocemos a fondo? Se preguntarían ellos.
Quienes mejor para ello entonces que las sociedades de “rating”, de análisis y valoración de empresas mas destacadas del mundo así como las de auditoría de cuentas y tareas similares, que son precisamente los que tenían y tienen la obligación expresa de avisar con tiempo para que estas cosas malas no pasaran. (Señales de alerta temprana, las llaman)
En fin, hay que decir para finalizar, que las decisiones definitivas que se vayan tomando, a la vista de lo que propongan las partes citadas, (las partes implicadas) la tomarán los políticos que estén en el poder y el conjunto de los representantes elegidos por el pueblo (esto último solo en ciertos casos como en Estados Unidos pues en otros casos solo será el gobierno el que se encargue). Ellos son, como se sabe, los responsables últimos elegidos por los ciudadanos para bregar para la consecución de su bienestar.
Son precisamente, todo este conjunto de partes y de personas, en su respectiva medida y en mayor o menor grado, (sea por actuación, por omisión, por desconocimiento o por frivolidad) los responsables de los problemas que hoy resultan precisos de arreglar.
Sabemos ahora por tanto, que las medidas de solución de la tragedia a la que nos enfrentamos las van a tomar, las están tomando, ellos mismos, o sea aquellos que han causado, que han contribuido o que han permitido, consciente o inconscientemente, que se produzca esa tragedia.
Los reguladores, llámese por ejemplo la Reserva Federal de los Estados Unidos, la muy famosa Fed, tienen como misión primordial que las cosas que han ocurrido, incluso otras mucho mas pequeñas e inofensivas, no ocurran jamás. Igual misión tienen los Bancos Centrales del resto de los países del mundo, incluido por supuesto el nuestro.
Hace poco leía en un medio de marcada intelectualidad e importancia de los EEUU que el propio Chairman de la Fed , el señor Bernanke , afirmaba, contestando a ciertas criticas provenientes de medios políticos, que su organismo , ni cualquier otro similar al suyo, están en condiciones técnicas de identificar ni de prevenir las burbujas –bubbles en inglés- que se puedan producir en los activos de la economía del país como por ejemplo las burbujas inmobiliarias. ¡Que desilusión, me dije yo al enterarme!
O sea, se discute entre los mas conocedores de la materia –les informo que les gusta a muchos hacerlo – si un banco central está en este mundo para identificar a tiempo y prevenir los procesos de aceleración de los precios, para impedir la inflación o, por el contrario, está para eso y además para fomentar el crecimiento económico y por tanto el empleo. No está mal el debate. La versión del Banco Central Europeo, la de la Reserva Federal.. De menuda cosa estamos hablando. Sabios tiene la Iglesia para saber quien tiene razón.
Pero yo y seguramente otros también, nos decimos lo siguiente: Sea cual sea la conclusión a la que se llegue en este interesantísimo debate, me parece que hay algo que debe de quedar claro, algo que no podemos nosotros ni pueden ellos olvidar, y es lo siguiente:
Para lo que sí están estos organismos es para evitar que pase lo que ha pasado. Para que no ocurra lo que ha ocurrido. Estoy seguro que en esto estamos todos de acuerdo. Para eso seguro que están estas instituciones…porque si no, ¿para que otra cosa?
Además son estas instituciones precisamente las que nos informan a menudo, a través de sus estudios e informes, de lo que ha ocurrido en la economía del mundo, y de lo que está ocurriendo… Que lo que ha pasado traerá consigo todo lujo de situaciones conflictivas para la sociedad y para los ciudadanos como por ejemplo deflación, esa cosa tan desconocida para muchos, quizás después estanflación, algo que nos suena más familiar, y quien sabe si en un futuro posterior de nuevo inflación. O sea, como decimos, todo lujo de posibilidades y todas malas. Además, lo que es seguro en cualquier caso, es que el problema en que nos hemos metido producirá (¿hay dudas?) importantes índices de desempleo. Para darse cuenta de esto me parece que solo hay que abrir los ojos.
Para eso están estos estamentos, no hay duda. Pero lo cierto es que no lo han hecho, no lo han cumplido, como cualquiera está en condiciones de comprobar. Ahora se les pide que arreglen lo que no han sido capaces de evitar. Estos organismos, en la medida que no han controlado ni evitado los riesgos, son responsables, en esa medida, de su ocurrencia. No vamos a decir culpables si les parece bien, pero si responsables.
Y todo ello con el debido respeto a los señores Greenspan y Bernanke y otros, hacia los que siento incluso un aprecio personal que está basado fundamentalmente en la lectura de sus biografías y en el seguimiento del duro y sufrido trabajo que están realizando, a pesar de que lo están haciendo tarde.
Los reguladores de nuestro país, también se me hace que nos podían haber protegido algo mejor de nuestra particular pero agigantada burbuja inmobiliaria, que no es menuda como ahora se reconoce públicamente, y de los exuberantes créditos concedidos a ciertas empresas relacionadas con la construcción, que luego han resultado ser amargos…muy amargos.
Quizás sea cierto eso que se ha oído de que nuestros reguladores financieros son los mejores del mundo, (cuesta un poco creerlo pues ya hemos viajado mucho), y que los controles en vigor han impedido una mayor debacle bancaria y financiera como la que ha ocurrido en otras naciones. Es posible.
No sé, no sé, pues la película todavía no ha terminado y la verdad, confiamos y esperamos no tener demasiadas sorpresas desagradables. Pero ¿no nos puede ocurrir un poco como aquel que dijo que a los bancos italianos no les ha pasado nada muy grave seguramente porque sus dirigentes no sabían suficiente inglés? (esta noticia ha aparecido en la prensa)
No se desprecie el sentido del humor italiano, la metáfora, creo que es una metáfora, tiene fondo, pues en buena medida el no ser muy sofisticado (eso de no saber inglés), el no formar parte íntegra de la “jet set” financiera mundial y de las modas más modernas, sabemos que ha salvado a algunas empresas de no pocos descalabros de gestión. No es ninguna tontada.
Las medidas de solución a los problemas, ya se ha dicho, se van a tomar, se están tomando, claro está, con el concurso de la administración, principalmente de EEUU, aunque también de numerosos países del mundo.
O sea de los funcionarios públicos, como por ejemplo el Secretario del Tesoro norteamericano y sus equivalentes. Me parece que hemos de estar de acuerdo en que estas personas han debido de tener algún papel o responsabilidad en el asunto financiero que estamos tratando. ¿Qué menos se le puede exigir a un gobernante que conocer y evitar los desastres económicos y sociales en los que ha entrado su país. Si no le pedimos responsabilidades en esto, ¿en qué cosas se las podemos pedir?
La Administración Pública ha sido también, en su medida, responsable de lo ocurrido. Lo ha permitido sin lugar a dudas y de forma consciente. Y si no es así, si no lo sabía, si no se enteraba de lo que pasaba ¿para qué está el gobierno? O en todo caso, ¿qué papel puede ser más importante que este que estamos tratando para un ministro y un ministerio de economía o de finanzas?
En el caso de los Estados Unidos, además, se da la circunstancia de que no se puede razonablemente achacar la cosa a una falta de conocimientos financieros del más alto funcionario del Tesoro. Su puesto de trabajo anterior no era otro que precisamente de alto directivo de Goldman Sachs, uno de los más importantes bancos de inversión de aquel país y del mundo y plenamente sumergido en el embrollo como los demás.
La administración y los funcionarios tienen su papel y justificación fundamental, precisamente, en la protección real de los ciudadanos y entre ellos los ahorradores.
Recuerdo a este propósito que había en nuestro país un alto funcionario que gustaba de decir en público que en España existían demasiadas compañías de seguros. No era infrecuente que este tipo de afirmaciones aparecieran en la prensa. Les confieso que no tuve mas remedio que recordarle que en un sistema de economía de libre empresa, las que sobran son las que no logran que los clientes le compren sus productos y si esto pasa durante un buen periodo de tiempo, se suelen arruinar y por lo tanto ya dejan de existir. También sobran los que no cumplen con las leyes en vigor. Y punto final, no hay nada mas. Si no venden, ya se encarga el mercado de que desaparezcan, el funcionario no tiene nada que decir aquí. Si por el contrario no cumplen la ley, es precisamente el funcionario el responsable de que la cumplan o en su defecto de que no existan. El procedimiento adecuado en estos casos no es hacer declaraciones a los periódicos sino cumplir con su obligación a favor de los consumidores.
Los funcionarios a cargo de las materias que tratamos tienen, entre otras tareas encomendadas, la de prevenir y evitar los problemas económicos, financieros y sociales que puedan sufrir los países, especialmente cuando estos se han ocasionado por actuaciones negligentes culposas o delictivas. No lo han hecho o al menos no lo han hecho en el grado necesario. Ahora se les encarga la solución. No se sabe, la verdad, que cara poner aquí tampoco. Ni siquiera hemos visto que se haga referencia a esta responsabilidad en ninguno de los casos conocidos.
Las firmas de valoración y evaluación. ¿Qué ocurre con ellas? Vemos ahora que mientras buen número de instituciones de importancia en realidad estaban arruinadas - se ha llegado a nacionalizar a algunos bancos, nada menos - los informes sobre su salud financiera eran de cine, de maravilla. ¿Donde están las responsabilidades de los que valoraban a estos bancos, a tantas otras instituciones, alguna de ellas públicas o semi públicas, y a tantas corporaciones de todo tipo que ahora afirman necesitar urgentemente el dinero de los contribuyentes y que hace poco aseguraban que todo marchaba bien, sus directivos cobraban enormes sueldos y bonos y los aviones privados no dejaban de volar para llevarlos de un lugar a otro?
Me viene a la cabeza aquellos tiempos ya lejanos en que en nuestro país los ahorradores y pequeños inversores no dejábamos de leer informes de valoraciones y auditorías, digamos por ejemplo, de ciertas “utilities”, que eran impecables y limpias, pero que sin embargo observábamos que su cotización bursátil siempre se situaba por debajo del valor teórico de las acciones y los sustos en las cotizaciones estaban a la orden del día.
¿No eran tan buenas estas empresas? Y si eran buenas, ¿porque ocurría eso? Con la experiencia de los años fuimos aprendiendo las cosas de la vida.
¿Han fallado las valoraciones o por el contrario es que los inversores no entendemos nada de economía? ¿Somos algo tontos también?
Pero todo esto no es que solo pasaba antes, ni mucho menos. Pasa también ahora. No hace nada de tiempo las empresas constructoras en España eran vistas como auténticos campeones, como paladines de los negocios. Nos contaban que adquirían o que iban a adquirir todo tipo de otras empresas, no importaba si eran de grandes tamaños. A pesar de ello, su negocio natural, la construcción, no paraba de crecer, su actividad era frenética. Decíamos: Es que estos señores, los de la construcción, tienen todo el dinero del mundo. La construcción es lo fundamental en un país, qué duda cabe, y por eso compran ciertas empresas de energía, la electricidad, e incluso los bancos. No hay quien los pare. Son los dueños del lugar y además ¡son los más listos!
Poco tiempo después se nos dice, oficialmente, que muchas de dichas constructoras, o quizás todas, no tienen ni para darle de comer a sus empleados, ¿Como es eso? ¿Quien falla? ¿Seguimos siendo los ahorradores los que no nos enteramos de nada?
Desde luego ha fallado la información. No ha valido, o al menos, no ha valido lo suficiente como para parar o reducir el golpe de la crisis, del estancamiento, de la recesión y de lo que venga después. Han fracasado, incluso aceptando que los ahorradores y pequeños inversores estamos incapacitados para la labor. Y ello a pesar del famoso escudo protector oficial que tenemos los inversores normales al que han llamado Mifid (véanse directivas de protección).
Creo que hay que preguntarse ¿donde están las responsabilidades? No aparecen por ningún sitio, sino que más bien al contrario, seguimos utilizando a las mismas firmas para estar informados de como se va desarrollando la propia debacle que sufrimos. Para saber, a través de sus estudios, qué hacer en la crisis, qué soluciones nos quedan, qué empresas están bien o cuales están mal, qué países pueden funcionar y cuales no, a quién le han rebajado el rating y quien lo mantiene estable.
Como se pretende solucionar la tragedia
Conociendo en cierta medida lo que ha pasado, como ahora podemos conocer, (si se cree, claro está, en una mínima dosis lo que venimos relatando) casi estamos en condiciones de adivinar cómo se va a pretender arreglar los problemas en que estamos metidos. Qué se va a hacer, quienes lo van a hacer y cómo se va a hacer con el fin de arreglar el embrollo.
La respuesta es simple: Las cosas se harán de la única forma que se puede esperar que lo hagan los que están encargados de hacerlo.
Y esa forma es tratando de que la situación económica doméstica de cada país y la de nivel mundial vuelva a ser en el futuro como la que era antes del embrollo. Tratando de volver las cosas a su punto inicial. Tratando de que todo vuelva a funcionar de la mejor forma posible y que aquí no ha pasado nada o casi nada. En todo caso, que la experiencia sufrida sea objeto de estudio y disertación por parte de algunos catedráticos de las universidades de moda del futuro.
En fin, que todo ello se haga, además, lo más rápido posible y atacando los problemas con la vista puesta fundamentalmente, por razones de urgencia, en las trágicas consecuencias de los problemas y no en sus causas y sus porqués.
Además, los que tomarán las decisiones saben muy bien que eso, – la rapidez y el arreglo veloz - es lo que quiere todo el mundo, todas las empresas, todos los bancos, toda la población. Que las cosas se arreglen lo antes posible, pide cualquier comerciante o cualquier empleado o desempleado.
Sin embargo desgraciadamente, no es con prisas y con mirada a corto plazo, como se deben y se pueden arreglar las cosas que han pasado si se desea que la solución sea de alguna manera eficiente y sostenible en el tiempo. A mi juicio no debe ni puede ser así, sencilla y llanamente, porque resultará imposible hacerlo. A pesar de lo mucho que nos empeñemos. A pesar de que la inmensa mayoría de la gente piense que eso es lo que conviene. Trataré de explicarme.
Todo sistema de funcionamiento o de convivencia, ya sea este económico, financiero o de cualquier otra clase (una asociación benéfica, un club deportivo, un sanatorio de enfermedades del pulmón, o un gran centro comercial, por decir unos ejemplos) tiene, ha de contar, con una ética que permita y aún fomente su buen funcionamiento.
Si el sistema o el ordenamiento no cuenta con una ética (de justicia, de igualdad de derechos, de igualdad de oportunidades, de reglas de juego iguales para todos, de ilusión y confianza,…) donde acabamos, antes o después, es en un gobierno de tiranía, en un sistema que solo funciona con el uso de la fuerza, ya sea esta la fuerza bruta, o la fuerza del poder establecido, y no de la autoridad, que solo la conceden los gobernados o los ciudadanos. Nos encontraremos quizás ante un cierto tipo de dictadura de facto donde lo que se puede hacer es lo que nos obligan a hacer y no se puede hacer lo que el poder no permite.
El capitalismo como forma de vida económica, o lo que es lo mismo, el sistema de libre empresa - que es el que tenemos y lo que hemos elegido en los países libres - tiene también una moral y una ética, aunque muchos ni siquiera hayan parado un instante a pensar en ello. Una ética, que si decidimos pensarlo, es bastante estricta y difícil de cumplir en su integridad.
Una de las notas definitorias de la ética del capitalismo es la llamada en el argot “libre concurrencia”, o sea el alcanzar un entorno social en el que se cuente con diversas empresas o entidades ofertantes de productos y servicios , que estas empresas luchen, legalmente, entre sí para conseguir el favor de los clientes, y que estos clientes tengan la posibilidad de acudir al ofertante que deseen con el fin de adquirir los bienes y servicios que quieran, sin sufrir coacción ni restricción alguna sino por decisión libre.
La cosa, que se dice pronto, tiene más importancia de lo que parece y ya uno de los padres del capitalismo, el señor Adam Smith, maestro de la ciencia de la economía, nos enseñó muy bien aquello de que… era la avaricia o la ambición - y no el amor desinteresado- del tendero por ganar mas y tener más beneficios, su lucha por el cliente contra los demás tenderos que le hacían la competencia, y las exigencias de los clientes por obtener el mejor producto al mas bajo precio posible, lo que permitía alcanzar el progreso económico conjunto de la sociedad. Y todo ello de una forma automática, como una especie de milagro o velo virtuoso y beneficioso para todos, vendedores y compradores.
Por si esto (en lo que creemos en mayor o menor grado muchos economistas) fuera poco, conviene añadir que la libre concurrencia tiene la virtud adicional de fomentar que se dé en la práctica eso tan importante que se llama “movilidad social” que viene a representar que los que estén arriba de la escala económica no sean siempre los mismos y los que están abajo tampoco. Que sea posible progresar de abajo arriba y que sea también factible que los de arriba corran el riesgo de no estarlo en todo momento.
Estaremos de acuerdo, con solo estas dos referencias, en que el sistema económico llamado capitalismo, si se aplica con las características que se deben, tiene una ética, una verdadera moral de funcionamiento que además es bastante estricta. Nada menos que cosas como la igualdad de oportunidades. Solo por aproximarse a un tipo de estadio como este ya merece la pena la dura lucha diaria por la vida.
Todo ello, efectivamente, justifica el sistema de libre empresa, le da legitimidad y, mientras mas cerca se esté de ello – ya sabemos que nunca se llega a la perfección - más justa será la sociedad en que se conviva. El monopolio y los oligopolios por otra parte, no gozan de la misma legitimidad. Es teóricamente posible que puedan ser justos, (pensemos en el monopolio del estado) pero ello habrá de descansar o en la bondad intrínseca y personal del monopolista o de los oligopolistas o en los controles que democráticamente establezcan los ciudadanos. Si no es así, el monopolio perseguirá su beneficio propio que no es precisamente el bienestar general del conjunto.
Pues bien, vistas las cosas así, cabe afirmar que, a pesar de los pesares, que a pesar de que muchos grandes bancos y grandes corporaciones del mundo se estén salvando gracias al dinero de los contribuyentes, que a pesar de que el sistema financiero está siendo nacionalizado en muchos países, el capitalismo no ha fallado. Esto, creo yo, es una buena noticia.
No ha fallado el sistema por una simple y sencilla razón. Porque el capitalismo, tal y como lo hemos tratado de definir, no se daba en el entorno financiero de Wall Street, en determinadas corporaciones bancarias del mundo y en otros sectores de la economía general que no son estrictamente financieros. Ello a pesar del gusto con el que ciertos dirigentes de estas corporaciones enarbolan la bandera de la libertad de mercado y de empresa.
¿Se puede afirmar que existía libre concurrencia real en el sector de la banca de inversión? ¿De verdad se puede afirmar esto si cuando se buscaba determinados tipos de financiación eran ellos los imprescindibles y casi todo al final acababa en esos grandes especialistas? ¿Qué ha pasado cuando han quebrado esos pocos grandes artistas…?
La respuesta es no. Lo que existía en esos negocios estaba más cerca de una situación de oligopolio de facto, unos cuantos grandes bancos se llevaban la parte del león, por decirlo finamente. En su restringido y sofisticado mundo o era con ellos con los que hacer las cosas o no había nada que hacer en realidad. No digamos nada de los reducidos controles con que se trabajaba en este sector. Eran los reyes del mundo y además de eso, los más inteligentes. No es envidia; hemos tenido la oportunidad de visitar distintos bancos de inversión de aquí y de allí y ese es el aire que se respira.
En el fondo de esto, o sea, dentro de este mundo, subyace y se desarrolla, esa frase, famosa pero infame, de uso común entre los políticos de los últimos tiempos principalmente de Estados Unidos aunque no solo allí, y que se expresa más o menos así:
“Too big to fail”. O sea, demasiado grandes (las empresas) para que el estado se pueda permitir el lujo de dejarlas caer o desaparecer. No importa que lo hayan hecho mal, no importa que no hayan sido competitivas, no importa que tengan dirigentes ineficaces o incluso delincuentes. ¡No se puede dejar caer a estas corporaciones! Los daños colaterales, los daños a la población son demasiado grandes.
¿Constituye esta situación un modelo de capitalismo con una mínima ética de funcionamiento? ¿Responde esto al criterio indispensable de que el que lo hace mal lo paga? No, claramente la respuesta es no. Las instituciones del estado se encontraban y se encuentran en manos de estas corporaciones ineficientes. Si se les deja caer, todos están de acuerdo, los daños serán demasiado grandes, es demasiado peligroso para todos, no para ellos solos, no, sino para toda la sociedad en su conjunto, para todo el país. No se puede permitir, hay que hacer lo que sea preciso para evitar una situación como esa.
Y ya no son solo los bancos, añadan en la lista por ejemplo a las compañías constructoras de automóviles, cuyo análisis y crítica exigiría un artículo tan largo como el presente. Estas empresas tienen en vilo al gobierno de Estados Unidos pues también solicitan su “bail out”, al igual que los bancos. Otros sectores económicos se han unido a la súplica de una ayuda. A modo de curiosidad cabe citar que la industria pornográfica de Estados Unidos, que también se encuentra en crisis, se ha dirigido al gobierno solicitando medidas de estímulo. No quiero hacer juicios rápidos de valor sobre este punto.
Entonces, volvamos a preguntarnos, ¿como se está llevando a cabo el proceso de salvación, no de ellos, sino también de todos nosotros?
Ahí está el sentido aunque no la gracia de la anécdota del político inglés que hemos referido, ahí es donde se puede pasar, y si nadie lo remedia se pasará, desde una tragedia a algo que probablemente será peor, a algo muy cercano a una catástrofe.
El modo en que se está llevando a cabo la solución (aparte de la entrega de dinero directo a ciertas instituciones, como estamos presenciando todos los días) es nada menos que entregando, con prisas claro pues no hay tiempo que perder, el “banco tal” (por no decir nombres) al otro “banco cual”. Entregando la “empresa tal” a la otra “empresa cual”. Quizás, para darle un color de justicia en algún caso, la operación se hace al precio de un dólar, solo un dólar. Lo que sea, pero hay que juntarlos a este con el otro lo antes posible. Así los salvamos y nos salvamos. ¿Estamos seguros de que eso es así? ¿De que así nos salvamos?
O sea que si antes la “corporación tal” era “too big to fail” y por eso hacemos las cosas que hacemos, ahora, o mejor cuando se arreglen los temas, lo será aún mas, será “ too- big- to- fail”…”too - much” y por lo tanto, en caso de problemas, la “corporación tal” tendrá a la sociedad, al país, aún mas cogido del cuello que lo tenían las de antes ¿Es este el arreglo? ¿Es esto capitalismo de libre empresa? ¿Va a ser esto verdaderamente sostenible a largo plazo? Como se dice en España, ¡que venga Dios y lo vea!
Si en los últimos tiempos parece que estamos recuperando al gran economista J.M. Keynes, por lo menos se le vuelve a citar a cuenta de esta crisis, quizás sea momento de recuperar también a algún otro grande, como J.K.Galbraith que con tanta gracia y astucia nos explicaba, en letra y en video, que para tener tan grandes corporaciones, para tener tan importantes empresas “que no se pueden dejar caer” y de las que se tenía tan poco control, mas nos valía que en lugar del sector privado las llevaran los propios estados. Decía este economista y embajador de Estados Unidos que por lo menos así habrá un poco mas de control democrático sobre las mismas. ¿Recuerdan a Galbraith, esa especie de socialista a la americana?
¿Y qué podemos decir sobre el tema de hacer las cosas con prisas? Todos estamos de acuerdo. Hay que hacerlo rápido, y hay que hacerlo rápido porque si no, las empresas cierran, crecerá el desempleo, habrá problemas sociales graves, sufriremos necesidades perentorias, y el estado no podrá compensar la situación. Esto no se puede permitir. En otras palabras, no tenemos ni si quiera tiempo para pensar en hacerlo de otra manera, no hay tiempo que perder, no hay tiempo para consultar o debatir. Hay que hacerlo ya.
Pero ¿Estamos pensando y decidiendo sobre el acuciante presente como deberíamos y como creo que aún es posible, con visión de largo plazo, teniendo en cuenta los cambios estructurales que se nos avecinan, y que ocurrirán aunque no hubiera habido crisis financiera ninguna?
¿Estamos teniendo en cuenta los retos de sostenibilidad de nuestro modelo económico e industrial, el tipo de sociedad en la que tendremos que vivir en unos cuantos años, en los problemas que plantea y planteará la elevación de la longevidad en el mundo, el cambio del clima, los desequilibrios de fortuna y las grandes áreas de pobreza mundiales, los imparables movimientos migratorios hacia los países mas ricos, los radicalismos, los conflictos, el reto de las energías futuras entre otros? Todos estos acontecimientos son prácticamente seguros de ocurrir y no cabe duda de que nos plantearan retos desconocidos hasta la fecha y discontinuidades en nuestros modelos actuales de crecimiento y desarrollo.
¿No nos estaremos arriesgando a “arreglar las cosas” de inmediato pero con la idea, en el fondo, de dejarlas como estaban, en solucionar los problemas más inmediatos, y parchear los síntomas y las consecuencias de la crisis, olvidándonos de los cambios que se producirán en la sociedad del futuro, la de nuestros hijos? ¿No nos estamos arriesgando a que nos vuelva a pasar lo mismo otra vez y quizás esa vez con consecuencias aun mas difíciles de solucionar?
Qué se puede hacer
Todo este conjunto de retos nos dibuja un futuro bastante complejo que, como se ha dicho, habremos de enfrentar tanto con crisis financiera como sin crisis financiera. Nos tendremos que enfrentar a importantes discontinuidades en las sociedades del futuro donde seguramente las recetas pasadas no serán útiles para solucionar los problemas futuros, donde la experiencia pasada valga poco pues muchos de los acontecimientos que vendrán nos serán en buena medida desconocidos.
Los gobernantes y los líderes económicos y sociales del futuro habrán de demostrar grandes dosis de imaginación y capacidad de previsión a fin de identificar a tiempo los problemas y las oportunidades que se les vayan presentando y al tiempo solucionar los problemas presentes. Para nada o casi nada valdrán las recetas pasadas a la hora de llevar a la sociedad de nuestros hijos hasta niveles de bienestar siquiera comparables con los que hemos gozado los mayores.
Solo permanecerán en el futuro determinadas virtudes y determinados valores que seguramente son eternos como son la buena calidad y la alta preparación de los seres humanos. Capacidades tan elementales como el sentido común, tan poco común, la tolerancia, la versatilidad y flexibilidad, el gusto por el trabajo bien hecho, y sobre todo y por encima de todo, la moral y la ética en el comportamiento personal y en los negocios.
Se observan algunos signos en la actualidad que nos hacen ser positivos respecto al futuro, al menos en cierto grado. Uno de los ejemplos más destacados quizás sea el que viene del país más poderoso del mundo, que es, a su vez, el más complicado y de donde suelen salir las peores y también las mejores iniciativas. Estados Unidos.
Hay que estar de acuerdo en que el nuevo presidente de ese país ha provocado una extraordinaria ilusión y fe, no solo en los ciudadanos de allí sino en todo el mundo. El presidente es afroamericano. Obama representa un cambio radical a la larga historia de errores raciales de ese país. Cualquiera se da cuenta de la importancia de este acontecimiento especialmente si se conoce la historia de Estados Unidos. Un hecho trascendental en el que se confía y confiamos que no nos traiga decepciones importantes.
Sin embargo por muy destacada que sea la elección de un presidente negro, más importante es el que ese presidente ha llegado a serlo porque lo han votado los blancos. Sin el voto de los blancos no podría haber ganado. Esa es la grandeza del país. Con ella se ha vuelto a legitimar como nación líder después de años de declive. Se trata de algo más que pedir perdón por los errores pasados como en otros casos se ha hecho. No, se elige presidente de la nación a un negro.
El nuevo presidente y su equipo parece que trataran de convertir el problema económico heredado en una oportunidad de futuro. Pistas para pensar así podrían ser sus anunciadas políticas para la reconversión del uso de energías como el petróleo, el fomento de los llamados “green jobs”, las medidas en el terreno de los derechos humanos, sus juicios y declaraciones respecto a esos directivos que recientemente han utilizado las ayudas del estado para incrementar sus bonos y gratificaciones y otras que se han anunciado en la campaña electoral. No se conseguirá todo lo que se espera del nuevo presidente, es cierto, pero también lo es que hoy hay una ilusión renovada que no existía antes. Ya se verá.
Son variadas las medidas que se deberían adoptar a partir de ahora por las autoridades de todos los países y, parte de ellas – especialmente las de corto plazo - ya se encuentran reflejadas en la literatura económica disponible. Aquí, sin embargo, se van a proponer algunas diferentes cuya cita y consideración echamos de menos en los informes que sobre la actual crisis se publican.
== La primera será recuperar la ética, pública y privada, en los asuntos domésticos e internacionales tanto políticos como económicos y financieros. No hay que preocuparse de que esta propuesta que defendemos sea muy genérica, que no se pueda coger con las manos, que no concrete ni sea susceptible de cuantificación numérica fácil. Es la más importante de todas. Aún más, si no se consigue, si no se mejora significativamente en este terreno, no se conseguirán los demás objetivos, pues en la ética de los negocios es donde descansa la confianza necesaria entre los seres humanos y empresas. Como sabemos, esta confianza no existe en la actualidad.
== Otra propuesta a considerar, se refiere al papel de las grandes corporaciones en la economía de los países. El gobierno, los gobiernos, han de esforzarse en evitar que se repitan situaciones como las que se están viviendo, donde ciertas empresas son demasiado grandes para que puedan dejarse caer. Quizás algunos piensen (creo que pocos) que se está defendiendo aquí una economía de caseríos y fincas, con explotaciones de quizás veinte o treinta corderos pastando en un monte solitario, verde y tranquilo.
No se defiende eso. Se trata por el contrario de fomentar los niveles de libre concurrencia, facilitando la entrada de nuevos competidores en las industrias en lugar de poner obstáculos que descansen en ideas – no demostradas – de que hay que ser grande , muy grande , para ser bueno o eficiente. Fomentar una economía donde no sobre ninguna empresa, ni las pequeñas ni las grandes, pero que ninguna de ellas, por sí sola, sea imprescindible para el buen funcionamiento de una sociedad o de un país.
Este planteamiento está lejos de ser revolucionario. El antiguo presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, (como se suele decir, nada sospechoso en materias de economía) solía considerar estas situaciones de fuerza como indeseables para su país. Tan peligroso era par él un sindicato de controladores que pudiera manipular a todo un sector clave como la navegación aérea (cuando se declararon en huelga adoptó medidas sumamente radicales) como una situación de monopolio industrial que no se correspondía con los intereses de la nación y respecto a la cual hizo todo lo posible por trocear y suprimir reduciendo su excesiva influencia.
No se puede ni se debe poner obstáculos al crecimiento ni al tamaño de las empresas, principalmente porque ello es imposible. Los que conocemos el mundo de las empresas sabemos que hay quien es pequeño y luego se hace grande, que hay quien es pequeño y siempre se queda así, y que también hay quien desaparece y no se sabe más de él. Hay buenos empresarios y otros que lo son menos. Pero todo ello está bien siempre que el cliente, o mejor el contribuyente, no sea el que al final tenga que pagar los errores de unos pocos. Los gobiernos deben de anticiparse para que no se produzcan situaciones como las que se están viviendo no solo en Estados Unidos sino en todo el mundo.
== Los organismos de supervisión y control deben de disponer de sistemas de alerta temprana como forma normal de actuación. Ya está bien de que, como ocurre en muchos casos, sea la administración la última que se entera. Hemos vivido, en recientes fechas, situaciones estresantes en el mundo bancario y financiero, también los seguros, producidas por el temor generalizado de que las normas de solvencia de Basilea y de la Comisión Europea, los nuevos criterios de contabilidad y las exigencias de valoración, podían ser tan estrictas que prácticamente ahogarían la libertad de actuación y de servicio de estas instituciones.
Solo se han necesitado unas semanas para pasar olímpicamente desde esta idea de excesivo control a la de que los problemas vividos y la debacle que se sufre, se han debido a ausencias graves de supervisión, tanto en Europa como en el país que supuestamente más controlaba a todos que es Estados Unidos.
¿En qué carta nos quedamos? ¿Existe o no existe demasiado control?
No importa sinceramente la respuesta porque el sistema no ha funcionado y esto es evidente. De todas formas hay que responder claro. No ha existido el necesario control y supervisión en muchos casos, como reconocen hoy tanto los afectados como los propios interesados.
== Se debe de procurar un giro de casi ciento ochenta grados en el enfoque “cortoplacista” actual de los negocios. Es muy probable que nos hayamos excedido en centrar la visión principalmente en valoraciones trimestrales de los resultados. Estos criterios han fomentado en exceso la actuación de los directivos con vistas al corto plazo para satisfacer los deseos de los propietarios y otras veces solo los suyos propios. Los periodos de maduración de los negocios son más largos que tres meses como sabe todo empresario. Muchas decisiones han sido equivocadas a causa de estos criterios erróneos.
Además muchas empresas se han excedido - por estas razones y por la fuerza que han ejercido las opiniones de ciertos consultores – en el famoso objetivo de “incrementar el valor del accionista” del “shareholder”, fomentando una visión miope de corta visión y de hechos rápidos, pues no se puede aumentar el valor del shareholder sin hacerlo simultáneamente el del “stakeholder” o sea el de todos los interesados en el desenvolvimiento la empresa , desde los empleados y los proveedores, a la sociedad donde se vive, el entorno y las instituciones representativas. Y sin conseguir, no olvidemos, dar un beneficio consistente, no efímero, a lo largo del tiempo.
Puede hacer sonreír, si no fuera por lo trágico que es, el observar los “beneficios” que nos han reportado a los accionistas esos modernos empresarios y financieros que supuestamente orientaban a las empresas exclusivamente hacia “el valor del accionista” pero que no era así en realidad. Más bien han arruinado o están arruinando, a los propietarios.
== Unido a ello, los estados o los gobiernos habrán de reforzar su actuación con respecto a exigir responsabilidades a los directivos de las empresas. La llamada responsabilidad social corporativa se ha quedado corta por no decir inexistente.
Estudios de numerosas firmas de investigación nos han venido informando, hace literalmente décadas, que las remuneraciones de los directivos se veían correlacionadas, no con los resultados o los beneficios de las empresas que dirigían, sino con el tamaño de sus entidades, aunque dichas entidades estuvieran dando pérdidas.
Con ello se ha fomentado el aumento del tamaño, más bien a través de adquisiciones, que la sostenibilidad de las corporaciones. Las empresas solo estaban en condiciones de adelantar y de acelerar, nunca de frenar ni de ser flexibles. Esa rigidez o falta de elasticidad a la baja se observa también en los recursos humanos, que han olvidado que en la libertad de mercados, tenemos todos los derechos del mundo, tanto empresas como trabajadores. El derecho de enriquecerse, y también el de fracasar o arruinarse.
== La consecución de estos grandes objetivos permitirá, estamos convencidos, que la gestión de los gobiernos y de las corporaciones y empresas de los países industrializados se centre mas en la resolución de los grandes retos que se presentarán a largo plazo que en las medidas a corto plazo de estímulo de la economía, que son necesarias y que son objeto de análisis y crítica diaria en los medios de comunicación. Este trabajo no se interesa tanto por estas últimas.
Como gustaba recordarnos uno de los profesores que tuve en un programa de “business administration” al que asistí en la universidad de Harvard de Estados Unidos. “Siempre tendremos problemas en las empresas, muchas veces incluso problemas muy graves, pero si se actúa de acuerdo a normas de buena gestión, analizando los hechos con sinceridad y valentía y actuando con la debida moralidad que es imprescindible, los problemas se irán resolviendo. Tendremos otros nuevos que seguirán surgiendo, pero seguramente serán de un nivel superior, serán de otra calidad.”
Los que sufrimos hoy son de baja calidad, de eso estamos convencidos, pues están bastante relacionados con actuaciones negligentes en unos casos o de escasa moral empresarial en otros. No es solo eso lo que ha pasado, de acuerdo, pero es una buena parte de lo que ha pasado. A lo mejor tenía algo de razón ese profesor y quizás las generaciones futuras aprendan más que nosotros. Así no se verán obligadas a sufrir los problemas y las incertidumbres que hoy está sufriendo la nuestra.