"Contribuciones a la Economía" es una revista
académica con el
Número Internacional Normalizado
de Publicaciones Seriadas
ISSN 16968360
Antonio Mora Plaza (CV)
Resumen:
En este trabajo se traslada a la producción conjunta el
paradigma del pago de los salarios de acuerdo con la
productividad marginal surgido como consecuencia del criterio de
la maximización de beneficios. Se ve las consecuencias en la
optimización de recursos que surgen al no admitir que cada
empresa produzca un único bien o servicio, sino bajo el supuesto
de que cada empresa trabaja con tantas funciones de producción
como bienes y/o servicios finales, pero dependientes de la
totalidad del trabajo disponible.
Palabras clave: función de producción, producción
conjunta, salarios, productividad marginal.
Abstract: In this work it is transferred to the joint
production the paradigm of the payment of the wages according to
the marginal productivity arisen as a result of the criterion
from the maximization of profits. One sees the consequences in
the optimization of resources that arise for not acceptation
that each company produces an only one god and/or service, but
under the assumption that each company works with so many
functions of production as final goods and/or services, but
conditioned to the totality of the employment available.
Keywords: function of production, joint production, wages,
marginal productivity
Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Mora Plaza, A. : “Función de producción, producción conjunta y salarios" en Contribuciones a la Economía, julio 2007. Texto completo en http://www.eumed.net/ce/2007b/amp-0707.htm
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Se ofrece a continuación parte del texto del artículo, pero sin notas, gráficos tablas o fórmulas.
Es un paradigma fuertemente asentado en el gremio de los economistas
de que existe una cosa que podemos llamar “función de producción”
como algo relevante, algo útil, algo que podemos insertar en el
campo del conocimiento económico con el fin de extraer conclusiones
-¿o sólo meras justificaciones?- no triviales, tanto desde el punto
de vista positivo (análisis) como del normativo (política
económica). Un ejemplo del status del que goza esa cosa que llamamos
“función de producción” son las palabras de Samuelson en una
dedicatoria a un libro de C. E. Fergurson : “mientras no se revoquen
las leyes de la termodinámica continuaré relacionando inputs con
outputs: es decir, creyendo en las funciones de producción. Mientras
los factores obtengan sus remuneraciones a través de las ofertas
realizadas de los mismos mercados cuasi-competitivos, me adheriré a
las aproximaciones (generalizadas) neoclásicas en las que las
ofertas relativas de los factores son importantes en la explicación
de sus remuneraciones de mercado… “ . Resulta curioso y casi
dramático que, por un lado, un economista de primera línea mezcle el
mercado (oferta) con la necesidad de “creer” en la funciones de
producción y sus supuestas virtudes: con ello traslada a las
supuestas bondades del mercado –competitividad, asignación
eficiente- las hipotéticas virtudes de las “funciones de
producción”; por otro, su adhesión casi religiosa –“creer”- a la
función de producción y sus bondades como los católicos al misterio
de la Santísima Trinidad. Veamos cual es el esquema neoclásico del
papel que juegan “las funciones de producción” en la economía: a) lo
que hace una empresas, pequeña o grande, de cualquier sector,
produzca bienes o materiales o preste servicios, puede ser descrito
mediante una “función de producción”: un personaje llamado
“empresario” reúne materiales, materias primas, utiliza maquinaria,
utensilios y contrata trabajadores, y con todo ello produce algo
material o presta algún tipo de servicio que vende en el “mercado”;
b) esta función puede ser escrita como: “Q=f(L,K)”, donde “Q” es la
producción del bien –habría que decir “los bienes”- o servicio, “L”
es el trabajo medido en horas de trabajo homogéneo y “K” es el
“capital” , es decir, el conjunto de medios de producción antes
descritos o, dicho en palabras de Joan Robinson “el ambiente en que
trabaja la mano de obra” ; c) existe una cosa que podemos llamar
“productividad marginal”, bien sea del trabajo o del capital, que
tiene virtudes maravillosas; d) el empresario optimiza los
beneficios si paga a todos los trabajadores por el valor de la
“productividad marginal” del último trabajador incorporado (¡menuda
responsabilidad!); lo mismo si hace lo propio con esa cosa llamada
“capital”; e) con lo anterior optimiza la asignación de recursos, es
decir, produce lo máximo posible con el menor coste posible; f) si
esto mismo lo hacen el conjunto de las empresas obtenemos un óptimo
de Pareto por el lado de la producción, lo que significa que no se
puede aumentar la producción de un bien o servicio sin disminuir
algún otro en alguna otra empresa (o en la misma).
¿Es todo lo anterior un cuento del mejor Andersen o Perrault?
¿Habremos llegado sin saberlo al mundo de “Alicia en el país de las
maravillas” vía Pareto, funciones de producción y “productividades
marginales”, y no será cierto que las 500 familias más ricas del
planeta posean tanta riqueza como las 416 millones más pobres? ¿Es
acaso mentira que se mueran 3,3 millones de niños al nacer y 6,6
millones antes de cumplir los 5 años ? ¿Será que está ya erradicada
la miseria, el hambre y la enfermedad en el mundo? Para que el
esquema anterior se correspondiera con el mundo real se debiera dar
ausencia de rendimientos crecientes; niveles de competencia en todos
los sectores para todos los bienes y servicios presentes y futuros y
en todos los mercados tal que las empresas fueran precio-aceptantes;
que no hubiera bienes públicos; que la información fuera simétrica,
suficiente y no deficiente para todas las empresas y consumidores;
perfecta flexibilidad de precios y salarios; inexistencia de
derechos laborales y sindicatos; inexistencia de impuestos y
subvenciones y, por tanto, ausencia de políticas redistributivas;
comportamiento optimizador según productividades marginales;
ausencia de efectos externos; y que hubieran tantos empresarios y
posibilidades de ganancias que se crearan tantas empresas y que se
ampliaran las plantillas de las existentes de tal manera que fueran
capaces de dar empleo a toda la población dispuesta a trabajar
(población activa); etc. Y a partir de ahí hablaríamos, porque la
historia demuestra que este Paraíso no se ha dado nunca, ni en los
momentos más propicios –comienzos de la industrialización-, ni en
toda la historia del capitalismo. Y a pesar de todo, al final no
evitaríamos que el 1% de la población tuviera el 99% de la renta y
la riqueza si esa fuera la posición de partida. No voy a entrar
sobre el realismo o no de la proposición anterior, sino de los
aspectos que surgen al emplear el mismo esquema maximizador en el
caso de la producción conjunta. Así, una empresa emplea trabajo
(“L”) y medios de producción (“K”), paga un salario unitario (“w”) y
cotiza por ello (“z”), y vende el bien o servicio (“Q=f(L,K)”) al
precio “p”. Pues bien, la empresa maximizará los beneficios si paga
el trabajo (y análogamente el resto de los factores) de tal manera
que se cumpla que:
siendo “dQ/dL” la derivada de la producción con respecto al empleo
surgida de la función de producción “Q=f(L,K)”. En efecto, si los
beneficios se pueden expresar como:
siendo “r” el “tipo de interés” y “ ” la tasa de “desgaste del
capital”. Pues bien, maximizando los beneficios (“B”) se llega a la
fórmula de la productividad anterior en lo que respecta al factor
trabajo y su retribución si el empresario lo considera como un
factor más en pie de igualdad con la maquinaria, las materias
primas, las instalaciones, los materiales auxiliares, etc. Hasta
aquí lo que dice cualquier manual que trata de la teoría de la
producción clásica . El problema surge a partir de ahora: ¿por qué
suponer un único producto final? ¿En qué unidades se mide el
“capital”? Ahora nos centraremos en las consecuencias de la
maximización de los beneficios en el caso de la producción conjunta.
Resulta sorprendente que los manuales de Microeconomía introduzcan
el tema de la función de producción para el caso de un único
producto cuando lo más normal, lo común, es que las empresas
produzcan o comercialicen varios e incluso multitud de bienes y/o
servicios cada uno a un precio (“pi”) diferente. Vamos a ver que los
resultados pueden ser sorprendentes. Tenemos “Qi=f(L,M)” bienes y/o
servicios diferentes en los que hemos empleado “Lj” unidades de
trabajo homogéneo y “k” medios de producción medidos por su coste (“Mk”)
y hemos pagado “wj” salarios unitarios según departamentos u
ocupaciones y “Zj” cotizaciones por trabajador. Ahora tenemos la
función de beneficios a maximizar ya en el horno:
y el resultado de la maximización respecto al trabajo total (“L”)
es:
que es la fórmula del pago de los salarios en la modalidad de
“producción conjunta” con cotizaciones sociales en ese mundo de
“Alicia en el país… ” que los neoclásicos nos dibujaron en el siglo
XIX y que aún perdura –y este es el problema de esta reliquia
histórica- en la mente de muchos economistas y políticos de nuestros
días. Nos falta para completar el puzzle la asignación del trabajo
con criterios de productividad marginal la consideración del trabajo
que hemos hecho bajo 2 puntos de vista. Hemos dicho que “Li” es el
trabajo incorporado al bien y/o servicio “i”, pero también es hemos
contemplado el trabajo (“Lj”) por departamentos, ocupaciones o
categorías (“j”) para valorar el coste total del trabajo, de tal
manera que el trabajo total es la suma por separado de ambos
aspectos del trabajo:
La ecuación de la modalidad de la productividad marginal conjunta
puede escribirse ahora como:
Nadie que estuviera imbuido de los principios neoclásicos y creyera
el paradigma de la productividad marginal –el caso de Samuelson y
tantos otros- puede contemplar esta ecuación sin estupor. La primera
conclusión que se extrae de ella es la de que la maximización del
beneficio –de donde surge la fórmula- no lleva necesariamente a
pagar los factores de acuerdo con sus productividades marginales,
sino a igualar la suma conjunta del valor de las productividades
marginales ponderadas por trabajo incorporado en cada uno de los
bienes y servicios vendidos/comercializados (“dLi/dL”) a la suma de
los salarios (y cotizaciones) unitarios multiplicados por la
relación entre “trabajo incorporado y asignado” (“dLi/dLj”) de cada
departamento (u ocupación o categoría) en cada bien y/o servicio y
ponderados también por la participación del trabajo incorporado en
el bien y/o servicio vendido (o comercializado). Por lo tanto, el
pago de los factores según el valor de sus productividades
marginales no es condición necesaria ni suficiente para maximizar
los beneficios para una empresa de producción conjunta: no es
suficiente porque esta condición depende de la derivada (o
derivadas) segunda del beneficio respecto al empleo y no es
condición necesaria por lo que acabamos de ver.
La segunda conclusión se deriva de la primera pero es distinta y no
trivial: las empresas, maximizando beneficios, incluso en el mundo
ideal de “Alicia… ” que antes hemos descrito, no les llevará al
Paraíso de las asignaciones eficientes paretianas si no es por
casualidad, porque las empresas ya no se ven obligadas a hacer las 2
condiciones necesarias para esa travesía: a) pagar a los factores de
acuerdo con sus productividades marginales, b) asignar los recursos
de acuerdo con las productividades marginales ponderadas por la
inversa de sus precios. No significa que la maximización sea un
obstáculo sino que no sirve de guía para ese fin porque el
empresario no se tiene que preocupar de pagar cada factor de acuerdo
con su productividad sino que debería obrar de la siguiente manera:
a) debería calcular la productividad de cada factor (en es caso del
trabajo) incorporado en cada bien y/o servicio (“dQi/dLi”), b)
multiplicar esta por el precio del bien o servicio (pi”) y
ponderarlo por la participación del trabajo incorporado sobre el
trabajo total (“dLi/dL”), c) sumar estos valores para todos los
bienes y/o servicios vendidos y/o comercializados, d) fijar los
salarios unitarios y cotizaciones (“wj+zj”) por departamentos,
ocupaciones o categorías de tal manera que, multiplicados la suma de
ambos por la inversa del trabajo incorporado en cada bien y/o
servicio (“1/(dLi/dLj)”) y ponderados por la participación del
trabajo incorporado en cada bien y/o servicio (“dLi/dL”), sea igual
a la suma del valor de las productividades antes calculadas. Resulta
paradójico que uno de los paradigmas, aunque más ideológico que
científico, cual es el de la libre empresa y su actuación de la
forma mas desregulatoria posible, no asegure la asignación eficiente
de los recursos precisamente para el caso más general que pueda
darse, que es el de la producción conjunta; y no lo es, no por
ignorancia de gestores y empresarios, ni por alejamiento de la
teoría económica respecto al comportamiento real de aquellos, sino
porque la propia teoría –incluso la más cercana a la
neoclásica-marginalista- no asegura un comportamiento optimizador
producto a producto de acuerdo con el paradigma “productivista”.
Ahora juegan un papel en la asignación del trabajo dos elementos
ausentes en el modelo de función de producción de bien o servicio
único: las productividades del trabajo incorporados en cada producto
(“1/(dLi/dLj)”) y las ponderaciones de las participaciones del
trabajo incorporado en cada producto (“dLi/dL”). En el modelo
neoclásico, donde sólo existen cantidades y precios, resultan
extraños ambos elementos; mejor incardinación tienen en los modelos
marxianos (incluso ricardianos), donde los bienes y servicios
finales llevan incorporados trabajo directo (“L”, ”Li”, “Lj”) y
trabajo fechado acumulado (“M”,”K”), aunque ambos participen de la
idea común de que los precios se formen en los mercados fruto de las
leyes de la oferta y demanda.
Podríamos resumir lo expuesto de la siguiente manera: en la
producción conjunta no queda asegurado la asignación eficiente de
los recursos y su remuneración de acuerdo con el valor de sus
productividades marginales a través de la maximización de los
beneficios en términos de trabajo por 4 motivos: a) lo que importa
es la igualación de la suma del valor de las productividades
marginales a la suma de los salarios unitarios (y cotizaciones)
ponderados; b) los salarios por sí sólo no han de ser necesariamente
iguales al valor de las productividades marginales, sino que
aquellos han ser valorados por la productividad del trabajo
incorporado en cada bien y/o servicio según departamentos,
ocupaciones o trabajo homogéneo; c) el punto anterior no determina
directamente la retribución optimizadora, sino que al producto
“trabajo incorporado” anterior hay que ponderarlo por la
participación del trabajo incorporado en cada bien y/o servicio en
el trabajo total; d) no es necesario igualar lo anterior al valor de
la productividad de cada bien y/o servicio (modelo neoclásico), sino
que basta con igualar la suma del valor de las productividades a la
suma de los “salarios-productividad” ponderados.
La diferencia fundamental entre el modelo de producción conjunta
aquí expuesto y los modelos neoclásicos estriba en la función de
producción. En los modelos neoclásicos esta función se presenta como
una relación entre “n” cantidades producidas con “m” factores; aquí,
alternativamente, se hace con “n” funciones de producción que
dependen de todo el trabajo “L” disponible y de todos los medios de
producción “M”. En el modelo neoclásico hay por tanto “nxm”
relaciones entre productos y factores y en el aquí expuesto se
reducen a “n”. En cambio, aquí se añaden “mxn” relaciones entre el
trabajo homogéneo (o por departamentos u ocupaciones) “Lj” y el
trabajo incorporado en cada bien y/o servicio “Li” y de cuya función
implícita “g(L;L1,…,Ln;L1,…,Lm)=0” se extraen las derivadas
parciales “dLi/dLj” (y de paso las “dLi/dL”) y con ello obtenemos:
(desde i=1 a n, j=1 a m)
cuyo denominador puede ser entendido como la “cantidad de trabajo
homogéneo, departamental u ocupacional “J” incorporado al producto
“i”, y cuyo inverso –tal como aparece arriba- representa una medida
de la productividad del trabajo incorporado al producto final. En
términos matriciales la ecuación de “la productividad marginal
conjunta” quedaría:
donde los subíndices indican las filas y columnas de las matrices (y
donde la matriz “dQi/dLi” del lado izquierdo de la ecuación es una
matriz diagonal con ceros en las filas y columnas distintas de las
de la diagonal principal. Para el caso que se expone las matrices
desarrolladas serían:
x x =
= x x
en cambio, en el modelo neoclásico el desarrollo matricial de la
ecuación:
“pxdQ/dL=w+z” podría ser como sigue:
x =
Hay otras diferencias: en el modelo neoclásico sólo hay un tipo de
salario porque se supone que el trabajo es homogéneo, mientras que
en el que aquí se discute hay “m” salarios según tipo de trabajo
homogéneo, ocupaciones o departamentos, lo cual es mucho más
realista; por último, en el expuesto aquí es relevante la
participación del trabajo incorporado para cada producto, en el
modelo neoclásico no se hacen tales distingos.
Desde el punto de vista normativo, es decir, para valorar cuanto una
economía realmente existente se aleja de un óptimo paretiano, es
indudablemente correcta la formulación tradicional, como así
demuestran los 2 teoremas de la Economía del Bienestar; el aquí
expuesto estás más cerca del comportamiento intuitivo de gestores y
empresarios, aún cuando tengan que llegar a estas soluciones de
maximización por mecanismos de prueba y error .